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Full text of "Tomás Moro."

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"^^^foMAS  MORO 


DE 


FERNANDO  DE  HERRERA 

NUEVA  EDICIÓN  DE  100  EJEMPLARES 
HECHA  POR   EL  ESCMO.   SR. 

D.    MANUEL    PÉREZ    DE    GUZMÁN 
Y  BOZA, 

MARQUÉS  DE  JEREZ  DE   LOS   CABALLEROS, 
DIPUTADO  Á  CORTES,  ETC. 


MADRID 

EST.   TIP.   «SUCESORES   DE   RIVADENEYRA  » 

Impresore»  de  la  Real  Casa 

PASEO   DE   SAN    VICENTE,    NÚM.    20 

1893 


/ '  i/    lip. 


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TOMAS  MORO 


DE 


FERNANDO  DE  HERRERA 


AL    ILUSTRISBIO   SEÑOR 


DON  RODRIGO  DE  CASTRO 


CAKDEXAL  V  ARZOBISPO  DE  SEVILLA 


(?) 


CON  PRIVILEGIO 


IMPRESO  EX  SEVILLA 

POR  ALONSO  DE  LA  BARRERA 
1592 


(Portada  de  la  primera  edición.) 


MADRID,  1895.— Est.  tip.  «Sucesores  de  Rivadeneyra». 


EL  REY. 


I30R  cuanto  por  parte  de  vos,  Hernando 
de  Herrera,  nos  fué  hecha  relación 
que  habíades  compuesto  un  Ubro  intitu- 
lado El  Disaírso  de  la  vida  de  Tomas 
Moro,  y  nos  pedistes  y  suplicastes  os 
mandásemos  dar  Ucencia  para  le  imprimir 
y  previlegio  para  le  poder  vender  por  el 
tiempo  que  fuésemos  servido,  ó  como  la 
nuestra  merced  fuese;  lo  cual  visto  por 
los  del  nuestro  Consejo,  y  como  por  su 
mandado  se  hicieron  en  el  dicho  libro 
las  diligencias  que  la  pregmática  por  nos 
nuevamente  hecha  sobre  la  impresión  de 
los  libros  dispone,  fué  acordado  que 
debíamos  mandar  dar  esta  nuestra  cédula 
para  vos  en  la  dicha  razón,  y  nos  tuvímos- 
lo  por  bien;  por  la  cual  por  vos  hacer  bien 
y  merced  vos  damos  licencia  y  facultad 
para   que   por  tiempo  de  diez  años  pri- 


meros  siguientes  que  corran  y  se  cuen- 
ten desde  el  día  de  la   data  desta  nues- 
tra cédula,  podáis  imprimir  y  vender  el 
dicho  libro  que  de  suso  se  hace  minción, 
por  el  original  que  en  el  nuestro  Consejo 
se  vio,  que  va  rubricado  y  firmado  al  fin 
del  de  Gonzalo  de  la  Vega,  nuestro  escri- 
bano de  Cámara,  de  los  que  en  el  nuestro 
Consejo  residen,   con  que  antes  que   se 
venda,  lo  traigáis  antellos,  juntamente 
con  el  original ,  para  que  se  vea  si  la  dicha 
impresión  está  conforme  á  él,  ó  traigáis 
fe  en    pública  forma  como   por  el    co- 
rrector nombrado  por  nuestro  mandado 
se  vio  y  corregió  la  dicha  impresión  por 
el  original;  y  mandamos  al  impresor  que 
ansí  imprimiere  el  dicho  Hbro  no  imprima 
el  principio  y  primer  pliego  del,  ni  en- 
tregue más  de  un  solo  libro  con  el  origi- 
nal al  autor  y  persona  á  cuya  costa  lo 
imprimiere,  ni  á  otra  alguna,  para  efecto 
de  la  dicha  corrección  y  tasa,  hasta   que 
antes  y  primero  el  dicho  libro  esté  corre- 
gido, y  tasado  por  los  del  nuestro  Con- 


5 


sejo;y  estando  hecho  y  no  de  otra  manera 
pueda  imprimir  el  dicho  principio  y  pri- 
mer pliego,  en  el  cual  seguidamente  se 
ponga  esta  nuestra  cédula  y  previlegio,  y 
la  aprobación,  tasa  y  erratas ,  so  pena  de 
caer  é  incurrir  en  las  penas  contenidas 
en  la  dicha  pregmática  y  leyes  de  nues- 
tros Reinos;  y  mandamos  que  durante 
el  dicho  tiempo  persona  alguna,  sin 
vuestra  Ucencia,  no  lo  pueda  imprimir  ni 
vender,  so  pena  que  el  que  lo  imprimiere 
ó  vendiere  haya  perdido  y  pierda  todos 
y  cualesquier  libros,  moldes  y  aparejos 
que  del  tuviere,  y  más  incurra  en  pena 
de  cincuenta  mil  maravedís  por  cada  vez 
que  lo  contrario  hiciere;  la  cual  dicha 
pena  sea  la  tercia  parte  para  el  denun- 
ciador ,  y  la  otra  tercia  parte  para  la 
nuestra  Cámara,  y  la  otra  tercia  para  el 
juez  que  lo  sentenciare;  y  mandamos  á 
los  del  nuestro  Consejo,  Presidente  y 
Oidores  de  las  nuestras  Audiencias,  al- 
caldes, alguaciles  de  la  nuestra  Casa 
Corte  y  chancillerías,y  á  todos  los  corre- 


gidores,  asistente,  gobernadores,  alcaldes 
mayores  y  ordinarios,  y  otros  jueces  y 
justicias  cualesquier  de  todas  las  ciu- 
dades, villas  y  lugares  de  los  nuestros 
Reinos  y  señoríos,  ansí  á  los  que  ahora 
son  como  á  los  que  serán  de  aquí  ade- 
lante, que  vos  guarden  y  cumplan  esta 
nuestra  cédula  y  merced  que  ansí  vos 
hacemos,  y  contra  el  tenor  y  forma  della, 
ni  de  lo  en  ella  contenido,  no  vayan  ni 
pasen,  ni  consientan  ir  ni  pasar  en  manera 
alguna,  so  pena  de  la  nuestra  merced  y 
de  diez  mil  maravedís  para  la  nuesta 
Cámara.  Dada  en  Madrid  á  cinco  días  del 
mes  de  Marzo  de  mili  y  quinientos  y  no- 
venta y  dos  años. 

YO  EL  REY. 

Por  mandado  del  Rey  Nuestro  Señor, 

Juan  Vázquez. 


POR  comisión  de  los  señores  del  Con- 
sejo Real  de  Castilla,  he  leído  este 
Discurso  que  hizo  Fernando  de  Herrera 
en  la  vida  y  muerte  de  Tomas  IMoro,  y 
juzgo  que  podrá  imprimirse,  porque  tiene 
provechosa  doctrina,  la  cual  es  conforme 
á  la  verdadera  historia  que  el  autor  es- 
cribe Y  esta  censura  doy  firmada  en  el 
Colegio  de  la  Compañía  de  Jesús  de  Ma- 
drid, á  los  cuatro  días  de  Enero  de  1 592. 

Pedro  Fernandez. 


AL  ILUSTRÍSIMO  SEÑOR 

DON  RODRIGO  DE  CASTRO, 

CARDENAL    Y    ARZOBISPO    DE     SEVILLA. 


Ilustrísimo  señor: 

1A  afición  que  he  tenido  siempre  á 
-/  la  virtud  y  excelencia  de  Tomas 
Moro,  me  puso  primero  en  la  obligación 
de  escrehir  esta  pequeña  muestra  de  sus 
alabanzas,  y  después  en  cuidado  de  hon- 
ralla  con  el  amparo  y  favor  de  V.  S.  Ilus- 
trísima  para  dalle  la  estimación  que  no 
puede  alcanzar  por  la  flaqueza  de  su  poco 
valor.  Suplico,  pues,  con  el  acatamiento 
que  debo  á  tanta  grandeza,  que  valga  la 
memoria  y  el  agradecimiento  de  aquel 
varón  incomparable  para  que  V.  S.  Ilus- 
trísima  la  reciba  con  la  generosidad  de 
su  ánimo,  no  desdeñando  la  cortedad  de 
mi  humilde  servicio. 

Ilustrísimo  señor: 

Beso   las  manos  á   V.  S.   Ilustrísima 
su  menor  servidor, 

Fernando  de  Herrera. 


TOMAS  MORO 

DE 

FERNANDO  DE  HERRERA 

Á 

DON    PEDRO    FERNANDEZ 
DE  CASTRO 

CONDE  DE  LEMOS,   DE  ANDRADE  Y  VILLA LBA,  MARGUES 

DE   SARRIA,   GENTILHOMBRE 

DE   LA   CÁMARA   DE  SU    MAJESTAD,   PRESIDENTE 

DEL  CONSEJO   SUPREMO   DE   ITALIA, 

COMENDADOR   DE   LA   ZARZA,   DE   LA   ORDEN 

DE   ALCÁNTARA,   ETC. 

CON    LICENCIA 


EN   MADRID 

POR    LUIS    SÁNCHEZ 


ANO    M.DC.XVII 

(  Portada  de  la  seg-onda  edición.) 


OBRAN  vida  en  el  amparo  de 
vuestra  Excelencia  dos  varones 
insignes  que  persuadieron  con 
elocuencia  y  virtud  su  imitación  y  su 
alabanza.  Á  mi  promesa  satisface  este 
pedazo  de  su  historia,  dado  á  la  impre- 
sión otra  vez,  el  mejor  de  los  buenos, 
bonísimo  entre  los  mejores  de  nuestra 
lengua.  Todo  lo  califique  vuestra  Exce- 
lencia como  tan  grande  ministro,  y  como 
tan  sabio,  ejemplo  de  la  prudencia,  inte- 
gridad y  santo  celo  de  Tomas  Moro  ,  ad- 
miración de  la  elegancia,  cultura  y  estilo 
grave  de  Fernando  de  Herrera. 


Don  Alonso  Ramírez  de  Prado. 


LICENXTA. 

\7-o  Hernando  de  Vallejo,  escribano  de  Cá- 
mara del  Rey  nuestro  señor,  certifico  y  doy 
fe:  que  por  los  señores  del  Consejo  se  dio  licen- 
cia á  Luis  Sánchez,  impresor  de  libros,  para  que 
por  una  vez  pudiese  imprimir  un  libro  intitulado 
Vida  de  Tomas  Moro,  el  cual  va  rubricado  las 
planas  de  mi  rúbrica,  y  al  fin  del  firmado  de  mi 
nombre,  con  que  después  de  impreso  se  traiga 
ante  los  dichos  señores,  para  que  se  tase  el  pre- 
cio á  que  cada  libro  se  hubiere  de  vender,  y  no 
se  pueda  vender  sin  la  dicha  tasa.  Y  para  que  de 
ello  conste,  di  el  presente  en  Madrid,  á  quince 
días  del  mes  de  Marzo  de  mil  y  seiscientos  y 
diez  y  siete  años. 

Hernando  de  Vallejo. 


Esi¿  tasado  por  k>s  señores  del  Consejo  á  cuatro 
manned'is  el  pliego.  En  Madrid  á  15  días  del  mes 
de  Mayo  de  1617  años. 

Este  libro,  intitulado  Tomas  Moro  concuerda 
con  su  original.  En  Madrid,  á  12  días  del  mes 
de  Marzo  de  16 17  años. 

El  Licencl^do  Murcia  de  la  Llana. 


