Skip to main content

Full text of "Estudio de la costa colombiana del Pacifico"

See other formats


% 


, 


, 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 


ENDOWED  BY  THE 

DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 


F2263 
.M56 


UNIVERSITY  OF  N.C.  AT  CHAPEL  I 


10002398674 


This  book  is  due  at  the                                                       on 
the  last  date  stamped  under  "Date  Due."  If  not  on  hold,  it  may 
be  renewed  by  bringing  it  to  the  library. 

DUE                        RETURNED 

p^}|                       RETURNED 

J?  ¿W^? 

tt 

MAY  12 

■  ■- 

"■ 

ESTUDIO 


DE  LA 


cdsth  coüamBiHnn 

DEü  PHCIPICQ 


P.  BERNARDO  MERIZALDE  DEL  CARMEN 

Agr  us tino  Recoleto 


BOG0TA-192Í 

IMPRENTA  DEL  ESTADO  MAYOR  GENERAL 


ESTUDIO 


DE  LA 


CQ5TH  cDünmBinnn 

DEQ  PACIFICO 


P.  BERNARDO  MERIZALDE  DEL  CARMEN 

.Vyriií-ii  ino  Recoleto 


BOGOTA-1921 


IMPRENTA   DEL  ESTADO   MAYOR  GENERAL 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2011  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://www.archive.org/details/estudiodelacostaOOmeri 


Residencia  de  Padres  Agustinos  Recoletos 
de  Bog-ota  -  De  oficio 

Muy  Reverendo  Padre  Provincial  Fray  Edmundo  Goñi  de  la  Vir- 
gen de  ¡erusalén. 

En  cumplimiento  y  contestación  al  oficio  en  que  se  sirvió 
Vuestra  Reverencia  nombrarnos  a  los  infrascritos  censores  de  la 
obra  que  el  Reverendo  Padre  Fray  Bernardo  Merizalde  de  la 
Virgen  del  Carmen  piensa  dar  a  la  estampa  con  el  título  ESTU- 
DIO de  la  Costa  Colombiana  del  Pacífico,  le  manifestamos  que 
hemos  leído  con  detenimiento  el  mencionado  trabajo,  y  no  he- 
mos encontrado  en  él  nada  que  se  oponga  a  la  fe  ni  a  las  bue- 
nas costumbres.  Antes  creemos,  por  otro  aspecto,  que  ha  de  ser 
su  publicación  de  gran  utilidad  para  esta  República  y  de  no  pe- 
queña honra  para  nuestra  religiosa  Provincia  de  La  Candelaria, 
por  los  datos  geográficos,  filológicos,  etnográficos  y  religiosos 
de  índole  misionera  que  alli  se  exponen. 

Dejamos  así  consignado  nuestro  humilde  parecer  sobre  este 
asunto. 

Dios  guarde  a  Vuestra  Reverencia  muchos  años. 

Bogotá,  1.°  de  septiembre  de  1921. 

Fray  RUFINO  PÉREZ  de  San  José 
Fray  CÁNDIDO  ARMENTIA  de  la  Virgen  del  Carmen 


Provinoialato  de  Agustinos  Recoletos  ele  La 
Candelaria  (Colombia)  -  De  oficio 

Fray  Edmundo  Goñi  de  la  Virgen  de  /erusalén,  Prior  Provincial 
de  Agustinos  Recoletos  de  la  provincia  de  Nuestra  Señora  de 
La  Candelaria. 

Visto  el  informe  favorable  de  los  censores  y  usando  de  las 
facultades  que  nos  conceden  nuestras  leyes,  por  las  presentes  y 
por  lo  que  a  nos  toca,  autorizamos  la  impresión  y  publicación 
de  la  obra  intitulada  Estudio  de  la  Costa  Colombiana  del 
PACIFICO,  escrita  por  el  Reverendo  Padre  Fray  Bernardo  Meri- 
zalde  del  Carmen,  servatis  de  jure  servandis. 

Dadas  en  nuestra  residencia  de  Bogotá,  a  2  de  septiembre 
de  1921. 

Fray  EDMUNDO  GOÑI  de  la  Virgen  de  Jerusalém 
Por  mandato  de  nuestro  Padre  Prior  Provincial, 

Fray  CÁNDIDO  ARMENTIA  de  la  Virgen  del  Carmen 

Secretario   Provincial. 


-»tja=?=t«f  o  ■♦■TTT^fo- 


Bogotá,  26  de  septiembre  de  1921. 
Puede  imprimirse. 


^  BERNARDO 

Arzobispo   de    Bogotá. 


INTROD  ÜCCIO 


Nuestro  Estudio  de  la  Costa  colombiana  del 
Pacífico  es  una  arenilla  que  ofrecemos  a  los  intelectuales 
arquitectos  que  tratan  de  reconstruir  la  suntuosa  basílica 
que  guarda  las  preciosas  joyas  de  la  historia  de  la  Patria. 
Insignes  historiógrafos  se  han  dado  en  los  actuales  tiempos 
a  la  tarea  de  escribir  la  verdadera  historia  de  Colombia,  rec- 
tificando errores  preconcebidos  y  sacando  a  pública  luz  he- 
chos ignorados  cuya  veracidad  la  comprueban  con  fidedig- 
nos documentos  hallados  en  nuestros  archivos.  En  el  jar- 
dín de  los  tiempos  pretéritos,  ellos  como  laboriosas  abejas, 
liban  de  flor  en  flor  el  néctar  de  las  virtudes  cristianas  de 
nuestros  abuelos,  el  cual  alimentará  mañana  a  las  futuras 
generaciones,  dándoles  sangre  moza,  robusta  en  amor  a 
Dios  y  a  la  Patria. 

Convencidos  del  apostolado  que  ejercen  eficazmente 
en  la  juventud  los  historiadores  que  narran  las  acciones  de 
hombres  ilustres  y  del  peso  que  lleva  a  la  balanza  de  las 
investigaciones  de  los  sabios  un  adarme  de  nuevos  cono- 
cimientos científicos,  nos  consagramos  con  tesón,  durante 
nuestra  larga  estadía  en  la  Costa  del  Pacífico,  al  estudio 
de  los  archivos  del  Litoral,  de  los  dialectos  indígenas,  de 
la  etnografía,  literatura,  historia  natural  y  geografía  de  la 
región,  y  procuramos  allegar  cuantos  datos  pudieran  el  día 


6  Introducción 

de  mañana  servirnos  para  pergeñar  algunas  líneas  sobre 
la  Costa. 

A  la  sombra  de  los  hechos  llevados  a  cabo  en  el  Ist- 
mo panameño  y  en  el  Litoral  Pacífico  por  los  Religiosos 
de  la  Orden  Recoletana  de  San  Agustín,  encontrará  el  lec- 
tor en  esta  obra  variados  datos  que  si  acaso  interrumpen 
el  hilo  de  la  historia  de  las  Misiones,  sazonarán,  por  otro 
aspecto,  la  lectura  y  darán  alguna  idea  de  aquella  descono- 
cida región. 

Documentos  antiguos  y  modernos  ilustran  estas  pági- 
nas :  unos  corroboran  con  su  autoridad  nuestros  asertos  y 
son  el  cimiento  de  la  narración ;  otros  nos  hacen  conocer 
la  manera  como  se  ha  pensado  de  la  Costa  en  diversos 
tiempos ;  todos  vienen  a  cristalizar  el  pensamiento  que  he- 
mos tenido  de  reunir  en  este  trabajo,  siquiera  en  síntesis, 
cuanto  se  haya  escrito  acerca  del  Litoral  con  el  objeto  de 
que  nuestros  Misioneros  puedan  perfeccionar  esta  obra, 
descartando  de  ella  lo  inútil  y  purificando  en  el  crisol  de 
la  crítica  severa  las  arenillas  de  oro  que  aquí  se  encuentren. 

El  croquis  que  presentamos  de  la  parte  de  la  Costa 
que  abarcan  nuestras  Misiones,  está  muy  lejos  de  ser  una 
obra  perfecta;  él  significa  un  esfuerzo  que  hemos  hecho 
para  rebelar  a  los  colombianos  el  inmenso  territorio  en  que 
ejercitan  su  espíritu  de  apostolado  los  Religiosos  Agusti- 
nos Recoletos. 

He  aquí  cuáles  han  sido  nuestros  deseos  y  lo  que  el 
lector  encontrará  en  este  modesto  trabajo.  Quiera  el  Cielo 
que  nuestras  aspiraciones  no  sean  estériles  y  que  estas  lí- 
neas sirvan  a  los  amantes  de  la  historia  y  sean  para  la 
gloria  de  Dios,  de  la  Orden  Recoleta  de  San  Agustín  y  de 
la  amada  Patria  colombiana. 


ÉMUfiiiMni  '«mu iríiiniitaMIáMiaÉtrrBMí 


Imagen  tle  San   Aífustiii  en  la  Iglesia, 
de  Tumaco 


CAPITULO    I 

Descubrimiento  de  Filipinas — El  Padre  Andrés  Urdanera — Arribo  al 
archipiélago  de  la  primera  Misión  de  los  Agustinos  Recoletos— Re- 
volución filipina — Un  documento  del  Katipuaam — Salida  de  los 
Agustinos  Recoletos  de  Filipinas. 

El  28  de  abril  de  1565  izóse  por  vez  primera  en  la  isla  de 
Cebú,  una  de  las  que  forman  el  archipiélago  magallánico,  el  es- 
tandarte de  Castilla.  Tomó  posesión  de  ella  don  Miguel  López 
de  Legazpi,  oriundo  de  Zumárraga,  quien  se  había  hecho  a  la 
vela  en  la  nao  San  Pedro,  de  500  toneladas,  el  21  de  noviembre 
de  1564,  llevando  consigo  como  verdadero  jefe  de  la  expedición 
al  Padre  Andrés  Urdaneta  de  la  Orden  de  San  Agustín. 

Este  religioso  benemérito  nació  el  año  de  1498  en  Villafran- 
ca  de  Guipúzcoa,  donde  pasó  los  años  de  la  infancia,  consa- 
grándolos al  estudio  de  las  letras  con  el  objeto  de  seguir  la 
carrera  eclesiástica  que  cambió,  una  vez  muertos  sus  padres, 
por  la  de  las  armas,  mereciendo  ser  nombrado  capitán  de  infan- 
tería por  el  denuedo  con  que  se  distinguió  entre  los  Tercios 
españoles  que  peleaban  en  Italia  contra  los  franceses. 

De  regreso  a  la  Patria  acompañó,  merced  a  sus  conocimien- 
tos en  Astronomía,  Cosmografía  y  Náutica,  al  Comendador  Frey 
G.  Jofre  de  Loaisa,  en  la  magna  expedición  que,  zarpando  de 
la  Coruña  en  septiembre  de  1525,  atravesó  el  estrecho  de  Maga- 
llanes y  llegó,  no  sin  haber  sufrido  antes  mil  vaivenes  de  la 
fortuna,  hasta  las  islas  Marianas  y  Molucas. 

La  cesión  de  los  hispanos  derechos  a  aquellas  regiones, 
hecha  por  el  Emperador  Carlos  V  en  favor  del  Rey  de  Portu- 
gal   determinó    el    retorno   a   la  Península  del  capitán  Urdaneta, 


8  Costa  colombiana 

donde  se  personó  en  la  corte  para  dar  cuenta  de  su  descubri- 
miento de  la  vuelta  de  las  Molucas  por  la  Nueva  España  y  del 
de  las  Islas  del  Poniente  y  Nueva  Guinea. 

Urdaneta  hubo  de  saborear  en  Madrid  amargo  cáliz  cuando 
optó  por  irse  a  Méjico,  donde,  despreciando  el  nombramiento 
que  le  hizo  el  Virrey  don  Antonio  de  Mendoza,  de  general  de  la 
Armada  que  estaba  para  darse  a  la  vela  con  derrotero  a  las 
islas  del  Poniente,  vistió  el  20  de  marzo  de  1552  el  humilde 
sayal  de  los  hijos  de  San  Agustín. 

Mas  las  dotes  del  Padre  Urdaneta  no  eran  para  estar  ocul- 
tas ni  su  actividad  podía  permanecer  ociosa.  He  aquí  la  carta 
autógrafa  que  le  dirigió  el  Rey  don  Felipe  II,  por  la  cual  le 
confiaba  la  dirección  científica  en  la  Armada  que  tenía  ordenada 
el  Virrey  de  Nueva  España  don  Luis  de  Velasco,  para  la  con- 
quista de  las  Islas  del  Poniente: 

«El  Rey...  Devoto  Padre  Fray  Andrés  de  Urdaneta,  de  la 
Orden  de  San  Agustín:  Yo  he  sido  informado  que  vos,  siendo 
seglar,  fuisteis  con  la  armada  de  Loaysa,  y  pasasteis  el  estrecho 
de  Magallanes,  y  la  Especería,  donde  estuvisteis  ocho  años  en 
nuestro  servicio.  Y  por  que  ahora  habernos  encargado  a  don 
Luis  de  Velasco,  nuestro  Virrey  en  esa  Nueva  España,  que  envíe 
dos  navios  al  descubrimiento  de  las  Islas  del  Poniente,  hacia  las 
Molucas  y  les  di  orden  en  lo  que  han  de  hacer,  conforme  a  la 
instrucción  que  se  le  ha  dado;  y  según  la  mucha  noticia  que 
vos  dizque  tenéis  de  las  cosas  de  aquella  tierra,  y  entender, 
como  entendéis,  las  cosas  de  navegación  de  ellas,  y  ser  buen 
cosmógrafo,  sería  de  grande  efecto  que  vos  fuésedes  en  los  di- 
chos navios;  así  para  lo  que  toca  a  la  dicha  navegación,  como 
para  el  servicio  de  nuestro  Señor.  Yo  vos  ruego  y  encargo  que 
vayáis  en  los  dichos  navios,  y  hagáis  lo  que  por  el  dicho  nues- 
tro Virrey  vos  fuere  ordenado,  que  demás  del  servicio  que  haréis 
a  nuestro  Señor,  seré  yo  muy  servido,  y  mandaré  tener  cuenta 
con  ello,  para  que  recibáis  merced  en  lo  que  hubiere  lugar: 
De  Valladolid  a  24  de  septiembre  de  1559  años.— YO  EL  REY. 
Por  mandato  de  su  Majestad,  Francisco  de  Eraso.» 


Al    Padre  Urdaneta  lo  acompañaron  en  su  empresa  los  Pa- 
dres Martín  de  Rada,  Diego  de  Herrera,  más  tarde  primer  Prior 


del  Pacifico  9 

Provincial  de  la  provincia  del  Santísimo  nombre  de  Jesús,  An- 
drés Aguirre  y  Pedro  de  Gamboa  (1).  Estos  cinco  religiosos  fue- 
ron la  simiente  del  secular  árbol  que  había  de  cubrir  bajo  sus 
ramas  y  alimentar  con  sus  frutos  a  los  indios  filipinos  durante 
varias  centurias. 

La  primera  Misión  de  Padres  Agustinos  Recoletos,  (2)  auto- 
rizada por  Real  Cédula,  otorgada  en  Madrid  a  tres  de  abril  de 
1605,  salió  de  Cádiz  bajo  la  presidencia  del  Padre  Fr.  Juan  de 
San  Jerónimo,  el  12  de  julio  del  mismo  año.  Diez  meses  más 
tarde,  el  12  de  mayo  de  1606,  surta  en  las  marinas  aguas  de 
Cebú,  apareció  la  nao  Espíritu  Santo,  Allí,  a  su  bordo,  henchi- 
da el  alma^  de  celo  y  sacrificio,  arribó  a  las  Islas  Filipinas  la 
Misión  de  nuestros  Apostólicos  Recoletos. 

Referir  los  ímprobos  trabajos  de  los  Religiosos  de  las  dos 
ramas  Agustinas  en  aquel  archipiélago;  narrar  las  obras  que  allí 
llevaron  a  cabo  y  seguirlos  en  sus  correrías  por  mar  y  tierra; 
traer  a  cuento  los  nombres  de  quienes  sucumbieron  en  aquellas 
playas,  víctimas  de  su  celo  o  de  quienes  unieron  a  la  corona 
del  apóstol  la  del  martirio,  derramando  su  sangre  por  Jesucristo, 
hasta  que  en  1898  tuvieron  casi  todos  que  abandonar  el  terri- 
torio que  había  sido  en  el  espacio  de  tres  siglos,  testigo  de  sus 
legendarias  hazañas,  sería  salimos  del  plan  al  cual  debemos 
amoldar  nuestra  obra.  La  fundación  de  sociedades  secretas,  la 
debilidad  de  algunos  gobernantes,  y  tal  vez  la  traición,  dieron 
al  traste  con  el  poderío  de  España  en  Filipinas,  posándose  en 
aquel  suelo  en  lugar  del  noble  León  ibero  las  rapaces  garras 
del  águila  yanque. 

En  los  antros  de  la  sociedad  que  se  apellidó  Katipunam, 
cuyas  maquinaciones  fueron  descubiertas  por  el  Padre  Agustino 
Mariano  Gil  y  confirmadas  por  las  oportunas  declaraciones  del 
Padre  Recoleto  Mamerto  de  Lizasoain,  fraguóse  la  revolución 
que  estalló  el  20  de  agosto  de  1896. 

Cuál  fuera  el  espíritu  que  animó  la  insurrección  filipina,  vése 


(1)  El  Padre  Urdaneta  murió  en  el  convento  de  San  Agustín  de  Méjico  el 
3  de  Junio  de  1568. 

(2)  La  Recolección  Agustiniana  fue  iniciada  en  el  capítulo  de  Toledo  de 
los  Padres  Agustinos  Observantes  en  1588  ;  formó  provincia  separada  en  1602  ; 
fue  erigida  en  congregación  en  162  r  y  en  verdadera  Orden  Religiosa  en  1915. 


10  Costa  colombiana 

a  las  claras  en  el  siguiente  documento  publicado  por  el  Consejo 
Supremo  del  Katipunam  el   12  de  junio  de  aquel  año: 

A.   L.  G.   D.  A.  M. 
G.  R.  LOC.  SUNT. 

La  comisión  ejecutiva  envía  a  los  venerables  Maestros  D.  DEG, 
O,  O,  T.  y  O,  G,  O,  S,  de  las  L,  BOG,  de  la  Obed. 

L.  T.  M. 

«Ven.  Mest.  y  quer,  herm. — Después  de  nuestra  circular  de 
28  de  mayo  último,  parecía  ocioso  recordaros  el  más  exacto  cum- 
plimiento de  aquellos  puntos  que  la  misma  abarca,  los  cuales  fue- 
ron aprobados  por  la  gran  Asamblea  celebrada  el  15  del  mis- 
mo mes;  pero,  no  obstante,  como  se  haya  asegurado  el  tiempo 
de  nuestra  causa  y  toda  precisión  es  poca  en  los  actuales  mo- 
mentos, nos  ha  parecido  muy  del  caso  dirigiros  esta  otra  circu- 
lar, para  fijar  más  correctamente  los  puntos  que  han  de  ser  ob- 
jeto de  nuestro  más  exacto  cumplimiento.  Pasemos  ahora  a  la 
enumeración   de  ellos. 

Primero.  Los  triángulos  llevarán  a  cabo  estrictamente  todas 
y  cada  una  de  las  disposiciones  dictadas  por  sus  respectivos 
Presidentes  y  v,  h.  honorarios,  no  dejando  de  observar  ni  la 
más  pequeña  e  insignificante,  pues  aun  cuando  no  lo  parezca  de 
ntros,  ven,   herm,  todos  son  de  gran  trascendencia. 

La  omisión  más  pequeña  en  esas  disposiciones  puede  per- 
judicar en  gran  manera  nuestros  trabajos,  fruto  de  muchos  años 
de  constancia  y  esperanza  de  un  seguro  triunfo. 

Segundo.  Una  vez  dada  la  señal  convenida  de  H.  2  Sep, 
cada  herm.  cumplirá  con  el  deber  que  esta  G,  R,  Log,  le  ha  im- 
puesto asesinando  a  todos  los  españoles,  sus  mujeres  e  hijos,  sin 
consideraciones  de  ningún  género,  ni  parentesco,  amistad,  gra- 
titud, etc. 

Tercero.  Los  que  por  debilidad,  cobardía  y  otras  considera- 
ciones no  cumplan  con  su  deber,  ya  saben  el  tremendo  castigo 
en  que  incurren  por  deslealtad  y  desobediencia  a  esta  G,  R,  Log, 

Cuarto.  Dado  el  golpe  contra  el  capitán  general  y  demás 
autoridades  esp,  los  leales  atacarán  los  conventos  y  degollarán  a 
sus  infames  habitantes,  respetando  las  riquezas  en  ellos  conteni- 
das, de   las    cuales  se   incautarán  las   comisiones   nombradas  al 


del  Pacifico  1 1 

efecto  por  esta  G,  R,  Log,  sin  que  sea  lícito  a  ninguno  de  ntros. 
hermn.  apoderarse  de  lo  que  justamente  pertenece  al  tesoro  de  la 
G,  N,  F. 

Quinto.  Los  que  contraviniesen  a  lo  dispuesto  en  el  párra- 
fo anterior,  serán  tenidos  por  malhechores  y  sujetos  a  castigo 
ejemplar  por  parte  de  esta  G,  R,  Log. 

Sexto.  Al  siguiente  día,  los  hermn.  que  están  designados  da- 
rán sepultura  a  todos  los  cadáveres  de  los  odiosos  opresores 
en  el  campo  de  Bagumbayán,  así  como  a  los  de  sus  mujeres  e 
hijos,  en  cuyo  sitio  será  levantado  más  adelante  un  monumento 
conmemorativo  de  la  independencia  de  la  G,  N,  F. 

Séptimo.  Los  cadáveres  de  los  frailes  no  deben  ser  enterra- 
dos, sino  quemados  en  justo  pago  a  las  felonías  que  en  vida 
cometieron  contra  los  nobles  filipinos  durante  los  tres  siglos  de 
su  nefanda  dominación. 

Y  entretanto  llega  el  día  de  nuestra  redención,  esta  comisión 
ejecutiva  irá  dando  la  pauta  segura  que  todos  habremos  de  im- 
ponernos en  presencia  de  los  acontecimientos,  a  fin  de  que  nin- 
guno de  ntros.  hermn.  pueda  llamarse  inadvertido.  — En  la  G,  R, 
Log.  en  Manil,  a  12  de  junio  de  1896. — La  primera  de  tan  de- 
seada independencia  de  Filipinas. — El  Presidente  de  la  comisión 
ejecutiva,  BOLÍVAR.— El  G.  Maest,  GRADACIO  BRUNO.— El  Secret, 
Gal  ileo.» 


Y  la  revolución  cumplió  su  cometido.  Los  frailes  fueron  en- 
carcelados, y  durante  luengos  días  el  pan  del  dolor  fue  su  co- 
mida; a  muchos  se  les  maltrató  vilmente  y  no  pocos  murieron 
en  la  demanda.  De  los  Padres  Agustinos  Calzados  fueron  sacri- 
ficados 15  religiosos  y  4  murieron  en  los  bosques.  Los  Agusti- 
nos Recoletos  tuvieron  hasta  36  víctimas. 

Del  remate  de  la  guerra  filipina,  de  la  acción  de  Biac-ha- 
bató,  del  hundimiento  del  Maine,  de  la  ruptura  de  hostilidades 
entre  España  y  los  Estados  Unidos  y  de  las  lógicas  consecuen- 
cias que  de  ahí  se  siguieron,  no  debemos  hablar,  ya  que  no  po- 
dremos hacerlo  sin  exacerbarnos  quienes  hemos  sido  también  víc- 
timas de  la  rapiña  y  de  las  vejaciones  del  Coloso  del  Norte, 


12  Costa  colombiana 

El  desmoronamiento  del  Alcázar  castellano  en  el  Archipiéla- 
go y  el  descaro  con  que  los  aleves  revolucionarios  arrojaron 
contra  los  frailes  sus  flechas  venenosas,  impulsaron  a  estos  a 
salir  en  volandas  de  aquellas  isjas  con  rumbo  a  otros  países,  en 
los  cuales  pudieran  sin  trabas  darse  a  las  obras  de  caridad  y 
apostolado. 

