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"^^^foMAS MORO
DE
FERNANDO DE HERRERA
NUEVA EDICIÓN DE 100 EJEMPLARES
HECHA POR EL ESCMO. SR.
D. MANUEL PÉREZ DE GUZMÁN
Y BOZA,
MARQUÉS DE JEREZ DE LOS CABALLEROS,
DIPUTADO Á CORTES, ETC.
MADRID
EST. TIP. «SUCESORES DE RIVADENEYRA »
Impresore» de la Real Casa
PASEO DE SAN VICENTE, NÚM. 20
1893
/ ' i/ lip.
h^
TOMAS MORO
DE
FERNANDO DE HERRERA
AL ILUSTRISBIO SEÑOR
DON RODRIGO DE CASTRO
CAKDEXAL V ARZOBISPO DE SEVILLA
(?)
CON PRIVILEGIO
IMPRESO EX SEVILLA
POR ALONSO DE LA BARRERA
1592
(Portada de la primera edición.)
MADRID, 1895.— Est. tip. «Sucesores de Rivadeneyra».
EL REY.
I30R cuanto por parte de vos, Hernando
de Herrera, nos fué hecha relación
que habíades compuesto un Ubro intitu-
lado El Disaírso de la vida de Tomas
Moro, y nos pedistes y suplicastes os
mandásemos dar Ucencia para le imprimir
y previlegio para le poder vender por el
tiempo que fuésemos servido, ó como la
nuestra merced fuese; lo cual visto por
los del nuestro Consejo, y como por su
mandado se hicieron en el dicho libro
las diligencias que la pregmática por nos
nuevamente hecha sobre la impresión de
los libros dispone, fué acordado que
debíamos mandar dar esta nuestra cédula
para vos en la dicha razón, y nos tuvímos-
lo por bien; por la cual por vos hacer bien
y merced vos damos licencia y facultad
para que por tiempo de diez años pri-
meros siguientes que corran y se cuen-
ten desde el día de la data desta nues-
tra cédula, podáis imprimir y vender el
dicho libro que de suso se hace minción,
por el original que en el nuestro Consejo
se vio, que va rubricado y firmado al fin
del de Gonzalo de la Vega, nuestro escri-
bano de Cámara, de los que en el nuestro
Consejo residen, con que antes que se
venda, lo traigáis antellos, juntamente
con el original , para que se vea si la dicha
impresión está conforme á él, ó traigáis
fe en pública forma como por el co-
rrector nombrado por nuestro mandado
se vio y corregió la dicha impresión por
el original; y mandamos al impresor que
ansí imprimiere el dicho Hbro no imprima
el principio y primer pliego del, ni en-
tregue más de un solo libro con el origi-
nal al autor y persona á cuya costa lo
imprimiere, ni á otra alguna, para efecto
de la dicha corrección y tasa, hasta que
antes y primero el dicho libro esté corre-
gido, y tasado por los del nuestro Con-
5
sejo;y estando hecho y no de otra manera
pueda imprimir el dicho principio y pri-
mer pliego, en el cual seguidamente se
ponga esta nuestra cédula y previlegio, y
la aprobación, tasa y erratas , so pena de
caer é incurrir en las penas contenidas
en la dicha pregmática y leyes de nues-
tros Reinos; y mandamos que durante
el dicho tiempo persona alguna, sin
vuestra Ucencia, no lo pueda imprimir ni
vender, so pena que el que lo imprimiere
ó vendiere haya perdido y pierda todos
y cualesquier libros, moldes y aparejos
que del tuviere, y más incurra en pena
de cincuenta mil maravedís por cada vez
que lo contrario hiciere; la cual dicha
pena sea la tercia parte para el denun-
ciador , y la otra tercia parte para la
nuestra Cámara, y la otra tercia para el
juez que lo sentenciare; y mandamos á
los del nuestro Consejo, Presidente y
Oidores de las nuestras Audiencias, al-
caldes, alguaciles de la nuestra Casa
Corte y chancillerías,y á todos los corre-
gidores, asistente, gobernadores, alcaldes
mayores y ordinarios, y otros jueces y
justicias cualesquier de todas las ciu-
dades, villas y lugares de los nuestros
Reinos y señoríos, ansí á los que ahora
son como á los que serán de aquí ade-
lante, que vos guarden y cumplan esta
nuestra cédula y merced que ansí vos
hacemos, y contra el tenor y forma della,
ni de lo en ella contenido, no vayan ni
pasen, ni consientan ir ni pasar en manera
alguna, so pena de la nuestra merced y
de diez mil maravedís para la nuesta
Cámara. Dada en Madrid á cinco días del
mes de Marzo de mili y quinientos y no-
venta y dos años.
YO EL REY.
Por mandado del Rey Nuestro Señor,
Juan Vázquez.
POR comisión de los señores del Con-
sejo Real de Castilla, he leído este
Discurso que hizo Fernando de Herrera
en la vida y muerte de Tomas IMoro, y
juzgo que podrá imprimirse, porque tiene
provechosa doctrina, la cual es conforme
á la verdadera historia que el autor es-
cribe Y esta censura doy firmada en el
Colegio de la Compañía de Jesús de Ma-
drid, á los cuatro días de Enero de 1 592.
Pedro Fernandez.
AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR
DON RODRIGO DE CASTRO,
CARDENAL Y ARZOBISPO DE SEVILLA.
Ilustrísimo señor:
1A afición que he tenido siempre á
-/ la virtud y excelencia de Tomas
Moro, me puso primero en la obligación
de escrehir esta pequeña muestra de sus
alabanzas, y después en cuidado de hon-
ralla con el amparo y favor de V. S. Ilus-
trísima para dalle la estimación que no
puede alcanzar por la flaqueza de su poco
valor. Suplico, pues, con el acatamiento
que debo á tanta grandeza, que valga la
memoria y el agradecimiento de aquel
varón incomparable para que V. S. Ilus-
trísima la reciba con la generosidad de
su ánimo, no desdeñando la cortedad de
mi humilde servicio.
Ilustrísimo señor:
Beso las manos á V. S. Ilustrísima
su menor servidor,
Fernando de Herrera.
TOMAS MORO
DE
FERNANDO DE HERRERA
Á
DON PEDRO FERNANDEZ
DE CASTRO
CONDE DE LEMOS, DE ANDRADE Y VILLA LBA, MARGUES
DE SARRIA, GENTILHOMBRE
DE LA CÁMARA DE SU MAJESTAD, PRESIDENTE
DEL CONSEJO SUPREMO DE ITALIA,
COMENDADOR DE LA ZARZA, DE LA ORDEN
DE ALCÁNTARA, ETC.
CON LICENCIA
EN MADRID
POR LUIS SÁNCHEZ
ANO M.DC.XVII
( Portada de la seg-onda edición.)
OBRAN vida en el amparo de
vuestra Excelencia dos varones
insignes que persuadieron con
elocuencia y virtud su imitación y su
alabanza. Á mi promesa satisface este
pedazo de su historia, dado á la impre-
sión otra vez, el mejor de los buenos,
bonísimo entre los mejores de nuestra
lengua. Todo lo califique vuestra Exce-
lencia como tan grande ministro, y como
tan sabio, ejemplo de la prudencia, inte-
gridad y santo celo de Tomas Moro , ad-
miración de la elegancia, cultura y estilo
grave de Fernando de Herrera.
Don Alonso Ramírez de Prado.
LICENXTA.
\7-o Hernando de Vallejo, escribano de Cá-
mara del Rey nuestro señor, certifico y doy
fe: que por los señores del Consejo se dio licen-
cia á Luis Sánchez, impresor de libros, para que
por una vez pudiese imprimir un libro intitulado
Vida de Tomas Moro, el cual va rubricado las
planas de mi rúbrica, y al fin del firmado de mi
nombre, con que después de impreso se traiga
ante los dichos señores, para que se tase el pre-
cio á que cada libro se hubiere de vender, y no
se pueda vender sin la dicha tasa. Y para que de
ello conste, di el presente en Madrid, á quince
días del mes de Marzo de mil y seiscientos y
diez y siete años.
Hernando de Vallejo.
Esi¿ tasado por k>s señores del Consejo á cuatro
manned'is el pliego. En Madrid á 15 días del mes
de Mayo de 1617 años.
Este libro, intitulado Tomas Moro concuerda
con su original. En Madrid, á 12 días del mes
de Marzo de 16 17 años.
El Licencl^do Murcia de la Llana.