TOMAS   MORO 


LE 


FERNANDO  DE  HERRERA 


CUANDO  me  pongo  en  consideración  de 
las  cosas  pasadas,  y  revuelvo  en  la 
memoria  los  hechos  de  aquellos  hombres 
que  se  dispusieron  á  todos  los  peligros 
por  no  hacer  ofensa  á  la  virtud,  y  esco-, 
gieron  antes  la  honra  y  alabanza  de  la 
muerte  que  el  abatimiento  y  vituperio 
de  la  vida,  no  puedo  dejar  de  admirarme 
de  la  excelencia  y  singular  valor  de  su 
ánimo,  y  estimar  maravillosamente  sus 
obras;  pero  no  sé  por  ventura  si  por 
mayores  que  las  humanas.  Porque  pa- 
rece que  floreció  la  virtud  en  aquella 
edad,   y  creció  en  toda  la  grandeza  y 


1 6  TOMAS 

fuerza  que  se  pudo  esperar,  y  los  áni- 
mos de  los  hombres  estaban  llenos  de 
vigor  y  deseaban  mostrar  su  fortaleza 
en  los  casos  difíciles.  Y  como  los  que  se 
hallaban  en  la  sazón  más  entera  y  robus- 
ta del  mundo,  y  tenían  casi  frescas  y  re- 
cientes las  hazañas,  los  trabajos  y  las 
predicaciones  de  los  discípulos  de  Jesu- 
cristo, reparador  de  la  salud  humana 
y  verdadero  Dios  y  Señor  nuestro,  y 
vían  presentes  los  gloriosos  hechos  de  los 
mártires,  las  penitencias  y  estrecheza  de 
aquellos  que  se  ocupaban  en  contempla- 
ción de  las  cosas  divinas,  imitando  gene- 
rosamente sus  obras,  procuraban,  si  ya 
no  podían  aventajárseles ,  descubrirse  no 
inferiores,  ó  á  lo  menos  no  muy  desviados 
dellos.  Mas  como  sean  flacas  las  fuer- 
zas de  los  hombres,  y  la  naturaleza  hu- 
mana se  canse  siempre ,  siguiendo  en  esto 
su  condición  como  en  las  otras  cosas, 
de  tal  suerte  ha  ido  desfalleciendo  el  amor 


MORO  17 

y  estimación  de  la  virtud,  que  ninguna 
cosa  hay  más  despreciada  y  ninguna 
más  aborrecida.  Y  así  no  es  más  admi- 
rable en  aquéllos  la  inclinación  que  te- 
nían todos  al  bien,  que  miserable  en 
éstos  la  perdición  y  error  de  la  vida.  Y 
tanto  es  más  lastimosa  y  dina  de  lágri- 
mas, cuanto  es  seguida  más  codiciosa- 
mente de  los  que  podían  enmendar  y 
remediar  estos  daños,  metiendo  la  mano 
en  lo  profundo  de  sus  raíces,  y  arran- 
cííndolas ,  sin  dejar  crecer  la  muche- 
dumbre de  maldades  que  nos  cercan  y ' 
van,  por  miserable  calamidad  destos  tiem- 
pos, siguiendo  perpetuamente  nuestra 
compañía.  Por  esto  juzgo  por  mayor 
hecho  que  de  hombres  tan  entregados 
a!  vicio  levantarse  alguno  de  ánimo  ge- 
neroso, entre  la  confusión  y  ceguedad  de 
tanta  gente  perdida,  y  rompiendo  todas 
las  dificultades,  llegar  al  merecimiento  de 
la  verdadera  gloria.  Y  tanto  pienso  será 


1 8  TOMAS 

mayor,  cuanto  está  más  en  la  vejez  del 
mundo  y  la  naturaleza  olvidada  de  pro- 
ducir hombres  aborrecedores  de  las  cos- 
tumbres  deste  tiempo,   y  que  justa   y 
libremente  osen  sacrificar  su  vida  por  la 
honra  de  Dios  y  por  el  amor  de  la  virtud. 
Si  alguno  ha  merecido  en  la  miseria  de 
nuestra  edad  la  estimación  desta  hazaña, 
ciertamente  grandísima  y  casi  singular, 
entre  los  pocos  que  nos  ha  querido  dar  el 
cielo  para  vergüenza  y  menosprecio  de 
nosotros,  que  vivimos  tan  descuidados 
de  satisfacer  á  la  obligación  que  tenemos 
á  la  verdad  y  justicia,  es  Tomas  Moro 
uno  dalos  varones  más  excelentes  que  ha 
criado  la  religión  cristiana,   y  clarísimo 
ejemplo  de  fe  y  bondad  para  todos  los 
hombres  constituidos  en  dignidad  y  en 
oficios   y    grandeza  de    magistrados.    Y 
pues    no   es  negocio  nuevo  dejar  á  la 
memoria  de  la  edad  siguiente  los  hechos 
y  costumbres  de  les  hombres  señalados, 


MORO  19 

aunque  no  se  estime  tan  bien  el  valor  y 
merecimiento  de  la  virtud  en  los  tiempos 
en  que  se  halla  difícilmente,  dése  lugar 
á  este  pequeño  trabajo,  debido  á  la  honra 
deste  varón,  y  si  careciere  de  alabanza 
por  la  rudeza  y  falta  de  mi  entendimiento, 
no  sea  indigno  de  excusa  por  la  afición  de 
mi  ánimo  y  por  la  piedad  á  que  nos 
obliga  su  nombre.  Nació  Tomas  Moro 
en  Londres ,  nobilísima  ciudad  de  Ingla- 
terra que,  puesta  en  luengo  á  la  ribera 
del  Tamisa,  se  extiende  tanto,  que  pa- 
rece no  tener  fin,  y  por  lo  ancho  se  en-' 
sangosta  y  recoge  estrechamente.  Su  pa- 
dre fué  Juan  Moro,  hombre  de  linaje 
más  honrado  que  noble.  Pero  el  grande 
concurso  de  dotes  corporales  y  bienes 
del  alma  que  resplandecieron  en  su  hijo, 
hicieron  clarísimo  al  uno  y  al  otro,  y 
dieron  verdadera  nobleza  á  su  familia. 
Estaba  en  igual  comparación  la  modestia 
y  suavidad  de  sus  costumbres  con  la  in- 


20  TOMAS 

tegridad  y  mesura  de  su  vida,  y  la  festi- 
vidad y  gracia  de  su  ingenio  no  se  de- 
jaba vencer  de  la  policía  y  elegancia  de 
sus  letras  y  erudición;  con  que  alcanzó 
entre  los  hombres  doctos  de  su  edad 
opinión  grandísima,  y  así  era  amado  y 
reverenciado  de  los  suyos,  y  admirado 
con  veneración  de  los  extranjeros.  Tra- 
dució  dichosamente  algunos  diálogos, 
escogidos  por  el  argumento  entre  los  que 
escribió  Luciano.  Y  se  ejercitó  con  la 
misma  felicidad  en  epigramas  agudos  y 
graciosos,  ó  fuesen  traídos  de  aquellos 
antiguos  poetas  griegos,  ó  hallados  por 
él.  En  los  cuales  guardó  la  templanza 
que  deben  los  hombres  graves  y  modes- 
tos, no  derramándose  á  las  lascivias  y  des- 
honestidades de  los  poetas  latinos  que 
cerca  de  su  tiempo  florecieron  en  Italia. 
Porque  no  le  permitía  su  modestia  y  en- 
cogimiento escribir  lo  que  podía  causar 
vergüenza  aun  á  los  hombres  perdidos. 


MORO  2  I 

sabiendo  que  no  sólo  debe  carecer  el 
bueno  del  crimen,  pero  de  la  sospecha 
del  también.  Ni  quiso  ofender  con  as- 
pereza y  demasía  de  palabras  injuriosas 
la  vida  y  costumbres  de  algunos;  antes 
juntó  con  la  mansedumbre  de  su  ánimo 
la  facilidad  y  cortesía,  para  no  ser  mo- 
lesto y  enojoso.  Y  si  en  alguna  parte 
mostró  fuerza  de  ingenio  agudo  y  vehe- 
mente, fue  cuando  respondió  á  los  des- 
atinos y  desvergüenzas  de  Martin  Lutero, 
que  con  atrevimiento  desfrenado  replicó 
sin  respeto  á  la  defensa  de  los  Sacra- 
mentos que  había  escrito  el  rey  Enrique 
Octavo.  Donde  osó  con  la  insolencia  y  li- 
bertad herética  vituperar  sin  algún  modo 
de  templanza  no  sólo  las  cosas  que  tra- 
taba, mas  ofender  también  la  Majestad 
y  nombre  Real.  Á  quien  respondió  To- 
mas Moro  con  tanta  fuerza ,  que  lo  hizo 
enmudecer,  y  de  tal  suerte  burló  y  des- 
barató las  vanas  razones  y  opinión  de 


22  TOMAS 

aquel  hombre,  que  le  pudo  quitar  el  atre- 
vimiento para  encontrarse  con  él.  Mas 
¿quién  de  los  que  sabían  no  había  de  acu- 
dir á  la  causa  de  la  religión,  contra  un 
cruel  y  ambicioso  enemigo  della,  que 
tenía  empañados  los  ojos  de  muchos  con 
el  velo  de  su  engaño?  ¿Y  quién  podía 
callar  en  aquella  opresión  de  la  virtud? 
Porque  en  sazón  semejante  no  tienen 
lugar  los  respetos  humanos ,  ni  entra  en 
I)arte  alguna  consideración.  Pues  quien 
se  desvía  de  tal  empresa ,  y  no  se  ofrece 
á  ella,  pudiendo  valer  á  la  causa  púbHca, 
no  se  debe  contar  por  verdadero  siervo 
de  la  Religión  Católica.  Y  así  merecieron 
mucha  culpa  los  hombres  sabios  que 
miraron  en  ociosidad  el  peligro  que  ame- 
nazaba aquella  fiera  á  la  Iglesia  Romana. 
De  la  humanidad  y  regalo  de  las  letras 
salió  Tomas  Moro  á  las  causas  forenses, 
en  las  cuales  resplandeció  con  tanta 
igualdad  de  juicio  y  tanta  prudencia,  que 


MORO 


el  rey  Enrique,  que  entonces  favorecía 
las  Ictríis  y  era  grande  amigo  de  los 
hombres  doctos,  por  sólo  merecimiento 
y  estimación  de  su  virtud  lo  puso  cr 
cargos  honrosos.  Y  íinalmentc,  cono- 
ciendo por  luenga  experiencia  su  entereza 
y  valor,  y  cuan  importante  era  para  la 
administración  de  la  suprema  potestad, 
con  maduro  consejo  lo  escogió  >•  colocó 
en  el  mayor  grado  de  dignidad  que  hay 
en  Inglaterra,  haciéndolo  Chanciller  ¿el 
Reino,  que  en  la  gobernación  de  la  re- 
pública y  grandeza  y  autoridad  es  el 
mayor  magistrado,  y  sólo  inferior  al  Rey. 
En  el  cual  se  ocupó  tan  santa  y  sincera- 
mente, que  por  universal  confesión  se  le 
daba  grandísima  alabanza  de  fe,  justicia 
y  prudencia.  Porque,  no  sufriendo  que 
pudiese  más  el  favor  que  la  verdad ,  y  el 
poder  que  la  inocencia  de  los  pobres  y 
desamparados,  ayudaba  siempre  á  la 
causa   mejor   (cosa  difícil  y  maravillosa 