Al  efecto,  por  determinación  del  17  de  agosto  de  1898  se 
trasladó  al  Imperio  de  la  China  la  mayor  parte  de  la  comuni- 
dad de  Padres  Calzados,  residente  en  San  Agustín;  y  el  día  23 
del  mismo  mes  y  año  los  Padres  Recoletos  Patricio  Adell  de 
San  Macario,  Marciano  Landa  del  Rosario,  Medardo  Moleres 
del  Sagrado  Corazón  de  Jesús,  Indalecio  Ocio  de  San  José,  Cán- 
dido Pérez  de  la  Virgen  de  Ujué,  Gerardo  Larrondo  de  San  José, 
Fermín  Catalán  de  San  José  y  el  Hermano  de  Obediencia  Ángel 
Cemborain  de  San  Sebastián,  abandonaron  la  tierra  que  había 
sido  la  predilecta  herencia  de  la  provincia  Agustiniana  de  San 
Nicolás  y  el  campo  fructífero  donde  hasta  entonces  se  había 
desarrollado  su  actividad  durante  tres  siglos. 


CAPITULO    II 

Descubrimiento  del  Océano  Pacifico  —  V;isco  Núñez  Je  Bniboa  — Fun- 
dación dei  Convento  de  los  Padres  Agustinos  Recoletos  en  Pana- 
má—  El  pirata  Morgan  y  el  incendio  de  la  ciudad  — El  nuevo  Con- 
vento— Sucesos  acaecidos  en  el  Convento  —  Estado  de  el  en  1816  — 
Independencia  del  Istmo —  Adhesión  de  este  a  la  Gran  Colombia  — 
El  asunto  Russell — Datos  que  manifiestan  la  soberanía  de  la  Nue- 
va Granada  en    Panamá — El  Convento  abandonado. 


El  25  de  septiembre  de  1513  las  azuladas  aguas  del  Océa- 
no Pacífico  presentáronse  por  vez  primera  ante  los  ojos  de  los 
conquistadores,  y  el  29  del  mismo  mes  Vasco  Núñez  de  Balboa 
jefe  de  aquella  expedición,  llevando  en  las  manos  una  bandera 
que  tenía  la  imagen  de  la  Virgen  con  el  niño  Dios  y  las  armas 
de  Castilla  y  de  León,  penetró  agua  adentro  en  el  mar,  blandeó 
la  espada,  y  haciendo  tremolar  el  estandarte,  aclamó  con  entu- 
siasmo a  los  Reyes  de  España,  tomando  posesión  en  su  nombre 
de  aquel  piélago  que  lo  acariciaba  con  sus  olas. 

Balboa,  que  si  de  joven  al  servicio  de  don  Pedro  Portoca- 
rrero  en  la  Península  fue  un  currutaco  espadachín,  de  hombre 
maduro  conquistóse  el  respeto  y  amor  de  los  soldados  subalter- 
nos y  de  los  indios  que  moraban  en  las  tierras  aledañas  a  San- 
ta María,  la  antigua  del  Darién,  no  logró  dar  vado  al  negocio 
con  que  soñaba  de  gozar  tranquilamente  del  gobierno  de  aque- 
llas riquísimas  regiones.  El  nombramiento  de  Gobernador,  expe- 
dido por  Fernando  el  católico  a  favor  de  Pedro  Arias  Dávila, 
llamado  «el  galán  por  su  bizarro  continente  y  cortesanía,  y  el 
justador  por  su  singular  maestría  en  las  justas  y  torneos»,  echó 
por  tierra  los  dorados  castillos  de  Balboa. 


Í4  Costa  colombiana 

Y  al  efecto,  la  sierpe  de  la  envidia  enroscada  en  el  orgullo- 
so corazón  de  Pedrarias,  envenenó  la  vida  de  Vasco  Núñez,  y 
dio  por  resultado  la  decapitación  del  pundonoroso  descubridor 
del  Mar  del  Sur.  Este  Pedrarias  fue  el  fundador  de  la  ciudad 
de  Panamá,  a  donde  se  trasladó  la  de  Santa  María  la  Antigua  en 
agosto  de  1519. 

En  aquella  población,  casi  un  siglo  más  tarde,  durante  la 
administración  episcopal  de  Fray  Agustín  de  Carvajal  que  se 
extendió  de  1608  a  16H,  el  Padre  Vicente  Mallol  dio  principio 
a  la  fundación  de  un  Convento  de  Agustinos  Recoletos  bajo  la 
advocación  de  San  José  No  entraremos  a  discutir  nosotros,  a 
falta  de  un  documento  decisivo,  la  verdadera  fecha  de  la  funda- 
ción y  el  lugar  donde  ésta  se  hizo  primero;  lo  que  está  fuera 
de  duda  es  el  establecimiento  definitivo  de  nuestros  Padres,  des- 
pués de  varios  contratiempos  anejos  a  toda  obra  de  Dios,  en 
uno  de  los  puntos  más  céntricos  de  la  población,  hasta  que  ésta 
fue  víctima  de  la  codicia  de  Morgan  y  pasto  de  las  llamas  en 
el  año  de  1671. 

Todavía  están  en  pie  las  ruinas  de  nuestra  antigua  iglesia  y 
convento,  y  ante  ellas  siéntese  el  corazón  conmovido  y  amargas 
lágrimas  humedecen  los  ojos.  «Hay  en  el  seno  de  la  antigua 
ciudad  (de  Panamá),  escribe  el  señor  Samuel  Lewis,  en  la  se- 
gunda calle  partiendo  del  mar,  calle  que  se  extiende  de  Este  a 
Oeste,  una  ruina,  la  más  hermosa,  la  de  mayores  proporciones, 
la  más  importante  y  la  mejor  conservada.  Cubre  84.000  pies  cua- 
drados: en  su  parte  oriental  posee  un  patio  de  50  pies  por  196 
con  un  pozo  de  apreciable  capacidad  en  su  extremo  y  otio  pa- 
tio más  grande  todavía  en  su  porción  occidental;  el  resto  de  la 
manzana,  excepto  el  tramo  ocupado  por  la  iglesia,  la  cual  se  le- 
vanta al  suroeste  de  la  cuadra  con  entrada  a  la  calle,  está  ro- 
deada por  los  escombros  de  los  que  fueron  magníficos  edificios 
de  dos  pisos  con  espesas  y  sólidas  paredes. 

Los  muros  de  la  iglesia,  que  se  yerguen  imponentes  e-  in- 
tactos, en  su  mayor  extensión,  descuellan  sobre  las  ruinas  cir- 
cunvecinas, y  sus  arcos  hermosos  y  elegantes,  acusan  en  su  es- 
tructura un  sentimiento  artístico  más  refinado  que  el  que  prece- 
dió a  la  construcción  de  los  otros  templos,  salvo  sin  embargo, 
a  la  de  la  iglesia  mayor,   última  obra  de   importancia  llevada  a 


del  Pacifico  j5 

cabo  en  la  metrópoli.»  El  señor  Lewis  se  refiere  a  las  ruinas  del 
convento  e  iglesia  de  los.  Padres  Agustinos  Recoletos. 

En  el  nuevo  Panamá,  levantado  en  1673  por  don  Antonio 
Fernández  de  Córdoba,  ocuparon  los  Agustinos  uno  de  los  me- 
jores sitios  de  la  ciudad,  y,  a  pesar  de  su  pobreza,  en  un  lapso 
de  tiempo  relativamente  corto,  llevaron  a  feliz  término  la  cons- 
trucción del  Convento  e  Iglesia  que  llegó  a  ser  la  predilecta  de 
los  habitantes  istmeños. 

El  antiguo  y  nuevo  convento  pasaron  por  las  mismas  vici- 
situdes que  los  demás  del  Nuevo  Reino  sobre  los  pleitos  con 
los  Padres  Calzados.  Al  antiguo,  durante  el  priorato  del  Padre 
Juan  de  San  Agustín,  lo  anexó  el  Padre  Francisco  de  la  Resu- 
rrección a  la  Descalcez  de  España  en  cumplimiento  del  Breve 
Universalis  Ecclesiae  de  Urbano  VIII,  expedido  en  Roma  el  16  de 
julio  de  1629.  Doce  años  antes  se  había  sujetado  este  Convento 
a  la  Obediencia  del  Provincial  de  Quito;  y  luego  se  había  uni- 
do a  la  provincia  del  Perú. 

Importantes  servicios  prestaron  los  Recoletos  a  los  habitan- 
tes de  la  ciudad  en  todo  tiempo,  y  principalmente  en  el  de  ca- 
lamidades públicas.  Cuando  los  temblores  de  1621,  la  epidemia 
de  1652  y  el  saqueo  inglés  e  incendio  de  la  ciudad,  diez  y  nue- 
ve años  más  tarde,  ¡  cuánto  celo  desplegaron  los  Agustinos  en 
favor  de  los  desvalidos  y  necesitados! 

Y  así  fue  progresando  aquel  claustro  de  los  hijos  del  Sera- 
fín de  Hipona  hasta  el  punto  de  poderse  decir  que  la  historia 
de  la  Iglesia  y  Convento  de  San  José  está  íntimamente  unida  a 
la  de  Panamá  por  la  influencia  religiosa,  política  y  social  que 
nuestros  Padres  tuvieron  siempre  en  las  principales  familias  de 
la  ciudad.  Los  informes  que  los  gobernadores  del  Istmo  dirigían 
al  Rey,  en  los  que  se  habla  con  encomio  de  los  Descalzos  de 
San  Agustín,  son  una  prueba  de  nuestro  aserto. 

En  cuanto  a  la  parte  interna  del  convento,  debemos  decir 
que  sus  medros  en  lo  espiriual  debieron  de  ser  muchos,  dada  la 
numerosa  lista  de  los  varones  eximios  en  santidad  y  en  ciencia, 
que  por  sus  claustros  pasaron.  Y  así  lo  hubieron  de  juzgar  los 
superiores  cuando  permitieron  recibir  novicios  en  el  conven- 
to, formándose  allí  hombres  de  tanta  santidad  como  el  Padre  Fray 
Piego  de  la  Ascensión,  cuyo  retrato  se  conserva   en  uno  de  los 


i 6  Costa  colombiana 

claustros  del  Desierto  de  La  Candelaria  con  esta  inscripción : 
«N.  V.  P.  Fr.  Diego  de  la  Ascensión,  natural  de  Panamá,  muy 
dado  a  la  teología  mística  y  con  extremo  a  la  oración,  varón 
extático  y  ejemplarísimo  en  la  descalcez,  fue  Maestro  de  Novi- 
cios, Prior  de  Panamá  y  Rector  Provincial.  Murió  en  opinión  de 
Santo  en  El  Desierto  de  La  Candelaria,  año  1697.» 

Entre  los  Religiosos  que  brillan  en  el  cielo  de  la  Provincia 
de  La  Candelaria  y  santificaron  los  claustros  de  Panamá,  fuera 
del  fundador  Padre  Vicente  Mallol,  figuran  los  Padres  Alonso 
de  la  Magdalena,  Alonso  Muñoz,  José  de  la  Circuncisión,  Juan 
de  San  Agustín,  Esteban  de  San  José,  Salvador  de  San  Miguel, 
Manuel  Montes  de  Oca  de  San  Agustín  y  Manuel  de  San  Ga- 
briel, sin  mencionar  a  otros  muchos,  cuya  enumeración  resulta- 
ría demasiado  prolija. 

Tan  apostólico  fue  el  espíritu  de  los  Agustinos  de  Panamá 
que  trataron  de  extender  sus  trabajos  a  otros  lugares  del  Istmo, 
como  a  Los  Santos  y  a  Portobelo.  En  la  isla  de  Santa  Catalina, 
una  de  las  que  forman  el  archipiélago  de  San  Andrés  y  Provi- 
dencia, fundaron  antes  del  año  de  1644  una  Misión  nuestros  Re- 
ligiosos, empleándose  en  catequizar  a  los  indígenas  y  en  admi- 
nistrar los  Sacramentos  a  los  moradores  de  un  presidio  que  allí 
tenían  los  colonizadores.  Al  hablar  de  los  trabajos  de  los  misio- 
neros en  aquella  isla  solitaria,  en  la  que  no  pudo  permanecer 
ningún  sacerdote  del  clero  secular,  nuestras  crónicas  generales 
dedican  un  recuerdo  especial  al  Padre  Fray  Bartolomé  de  San 
Gregorio,  quien  con  tanto  empeño  se  entregó  a  los  ejercicios  del 
ministerio  que  estuvo  muchas  veces  a  pique  de  perder   la  vida. 

Según  la  nómina  de  la  Provincia  de  La  Candelaria  en  1816, 
el  convento  de  Panamá  habia  quedado  entonces  reducido  a  cin- 
co Padres,  un  Corista  y  un  Lego.  El  Padre  Provincial  Fray  Ve- 
nancio de  San  José,  se  expresaba  en  carta  de  9  de  noviembre 
de  aquel  año  sobre  la  dicha  casa,  de  la  siguiente  manera: 

«El  Convento  de  Panamá,  como  situado  en  un  istmo,  que 
por  la  misericordia  de  Nuestro  Señor  se  ha  manifestado  realista 
y  libre  de  toda  insurrección,  se  conserva  en  un  pie  muy  regular, 
aun  a  pesar  de  las  pérdidas  que  ha  sufrido  en  sus  principales, 
a  causa  de  los  incendios  que  hasta  por  tres  veces  abrasaron  la 
mayor  parte  de  aquella  ciudad  en  el  siglo  pasado.» 


18  Costa  colombiana 

de  1830  en  que  se  juró  la  de  Colombia,  expedida  en  el  Congreso 
que  se  había  reunido  en  Bogotá  al  comenzar  el  año:  José  María 
Cucalón  y  Ramón  Vallarino  fueron  en  él  los  representantes  por 
el  Istmo.  En  el  Congreso  de  1834,  a  cuyas  sesiones  acudieron 
por  Panamá  Domingo  Arroyo,  José  de  Obaldía  y  Manuel  Pardo, 
se  mandó  por  ley  del  8  de  mayo  que  el  escudo  colombiano  lle- 
vase en  la  parte  inferior  el  Istmo  y  los  mares  del  Atlántico  y 
del  Pacífico. 

Dos  años  más  tarde,  en  la  noche  del  20  de  enero  de  1836, 
ocurrió  un  suceso  en  Panamá  digno  de  mención. 

El  Cónsul  de  la  Gran  Bretaña  José  Russell  atacó  e  hirió  al 
ciudadano  Justo  Paredes,  quien  abofeteó  al  agresor,  el  cual  reci- 
bió también  una  herida  en  la  cabeza  de  un  garrotazo  que  le  dio 
el  juez  cantonal  Juan  Antonio  Diez. 

Las  autoridades  panameñas  condenaron  a  Russell  a  seis 
años  de  prisión  por  la  herida  a  Paredes  quien  fue  absuelto.  Esta 
sentencia  tuvo  resonancia  en  el  Gabinete  inglés  y  el  Ministro 
de  Relaciones  Exteriores,  lord  Palmerston,  ordenó  al  representan- 
te de  la  Gran  Bretaña  que  solicitase  del  Gobierno  granadino  la 
libertad  de  Russell  a  quien  debían  pagarse  mil  libras  esterlinas 
como  indemnización,  la  remoción  de  las  autoridades  culpables  y 
la  devolución  de  la  oficina  consular. 

Habiéndose  negado  el  Secretario  Lino  de  Pombo  a  aceptar 
las  exigencias  del  representante  Turner,  la  Gran  Bretaña  envió 
un  ultimátum  a  la  Nueva  Granada,  la  que  se  aprestó  para  la 
defensa.  Del  mando  militar  del  Istmo  encargóse  el  general  He- 
rrán  y  dióse  a  organizar  lo  necesario  para  la  guerra. 

Los  buques  ingleses  al  mando  del  capitán  Peiton  declara- 
ron en  bloqueo  a  todos  los  puertos  granadinos,  y  hubieran  se- 
guido las  cosas  adelante  a  no  haber  entablado  negociaciones 
con  el  marino  inglés  el  general  López,  que  estaba  al  frente  de 
las  fuerzas  de  Cartagena.  Terminado,  merced  a  honroso  pacto 
este  enojoso  asunto,  el  general  Herrán  tornó  al  interior  de  la 
República,    donde  fue    nombrado    poco  después    Gobernador   de 

Bogotá. 

Cuando  la  Nueva  Granada,  una  vez  constituida,  se  dividió 
en  Departamentos,  Panamá  fue  uno  de  ellos.  Luego,  al  abolirse 
los  Departamentos,   se  crearon   las  Provincias,   de  las  que  entró 


del  Pacifico  153 

también  a  formar  parte  el  Istmo.  El  Congreso  de  1855  expidió 
el  «Acto  adicional  de  la  Constitución»  que  decía  en  su  artículo 
1.°:  «El  territorio  que  comprende  las  provincias  del  Istmo  de 
Panamá,  a  saber,  Panamá,  Azuero,  Veraguas  y  Chiriquí,  forma 
un  estado  federal  soberano,  parte  integrante  de  la  Nueva  Grana- 
da, con  el  nombre  de  Estado  de  Panamá.»-  Esta  concesión  del 
gobierno  granadino  a  favor  del  Istmo  abrió  la  puerta  a  Ins  ma- 
les que  la  soberanía  de  los  Estados  acarreó  a  la  Nación. 

El  22  de  mayo  de  1858  quedó  sancionada  la  Constitución 
federal.  En  ella  ze  lee:  Los  Estados  de  Antioquia,  Bo'ívar,  Bo- 
yacá,  Cauca,  Cundinamarca,  Magdalena,  Panamá  y  Santander 
«se  confederan  a  perpetuidad,  forman  una  nación  soberana,  li- 
bre e  independiente,  bajo  la  denominación  de  Confederación 
Granadina.» 

La  revolución  del  Estado  del  Cauca,  dirigida  por  el  general 
Tomás  C.  de  Mosquera  conjuntamente  con  Obando,  y  que  esta- 
lló en  mayo  de  1860  anegó  la  República  en  sangre.  No  seguire- 
mos al  jefe  de  la  guerra  hasta  su  entrada  en  Bogotá  el  18  de 
junio  de  1861,  después  de  haber  derrotado  a  los  sostenedores 
del  gobierno  legítimo,  representado  por  el  doctor  Bartolomé  Cal- 
vo, encargado  del  Poder  Ejecutivo,  por  haberse  terminado  el  1.° 
de  abril  de  dicho  año  el  período  constitucional  del  doctor  Ma- 
riano Ospina,  bástanos  saber  que  Mosquera  una  vez  en  la  capi- 
tal, arrogándose  el  título  de  Presidente  Provisorio  de  los  Estados 
Unidos  de  la  Nueva  Granada  y  Supremo  Director  de  la  Guerra, 
puso  en  ejecución  siniestros  pensamientos  que  se  revolvían  en 
su  mente  contra  la  Iglesia  Católica,  a  saber:  la  tuición  de  cul- 
tos; el  extrañamiento  de  los  miembros  de  la  Compañía  de  Jesús; 
la  desamortización  de  los  bienes  de  manos  muertas;  la  prisión 
del  Arzobispo  Ilustrísímo  señor  doctor  Antonio  Herrán  y  la  ex- 
tinción de  todos  los  conventos,  monasterios  y  casas  de  religio- 
sos de  uno  y  otro  sexo. 

Panamá,  que  no  quiso  enviar  Representantes  al  Congreso 
que  se  reunió  en  Bogotá  el  1.°  de  septiembre  de  1861,  porque 
estaba  por  el  legítimo  gobierno  de  la  Confederación,  después  de 
la  capitulación  del  general  Canal  en  Pasto  y  del  tratado  del  ca- 
serío   de  Yojasa,    dobló  la    cerviz  ante    los  hechos    consumados. 

El  8  de  mayo  de  1863  el  panameño  justo  Arosemena,  Pre- 


20  Costa  colombiana 

sidente  en  aquel  día  de  la  Convención  de  Rionegro,  dijo  en  su 
discurso  al  presentar  la  nueva  Constitución: 

«Es  obra  de  un  solo  partido,  el  vencedor  en  la.  lucha;  hijo 
de  la  idea  federal  triunfante,  fruto  de  combates  por  afianzar  los 
dogmas  liberales,  y  que  así  descansa  sobre  los  principios  de  fe- 
deración y  libertad,  proclamados  por  ese  partido.» 

En  la  Constitución  de  Rionegro,  se  estableció  en  su  artícu- 
lo 1.°: 

«Los  Estados  soberanos  de  Antioquia,  Bolívar,  Boyacá,  Cau- 
ca, Cundinamarca,  Magdalena,  Panamá,  Santander  y  Tolima  se 
unen  y  confederan  a  perpetuidad,  consultando  su  seguridad  ex- 
terior y  recíproco  auxilio,  y  forman  una  nación  libre,  soberana 
e  independiente.» 

Ya  se  puede  comprender  cuál  seria  el  fin  del  Convento  de 
los  Padres  Agustinos  Recoletos  de  Panamá  en  aquellos  tiempos 
de  sectarismo  antirreligioso.  El  semillero  de  santos  que  durante 
más  de  doscientos  años  había  presenciado  los  ocultos  sacrificios 
de  los  Hijos  del  Obispo  de  Hipona,  víctima  de  la  rapiña  oficial, 
vino  a  ser  presa  de  manos  profanas,  que  de  tal  modo  clavaron 
en  él  las  uñas,  que  después  de  cincuenta  años  todavía  no  han 
logrado  recuperarlo  sus  legítimos  y  verdaderos  dueños. 

La  Iglesia  de  San  José  quedó  casi  del  todo  abandonada: 
sólo  de  vez  en  cuando  algún  sacerdote  decía  la  Santa  Misa  o 
celebraba  alguna  fiesta.  Ya  no  adornaron  de  continuo  los  alta- 
res los  gallardetes  y  las  flores,  ni  resonaron  por  las  bóvedas 
del  templo  la  música  del  órgano  y  la  salmodia  religiosa:  todo 
él  permaneció  envuelto  en  fúnebres  crespones  y  en  las  naves 
sentó  sus  reales  el  silencio.  Esperemos  que  los  ángeles  del  Se- 
ñor de  nuevo  extiendan  sobre  la  iglesia  agustiniana  las  protec- 
toras alas  de  su  misericordia. 


CAPITULO    III 

Llegada  de  los  Agustinos  Recoletos  y  Calzados  a  Colombia — Ataques  a 
los  Jrailes  venidos  de  Filipinas — Defensa  de  don  Miguel  Antonio 
Caro— El  Ilustrísimo  señor  Peralta  favorece  a  los  Agustinos  Reco- 
letos en  Panamá — Misiones  en  el  Darién— Parroquia  de  David. 

El  12  de  noviembre  de  1898  llegaron  a  Panamá,  después 
de  haber  tocado  en  los  puertos  de  Macao,  Nangasaki,  Howay  y 
California,  los  ocho  religiosos  a  quienes  vimos  en  el  capítulo  I 
salir  de  Filipinas  con  rumbo  a  América  el  23  de  agosto  de  aquel 
año. 

Un  testigo  ocular,  el  señor  Santos  Jorge,  nos  ha  referido  la 
pobreza  con  que  arribaron  al  Istmo  los  Padres  Agustinos.  El  di- 
nero les  escaseó  de  tal  manera  que  uno  de  los  religiosos  se  vio 
obligado  a  quedarse  en  la  Aduana,  como  en  rehenes,  mientras 
los  demás  conseguían  lo  necesario  para  cubrir  varias  cuentas  de 
consideración. 

Afortunadamente  por  aquel  tiempo  regía  la  diócesis  el  Ilus- 
trísimo señor  Alejandro  Peralta,  quien  con  verdadero  corazón  de 
padre,  recibió  a  los  religiosos  en  su  palacio,  los  agasajó  y  obse- 
quió cuanto  le  permitían  las  circunstancias,  y  les  hizo  halaga- 
doras promesas.  El  Obispo  comprendió  que  era  una  bendición 
divina  la  llegada  a  la  viña  del  Señor,  desolada  por  falta  de  ope- 
rarios, de  ocho  valientes  campeones,  curtidos  en  las  lides  que 
durante  largo  tiempo  habían  librado  en  ultramarinas  tierras  con- 
tra los  enemigos  del  nombre  cristiano. 

A  principios  del  año  de  1899  llegaron  también  a  Colombia, 
con  el  objeto  de  restaurar  la  provincia  de  Nuestra  Señora  de 
Gracia,  los  Padres  Agustinos  Calzados,  Baldomero  Real,  Paulino 


22  Costa  colombiana 

Díaz,  Dionisio  Ibáiiez,  Rufino  .Santos,  Urbano  Alvarez,  Joaquín 
Diez,  Bartolomé  Fernández,  Marcelino  Tones,  Eknignu  Díaz, 
Wenceslao  García  y  Urbano  Solís.  El  Reverendo  Padre  Salazar, 
provincial  de  la  agonizante  provincia,  recibió  en  su  casa  de  Fa- 
catativa  a  los  Padres,  quienes  encontraron  decidido  apoyo  en 
las  autoridades  eclesiásticas  y  civiles  para  llevar  a  feliz  término 
la  restauración  proyectada. 