TOMAS MORO
LE
FERNANDO DE HERRERA
CUANDO me pongo en consideración de
las cosas pasadas, y revuelvo en la
memoria los hechos de aquellos hombres
que se dispusieron á todos los peligros
por no hacer ofensa á la virtud, y esco-,
gieron antes la honra y alabanza de la
muerte que el abatimiento y vituperio
de la vida, no puedo dejar de admirarme
de la excelencia y singular valor de su
ánimo, y estimar maravillosamente sus
obras; pero no sé por ventura si por
mayores que las humanas. Porque pa-
rece que floreció la virtud en aquella
edad, y creció en toda la grandeza y
1 6 TOMAS
fuerza que se pudo esperar, y los áni-
mos de los hombres estaban llenos de
vigor y deseaban mostrar su fortaleza
en los casos difíciles. Y como los que se
hallaban en la sazón más entera y robus-
ta del mundo, y tenían casi frescas y re-
cientes las hazañas, los trabajos y las
predicaciones de los discípulos de Jesu-
cristo, reparador de la salud humana
y verdadero Dios y Señor nuestro, y
vían presentes los gloriosos hechos de los
mártires, las penitencias y estrecheza de
aquellos que se ocupaban en contempla-
ción de las cosas divinas, imitando gene-
rosamente sus obras, procuraban, si ya
no podían aventajárseles , descubrirse no
inferiores, ó á lo menos no muy desviados
dellos. Mas como sean flacas las fuer-
zas de los hombres, y la naturaleza hu-
mana se canse siempre , siguiendo en esto
su condición como en las otras cosas,
de tal suerte ha ido desfalleciendo el amor
MORO 17
y estimación de la virtud, que ninguna
cosa hay más despreciada y ninguna
más aborrecida. Y así no es más admi-
rable en aquéllos la inclinación que te-
nían todos al bien, que miserable en
éstos la perdición y error de la vida. Y
tanto es más lastimosa y dina de lágri-
mas, cuanto es seguida más codiciosa-
mente de los que podían enmendar y
remediar estos daños, metiendo la mano
en lo profundo de sus raíces, y arran-
cííndolas , sin dejar crecer la muche-
dumbre de maldades que nos cercan y '
van, por miserable calamidad destos tiem-
pos, siguiendo perpetuamente nuestra
compañía. Por esto juzgo por mayor
hecho que de hombres tan entregados
a! vicio levantarse alguno de ánimo ge-
neroso, entre la confusión y ceguedad de
tanta gente perdida, y rompiendo todas
las dificultades, llegar al merecimiento de
la verdadera gloria. Y tanto pienso será
1 8 TOMAS
mayor, cuanto está más en la vejez del
mundo y la naturaleza olvidada de pro-
ducir hombres aborrecedores de las cos-
tumbres deste tiempo, y que justa y
libremente osen sacrificar su vida por la
honra de Dios y por el amor de la virtud.
Si alguno ha merecido en la miseria de
nuestra edad la estimación desta hazaña,
ciertamente grandísima y casi singular,
entre los pocos que nos ha querido dar el
cielo para vergüenza y menosprecio de
nosotros, que vivimos tan descuidados
de satisfacer á la obligación que tenemos
á la verdad y justicia, es Tomas Moro
uno dalos varones más excelentes que ha
criado la religión cristiana, y clarísimo
ejemplo de fe y bondad para todos los
hombres constituidos en dignidad y en
oficios y grandeza de magistrados. Y
pues no es negocio nuevo dejar á la
memoria de la edad siguiente los hechos
y costumbres de les hombres señalados,
MORO 19
aunque no se estime tan bien el valor y
merecimiento de la virtud en los tiempos
en que se halla difícilmente, dése lugar
á este pequeño trabajo, debido á la honra
deste varón, y si careciere de alabanza
por la rudeza y falta de mi entendimiento,
no sea indigno de excusa por la afición de
mi ánimo y por la piedad á que nos
obliga su nombre. Nació Tomas Moro
en Londres , nobilísima ciudad de Ingla-
terra que, puesta en luengo á la ribera
del Tamisa, se extiende tanto, que pa-
rece no tener fin, y por lo ancho se en-'
sangosta y recoge estrechamente. Su pa-
dre fué Juan Moro, hombre de linaje
más honrado que noble. Pero el grande
concurso de dotes corporales y bienes
del alma que resplandecieron en su hijo,
hicieron clarísimo al uno y al otro, y
dieron verdadera nobleza á su familia.
Estaba en igual comparación la modestia
y suavidad de sus costumbres con la in-
20 TOMAS
tegridad y mesura de su vida, y la festi-
vidad y gracia de su ingenio no se de-
jaba vencer de la policía y elegancia de
sus letras y erudición; con que alcanzó
entre los hombres doctos de su edad
opinión grandísima, y así era amado y
reverenciado de los suyos, y admirado
con veneración de los extranjeros. Tra-
dució dichosamente algunos diálogos,
escogidos por el argumento entre los que
escribió Luciano. Y se ejercitó con la
misma felicidad en epigramas agudos y
graciosos, ó fuesen traídos de aquellos
antiguos poetas griegos, ó hallados por
él. En los cuales guardó la templanza
que deben los hombres graves y modes-
tos, no derramándose á las lascivias y des-
honestidades de los poetas latinos que
cerca de su tiempo florecieron en Italia.
Porque no le permitía su modestia y en-
cogimiento escribir lo que podía causar
vergüenza aun á los hombres perdidos.
MORO 2 I
sabiendo que no sólo debe carecer el
bueno del crimen, pero de la sospecha
del también. Ni quiso ofender con as-
pereza y demasía de palabras injuriosas
la vida y costumbres de algunos; antes
juntó con la mansedumbre de su ánimo
la facilidad y cortesía, para no ser mo-
lesto y enojoso. Y si en alguna parte
mostró fuerza de ingenio agudo y vehe-
mente, fue cuando respondió á los des-
atinos y desvergüenzas de Martin Lutero,
que con atrevimiento desfrenado replicó
sin respeto á la defensa de los Sacra-
mentos que había escrito el rey Enrique
Octavo. Donde osó con la insolencia y li-
bertad herética vituperar sin algún modo
de templanza no sólo las cosas que tra-
taba, mas ofender también la Majestad
y nombre Real. Á quien respondió To-
mas Moro con tanta fuerza , que lo hizo
enmudecer, y de tal suerte burló y des-
barató las vanas razones y opinión de
22 TOMAS
aquel hombre, que le pudo quitar el atre-
vimiento para encontrarse con él. Mas
¿quién de los que sabían no había de acu-
dir á la causa de la religión, contra un
cruel y ambicioso enemigo della, que
tenía empañados los ojos de muchos con
el velo de su engaño? ¿Y quién podía
callar en aquella opresión de la virtud?
Porque en sazón semejante no tienen
lugar los respetos humanos , ni entra en
I)arte alguna consideración. Pues quien
se desvía de tal empresa , y no se ofrece
á ella, pudiendo valer á la causa púbHca,
no se debe contar por verdadero siervo
de la Religión Católica. Y así merecieron
mucha culpa los hombres sabios que
miraron en ociosidad el peligro que ame-
nazaba aquella fiera á la Iglesia Romana.
De la humanidad y regalo de las letras
salió Tomas Moro á las causas forenses,
en las cuales resplandeció con tanta
igualdad de juicio y tanta prudencia, que
MORO
el rey Enrique, que entonces favorecía
las Ictríis y era grande amigo de los
hombres doctos, por sólo merecimiento
y estimación de su virtud lo puso cr
cargos honrosos. Y íinalmentc, cono-
ciendo por luenga experiencia su entereza
y valor, y cuan importante era para la
administración de la suprema potestad,
con maduro consejo lo escogió >• colocó
en el mayor grado de dignidad que hay
en Inglaterra, haciéndolo Chanciller ¿el
Reino, que en la gobernación de la re-
pública y grandeza y autoridad es el
mayor magistrado, y sólo inferior al Rey.
En el cual se ocupó tan santa y sincera-
mente, que por universal confesión se le
daba grandísima alabanza de fe, justicia
y prudencia. Porque, no sufriendo que
pudiese más el favor que la verdad , y el
poder que la inocencia de los pobres y
desamparados, ayudaba siempre á la
causa mejor (cosa difícil y maravillosa
24 TOMAS
en nuestro tiempo), sembrando en los
ánimos de todos una segura opinión de
su virtud y bondad. Parecía que entraba
por él en Inglaterra la felicidad que pro-
metían los antiguos á los reinos cuyos
príncipes y gobernadores amaban las le-
tras y seguían la ciencia que enseña á
los hombres y modera sus afectos. Y
aunque suelen estragar el ánimo al hom-
bre humilde y templado las honras gran-
des, y lo levantan y ensoberbecen, mu-
dando las costumbres, como si no le
tocara aquella estimación y alabanza que
le daban todos, medía la grandeza del
estado presente con la llaneza del pasado.