24  TOMAS 

en  nuestro  tiempo),  sembrando  en  los 
ánimos  de  todos  una  segura  opinión  de 
su  virtud  y  bondad.  Parecía  que  entraba 
por  él  en  Inglaterra  la  felicidad  que  pro- 
metían los  antiguos  á  los  reinos  cuyos 
príncipes  y  gobernadores  amaban  las  le- 
tras y  seguían  la  ciencia  que  enseña  á 
los  hombres  y  modera  sus  afectos.  Y 
aunque  suelen  estragar  el  ánimo  al  hom- 
bre humilde  y  templado  las  honras  gran- 
des, y  lo  levantan  y  ensoberbecen,  mu- 
dando las  costumbres,  como  si  no  le 
tocara  aquella  estimación  y  alabanza  que 
le  daban  todos,  medía  la  grandeza  del 
estado  presente  con  la  llaneza  del  pasado. 
Y  en  aquel  ánimo  no  sobrado  por  dones, 
ó  ambición  y  lisonjas,  se  vía  una  singu- 
lar igualdad,  y  así  no  era  fastidioso  ni 
pesadamente  severo  en  su  trato;  antes  de 
tal  manera  templaba  la  severidad  de 
aquel  magistrado  con  la  blandura  y  fa- 
cilidad de  su  condición,  que  no  era  me- 


MORO  2  5 

nos  amado  que  temido.  Porque  conside- 
raba cuerdamente  que  aquella  dinidad 
soberana,  como  no  podía  ser  ofendida 
ni  despreciada,  sino  venerada  y  obede- 
cida, así  convenía  que  se  mostrase  fácil 
y  agradable  á  todos,  pero  guardando  el 
grado  que  requería  su  gravedad.  Y  por 
ventura  pensaba  también  que  no  debía 
atribuirse  las  honras  debidas  á  su  oficio 
como  si  se  debieran  á  su  persona,  cono- 
ciendo que  nacía  del  abuso  dellas  el 
odio  y  la  indignación  que  tienen  los 
hombres  por  la  mayor  parte  á  los  que 
no  son  propios  y  naturales  señores.  Y  no 
es  verdadero  aquel  respeto,  sino  temor 
de  su  insolencia  y  tiranía.  Y  es  cosa  ás- 
pera que  quiera  merecer  el  ministro 
violentamente  por  sí  lo  que  tiene  sólo 
del  ministerio  que  representa.  Y  pocas 
veces  sucede  que  estos  ánimos  ambicio- 
sos y  terribles  ocupen  bien  el  grado  que 
tienen  y  sirvan  á  su  menester.  Porque 


26  TOMAS 

aquella  enfermedad  interna  que  pade- 
cen ,  no  les  deja  lugar  libre  para  aprove- 
char la  causa  ajena,  que  está  necesitada 
de  favor  y  es  menos  poderosa,  Y  aun- 
que no  parece  inhábil  para  el  cuidado  y 
molestia  del  gobierno  el  hombre  ambi- 
cioso, no  todas  veces  desocupa  su  ánimo 
para  acudir  libre  y  derechamente  á  los 
negocios  de  los  otros  hombres.  Mas 
cuando  aviene  que  por  señalado  favor 
del  cielo  acierta  el  Príncipe  á  escoger 
algún  hombre  de  tanta  grandeza  y  con- 
fianza de  ánimo ,  que  no  lo  desvanezca  y 
deslumbre  la  alteza  y  resplandor  de  aque- 
lla dinidad,  antes  atienda  al  provecho  y 
conservación  de  todos  sin  acudir  á  si 
solo;  entonces  se  puede  llamar  dichosa  y 
bienaventurada  aquella  región;  como  des- 
dichada y  miserable  la  que  tuvo  en 
suerte  jueces  y  gobernadores  tiranos  y 
enemigos  de  sus  pueblos.  Había  hasta 
este  tiempo  corrido  Tomas  Moro  el  curso 


MORO  2/ 

de  su  vida  prósperamente,  y,  lleno  de 
honra  y  autoridad,  parecía  que  ninguna 
cosa  le  sucedía  contraria.  Mas  por  una 
fuerza  oculta  de  causas  superiores  se  co- 
menzó á  turbar  esta  buena  suerte,  y  ame- 
nazó á  él  y  al  reino  una  grandísima  ruina. 
Pero  nunca  él  se  mostró  más  excelso,  y 
de  ánimo  más  generoso  y  sin  temor,  que 
en  aquella  tempestad;  porque  no  sólo  no 
lo  quebrantó,  pero  ni  aun  lo  movió  la 
furia  de  aquella  violencia  espantosa.  An- 
tes lleno  de  vigor,  y  encendido  en  aquel 
amor  hermosísimo  de  la  virtud,  se  opuso  á  ' 
ella  con  tanta  grandeza  de  corazón  y  con 
tanta  firmeza  y  seguridad  de  conciencia, 
por  la  obligación  en  que  se  hallaba  á  la 
Religión  Católica ,  que  contrastando  á  la 
fuerza  y  tiranía  de  aquel  endurecido  y 
obstinado  Rey,  alcanzó  entre  los  hombres 
que  juzgan  bien  de  las  cosas  nombre  de 
fortísimo  y  santísimo,  y  que  más  parecía 
nacido  en  la  edad  donde  tuvo  mas  lugar 


28  TOMAS 

la  virtud  ,  que  en  la  suya  qne  tan  entre- 
gada estaba  al  vicio.  Y  bien  se  podía  de- 
cir que  donde  callaban  todos  los  demás, 
ó  por  lisonjear  á  su  Príncipe,  ó  vencidos 
de  miedo,  sólo  él  mostró  el  ánimo  y  la  voz 
libre,  sin  espantarse  del  peligro  que  tenía 
casi  á  todos  tan  acobardados,  y  que  él 
era  entre  tantos  uno  de  los  que  no  do- 
blaron la  rodilla  á  Baal.  Mas  porque,  para 
entendimiento  destas  cosas,  es  necesa- 
rio referir  otras ,  diré  solamente  las  que 
no  se  pueden  excusar ,  tomando  dellas 
lo  que  singularmente  toca  á  Tomas  ]\Ioro. 
Porque  así  como  no  es  mi  intento  escri- 
bir toda  su  vida,  así  no  me  parece  acer- 
tado traer  prolijamente  todas  aquellas 
cosas  que  fueron  maravillosas,  y  como 
tales  han  sido  tratadas  de  hombres  doc- 
tos. Era  casado  el  rey  Enrique  con  doña 
Catalina  de  Castilla,  hija  de  aquellos  glo- 
riosos reyes,  y  nunca  dignamente  alaba- 
dos, don  Fernando  y  doña  Isabel.   La 


MORO  29 

cual,  si  miramos  á  la  piedad  y  religión, 
si  á  las  costumbres  y  vida,  si  á  la  claridad 
y  excelencia  del  linaje,  aventajado  sin 
alguna  comparación  al  de  todos  los  Prín- 
cipes cristianos,  era  la  más  esclarecida 
Reina  de  su  tiempo,  y  merecedora  de 
mejor  fortuna  en  la  suerte  que  le  ocupó. 
Mas  el  Rey,  que  fué  un  portento  de  na- 
turaleza, en  quien  mostró  la  inconstancia 
de  las  cosas  humanas  y  lo  poco  que  so 
debe  fiar  de  los  buenos  principios  cuando 
se  dejan  vencer  los  hombres  de  sus  ape- 
titos, queriendo  hacer  cierta  aquella  sen- 
tencia ,  que  los  excelentes  ingenios  suelen 
producir  grandes  virtudes  y  vicios  junta- 
mente, puso  los  ojos  en  Ana  Bolena,  y 
procuró  obligarse  con  ella  en  casamiento. 
Las  causas  que  mostraba  tener  para 
repudiar  su  mujer  legítima,  por  ser  co- 
munes á  todos,  y  escritas  de  muchos, 
no  las  refiero.  Pero  en  aquella  controver- 
sia   del    matrimonio    de    la    reina   doña 


30  TOMAS 

Catalina,  y  pretensión  de  casar  Enrique 
con  Ana  y  desheredar  á  su  hija  María 
de  la  sucesión  del  Reino;  viendo  Tomas 
Moro  que  no  podía  conservar  ya,  como 
antes,  la  integridad  de  su  vida  por  el 
magistrado  que  tenía,  y  aborreciendo 
ser  ministro ,  ó  partícipe  en  la  maldad  de 
aquellos  consejos,  habiendo  no  sólo  pre- 
visto en  su  ánimo  la  tempestad  que 
amenazaba  á  Inglaterra,  pero  predicién- 
dola  particularmente  á  los  suyos  de  la 
misma  suerte  que  después  acaeció  (de 
que  se  puede  fácilmente  juzgar  ser  divi- 
nacion  en  alguna  manera  la  prudencia), 
acabados  casi  tres  años  de  su  ministerio, 
se  dispuso  á  hablar  al  Rey.  Y  excusán- 
dose con  la  vejez  y  el  trabajo  que  tenía 
en  confutar  los  herejes,  le  suplicó  con 
grandísima  humildad  permitiese  que,  con 
licencia  y  satisfacción  de  su  Majestad, 
pudiese  renunciar. el  magistrado.  Esto 
fué  en  el  mes  de  Mayo  de  1532.  Gonce- 


MORO  3  I 

diólo  el  Rey,  aunque  no  ignoraba  la 
causa  por  que  se  retiraba  Tomas  Moro; 
pero  quiso  servirse  en  aquella  ocasión  de 
otro  hombre  más  rendido  á  él  y  que  con 
más  facilidad  siguiese  sus  deseos.  El  cual 
fue  Tomas  Auleo,  hombre  de  mediana 
suerte  y  muy  pobre.  Deben  ser  los  ami- 
gos y  consejeros  de  los  Príncipes  (si  al- 
gunos tienen  con  ellos  este  lugar)  bus- 
cados y  escogidos  entre  todos,  para  que 
puedan  decilles  libremente  lo  que  con- 
viene, y  advertir  con  modestia  y  respeto 
de  las  cosas  que  mandan  mal.  ^las  casi  * 
ninguna  ó  pocas  veces  sucede  que  haya 
quien  ocupe  bien  aquel  puesto,  y  ose 
acudir  á  otra  cosa  que  á  la  voluntad, 
buena  ó  mala,  del  señor.  Había  servido 
el  rey  Enrique  á  la  Iglesia  Romana  con 
las  fuerzas  de  su  Reino  y  con  las  de  su 
ingenio,  escribiendo  en  defensa  della 
contra  Martin  Lutero,  y  mereciendo  ilus- 
trísimo   título   por   estas   cosas,   parecía 


32  TOMAS 

haber  alcanzado  los  términos  de  la  feli- 
cidad, si  quisiera  ó  supiera  contenerse 
en  los  límites  de  lo  justo  y  honesto.  Mas 
es  muy  difícil  la  conjetura  del  ánimo  del 
hombre,  y  engaña  muchas  veces  las  es- 
peranzas de  los  que  piensan  que  no  res- 
ponde diferentemente  al  crédito  que  tie- 
nen della.  Porque  no  reprimiendo  sus 
deseos  ilícitos,  y  no  estimándose  por  prín- 
cipe si  no  obligaba  todas  las  cosas  á  su 
gusto,  se  dejó  arrebatar  de  sus  apetitos 
tan  inconsideradamente,  que  dio  en 
todos  los  vicios  que  suele  seguir  la  li- 
cencia de  los  poderosos.  Mas  á  tanta 
costa  de  los  suyos,  que  se  puede  decir 
bien  que  pagaron  la  culpa  de  su  Rey. 
Pues  vemos  aquella  Isla,  nobilísima  entre 
todas  las  que  cerca  el  Océano,  padecer 
amargamente  todos  los  trabajos  y  daños 
que  suelen  nacer  de  la  mudanza  de  las 
costumbres  y  del  perdimiento  de  la  Re- 
ligión Católica.  Sin  duda  alguna  que  entre 