No  se  crea,  sin  embargo,  que  en  todos  los  lugares  de  Co- 
lombia fue  recibida  con  igual  entusiasmo  la  noticia  de  la  venida 
al  territorio  de  frailes  de  Filipinas.  Varios  periódicos  de  Bogotá 
y  de  Medellín  se  desataron  con  tal  motivo  en  denuestos  contra 
las  Ordenes  Religiosas;  se  habló  de  una  invasión  frailuna  y  de 
los  males  que  había  deéacarrear  a  la  Nación.  Varias  plumas  sa- 
lieron a  la  defensa  de  los  religiosos  ultrajados,  descollando  en- 
tre ellas  la  del  sabio  eminente  y  católico  fervoroso,  don  Miguel 
Antonio  Caro.  Su  artículo  «No  más  frailes»,  publicado  en  El 
Orden,  correspondiente  al  22  de  febrero  de  1899,  es  una  verda- 
dera apología  de  las  Ordenes  Monásticas,  y  su  poesía  compues- 
ta con  este  motivo  y  dedicada  a!  llustrísimo  señor  Obispo  de 
Adrianópolis  y  Vicario  Apostólico  de  Casanare  Fray  Nicolás  Ca- 
sas, revela  al  cristiano  de  arraigadas  creencias.  Hela  aquí: 

DE  FILIPINAS 

«No  más,  no  más  monjes!»  —  Qué  acento  de  ira, 
Qué  espíritu  insano,  qué  mala  pasión, 
Decid,  ese  grito   cobarde  os  inspira? 
Mirad  de  do  vienen,  mirad  quienes  son. 

Son  estos  aquellos  que  padres  y  hermanos 
Y  Patria  dejaron  siguiendo  al  Señor; 
Son  estos  aquellos  que  a  climas  lejanos 
Mensaje  conducen  de  paz  y  de  amor. 

En  islas  selvosas  del  último  Oriente 
Miradles!  Ya  vence  de  Cristo  la  ley 
El  bárbaro  rito;  la  tribu  inclemente, 
Se  torna  ¡Oh  milagro!  pacífica  grey. 

Doquiera  que  en  alto  la  cruz  resplandece 
En  torno  se  forma  dichoso  confín 


del  Pacifico  23 

Al  par  con  las  almas  el  suelo  florece, 
Familia  es  el  pueblo,  la  tierra  un  jardín. 

Más  súbito  estalla  rugido  de  guerra; 
Aborto  monstruoso  el  genio  del  mal 
Oprime  a  los  santos,  las  aras  a  tierra; 
Inunda  los  campos  de  sangre  un  raudal. 

Del  hórrido  azote  los  náufragos  restos 
A  nuevas  comarcas  dirígense  ya; 
Algunos,  por  signos  de  Dios  manifiestos, 
Con  rumbo  al  Poniente  se  inclinan  acá. 

Con  dicha  a  estas  costas  salude  esa  nave! 
Descansen  tras  tanto  cruel  padecer! 
Brindarles  cariño  y  asilo  suave 
Acción  es  hidalga,  cristiano  deber. 

Y  tú  fiero,  anhelas  que  el  barco  no  arribe? 
«Id»  díjoles  Cristo,  mis  gracias  os  di; 
Aquel  que  os  recibe  también  me  recibe; 
Aquel  que  os  desprecia  desprecíame  a  mí.» 

Bien  hayan  dechados  de  santa  pobreza; 
Que  el  mundo  soberbio,  la  impura  ciudad, 
Requieren  ejemplos  de  heroica  estrecheza, 
De  esfuerzo  abnegado,  de  casta  piedad! 

El  pobre,  el  enfermo  que  a  Dios  sólo  imploran, 
Pues  falsa  grandeza  no  mira  hacia  allá, 
Las  almas  que  sufren,  los  ojos  que  lloran, 
Demandan  consuelos  que  el  monje  les  da. 

Testigo  perpetuo,  apóstol  sagrado 

De  aquel  que  por  todos  se  inmola  en  la  cruz; 

A  pechos  soberbios  reproche  callado, 

A  pechos  sencillos  es  bálsamo,  es  luz. 

Venid  misioneros;  Colombia  os  abraza; 
Vosotros  del  cielo  lleváis  bendición; 
Si  alguno  os  ofende,  si  alguno  os  rechaza.... 
Sublime  esperanza!  traedle  el  perdón.» 


24  Costa  colombiana 

Ln  primera  obra  que  hizo  el  Ilustrísimo  señor  Peralta  a  favor 
de  ¡os  Religk  sos  Agustinos  Recoletos  fue  confiar  a  su  cuidado 
la  Iglesia  de  San  José  y  construir  para  su  morada  una  casita 
adyacente  al  templo.  Al  punto  desplegaron  los  Religiosos  todas 
sus  energías  para  establecer  con  pompa  el  culto;  y  a  fin  de  re- 
parar siquiera  los  daños  más  notables  de  la  ruinosa  iglesia,  ven- 
ciendo no  pocos  inconvenientes,  lograron  con  las  limosnas  de 
los  fieles  que  acudieron  al  reclamo  de  los  padres,  hacer  de  San 
José  el  templo  aristocrático  de  la  ciudad. 

Pero  los  reducidos  límites  de  Panamá  no  podían  encerrar 
el  celo  inmenso  de  quienes  estaban  acostumbrados  a  ejercerlo 
en  las  extensas  parroquias  filipinas.  Diversos  lugares  del  Istmo 
no  tenían  un  sacerdote  que  bautizase  a  los  niños,  bendijese  a 
los  esposos,  auxiliase  a  los  agonizantes  e  impulsase  los  pueblos 
al  progreso;  y  a  esas  regiones  dirigieron  sus  pasos  los  Agusti- 
nos Recoletos.  Las  tierras  que  habían  sido  testigos  de  los  heroi- 
cos sacrificios  de  los  Agustinos  Recoletos  y  que  se  habían  em- 
papado en  la  sangre  de  tres  venerables  mártires  en  el  siglo 
XVII,  volvieron  a  presenciar  las  hazañas  de  los  misioneros  de 
ogaño,  de  varoniles  almas,  templadas  en  el  mismo  horno  de  la 
caridad  cristiana,  alimentada  con  los  encendidos  carbones  de  las 
reglas  del  Obispo  amantísimo  de  Hipona. 

Durante  diez  años  administraron  los  Agustinos  las  poblacio- 
nes del  Darién,  con  celo  y  abnegación.  El  clima  deletéreo  de  h 
región  llevó  a  la  sepultura  a  varios  Padres  y  a  otros  los  dejó 
imposibilitados  para  el  ministerio  de  por  vida.  Andaban  aque- 
llos Religiosos  de  una  parte  para  otra  en  busca  de  la  oveja  des- 
carriada para  atraerla  al  redil  de  Cristo,  de!  niño  para  regene- 
rarlo en  las  aguas  bautismales,  de  los  hogares  ilegítimamente 
constituidos  a  fin  de  unir  las  parejas  al  tenor  de  los  divinos 
preceptos,  y  de  los  moribundos  con  el  objeto  de  administrarles 
los  últimos  espirituales  auxilios.  Las  iglesias  fueron  mejoradas 
notablemente,  y  de  manera  especial  la  de  Chepo;  y  se  compra- 
ron imágenes  y  ornamentos  sagrados. 

!  Y  cuántas  amarguras  íntimas  tuvieron  qne  devorar  los  mi- 
sioneros! Cuántos  actos  de  heroísmo  ejecutaron,  que  si  el  mun- 
do los  ignora,  Dios  debe  tenerlos  escritos  con  letras  de  oro  en 
su  divino  corazón. 


del  Pacífico  25 

La  escasez  de  personal  y  otras  poderosas  razones  obligaron 
al  Padre  Manuel  Fernández  a  manifestar  en  diciembre  de  1909 
al  llustrisimo  señor  Junguito,  Obispo  entonces  de  Panamá,  por 
conducto  de  los  Reverendos  Padres  Marcos  Bartolomé  y  Regino 
Maculet,  la  imposibilidad  en  que  se  encontraba  la  provincia  de 
La  Candelaria  para  hacerse  cargo  de  las  misiones  del  Darién, 
administradas  hasta  entonces  por  Religiosos  de  la  provincia  de 
San  Nicolás  de  Tolentino. 

En  1921,  a  causa  de  repetidas  súplicas  del  llustrisimo  señor 
Rojas,  quien  sucedió  al  llustrisimo  señor  Junguito,  para  que 
nuestros  Religiosos  tomasen  la  cura  de  la  Parroquia  de  David, 
el  Padre  Edmundo  Goñi  envió  a  ese  lugar  a  los  Padres  Pedro 
Cuartero  y  Pascual  Zabalza.  Después  de  un  viaje  muy  penoso  lle- 
garon a  la  población,  cuyos  habitantes  los  recibieron  fríamente. 
Por  alojamiento  les  dieron  una  casucha  con  sólo  dos  habitacio- 
nes, a  las  que  entraba  el  viento  por  los  cuatro  costados.  Las 
iglesias,  una  de  las  cuales  queda  a  gran  distancia  de  la  casa, 
están  en  pésimo  estado,  y  casi  nadie  asiste  a  misa  los  domin- 
gos, ni  se  acerca  a  recibir  los  sacramentos;  el  abandono  espiri- 
tual es  completo. 

Por  mandamiento  superior,  a  los  dos  mencionados  Religio- 
sos los  han  reemplazado  los  Padres  Leoncio  Lapuerta  y  Julián 
Sagardoy,  quienes  se  aprestan  para  la  conquista  espiritual  de 
aquel  territorio.  ¿Lograrán  domeñar  esas  naturalezas  rebeldes  y 
ganarlas  para  Cristo?  Esperemos  algún  tiempo.  La  historia  nos 
dirá  una  vez  más  lo  que  pueden  la  gracia  y  el  misionero  cató- 
lico. 


CAPITULO     IV 

La  guerra  de  1899 — Fallecimiento  de  los  Padres  Cándido  Pérez  y  Justo 
Ecay — Independencia  del  Istmo  —Protesta  de  Colombia  ante  el  Go- 
bierno de  los  Estados  Unidos— Antiguos  conatos  de  separatismo  en 
Panamá — Varias  obras  del  Padre  Bernardino  García  — Se  encarga  de 
la  Residencia  la  provincia  de  La  Candelaria — Elogio  del  Padre 
Bernardino. 


A  fines  de  1899  estalló  en  Colombia  la  terrible  guerra  que 
duró  tres  años.  Un  manto  funerario  se  extendió  entonces  sobre 
el  Istmo,  de  los  cañones  resonaron  los  estampidos  en  los  valles 
y  montañas,  y  la  tierra  se  empapó  en  la  sangre  de  sus  hijos. 

Los  Agustinos  Recoletos  no  permanecieron  ociosos  en  aque- 
llos días  de  luto.  Acudir  a  los  campos  de  batalla,  recoger  a  los 
heridos,  ir  a  los  hospitales  en  socorro  de  los  enfermos,  auxiliar 
a  los  moribundos,  consolar  a  los  tristes  y  vigorizar  a  los  pusi- 
lánimes, he  ahi  algo  de  la  titánica  labor  de  nuestros  Religiosos. 
El  Padre  Bernardino  García,  nombrado  Capellán  del  ejército  por 
el  general  Carlos  Albán,  hizo  prodigios  de  abnegación.  En  la 
-efriega  habida  en  la  capital  istmeña,  era  de  ver  a  los  Agusti- 
nos de  aquí  para  allá,  en  actividad  constante,  sin  temor  a  las 
balas  enemigas,  derramando  en  los  corazones  de  los  agonizantes 
el  bálsamo  de  los  postreros  auxilios  espirituales.  El  flagelo  de 
la.  guerra  trae  frecuentemente  consigo  el  de  la  peste.  No  es,  pues, 
de  extrañar  que  la  fiebre  amarilla  y  otras  muchas  enfermedades 
hiciesen  estragos  en  Panamá. 

El  18  de  julio  de  1900  falleció  el  R.  P.  Cándido  Pérez  de 
la  Virgen  de  Ujué  y  el  22  de  julio  de  1902  el  R.  P.  Justo  Ecay, 
quien  había  ido  al  Istmo  con  el  Padre  Eusebio  Larrainzar,  acom- 


del  Pacífico  27 

pañando  al  jefe  de  operaciones  de  aquella  zona.  El  Padre  Pérez 
murió  en  nuestra  residencia  panameña  y  el  Padre  Ecay  en  el 
hospital  de  la  misma  ciudad  asistido  por  el  capellán  del  estable- 
cimiento y  por  el  Hermano  Ángel  Cemborain  de  San  Sebastián. 

También  entregó  su  alma  a  Dios  el  20  de  enero  de  1902 
el  general  Albán.  Celebráronse  las  exequias  en  la  catedral  y 
predicó  la  oración  fúnebre  el  Padre  Bernardino  García.  Quien 
desee  conocer  la  manera  de  este  insigne  orador  sagrado,  podrá 
hacerlo  pasando  la  vista  por  aquella  pieza  oratoria  que  anda 
impresa  para  enseñanza  y  deleite  de  los  literatos. 

Después  de  tres  años  de  sañudo  batallar,  la  balanza  de  la 
fortuna  se  inclinó  a  favor  de  las  fuerzas  del  Gobierno,  que  pre- 
sidía don  José  Manuel  Marroquín,  encargado  de  la  presidencia 
en  lugar  del  anciano  doctor  Manuel  Antonio  Sanclemente,  a  par- 
tir del  31  de  julio  de  1900. 

Durante  la  administración  del  señor  Marroquín  se  verifica- 
ron en  Panamá  sucesos  de  magna  trascendencia  para  Colombia: 
la  emancipación  del  Istmo,  ayudada  por  los  Estados  Unidos.  El 
Hermano  Luis  Gonzaga  cuenta  este  hecho  de  la  siguiente  mane- 
ra: «El  3  de  noviembre  de  1903  algunos  de  Panamá  ejecutaron 
un  motín  y  dieron  vivas  a  la  nueva  República,  mientras  Esteban 
Huertas,  a  la  cabeza  de  tres  compañías  del  batallón  Colombia 
reducía  a  prisión  al  general  Juan  B.  Tovar  y  a  las  otras  auto- 
ridades de  Panamá ....  Ellos  eran  dueños  de  la  capital  porque  no 
había  otra  fuerza  que  oponerles,  pues  la  otra  compañía  estaba 
ausente  de  Panamá,  y  el  batallón  Tiradores  fue  detenido  en  Co- 
lón, y  los  empleados  del  ferrocarril,  que  son  yanquis,  no  quisie- 
ron transportarlo,  y  la  fuerza  naval  norteamericana  estaba  fon- 
deada en  aquel  puerto  y  lista  para  prestar  auxilio  a  los  revolu- 
cionarios. El  jefe  del  batallón  Tiradores  a  duras  penas  pudo 
reembarcarse  para  Cartagena.  Además,  el  almirante  Cogían,  con 
cuatro  acorazados,  se  puso  frente  a  Colón,  y  el  Almirante  Glass, 
con  otros  cuatro  acorazados  en  el  Pacífico,  impidieron  desembar- 
car fuerzas  colombianas  en  el  Istmo,  y  el  señor  Roosevelt  reco- 
noció inmediatamente  la  independencia  de  Panamá.» 

El  día  4  el  Consejo  Municipal  sentó  el  acta  de  emancipa- 
ción. En  ella  se  lee:  «El  Consejo  Municipal  del  Distrito  de  Pa- 
namá,   fiel   intérprete   de  los   sentimientos  de   sus  representados 


28  Costa  colombiana 

declara  en  forma  solemne  que  los  pueblos  de  su  jurisdicción  se 
separan  desde  hoy  y  para  lo  sucesivo  de  Colombia,  para  formar 
con  las  demás  poblaciones  del  Departamento  de  Panamá  que 
acepten  la  separación  y  se  le  unan,  el  Estado  de  Panamá,  a  fin 
de  constituir  una  República  con  Gobierno  independiente,  demo- 
crático, representativo  y  responsable,  que  propenda  a  la  felici- 
dad de  los  nativos  y  de  los  demás  habitantes  del  territorio  del 
Istmo.»   El  acta  la  firmaron  los  siguientes  señores: 

Demetrio  H.  Brid,  R.  Aizpurú,  A.  Arias  F.,  Manuel  J.  Cu- 
calón, P.  Fabio  Arosemena,  Osear  Mac-Kay,  Alcides  Domínguez, 
Enrique  Linares,  J.  M.  Chiari,  R.  Darío  Vallarino,  S.  Lewis,  Ma- 
nuel M.  Méndez,  Ricardo  M.  Arango  y  Ernesto  Goti. 

Transitoriamente  se  estableció  un  gobierno  provisional,  pre- 
sidido por  los  señores  José  Agustín  Arango,  Federico  Boyd  y 
Tomás  Arias,  y  luego  fue  electo  para  Presidente  de  la  nueva 
República  el  doctor  Amador  Guerrero. 

Colombia  no  reconoció  la  cesesión  del  Departamento  de 
Panamá;  sometióse  a  la  ineludible  ley  del  más  fuerte,  pero  pro- 
testando enérgicamente  y  levantando  siempre  muy  alto  el  pen- 
dón inmaculado  de  sus  derechos.  En  el  memorial  que  una 
misión  especial,  enviada  por  Colombia  a  Washington,  presentó 
al  secretario  de  Estado  de  los  Estados  Unidos,  se  lee : 

«Panamá  se  ha  independizado,  ha  organizado  gobierno,  ha 
conseguido  que  algunas  potencias  reconozcan,  antes  del  tiempo 
acostumbrado,  su  soberanía,  ha  usurpado  derechos  que  no  le 
corresponden  en  ningún  caso,  porque  el  Gobierno  de  los  Estados 
Unidos  lo  ha  querido;  porque  él  mismo  «invocando  y  poniendo 
en  práctica  el  derecho  del  más  fuerte,  nos  ha  quitado  por  con- 
quista incruenta,  pero  siempre  por  conquista  la  parte  más  impor- 
tante del  territorio  nacional.  El  respeto  a  la  soberanía  de  la 
Nación  debe  ser  más  atendido  por  quien  se  halla  obligado,  como 
lo  están  los  Estados  Unidos,  no  solamente  por  preceptos  inter- 
nacionales, mas  también  por  un  tratado  público  en  vigencia,  del 
cual  han  derivado  indiscutibles  ventajas.»  No  se  crea,  empero, 
que  la  independencia  de  Panamá  se  fraguó  de  un  momento  a 
otro.  Los  conatos  de  separatismo  existieron  siempre  en  el  Istmo. 
En  agosto  de  1830  el  general  Espinar,  ejerciendo  el  cargo 
de  comandante  general  de  Panamá,  a  pesar  de  la  intimación  que 


del  Pacifico  29 

se  le  había  hecho  para  que  entregase  el  puesto  al  coronel  Carlos 
Robledo,  o  en  su  defecto  a  Juan  de  la  Cruz  Pérez,  jefe  de  mili- 
cias, proclamó  en  Cabildo  abierto  la  independencia  del  Istmo, 
si  bien  a  los  dos  meses  dio  un  decreto  para  volver  a  la  obe- 
diencia del  Gobierno  central,  en  vista  de  que  el  general  Urda- 
neta  había  sido  reconocido  por  Presidente  en  la  Nueva  Granada. 

En  marzo  de  1832  fue  descubierta  una  conspiración,  para 
anexar  el  Istmo  al  Ecuador,  y  fueron  fusilados  el  teniente  Mel- 
chor Duran  y  el  alférez  Casana.  Los  habitantes  de  Panamá  estu- 
vieron entonces  divididos  en  tres  partidos  encabezados  por  Va- 
llaríno,  Mariano  Arosemena  y  José  de  Obaldía,  respectivamente. 
El  primero  defendía  la  integridad  de  la  Nueva  Granada;  el  se- 
gundo la  unión  con  el  Ecuador  y  el  tercero  la  formación  de  una 
República  anseática  protegida  por  Inglaterra  y  los  Estados  Unidos. 

En  1840  Panamá  volvió  nuevamente  a  rebelarse,  y  en  una 
Asamblea  popular,  celebrada  el  18  de  noviembre,  se  expidió 
una  Acta  en  la  que  se  hacía  constar  que  el  Istmo  se  erigía  en 
estado   soberano,  independiente  de  la  Nueva  Granada. 

El  1.°  de  marzo  del  año  siguiente  la  Asamblea  constituyente, 
convocada  por  el  Gobierno  revolucionario,  dio  un  decreto  en  que 
se  lee : 

«Artículo  1.°  Los  cantones  de  la  antigua  provincia  de  Pana- 
má y  Veraguas  compondrán  un  estado  independiente  y  soberano 
que  será  constituido  como  tal  por  la  presente  convención  bajo 
el   nombre  de  Estado  del  Istmo. 

Artículo  2.°  Si  la  organización  que  se  diere  a  la  Nueva 
Granada  fuere  federal  y  conveniente  a  los  intereses  del  pueblo 
del  Istmo,  éste  formará  un  estado  de  la  federación. 

Parágrafo  único.  En  ningún  caso  se  incorporará  el  Istmo  a 
la  República  de  la  Nueva  Granada  bajo  el  sistema  central.» 

El  Congreso  de  1855  de  Bogotá,  según  lo  hicimos  constar 
en  el  capítulo  2.°,  creó  el  Estado  soberano  de  Panamá,  como 
parte  integrante  de  la  Nueva  Granada,  quien  tomó  siempre  a 
pechos  la  conservación  de  aquella  importante  porción  de  la  Re- 
pública, y  miró  con  especial  celo  por  el  progreso  de  ella  y  el 
bienestar  de  sus  hijos. 

El  desenlace  final  de  los  historiados  conatos  de  rebelión, 
fue    la   ya  dicha  independencia  absoluta  llevada  a  cabo  el  3  de 


30  Costa  colombiana 

noviembre.  Veamos  ahora  lo  que  han  hecho  los  Agustinos  en  Pa- 
namá en  tiempo  de  la  República. 

Durante  la  administración  del  doctor  Amador  Guerrero  se 
encargó  el  Padre  Bernardino  García  de  dictar  algunas  clases  en 
los  establecimientos  públicos,  y  poco  después  en  el  Colegio  de 
Marina,  donde  han  bebido  las  aguas  del  .saber  todas  las  seño- 
ritas de  la  aristocracia  panameña.  A  esta  labor  educacionista  de 
los  Agustinos  Recoletos,  no  interrumpida  en  veinte  años,  se  debe 
principalmente  la  influencia  de  que  gozan  en  la  alta  sociedad 
del  Istmo. 

El  Padre  *Bernardino  tomó  parte  activa  en  todas  las  obras 
piadosas  llevadas  a  cabo  en  la  ciudad  durante  su  larga  perma- 
nencia en  ella  hasta  1910.  En  el  Asilo  de  Bolívar  para  hombres 
y  mujeres  inválidos,  puso  de  relieve  su  espíritu  de  caridad,  y  se 
valió  de  cuantos  medios  estuvieron  a  su  alcance  para  ampliar 
y  engrandecer  la  casa.  Al  efecto  formó  una  Junta  que  dirigiese 
los  destinos  del  asilo  e  influyese  con  las  autoridades  para  el  me- 
joramiento de  él,  con  tan  buen  resultado  que  el  edificio  se  trans- 
formó por  completo  de  acuerdo  con  los  preceptos  arquitectóni- 
cos e  higiénicos. 

La  iglesia  de  San  José  que  en  el  abandono  a  que  se  vio 
reducida  en  los  aciagos  años  que  siguieron  a  la  exclaustración, 
había  llegado  a  tal  estado  que  amenazaba  verdadera  ruina,  fue 
objeto  principal  de  los  desvelos  del  Padre  Bernardino,  quien  re- 
paró las  paredes  laterales,  rehizo  el  techo  y  lo  abovedó,  puso  de 
cemento  el  piso,  colocó  elegantes  y  cómodos  escaños,  y  compró 
muchos  enseres  necesarios  al  culto,  sobresaliendo  entre  todos  un 
lujoso  terno  blanco.  Por  aquel  tiempo  el  señor  Eduardo  kazü, 
dueño  del  antiguo  convento,  cedió  a  los  Padres  un  lote  de  terre- 
no, donde  se  hallan  la  mitad  de  la  sacristía,  el  patio,  comedor 
y  cocina  de  la  actual  residencia. 