Y en aquel ánimo no sobrado por dones,
ó ambición y lisonjas, se vía una singu-
lar igualdad, y así no era fastidioso ni
pesadamente severo en su trato; antes de
tal manera templaba la severidad de
aquel magistrado con la blandura y fa-
cilidad de su condición, que no era me-
MORO 2 5
nos amado que temido. Porque conside-
raba cuerdamente que aquella dinidad
soberana, como no podía ser ofendida
ni despreciada, sino venerada y obede-
cida, así convenía que se mostrase fácil
y agradable á todos, pero guardando el
grado que requería su gravedad. Y por
ventura pensaba también que no debía
atribuirse las honras debidas á su oficio
como si se debieran á su persona, cono-
ciendo que nacía del abuso dellas el
odio y la indignación que tienen los
hombres por la mayor parte á los que
no son propios y naturales señores. Y no
es verdadero aquel respeto, sino temor
de su insolencia y tiranía. Y es cosa ás-
pera que quiera merecer el ministro
violentamente por sí lo que tiene sólo
del ministerio que representa. Y pocas
veces sucede que estos ánimos ambicio-
sos y terribles ocupen bien el grado que
tienen y sirvan á su menester. Porque
26 TOMAS
aquella enfermedad interna que pade-
cen , no les deja lugar libre para aprove-
char la causa ajena, que está necesitada
de favor y es menos poderosa, Y aun-
que no parece inhábil para el cuidado y
molestia del gobierno el hombre ambi-
cioso, no todas veces desocupa su ánimo
para acudir libre y derechamente á los
negocios de los otros hombres. Mas
cuando aviene que por señalado favor
del cielo acierta el Príncipe á escoger
algún hombre de tanta grandeza y con-
fianza de ánimo , que no lo desvanezca y
deslumbre la alteza y resplandor de aque-
lla dinidad, antes atienda al provecho y
conservación de todos sin acudir á si
solo; entonces se puede llamar dichosa y
bienaventurada aquella región; como des-
dichada y miserable la que tuvo en
suerte jueces y gobernadores tiranos y
enemigos de sus pueblos. Había hasta
este tiempo corrido Tomas Moro el curso
MORO 2/
de su vida prósperamente, y, lleno de
honra y autoridad, parecía que ninguna
cosa le sucedía contraria. Mas por una
fuerza oculta de causas superiores se co-
menzó á turbar esta buena suerte, y ame-
nazó á él y al reino una grandísima ruina.
Pero nunca él se mostró más excelso, y
de ánimo más generoso y sin temor, que
en aquella tempestad; porque no sólo no
lo quebrantó, pero ni aun lo movió la
furia de aquella violencia espantosa. An-
tes lleno de vigor, y encendido en aquel
amor hermosísimo de la virtud, se opuso á '
ella con tanta grandeza de corazón y con
tanta firmeza y seguridad de conciencia,
por la obligación en que se hallaba á la
Religión Católica , que contrastando á la
fuerza y tiranía de aquel endurecido y
obstinado Rey, alcanzó entre los hombres
que juzgan bien de las cosas nombre de
fortísimo y santísimo, y que más parecía
nacido en la edad donde tuvo mas lugar
28 TOMAS
la virtud , que en la suya qne tan entre-
gada estaba al vicio. Y bien se podía de-
cir que donde callaban todos los demás,
ó por lisonjear á su Príncipe, ó vencidos
de miedo, sólo él mostró el ánimo y la voz
libre, sin espantarse del peligro que tenía
casi á todos tan acobardados, y que él
era entre tantos uno de los que no do-
blaron la rodilla á Baal. Mas porque, para
entendimiento destas cosas, es necesa-
rio referir otras , diré solamente las que
no se pueden excusar , tomando dellas
lo que singularmente toca á Tomas ]\Ioro.
Porque así como no es mi intento escri-
bir toda su vida, así no me parece acer-
tado traer prolijamente todas aquellas
cosas que fueron maravillosas, y como
tales han sido tratadas de hombres doc-
tos. Era casado el rey Enrique con doña
Catalina de Castilla, hija de aquellos glo-
riosos reyes, y nunca dignamente alaba-
dos, don Fernando y doña Isabel. La
MORO 29
cual, si miramos á la piedad y religión,
si á las costumbres y vida, si á la claridad
y excelencia del linaje, aventajado sin
alguna comparación al de todos los Prín-
cipes cristianos, era la más esclarecida
Reina de su tiempo, y merecedora de
mejor fortuna en la suerte que le ocupó.
Mas el Rey, que fué un portento de na-
turaleza, en quien mostró la inconstancia
de las cosas humanas y lo poco que so
debe fiar de los buenos principios cuando
se dejan vencer los hombres de sus ape-
titos, queriendo hacer cierta aquella sen-
tencia , que los excelentes ingenios suelen
producir grandes virtudes y vicios junta-
mente, puso los ojos en Ana Bolena, y
procuró obligarse con ella en casamiento.
Las causas que mostraba tener para
repudiar su mujer legítima, por ser co-
munes á todos, y escritas de muchos,
no las refiero. Pero en aquella controver-
sia del matrimonio de la reina doña
30 TOMAS
Catalina, y pretensión de casar Enrique
con Ana y desheredar á su hija María
de la sucesión del Reino; viendo Tomas
Moro que no podía conservar ya, como
antes, la integridad de su vida por el
magistrado que tenía, y aborreciendo
ser ministro , ó partícipe en la maldad de
aquellos consejos, habiendo no sólo pre-
visto en su ánimo la tempestad que
amenazaba á Inglaterra, pero predicién-
dola particularmente á los suyos de la
misma suerte que después acaeció (de
que se puede fácilmente juzgar ser divi-
nacion en alguna manera la prudencia),
acabados casi tres años de su ministerio,
se dispuso á hablar al Rey. Y excusán-
dose con la vejez y el trabajo que tenía
en confutar los herejes, le suplicó con
grandísima humildad permitiese que, con
licencia y satisfacción de su Majestad,
pudiese renunciar. el magistrado. Esto
fué en el mes de Mayo de 1532. Gonce-
MORO 3 I
diólo el Rey, aunque no ignoraba la
causa por que se retiraba Tomas Moro;
pero quiso servirse en aquella ocasión de
otro hombre más rendido á él y que con
más facilidad siguiese sus deseos. El cual
fue Tomas Auleo, hombre de mediana
suerte y muy pobre. Deben ser los ami-
gos y consejeros de los Príncipes (si al-
gunos tienen con ellos este lugar) bus-
cados y escogidos entre todos, para que
puedan decilles libremente lo que con-
viene, y advertir con modestia y respeto
de las cosas que mandan mal. ^las casi *
ninguna ó pocas veces sucede que haya
quien ocupe bien aquel puesto, y ose
acudir á otra cosa que á la voluntad,
buena ó mala, del señor. Había servido
el rey Enrique á la Iglesia Romana con
las fuerzas de su Reino y con las de su
ingenio, escribiendo en defensa della
contra Martin Lutero, y mereciendo ilus-
trísimo título por estas cosas, parecía
32 TOMAS
haber alcanzado los términos de la feli-
cidad, si quisiera ó supiera contenerse
en los límites de lo justo y honesto. Mas
es muy difícil la conjetura del ánimo del
hombre, y engaña muchas veces las es-
peranzas de los que piensan que no res-
ponde diferentemente al crédito que tie-
nen della. Porque no reprimiendo sus
deseos ilícitos, y no estimándose por prín-
cipe si no obligaba todas las cosas á su
gusto, se dejó arrebatar de sus apetitos
tan inconsideradamente, que dio en
todos los vicios que suele seguir la li-
cencia de los poderosos. Mas á tanta
costa de los suyos, que se puede decir
bien que pagaron la culpa de su Rey.