MORO  33 

los  errores  en  que  viene  á  encontrar  la 
flaqueza  humana,  son  los  más  peligrosos 
y  menos  remediables  los  que  nacen  de 
los  príncipes  y  poderosos  y  de  los  hom- 
bres sabios.  Porque  ninguno  dellos  su- 
fre que  haya  otro  que  le  pueda  acon- 
sejar y  él  venga  á  estar  necesitado  de  su 
industria.  Y  justamente  deben  pedir  los 
hombres  á  Dios  que  inspire  en  los  cora- 
zones destos  para  que  elijan  bien,  por- 
que no  admiten  enmienda  ni  conocen 
su  defecto.  Esforzaron  la  opinión  del 
Rey  los  ministros  y  consejeros,  y  los 
aduladores,  pestilencia  perpetua  de  las 
casas  Reales.  Estos,  como  pensaban  cre- 
cer y  valer  por  este  camino,  olvidando 
el  respeto  y  el  temor  debido  á  los  hom- 
bres y  á  Dios ,  le  aconsejaron  que  pusiese 
su  intento  en  ejecución,  y  con  razones 
coloradas  y  compuestas  á  su  gusto  lo 
incitaron  de  tal  suerte,  que  hicieron  des- 
peñar al  que  corría  sin  freno  en  segui- 

3  - 


34  TOMAS 

miento  de  su  voluntad.  Tanto  es  poderosa 
la  lisonja,  y  tanto  es  dañosa  en  los  hom- 
bres ,  que  trastornó  á  aquel  Príncipe  sabio 
y  de  grande  ánimo  tan  violentamente, 
que  dejándose  sobrar  de  sus  pasiones, 
cayó  en  tantos  defectos.  Pero  lo  que  es 
más  miserable  deste  vicio,  siendo  los 
que  lo  siguen  de  ánimo  vil  y  de  corrom- 
pidas costumbres,  y  llenos  de  ignorancia, 
y  dañosos  conocidamente  á  los  reinos  y 
á  los  reyes,  son  los  que  valen  y  tienen 
estimación  entre  ellos,  quedando  olvida- 
dos y  aborrecidos  los  hombres  de  sano 
consejo  y  de  valor  y  prudencia.  Porque 
casi  nunca  sufrió  cerca  de  sí  la  grandeza 
real  el  resplandor  de  la  virtud  ajena.  Y 
así  no  es  maravilla  que  tenga  esta  enfer- 
medad tanto  lugar  con  los  príncipes. 
Pero  es  cosa  cierta  que  nunca  amó  la 
lisonja  aquel  cuyo  ánimo  estuvo  lleno 
de  verdadero  valor,  y  conoció  y  dio  su 
entero  precio  á  las  cosas.  Porque  jamás 


MORO  3  5 

favoreció  á  los  lisonjeros  otro  que  el 
hombre  de  poca  virtud,  y  el  que  no  cons- 
tituyó su  felicidad  en  la  bondad  de  las 
obras,  sino  en  la  opinión  falsa.  Mas 
¿quién  que  tenga  algún  espíritu  de  varón 
dará  crédito  á  los  lisonjeros,  sino  el  que 
lisonjea  á  sí  mismo?  ¿Y  quién  podrá  ver- 
daderamente culpar  al  autor  de  la  lisonja, 
que  no  condene  con  mayor  exceso  al  que 
la  admite?  Pero  lo  que  en  esta  sazón  se 
me  ofrece  á  la  consideración,  como  una 
cosa  maravillosa  y  de  estimación  grandí- 
sima, es  la  buena  suerte  y  particular > 
merced  que  hace  Dios  al  Reino  que  es 
gobernado  de  Príncipe  que  procura  más 
ser,  que  parecer  bueno,  y  cuan  agrade- 
cidos deben  estar  los  hombres  en  cuya 
edad  reluce  con  la  Majestad  Real  la  vir- 
tud y  excelencia  de  costumbres ,  y  cuánto 
deben  suplicar  á  la  piedad  divina  por  su 
salud.  Como  al  contrario  puede  conocei 
por  castigo  de  sus  culpas,  y  por  última 


36  TOMAS 

infelicidad  el  reino,  que  tiene  adminis- 
trador vicioso  porque  ninguno  hay  que 
le  aconseje  cosa  extraña  de  su  gusto, 
antes  parece  que  se  conforman  todos  á 
sus  costumbres.  Y  seguramente  se  pueden 
llamar  desdichados  los  que  padecen  su- 
jeción en  poder  de  un  tirano  impío. 
Porque  no  hay  quien  espere  hallarse  libre, 
ni  cosa  tan  estimada  que  carezca  de 
recelo,  y  tanto  está  más  ofrecida  al  peli- 
gro, cuanto  tiene  más  precio  y  valor.  Y 
no  hay  tiranía  más  dura  y  aborrecible 
que  la  que  se  cubre  y  ajusta  con  nombre 
de  buen  gobierno  y  da  color  á  su  mal- 
dad con  pretexto  de  religión,  de  quien  se 
sirven  muchos  poderosos  según  les  cae 
á  cuento  para  sus  intenciones.  Como  ve- 
mos que  hizo  éste,  que  juzgaba  por 
ilícito  su  matrimonio ,  aunque  había  des- 
atado aquel  impedimento  la  dispensación 
del  Sumo  Pontífice,  siendo  sólo  su  pre- 
tensión repudiar  su  mujer  legítima,  para 


MORO  37 

casarse  con  quien  manchó  su  honra  y 
trajo  tantas  calamidades  á  aquel  reino. 
Mas  si  la  cortedad  de  nuestro  juicio  se 
pudiera  alzar  en  la  contemplación  de 
estas  cosas,  ¿qué  no  nos  admirara  ver 
perdida  casi  toda  aquella  Isla  por  la  culpa 
de  su  Príncipe?  ¿Y  qué  no  debiéramos 
agradecer  á  Dios  con  humillación  de  áni- 
mo por  la  misericordia  que  ha  usado  con 
los  reinos  que  conserva  en  la  religión 
por  medio  de  sus  reyes?  Pero  aunque  el 
incomprensible  abismo  de  la  sabiduría 
divina  nos  deslumbra  y  amedrenta,  para^ 
que  no  osemos  levantar  los  ojos  al  cono- 
cimiento destas  causas,  cosa  es  digna 
de  la  consideración  de  los  hombres  cuer- 
dos y  piadosos  el  castigo  que  padece 
Inglaterra  por  haber  temido  y  seguido 
más  los  decretos  de  Enrique  que  las 
leyes  del  cielo.  Y  no  es  maravilla  que 
sufran  estas  aflicciones  los  que  des- 
ampararon,   ó   con   miedo    ó   ambición 


38  TOMAS 

humana,  la  causa  de  Dios,  y  abrazaron 
impíamente  el  error.  Porque  no  son  obli- 
gados los  pueblos  á  la  infidelidad  ó  he- 
rejía de  sus  superiores.  Mas  en  estas 
cosas,  que  los  hombres  apartados  de- 
Uas  suelen  juzgar  con  libertad  y  osadía 
de  corazón,  sucede  muchas  veces  que  la 
cobardía,  ó  el  respeto  no  debido,  deshaga 
buenas  esperanzas ,  y  pueda  más  la  lison- 
ja que  la  verdad  y  justicia.  Porque  somos 
fáciles  á  lo  peor,  sin  que  para  ello  nos 
falte  guía  ó  compañero.  Aunque  se  ofrece 
sin  ellos ,  y  nos  halaga  y  atrae  con  la  fal- 
sedad de  sus  deleites.  Mas  los  que  des- 
precian y  olvidan  la  fe ,  ó  por  temor ,  ó 
imitación,  ó  por  licencia  de  vida,  no  se 
quejen  si  se  pensare  de  ellos  que  no  la 
tuvieron.  No  ofendo  á  los  que  viven  entre 
el  error  de  tantos  perdidos,  y  alzan  los 
ojos  al  cielo,  y  reconocen  á  Dios  la  gra- 
cia con  que  los  sustenta  fieles  y  firmes. 
Porque  sé  bien  que  hay  muchos  en  quien 


MORO  39 

no  pudo  hacer  mudanza  alguna  de  las 
persecuciones  que  tanto  han  afligido  y 
angustiado  á  Inglaterra.  Antes  los  estimo 
por  mayores  y  más  excelentes ,  y  conozco 
en  ellos  la  grandeza  y  misericordia  divi- 
na, pues  vemos  hombres  perseguidos  y 
desamparados,  desnudos  de  todo  favor 
y  de  toda  esperanza  humana,  que  contra 
las  fuerzas  y  la  ira  de  una  Reina  que 
procura  establecer  los  ritos  abominables 
de  su  herejía  y  derribar  la  religión  san- 
tísima, contra  los  engaños  y  tiranías  de 
los  privados  y  consejeros,  y  contra  loa 
tormentos  que  hallan  los  ministros  del 
error,  se  descubren  sin  temor  de  la 
muerte  con  generosidad  de  ánimo,  y 
muestran  cuánto  más  se  deben  respetar 
los  derechos  y  ordenación  de  la  Iglesia, 
que  los  antojos  y  desafueros  de  los  tira- 
nos. Ya  esta  mudanza  del  Rey  había  las- 
timado gravemente  á  los  buenos,  y  todos 
se  condolían  de  la  aflicción  que  perseguía 


40  TOMAS 

tan  injustamente  á  su  Reina.  Aunque 
casi  ninguno  osaba  contra  la  indignación 
de  Enrique,  y  así  podían  valer  y  esfor- 
zar su  causa  con  el  sentimiento ,  cosa  que 
dura  poco  y  es  de  menos  importancia. 
Porque  aunque  es  muy  estimado  el  nom- 
bre de  la  virtud,  y  todos  se  encienden 
en  amor  de  su  gloria  cuando  oyen  ó 
ven  algún  hecho  heroico,  y  precian  el 
valor  y  merecimiento  de  los  que  no  du- 
daron ofrecer  por  ella  su  vida  á  los  peli- 
gros y  á  los  tormentos,  y  á  la  misma 
muerte,  y  condenan  y  vituperan  á  los 
que  se  desviaron  della  y  desampararon 
temiendo  con  vileza  y  abatimiento  de 
ánimo  las  ocasiones  que  los  obligaban  á 
posponer  todos  los  deleites  y  honras  de 
la  vida;  y  todos  piensan  que,  si  se  ha- 
llaran ellos  en  aquellos  casos,  no  perdie- 
ran ocasión  para  honrar  su  vida  con  la 
gloria  de  la  inmortalidad,  por  ventura 
tienen  estos  pensamientos  más  deseo  y 


MORO  4 1 

demostración  de  alabanza  propia  que 
firmeza  de  ánimo.  Porque,  aunque  es 
amado  el  nombre  de  la  virtud,  es  muy 
recelado  el  trabajo  y  peligro,  y  no  se 
juntan  fácilmente  deseos  y  obras.  Cuando 
arriba  un  hombre  á  tanta  fineza  de  valor, 
que  osa  consagrar  su  vida  al  amor  de  la 
eternidad,  bien  se  debe  admirar  como 
ejemplo  rarísimo  de  virtud,  y  poner  en 
todos  un  ardor  y  deseo  de  imitar  aquellas 
hazañas  que  encienden  los  ánimos  gene- 
rosos. Mas  aunque  el  poder  del  Rey  era 
espantoso ,  y  la  deliberación  de  su  volun- 
tad arrebatada  y  el  peligro  certísimo,  no 
faltaron  en  aquella  turbación  y  confusión 
general ,  que  tanto  apretaba  los  corazones 
de  la  gente  justa,  algunos  varones  dignos 
de  soberana  alabanza  que,  aventurando 
todas  las  cosas  que  los  podían  retener, 
se  opusieron  santamente  á  aquel  decreto , 
y  entre  ellos  con  mas  excelencia  resplan- 
deció Tomas  Moro.  Que  aunque  no  lo 