En  1910  la  provincia  de  San  Nicolás  cedió  a  la  de  La  Can- 
delaria la  residencia  de  Panamá,  a  la  cual  fue  enviado  como 
primer  superior  el  Padre  Pablo  Planillo,  religioso  de  excelentes 
prendas,  quien,  con  el  Padre  Doroteo  Ocón,  recibió  la  bandera 
rccoletana  que  antiguamente  había  flotado  allí  gloriosa  en  las 
manos  de  nuestros  Religiosos  de  Tierra-firme,  de  las  de  los  Pa- 
dres Bernardino   García    y  Celestino    Falces,  quienes   marcharon 


del  Pacífico  31 

con  rumbo  a  España  en  marzo  de  aquel  año.  Ya  en  la  Penín- 
sula, el  Padre  Bernardino  fue  nombrado  Secretario,  primero  del 
Provincial  de  Santo  Tomás  y  luego  del  Rmo.  Prior  General,  car- 
go que  desempeñó  hasta  abril  de  1921. 

El  Padre  Bernardino  merece  una  alabanza  especialísima  en 
estos  apuntes.  El  fue  quien  reanudó  nuestras  glorias  en  el  Istmo 
y  su  acción  evangélica  y  social  perdura  allí  a  través  de  los  tiem- 
pos con  caracteres  indelebles.  Su  nombre  en  Panamá  es  pronun- 
ciado con  veneración;  se  recuerda  al  campeón  en  los  amargos 
días  de  la  guerra,  al  trabajador  incansable  en  el  campo  de  la 
beneficencia,  al  insinuante  pedagogo,  al  orador  .elocuente  y  al 
confesor  asiduo.  Cuando  murió  el  limo,  señor  Junguito,  el  nom- 
bre del  Padre  Bernardino  García  sonó  entre  hombres  conspicuos 
en  la  política  y  en  las  letras  panameñas,  como  digno  candidato 
para  ocupar  la  silla  episcopal  de  la  ciudad.  Todo  se  lo  merece 
el  integérrimo  Agustino  que  dejó  a  su  paso  por  el  Istmo  una  es- 
tela de  luz  inextinguible. 


CAPITULO    V 


El  Padre  Pablo  Planillo —Visita  del  Rmo.  Padre  Enrique  Pérez —Labor 
de  los  Padres  Ángel  Vicente,  Doroteo  Ocón  y  Antonio  Roy —Visita 
Provincial  del  R.  P.  Edmundo  Goñi  —  Religiosos  que  han  estado  en 
la  Residencia  de  Panamá — Inauguración  del  canal  interoceánico. 
Trabajos  para  la  apertura  de  un  canal  en  tiempo  de  la  colonia  -  Leyes 
de  la  República  y  contratos  con  el  mismo  objeto  -Palabras  del  Go 
bierno  Americano  en  el  contrato  de  1846 —Construcción  del  ferro- 
carril  de  Panamá — La  compañía  francesa  —  El  tratado  Herrán-Hay. 

Nueve  meses  permaneció  en  Panamá  el  Padre  Planillo,  quien 
proveyó  a  la  residencia  de  lo  necesario  para  el  servicio  domés- 
tico e  inició  la  reivindicación  de  la  iglesia  y  de  la  casa,  obliga- 
do por  la  situación  enojosa  de  los  Padres  respecto  a  la  dióce- 
sis gobernada  por  el  limo,  señor  Javier  Junguito. 

El  9  de  noviembre  de  1910  se  verificó  un  acontecimiento 
en  Panamá  digno  de  ser  marcado  con  piedra  blanca  en  la  his- 
toria de  los  Agustinos  Recoletos  de  la  Provincia  de  La  Candela- 
ria: la  llegada  al  Istmo  del  Rmo.  Padre  Enrique  Pérez,  Prior 
General  de  la  Orden,  con  su  secretario  el  R.  P.  Segundo  Ciñas 
y  con  los  Padres  Fernando  Mayandía,  Provincial  de  San  Nico- 
lás y  el  Padre  Francisco  Lozares,  secretario  de  éste. 

El  Rmo.  Superior  después  de  haber  practicado  en  nuestra 
residencia  •  la  visita  general  y  manifestado  la  complacencia  que 
sentía  su  corazón  al  haber  por  sí  mismo  palpado  la  magna  labor 
de  sus  hijos  en  el  Istmo,  se  embarcó  en  Colón,  con  rumbo  a 
Puerto  Colombia,  llevando  por  compañero,  además  del  secreta- 
rio, al  Hermano  Ángel  Cemborain.  Los  Padres  Mayandía  y  Loza- 
res  tomaron  la  vía  de  Venezuela. 


9 

I 
r. 
i 

; 

H 


del  Pacifico  33 

El  Padre  Doroteo,  que  se  encargó  de  la  residencia  transi- 
toriamente hasta  el  12  de  junio  de  1911  que  llegó  a  Panamá  el 
Padre  Ángel  Vicente,  nombrado  superior  por  el  Capítulo  Provin- 
cial que  se  había  celebrado  en  Bogotá  en  el  mes  de  enero  de 
aquel  año,  reparó  la  torre  de  la  iglesia  de  San  José,  deteriorada 
por  un  rayo  que  había  caído  allí  dos  años  antes  y  puso  el 
pararrayos. 

Una  de  las  primeras  preocupaciones  del  Padre  Ángel  fue 
la  de  activar  el  asunto  sobre  la  propiedad  y  uso  de  la  iglesia 
y  casa,  y  logró  ver  coronados  sus  esfuerzos  con  una  resolución 
de  Roma  del  8  de  noviembre  de  1911,  en  la  que  se  ordenaba 
al  Obispo  dejar  a  los  Agustinos  Recoletos  in  pacifica  posessione. 
Poco  después  el  limo,  señor  Rojas  hizo  escritura  de  la  casa  a 
favor  de  los  Padres. 

En  diciembre  de  1913  se  inauguró  el  órgano,  fabricado  en 
Barcelona.  Bien  se  comprende  cuánto  contribuyó  a  la  solemni- 
dad majestuosa  del  culto  esa  mejora  artística  y  grandiosa  intro- 
ducida en  la  iglesia  de  San  José  por  el  Padre  Ángel  Vicente, 
quien  hizo  fabricar  también  la  escalera  de  manipostería  del  coro 
y  de  la  torre  y  comenzó  los  preparativos  para  la  decoración  del 
altar  mayor,  que  se  encontraba  muy  deteriorado. 

En  1914  fue  nombrado  superior  de  Panamá  el  Padre  Mar- 
celino Ganuza,  quien  llegó  a  la  ciudad  hacia  la  mitad  del  año 
con  el  Padre  Cándido  Armentia.  La  estadía  de  ambos  en  el  Ist- 
mo se  redujo  a  un  tiempo  relativamente  corto,  porque  tuvieron 
que  regresar  a  Colombia,  el  primero  por  enfermedad  y  el  segun- 
do por  haber  sido  necesaria  su  presencia  en  otra  casa  de  la 
Provincia. 

El  Capítulo  celebrado  en  Bogotá  en  el  mes  de  abril  de  1915, 
expidió  a  favor  del  Padre  Doroteo  Ocón  el  nombramiento  de 
Vicario  Provincial,  por  haber  juzgado  conveniente  los  capitulares 
formar  una  Vicaría  Provincial  de  las  casas  de  la  Costa  del  Pa- 
cífico. El  dicho  Padre  debía  haber  marchado  a  Tumaco,  donde 
el  Capítulo  ordenó  que  fuese  la  residencia  del  Vicario,  pero  ha- 
biendo logrado  por  motivos  de  salud  permanecer  en  Panamá, 
entró  a   dirigir  los   destinos  de   aquella   residencia   en  lugar   del 

Padre  Marcelino. 

3 


34  Cosía  colombiana 

El  trabajo  del  Padre  Doroteo  en  Panamá  ha  sido  grande  y 
fecundo.  El  dio  feliz  remate  a  la  decoración  del  altar  mayor, 
que  parece  una  ascua  de  oro  y  es  la  admiración  de  cuantos  lo 
contemplan;  reparó  cinco  altares  laterales;  trajo  de  España  otros 
dos  hermosísimos  que  colocó  en  las  columnas  del  arco  toral; 
ornamentó  los  nichos  con  las  imágenes  barcelonesas,  modelos 
de  escultura,  de  N.  P.  San  Agustín,  Nuestra  Señora  de  la  Can- 
delaria, San  Antonio  y  Santa  Rita;  retocó  las  de  Nuestra  Señora 
del  Socorro,  de  la  Inmaculada,  de  la  Dolorosa,  de  Jesús  Naza- 
reno y  del  Crucifijo;  pintó  la  iglesia;  puso  veinte  escaños  nue- 
vos y  fabricó  un  elegantísimo  pulpito,  cuya  bendición  se  hizo 
en  el  mes  de  enero  de  1919. 

Actualmente  el  Padre  Ocón  tiene  entre  manos  varias  obras. 
Piensa  poner  en  el  piso  de  la  Iglesia  baldosines  de  una  fábrica 
de  Valencia,  los  que  ya  estuvieran  colocados  a  no  haberlo  impe- 
dido la  guerra  europea;  reparar  el  frontispicio  del  templo;  y 
construir  de  nueva  planta  la  casa,  por  ser  la  actual  demasiado 
incómoda. 

Esto  es  algo  del  trabajo  material  llevado  a  cabo  por  los 
Agustinos  en  Panamá.  Y,  ¿qué  decir  ahora  de  los  frutos  espiri- 
tuales cosechados  por  ellos,  merced  a  su  infatigable  celo  e  in- 
cansable labor  evangélica?  Y  cuenta  que  no  solamente  han  aten- 
dido a  repartir  entre  los  fieles  el  pan  del  espíritu  y  al  esplendor 
y  majestad  del  culto  en  su  propia  iglesia,  sino  que  han  dado  en 
todo  tiempo  clases  en  diversos  institutos  de  educación,  acudido 
al  Lazareto  del  cual  son  capellanes,  ayudado  en  el  ministerio  a 
los  clérigos  de  la  ciudad  y  salido  a  los  pueblos  del  interior  de 
la  República  a  dar  misiones. 

Durante  la  guerra  europea  fue  nombrado  capellán  de  la  cruz 
roja  panameña  el  Padre  Ocón,  y  es  consejero  episcopal  y  exa- 
minador sinodal.  También  los  Agustinos  han  aportado  a  la  bue- 
na prensa  el  contingente  de  su  labor  literaria.  En  La  Defensa 
Social,  por  ejemplo,  publicó  asiduamente  el  Padre  Valeriano  Tan- 
co,  ya  artículos  propios,  ya  traducidos,  con  más  frecuencia  del 
inglés. 

Uno  de  los  religiosos  que  más  han  trabajado  en  Panamá, 
ha  sido  el  Padre  Antonio  Roy,  acuciosa  abeja  que,  libando  en 
el  pensil  de  la  iglesia  el  néctar  que  encierran  las  diversas  flores 


■o 
c 

- 


del  Pacifico  35 

del  apostolado,  ha  fabricado   en  su  alma  un    panal  que  tiene  la 
miel  de  todas  las  virtudes. 

En  agosto  de  1919  se  verificó  en  Panamá  la  visita  oficial 
del  R.  P.  Edmundo  Goñi,  a  quien  satisfizo  el  estado  próspero 
de  la  residencia  y  el  espíritu  apostólico  de  los  Religiosos. 

Además  de  los  Padres  de  nuestra  provincia  aquí  nombra- 
dos, han  estado  en  la  residencia  de  Panamá,  aun  cuando  gene- 
ralmente sólo  de  paso,  los  siguientes,  que  sepamos:  Padies,  Re- 
gino  Maculet,  Marcos  Bartolomé,  Eusebio  Larrainzar,  Hilario  Sán- 
chez, Tomás  Martínez,  Alberto  Fernández,  Ramón  Arenal,  Manuel 
Fernández,  Francisco  Sola,  Ángel  Marcos,  Antonino  Caballero, 
Julián  Sagardoy,  Leonardo  Azcona,  Bernardo  Merizalde,  Samuel 
Ballesteros,  Ubaldo  Ballesteros,  Tomás  Janices,  Francisco  Corral 
y  los  hermanos  Nicolás  Guzmán,  Jacinto  Navarro,  Gabriel  Ara- 
no,  Francisco  Arguello,  Lorenzo  Ortiz  y  Serafín  Ancín. 

A  los  religiosos  de  otras  Ordenes  que  pasan  frecuentemente 
por  Panamá,  se  les  da  en  la  residencia  hospedaje,  a  pesar  de  la 
pequenez  de  la  casa. 

Al  hablar  de  Panamá  no  podemos  pasar  en  silencio  la  gran- 
de obra  que  los  americanos  llevaron  a  cabo  en  el  Istmo:  la  aper- 
tura del  canal. 

En  1914  el  mundo  se  conmovió  ante  la  estupenda  noticia 
de  que  el  canal  quedaba  definitivamente  abierto  al  servicio  de 
todas  las  naciones.  El  suntuoso  programa  que  se  repartió  profu- 
samente por  todos  los  países  no  pudo  cumplirse  a  consecuencia 
de  los  trastornos  que  trajo  consigo  la  guerra  europea  que  esta- 
lló el  2  de  agosto  de  aquel  año.  La  obra  del  canal  es  la  mejor 
dei  mundo  en  su  clase. 

Los  españoles,  a  raíz  del  fausto  descubrimiento  del  Mar  del 
Sur,  concibieron  la  idea  magna  de  la  comunicación  de  los  dos 
mares.  En  tiempo  de  Carlos  V  aquella  idea  tomó  incremento,  y 
el  regimiento  de  la  ciudad  de  Panamá  se  dirigió  al  Juez  Gama, 
pidiéndole  que  se  limpiara  el  río  « Chagres  hasta  distancia  de  do 
a  Panamá  se  puede  andar  en  carretera»;  y  Gaspar  de  Espinosa 
escribió  una  carta  al  Emperador,  fechada  el  10  de  octubre  de 
1533,  en  la  que  le  dice:  «Los  indios  de  la  provincia  del  Perú 
son  gente  muy  diestra  en  facer  y  abrir  caminos  e  calzadas;  po- 
drán facerse  acequias  de  agua  de  Chagre  hasta  la  Mar  del  Sur, 
e  que  se  navegase;  son  como  cuatro  leguas  de  tierra  llana.» 


36  Costa  colombiana 

Carlos  V,  en  1534,  comprendió  sin  duda  con  su  clara  inte- 
ligencia la  importancia  de  esta  obra,  y  el  año  siguiente  escribió 
en  Toledo  al  gobernador  de  Tierra-firme,  Francisco  de  Barrio- 
nuevo,  una  carta  en  que  le  decía:  «Sabiendo  que  el  río  Chagre 
se  puede  navegar  en  carabelas  cuatro  a  cinco  leguas  y  tres  o 
cuatro  en  barcas,  y  que  abriendo  canal  desde  allí  hasta  la  Mar 
de  Sur,  podría  navegarse  de  un  mar  a  otro,  juntándose  la  del 
Sur  con  dicho  rio,  vos  mandó  que  tomando  personas  expertas, 
yeáis  qué  forma  podrá  darse,  para  abrir  dicha  tierra  y  juntar 
ambos  mares.  Entended  en  ello  con  diligencia  como  cosa  que 
tanto  importa.» 

Durante  el  tiempo  que  reinó  Felipe  II,  no  se  pensó  más  en 
la  apertura  del  canal  por  el  Istmo  a  causa  de  ios  informes  que 
se  recibían  con  frecuencia  en  la  Península,  los  que  de  1556  a 
1584  llegaron  hasta  el  númeto  de  28,  sobre  el  mal  clima  de  Pa- 
namá y  la  importancia  de  hacer  el  transporte  de  mercaderías  por 
Nicaragua.  El  Maestre  de  campo,  Texeda  y  el  ingeniero  Anto- 
nelli,  en  un  memorial  dirigido  al  Rey  en  1591,  hablan  acerca  de 
que  los  trasbordos  se  establezcan  de  Puerto  de  Caballos  a  la 
bahía  de  Fonseca,  y  había  ya  determinado  antes  la  Casa  de  Con- 
tratación de  Sevilla  que  no  se  hiciese  el  trasbordo  del  Atlántico 
al  Mar  del  Sur  por  Panamá  «en  razón  de  los  daños,  pérdidas 
de  navios  y  gente,  oro  y  plata,  las  muertes  que  acaecen,  las  mi- 
serias y  penalidades  de  la  tierra » 

Durante  los  siglos  XVII  y  XVIII  fueron  muchas  las  tentati- 
vas que  se  hicieron  para  la  unión  de  los  dos  mares,  ya  por  Te- 
huantepec  en  México,  donde  pusieron  manos  a  la  obra  del  canal 
los  Virreyes,  o  por  Nicaragua,  ya  también  por  Panamá  o  por  el 
Golfo  de  Urabá  y  el  Atrato.  En  este  último  lugar  el  Párroco  de 
Nóvita  en  1788  hizo  que  los  indios  abriesen  una  acequia  por 
donde  en  determinados  tiempos  del  año  era  fácil  el  tránsito  del 
río  San  Juan  que  desemboca  en  el  Pacífico,  al  Atrato,  que  rinde 
sus  aguas  al  Atlántico.  A  esta  acequia  se  le  dio  el  nombre  de 
Canal  de  la  raspadura,  y  es  un  hecho  que  hasta  principios  del 
siglo  pasado  por  allí  pasaban  muchos  artículos  de  Guayaquil  a 
Cartagena  de  Indias. 

La  comunicación  interoceánica  por  el  Istmo  fue  una  de  las 
ideas   magnas  de   Bolívar,  y  hasta  se  trató  de   formar  una  com- 


del  Pacífico  37 

pañía  colombiana  que  acometiese  la  obra,  pero  por  entonces  todo 
quedó  en  ciernes. 

Más  tarde,  en  1831  y  1833,  se  discutió  en  la  Cámara  Pro- 
vincial de  Panamá,  la  manera  de  atravesar  el  Istmo  con  una  ca- 
rretera, y  el  Congreso,  por  ley  del  25  de  mayo  de  1834,  autori- 
zó al  Gobierno  para  gestionar  la  apertura  del  mencionado  cami- 
no. En  el  artículo  2.°  se  lee: 

«Se  concederá  a  los  empresarios  abrir  un  camino  carretero 
o  de  carriles  de  hierro  que  atraviese  el  Istmo  de  Panamá  del 
Atlántico  al  Pacífico;  y  podrán  usar  los  empresarios  de  algún 
canal  que  en  parte  sirva  para  esta  comunicación.» 

El  Congreso  del  año  siguiente  concedió  el  privilegio  para  la 
construcción  del  canal  al  subdito  francés  Carlos,  barón  de  Thie- 
rry,  quien  los  traspasó  a  Augusto  Salomón  y  Joly  de  Sabia. 

El  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  que  en  1834  había  he- 
cho publicar  en  un  periódico  de  Washington  la  ley  granadina  de 
25  de  mayo  de  aquel  año  sobre  la  construcción  de  un  canal  in- 
teroceánico, envió  al  Istmo,  con  el  objeto  de  estudiar  si  era  prac- 
ticable la  comunicación  entre  los  dos  mares,  al  coronel  Carlos 
Biddle,  quien  habiéndose  trasladado  luego  a  Bogotá  alcanzó  del 
Congreso  de  1836  que  se  le  otorgase  el  mencionado  privilegio, 
que  fue  objetado  por  el  general  Santander,  por  haberlo  creído 
perjudicial  a  la  futura  integridad  nacional. 

El  6  de  junio  el  Congreso  dio  un  decreto  que  concedía  pri- 
vilegio para  un  ferrocarril  o  carretero  en  Panamá  y  para  el  es- 
tablecimiento de  la  navegación  en  el  Chagres,  caso  de  que  el 
barón  de  Thierry  no  trabajase  en  el  canal.  Una  compañía  gra- 
nadina compuesta  de  los  señores  Vicente  Azuero,  Francisco  Mon- 
toya,  Diego  Davison,  Joaquín  Orrantia,  Raimundo  Santamaría, 
José  Hilario  López,  Joaquín  Escobar,  Juan  Manuel  Carrasquilla, 
Ignacio  Morales,  Pedro  Ignacio  Valderrama,  Diego  Fernando  Gó- 
mez, Alejandro  Mac  Dowall,  José  de  Obaldía  y  Miguel  Saturni- 
no Uribe,  a  quienes  se  había  unido  el  coronel  Biddle,  obtuvie- 
ron el  22  de  junio  la  concesión  del  privilegio. 

Joly  de  Sabia  se  presentó  el  7  de  junio  de  1838  en  el  río 
Chagres  en  un  buque  francés  para  dar  comienzo  a  los  trabajos 
del  canal,  a  lo  que  se  opuso  el  gobernador  panameño;  y  el  Pre- 
sidente de  la  República  declaró  el  22  de  noviembre  caducado  el 


38  Costa  colombiana 

contrato  con  el  barón  de  Thierry,  por  haber  espirado  el  28  de 
mayo  el  plazo    que  se  le  había    concedido  para    iniciar  la  obra. 

El  Congreso  de  aquel  mismo  año  hizo  varias  concesiones 
a  favor  de  la  compañía  granadina,  que  se  había  asociado  con 
Augusto  Salomón  y  Compañía;  y  el  general  Herrán  protestó  con- 
tra la  apertura  del  canal  de  Nicaragua,  patrocinado  por  el  Rey 
de  Holanda,  alegando  la  soberanía  de  la  Nueva  Granada  en  la 
región  de  la  Mosquitia. 

En  los  Estados  Unidos  el  Congreso  de  1838  estudió  el  pro- 
yecto de  apertura  del  canal  y  los  planos  del  Istmo,  levantados 
por  el  coronel  Biddle  y  en  el  año  siguiente  ordenó  al  Presiden- 
te que  considerase  la  conveniencia  de  negociar  con  los  países 
interesados  en  la  obra,  la  comunicación  de  los  dos  mares. 

Del  tratado  que  la  Nueva  Granada  hizo  en  1846  con  la 
Unión  Americana,  son  las  siguientes  palabras: 

«Los  Estados  Unidos  garantizan  positiva  y  eficazmente  a  la 
Nueva  Granada  la  perfecta  neutralidad  del  ya  conocido  Istmo; 
y  de  la  misma  manera  los  derechos  de  soberanía  y  propiedad 
que  la  Nueva  Granada  tiene  y  posee  sobre  dicho  territorio.» 

El  general  Herrán,  que  había  sido  nombrado  Ministro  en 
Washington  por  el  general  Tomás  C.  de  Mosquera,  llevó  a  feliz 
término  un  contrato  con  los  señores  Aspinwall,  Steplens  y  Chaun- 
cey  para  la  construcción  del  ferrocarril  de  Panamá,  el  cual  se 
dio  efectivamente  al  servicio  el  5  de  enero  de  1855. 

El  derecho  de  las  reservas  de  aquel  ferrocarril,  o  sea  el  po- 
der que  tenía  el  Gobierno  para  rescatarle  mediante  ciertas  con- 
diciones, y  el  cual  no  quiso  vender  don  Mariano  Ospina,  a 
pesar  de  la  crisis  por  la  que  atravesó  la  República  en  1857,  fue 
cedido  a  la  compañía  en  1867  por  el  general  Santos  Acosta,  de 
acuerdo  con  el  contrato  celebrado  entre  él  y  Mr.  George  M. 
Totten. 

El  10  de  enero  de  1880  se  dio  el  primer  golpe  de  zapa  en 
la  boca  del  Río  Grande  de  Panamá,  punto  designado  para  ser 
la  entrada  al  canal,  según  los  planos  de  los  ingenieros  de  la 
compañía  francesa,  que  dos  años  antes  había  obtenido  la  con- 
cesión de  la  excavación  de  la  vía  interoceánica  del  Congreso 
colombiano.  El  proyecto  había  sido  formulado  por  los  ingenie- 
ros Napoleón  Bonaparte  Wise,  Armando  Reclus  y  Pedro  J.  Sosa, 


del  Pacífico  39 

y  una  vez  constituida  la  compañía,  fue  nombrado  Presidente  de 
ella  M.  de  Lesseps,  quien  arribó  a  Colón  el  31  de  diciembre  de 

1879. 

Terminados  los  estudios  preliminares  para  la  obra,  se  prin- 
cipió formalmente  la  excavación,  pero  en  1889  se  suspendieron 
los  trabajos  a  causa  de  haberse  declarado  en  quiebra  la  com- 
pañía. El  liquidador  nombrado  por  el  Tribunal  Civil  del  Sena 
en  París,  después  de  vencidos  múltiples  inconvenientes,  y  alcan- 
zado una  prórroga  del  Gobierno  colombiano,  pudo  formar  una 
nueva  compañía  con  un  capital  de  65.000,000  de  francos  y  rea- 
nudar los  trabajos. 