Pues vemos aquella Isla, nobilísima entre
todas las que cerca el Océano, padecer
amargamente todos los trabajos y daños
que suelen nacer de la mudanza de las
costumbres y del perdimiento de la Re-
ligión Católica. Sin duda alguna que entre
MORO 33
los errores en que viene á encontrar la
flaqueza humana, son los más peligrosos
y menos remediables los que nacen de
los príncipes y poderosos y de los hom-
bres sabios. Porque ninguno dellos su-
fre que haya otro que le pueda acon-
sejar y él venga á estar necesitado de su
industria. Y justamente deben pedir los
hombres á Dios que inspire en los cora-
zones destos para que elijan bien, por-
que no admiten enmienda ni conocen
su defecto. Esforzaron la opinión del
Rey los ministros y consejeros, y los
aduladores, pestilencia perpetua de las
casas Reales. Estos, como pensaban cre-
cer y valer por este camino, olvidando
el respeto y el temor debido á los hom-
bres y á Dios , le aconsejaron que pusiese
su intento en ejecución, y con razones
coloradas y compuestas á su gusto lo
incitaron de tal suerte, que hicieron des-
peñar al que corría sin freno en segui-
3 -
34 TOMAS
miento de su voluntad. Tanto es poderosa
la lisonja, y tanto es dañosa en los hom-
bres , que trastornó á aquel Príncipe sabio
y de grande ánimo tan violentamente,
que dejándose sobrar de sus pasiones,
cayó en tantos defectos. Pero lo que es
más miserable deste vicio, siendo los
que lo siguen de ánimo vil y de corrom-
pidas costumbres, y llenos de ignorancia,
y dañosos conocidamente á los reinos y
á los reyes, son los que valen y tienen
estimación entre ellos, quedando olvida-
dos y aborrecidos los hombres de sano
consejo y de valor y prudencia. Porque
casi nunca sufrió cerca de sí la grandeza
real el resplandor de la virtud ajena. Y
así no es maravilla que tenga esta enfer-
medad tanto lugar con los príncipes.
Pero es cosa cierta que nunca amó la
lisonja aquel cuyo ánimo estuvo lleno
de verdadero valor, y conoció y dio su
entero precio á las cosas. Porque jamás
MORO 3 5
favoreció á los lisonjeros otro que el
hombre de poca virtud, y el que no cons-
tituyó su felicidad en la bondad de las
obras, sino en la opinión falsa. Mas
¿quién que tenga algún espíritu de varón
dará crédito á los lisonjeros, sino el que
lisonjea á sí mismo? ¿Y quién podrá ver-
daderamente culpar al autor de la lisonja,
que no condene con mayor exceso al que
la admite? Pero lo que en esta sazón se
me ofrece á la consideración, como una
cosa maravillosa y de estimación grandí-
sima, es la buena suerte y particular >
merced que hace Dios al Reino que es
gobernado de Príncipe que procura más
ser, que parecer bueno, y cuan agrade-
cidos deben estar los hombres en cuya
edad reluce con la Majestad Real la vir-
tud y excelencia de costumbres , y cuánto
deben suplicar á la piedad divina por su
salud. Como al contrario puede conocei
por castigo de sus culpas, y por última
36 TOMAS
infelicidad el reino, que tiene adminis-
trador vicioso porque ninguno hay que
le aconseje cosa extraña de su gusto,
antes parece que se conforman todos á
sus costumbres. Y seguramente se pueden
llamar desdichados los que padecen su-
jeción en poder de un tirano impío.
Porque no hay quien espere hallarse libre,
ni cosa tan estimada que carezca de
recelo, y tanto está más ofrecida al peli-
gro, cuanto tiene más precio y valor. Y
no hay tiranía más dura y aborrecible
que la que se cubre y ajusta con nombre
de buen gobierno y da color á su mal-
dad con pretexto de religión, de quien se
sirven muchos poderosos según les cae
á cuento para sus intenciones. Como ve-
mos que hizo éste, que juzgaba por
ilícito su matrimonio , aunque había des-
atado aquel impedimento la dispensación
del Sumo Pontífice, siendo sólo su pre-
tensión repudiar su mujer legítima, para
MORO 37
casarse con quien manchó su honra y
trajo tantas calamidades á aquel reino.
Mas si la cortedad de nuestro juicio se
pudiera alzar en la contemplación de
estas cosas, ¿qué no nos admirara ver
perdida casi toda aquella Isla por la culpa
de su Príncipe? ¿Y qué no debiéramos
agradecer á Dios con humillación de áni-
mo por la misericordia que ha usado con
los reinos que conserva en la religión
por medio de sus reyes? Pero aunque el
incomprensible abismo de la sabiduría
divina nos deslumbra y amedrenta, para^
que no osemos levantar los ojos al cono-
cimiento destas causas, cosa es digna
de la consideración de los hombres cuer-
dos y piadosos el castigo que padece
Inglaterra por haber temido y seguido
más los decretos de Enrique que las
leyes del cielo. Y no es maravilla que
sufran estas aflicciones los que des-
ampararon, ó con miedo ó ambición
38 TOMAS
humana, la causa de Dios, y abrazaron
impíamente el error. Porque no son obli-
gados los pueblos á la infidelidad ó he-
rejía de sus superiores. Mas en estas
cosas, que los hombres apartados de-
Uas suelen juzgar con libertad y osadía
de corazón, sucede muchas veces que la
cobardía, ó el respeto no debido, deshaga
buenas esperanzas , y pueda más la lison-
ja que la verdad y justicia. Porque somos
fáciles á lo peor, sin que para ello nos
falte guía ó compañero. Aunque se ofrece
sin ellos , y nos halaga y atrae con la fal-
sedad de sus deleites. Mas los que des-
precian y olvidan la fe , ó por temor , ó
imitación, ó por licencia de vida, no se
quejen si se pensare de ellos que no la
tuvieron. No ofendo á los que viven entre
el error de tantos perdidos, y alzan los
ojos al cielo, y reconocen á Dios la gra-
cia con que los sustenta fieles y firmes.
Porque sé bien que hay muchos en quien
MORO 39
no pudo hacer mudanza alguna de las
persecuciones que tanto han afligido y
angustiado á Inglaterra. Antes los estimo
por mayores y más excelentes , y conozco
en ellos la grandeza y misericordia divi-
na, pues vemos hombres perseguidos y
desamparados, desnudos de todo favor
y de toda esperanza humana, que contra
las fuerzas y la ira de una Reina que
procura establecer los ritos abominables
de su herejía y derribar la religión san-
tísima, contra los engaños y tiranías de
los privados y consejeros, y contra loa
tormentos que hallan los ministros del
error, se descubren sin temor de la
muerte con generosidad de ánimo, y
muestran cuánto más se deben respetar
los derechos y ordenación de la Iglesia,
que los antojos y desafueros de los tira-
nos. Ya esta mudanza del Rey había las-
timado gravemente á los buenos, y todos
se condolían de la aflicción que perseguía
40 TOMAS
tan injustamente á su Reina. Aunque
casi ninguno osaba contra la indignación
de Enrique, y así podían valer y esfor-
zar su causa con el sentimiento , cosa que
dura poco y es de menos importancia.
Porque aunque es muy estimado el nom-
bre de la virtud, y todos se encienden
en amor de su gloria cuando oyen ó
ven algún hecho heroico, y precian el
valor y merecimiento de los que no du-
daron ofrecer por ella su vida á los peli-
gros y á los tormentos, y á la misma
muerte, y condenan y vituperan á los
que se desviaron della y desampararon
temiendo con vileza y abatimiento de
ánimo las ocasiones que los obligaban á
posponer todos los deleites y honras de
la vida; y todos piensan que, si se ha-
llaran ellos en aquellos casos, no perdie-
ran ocasión para honrar su vida con la
gloria de la inmortalidad, por ventura
tienen estos pensamientos más deseo y
MORO 4 1
demostración de alabanza propia que
firmeza de ánimo. Porque, aunque es
amado el nombre de la virtud, es muy
recelado el trabajo y peligro, y no se
juntan fácilmente deseos y obras. Cuando
arriba un hombre á tanta fineza de valor,
que osa consagrar su vida al amor de la
eternidad, bien se debe admirar como
ejemplo rarísimo de virtud, y poner en
todos un ardor y deseo de imitar aquellas
hazañas que encienden los ánimos gene-
rosos. Mas aunque el poder del Rey era
espantoso , y la deliberación de su volun-
tad arrebatada y el peligro certísimo, no
faltaron en aquella turbación y confusión
general , que tanto apretaba los corazones
de la gente justa, algunos varones dignos
de soberana alabanza que, aventurando
todas las cosas que los podían retener,
se opusieron santamente á aquel decreto ,
y entre ellos con mas excelencia resplan-
deció Tomas Moro. Que aunque no lo
42 TOMAS
traía tan ofrecido su profesión como á
los otros, su virtud y vida, ocupada en
obras honestas, lo esforzaron á señalarse
con mayor admiración de los hombres.