42  TOMAS 

traía  tan  ofrecido  su  profesión  como  á 
los  otros,  su  virtud  y  vida,  ocupada  en 
obras  honestas,  lo  esforzaron  á  señalarse 
con  mayor  admiración  de  los  hombres. 
Porque  los  que  sentían  y  se  dolían  pia- 
dosamente desta  calamidad,  se  alegra- 
ban viendo  aquel  defensor  de  la  verdad 
y  justicia,  que  sin  temor  de  peligro  al- 
guno, con  el  acatamiento  y  templanza 
que  convenía  tener  un  vasallo  con  su  Rey, 
contrastaba  la  furia  y  aspereza  de  su  ti- 
ranía, y  los  perdidos  y  lisonjeros,  y  los 
consejeros  y  privados  se  espantaban  de 
su  valor  y  constancia ,  pareciéndoles  cosa 
mayor  que  la  que  pudieron  pensar  ha- 
ber quien  perdiese  el  temor  á  la  ira  del 
Rey,  y  sacrificase  tan  libre  y  osadamente 
su  vida  por  la  defensa  de  aquella  causa. 
Porque  él  y  Juan  Físquer,  obispo  de 
Roja ,  pidiendo  Enrique  su  parecer  en  la 
contienda  de  aquel  -  matrimonio ,  respon- 
dieron; que  solo  era  legítimo  matrimonio 


MORO  43 

el  de  la  reina  doña  Catalina,  y  que  no 
podía  casarse  con  otra  mujer.  Eran  estos 
dos  clarísimas  lumbres  de  toda  Inglate- 
rra, á  quien  estaban  vueltos  y  atentos 
los  ojos  y  entendimientos  de  todos ,  y  de 
la  resolución  dellos  pendía  mucha  parte 
de  la  opinión  de  los  hombres ;  y  como  no 
ignoraba  el  Rey  esto,  deseaba  y  procu- 
raba tanto  más  traellos  á  su  opinión,  y 
mucho  más  codiciaba  traer  á  Tomas 
Moro,  que  sabía  ser  más  agradable  á 
toda  la  nobleza  y  al  estado  popular,  con 
los  cuales  podía  mucho  su  autoridad  y 
la  bondad  de  su  vida.  Porque  conocían 
todos  que  en  el  discurso  de  muchos  años 
antes  no  había  nacido  en  Inglaterra  hom- 
bre de  semejante  profesión  que  se  le 
pudiese  igualar.  Hacían  mayor  y  más  se- 
gura esta  opinión  sus  letras  y  experien- 
cia de  cosas,  que  le  daban  mucho  crédito 
entre  todos.  Porque  se  había  ejercitado 
casi  cuarenta  años   en  la   república,   y 


44  TOMAS 

tenía  muchos  conocimientos  de  las  leyes 
y  costumbres  y  condiciones  de  aquellos 
hombres.  Y  como  en  el  tiempo  de  sus 
dignidades  y  honras,  aunque  tenía  mu- 
chos hijos  y  nietos,  que  eran  prendas 
para  obligar  á  otro  cualquiera  (si  es  ver- 
dad que  nace  la  codicia  desta  fuente 
en  algunos  ministros  de  los  Reyes),  no 
procuró  alcanzar  ni  acrecentar  hacienda, 
mejorando  su  patrimonio,  era  acepto  á 
todos  maravillosamente.  Porque  vían  su 
ánimo  no  vencido  de  aquella  enfermedad, 
cosa  que  aun  no  se  halla  en  los  grandes 
Príncipes,  y  la  deseamos  vanamente  en 
los  que  más  admiramos.  Allegábase  á 
esto  conocer  todos  el  grandísimo  cui- 
dado que  tuvo  siempre  de  amparar  la 
reUgión  y  justicia  en  la  república,  y  apar- 
tar de  Inglaterra  con  sus  escritos  y  auto- 
ridad, cuanto  le  fue  posible,  los  herejes 
que  entonces  habían  pasado  á  ella  de 
Alemania.    Los   cuales   intentaban    con 


MORO  45 

perpetua  solicitud  corrromper  á  aquel 
reino  con  la  pestilencia  de  sus  libros, 
contra  quien  él  se  había  declarado  siem- 
pre con  mayor  celo  y  más  cuidado  que 
todos  los  que  podían  mirar  y  guardar  el 
bien  público  por  la  ocupación  del  ma- 
gistrado. Por  esta  causa,  entre  otras  mu- 
chas, siendo  muy  amado  de  todos  los 
buenos  y  católicos,  era  aborrecido  de 
todos  los  malos  y  herejes.  Indignóse  gra- 
vísimamente  el  Rey  de  aquella  respuesta, 
como  quien  pretendía  establecer  en  su 
reino  la  impiedad  que  había  intentado,, 
de  atribuirse  el  nombre  y  autoridad  de 
suprema  cabeza  de  la  Iglesia  Anglica, 
después  de  Cristo  (error  que  abominan 
oir  las  orejas  cristianas),  y  para  ello  juz- 
gaba por  negocio  importantísimo ,  y  por 
ventura  por  la  mayor  fuerza  de  su  esti- 
mación, que  lo  aprobasen  varones  tan 
grandes.  Y  hallándose  engañado  de  su 
opinión,  ardió  en  ira,  y  como   andaba 


46  TOMAS 

apartado  del  camino,  y  no  acertaba,  de- 
terminó mostrar  contra  ellos  la  crueldad 
y  fiereza  de  su  ánimo.  No  le  faltaron  en 
este  caso  los  que  seguían  su  error,  porque 
suelen  estar  cerca  de  los  reyes  ministros 
y  consejeros  diestros,  para  movellos  á 
ira  con  ocasión  muy  liviana  contra  los 
vasallos  que  les  sirven  bien.  Y  así  los 
prendió,  con  mucha  tristeza  de  todos  los 
que  amaban  la  virtud  y  deseaban  el  re- 
medio de  la  perdición  presente.  Ninguno 
de  todos  los  animales  quitó  al  otro  el 
mejor  lugar,  ó  le  hizo  injuria  siendo  su 
inferior.  Pero  al  hombre  bueno  se  pre- 
fiere el  malo,  y  el  adulador  al  verdadero, 
y  usurpa  el  vicio  los  grados  de  la  virtud, 
por  miserable  suerte  desta  edad,  en 
quien  reinan  abundantemente  todas  las 
pasiones  del  ánimo.  Parecía  cosa  grave 
y  digna  de  universal  sentimiento  que 
aquellos  dos  varones  de  incomparable 
doctrina  y  santidad ,  y  que  eran  honra  y 


MORO  47 

gloria  de  aquella  Isla,  padeciesen  la  es- 
trecheza  de  la  cárcel,  y  las  molestias  y 
pesadumbres  que  trae  consigo  una  pri- 
sión prolija.  Porque  pensaban  todos  y 
creían  de  la  indignación  del  Rey  que  no 
había  sucedido  aquel  trabajo  para  breve 
tiempo,  ni  se  terminaría  aquel  senti- 
miento en  los  fines  de  la  prisión;  antes 
temían  mayores  excesos  de  la  terribili- 
dad del  uno  y  de  la  constancia  de  los 
otros.  Porque  Enrique  estaba  resuelto  en 
proseguir  su  error,  y  hacer  matrimonio 
legítimo  el  adulterio  de  Ana  Bolena,  y  es-* 
peraba,  ó  por  halagos  y  favores,  que 
suelen  ser  no  pocas  veces  ocasión  de  in- 
finitos males  á  los  hombres,  ó,  cuando  no 
pudiese  de  otra  suerte ,  por  todo  extremo 
de  fiereza  traellos  á  su  opinión.  Mas  los 
que  tenían  compuesto  su  ánimo  para 
sufrir  todos  los  trabajos  y  todos  los  tor- 
mentos que  sabe  hallar  la  furia  de  un 
Príncipe  indignado  y  lleno  de  crueldad, 


48  TOMAS 

y  se  oponían  advertidamente  á  todos  los 
accidentes  que  sucediesen,  no  desaper- 
cibidos, sino  prevenidos  y  sin  temor, 
pensaban  y  esperaban  perder  la  vida,  y 
no  el  premio  de  aquella  contienda  que 
se  les  ofrecía  en  los  ojos  y  presencia  de 
toda  la  Religión  cristiana  contra  la  fuerza 
de  un  Rey  embravecido  de  saña  y  có- 
lera, donde  se  prometían  segurísimamen- 
te  el  favor  de  los  buenos  y  una  inmortal 
alabanza.  Porque  en  aquel  teatro  de  la 
tragedia  que  se  esperaba,  estaba  sus- 
pensa la  mayor  parte  de  los  hombres, 
aguardando  el  último  suceso,  como  si 
pendiera  de  aquel  acaecimiento  la  reso- 
lución que  habían  de  tener  todos  en  este 
caso.  Y  los  que  no  osaban  declararse, 
querían  que  les  sirviese  de  ejemplo  y 
de  temor  el  fin  dellos.  Porque  muchos, 
que  conocían  la  perdición  del  Rey ,  y  el 
daño  que  debía  sobrevenir  por  ello  á 
aquel  Reino,  no  tenían  tanta  firmeza  y 


MORO  49 

seguridad,  que  aventurasen  por  la  verdad 
y  justicia  su  quietud  y  sosiego.  Y  temien- 
do ó  el  destierro,  ó  la  prisión  y  muerte, 
lloraban  en  sus  apartamientos  aquella 
calamidad  común,  y  alababan  la  entereza 
y  celo  de  aquellos  varones,  dignos  de 
rey  que  conociera  sin  pasión  y  pre- 
ciara sus  virtudes.  Preso  Tomas  Moro, 
despojado  de  su  dignidad  y  de  todos  sus 
bienes,  no  mostró  semblante  alguno  de 
tristeza  ó  dolor,  ni  se  turbó  con  la  ex- 
trañeza  de  aquel  accidente  gravísimo; 
antes  como  varón  de  admirable  constan- 
cia, y  que  tenía  confirmado  su  ánimo  y 
dispuesto  á  todas  las  persecuciones  y 
asaltos,  asegurado  con  la  conciencia  de 
su  buena  intención,  y  con  el  respeto  y 
modestia  que  había  tenido  siempre  en 
aquellas  cosas,  y  que  sabía  bien  que  su 
determinación  era  buena  y  honesta,  y 
que  debía  sustentalla  hasta  lo  último  con 
fortaleza,  de  tal  manera  pareció  grande 


5  o  TOMAS 

y  maravilloso,  que  excediendo  todas  sus 
obras,  venció  con  aquélla  la  opinión  que 
tenían  todos  de  su  valor  y  virtud.  Y  no 
sólo  no  mudó  el  consejo ,  pero  ni  se  arre- 
pintió del  ,  porque  no  lo  pudo  elegir 
mejor  en  aquel  tiempo  en  que  lo  escogió, 
y  no  pudo  proponerse  mejor  cosa  que 
la  que  se  propuso.  Y  entonces  no  le  pesó 
haberse  retirado  del  magistrado,  aunque 
pareció  á  los  más  hombres,  en  aquella 
sazón,  que  no  convenía  apartarse  de 
aquel  ministerio,  y  lo  culpaban  por  ha- 
berse excusado,  y  al  Rey  por  haber  ad- 
mitido su  excusa.  Pero  él,  que  miraba 
antes  su  juicio,  que  era  lo  que  debía  ha- 
cer, no  paraba  en  lo  que  habían  de  ala- 
bar ó  vituperar  los  otros.  Y  así,  contento 
de  haber  desamparado  aquel  lugar  y  dig- 
nidad ambiciosa,  mostró  la  grandeza  de 
su  prudencia,  si  con  esto  se  puede  decir 
lo  que  se  debe  á  su  alabanza.  Mas  porque 
suele  suceder   que  á  las   cosas   hechas 