Nada  hemos  de  narrar  acerca  del  tratado  Herrán-Hay,  no 
aprobado  por  el  Senado  colombiano,  ni  del  llevado  a  cabo  por 
los  Estados  Unidos  con  Panamá  el  17  de  noviembre  de  1903, 
una  vez  que  Roosevelt  hubo  reconocido  la  independencia  del 
Istmo.  Eruditas  plumas  han  historiado  estos  acontecimientos  y 
sobre  ellos  la  República  ha  derramado  lágrimas  de  sangre.  Sólo 
diremos  que  el  tratado  hecho  entre  Colombia  y  los  Estados  Uni- 
dos en  1914  «para  el  arreglo  de  sus  diferencias  provenientes  de 
los  acontecimientos  realizados  en  el  Istmo  de  Panamá  en  noviem- 
bre de  1903»,  fue  aprobado  por  los  dos  países  con  algunas  mo- 
dificaciones, en  1921, 


CAPITULO    VI 

Datos  biográficos  de  religiosos  ya  muertos,  que  estuvieron  en  el  Istmo  — 
P.  Félix  Guillen,  Francisco  Mallagaray,  Benito  Ojeda,  Fr.  Matías 
Sanmartín,  P.  Cándido  Pérez,  P.  Justo  Ecay,  P.  Medardo  Mole- 
res,  P.  Miguel  Lascarray,  Hermano  Nicolás  Guzmán,  P.  Ángel  Vi- 
cente—  Padres  Julián  Cisneros,  León  Ecay,  Pedro  San  Vicente  y  Ce 
lestino  Falces — P.  Patricio  Adell. 


Coloquemos  en  este  capítulo  corona  de  siemprevivas  sobre 
las  tumbas  de  los  heroicos  religiosos,  que  después  de  haber  ejer- 
cido su  apostolado  en  el  Istmo,  cayeron  uno  en  pos  de  otro  en 
el  campo  de  batalla,  segados  por  la  guadaña  de  la  muerte.  Dios, 
que  ofreció  recompensar  un  vaso  de  agua  dado  por  su  amor  al 
sediento,  habrá  ceñido  con  la  corona  de  la  inmortalidad  las  sie- 
nes de  los  Agustinos  Recoletos  que  a  costa  de  grandes  sacrifi- 
cios repartieron  a  manos  llenas  las  gracias  espirituales  entre  mi- 
les de  pobrecitas  almas,  abandonadas  a  merced  de  los  propios 
y  ajenos  apetitos. 

He  aquí  algunos  datos  biográficos  de  ellos: 

El  Padre  Félix  Guillen,  que  murió  en  la  residencia  de  Pa- 
namá el  13  de  junio  de  1899  a  causa  de  una  fiebre  maligna  con- 
traída en  la  región  del  Darién,  había  nacido  en  Monreal  del 
Campo,  en  España,  el  12  de  abril  de  1846.  Muy  joven  entró  a 
nuestra  sagrada  Orden  y  después  de  haber  cursado  los  estudios 
eclesiásticos  en  nuestros  colegios  de  la  Península  y  de  recibir 
las  sagradas  órdenes,  pasó  a  las  Islas  Filipinas  donde  ejer- 
ció por  más  de  veinte  años  el  sagrado  ministerio,  hasta  el  de  1899 
en  que  se  trasladó  a  Panamá.  Fue  Párroco  en  varios  pueblos 
de  Filipinas,  vicemaestro  de  novicios,  vicerrector  del  colegio  de 


«B 


i 


\\ 


jte                        | 

1 

: 

"£•: 


del  Pacifico  41 

San  Millán  en  España  en  el  cuatrienio  de  1878  a  1882,  Prior 
de  los  conventos  de  Manila  y  San  Sebastián,  definidor  de  Pro- 
vincia y  Vicario  provincial  del  Norte  de  Bohol.  Muy  dado  a  las 
ciencias  naturales,  llegó  a  poseer  vastos  conocimientos  en  medi- 
cina. En  el  Archipiélago  filipino  hizo  una  colección  de  plantas  y 
hojas  medicinales  que  obsequió  a  la  Universidad  zaragozana. 
Fue  también  autor  de  varias  obras  en  dialecto  visaya. 

Aún  no  habían  acabado  los  Religiosos  Agustinos  de  Pana- 
má de  enjugar  sus  lágrimas  por  la  muerte  del  Padre  Félix  Gui- 
llen, cuando  vino  a  arreciar  el  dolor  de  sus  almas  la  muerte  del 
Padre  Francisco  Mallagaray  del  Carmen,  a  quien  una  fiebre  per- 
niciosa condujo  en  breves  días  al  sepulcro  en  las  Misiones  del 
Darién.  El  Padre  Mallagaray  había  venido  al  mundo  en  Berceo, 
aldehuela  de  la  provincia  de  Logroño,  en  España,  el  30  de  ene- 
ro de  1865.  Habiéndolo  Dios  llamado  al  claustro  agustiniano, 
hizo  en  él  sus  votos  el  31  de  mayo  de  1881,  y  terminados  los 
estudios  y  recibidas  las  órdenes  sagradas,  ejerció  el  ministerio 
en  Filipinas,  a  donde  había  pasado  en  el  vapor  Isla  de  Panay 
a  fines  del  año  de  1886.  En  Loon,  Tubigon  y  Bohol  dio  cabida 
en  su  alma  a  todas  las  virtudes  y  se  inmoló  en  aras  del  sacri- 
ficio por  la  salud  de  sus  feligreses.  Ya  en  Panamá,  a  donde 
arribó  a  principios  de  1899,  se  entregó  de  lleno  a  la  evangélica 
labor;  y  en  aquellas  Misiones,  víctima  de  su  celo,  en  todo  el 
vigor  de  la  vida,  a  los  34  años,  dio  su  cuerpo  a  la  tierra  y  su 
alma  voló  al  cielo  a  recibir  la  doble  corona  del  apóstol  y  del 
mártir  el  1.°  de  septiembre  de  1899. 

El  día  10  de  mayo  del  mismo  año  murió  en  Panamá  el  Pa- 
dre Benito  Ojeda,  quien  había  llegado  a  la  ciudad  el  26  del  mes 
anterior  con  el  limo,  señor  Fr.  Ezequiel  Moreno.  El  Padre  Beni- 
to nació  el  5  del  mes  de  diciembre  de  1860.  A  los  19  años  pro- 
fesó en  la  Recolección.  De  1884  a  1897  fue  misionero  en  Filipi- 
nas y  luego  dos  años  maestro  de  novicios  en  el  Colegio  de 
Monteagudo  en  España.  Al  regresar  en  1899  el  limo,  señor  Mo- 
reno, de  Roma  a  Colombia,  eligió  por  su  compañero  y  capellán 
al  Padre  Benito,  a  quien  sorprendió  la  muerte  en  Panamá  en  la 
fecha  indicada. 

Fr.  Matías  Sanmartín  del  Carmen  nació  en  Anguta,  pobla- 
ción de  Logroño,  el  24  de  febrero  de  1878,  e  hizo  los  votos  re- 


42  Costa  colombiana 

ligiosos  en  nuestra  Recolección  el  26  de  septiembre  de  1894. 
Terminados  sus  estudios  les  vino  en  voluntad  a  los  Superiores 
mandarlo  a  Panamá,  y  hacia  aquellas  tierras  se  encaminó  inte- 
grando la  Misión  presidida  por  el  Padre  José  Cardona  de  Santa 
Magdalena  y  que  salió  de  Barcelona  el  5  de  abril  de  1899.  Sie- 
te meses  más  tarde,  el  16  de  noviembre,  entregó  su  alma  a  Dios 
en  Maracaibo,  a  donde  se  había  trasladado  a  causa  de  una  en- 
fermedad que  contrajo  poco  después  de  su  arribo  al  Itsmo. 

Otra  víctima  de  las  inclemencias  de  la  tierra  panameña  fue 
el  Padre  Cándido  Pérez  de  la  Virgen  -de  Ujué,  quien  falleció  en 
la  residencia  de  San  José  el  18  de  junio  de  1900.  El  Padre  Cán- 
dido fue  navarro,  pues  nació  en  Ujué  el  3  de  octubre  de  1874. 
A  los  diez  y  siete  años  hizo  a  Dios  el  sacrificio  de  sí  mismo 
por  los  votos  religiosos,  emitidos  según  los  estatutos  recoletanos 
el  1.°  de  octubre  de  1891.  Cinco  años  más  tarde  pasó  a  Filipi- 
nas y  ejerció  el  sagrado  ministerio  en  Subic,  Antipolo,  Caloocan, 
Bagac  y  Morong  hasta  el  año  de  1898  que  fue  destinado  a  las 
Misiones  de  América.  El  Padre  Cándido  Pérez  floreció  en  las 
virtudes  propias  de  un  verdadero  religioso;  su  vida  fue  la  de 
un  ángel,  su  muerte  la  de  un  mártir. 

El  Padre  Justo  Ecay  de  la  Virgen  del  Rosario  nació  en 
Abárzuza,  población  de  Navarra  en  la  Península  Ibérica  el  2  de 
noviembre  de  1873.  Tomó  el  hábito  agustiniano  el  6  de  noviem- 
bre de  1889  y  profesó  al  año  siguiente.  En  1895  se  afilió  a  la 
provincia  de  La  Candelaria.  En  Colombia  estuvo  en  Bogotá,  El 
Desierto,  Manizales  y  Ráquira,  al  frente  de  cuya.  Parroquia  se 
manifestó  como  un  sacerdote  modelo  y  sucesor  digno  de  los 
Religiosos  que  en  tiempos  anteriores  habían  apacentado  aquella 
porción  del  rebaño  de  Jesucristo,  los  Padres  Domingo  Díaz,  Ne- 
pomuceno  Bustamante,  Anacleto  Jiménez  y  Marcelino  Ganuza. 
Al  salir  de  la  Parroquia  en  julio  de  1899,  hicieron  los  habitan- 
tes del  pueblo  manifestaciones  en  favor  del  P.  Ecay,  y  el  Obis- 
po de  Tunja,  limo,  señor  Perilla,  le  consagró  frases  muy  lauda- 
torias en  oficio  al  R.  P.  provincial  Fr.  Santiago  Matute.  A  peti- 
ción del  Gobierno  legítimo  el  Superior  nombró  a  los  RR.  PP. 
Justo  Ecay  y  Eusebio  Larrainzar  capellanes  del  ejército  que  a 
órdenes  del  general  Pompilio  Gutiérrez  se  dirigió  en  1902  al 
Istmo,  donde  falleció,  víctima  de  la  fiebre  amarilla  el  P.  Ecay, 
el  23  de  julio  de  aquel  mismo  año.   . 


del  Pacifico  43 

El  Padre  Medardo  Moleres  del  Sagrado  Corazón  de  Jesús, 
vio  la  primera  luz  en  Arellano  de  la  provincia  de  Navarra  en 
España  el  8  de  junio  de  1866.  Se  consagró  a  Dios  en  la  Reco- 
lección mediante  los  votos  religiosos  a  los  diez  y  siete  años,  y 
después  de  terminados  los  estudios  y  de  haber  sido  profesor  de 
latín  en  el  Convento  de  San  Millán,  se  embarcó  en  el  vapor 
Santo  Domingo  el  20  de  septiembre  de  1890  con  rumbo  a  Fili- 
pinas, a  donde  arribó  el  22  de  octubre  del  mismo  año.  En  Ma- 
nila, Zambales  y  Cabangaan,  puso  de  manifiesto  los  quilates  de 
su  evangélico  celo,  traducido  en  obras  de  suma  importancia  du- 
rante los  ocho  años  que  permaneció  en  el  Archipiélago.  En  1898 
salió  de  Manila  para  Panamá,  donde  se  empleó  en  el  ministerio 
sacerdotal  con  verdadera  consagración  de  apóstol.  Estuvo  des- 
pués en  Venezuela  y  Trinidad,  y  el  1.°  de  enero  de  1903  murió 
trágicamente  en  Brooklyn,  atropellado  por  un  tren. 

En  julio  de  1895  llegó  a  Manila  en  el  vapor  Isla  de  Minda- 
nao  el  Padre  Miguel  Lascarray  de  San  Luis  Gonzaga,  quien  ha- 
bía entrado  a  formar  parte  de  la  Recolección  el  14  de  octubre 
de  1889,  día  que  emitió  los  votos  religiosos.  Loon  y  Macao  fue- 
ron testigos  del  celo  que  desplegó  el  Padre  Lascarray  en  Filipi- 
nas; lo  mismo  que  en  el  Istmo  panameño  a  donde  se  trasladó 
en  febrero  de  1899,  la  Misión  de  Chepo  y  la  ciudad  capital  de 
aquel  Departamento  colombiano,  en  la  cual  murió  el  8  de  abril 
de  1904  a  los  31  años  no  cumplidos.  El  Padre  Lascarray  había 
nacido  el  4  de  agosto  de  1873  en  la  población  de  Gainza,  en 
España. 

El  Hermano  de  obediencia  Nicolás  Guzmán  de  la  Sagrada 
Familia,  nació  en  el  Puente  Nacional,  Departamento  de  Santan- 
der, en  Colombia,  el  22  de  abril  de  1884.  Profesó  en  el  Conven- 
to del  Desierto  el  1.°  de  febrero  de  1907,  donde  estuvo  por  al- 
gún tiempo  al  frente  del  Colegio  preparatorio  y  se  empleó  en 
los  demás  ejercicios  propios  de  su  estado.  En  Panamá,  a  donde 
lo  mandó  la  Obediencia  en  1910,  contribuyó  con  su  trabajo  al 
aumento  del  culto  divino  y  buena  marcha  de  la  residencia.  Mu- 
rió en  El  Espinal  el  26  de  abril  de  1913.  El  Hermano  Nicolás 
Guzmán  fue  humilde,  observante,  y  no  dudo  afirmar  que  murió 
víctima  de  la  obediencia,  pues  lo  condujo  al  sepulcro  una  enfer- 
medad contraída  en  cumplimiento  de  un  oficio  que  le  había  §n- 


44  Costa  colombiana 

comendado  el  Superior.  El  R.  P.  Provincial  Fr.  Marcelino  Ganu- 
za,  al  dar  cuenta  a  los  Religiosos  de  la  provincia  del  fallecimien- 
to del  Hermano  Nicolás,  dice  que  terminó  sus  días  «con  muerte 
edificante,  después  de  recibir  los  santos  sacramentos  y  demás 
auxilios  espirituales.» 

El  Padre  Ángel  Vicente  de  la  Concepción  nació  en  Lumbier 
de  Navarra  en  España,  el  5  de  marzo  de  1865.  Hizo  la  profesión 
religiosa  el  13  de  enero  de  1884  y  después  de  terminar  los  es- 
tudios eclesiásticos  y  recibida  la  ordenación  sacerdotal,  salió  de 
Barcelona  para  Filipinas  en  el  vapor  Reina  Mercedes  el  21  de 
de  septiembre  de  1888.  En  Balabac  se  estrenó  en  la  vida  apos- 
tólica desde  noviembre  de  1889  hasta  octubre  de  1891  que  re- 
gresó a  la  madre  Patria.  Afiliado  a  la  provincia  de  I^a  Cande- 
laria, marchó  para  Colombia  en  abril  de  1892  y  llegó  el  4  de 
mayo  del  mismo  año  a  Bogotá,  donde  se  entregó  a  todos  los 
ejercicios  del  ministerio  con  la  actividad  y  tesón  de  un  apóstol. 

Fue  Superior  de  Manizales  en  1903,  viajó  por  los  países 
centroamericanos  en  1907,  fue  maestro  de  novicios  en  España 
de  1908  a  1910,  y  en  Panamá  desde  1911  hasta  1917  brilló  como 
religioso  observante  de  corazón  de  oro  y  sacerdote  apostólico  de 
contextura  de  acero.  El  Padre  Ángel  falleció  con  la  muerte  de 
los  justos  en  Pamplona  de   España  el   7  de  diciembre   de  1917. 

El  R.  P.  Ángel  Marcos  escribió  con  exquisita  delicadeza  y 
lujo  de  curiosos    detalles  la    biografía  del    R.  P.   Ángel  Vicente. 

Entre  los  Religiosos  Agustinos  Recoletos  que  trabajaron  en 
el  Istmo,  ya  en  la  capital,  ya  en  las  Misiones  del  Darién,  han 
bajado  a  la  tumba  los  .siguientes: 

Julián  Cisneros,  el  9  de  mayo  de  1908;  León  Ecay,  el  1.°  de 
junio  de  1908;  Patricio  Adell,  el  2  de  agosto  de  1908;  Pedro 
San  Vicente,  en  1915;  y  Celestino  Falces,  el  30  de  diciembre  de 
1920. 

Dediquemos  antes  de  terminar  este  capítulo  un  recuerdo  ca- 
riñoso al  R.  P.  Patricio  Adell  de  San  Macario,  alma  de  las  fun- 
daciones de  la  provincia  de  San  Nicolás  de  Tolentino  en  Amé- 
rica. 

El  Padre  Adell  nació  en  Andorra  el  17  de  marzo  de  1842 
y  se  dedicó  a  Dios  en  la  Recolección  Agustiniana,  para  ser  lus- 
tre y  honra  de  ella,  el  3  de  octubre  de  1860,  mediante  los  votos 
religiosos. 


del  Pacifico  45 

En  septiembre  de  1865  se  ordenó  de  sacerdote  en  Manila, 
a  donde  había  llegado  en  abril  de  aquel  año,  y  tomó  a  pechos 
el  ejercicio  del  ministerio  sagrado  en  diversas  poblaciones  del 
Archipiélago.  Los  Superiores  lo  condecoraron  con  honrosos  títu- 
los y  le  confiaron  delicados  puestos  lo  mismo  en  Filipinas  que 
en  España,  tales  :omo  Prior  de  Cavile  y  de  San  Sebastián,  Rec- 
tor de  Monteagudo,  Maestro  de  Novicios,  Definidor  provincial  y 
Vicario  Provincial  de  Negros.  Por  motivo  de  la  guerra  filipina 
salió  de  Manila  el  Padre  Adell  en  compañía  de  siete  Religiosos 
el  2'ó  de  agosto  de  1898  con  rumbo  a  América,  donde  se  abrie- 
ron a  su  espíritu  emprendedor  nuevos  horizontes  halagadores  y 
risueños.  Durante  el  tiempo  que  estuvo  al  frente  de  las  Misio- 
nes americanas  se  fundaron  las  siguientes  casas  que  dan  una 
idea  de  la  activa  labor  del  Padre  Adell:  las  de  Panamá,  Darién, 
Tumaco,  Maracaibo,  Ciudad  Bolívar,  Soledad,  Upata,  San  Félix, 
Caura  y  San  Antonio. 

El  Padre  Adell  fue  nombrado  en  1901  Definidor  General  de 
la  Orden  con  residencia  en  España,  donde  murió  el  2  de  agos- 
to de  1908. 

En  el  cielo  rueguen  por  quienes  todavía  hemos  de  librar 
duras  batallas  en  la  tierra,  los  abnegados  Religiosos  Agustinos 
Recoletos  que  nos  precedieron  en  los  trabajos  y  en  la  recompen- 
sa eterna. 


3- 


CAPITULO    VII 

Palabras  del  limo,  señor  Ezequiel  Moreno — Los  Agustinos  Recoletos  en 
Tumaco — Descubrimiento  de  la  Costa  Colombiana  del  Pacífico — 
Curioso  documento. 

El  limo,  señor  Obispo  de  Pasto,  Fr.  Ezequiel  Moreno  y  Díaz, 
a  cuya  jurisdicción  pertenecía  parte  de  la  Costa  colombiana  del 
Pacífico,  dio  al  dirigirse  a  Roma  en  1898  una  pastoral,  en  la  que 
al  manifestar  los  motivos  que  tenía  para  su  viaje  a  Europa,  hace 
mención  entre  otros  del  siguiente: 

«Además  de  esos  fines  propios  de  la  Visita  ad  limina,  escri- 
be, nos  ocuparemos  en  nuestro  viaje  de  otro  importante  asunto, 
que  será  buscar  sacerdotes  de  alguna  comunidad  o  congregación 
religiosa  que  vengan  a  administrar  los  pueblos  de  esta  Diócesis 
que  comúnmente  llamamos  de  la  Costa.  Estos  pueblos  se  hallan 
siempre  o  casi  siempre  mal  administrados,  por  falta  de  sacerdo- 
tes que  se  hallen  en  condiciones  de  poder  vivir  en  aquellos  te- 
rritorios poco  o  nada  sanos  por  una  parte,  y  por  otra  solitarios 
y  faltos  de  recursos.» 

A  pesar  de  las  gestiones  del  limo,  señor  Moreno  en  Espa- 
ña para  llevar  misioneros  a  la  Costa  del  Pacífico,  no  pudo  con- 
seguirlos de  una  manera  fija,  si  bien  los  Superiores  le  dieron 
esperanzas  de  lograr  su  intento  en  Panamá,  donde  se  encentra- 
ban muchos  de  los  que  habían  salido  de  Filipinas  por  causa  de 
la  guerra. 

Muerto  al  pasar  por  el  Istmo,  el  10  de  mayo  de  1899,  el 
Padre  Benito  Ojeda,  compañero  del  señor  Moreno,  lo  reemplazó 
el  Padre  Mariano  Landa,  con  la  anuencia  del  Vicario  provincial, 
Padre  Bernardino  García,  quien,  además,  envió  para  Tumaco  en 


del  Pacífico  47 

compañía  del  Obispo  con  el  fin  de  inspeccionar  la  costa,  a  los 
Padres  Melitón  Martínez  y  Gerardo  Larrondo.  Asi  lo  escribió  el 
señor  Moreno  en  una  carta,  fechada  en  Panamá  el  5  de  abril, 
con  estas  palabras : 

«Me  acompañará  el  Padre  Marciano.  Me  llevo  además  dos.... 
para  que  hagan  una  expedición  por  los  pueblos  de  la  Costa  de 
mi  Diócesis  para  que  vean  lo  que  es  aquello,  por  si  hubiera  ne- 
cesidad de  que  fuesen.» 

Antes  de  salir  para  el  interior  de  la  Diócesis  el  señor  Obis- 
po, confirió  al  Padre  Melitón  Martínez  el  nombramiento  de  Pá- 
rroco de  Tumaco,  donde  acababa  de  morir  un  joven  sacerdote  que 
estaba  al  frente  del  curato;  y  le  dio  por  compañero  al  Padre 
Gerardo  Larrondo.  La  primera  partida  que  se  halla  en  los  libros 
parroquiales,  firmada  por  el  Padre  Melitón,  es  la  de  un  bateo  el 
12  de  mayo  de  1899. 

Mas  no  hablemos  de  la  titánica  labor  de  los  Agustinos  Re- 
coletos en  la  Costa  sin  haber  antes  conocido  el  inmenso  territo- 
rio, donde  abnegados  Religiosos  han  ejercido  el  ministerio  des- 
de 1899  hasta  el  presente. 