Porque los que sentían y se dolían pia-
dosamente desta calamidad, se alegra-
ban viendo aquel defensor de la verdad
y justicia, que sin temor de peligro al-
guno, con el acatamiento y templanza
que convenía tener un vasallo con su Rey,
contrastaba la furia y aspereza de su ti-
ranía, y los perdidos y lisonjeros, y los
consejeros y privados se espantaban de
su valor y constancia , pareciéndoles cosa
mayor que la que pudieron pensar ha-
ber quien perdiese el temor á la ira del
Rey, y sacrificase tan libre y osadamente
su vida por la defensa de aquella causa.
Porque él y Juan Físquer, obispo de
Roja , pidiendo Enrique su parecer en la
contienda de aquel - matrimonio , respon-
dieron; que solo era legítimo matrimonio
MORO 43
el de la reina doña Catalina, y que no
podía casarse con otra mujer. Eran estos
dos clarísimas lumbres de toda Inglate-
rra, á quien estaban vueltos y atentos
los ojos y entendimientos de todos , y de
la resolución dellos pendía mucha parte
de la opinión de los hombres ; y como no
ignoraba el Rey esto, deseaba y procu-
raba tanto más traellos á su opinión, y
mucho más codiciaba traer á Tomas
Moro, que sabía ser más agradable á
toda la nobleza y al estado popular, con
los cuales podía mucho su autoridad y
la bondad de su vida. Porque conocían
todos que en el discurso de muchos años
antes no había nacido en Inglaterra hom-
bre de semejante profesión que se le
pudiese igualar. Hacían mayor y más se-
gura esta opinión sus letras y experien-
cia de cosas, que le daban mucho crédito
entre todos. Porque se había ejercitado
casi cuarenta años en la república, y
44 TOMAS
tenía muchos conocimientos de las leyes
y costumbres y condiciones de aquellos
hombres. Y como en el tiempo de sus
dignidades y honras, aunque tenía mu-
chos hijos y nietos, que eran prendas
para obligar á otro cualquiera (si es ver-
dad que nace la codicia desta fuente
en algunos ministros de los Reyes), no
procuró alcanzar ni acrecentar hacienda,
mejorando su patrimonio, era acepto á
todos maravillosamente. Porque vían su
ánimo no vencido de aquella enfermedad,
cosa que aun no se halla en los grandes
Príncipes, y la deseamos vanamente en
los que más admiramos. Allegábase á
esto conocer todos el grandísimo cui-
dado que tuvo siempre de amparar la
reUgión y justicia en la república, y apar-
tar de Inglaterra con sus escritos y auto-
ridad, cuanto le fue posible, los herejes
que entonces habían pasado á ella de
Alemania. Los cuales intentaban con
MORO 45
perpetua solicitud corrromper á aquel
reino con la pestilencia de sus libros,
contra quien él se había declarado siem-
pre con mayor celo y más cuidado que
todos los que podían mirar y guardar el
bien público por la ocupación del ma-
gistrado. Por esta causa, entre otras mu-
chas, siendo muy amado de todos los
buenos y católicos, era aborrecido de
todos los malos y herejes. Indignóse gra-
vísimamente el Rey de aquella respuesta,
como quien pretendía establecer en su
reino la impiedad que había intentado,,
de atribuirse el nombre y autoridad de
suprema cabeza de la Iglesia Anglica,
después de Cristo (error que abominan
oir las orejas cristianas), y para ello juz-
gaba por negocio importantísimo , y por
ventura por la mayor fuerza de su esti-
mación, que lo aprobasen varones tan
grandes. Y hallándose engañado de su
opinión, ardió en ira, y como andaba
46 TOMAS
apartado del camino, y no acertaba, de-
terminó mostrar contra ellos la crueldad
y fiereza de su ánimo. No le faltaron en
este caso los que seguían su error, porque
suelen estar cerca de los reyes ministros
y consejeros diestros, para movellos á
ira con ocasión muy liviana contra los
vasallos que les sirven bien. Y así los
prendió, con mucha tristeza de todos los
que amaban la virtud y deseaban el re-
medio de la perdición presente. Ninguno
de todos los animales quitó al otro el
mejor lugar, ó le hizo injuria siendo su
inferior. Pero al hombre bueno se pre-
fiere el malo, y el adulador al verdadero,
y usurpa el vicio los grados de la virtud,
por miserable suerte desta edad, en
quien reinan abundantemente todas las
pasiones del ánimo. Parecía cosa grave
y digna de universal sentimiento que
aquellos dos varones de incomparable
doctrina y santidad , y que eran honra y
MORO 47
gloria de aquella Isla, padeciesen la es-
trecheza de la cárcel, y las molestias y
pesadumbres que trae consigo una pri-
sión prolija. Porque pensaban todos y
creían de la indignación del Rey que no
había sucedido aquel trabajo para breve
tiempo, ni se terminaría aquel senti-
miento en los fines de la prisión; antes
temían mayores excesos de la terribili-
dad del uno y de la constancia de los
otros. Porque Enrique estaba resuelto en
proseguir su error, y hacer matrimonio
legítimo el adulterio de Ana Bolena, y es-*
peraba, ó por halagos y favores, que
suelen ser no pocas veces ocasión de in-
finitos males á los hombres, ó, cuando no
pudiese de otra suerte , por todo extremo
de fiereza traellos á su opinión. Mas los
que tenían compuesto su ánimo para
sufrir todos los trabajos y todos los tor-
mentos que sabe hallar la furia de un
Príncipe indignado y lleno de crueldad,
48 TOMAS
y se oponían advertidamente á todos los
accidentes que sucediesen, no desaper-
cibidos, sino prevenidos y sin temor,
pensaban y esperaban perder la vida, y
no el premio de aquella contienda que
se les ofrecía en los ojos y presencia de
toda la Religión cristiana contra la fuerza
de un Rey embravecido de saña y có-
lera, donde se prometían segurísimamen-
te el favor de los buenos y una inmortal
alabanza. Porque en aquel teatro de la
tragedia que se esperaba, estaba sus-
pensa la mayor parte de los hombres,
aguardando el último suceso, como si
pendiera de aquel acaecimiento la reso-
lución que habían de tener todos en este
caso. Y los que no osaban declararse,
querían que les sirviese de ejemplo y
de temor el fin dellos. Porque muchos,
que conocían la perdición del Rey , y el
daño que debía sobrevenir por ello á
aquel Reino, no tenían tanta firmeza y
MORO 49
seguridad, que aventurasen por la verdad
y justicia su quietud y sosiego. Y temien-
do ó el destierro, ó la prisión y muerte,
lloraban en sus apartamientos aquella
calamidad común, y alababan la entereza
y celo de aquellos varones, dignos de
rey que conociera sin pasión y pre-
ciara sus virtudes. Preso Tomas Moro,
despojado de su dignidad y de todos sus
bienes, no mostró semblante alguno de
tristeza ó dolor, ni se turbó con la ex-
trañeza de aquel accidente gravísimo;
antes como varón de admirable constan-
cia, y que tenía confirmado su ánimo y
dispuesto á todas las persecuciones y
asaltos, asegurado con la conciencia de
su buena intención, y con el respeto y
modestia que había tenido siempre en
aquellas cosas, y que sabía bien que su
determinación era buena y honesta, y
que debía sustentalla hasta lo último con
fortaleza, de tal manera pareció grande
5 o TOMAS
y maravilloso, que excediendo todas sus
obras, venció con aquélla la opinión que
tenían todos de su valor y virtud. Y no
sólo no mudó el consejo , pero ni se arre-
pintió del , porque no lo pudo elegir