MORO  5  I 

con  generosidad  y  excelencia  de  valor, 
ose  calumniar  la  envidia  de  hombres  per- 
didos, y  quiera  quitar  mucha  parte  de  su 
merecimiento,  entiendan  todos  los  que 
obligan  las  obras  ajenas  á  la  medida  de 
su  censura,  que  se  ha  de  juzgar  con  grande 
ánimo  de  las  cosas  grandes,  porque  de 
otra  suerte  parecerá  vicio  dellas  lo  que 
es  nuestro.  Y  si  parecen  increíbles,  y  que 
traspasan  la  naturaleza  humana,  por  ha- 
ber en  este  tiempo  muy  pocos  ó  casi 
ninguno  que  posponga  su  quietud  y  opi- 
nión, su  riqueza  y  autoridad,  su  vida  y 
honra  por  la  obligación  debida  á  Dios ,  y 
no  tema  incurrir  en  la  ira  de  un  rey  que 
quiera  deshacer  todos  los  fueros  y  leyes 
humanas  y  divinas ,  pudiendo  vivir  en  su 
gracia,  rico  y  lleno  de  prosperidad,  es 
porque  medimos  de  nuestra  flaqueza  la 
majestad  de  la  naturaleza  misma,  y  damos 
nombre  de  virtud  á  nuestros  vicios,  y 
nos  aprovechamos  demasiadamente  del 


52  TOMAS 

mal  uso  que  tenemos  en  las  cosas.  Mas 
Tomas  Moro,  que  no  pensaba  comprar 
la  vida  con  tan  grande  precio,  lleno  de 
confianza  y  seguridad  se  disponía  antes 
al  martirio,  y  no  ocupaba  su  ánimo  en 
otra  consideración.  Y  en  tanto  que  espe- 
raba esto,  ó  la  enmienda  del  Rey,  que 
tanto  deseaba,  como  era  de  ingenio  fes- 
tivo y  agradable,  valiéndose  de  él  en 
aquella  ocasión  tan  necesitada,  entrete- 
nía y  alegraba  á  sí,  y  á  los  que  lo  vían, 
con  gran  suavidad  y  cortesía.  Y  juzgando 
aquella  cárcel  (que  era  la  Torre  de  Lon- 
dres, prisión  de  los  señores  y  caballeros, 
y  hombres  puestos  en  dignidad  y  oficios, 
que  caían  en  culpa  contra  la  Majestad 
Real)  por  menos  áspera  que  la  que  da- 
ban otros  Príncipes,  refería  á  Dios  la 
merced  de  aquel  beneficio,  acordándo- 
sele las  cadenas  de  los  santos  y  mártires, 
á  quien  procuraba  imitar  en  la  muerte 
como  en  la  causa.  Y  encendido  así  en  su 


MORO  53 

amor,  aguardaba  su  llamamiento  con 
grandísimo  deseo  y  humildad  de  cora- 
zón. Y  bien  creo  yo,  y  conmigo  quien 
siente  bien  de  las  cosas  ,  que  había 
hecho  asiento  la  virtud  en  el  ánimo  deste 
varón  con  tanta  firmeza,  que  ninguna 
turbación  de  afectos  y  ninguna  violencia 
de  tempestades  pudiera  arrancalla,  y  que 
despreciaba  todas  las  amenazas,  todas 
las  aflicciones  y  todos  los  tormentos  que 
le  podían  nacer  de  la  ira  de  su  Rey;  de 
tal  suerte  estaba  defendido  y  amparado. 
Pero  cierto  que  no  me  parece  más  di- 
choso y  bienaventurado  el  que  está  libi^e 
de  las  mudanzas  y  trabajos,  que  el  que 
sufre  sin  rendirse  la  fuerza  de  las  adver- 
sidades. Porque  no  es  cosa  maravillosa 
estar  seguro  en  la  tranquilidad,  mas  sí 
es  levantarse  alguno  donde  todos  están 
opresos,  y  afirmarse  donde  caen  todos. 
Esta  confianza  traía  muy  confuso  al  rey 
Enrique,  que  le  liabía  enviado  vanamente 


54  TOMAS 

muchos  de  sus  privados  y  de  los  princi- 
pales de  la  corte,  para  movello  á  su  opi- 
nión, incierto  de  ánimo  si  le  saldría  me- 
jor dejar  liberalmente  con  la  vida  tan 
ilustre  enemigo  de  su  adulterio,  ó  pade- 
cer tan  grande  nota  de  infamia  matando 
con  fiereza  de  corazón  tan  clara  y  res- 
plandeciente lumbre  del  orbe  cristiano; 
porque  muchas  vecps,  aun  los  hombres 
declaradamente  malos  sirven  á  la  opi- 
nión ,  y  temen  la  voz  de  la  fama ,  á  quien 
se  inclinan  también  y  rinden  no  pocas 
veces  los  buenos  por  ostentación  de  vir- 
tud. Al  cabo  destas  y  otras  tan  incier- 
tas y  engañadas  opiniones,  tomó  por 
más  acertada  y  segura  resolución  quitar 
la  vida  al  Obispo  de  Rofa  (á  quien,  es- 
tando preso,  Paulo  III,  Sumo  Pontífice 
de  la  Iglesia  Romana,  había  honrado 
con  el  capelo,  que  fué  causa  de  apresu- 
rar su  muerte),  cuya  constancia  descon- 
fiaba  poder   quebrantar,   tentando  con 


MORO  5  5 

aquella  crueldad  si  podía  ser  que  hi- 
ciese mudanza  Tomas  Moro.  A  los  22 
días,  pues,  del  mes  de  Junio,  en  el  año 
de  1535  de  la  reparación  humana,  Juan 
Físquer,  á  quien  el  rey  Enrique  VII  ha- 
bía dado  el  obispado  de  Rofa,  varón  de 
religión  singular  y  de  rarísima  vida,  que 
más  docto  ó  más  santo  que  él  casi  nunca 
produció  Inglaterra,  y  por  ventura  no 
tuvo  por  luengo  discurso  de  años  todo 
el  término  de  la  cristiandad  prelado  más 
santo,  más  docto,  ó  mas  celoso  y  vigi- 
lante, en  edad  envejecida  y  casi  decré- 
pita, y  gastada  de  la  estrecheza,  inco- 
modidad y  aspereza  de  la  cárcel,  aunque 
él  había  afligido  siempre  y  adelgazado  su 
salud  con  ayunos  y  vigilias  y  estudios,  y 
con  trabajos  y  lágrimas,  por  no  confesar 
el  Primado  que  se  usurpaba  Enrique  de 
la  Iglesia  Anglica,  salió  últimamente  á 
ganar  con  el  precio  de  su  sangre  la  gloria 
eterna  que  promete  Cristo  á  los  que  lo 


56  TOMAS 

siguen  verdaderamente.  El  cual,  después 
de  haber  suplicado  á  Dios  con  semblante 
ajeno  de  turbación  por  el  Rey,  por  el 
Reino  y  por  sí  con  oración  más  ardiente 
que  prolija,  dio  el  cuello  al  cuchillo,  con 
inmenso  dolor  de  todos  aquellos  que 
amaban  la  religión  y  piedad,  y  de  los 
que  conocían  por  experiencia  la  virtud 
del  espíritu  divino  que  obraba  maravillo- 
samente en  las  palabras  y  en  los  hechos 
de  aquel  varón  santísimo.  Fué  puesta  su 
cabeza  sobre  una  asta  en  la  puente  de 
Londres;  y  pareciendo,  cuanto  más  es- 
taba allí  clavada,  no  sólo  no  fea  y  con  el 
horror  que  suele  poner  la  vista  de  los 
muertos,  pero  más  floreciente  y  venera- 
ble y  semejante  á  viva,  porque  el  pueblo 
no  acrecentase  el  rumor,  y  abrazasen  al- 
gunos aquella  ocasión  para  hacer  movi- 
mientos, fué  quitada  de  aquel  lugar.  Por- 
que nunca  pierde  el  temor  el  injusto ,  y 
á  ninguno  asegura  la  conciencia;  que  no 


MORO  5  7 

hay  cosa  más  eficaz  que  ella ,  ni  tormento 
que  descubra  mejor  el  maleficio,  ni  ver- 
dugo alguno  que  castigue  más  cruel- 
mente. En  el  mismo  día  que  se  cometió 
aquel  sacrilegio,  y  se  dio  licencia  á  la 
impiedad  para  mostrar  á  cuánto  se  ex- 
tiende la  fuerza  de  su  malicia ,  supo  To- 
mas Moro  (lo  que  había  defendido  seve- 
ramente el  Rey)  aquel  sacrificio  hecho  á 
Dios,  y  recelando  que  por  ventura  podía 
no  merecer  la  corona  del  martirio,  como 
otros  muchos  varones  santos  que  cuando 
florecía  más  la  caridad  en  los  corazones" 
de  los  hombres  lo  procuraban  ardentí- 
simamente,  disponiéndose  á  todos  los 
peligros  por  donde  se  podía  ofrecer,  y 
no  fué  voluntad  del  cielo  que  lo  consi- 
guiesen, dijo,  vuelto  á  Dios,  con  ánimo 
humillado:  «Confieso,  Señor  mío,  que  soy 
indigno  de  tanta  gloria;  no  soy  yo  justo 
y  santo,  como  vuestro  Obispo,  que  lo 
escogistes  en  todo  este  reino  para  vos, 


58  TOMAS 

según  vuestro  corazón.  Pero  si  se  puede 
hacer,  dadme,  Señor,  parte  de  vuestro 
cáliz»;  y  llorando  tiernamente,  aun  no 
podía  disimular  con  el  semblante,  que 
tenía  muy  alegre,  el  dolor  que  sentía. 
Esto  fué  causa  para  que  pensasen  los 
que  servían  á  la  maldad  y  se  olvidaban 
de  las  leyes  y  establecimientos  divinos, 
por  obedecer  á  la  violencia  de  su  Rey, 
que,  puesto  en  aquel  trance,  con  el  ejem- 
plo de  aquella  muerte  se  vencía  del  peli- 
gro presente,  y  temía  la  última  calami- 
dad, y  que  así  podía  ser  atraído  á  mudar 
parecer  y  rendirse  á  la  voluntad  del  Rey, 
no  conociendo,  los  miserables,  cuánto 
más  aborrece  el  bueno  la  culpa,  que  la 
pena.  Por  esto  vinieron  á  él  muchos  hom- 
bres principales,  pensando  acrecentar 
fuerzas  á  la  ocasión  con  su  autoridad,  y 
ganar  aquella  victoria  que  tanto  deseaba 
Enrique;  pero  no  aprovechando  sus  rue- 
gos ni  su  amistad ,  ni  la  sombra  de  algún 


MORO  59 

temor,  se  entregó  últimamente  esta  em- 
presa tan  difícil  á  su  mujer  Luisa,  para 
que ,  enterneciendo  su  pecho  con  lágri- 
mas, acabase  con  él  que  no  desampa- 
rase á  ella,  á  sus  hijos,  á  su  patria  y  á 
su  vida.  ZVlas  aunque  fué  este  asalto  ma- 
yor y  mucho  más  peligroso  que  los  pa- 
sados, pareció  al  fin  y  fué  de  tan  poca 
fuerza ,  que  derribó  lo  que  restaba  de  es- 
peranza al  Rey  para  rendillo.  Y  así,  des- 
confiando todos  vencer  ó  desasosegar 
su  constancia,  quisieron  que  sintiese  que 
en  la  prisión  es  lo  menos  el  encerramien-' 
to.  Por  esta  causa  le  quitaron  los  libros,  y 
estorbaron  escribirse  con  alguno,  pare- 
ciéndoles  que  con  esta  aspereza  y  estre- 
chamiento que  usaban  con  él,  vengaban 
en  parte  y  quebrantaban  ía  firmeza  de  su 
corazón.  ¡Como  si  por  ventura  pudiera 
mover  á  un  varón  constante  y  sin  temor, 
y  amparado  y  favorecido  de  Dios,  oca- 
sión tan  liviana,  después  de  tantos  trab^k- 