El  descubrimiento  de  la  Costa  colombiana  del  Pacífico  se 
debe  al  adelantado  Pascual  de  Andagoya  y  a  Francisco  de  Pi- 
zarro.  Se  desprende  así  de  la  descripción  que  hizo  aquél  sobre 
«Los  descubrimientos  en  el  Mar  del  Sur.»  Este  documento  se 
conserva  en  el  archivo  general  de  Indias  de  Sevilla,  entre  los 
papeles  traídos  de  Simancas,  y  parece  que  tiene  muchos  visos 
de  original.  Nos  parece  importante  y  curioso  trasladar  algunos 
párrafos  de  él  aquí,  los  cuales  son  del  tenor  siguiente: 

«En  el  año  de  22  (1522),  siendo  visitador  general  de  los 
Yndios  salí  yo  de  Panamá  a  visitar  la  tierra  del  Este,  y  llegado 
al  Golfo  de  San  Miguel,  pasé  a  visitar  una  provincia  que  se  de- 
cía Chochama  bien  poblada  de  gente  y  lengua  de  los  de  Cueva. 
Aquí  supe  cómo  por  la  mar  venía  cierta  gente  en  canoas,  a  ha- 
cerles guerra  todas  las  lunas  llenas,  y  tenían  tanto  miedo  de 
aquella  gente  los  de  aquella  provincia  que  no  osaban  ir  a  la 
mar  a  pescar;  estos  eran  de  una  provincia  que  se  dice  Biru, 
donde  corrompido  el  nombre  se  llamó  Pirú.  Toda  la  gente  de 
allí  en  adelante  era  belicosa.  Pidiéndome  favor  este  chochame 
para    defenderse  dellos,    y  por    descurbrir  lo    que  había    de  allí 


48  Costa  colombiana 

adelante  que  hasta  entonces  no  se  había  descubierto,  envié  a  Pana- 
má hacer  más  gente  de  la  que  tenía  y  venida,  tomando  aquel  señor 
y  las  lenguas  y  guías  que  él  tenía  camino  seis  a  siete  días  has- 
ta llegar  aquella  provincia  que  se  dice  Biru  y  subí  un  río  gran- 
de arriba  cerca  de  veinte  leguas  donde  hallé  muchos  señores  y 
pueblos  y  en  la  frontera  una  fortaleza  a  la  junta  de  los  ríos  muy 
fuerte  y  gente  guardándola  de  guarnición  y  puestas  las  mugeres 
y  hacienda  en  salvo,  la  defendían  bravamente.  En  fin  entrado 
en  lo  alto  della  fueron  presto  desbaratados,  porque  ellos  pelea- 
ban con  paveses  que  les  tomaban  todo  el  cuerpo  y  lanzas  cor- 
tas, y  como  el  sitio  era  pequeño,  y  a  los  primeros  encuentros  se 
mezclaban  con  los  españoles  y  con  espadas  y  rodelas  fácilmen- 
te fueron  desbaratados.  Esta  es  una  provincia  muy  poblada  y 
llega  hasta  donde  agora  está  poblada  la  ciudad  de  San  Juan, 
que  serán  hasta  cincuenta  leguas.  Desbaratada  esta  gente  y  to- 
mada esta  fortaleza  no  osaron  más  ponerse  en  armas,  tratóse  con 
ellos  toda  verdad  y  con  esta  vinieron  algunos  señores  de  paz  y 
hechos  los  autos  y  ceremonias  que  se  requerían  para  darse  por 
vasallos  de  S.  M.,  vinieron  otros  y  se  pacificaron  siete  señores 
muy  principales  que  el  uno  era  de  todos  ellos,  y  de  otros  mu- 
chos como  rey  a  quien  todos  tenían  reconocimiento.  En  esta  pro- 
vincia supe  y  hube  relación  ansí  de  los  señores  como  de  merca- 
deres, e  intérpretes,  que  ellos  tenían  de  toda  la  costa,  de  todo 
lo  que  después  se  ha  visto  hasta  el  Cuzco  particularmente  de 
cada  provincia  la  manera  y  gente  della  porque  estos  alcanzaban 
por  vía  de  mercaduría  mucha  tierra,  tomando  estos  intérpretes  y 
el  señor  principal  de  la  tierra  que  quiso  de  su  voluntad  irme  a 
enseñar  otras  provincias  de  la  costa  que  a  él  obedecían.  Bajé  a 
la  mar  y  corriendo  la  costa  los  navios  apartados  algo  de  tierra 
y  yo  en  una  canoa  descubriendo  los  puertos,  en  ella  me  anegué 
de  manera  que  si  no  fuera  por  el  señor  que  llevaba  conmigo 
que  me  tomó  en  brazos  y  me  echó  encima  de  la  canoa,  yo  me 
ahogaba,  y  ansí  estuve  hasta  que  vino  un  navio  a  mi  soco- 
rrer, y  puesto  en  él,  estuve  entretanto,  que  socorrieron  a  los  de- 
más, más  de  dos  horas,  mojado,  y  con  un  aire  frío  y  muchas 
aguas  que  había  recebido,  amanecí  otro  día  tullido  que  no  po- 
día rodearme.  Visto  que  yo  no  podía  en  persona  andar  en  el 
descubrimiento  de  la  Costa,  y  que  se   perdería  la  jornada  acor- 


del  Pacifico  49 

dé  de  volver  a  Panamá  con  el  señor  e  intérpretes  que  llevaba 
y  relaciones  que  tenía  de  toda  la  tierra.  Esta  tierra  nunca  había 
sido  descubierta  ni  por  Catilla,  ni  por  tierra  del  Golfo  de  San 
Miguel  adelante,  y  desta  provincia  se  tomó  el  nombre  de  Pirú 
que  de  Biru  se  corrompió  la  letra,  y  la  llamamos  Pirú  que  des- 
te  nombre  no  hay  ninguna  tierra.  Visto  Pedrarias  tan  gran  noti- 
cia como  yo  llevé  e  informado  de  médicos  que  yo  no  podría  sanar 
sino  por  curso  de  tiempo,  y  ansí  estuve  tres  años  que  no  pude 
cabalgar  a  caballo,  me  rogó  que  diese  la  jornada  a  Pizarro  y 
Almagro,  y  al  Padre  Luque,  que  eran  compañeros,  porque  tan 
gran  cosa  no  párese  de  seguirla,  y  que  ellos  me  pagarían  lo  que 
tenía  gastado.  E  yo  respondí  que  en  lo  de  darles  la  jornada  que 
holgaba  dello,  pero  en  lo  de  la  paga  que  yo  no  le  quería  dellos, 
porque  a  pagarme  a  mí  los  gastos,  no  les  quedaba  a  ellos  con- 
que comenzar  la  cosa,  porque  no  tenían  ellos  en  aquel  tiempo 
más  de  hasta  seis  mil  pesos,  y  aún  estos  no  todos  en  dinero; 
y  ansí  Pedrarias  y  ellos  tres,  que  fueron  cuatro  hicieron  compa- 
ñía cada  uno  por  su  cuarta  parte,  comenzaron  con  los  intérpre- 
tes y  relación  que  yo  les  di  en  un  navio  y  dos  canoas  a  hacer 
la  jornada  y  avisado  de  mí  el  Pizarro  cómo  la  había  de  inten- 
tar; sospechoso  de  mí  tomó  el  contrario  parecer  que  yo  le  di, 
y  fue  a  aquella  provincia  que  yo  pacifiqué  y  de  allí  comenzó 
haciendo  su  matalotaje  y  como  se  metió  en  aquel  Ancón  de  la 
Costa,  y  las  sierras  muy  altas  a  pique  de  la  mar  no  echaban 
de  sí  terrales,  para  poder  salir  de  la  Costa,  y  los  vientos  a  la 
continua  son  allí  al  Oeste,  y  ansí  estuvo  allí  en  llegar  a  la  Ysla 
del  Gallo  por  aquella  Costa  sin  poder  entrar  en  la  tierra  cerca 
de  cuatro  años,  donde  se  le  murieron  más  de  cuatrocientos  hom- 
bres por  aquellas  playas,  y  desbaratado  arribó  dos  veces  a  esta 
provincia  del  Biru  donde  se  tornaba  a  rehacer  de  mantenimien- 
tos; y  de  Panamá  Pedrarias  y  Almagro  le  rehacían  de  la  gente 
que  podían.  Confinan  con  esta  provincia  del  Biru  la  Costa  ade- 
lante dos  señores  extranjeros  en  aquella  tierra,  que  habían  veni- 
do conquistando  de  hacia  las  espaldas  del  Darién  y  ganaron 
aquella  provincia,  estos  son  caribes  y  flecheros  de  muy  mala 
yerba,  dícense  Capusigra  y  Tamasagra,  ricos  de  oro:  para  la 
resistencia  destos  y  de  sus  flechas,  los  del  Biru  habían  hecho 
paveses  que    ninguna  flecha  los    pasaba   pero   todavía    en  decir 

4 


50  Costa  colombiana 

que  comían  carne  humana,  los  temían  infinito,  como  en  mi  rela- 
ción parecía  que   estos  señores   eran  ricos.   No  embargante   que 
di  por  parecer    que  no   tocase    allí  Pizarro   porque    se  perdería, 
sino   que  pasase    adelante  por    alta  mar    desde  Panamá,    se  fue 
allí  desde  el  Biru,  y  los  indios  saliéronle  a  la  Costa  muy  en  or- 
den y  quisieron  tratar  con  él  de  paz,   y  vinieron  al  Real  de  los 
españoles  ciertos  indios,  diciendo  que  sí  querían  tratar  mercade- 
rías que  ellos  holgaban  dello,  y  ansí  comenzaron  a  pedir  cosas 
a  los  españoles  de  poco  precio  y  ofrecían  a  dar  mucho.  Pizarro 
no   avisado  de    lo  que    convenía  que    hiciese,  mandó    so  graves 
penas  que  ninguno  con  ellos  rescatase.  Visto  los  indios  que  no 
eran  gente  de   mercaduría  receláronse   y  ponen  a   punto  sus  ar- 
mas; recogidos  a   su  pueblo   vinieron  sobre   el  Pizarro,    y  él  se 
halló  en  un   alto  donde  no   pudieron  ofendelle,  y  ciertos  indios 
que  habían  salido  de  los   que  llevaban  los   cristianos  por  yerba 
para  los   caballos,  los  flecharon   y  dentro  de  doce   días  estaban 
hinchados  como  toneles.   Entendido  Pizarro  que  había  sido  bien 
aconsejado  que  no  le  convenía  allí  entrar,  pasó  adelante  y  llegó 
a  Yslas    de  Palmas,    donde  halló    ocho  o    diez    casas    y  maíz  y 
otros  mantenimientos.  Aquí  estuvo  algunos  días  y  los  indios  vi- 
nieron  sobre    él  y    le  hirieron    ciertos  españoles.    De  aquí   pasó 
adelante  sin  tocar  en  el  puerto  de  la  Buenaventura,  llegó  a  una 
provincia  que   confina  con   el  río  de   San  Juan,  que   se  dice  los 
Petres,  que    agora  se  dice   el  río  de   Santa  María.    En  esta  pro- 
vincia   le  mataron    los  indios    ciertos  españoles,    y  no    pudieron 
entrar   en  la   tierra;  pasó   el  río   de  San  Juan,  donde  a   la  boca 
del  hallaron  un  pueblo,  y  en  él  toparon   once  o  doce  mil  caste- 
llanos: robado  este  pueblo  pasaron  adelante  sin  tocar  en  la  tie- 
rra hasta    la  Ysla  de    la  Gorgona,    y  como  en  esta    no  hallaron 
poblado  pasaron  hasta  la   Ysla  del  Gallo,   y  hasta   llegar  a  esta 
Ysla  estuvo  los  cuatro  años  que  digo.  En  este  tiempo  fue  a  Pa- 
namá por  gobernador  Pedro  de  los  Ríos,  y  éste  movido  de  co- 
dicia por  la  jornada,  quiso   deshacer  al    Pizarro,  envió  un  capi- 
tán en  su  busca,  y  éste  le  halló  en  la  Ysla  del  G?llo,  y  le  tomó 
la  gente,    mandando  el    Pedro   de  los    Ríos   que  se    volviesen  a 
Panamá.  Y  viéndose  perdido  Pizarro,  determinó  quedarse  ailí  con 
diez  hombres  que  le  quisieron  acompañar  y  con  su  navio  envió 
a  descubrir  con  solo  los   marineros  por  la  Costa   adelante  y  es- 


del  Pacifico  51 

tos  llegaron  hasta  ver  tierra  rasa  y  llana.  Y  vuelto  el  navio  a 
la  Ysla  del  Gallo  donde  quedaba  Pizarro  y  estuvo  siete  o  ocho 
meses,  volvió  en    el  navio    y  descubrió    a  Tumbez    y  a  Payta.» 

Después  de  hacer  Andagoya  la  descripción  de  la  conquista  del 
Perú,  narra  cómo  fue  nombrado  Gobernador  en  España,  su  viaje 
hasta  el  Valle  de  Lili  y  varios  pormenores  curiosos  de  la  Costa. 

«La  Gobernación  de  la  Nueva  Castilla,  escribe,  comienza 
desde  la  provincia  de  Catanes,  que  es  de  Puerto  Viejo  al  Norte, 
y  de  allí  hasta  el  río  de  San  Juan.  El  año  de  36  se  dio  en  Go- 
bernación al  licenciado  Gaspar  de  Espinosa  el  cual  murió  el  año 
de  37,  en  El  Cuzco,  habiendo  ido  a  socorrer  al  Marqués  don 
Francisco  Pizarro,  y  de  allí  ir  a  su  Gobernación;  la  cual  nueva 
vino  a  esta  corte,  estando  yo  en  ella  en  fin  del  año  de  37;  y  a 
mí  se  me  hizo  merced  de  la  misma  Gobernación  con  más  de  la 
que  hay  desde  la  punta  de  San  Juan  hasta  el  Golfo  de  San  Mi- 
guel. Despácheme  de  Toledo  el  año  de  38,  y  embarquéme  en 
San  Lucar  principio  deste  39.  Llevé  de  España  hasta  60  hom- 
bres. Llegué  al  Nombre  de  Dios  el  día  de  San  Juan;  adelante 
comencé  a  hacer  en  Panamá  mi  armada,  en  que  hice  doscientos 
hombres  y  estuve  en  la  hacer  hasta  15  de  febrero  deste  año,  y 
fui  a  reconocer  el  cabo  de  Corrientes,  y  corrí  la  Costa  hasta  la 
Ysla  de  Palmas,  donde  desembarqué  toda  la  gente  y  caballos. 
Hallé  allí  cinco  casas  de  indios  con  algún  maíz.  De  aquí  envié 
a  descubrir  los  bergantines  donde  hubiese  poblado,  y  la  tierra 
es  allí  tan  áspera  de  montaña  y  anegadizos  de  esteros  que  en- 
tran de  la  mar,  que  no  se  halló  poblado,  salvo  aquellas  cinco 
casas,  y  estas  salían  de  un  río,  que  venían  allí  a  hacer  pesque- 
rías. Ocho  leguas  de  la  Ysla  se  descubrió  el  puerto  de  la  Buena 
Ventura,  y  una  montaña  muy  áspera  salía  un  camino  que  baja- 
ba a  la  mar  de  indios  que  venían  a  hacer  sal,  y  estos  pasaban 
por  aquella  tierra  y  montaña  que  es  la  más  áspera  y  alta  que 
se  ha  visto  en  Yndias.  Dejando  cincuenta  hombres  con  el  arma- 
da entré  por  este  camino  con  toda  la  otra  gente  y  caballos,  los 
cuales  llevé  hasta  nueve  leguas  de  la  mar  con  mucho  trabajo; 
y  de  allí  adelante  era  y  es  tan  áspera  la  tierra  que  muchos  pe- 
rros no  pudiendo  pasar  tras  la  gente  se  volvieron  a  la  mar.  A 
catorce  leguas  de  la  mar  di,  en  una  provincia  que  se  dice  Atun- 
zeta,  muy  asperísima  tierra  y  bien  poblada.   Salieron  de  guerra 


5É  Costa  colombiana 

los  indios,  a  los  cuales  no  haciendo  caso  dellos,  y  entrando  por 
sus  pueblos  sin  robar  ni  prender  a  nadie  vinieron  todos  de  paz. 
Aquí  supe  cómo  a  una  provincia  diez  leguas  de  allí  que  se  dice 
Lili  estaba  un  pueblo  de  cristianos  que  dejó  allí  Benalcázar  cuan- 
do salió  de  aquella  tierra  que  se  decía  Cali  el  cual  estaba  por 
el  marqués  don  Francisco  Pizarro.  A  diez  de  mayo  en  el  año  de 
40,  llegué  a  aquel  pueblo  y  hallé  en  él  30  hombres,  los  18,  tu- 
llidos.... Llegado  yo  a  Lili  visto  que  el  camino  que  traía  era  tan 
áspero  que  era  imposible  pasar  por  él  caballos,  envié  luego  a 
descurbrir  otro  camino  que  desechase  las  sierras,  y  salió  a  la 
Bahía  de  Ziuz  y  provincia  de  Yolo  donde  mandé  poblar  la  pro- 
vincia de  Yolo  o  Buena  Ventura:  en  la  ribera  abre  un  río  gran- 
de tres  leguas  de  la  Bahía  que  llegan  los  navios  con  toda  la 
carga  a  echar  los  caballos  en  la  plaza  del  pueblo.  Es  tierra  mon- 
tuosa, fértil  y  de  muchas  frutas  y  caza  de  puercos.  Esta  ciudad 
está  22  leguas  de  la  de  Lili  en  Este-Suoeste;  y  la  de  Lili  de  la 
de  Popayán  20  casi  Norte-Sur;  Popayán  está  del  río  de  San 
Juan  26  leguas....  En  las  diez  leguas  del  camino  a  vuelta  de  Po- 
payán hay  otro  señor  de  otra  legua;  y  en  estas  diez  leguas  ha- 
bía otro  señor  que  se  decía  Jamandi  y  muchos  pueblos  de  a  500 
y  800  casas;  desde  este  señor  que  se  dice  y  comienza  la  lengua 
de  Xitirigiti  por  aquella  cordillera  de  la  mar  a  la  parte  del  río 
de  San  Juan  y  mar  del  Sur  deste  valle  diez  leguas  corre  aque- 
lla de  Xitirigiti  aguas  vertientes  al  valle  porque  de  lo  alto  hacia 
la  mar  esotra  lengua  diferente».... 

«Enviando  yo  a  un  capitán  a  descubrir  la  Costa,  entró  con 
dos  bergantines  un  río  arriba,  a  una  vuelta  del  río  había  una 
cruz  grande  acabada  de  poner  quellos  tenían  espías  para  cuan- 
do fuesen  allí  cristianos,  bogaron  los  bergantines  recio  para  des- 
cubrir la  vuelta  del  río  y  vieron  ir  una  canoa  con  seis  hombres 
que  acababan  de  poner  la  cruz,  y  yendo  tras  ella  hallaron  los 
señores  de  la  tierra  con  otras  sesenta  canoas  esperándolos  y  como 
vieron  a  los  bergantines  hicieron  señal  de  paz  y  como  el  capi- 
tán les  respondió  con  ella,  vino  un  señor  en  una  canoa  con  cier- 
tos mantenimientos  que  les  trujo  a  los  bergantines,  y  por  seña- 
les dijo  que  saltasen  a  tierra  a  una  casa  grande  que  allí  estaba, 
y  en  él  salió  con  ellos  y  los  aposentó  en  ella;  y  esta  casa  esta- 
ba toda  a  la  redonda  cercada  de  cruces.  Querido  saber  después 


del  Pacifico  53 

la  causa  que  estos  hicieron  este  recibimiento  siendo  gente  tan 
belicosa  porque  está  en  la  provincia  de  los  Pesies....  fue  que  es- 
tos confinan  con  los  de  Chasguio....  y  de  aquel  señor  Juangomo 
(cacique  convertido),  y  se  tratan  por  vías  de  mercadurías;  y  pa- 
reció que  indios  destos  se  hallaron  en  aquella  conversión  por 
espías  y  vieron  todo  lo  que  hicieron  en  el  adorar  de  la  cruz.  Y 
por  esta  causa  entendido  todo  lo  que  nosotros  entendimos  salie- 
ron a  recibirnos  con  ella.» 

«Desde  esta  cordillera  de  sierras  que  está  sobre  la  mar 
aguas  vertientes  a  ellas  es  toda  montuosa  y  fraguosa  y  en  ella 
están  las  poblaciones  hasta  la  mar;  y  desde  el  río  de  Santa  Ma- 
ría hasta  cerca  de  la  Ysla  del  Gallo,  que  hay  cincuenta  leguas 
pueden  ir  los  bergantines  por  dentro  de  la  tierra  sin  salir  a  la 
mar  de  un  río  en  otro,  porque  van  asidos  que  uno  sale  a  otro 
y  todos  están  poblados,  y  las  casas  que  en  ellos  hay  son  tres- 
cientos pasos  en  largo,  y  de  doscientos  y  ochenta  y  en  cada 
casa  a  lo  menos  hay  cien  vecinos  casados;  todos  estos  se  andan 
en  sus  canoas  que  no  hay  caminos  por  tierra;  son  ricos  y  de 
mucha  contratación  de  sal  y  de  pesquería.  La  tierra  adentro,  en 
el  paraje  de  la  Ysla  del  Gallo  hay  cierta  provincia  de  ríos  muy 
poblados  que  las  casas  son  fortalezas  armadas  en  alto  sobre  ár- 
boles o  sobre  pilares  de  madera  muy  altos  y  habitan  en  lo  más 
alto  con  escalera  levadiza  gente  muy  rica  no  hechos  a  la  guerra 
porque  de  una  barca  que  vayan  cinco  o  seis  hombres  no  osan 
aguardar  en  aquellas  fortalezas.  Junto  a  estas  provincias  hay  un 
valle  que  se  dice  Los  Cedros  así  enfrente  de  la  Ysla  del  Gallo, 
que  es  muy  poblado  y  muy  rico,  y  en  todas  las  más  de  las  casas 
tienen  sus  corrales  de  puercos  de  los  naturales  de  allá  y  las  mu- 
jeres todos  los  brazos  traían  llenos  de  anillos  de  oro  fino  en  gran 
cantidad.  Deste  valle  se  ha  tenido  de  la  tierra  adentro  y  de  to- 
das partes  gran  noticia  de  la  riqueza  della,  la  manera  de  la  gen- 
te y  los  ritos  y  ceremonias  que  tienen;  no  se  ha  sabido  de  cier- 
to hasta  agora  que  un  capitán  que  yo  envié  a  poblar  a  la  pro- 
vincia de  Cataller  donde  está  poblada,  y  no  sé  el  nombre  que 
la  puso,  por  eso  no  se  pone  aquí.» 

«En  este  Mar  del  Sur  hay  muchas  corrientes  a  cuya  causa 
esta  Costa  no  se  puede  navegar,  si  no  es  junto  a  tierra,  si  no 
es  con  dilación,  y  ansí  se  coge  la  Costa   surgiendo  cada  tarde 


54  Costa  colombiana 

y  casi  con  mareas  porque  hay  muchas  piuntas  que  no  puede  el 
viento  contra  la  corriente.  En  el  puerto  de  la  Buena  Ventura 
mengua  la  mar  más  de  media  legua,  y  en  la  Ysla  de  Palmas  y 
Bahía  de  la  Cruz  mengua  un  tiro  de  cañón  y  es  todo  lo  uno  de 
lo  otro  diez  leguas  y  ocho  leguas,  y  ansí  en  toda  la  Costa  men- 
gua más  en  una  parte  que  en  otra,  conforme  a  la  entrada  de 
la  mar.»  (1) 


(i)  Colección  de  documentos  inéditos  sobre  la  Geografía  y  la  Historia  de 
Colombia  recopilados  por  Antonio  B.  Cuervo,  tomo  II. 


CAPITULO    VIII 

Generalidades  sobre  la  Costa— Un  documento  de  1 605— Observaciones 
del  capitán  Alejandro  Malaspina  -  Ancón  de  Sardinas — Punta  Man- 
glares—Costa de  la  Gorgona  — Golfo  del  Chocó— Una  página  del 
geógrafo  Montenegro,  escrita  en  1810— Descripción  de  F.  J.  Ver- 
gara  y  Velasco  en  1901 — Tres  informes  sobre  el  ferrocarril  de  Pasto 
al  Pacífico. 