mejor en aquel tiempo en que lo escogió,
y no pudo proponerse mejor cosa que
la que se propuso. Y entonces no le pesó
haberse retirado del magistrado, aunque
pareció á los más hombres, en aquella
sazón, que no convenía apartarse de
aquel ministerio, y lo culpaban por ha-
berse excusado, y al Rey por haber ad-
mitido su excusa. Pero él, que miraba
antes su juicio, que era lo que debía ha-
cer, no paraba en lo que habían de ala-
bar ó vituperar los otros. Y así, contento
de haber desamparado aquel lugar y dig-
nidad ambiciosa, mostró la grandeza de
su prudencia, si con esto se puede decir
lo que se debe á su alabanza. Mas porque
suele suceder que á las cosas hechas
MORO 5 I
con generosidad y excelencia de valor,
ose calumniar la envidia de hombres per-
didos, y quiera quitar mucha parte de su
merecimiento, entiendan todos los que
obligan las obras ajenas á la medida de
su censura, que se ha de juzgar con grande
ánimo de las cosas grandes, porque de
otra suerte parecerá vicio dellas lo que
es nuestro. Y si parecen increíbles, y que
traspasan la naturaleza humana, por ha-
ber en este tiempo muy pocos ó casi
ninguno que posponga su quietud y opi-
nión, su riqueza y autoridad, su vida y
honra por la obligación debida á Dios , y
no tema incurrir en la ira de un rey que
quiera deshacer todos los fueros y leyes
humanas y divinas , pudiendo vivir en su
gracia, rico y lleno de prosperidad, es
porque medimos de nuestra flaqueza la
majestad de la naturaleza misma, y damos
nombre de virtud á nuestros vicios, y
nos aprovechamos demasiadamente del
52 TOMAS
mal uso que tenemos en las cosas. Mas
Tomas Moro, que no pensaba comprar
la vida con tan grande precio, lleno de
confianza y seguridad se disponía antes
al martirio, y no ocupaba su ánimo en
otra consideración. Y en tanto que espe-
raba esto, ó la enmienda del Rey, que
tanto deseaba, como era de ingenio fes-
tivo y agradable, valiéndose de él en
aquella ocasión tan necesitada, entrete-
nía y alegraba á sí, y á los que lo vían,
con gran suavidad y cortesía. Y juzgando
aquella cárcel (que era la Torre de Lon-
dres, prisión de los señores y caballeros,
y hombres puestos en dignidad y oficios,
que caían en culpa contra la Majestad
Real) por menos áspera que la que da-
ban otros Príncipes, refería á Dios la
merced de aquel beneficio, acordándo-
sele las cadenas de los santos y mártires,
á quien procuraba imitar en la muerte
como en la causa. Y encendido así en su
MORO 53
amor, aguardaba su llamamiento con
grandísimo deseo y humildad de cora-
zón. Y bien creo yo, y conmigo quien
siente bien de las cosas , que había
hecho asiento la virtud en el ánimo deste
varón con tanta firmeza, que ninguna
turbación de afectos y ninguna violencia
de tempestades pudiera arrancalla, y que
despreciaba todas las amenazas, todas
las aflicciones y todos los tormentos que
le podían nacer de la ira de su Rey; de
tal suerte estaba defendido y amparado.
Pero cierto que no me parece más di-
choso y bienaventurado el que está libi^e
de las mudanzas y trabajos, que el que
sufre sin rendirse la fuerza de las adver-
sidades. Porque no es cosa maravillosa
estar seguro en la tranquilidad, mas sí
es levantarse alguno donde todos están
opresos, y afirmarse donde caen todos.
Esta confianza traía muy confuso al rey
Enrique, que le liabía enviado vanamente
54 TOMAS
muchos de sus privados y de los princi-
pales de la corte, para movello á su opi-
nión, incierto de ánimo si le saldría me-
jor dejar liberalmente con la vida tan
ilustre enemigo de su adulterio, ó pade-
cer tan grande nota de infamia matando
con fiereza de corazón tan clara y res-
plandeciente lumbre del orbe cristiano;
porque muchas vecps, aun los hombres
declaradamente malos sirven á la opi-
nión , y temen la voz de la fama , á quien
se inclinan también y rinden no pocas
veces los buenos por ostentación de vir-
tud. Al cabo destas y otras tan incier-
tas y engañadas opiniones, tomó por
más acertada y segura resolución quitar
la vida al Obispo de Rofa (á quien, es-
tando preso, Paulo III, Sumo Pontífice
de la Iglesia Romana, había honrado
con el capelo, que fué causa de apresu-
rar su muerte), cuya constancia descon-
fiaba poder quebrantar, tentando con
MORO 5 5
aquella crueldad si podía ser que hi-
ciese mudanza Tomas Moro. A los 22
días, pues, del mes de Junio, en el año
de 1535 de la reparación humana, Juan
Físquer, á quien el rey Enrique VII ha-
bía dado el obispado de Rofa, varón de
religión singular y de rarísima vida, que
más docto ó más santo que él casi nunca
produció Inglaterra, y por ventura no
tuvo por luengo discurso de años todo
el término de la cristiandad prelado más
santo, más docto, ó mas celoso y vigi-
lante, en edad envejecida y casi decré-
pita, y gastada de la estrecheza, inco-
modidad y aspereza de la cárcel, aunque
él había afligido siempre y adelgazado su
salud con ayunos y vigilias y estudios, y
con trabajos y lágrimas, por no confesar
el Primado que se usurpaba Enrique de
la Iglesia Anglica, salió últimamente á
ganar con el precio de su sangre la gloria
eterna que promete Cristo á los que lo
56 TOMAS
siguen verdaderamente. El cual, después
de haber suplicado á Dios con semblante
ajeno de turbación por el Rey, por el
Reino y por sí con oración más ardiente
que prolija, dio el cuello al cuchillo, con
inmenso dolor de todos aquellos que
amaban la religión y piedad, y de los
que conocían por experiencia la virtud
del espíritu divino que obraba maravillo-
samente en las palabras y en los hechos
de aquel varón santísimo. Fué puesta su
cabeza sobre una asta en la puente de
Londres; y pareciendo, cuanto más es-
taba allí clavada, no sólo no fea y con el
horror que suele poner la vista de los
muertos, pero más floreciente y venera-
ble y semejante á viva, porque el pueblo
no acrecentase el rumor, y abrazasen al-
gunos aquella ocasión para hacer movi-
mientos, fué quitada de aquel lugar. Por-
que nunca pierde el temor el injusto , y
á ninguno asegura la conciencia; que no
MORO 5 7
hay cosa más eficaz que ella , ni tormento
que descubra mejor el maleficio, ni ver-
dugo alguno que castigue más cruel-
mente. En el mismo día que se cometió
aquel sacrilegio, y se dio licencia á la
impiedad para mostrar á cuánto se ex-
tiende la fuerza de su malicia , supo To-
mas Moro (lo que había defendido seve-
ramente el Rey) aquel sacrificio hecho á
Dios, y recelando que por ventura podía
no merecer la corona del martirio, como
otros muchos varones santos que cuando
florecía más la caridad en los corazones"
de los hombres lo procuraban ardentí-
simamente, disponiéndose á todos los
peligros por donde se podía ofrecer, y
no fué voluntad del cielo que lo consi-
guiesen, dijo, vuelto á Dios, con ánimo
humillado: «Confieso, Señor mío, que soy
indigno de tanta gloria; no soy yo justo
y santo, como vuestro Obispo, que lo
escogistes en todo este reino para vos,
58 TOMAS
según vuestro corazón. Pero si se puede
hacer, dadme, Señor, parte de vuestro
cáliz»; y llorando tiernamente, aun no
podía disimular con el semblante, que
tenía muy alegre, el dolor que sentía.