6o  '  TOMAS 

jos  y  aflicciones!  Mas  es  ciego  el  error,  y 
flacas  las  fuerzas  de  la  tiranía,  y  sola- 
mente son  poderosas  contra  los  ánimos 
viles,  que  estiman  la  opinión  humana, 
aunque  falsa,  y  no  se  acuerdan  de  la  obli- 
gación en  que  nacieron,  y  como  si  fuera 
orden  del  cielo,  siguen  el  desafuero  y 
error,  y  dejan  menospreciada  la  justicia 
y  verdad.  Pero  Dios ,  que  conoce  los  co- 
razones, y  ninguna  cosa  se  le  encubre, 
aun  en  la  tierra  les  da  el  premio  de  su 
impiedad  por  la  misma  mano  de  aquel 
á  quien  sirvieron.  Y  es  cosa  admirable  y 
digna  de  consideración,  para  que  los 
hombres  estén  más  retenidos,  y  no  se 
despeñen  contra  la  voluntad  divina  en 
servicios  del  que  los  gobierna  tiranamen- 
te, que  casi  siempre  padecen  estos  mi- 
nistros de  la  maldad,  y  son  castigados 
por  aquel  á  quien  dieron  la  obediencia 
en  lo  que  no  se  le  debía.  Y  así,  perdiendo 
á  Dios  por  su  Rey,  pierden  también  en 


MORO  6 1 

esta  vida  la  gracia  de  su  Rey,  y  en  la 
otra  la  misericordia  de  Dios.  Cuando  vio 
Tomas  Moro  la  estrecheza  en  que  lo  po- 
nían, despreciando  todas  las  cosas,  se 
retiró  consigo,  ocupado  todo  en  Cristo  y 
en  la  contemplación  del  martirio  que  es- 
peraba, y,  ardiendo  en  deseo  de  aquella 
gloria,  consideraba  el  valor  y  grandeza 
de  aquella  hazaña ,  y  cuan  pequeño  era  el 
precio  que  aventuraba,  y  suplicaba  á 
Dios  con  humildad  que  confirmase  su 
ánimo,  para  que  ninguna  violencia  de 
tiranía  pudiese  causar  en  él  alguna  mu-' 
danza  con  que  perdiese  el  merecimiento 
de  aquella  honra  soberana.  Porque  nunca 
esperó  de  sí  ni  confió  el  varón  justo, 
antes  reconoció  siempre  todo  el  buen 
suceso  de  sus  obras  por  beneficio  de  la 
grandeza  divina.  Habiendo,  pues,  ya  pa- 
decido casi  catorce  meses  de  prisión,  en 
el  primero  día  de  Julio  lo  llevaron  del  cas- 
tillo al   tribunal  donde   en  otro  tiempo 


62  TOMAS 

era  tan  obedecido,  y  fué  preguntado 
qué  sentía  de  la  ley  pública.  Era  esta  ley 
(si  debe  darse  tal  nombre  á  tan  horrenda 
impiedad)  hecha  después  de  su  deten- 
ción, y  en  ella  habían  quitado  toda  la 
potestad  al  Pontífice,  y  concedido  al  Rey 
la  suma  gobernación  de  la  Iglesia.  Res- 
pondió que  no  sabía  que  hubiese  tal 
ley.  «Pues  nosotros,  dijeron  el  Canciller 
Auleo  y  el  Duque  de  Norfolcia,  que  eran 
los  principales  de  aquel  ayuntamiento, 
afirmamos  que  la  hay,  y  que  está  com- 
probada con  el  parecer  de  todos.  Por  eso 
decid  lo  que  sentís  della. — Si  me  tuvié- 
rades,  dijo,  por  ciudadano,  creyera  á  vos- 
otros, que  dais  testimonio  de  vuestra 
ley;  mas  habéisme  apartado  de  vuestra 
repúbUca,  y  tratado  no  sólo  como  á  ex- 
traño, pero  encerrado  en  cárcel  como  si 
fuera  enemigo.  Siendo  yo  muerto  á  esta 
repúbUca,  ¿para  qué  ahora,  como  parte 
della,    me    preguntáis  lo   que  siento  de 


MORO  63 

vuestras  leyes?  ^  Á  esto  replicó  enojado  el 
Canciller:  «Ya  veo,  pues  calláis,  que  con- 
tradecís á  la  ley. — Esto  será  de  provecho 
á  ella  y  á  vosotros,  respondió  Tomas 
Moro;  si  callo,  porque  quien  calla  parece 
que  consiente? — Luego,  volvió  Auleo, 
obedecéis  á  la  ley?— ¿Cómo,  dijo  él,  podía 
yo  hacer  eso?  Porque  ninguno  obedece 
lo  que  ignora.»  Dio  esta  respuesta  como 
quien  no  negaba  la  obligación  que  tenía 
á  la  fe,  y  no  se  ofrecía  temerariamente 
al  peligro  de  la  muerte.  Por  esto,  y  por 
haber  escrito,  estando  preso,  al  Obispo- 
de  Rofa,  y  animado  á  tener  constancia 
contra  este  decreto  de  la  Corte ,  los  doce 
que  juzgan  de  casos  de  muerte  lo  con- 
denaron á  ella.  Entonces  él,  más  cierto 
y  seguro  de  su  martirio,  dijo  libremente: 
« Yo  he  sido  siempre  católico  por  gracia 
de  Dios,  y  nunca  he  olvidado  la  obedien- 
cia debida  al  Pontífice ;  y  en  siete  años  de 
estudio  particular  en  esta  materia,  no  he 


64  TOMAS 

hallado  algún  doctor,  que  sea  recebido  y 
aprobado  del  consenso  de  la  Iglesia,  que 
conceda  jamás  á  príncipe  profano  el  se- 
ñorío espiritual,  porque  solamente  toca 
esta  suprema  potestad,  que  vosotros  le 
quitáis,  al  Sumo  Pontífice  Romano,  cuya 
es  de  derecho  divino ,  y  así  lo  tengo ,  y 
protesto  morir  en  ello.»  Ninguna  cosa  pu- 
dieron oir  aquellos  hombres  que  más 
les'  ofendiese  y  confundiese  juntamente: 
tanta  fuerza  tiene  la  verdad  en  la  boca 
del  bueno,  y  tanto  avergüenza  el  sonido 
della  á  los  malos.  Pero  los  que  se  quie- 
ren perder  no  dan  lugar  á  la  razón,  y 
cobran  seguridad  y  atrevimiento  de  sus 
maldades.  Y  así  dijeron  todos  que  era 
traidor;  y  el  Duque  de  Norfolcia  con  ma- 
yor indignación:  «Bien  claramente  descu- 
brís vuestro  mal  ánimo  contra  la  Majes- 
tad Real. »  Al  cual  respondió  con  mucha 
moderación  y  sufrimiento:  «No  descubro 
mal  ánimo,  mas  declaro  mi  fe  y  la  ver- 


MORO  65 

dad  con  tanta  sinceridad  con  la  Majestad 
de  mi  Rey,  que  nunca  he  deseado  ni 
deseo  que  Dios  Todopoderoso  me  valga 
y  sea  más  favorable  que  lo  que  he  sido 
siempre  leal  y  de  buen  corazón  con  mi 
Rey. — ¿Queréis  por  ventura,  dijo  el  Canci- 
ller, que  entendamos  que  sois  mejor  y 
más  sabio  que  todos  los  Obispos  juntos, 
que  toda  la  nobleza,  que  todo  el  Parla- 
mento entero,  y  finalmente  que  todo  el 
reino,  cuan  grande  es? — Por  un  Obispo 
que  tenéis  de  vuestra  opinión,  replicó 
Tomas  Moro,  tengo  ciento,  muchos  de  ' 
los  cuales  están  por  su  merecimiento  en 
el  número  de  los  Santos,  y  á  vuestra  no- 
bleza opongo  más  noble  y  esclarecido 
ayuntamiento  de  Mártires  y  Confesores, 
y  contra  un  vuestro  Parlamento  (Dios 
sabe  bien  cuál  haya  sido)  están  por  mí 
todos  los  Concilios  generales  celebrados 
de  más  de  mil  años  á  esta  parte ,  y  para 
este  vuestro  pequeño  Reino  siguen  mi 


66  TOMAS 

parecer  Francia,  España,  Italia  y  los  de- 
mas   grandísimos   imperios  de   la  Cris- 
tiandad.» Con  estas  últimas  palabras  que- 
daron más  confusos,  y  conocieron  más 
abiertamente  que  la  seguridad  y  cons- 
tancia de  Tomas  Moro  no  podía  ser  que- 
brantada con  accidente  alguno,  y  les  pa- 
reció  no    convenir   á    su   negocio    que 
hablase  más  delante  el  pueblo,  y  confir- 
mada la  sentencia  de  muerte ,  lo  manda- 
ron volver  á  la  Torre.  Donde  gastó  aquel 
poco  espacio  que  le  restaba  de  vida  en 
oración  y  contemplación  de  las  cosas  di- 
vinas, hasta  el  sexto  día  de  Julio  del 
mismo  año  1535,  que  llevado  á  padecer 
por  la  verdad  con  el  mayor  concurso  de 
gente  que  jamás  había  visto  antes  Lon- 
dres ,  fue  espectáculo  de  la  mayor  consi- 
deración y  maravilla  que   nunca  vio  ni 
esperó  Inglaterra.  Porque  contemplaban 
todos  los  hombres  en  aquella  extrañeza 
y  crueldad,  unos  el  ñn  afrentoso,  otros 


MORO  6"] 

la  gloria  y  alabanza  que  se  le  seguía  del. 
Parecía  á  los  que  tenían  puesto  su  amor 
y  su  esperanza  en  las  cosas  de  la  tierra, 
que  había  sido  desdichado  aquel  varón 
clarísimo,  así  por  sus  letras  y  virtud, 
como  por  la  grandeza  del  magistrado  y 
privanza  de  su  Rey,  en  no  acabar  la  vida 
en  medio  de  su  felicidad,  y  que  había 
sido  guardado  solamente  para  denuesto 
y  afrenta  de  la  virtud,  que  padecía  con 
él  juntamente.  Pero  los  que  tenían  el 
ánimo  más  generoso  y,  despreciando  la 
vanidad  y  soberbia  de  las  cosas  huma-' 
ñas ,  se  levantaban  en  el  amor  del  cielo, 
aunque  éstos  suelen  ser  pocos,  y  no  es- 
timados de  los  muchos,  juzgaban  aquella 
muerte  por  más  dichosa  y  bienaventu- 
rada que  la  que  viene  á  los  príncipes  y 
hombres  bien  afortunados  de  la  tierra ,  y 
lo  que  los  demás  aborrecían  por  vituperio 
y  menosprecio,  amaban  ellos  y  deseaban 
por  honra  y  gloria.  Conocíase ,  por  otra 