En  un  documento  anónimo  parece  que  del  año  1605,  guarda- 
do en  el  Archivo  de  Sevilla,  se  lee  una  descripción  de  la  Cos- 
ta. De  él  tomamos  lo  siguiente  : 

«De  Morro  quemado  a  la  anegada  grande  hay  veinte  leguas 
en  cuya  distancia  están  todas  las  anegadas:  esta  costa  muy 
peligrosa  de  bancos  anegadizos,  no  hay  que  arrimarse  a  ésta: 
de  la  anegada  grande,  al  río  de  Indios  una  legua,  de  ésta  al  río 
Zamudio  nueve  leguas.  De  este  pueblo  de  Limones  tres,  y  de 
éste  a  la  Punta  de  las  Salinas  uno.  De  ésta  al  cabo  de  Corrien- 
tes seis;  de  dicho  a  la  boca  del  río  de  Bogobaes  cuatro  leguas: 
éste  se  nombra  Chirambira  en  cuya  boca  está  una  isla:  de  la 
boca  a  la  isla  de  Palmas  tres  leguas:  de  ésta  a  la  bahía  de  San 
Buenaventura  dos  leguas.  El  río  de  Indios  es  muy  caudaloso  y 
hondable  chupa  mucho  en  su  creciente:  aquí  se  comieron  los 
indios  el  año  de  47  la  tripulación  de  un  paquebot  que  por  ha- 
ber hecho  mucha  agua  el  barco  arribaron  a  componerlo.  En  las 
Salinas  está  el  puerto  de  Linos,  es  bueno,  y  abrigado.  Entre  el 
río  de  Indios  y  las  Salinas  está  el  río  Zamudio  igualmente  cau- 
daloso. De  Cabo  Corrientes  al  río  Bogobay  es  costa  baja  a  la 
mar;  pero  tierra  adentro  alta.  La  isla  de  Palmas  es  baja  y  tiene 
bajos   al   rededor;  igualmente  dos  bocas  de  ríos,  la  una  de  San 


56  Costa  colombiana 

Juan  y  la  otra  de  San  Buenaventura.  De  la  isla  al  Farallón  de 
San  Pedro  tres  leguas  y  entre  el  Farallón  y  la  Punta  de  Arenas 
se  principia  a  sondar  apartándose  del  placer  que  de  baja  mar 
queda  en  seco.  Del  Farallón  al  fuerte  donde  desembarcan  hay 
seis  leguas.  Este  río  tiene  en  partes  cuatro  brazas  y  en  otras 
dos.  De  San  Buenaventura  al  río  Raposo  ocho  leguas.  De  éste 
al  de  Cajambre  tres.  De  éste  a  Turumangui  seis;  de  aquí  al  de 
Tagui  cinco;  al  de  Sarabia  once,  de  éste  a  Iscuandé  dos  y  de 
San  Buenaventura  a  la  Gorgona  veintiocho  leguas,  costa  de 
bancos  y  muchos  ríos  que  chupan  de  creciente.  En  esta  isla  de 
la  Gorgona  invernaron  los  conquistadores:  tiene  su  puerto  por 
la  parte  de  N.  E.;  hay  agua,  plátanos,  etc.  De  esta  isla  a  la 
Punta  de  Guascama  13  leguas,  costa  baja  y  de  muchos  cayos 
y  ríos,  y  sus  corrientes  tiran  mucho  para  sus  bajos:  no  hay  que 
atracarse  con  poco  viento.  De  Guascama  a  Timbiquí  4  leguas: 
de  dicho  río  Timbiquí  a  la  Isla  del  Gallo  3  leguas  costa  menos 
peligrosa  y  en  la  parte  del  N.,  de  ella  se  puede  fondear  que 
allí  es  el  puerto  de  Salahonda.  Aquí  se  ve  un  crucijijo  con  dos 
lámparas,  estando  a  distancia  de  cincuenta  pasos,  que  más  dis- 
tante sólo  se  percibe  un  género  de  betún  oleaginoso:  aquí  hay 
agua,  leña,  etc.,  es  costa  más  alta  que  la  de  la  Gorgona  y  llue- 
ve todo  el  año  sin  conocerse  vera  no.  De  la  Isla  del  Gallo  a  Pun- 
ta de  Manglares  diez  leguas,  costa  baja  a  la  mar  y  en  su  inter- 
medio está  Tumaco;  es  buen  puerto  y  de  toda  providencia:  en 
él  hay  españoles  e  indios:  para  surgir  en  este  puerto  se  necesita 
avalizar  la  canal  por  ser  variable:  en  este  puerto  hay  toda  pro- 
videncia (menos  pan,  lo  que  sucede  en  todos  desde  Guayaquil 
hasta  Acapulco)  y  también  muchos  bajos  y  piedras  de  los  que 
abunda  Punta  de  Manglares;  por  estos  lugares  se  han  perdido 
varias  embarcaciones  y  así  cuidado  con  la  sonda  desde  dos  le- 
guas a  la  mar.  De  Punta  de  Manglares  sigue  la  gran  ensenada 
de  Ancón  de  Sardinas  la  que  tiene  diez  leguas  de  largo:  es  cos- 
ta anegadiza  y  manglares  con  algunos  bajos,  y  al  remate  está  el 
río  Santiago.» 

A  fines  de  1790  y  principios  de  1791  recorrió  las  Costas 
colombianas  del  Pacífico  una  comisión  científica,  dirigida  por  el 
capitán  Alejandro  Malaspina.  Tomamos  de  su  libro  «Un  viaje 
científico  al  rededor  del  mundo»,  las  siguientes  observaciones 
hechas  en  nuestro  litoral: 


- 
v 
-, 

- 
- 


del  Pacifico  57 

-  «Franqueada  !a  navegación,  se  lee  allí,  con  el  aprovecha- 
miento de  la  virazón  de  la  tarde,  evadidos  al  día  siguiente  los 
efectos  de  algunas  turbonadas  con  mantenernos  sobre  poca  vela 
casi  en  una  posición  uniforme,  ya  en  la  tarde  del  3  de  noviem- 
bre (1790),  pudimos  empezar  de  nuevo  las  tareas  acostumbradas 
al  andar  de  la  Costa.  Debíamos  atravesar  ahora  los  límites  cons- 
tantemente lluviosos  de  las  dos  estaciones  opuestas  en  aquellos 
mares;  debíamos  luchar  al  mismo  tiempo  con  las  calmas,  las  co- 
rrientes, las  lluvias  y  las  turbonadas  que  casi  a  porfía  dominan 
allí  en  todo  el  año;  la  Isla  del  Gallo,  la  Gorgona,  la  Bahía  de 
San  Buenaventura,  eran  norrñres  hasta  entonces  temidos  con 
mucha  razón  en  aquellas  inmediaciones,  y  sin  embargo,  debía- 
mos reconocerlas  y  sujetarlas  a  observaciones  exactas  de  latitud 
y  longitud;  finalmente  las  costas  a  donde  se  dirigían  ahora  nues- 
tros pasos,  si  bien  sujetas  a  la  monarquía,  no  podían  menos  de 
reunir  a  nuestra  vista  en  una  sola  perspectiva  los  sufrimientos 
de  los  primeros  navegantes  españoles,  las  invasiones  de  los  fili- 
busteros y  la  despoblación  natural  de  un  país  aún  no  desmon- 
tado, y  sujeto  por  la  misma  razón  a  unas  lluvias  y  tempestades 
tan  duraderas.» 

«Nunca  la  navegación  nuestra  fue  más  feliz  que  en  los  días.... 
en  los  cuales....  debíamos  luchar  con  unos  obstáculos  tan  cons- 
tantes como  difíciles  de  vencerse.  Las  lluvias,  lo  más  frecuente- 
mente, eran  sólo  copiosas  durante  la  noche;  y  los  días,  al  con- 
trario, despejados,  nos  proporcionaban  al  mismo  tiempo  la  vista 
individual  de  las  costas  y  la  repetición  necesaria  de  las  obser- 
vaciones.» 

«Recorriéronse  así  y  pudieron  describirse  con  mucha  exac- 
titud las  costas  que  desde  el  Cabo  San  Francisco  corren  por  las 
puntas  de  Mangles  y  Salahonda,  por  las  Islas  del  Gallo  y  Gor- 
gona y  por  la  ensenada  de  San  Buenaventura,  hasta  la  Punta 
de  Chiramira  y  el  Cabo  Corrientes.  En  las  inmediaciones  del 
cabo  ya  las  tierras  son  bien  altas,  cesando  los  manglares  que 
vienen  sin  interrupción  desde  el  Cabo  San  Francisco;  no  se 
encuentra  fondo  a  tres  leguas  de  la  Costa  con  cien  brazas  de 
sondaleza.  Finalmente,  siguen  allí  muchos  ríos  de  los  que  inun- 
dan el  Chocó,  tributando  al  mar  al  mismo  tiempo  los  despojos 
de  una  vegetación  siempre  lozana  y  las  arenas  de  oro,  que  con 


58  Costa  colombiana 

su    brillo    engañoso    atraen    hasta    aquellos    bosques   al  hombre 
codicioso.» 

«Ancón  de  Sardinas. — La  Punta  Ostiones,  que  es  el  principio 
de  la  costa  baja,  en  parte  anegadiza  y  de  manglares  forma  una 
ensenada  algo  profunda,  poblada  de  indios  a  la  cual  llaman 
Ancón  de  Sardinas,  y  la  termina  al  norte  la  Punta  de  Mangla- 
res de  que  está  cubierta.  Demoran  las  dos  puntas  al  Nordeste, 
cuya  ensenada  comprendida,  la  interrumpen  varios  ríos  pequeños 
que  despiden  algunos  bajos  cerca  de  la  costa. 

Punta  Manglares.— La  Punta  Manglares  situada  en  Io  36'  20" 
de  latitud  Norte  y  51'  25"  de  longitud  Oriental,  se  presenta  baja, 
pero  en  sus  inmediaciones  se  ven  unas  pequeñas  alturas.  Queda 
aislada,  como  también  un  pedazo  de  la  costa  cercana  por  unos 
brazos  de  mar  que  se  internan;  algunos  ríos  la  bañan  igual- 
mente, y  parecen  subdividirla  en  otras  islas  menores. 

Se  encuentran  sesenta  brazas  fondo  a  25  millas  al  Sudoeste 
de  aquella  punta  a  la  cual  no  puede  acercarse,  por  unos  bajos 
que  se  extienden  de  ella   hasta  una  legua   escasa  a  la  mar. 

En  la  dirección  Nordeste  corren  seguidamente  las  puntas  de 
Manglares  y  de  Guascama,  distantes  entre  sí  veinte  leguas.  Su 
costa  comprendida  es  aplacerada  por  los  muchos  ríos  que  des- 
embocan en  ella,  extendiéndose  mar  afuera  al  bajo  fondo  desde 
la  primera  punta  nombrada  hasta  la  Isla  del  Gallo,  en  cuyo  tre- 
cho es  preciso  navegar  con  cuidado  y  con  repetidas  sondas  des- 
de dos  leguas  a  la  mar.  Entre  las  dos  puntas  se  hace  primero 
visible  una  pequeña  isla  situada  cerca  de  la  Costa  a  diez  millas 
de  la  Punta  Manglares,  en  la  cual  se  forma  el  Morro  de  Tuma- 
co,  que  es  un  monte  muy  alto,  con  un  pico  de  árboles.  A  su 
parte  exterior  y  muy  cerca,  hállase  un  farallón  llamado  el  Que- 
sillo, y  entre  ella  y  la  costa  firme,  donde  se  encuentra  la  pobla- 
ción de  Tumaco  formada  de  españoles  e  indios,  hay  dos  islas 
menores  de  las  cuales  la  más  meridional  es  la  Isla  Viciosa.  Ofre- 
ce un  buen  puerto  al  norte  del  Morro  Tumaco,  para  cuya  entra- 
da, rodeada  de  piedra,  es  preciso  avalizar  la  canal  que  es  a  ve- 
ces variable  con  fondo  de  seis  a  diez  brazas:  hállanse  en  él  di- 
ferentes especies  de  provisiones,  si  se  exceptúa  de  pan,  que  no 
se  encuentra   en  toda  la   costa  desde    Guayaquil  para   el  Norte. 

Desde  el  Morro  Tumaco  hasta  la  Isla  del  Gallo  que  es  otro 


del  Pacífico  59 

objeto  notable  del  pedazo  de  costa  que  vamos  describiendo,  for- 
ma la  costa  firme  una  ensenada  algo  profunda  llamada  de  Usmal, 
por  unas  pequeñas  lomas  cubiertas  de  arboleda,  que  se  levantan 
cerca  de  la  mar  sobre  un  terreno  anegadizo  y  de  manglares.  En 
lo  interior  se  ven  las  sierras  de  Barbacoas,  que  se  distinguen 
por  su  mayor  elevación.  El  rio  Rosario,  bastante  caudaloso,  des- 
emboca en  este  trecho,  del  cual  se  avanza  a  la  mar  poco  más 
de  una  legua  El  Viudo,  islote  pequeño  rodeado  de  bajos  que  se 
extienden  bastante  para  afuera. 

Isla  del  Gallo.— La  Isla  del  Gallo  se  separa  de  la  costa  por 
un  pequeño  estero:  es  de  poca  elevación,  más  elevada  por  la 
parte  Norte  que  por  la  del  Sur,  en  cuya  dirección  próximamen- 
te coge  su  mayor  extensión  que  es  de  dos  millas.  Su  fondeade- 
ro es  al  Norte  en  ocho  brazas  arena,  llamado  puerto  de  Salahon- 
da,  por  la  pequeña  ensenada,  que  le  está  inmediata,  en  que  se 
halla  una  población  a  la  orilla  del  río  de  su  nombre,  con  el  cual 
se  distingue  también  la  punta  que  termina  la  ensenada  al  Norte 
en  la  que  se  eleva  un  morro  de  mediana  altura,  cubierto  de  ar- 
boleda, y  lo  más  alto  de  esta  costa  inmediata. 

Sigue  luego  el  terreno  para  el  Norte,  más  bajo,  no  con  tan- 
ta arboleda,  y  en  lo  interior  se  ven  algunos  cerritos  poco  nota- 
bles: lo  interrumpen  diferentes  ríos,  algunos  de  los  cuales  con- 
siderables, y  su  fondo  aplacerado  permite  fondear  en  diferentes 
partes  de  la  costa. 

Punta  de  Guascama. — La  Punta  de  Guascama,  temible  por 
los  bajos  que  la  rodean,  se  extiende  más  de  una  legua  a  la  mar: 
es  el  principio  de  la  Costa  de  la  Gorgona,  la  cual  hurta  mucho 
para  el  Este,  y  la  forma  un  terreno  bajo,  lleno  de  manglares, 
entrelazado  de  los  muchos  ríos  y  esteros,  cuyas  aguas  despiden 
muchos  bajos  y  placeres.  Al  Nordeste  de  aquella  punta,  a  ocho 
y  media  millas  de  distancia,  se  cogen  treinta  y  cinco  brazas  con- 
chuela. 

Isla  de  la  Gorgona. — La  isla  de  la  Gorgona  que  le  da  el 
nombre  a  su  costa  inmediata,  queda  situada  a  veinticuatro  mi- 
llas al  Nordeste  de  la  Punta  Guascama  y  a  diez  millas  de  la 
costa  inmediata.  Es  de  mediana  altura  cubierta  de  árboles,  y 
avistada  al  Nordeste  74.  Este  se  presenta  formando  tres  alturas 
igualmente  distantes,  de  las  cuales  la  mayor  es  la  del  medio,  y 


60  Costa  colombiana 

le  sigue  luego  por  su  elevación  la  del  Sur:  su  mayor  extensión 
es  de  una  legua  escasa  en  la  dirección  del  Norte  pocos  grados 
para  el  Este.  De  esta  isla  se  separa  muy  poco  hacia  el  Nordes- 
te un  pequeño  islote  llamado  el  Flamenco,  y  al  Sur  de  la  mis- 
ma poco  más  distante,  hállase  la  Gorgonilla,  que  es  una  isleta 
rodeada  en  gran  parte  de  faralloncitos.  Son  muy  ondables  todos 
los  alrededores  de  estas  islas,  y  al  Este  de  la  mayor  ofrecen 
"mejor  fondeadero  en  veinte  brazas  de  agua  cerca  de  tierra,  en 
donde  unas  playas  de  arena  facilitan  el  atracar  a  ella  para  pro- 
veerse de  agua  de  los  varios  arroyos  que  la  bañan,  como  igual- 
mente de  leña  y  plátanos,  pero  sin  otros  auxilios  que  propor- 
cionaría una  población  que  allí  hubiese.  A  diez  millas  por  la 
parte  Oeste  de  la  Gorgona  no  se  halla  fondo  con  cincuenta  y 
cinco  brazas.... 

Costa  de  la  Gorgona. — Volviendo  de  nuevo  a  la  Costa  de 
la  Gorgona  diremos  que  el  exacto  conocimiento  de  ella,  como- 
de  un  gran  trecho  de  la  que  corre  al  Sur,  merece  una  descrip- 
ción más  prolija  de  la  que  podamos  dar,  y  a  la  verdad  intere- 
sante, por  los  muchos  ríos  y  esteros,  varios  de  los  cuales  son 
considerables.  Los  placeres  despedidos  por  estas  aguas,  que  se 
creía  enteramente  avanzasen  más  a  la  mar,  las  diferentes  corrien- 
tes encontradas  que  forman  los  mismos  ríos,  la  tierra  baja  y  de 
manglares,  y  las  estaciones  sujetas,  o  a  muchas  cerrazones,  llu- 
vias y  turbonadas,  o  bien  de  los  vientos  de  afuera,  han  sido 
otros  tantos  estorbos  para  no  tener  unas  descripciones  exactas 
y  conformes  de  los  que  han  emprendido  estos  reconocimientos 
por  partes.  Ciñámonos,  pues,  a  los  objetos  notables  por  su  na- 
vegación costanera  y  se  reconocerá  primero  en  la  Costa  de  la 
Gorgona  unos  pequeños  saltos  llamados  Altos  de  la  Tortuga,  a 
diez  y  ocho  leguas  de  la  isla  de  aquel  nombre,  poco  distantes 
de  la  orilla  de  la  mar,  de  donde  se  extienden  los  bajos  trias  afue- 
ra que  en  el  resto  de  la  costa,  exceptuada  la  Punta  de  Guasca- 
ma,  y  es  a  poco  más  de  una  legua.  Al  Noroeste  de  estos  altos 
se  cogen  cuarenta  y  una  brazas  lama,  y  a!  Nordeste  de  los  mis- 
mos treinta  y  tres  brazas  igualmente  lama,  distante  aquel  fondo 
de  la  costa  inmediata  veintiuna  millas  y  éste  veintitrés. 

Golfo  del  Chocó.— De  los  Altos  de  la  Tortuga  hasta  la  isla 
de  la  Palma  compréndese  el  golfo  del  Chocó,  en  cuya  costa  se 


del  Pacifico  61 

hacen  visibles  los  altos  del  Mallorquín,  que  forman  un  morrito 
en  figura  de  pan  de  azúcar,  antes  de  los  cuales  profundiza  una 
ensenada  con  varios  ríos  para  contener  la  isla  de  los  Camachos, 
que  se  extiende  cinco  millas  en  circunferencia.  Sigue  al  Norte 
la  bahía  de  San  Buenaventura,  rodeada  de  bajo  fondo  interna 
una  legua,  y  una  igual  distancia  que  abraza  su  boca,  queda 
terminada  por  la  punta  del  Soldado  al  Sur  aplacerada,  y  por  la 
de  San  Pedro  al  Norte,  inmediata  a  dos  islotes,  cuyas  puntas 
demoran  al  Noroeste  a  una  legua  de  distancia.  Sirve  de  fondea- 
dero para  las  embarcaciones  pequeñas  cerca  de  la  Isla  del  Cas- 
cajal, situada  en  medio  de  la  bahía  cuatro  o  cinco  brazas  arena 
y  para  las  grandes  en  la  costa  del  Sur  en  ocho  o  nueve  brazas 
lama,  frente  de  la  playa  del  Soldado,  la  cual  toma  el  nombre 
de  la  punta  ya  citada,  que  determina  su  extremo  occidental. 
Forman  esta  bahía  tierras  bajas  interrumpidas  de  algunos  ríos 
y  esteros,  pero  en  lo  interior  se  ven  montes  de  regular  altura. 
Desde  la  punta  de  San  Pedro  continúa  la  costa  algo  más 
alta,  de  piedra  un  poco  escarpada,  con  manchas  blancas  hasta 
la  bahía  de  Málaga,  en  donde  desaguan  y  se  entrelazan  varios 
ríos.  No  es  de  tanto  placer  su  fondo,  y  en  su  medianía  se  ha- 
llan Los  Negrillos,  así  llamados  a  dos  pedruscos  bastante  uni- 
dos, que  siempre  velan  y  se  separan  poco  más  de  dos  millas 
de  la  tierra  firme,  para  formar  una  canal  de  ocho  brazas,  y  por 
fuerza  de  ellos,  a  diez  millas  se  encuentran  treinta  y  cinco  bra- 
zas lama  suelta.» 

«En  el  Chocó,  escribe  el  geógrafo  Montenegro,  son  por  lo 
común  cenagosos  los  valles  y  sumamente  feraces;  una  parte  de 
su  litoral,  desde  el  punto  de  Pinas  hasta  el  cabo  Corrientes, 
pertenecía  a  la  provincia  llamada  antiguamente  de  Biruquete; 
entre  dicho  cabo  y  el  seno  del  Chocó  corría  la  costa  de  Nóvita, 
cuya  parte  septentrional  corresponde  ahora  al  Chocó;  la  meri- 
dional situada  al  S.  de  la  embocadura  del  Noanama  y  sucesi- 
vamente la  del  partido  del  Raposo  hasta  el  río  de  Los  Cedros, 
y  la  del  partido  de  Barbacoas  hasta  el  río  Mira,  pertenecía  a  la 
provincia  de  Buenaventura,  de  temperatura  más  ardiente  que  la 
del  Chocó  y  también  más  feraz;  en  ambas  es  muy  rica  la  vege- 
tación, pero  carece  el  suelo  de  cultivos ;.... los  partidos  del  Rapo- 
so  y    Barbacoas,   y  la  provincia  de  Pasto,  eran  antes  parte  del 


62  Costa  colombiana 

Gobierno  y  provincia  de  Popayán,  y  Buenaventura,  su  puerto 
principal;  la  provincia  propia  del  Chocó  se  extendía  desde  las 
cabeceras  del  Atrato  hacia  el  Golfo  de  Urabá,  limitada  al  Este 
por  la  de  Antioquia,  al  N.  E.  por  una  parte  del  Darién  del  Nor- 
te agregada  a  Cartagena,  al  O.  por  la  provincia  de  Biruquete 
en  el  Chocó,  y  al  N.  O.,  por  el  resto  del  Darién,  comprendido 
en  la  provincia  de  Panamá.» 

«Las  poblaciones  del  Chocó  y  Buenaventura  son  todas  na- 
cientes y  con  caseríos  generalmente  de  paja.  Buenaventura,  capi- 
tal de  la  segunda  provincia. ...se  compone  de  unas  cuantas  casas 
miserables,  habitadas  por  descendientes  de  África,  un  cuartel 
con  una  corta  guarnición,'  que  cubre  una  pequeña  batería,  y  ade- 
más la  casa  del  Gobernador  y  la  Aduana,  formadas  de  guadúas; 
está  situada  en  una  pequeña  isla,  cubierta  de  yerba,  espinas, 
fango,  serpientes  y  sapos  ;....admite  su  bahía  buques  de  todas 
clases,  que  pueden  entrar  y  salir  a  cualquiera  hora  sin  peligro.» 

He  aquí  ahora  una  descripción  reciente  de  la  Costa,  hecha 
en  1901  por  F.  J.  Vergara  y  Velasco: 

«Al  pasar  las  colinas  que  cierran  por  el  S.  el  valle  de  San 
Juan  se  cae  a  la  bahía  del  Chocó  (Buenaventura),  formada  allí 
donde  el  Pacífico  se  acerca  más  a  la  cordillera,  haciendo  que  la 
costa  forme  acentuado  escalón  que  divide  los  dos  Chocos.  El 
litoral  del  bajo  Chocó,  a  partir  de  dicho  seno,  se  inclina  al  S.  W., 
de  manera  que  si  primero  tiene  relativamente  cercanos  los  rema- 
tes de  los  estribos  de  la  cordillera,  se  aleja  de  ellos,  lo  que 
permite  que  se  ensanche  la  llanura  litoral.  Al  llegar  frente  a  la 
isla  Gorgona,  cambia  de  ritmo  y  repentinamente  retrocede  hacin 
el  Ocaso  a  deshacer  el  escalón  señalado  en  Buenaventura,  con 
lo  cual  las  planicies  tendidas  al  pie  de  la  cordillera  adquieren 
su  máxima  anchura,  luego  apenas  reducida  un  tanto  por  la  en- 
trada que  se  llama  la  bahía  de  Tumaco. 

En  toda  la  costa  de  Buenaventura,  la  tierra  en  una  faja  de 
dos  a  cuatro  leguas  de  anchura  está  anegada,  forma  un  conti- 
nuado archipiélago  donde  sólo  puede  prosperar  el  frondoso 
mangle,  y  las  travesías  son  insoportables,  porque  nubes  de  zan- 
cudos, jejenes  y  mosquitos  que  también  suben  por  los  ríos,  ator- 
mentan sin  cesar  al  pasajero. 

Hacia  el  Sur  hasta  el  Patía,  la  llanura  litoral  se  ensancha, 
y   por   ella   alcanzan  al  mar  numerosos  ríos,  algunos  de  caudal 


del  Pacífico  63 

considerable,  como  el  Micay  y  el  Iscuandé,  pero  todos  los  cua- 
les terminan  por  varias  bocas,  o  se  forman  deltas  cuyos  caños 
se  unen  y  entrelazan  de  tal  manera  que  en  definitiva  forman  un 
solo  y  prolongado  delta,  paralelo  a  la  costa,  y  por  lo  mismo 
de  inapreciable  valor,  porque  fuera  de  ella  hay  bajos  y  bancos 
de  arena  que  avanzan  en  el  mar,  y  ya  queden  al  descubierto 
cuando  este  se  retira,  ya  siempre  ocultos  impidan  a  las  olas  su 
libre  movimiento,  producen  una  zona  de  rompientes  temidísima 
de  los  marinos  que  torna  peligrosa  y  difícil  la  entrada  de  las 
bocas  de  los  ríos. 