Esto fué causa para que pensasen los
que servían á la maldad y se olvidaban
de las leyes y establecimientos divinos,
por obedecer á la violencia de su Rey,
que, puesto en aquel trance, con el ejem-
plo de aquella muerte se vencía del peli-
gro presente, y temía la última calami-
dad, y que así podía ser atraído á mudar
parecer y rendirse á la voluntad del Rey,
no conociendo, los miserables, cuánto
más aborrece el bueno la culpa, que la
pena. Por esto vinieron á él muchos hom-
bres principales, pensando acrecentar
fuerzas á la ocasión con su autoridad, y
ganar aquella victoria que tanto deseaba
Enrique; pero no aprovechando sus rue-
gos ni su amistad , ni la sombra de algún
MORO 59
temor, se entregó últimamente esta em-
presa tan difícil á su mujer Luisa, para
que , enterneciendo su pecho con lágri-
mas, acabase con él que no desampa-
rase á ella, á sus hijos, á su patria y á
su vida. ZVlas aunque fué este asalto ma-
yor y mucho más peligroso que los pa-
sados, pareció al fin y fué de tan poca
fuerza , que derribó lo que restaba de es-
peranza al Rey para rendillo. Y así, des-
confiando todos vencer ó desasosegar
su constancia, quisieron que sintiese que
en la prisión es lo menos el encerramien-'
to. Por esta causa le quitaron los libros, y
estorbaron escribirse con alguno, pare-
ciéndoles que con esta aspereza y estre-
chamiento que usaban con él, vengaban
en parte y quebrantaban ía firmeza de su
corazón. ¡Como si por ventura pudiera
mover á un varón constante y sin temor,
y amparado y favorecido de Dios, oca-
sión tan liviana, después de tantos trab^k-
6o ' TOMAS
jos y aflicciones! Mas es ciego el error, y
flacas las fuerzas de la tiranía, y sola-
mente son poderosas contra los ánimos
viles, que estiman la opinión humana,
aunque falsa, y no se acuerdan de la obli-
gación en que nacieron, y como si fuera
orden del cielo, siguen el desafuero y
error, y dejan menospreciada la justicia
y verdad. Pero Dios , que conoce los co-
razones, y ninguna cosa se le encubre,
aun en la tierra les da el premio de su
impiedad por la misma mano de aquel
á quien sirvieron. Y es cosa admirable y
digna de consideración, para que los
hombres estén más retenidos, y no se
despeñen contra la voluntad divina en
servicios del que los gobierna tiranamen-
te, que casi siempre padecen estos mi-
nistros de la maldad, y son castigados
por aquel á quien dieron la obediencia
en lo que no se le debía. Y así, perdiendo
á Dios por su Rey, pierden también en
MORO 6 1
esta vida la gracia de su Rey, y en la
otra la misericordia de Dios. Cuando vio
Tomas Moro la estrecheza en que lo po-
nían, despreciando todas las cosas, se
retiró consigo, ocupado todo en Cristo y
en la contemplación del martirio que es-
peraba, y, ardiendo en deseo de aquella
gloria, consideraba el valor y grandeza
de aquella hazaña , y cuan pequeño era el
precio que aventuraba, y suplicaba á
Dios con humildad que confirmase su
ánimo, para que ninguna violencia de
tiranía pudiese causar en él alguna mu-'
danza con que perdiese el merecimiento
de aquella honra soberana. Porque nunca
esperó de sí ni confió el varón justo,
antes reconoció siempre todo el buen
suceso de sus obras por beneficio de la
grandeza divina. Habiendo, pues, ya pa-
decido casi catorce meses de prisión, en
el primero día de Julio lo llevaron del cas-
tillo al tribunal donde en otro tiempo
62 TOMAS
era tan obedecido, y fué preguntado
qué sentía de la ley pública. Era esta ley
(si debe darse tal nombre á tan horrenda
impiedad) hecha después de su deten-
ción, y en ella habían quitado toda la
potestad al Pontífice, y concedido al Rey
la suma gobernación de la Iglesia. Res-
pondió que no sabía que hubiese tal
ley. «Pues nosotros, dijeron el Canciller
Auleo y el Duque de Norfolcia, que eran
los principales de aquel ayuntamiento,
afirmamos que la hay, y que está com-
probada con el parecer de todos. Por eso
decid lo que sentís della. — Si me tuvié-
rades, dijo, por ciudadano, creyera á vos-
otros, que dais testimonio de vuestra
ley; mas habéisme apartado de vuestra
repúbUca, y tratado no sólo como á ex-
traño, pero encerrado en cárcel como si
fuera enemigo. Siendo yo muerto á esta
repúbUca, ¿para qué ahora, como parte
della, me preguntáis lo que siento de
MORO 63
vuestras leyes? ^ Á esto replicó enojado el
Canciller: «Ya veo, pues calláis, que con-
tradecís á la ley. — Esto será de provecho
á ella y á vosotros, respondió Tomas
Moro; si callo, porque quien calla parece
que consiente? — Luego, volvió Auleo,
obedecéis á la ley?— ¿Cómo, dijo él, podía
yo hacer eso? Porque ninguno obedece
lo que ignora.» Dio esta respuesta como
quien no negaba la obligación que tenía
á la fe, y no se ofrecía temerariamente
al peligro de la muerte. Por esto, y por
haber escrito, estando preso, al Obispo-
de Rofa, y animado á tener constancia
contra este decreto de la Corte , los doce
que juzgan de casos de muerte lo con-
denaron á ella. Entonces él, más cierto
y seguro de su martirio, dijo libremente:
« Yo he sido siempre católico por gracia
de Dios, y nunca he olvidado la obedien-
cia debida al Pontífice ; y en siete años de
estudio particular en esta materia, no he
64 TOMAS
hallado algún doctor, que sea recebido y
aprobado del consenso de la Iglesia, que
conceda jamás á príncipe profano el se-
ñorío espiritual, porque solamente toca
esta suprema potestad, que vosotros le
quitáis, al Sumo Pontífice Romano, cuya
es de derecho divino , y así lo tengo , y
protesto morir en ello.» Ninguna cosa pu-
dieron oir aquellos hombres que más
les' ofendiese y confundiese juntamente:
tanta fuerza tiene la verdad en la boca
del bueno, y tanto avergüenza el sonido
della á los malos. Pero los que se quie-
ren perder no dan lugar á la razón, y
cobran seguridad y atrevimiento de sus
maldades. Y así dijeron todos que era
traidor; y el Duque de Norfolcia con ma-
yor indignación: «Bien claramente descu-
brís vuestro mal ánimo contra la Majes-
tad Real. » Al cual respondió con mucha
moderación y sufrimiento: «No descubro
mal ánimo, mas declaro mi fe y la ver-
MORO 65
dad con tanta sinceridad con la Majestad
de mi Rey, que nunca he deseado ni
deseo que Dios Todopoderoso me valga
y sea más favorable que lo que he sido
siempre leal y de buen corazón con mi
Rey. — ¿Queréis por ventura, dijo el Canci-
ller, que entendamos que sois mejor y
más sabio que todos los Obispos juntos,
que toda la nobleza, que todo el Parla-
mento entero, y finalmente que todo el
reino, cuan grande es? — Por un Obispo
que tenéis de vuestra opinión, replicó
Tomas Moro, tengo ciento, muchos de '
los cuales están por su merecimiento en
el número de los Santos, y á vuestra no-
bleza opongo más noble y esclarecido
ayuntamiento de Mártires y Confesores,
y contra un vuestro Parlamento (Dios
sabe bien cuál haya sido) están por mí
todos los Concilios generales celebrados
de más de mil años á esta parte , y para
este vuestro pequeño Reino siguen mi
66 TOMAS
parecer Francia, España, Italia y los de-
mas grandísimos imperios de la Cris-
tiandad.» Con estas últimas palabras que-
daron más confusos, y conocieron más
abiertamente que la seguridad y cons-
tancia de Tomas Moro no podía ser que-
brantada con accidente alguno, y les pa-
reció no convenir á su negocio que
hablase más delante el pueblo, y confir-
mada la sentencia de muerte , lo manda-
ron volver á la Torre. Donde gastó aquel
poco espacio que le restaba de vida en
oración y contemplación de las cosas di-
vinas, hasta el sexto día de Julio del
mismo año 1535, que llevado á padecer
por la verdad con el mayor concurso de
gente que jamás había visto antes Lon-
dres , fue espectáculo de la mayor consi-
deración y maravilla que nunca vio ni
esperó Inglaterra. Porque contemplaban
todos los hombres en aquella extrañeza
y crueldad, unos el ñn afrentoso, otros
MORO 6"]
la gloria y alabanza que se le seguía del.
Parecía á los que tenían puesto su amor
y su esperanza en las cosas de la tierra,
que había sido desdichado aquel varón
clarísimo, así por sus letras y virtud,
como por la grandeza del magistrado y
privanza de su Rey, en no acabar la vida
en medio de su felicidad, y que había
sido guardado solamente para denuesto
y afrenta de la virtud, que padecía con
él juntamente. Pero los que tenían el
ánimo más generoso y, despreciando la
vanidad y soberbia de las cosas huma-'
ñas , se levantaban en el amor del cielo,
aunque éstos suelen ser pocos, y no es-
timados de los muchos, juzgaban aquella
muerte por más dichosa y bienaventu-
rada que la que viene á los príncipes y
hombres bien afortunados de la tierra , y
lo que los demás aborrecían por vituperio
y menosprecio, amaban ellos y deseaban
por honra y gloria. Conocíase , por otra
68 TOMAS
parte, en los ojos y semblante del Rey y
de sus ministros, y de los privados y li-
sonjeros, el contentamiento y alegría,
viendo quitado aquel impedimento que
les hacía tanto estorbo, y que ya estaban
libres y seguros de toda contradicción
con la muerte de Tomas Moro. Porque
creían que se habían cortado con su ca-
beza todas las dificultades que embara-
zaban sus pretensiones. Mas no por eso
dejaba de mostrar su conciencia la con-
fusión de sus ánimos, pues por satisfacer
á un apetito deshonesto, se vía aquel
Rey apartado de la religión verdadera,
que tuvieron y honraron sus mayores, y
los que le sirvieron en ministerio tan im-
pío se atormentaban secretamente, por
haber seguido y alentado aquella opinión
y no haber osado imitar al que habían
ellos mismos condenado y muerto. Y en
todo estado y condición de gentes cau-
saba grandísima admiración ver que
MORO 69
Tomas Aloro, hecho único ejemplo de la
crueldad y tiram'a de un rey injusto,
moría alegre y lleno de confianza y se-
guridad, siendo cosa tan difícil encami-
nar el ánimo al menosprecio de la vida.