68  TOMAS 

parte,  en  los  ojos  y  semblante  del  Rey  y 
de  sus  ministros,  y  de  los  privados  y  li- 
sonjeros, el  contentamiento  y  alegría, 
viendo  quitado  aquel  impedimento  que 
les  hacía  tanto  estorbo,  y  que  ya  estaban 
libres  y  seguros  de  toda  contradicción 
con  la  muerte  de  Tomas  Moro.  Porque 
creían  que  se  habían  cortado  con  su  ca- 
beza todas  las  dificultades  que  embara- 
zaban sus  pretensiones.  Mas  no  por  eso 
dejaba  de  mostrar  su  conciencia  la  con- 
fusión de  sus  ánimos,  pues  por  satisfacer 
á  un  apetito  deshonesto,  se  vía  aquel 
Rey  apartado  de  la  religión  verdadera, 
que  tuvieron  y  honraron  sus  mayores,  y 
los  que  le  sirvieron  en  ministerio  tan  im- 
pío se  atormentaban  secretamente,  por 
haber  seguido  y  alentado  aquella  opinión 
y  no  haber  osado  imitar  al  que  habían 
ellos  mismos  condenado  y  muerto.  Y  en 
todo  estado  y  condición  de  gentes  cau- 
saba   grandísima    admiración    ver    que 


MORO  69 

Tomas  Aloro,  hecho  único  ejemplo  de  la 
crueldad  y  tiram'a  de  un  rey  injusto, 
moría  alegre  y  lleno  de  confianza  y  se- 
guridad, siendo  cosa  tan  difícil  encami- 
nar el  ánimo  al  menosprecio  de  la  vida. 
Porque  ninguno  sufre  la  muerte  con  ver- 
dadero valor,  sino  el  que  sea  compuesto 
para  ella  en  mucho  espacio  de  tiempo. 
Vían,  también,  que  aquella  muerte  había 
de  traer  á  su  Rey  vergüenza  y  confusión, 
y  entendían  que  moría  con  Tomas  Aloro 
toda  Inglaterra.  Porque  no  esperaban 
que  se  hallase  otro  de  tanta  autoridad, 
de  tanta  opinión  y  valor  y  virtud,  que 
volviese  con  tanta  entereza  por  aquella 
causa.  Y  así,  todos,  ó  los  más,  culpaban 
y  aborrecían  aquella  impiedad  y  fiereza 
y  singular  ingratitud  del  Rey,  que  no  sólo 
sufrió  afligir  y  gastarse  en  la  escuridad 
y  torpeza  de  la  cárcel  á  aquel  varón  entero, 
justo,  y  santísimo,  con  quien  tuvo  trato  y 
amistad  más  estrecha  que  con  otro  algu- 


/O  TOMAS 

no,  y  de  quien  fió  el  gobierno  y  la  justicia 
y  conservación  de.sus  vasallos,  y  de  quien 
sabía  que  había  trabajado  tanto  por  la 
gloria  del  y  por  la  utilidad  de  su  Reino, 
pero  olvidando  todos  los  respetos  de  la 
humanidad  y  de  la  razón,  lo  condenó 
á  muerte,  y  consintió  que  cortase  el 
hierro  aquella  cabeza  tan  estimada  del 
como  de  todos  los  hombres.  Conocían  en 
este  hecho  cuan  peligroso  es  para  los 
que  siguen  la  virtud  el  trato  con  los  prín- 
cipes y  poderosos,  que  olvidan  como  in- 
gratos y  desconocidos  todos  los  servi- 
cios y  merecimientos  de  sus  vasallos  y 
criados ,  y  todas  las  obligaciones  que  les 
tienen,  cuando  se  atraviesa  alguna  cosa 
de  su  gusto,  sin  atender  si  es  derecho 
seguir  en  los  casos  injustos  la  violencia 
de  sus  desatinos.  Pero  confesaban  y  ala- 
baban la  buena  suerte  de  Tomas  Moro, 
pues  quiso  antes  perder  la  vida  que 
aprobar  alguna  cosa  contra  su  concien- 


MORO  71 

cia,  y  tuvo  en  más  la  justicia  y  piedad 
que  el  temor  del  Rey  y  que  el  amor  de 
la  vida  propia,  de  la  cual  pudo  quitalle 
Enrique  el  uso  y  ministerio,  mas  no  de 
la  verdadera  y  que  nunca  perece.  Parecía 
á  muchos  hombres  sabios  y  amigos  suyos 
que  deseaban  su  vida,  que  no  fue  acer- 
tado oponerse  á  la  tempestad  que  sobre- 
vino, porque  es  violenta  la  ira  de  los 
reyes,  y  si  les  resisten  sin  sazón,  causan 
daños  de  mayor  efecto;  que  el  tiempo 
cura  muchos  casos  que  no  se  pueden 
enmendar  con  fuerza  alguna,  y  que  son 
instables  las  cosas  humanas,  y  siempre 
varían  como  ondas ;  mas  cuando  acaece 
alguna  mudanza  maravillosa,  peligran 
muchos  que  no  se  rinden  y  no  dan  lu- 
gar á  la  tormenta.  Que  los  que  sirven  á 
los  reyes  deben  disimular  y  sobrellevar 
algunas  cosas,  para  que  si  no  pudieren 
conseguir  lo  que  juzgan  por  mejor,  pue- 
dan al  menos  m.oderar  en  alguna  parte 


72  TOMAS 

SUS  afectos.  Estos  consejos  humanos  son 
provechosos  en  otros  casos,  y  no  es  hom- 
bre de  buen  seso  el  que  desprecia  el 
respeto  y  obediencia  que  debe  á  su  Rey. 

Y  ninguno  que  repugnase  á  su  imperio, 
se  pudo  alabar  derechamente.  Pero  donde 
se  pone  en  aventura  la  verdad  y  la  reli- 
gión, no  sé  por  cuál  razón  deban  ser 
admitidos.  Apártese  de  los  ánimos  cris- 
tianos opinión  tan  peligrosa  y  llena  de 
tantos  inconvinientes.  No  puede  en  ellos 
lisonja,  ó  temor,  para  seguir  voluntades 
de  hombres  apasionados  y  sujetos  á  sus 
vicios,  contra  las  leyes  del  cielo.  Porque 
no  fué  ni  podrá  ser  poderosa  la  tiranía 
para  establecer  en  la  tierra  su  impiedad. 

Y  si  es  gloriosa  muerte  la  que  se  recibe 
en  servicio  de  los  reyes  y  en  defensa  de 
la  patria,  ¿cuánto  será  más  gloriosa  y  más 
bienaventurada  la  que  padece  el  hom- 
bre por  no  asentir  á  cosa  ajena  y  con- 
traria de  la  religión.!*  Quien  se  halla  ofre- 


MORO  73 

cido  en  ocasión  semejante,  y  no  satisface 
á  la  obligación  en  que  nació,  y  por  fla- 
queza de  corazón ,  ó  cualquiera  otro  res- 
peto humano,  no  se  muestra  firme,  se- 
guro y  sin  temor,  deja  tan  desobligada 
la  fe,  que  se  puede  decir  que  no  la  tuvo, 
ó  no  quiso  tenella.  Mas  atendamos  y  juz- 
guemos si  por  la  flojedad  y  tibieza  de  los 
Prelados ,  y  por  la  cobardía  y  lisonja  de 
los  grandes  y  de  toda  la  nobleza,  ganó 
ó  mejoró  algo  Inglaterra,  y  si  por  el  sa- 
crilegio y  abominación  del  Rey  se  halló 
más  grande  y  más  gloriosa,  y  si  perdió 
alguna  claridad  y  excelencia  por  la  ente- 
reza y  constancia  de  Tomas  Moro.  No 
entiendo  yo  que  habrá  alguno  tan  polí- 
tico (por  no  decillo  más  ásperamente) 
que  no  conozca  la  miseria  y  abatimiento 
de  aquel  Reino,  y  que  no  confiese,  si  da 
algún  lugar  á  la  vergüenza  y  respeta  el 
juicio  de  los  hombres,  que  nunca  estuvo 
más  perdido  y  revuelto  entre  sí,  y  más 


74  TOMAS 

ofrecido  á  toda  suerte  de  peligros,  y  que 
no  alcanzó  el  rey  Enrique  fruto  de  su 
maldad,  pues  padeció  las  injurias  y  afren- 
tas hechas  tantas  veces  á  su  honra ;  y  no 
siendo  poderoso  para  vencer  la  firmeza 
de  un  vasallo,  habiendo  vencido  tan  fá- 
cilmente todo  su  Reino,  dejó  al  cabo  de 
su  vida  una  miserable  memoria  de  su 
apostasía.  Consideremos,  también,  que 
no  resultando  de  este  acaecimiento  pro- 
vecho, grandeza  y  feHcidad  á  Inglaterra, 
sino  daño,  menoscabo  y  desdicha,  con- 
siguió Tomas  Moro  el  premio  de  su  vir- 
tud, y  en  aquel  estrago  y  perdición  ge- 
neral del  Reino,  gozó  el  merecimiento 
de  sus  obras,  y  descubrió  claramente  que 
ninguna  demasía  y  ninguna  insolencia 
de  la  malicia  puede  derribar  la  virtud, 
aunque  encerrada  en  hombre  de  muy 
pocas  fuerzas.  Creamos,  pues,  como  es 
justo  en  estas  cosas,  que  si  resplande- 
ciera en  los  corazones  de  los  Príncipes 


MORO  75 

ingleses,  y  de  la  gente  señalada,  la  cari- 
dad y  el  celo  ardiente  de  la  religión, 
que  no  dudaran  oponerse  con  respeto  y 
lealtad  al  error  de  Enrique ,  y  estorbaran 
los  daños  que  sucedieron.  Mas  ellos  lle- 
varon el  precio  de  su  trabajo,  y  dejaron 
todo  el  lugar  libre  y  desembarazado  á 
quien  no  temió  perder  la  gracia  de  su 
Rey ,  y  osó  ofrecer  por  Dios  su  vida  en 
sacrificio.  Concedo  que  no  es  de  todos 
esta  hazaña ,  pero  los  que  debían  abrazar 
esta  causa,  y  aventurarse  en  ocasiones 
tan  necesitadas ,  no  se  desculpan  con  res- 
petos y  temores  y  obligaciones  huma- 
nas. Juzgarán  aquí  algunos  ser  cosa  con- 
viniente  quejarse  que  alcance  la  virtud 
tan  mal  premio,  y  que  goce  sus  prove- 
chos quien  la  conoce  menos.  ¿  Quién  ha- 
brá por  ventura  que  se  aliente  y  tenga 
esperanza,  vdendo  que  se  emplean  en  los 
buenos  los  trabajos ,  y  las  persecuciones, 
y  la  mayor  fuerza  de  males.^  Querella  es 


76  TOMAS 

ésta  ciertamente  de  hombres  no  bien 
aficionados  y  rendidos  á  la  virtud ,  y  que 
tienen  ocupado  su  ánimo  en  estas  cosas 
vanas.  Mire  el  hombre  y  considere  con 
atención  lo  que  sufrieron;  y  si  padecie- 
ron con  fortaleza  y  generosidad  por  la 
justicia,  desee  y  procure  sus  ánimos,  por- 
que son  merecedores  de  gloria.  Y  que 
su  virtud  agrade  á  todos,  y  los  obligue  á 
su  imitación.  Alabemos  al  que  debe  ser 
alabado,  y  conozcamos  y  digamos  que 
es  mayor  y  más  dichoso  por  haberse 
librado  de  las  miserias  y  desastres  huma- 
nos, y  que  habiendo  hallado  con  liviana 
costa  de  tiempo  cómo  se  hiciese  inmor- 
tal, goza  en  seguridad  la  bienaventuranza 
con  Cristo.  Y  sea  ejemplo  á  los  que  tie- 
nen por  uso  admirar  las  cosas  ilícitas,  y 
entiendan  que  puede  haber  y  se  hallan 
varones  grandes  y  dignos  de  toda  ala- 
banza en  el  imperio  de  malos  príncipes. 


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