Porque ninguno sufre la muerte con ver-
dadero valor, sino el que sea compuesto
para ella en mucho espacio de tiempo.
Vían, también, que aquella muerte había
de traer á su Rey vergüenza y confusión,
y entendían que moría con Tomas Aloro
toda Inglaterra. Porque no esperaban
que se hallase otro de tanta autoridad,
de tanta opinión y valor y virtud, que
volviese con tanta entereza por aquella
causa. Y así, todos, ó los más, culpaban
y aborrecían aquella impiedad y fiereza
y singular ingratitud del Rey, que no sólo
sufrió afligir y gastarse en la escuridad
y torpeza de la cárcel á aquel varón entero,
justo, y santísimo, con quien tuvo trato y
amistad más estrecha que con otro algu-
/O TOMAS
no, y de quien fió el gobierno y la justicia
y conservación de.sus vasallos, y de quien
sabía que había trabajado tanto por la
gloria del y por la utilidad de su Reino,
pero olvidando todos los respetos de la
humanidad y de la razón, lo condenó
á muerte, y consintió que cortase el
hierro aquella cabeza tan estimada del
como de todos los hombres. Conocían en
este hecho cuan peligroso es para los
que siguen la virtud el trato con los prín-
cipes y poderosos, que olvidan como in-
gratos y desconocidos todos los servi-
cios y merecimientos de sus vasallos y
criados , y todas las obligaciones que les
tienen, cuando se atraviesa alguna cosa
de su gusto, sin atender si es derecho
seguir en los casos injustos la violencia
de sus desatinos. Pero confesaban y ala-
baban la buena suerte de Tomas Moro,
pues quiso antes perder la vida que
aprobar alguna cosa contra su concien-
MORO 71
cia, y tuvo en más la justicia y piedad
que el temor del Rey y que el amor de
la vida propia, de la cual pudo quitalle
Enrique el uso y ministerio, mas no de
la verdadera y que nunca perece. Parecía
á muchos hombres sabios y amigos suyos
que deseaban su vida, que no fue acer-
tado oponerse á la tempestad que sobre-
vino, porque es violenta la ira de los
reyes, y si les resisten sin sazón, causan
daños de mayor efecto; que el tiempo
cura muchos casos que no se pueden
enmendar con fuerza alguna, y que son
instables las cosas humanas, y siempre
varían como ondas ; mas cuando acaece
alguna mudanza maravillosa, peligran
muchos que no se rinden y no dan lu-
gar á la tormenta. Que los que sirven á
los reyes deben disimular y sobrellevar
algunas cosas, para que si no pudieren
conseguir lo que juzgan por mejor, pue-
dan al menos m.oderar en alguna parte
72 TOMAS
SUS afectos. Estos consejos humanos son
provechosos en otros casos, y no es hom-
bre de buen seso el que desprecia el
respeto y obediencia que debe á su Rey.
Y ninguno que repugnase á su imperio,
se pudo alabar derechamente. Pero donde
se pone en aventura la verdad y la reli-
gión, no sé por cuál razón deban ser
admitidos. Apártese de los ánimos cris-
tianos opinión tan peligrosa y llena de
tantos inconvinientes. No puede en ellos
lisonja, ó temor, para seguir voluntades
de hombres apasionados y sujetos á sus
vicios, contra las leyes del cielo. Porque
no fué ni podrá ser poderosa la tiranía
para establecer en la tierra su impiedad.
Y si es gloriosa muerte la que se recibe
en servicio de los reyes y en defensa de
la patria, ¿cuánto será más gloriosa y más
bienaventurada la que padece el hom-
bre por no asentir á cosa ajena y con-
traria de la religión.!* Quien se halla ofre-
MORO 73
cido en ocasión semejante, y no satisface
á la obligación en que nació, y por fla-
queza de corazón , ó cualquiera otro res-
peto humano, no se muestra firme, se-
guro y sin temor, deja tan desobligada
la fe, que se puede decir que no la tuvo,
ó no quiso tenella. Mas atendamos y juz-
guemos si por la flojedad y tibieza de los
Prelados , y por la cobardía y lisonja de
los grandes y de toda la nobleza, ganó
ó mejoró algo Inglaterra, y si por el sa-
crilegio y abominación del Rey se halló
más grande y más gloriosa, y si perdió
alguna claridad y excelencia por la ente-
reza y constancia de Tomas Moro. No
entiendo yo que habrá alguno tan polí-
tico (por no decillo más ásperamente)
que no conozca la miseria y abatimiento
de aquel Reino, y que no confiese, si da
algún lugar á la vergüenza y respeta el
juicio de los hombres, que nunca estuvo
más perdido y revuelto entre sí, y más
74 TOMAS
ofrecido á toda suerte de peligros, y que
no alcanzó el rey Enrique fruto de su
maldad, pues padeció las injurias y afren-
tas hechas tantas veces á su honra ; y no
siendo poderoso para vencer la firmeza
de un vasallo, habiendo vencido tan fá-
cilmente todo su Reino, dejó al cabo de
su vida una miserable memoria de su
apostasía. Consideremos, también, que
no resultando de este acaecimiento pro-
vecho, grandeza y feHcidad á Inglaterra,
sino daño, menoscabo y desdicha, con-
siguió Tomas Moro el premio de su vir-
tud, y en aquel estrago y perdición ge-
neral del Reino, gozó el merecimiento
de sus obras, y descubrió claramente que
ninguna demasía y ninguna insolencia
de la malicia puede derribar la virtud,
aunque encerrada en hombre de muy
pocas fuerzas. Creamos, pues, como es
justo en estas cosas, que si resplande-
ciera en los corazones de los Príncipes
MORO 75
ingleses, y de la gente señalada, la cari-
dad y el celo ardiente de la religión,
que no dudaran oponerse con respeto y
lealtad al error de Enrique , y estorbaran
los daños que sucedieron. Mas ellos lle-
varon el precio de su trabajo, y dejaron
todo el lugar libre y desembarazado á
quien no temió perder la gracia de su
Rey , y osó ofrecer por Dios su vida en
sacrificio. Concedo que no es de todos
esta hazaña , pero los que debían abrazar
esta causa, y aventurarse en ocasiones
tan necesitadas , no se desculpan con res-
petos y temores y obligaciones huma-
nas. Juzgarán aquí algunos ser cosa con-
viniente quejarse que alcance la virtud
tan mal premio, y que goce sus prove-
chos quien la conoce menos. ¿ Quién ha-
brá por ventura que se aliente y tenga
esperanza, vdendo que se emplean en los
buenos los trabajos , y las persecuciones,
y la mayor fuerza de males.^ Querella es
76 TOMAS
ésta ciertamente de hombres no bien
aficionados y rendidos á la virtud , y que
tienen ocupado su ánimo en estas cosas
vanas. Mire el hombre y considere con
atención lo que sufrieron; y si padecie-
ron con fortaleza y generosidad por la
justicia, desee y procure sus ánimos, por-
que son merecedores de gloria. Y que
su virtud agrade á todos, y los obligue á
su imitación. Alabemos al que debe ser
alabado, y conozcamos y digamos que
es mayor y más dichoso por haberse
librado de las miserias y desastres huma-
nos, y que habiendo hallado con liviana
costa de tiempo cómo se hiciese inmor-
tal, goza en seguridad la bienaventuranza
con Cristo. Y sea ejemplo á los que tie-
nen por uso admirar las cosas ilícitas, y
entiendan que puede haber y se hallan
varones grandes y dignos de toda ala-
banza en el imperio de malos príncipes.
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