Los  bancos  de  arena  mencionados  provienen  del  continuado 
acarreo  de  los  ríos  y  de  la  no  interrumpida  acumulación  de  las 
arenas  del  mar,  combatidas  por  los  impulsos  contrarios  de  las 
olas  y  las  corrientes  fluviales.  Empero,  estos  bancos  de  arena 
que  el  mar  ha  ido  dejando  en  toda  la  costa,  son  los  únicos  lu- 
gares habitados  del  litoral. 

Si  dejamos  la  costa  para  internarnos  en  la  llanura,  hallare- 
mos paralela  a  ella  una  faja  de  30  a  40  kilómetros  de  anchura, 
cortada  por  dondequiera  por  una  multitud  de  caños,  esteros  y 
brazos,  y  en  la  que  domina  sin  rival  el  mangle  que  vive  donde 
las  aguas  saladas  alternan  con  las  dulces,  y  donde  periódica- 
mente, por  virtud  de  las  mareas,  sus  raíces  gozan  de  la  hume- 
dad y  de  los  ardores  del  sol.  A  la  vez  donde  tal  planta  viva, 
resulta,  como  es  natural,  un  foco  perenne  de  infección  muy  pe- 
ligrosa para  los  que  viven  entre  esos  singulares  bosques  o  a 
sus  inmediaciones. 

Si  avanzamos  hacia  el  interior,  encontraremos  otra  faja  de 
10  a  50  kilómetros  de  tierra  llana  y  cubierta  por  árboles  enor- 
mes y  elevadas  palmeras,  enlazados  sus  troncos  por  multitud  de 
bejucos,  hasta  constituirse  una  especie  de  selva  rica  en  produc- 
tos de  toda  clase.  El  suelo,  de  aluvión,  es  fértil  y  con  tan  sua- 
ve declive,  que  se  puede  considerar  como  perfecto  plano,  pues 
solo  en  uno  que  otro  punto  se  alzan  pequeños  cenos  o  cortas 
colinas  de  escasa  altura.  Los  ríos  que  surcan  la  llanura  son  man- 
sos y  navegables  en  pequeñas  barcas,  y  en  la  actualidad  los 
utilizan  los  negros  que  viven  en  sus  orillas,  y  no  se  internan 
en  el  bosque,  refugio  de  las  fieras,  sino  en  persecución  del  saí- 
no y  del    tatabro.  En  esta  zona    y  en  la  análoga    de  más   al  N. 


64  Costa  colombiana 

hay  algunos  pueblos  pequeños  a  gran  distancia  entre  sí,  pero 
que  no  progresan  por  la  indolencia  de  la  raza  que  los  habita. 
En  fin,  más  adentro  el  suelo  se  levanta  suavemente  al  prin- 
cipio, pero  pronto  se  encrespa  y  aparecen  los  estribos  de  la  gran 
cordillera,  que  se  amontonan  unos  sobre  otros  hasta  la  región 
fría  en  lo  general,  hasta  la  paramosa  en  el  macizo  de  San  Juan, 
en  su  mayor  parte  desconocidos,  cubiertos  por  un  manto  verde 
obscuro,  regados  por  aguas  torrenciales  y  apenas  cruzados  por 
el  reciente  camino  del  Micay,  que  guía  a  Popayán,  y  por  la  tro- 
cha de  Ramos,  que  conduce  a  la  llanura  intercordillerana  del 
Patía. 

Alguna  variación  ofrece  el  terreno  en  las  llanuras  que  ocu- 
pan los  brazos  del  delta  del  Patía,  y  por  la  enorme  saliente  cur- 
va que  allí  presenta  el  litoral,  y  que  a  primera  vista  parece  re- 
sultado de  una  mayor  masa  de  aluviones  transportada  quizá  por 
un  cataclismo,  pero  que  en  realidad  no  debe  su  origen  sino  a 
las  mismas  causas  que  produjeron  el  ensanche  de  la  vertiente 
en  el  Ecuador,  sólo  que  por  ser. aquí  más  plano  el  suelo,  las 
corrientes  marítimas  pudieron  luego  roerlo  en  el  punto  más  dé- 
bil para  formar  la  bahía  de  Tumaco.  Lo  que  sí  parece  probable 
es  que  el  Patía....  ha  divagado  en  esta  llanura  y  no  siempre  ha 
mezclado  sus  aguas  a  las  del  Telembí;  corrió  primero  por  La- 
guna Brava  y  el  Tapaje  N.  W.,  luego  por  el  Sanquianga,  des- 
pués por  el  largo  cauce  llamado  Patía  viejo,  y  últimamente  por 
el  lecho  actual.  Entre  esos  dos  extremos  desplazamientos  se  ven 
en  plena  llanura  algunas  alturitas  y  cerritos  continuación  de  los 
.señalados  atrás,  alzados  al  frente  de  donde  la  cordillera  avanza 
al  Ocaso  a  modo  de  baluarte  (entre  Cacanegro  y  Sotoinayor),  al 
pie  W.  de  los  cuales  hay  una  serie  de  lagunas,  en  arco,  origen 
de  varios  ríos  que  cruzan  una  llanura  semejante  a  la  descrita 
anteriormente. 

Al  sur  del  Patía  se  encuentra  la  ensenada  de  Tumaco  con 
el  puerto  de  ese  nombre,  el  más  frecuentado  del  litoral  chocoa- 
no.  En  fin,  más  al  Sur  sobre  el  río  Mira,  hay  algunos  caseríos 
de  fundación  reciente. 

Tierra  adentro  sobre  el  navegable  Telembí  está  Barbacoas, 
que  se  comunica  fácilmente  con  Tumaco,  que  un  buen  camino 
enlaza  hoy  a  Túquerres.» 


M.  R.  P.  EX-PROVINCFAt 

Fray    EüMTJIVDO     GOÑI 

DE  LA  VIRGEN  DE  JERUSALEN 


del  Pacifico  65 

Los  siguientes  informes  hechos  por  los  ingenieros  que  han 
estudiado  el  trazado  de  una  vía  férrea  entre  Pasto  y  el  mar,  nos 
suministran  preciosos  documentos  sobre  el  litoral. 

«EXPLORACIÓN  DE  LA  COSTA  COLOMBIANA  DEL  PACIFICO  ENTRE 

GUAPI   Y  TUMACO,    PRACTICADA   POR    LA  COMISIÓN   DEL 

FERROCARRIL    DE    NARIÑO.    1913    Y    1914. 

(jefe,  Ricardo  Pérez) 

Bahía  de  Guapí.— La  entrada  está  obstruida  por  rompientes 
que  dejan  tan  sólo  seis  pies  de  agua  en  bajamar.  La  mayor  pro- 
fundidad utilizable  dentro  de  la  bahía  es  de  18  pies.  (Las  pro- 
fundidades están  definidas  a  aguas  bajas).  La  barra  se  extiende 
más  de  doce  kilómetros  mar  adentro  y  el  dragaje  sería  poco  es- 
table. Los  sondíos  practicados  coinciden  con  los  de  las  cartas 
marítimas  de  1885. 

El  río  presenta  antes  de  llegar  a  la  población  puntos  que 
bajan  a  seis  pies. 

La  población  de  Guapí  dista  unos  quince  kilómetros  de  la 
bahía.  El  terreno  es  firme  a  partir  de  ahí  hacia  el  interior.  Un 
ingeniero  francés,  M.  Vanin,  acaba  de  abrir  una  trocha  entre 
Guapí  y  Popayán.  Igual  cosa  se  puede  hacer  hacia  Pasto  llegan- 
do a  la  región  de  Sanabria  y  tomando  el  Patia. 

Entre  la  bahía  y  Guapí  se  interponen  unos  quince  kilóme- 
tros de  manglares  .y  de  esteros  importantes. 

Bahía  de  Tapaje. — Profundidad  mínima  en  la  barra  2  bra- 
zas (12  pies);  longitud  de  la  barra  8  kilómetros. 

Profundidad  útil  dentro  de  la  Bahía,  cinco  brazas  en  canal 
angosto.  No  ha  sufrido  alteración  sensible,  teniendo  en  cuenta 
las  cartas,  pero  las  playas,  especialmente  la  Sur  o  playa-Reyes, 
se  hundió  en  gran  parte,  con  el  terremoto  de  1906. 

Es  el  fondeadero  más  apropiado  después  de  Sanquianga. 

El  río  tiene  tres  brazas  hasta  poco  antes  de  la  población 
del  Charco  en  donde  mide  2. 

Entre  el  fondo  de  la  bahía  y  el  Charco  se  interponen  unos 
treinta  y  cinco  kilómetros   de  manglares   y  tres  grandes  esteros. 

Del  Charco  hacia  el  interior  hay  tierra  firme  menos  sólida 
que  en  Guapí. 

La  dirección  general  del  trazado  sería  la  misma  que  la  línea 
a  Guapí.  5 


66  Costa  colombiano 

Bahía  de  Iscuandé. — Situada  entre  las  dos  anteriores  ofrece 
mayores  dificultades  que  ningún  otro  punto  para  la  entrada  de 
buques.  La  comunicación  con  tierra  firme  presenta  las  mismas 
condiciones  que  la  de  Tapaje.  El  trazado  a  partir  de  Iscuandé 
sería  el  mismo  de  Guapí. 

Sanquianga. — La  bahía  es  superior  a  todas  las  demás.  Ba- 
rra de  cinco  brazas.  Profundidad  útil  de  diez.  El  terremoto  de 
1906  modificó  la  bahía  haciendo  más  larga  la  barra  pero  más 
amplio  el  canal  y  más  franca  la  entrada.  La  forma  de  las  pla- 
yas ha  cambiado  notablemente  habiéndose  unido  una  milla  la 
playa  Sur  y  cerca  de  dos  la  playa  Norte.  Vapores  de  8000  tone- 
ladas pueden  entrar  en  aguas  bajas  y  andar  a  poca  distancia  de 
las  costas,  donde  el  muelle  sería  poco  costoso.  Franqueando  la 
bahía  el  río  ofrece  un  fondo  de  doce  brazas  que  sube  gradual- 
mente a  7  a  una  distancia  de  25  kilómetros.  Esta  bahía  que  ofre- 
ce las  mejores  condiciones  para  el  fondo,  es  la  más  inaccesible 
del  continente.  El  río  navegable  por  buques  de  alto  bordo  hasta 
25  kilómetros  de  su  desembocadura  y  hasta  35  kilómetros  por 
vapores  fluviales  en  todo  tiempo,  corre  entre  extensos  manglares 
hasta  su  confluencia  con  el  río  Sa-tinga,  de  modo  que  una  línea 
a  la  costa  atravesaría  35  kilómetros  de  manglar  y  tres  esteros 
de  100  a  200  metros  de  anchura  e  innumerables  de  menor 
cuantía. 

A  partir  de  Satinga  el  río  no  es  navegable.  Las  orillas  es- 
tán formadas  por  dos  fajas  de  tierra  que  sobresalen  de  medio 
metro  a  cuatro  metros  sobre  el  nivel  del  río  (prácticamente  el 
del  mar),  de  tierra  blanda  y  detrás  de  los  cuales  sólo  existen 
manglares  y  terrenos  pantanosos.  Cuarenta  kilómetros  al  menos 
de  tal  naturaleza  serían  necesarios  para  tomar  el  Patía  en  su 
parte  baja.  Las  orillas  mencionadas  son  gran  parte  desbordadas 
por  las  grandes  avenidas  del  río  y  están  además  atacadas  por 
la  corriente  en  toda  su  longitud. 

Cascajal. — La  punta  de  Cascajal  cierra  al  Norte  la  ensenada 
de  Tumaco  y  forma  una  pequeña  bahía  de  poca  profundidad. 
Frente  a  la  casa  que  mira  al  Sur  encontré  un  canal  amplio  no 
indicado  en  las  cartas  marinas,  que  tiene  en  las  partes  menos 
profundas  cinco  brazas  y  presenta  magnífico  fondeadero.  La  bahía 
no  es   bien  cerrada,    de  modo   que    el  mar  se   agita  ligeramente, 


del  Pacífico  (37 

pero  sería  muy  fácil  construir  un  bajamar  a  poco  precio.  Los 
muelles  serían  de  poca  longitud.  Además  presenta  las  siguientes 
ventajas:  No  se  necesita  de  ningún  trabajo  de  dragaje  para  re- 
cibir buques  de  800  toneladas.  Hay  facilidad  para  ensanchar  el 
puerto  en  lo  futuro.  La  entrada  es  franca.  No  hay  arenas  ni  co- 
rrientes que  modifiquen  el  fondo.  El  frente  sobre  el  mar  está 
formado  por  un  muro  de  rocas  que  forman  una  defensa  natural 
y  un  punto  estratégico.  El  puerto  está  unido  al  continente  por 
tierra  firme. 

Tumaco.— La  barra  de  la  bahía  es  de  dos  brazas,  de  modo 
que  los  vapores  de  más  de  mil  toneladas  sólo  la  franquean  con 
aguas  altas.  Sigue  luego  un  canal  sinuoso  y  angosto  de  modo 
que  es  peligroso  hacerlos  girar  dentro  del  puerto.  El  muelle  se- 
ría costoso  y  el  dragaje  considerable  e  instable  por  causa  de  la 
destrucción  de  las  islas  bajas  de  arena  que  lo  rodean.  La  comu- 
nicación con  el  continente  exige  un  rodeo  de  cuarenta  kilóme- 
tros por  manglares  y  esteros. 

Terminaré  haciendo  observar  que  un  kilómetro  de  carrilera 
en  los  manglares  costaría  al  rededor  de  $  50.000  oro  sin  contar 
las  obras  de  arte  necesarias  para  cruzar  los  esteros. 

Tumaco,  junio  25  1913.» 

«Informe  relativo  a  la  vía  entre  Pasto  y  el  Pacífico  por  la 
hoya  del  río  Patía. 

Puntos  principales  del  trazado: 

Bahía  de  Sanquianga Nivel  del  mar 

Parte  del  río  Satinga  sometido 

a  las  mareas Nivel  del  mar 

Camino  del  Cuil 30  metros  aproximadamente 

Hoja'arga  (río  Patía) 100  „ 

Nulpí  (río  Patía) 150  „ 

La  Guasca  (río  Patía) 550 

Horqueta  de  don  Juan 1700  „ 

Depresión  de  Nariño 2500  ,, 

Pasto... 2500  „ 

Desarrollo  de  la  línea 
Sanquianga  al  río  Satinga    35    kls.  nivel 


68  Costa  colombiana 

Río  Satinga  al  camino  del 
Cuil 20      ,,     nivel 

Camino  del  Cuil  a  Hoja- 
larga 45       ,,     pendientes   menores  1% 

Hojalarga  a  la  Guasca 
(río  Patía) 120      „     pendientes  hasta  del  1% 

La  Guasca  a  Nariño 65       „     3%  subiendo 

Nariño  a  Pasto 20       „     pendiente   hasta  del  1% 

Total 305  kilómetros. 

Terrenos, — Del  camino  del  Cuil  al  río  Patía  hay  pequeñas 
cordilleras  de  50  a  80  metros  de  elevación,  formadas  por  rocas 
sedimentarias  y  depósitos  aluviales. 

El  Patía  ofrece  terrenos  blandos  en  40  kilómetros  desde  Ho- 
jalarga; después  rocas  primitivas  descubiertas  por  la  erosión  de 
la  corriente,  hasta  llegar  a  la  Guasca. 

El  costo  de  la  línea  sería  de  $  12.000.000  oro.» 

«Del  informe  del  señor  Julio  Gómez  rendido  al  Ministerio 
de  Obras  Públicas  en  abril  de  1920,  tomamos  lo  siguiente : 

Línea  Pasto,  Ipiales,  Cuimangual,  el  mar. 
Pasto,  Ipiales,  Cuimangual     139  ks.  a  $  40.000  cu.  $    5.560.000 
Cuimangual,     Páramo,    el 

mar 151   ks.  a  $  40.000  $    6.040.000 

Total 290  kilómetros  $  11.600.C00 

Línea    Pasto,   Túquerres,  Cuimangual,  el  mar. 

Pasto,  Túquerres,  Cuiman- 
gual      111  ks.  a  $  41.000  c/u.  $    4.550.000 

Cuimangual,     Páramo,    el 

mar 151  ks.  a  $  40.000  c/u.  $    6.040.000 

Total 262  kilómetros  $  10.590.000 

Las  vías  practicables  son  tres : 

1.a  Pasto,  Patía,  Sanquianga. 

2.a  Pasto,  Patía,  Isla  del  Gallo  o  Cascajal. 

3.a  Pasto,  Guáitara,  Cuimangual,  Guabo,  Rosario,  Tumaco, 
o   desviando  en  Altaquer  por  Yambí,  Timbiquí,  Isla  del  Gallo.» 

Actualmente  los  representantes  de  Daniel  E.  Wright  estu- 
dian  un  trazado  definitivo  entre  Pasto  y  el  Pacífico.  He  aquí  el 


del  Pacífico  69 

informe  rendido  el  18  de  mayo  de  1921  por  Joseph  T.  Luttrell, 
Director  del  ferrocarril  de  Nariño  al  señor  Director  General  dp 
Obras  Públicas: 

« Para  corresponder  a  las  atentas  insinuaciones  de  usted,  me 
complazco  en  consignar  por  escrito  algunos  datos  que  ya  los  he 
comunicado  a  usted  verbalmente,  referentes  a  los  trabajos  del 
trazado  del  ferrocarril  de  Nariño  en  sus  dos  ramales  Pasto-Pací- 
fico y  Pasto-Popayán,  que  me  ha  sido  encomendado  como  Inge- 
niero jefe  de  las  distintas  comisiones  organizadas  para  ejecutarlo 
y  en  representación  del  contratista  mister  Daniel  E.  Wright. 

Doce  ingenieros  repartidos  en  tres  comisiones  trabajan  acti- 
vamente en  el  trazado  referido.  Componen  la  primera  los  seño- 
res O.  A.  Pritchett,  I.  S.  Pickens,  M.  M.  de  la  Espriella  y  V. 
Ramírez. 

Esta  comisión  fue  organizada  y  empezó  a  trabajar  el  15  de 
octubre  del  año  pasado  y  ha  trazado  hasta  hoy  118  kilómetros 
tomando  a  Guachucal,  en  la  provincia  de  Obando,  como  centro, 
y  en  alineamientos  hacia  Ipiales,  Chambú  y  el  Estrecho  del 
Guáitara,  donde  actualmente  cruza  a  dicho  río  la  carretera  del 
Sur.  Esta  última  línea  viene  de  Guachucal  hacia  las  afueras  de 
la  ciudad  de  Túquerres  y  de  allí  sigue  en  busca  de  la  hoya 
del  río  Sapuyes  hasta  su  confluencia  con  el  Guáitara  donde  do- 
bla— por  la  Gallera — a  encontrar  el  paso  del  Guáitara  en  el 
punto  indicado.  Suspendió  allí  sus  trabajos  la  comisión  para 
llevar  el  trazado  desde  la  Cruz  de  Amarillo,  depresión  de  la 
cordillera  en  la  parte  oriental  de  la  ciudad  de  Pasto,  la  que  se 
halló  con  mejores  ventajas  sobre  la  otra  depresión  conocida  con 
el  nombre  de  El  Páramo,  por  su  menor  altura  y  porque  da 
lugar  a  un  mejor  desarrollo  por  la  hoya  de  los  ríos  Bobo  y 
Guapuscal,  hasta  la  desembocadura  de  éste  en  el  Guáitara.  Esta 
comisión  trabaja  actualmente  en  las  cercanías  de  Taugua  y 
empalmará  el  trazado  en  el  Estrecho  del  Guáitara  a  fines  del 
presente  mes. 

Integran  la  segunda  comisión  los  Ingenieros  A.  G.  Robertson, 
E.  Dastan  y  F.  Horner.  Principió  a  trabajar  en  el  mes  de  enero 
de  este  año,  de  Tumaco  hacia  el  interior,  y  hasta  hoy  ha  traza- 
do 32  kilómetros  al  Este  del  citado  puerto.  Esta  comisión  ha 
estado  encargada   no  sólo  de  practicar  el  trazado  sino  de  hacer 


70  Costa  colombiana 

el  estudio  completo  de  la  bahía  de  Tumaco,  y  ha  resuelto  el 
problema  de  defensa  de  la  isla  de  manera  satisfactoria,  por  me- 
dio de  rellenos  poco  costosos,  que  a  la  vez  que  han  de  contri- 
buir para  detener  las  corrientes  del  mar,  servirán  de  viaducto 
para  el  trayecto  de  vía  férrea  entre  la  isla  y  el  continente.  Este 
sistema  de  defensa,  por  ser  más  práctico  y  económico,  es  supe- 
rior al  que  se  proyectaba  anteriormente  y  que  consistía  en  el 
amurallamiento  de  la  isla. 

La  tercera  comisión  la  componen  los  ingenieros  L.  Ott,  M. 
M.  Bucheli,  E.  F.  Davis,  H.  Dorado  y  F.  R.  Molther.  Tomó 
como  punto  de  partida  la  depresión  Cruz  de  Amarillo  ya  citada 
y  ha  trazado  17  kilómetros  en  descenso  a  esta  ciudad  por  las 
haciendas  de  Miraflores,  Botana  y  El  Tejar.  Entra  a  Pasto  por 
el  Ejido  y  Avenida  Colombia  y  lo  cruza  por  la  calle  de  Antio- 
quía  hasta  su  terminación  cerca  del  Cementerio,  siguiendo  de 
allí  por  Paudiaco,  Toro,  Briceño,  El  Rosal  y  Genoy  a  la  depre- 
sión El  Motilón  sobre  la  población  de  Nariño.  Continúa  por  el 
Barranco,  Cacique,  Los  Robles,  a  encontrar  el  paso  del  río  Patía 
en  la  Guasca.  Los  trabajos  están  localizados  hoy  en  la  quebrada 
de  Cacique  a  unos  5  kilómetros  al  noroeste  de  la  población  de 
La  Florida.  Hasta  Cacique  ha  trazado  esta  comisión  50  kilóme- 
tros contados  desde  la  Cruz  de  Amarillo. 

Debo  hacer  notar  a  usted  que  al  propio  tiempo  que  se  hace 
el  trazado  se  calculan  y  dibujan  los  planos  y  perfiles  de  la  línea 
general. 

El  total  del  trazado  ejecutado  hasta  hoy  es  aproximada- 
mente de  200  kilómetros,  o  sea  la  tercera  parte  de  la  línea  que 
comprende  los  dos  ramales  Pasto  -  Pacífico  y  Pasto-Popayán. 
La  gradiente  máxima  empleada  en  todo  el  trazado  es  de  áx¡2  %. 
la  cual  permite  adaptar  la  vía  a  tracción  a  vapor  o  a  tracción 
eléctrica.  En  caso  de  adoptarse  esta  última,  hemos  encontrado 
una  poderosa  ciída  de  agua  dentro  de  la  misma  vía  del  ferro- 
carril, formada  por  el  río  Bobo  en  la  hacienda  de  San  Luis,  la 
cual  fue  cuidadosamente  estudiada  y  calculada  por  nosotros  y 
puede  desarrollar  de  siete  a  ocho  mil  caballos  de  fuerza.  Exis- 
ten también  otras  caídas  de  agua  en  la  hoya  del  río  Guabo  que 
podrán  aprovecharse  como  auxiliares  en  caso  necesario. 

Dejo   aquí   constancia  del  agradecimiento  que  debo  a  todas 


del  Pacífico  71 

las  autoridades  y  aun  a  los  particulares  que  me  han  prestado 
su  valioso  apoyo  en  lo  relativo  al  funcionamiento  de  las  diver- 
sas comisiones  que  dejo  enunciadas.» 

Al  cotejar  las  descripciones  antiguas  de  la  costa  con  las  de 
ahora  se  advierten  importantes  variaciones  hechas  portel  mar 
de  un  siglo  a  esta  parte;  en  unos  lugares  ha  quitado  arena  y 
en  otros  puesto;  ha  robado  al  continente  luengas  playas  y  ha 
hecho  surgir  de  su  fondo  nuevos  islotes. 

A  fines  del  siglo  pasado  la  marina  inglesa  levantó  el  plano 
de  la  costa,  y  es  lo  más  completo  que  se  ha  hecho  sobre  el 
particular,  si  bien  sólo  comprende  con  exactitud  la  costa  baja; 
es  decir:  las  orillas  del  mar. 

También  hace  pocos  años  se  levantó  el  plano  de  los  bos- 
ques de  tagua  del  Municipio  de  Tumaco  y  el  de  esta  isla.  Exis- 
ten algunos  trabajos  de  ingenieros  de  minas  acerca  de  lugares 
determinados,  y  los  de  quienes  han  estudiado  el  trazado  de  la 
vía  férrea  de  Pasto  a  la  Costa.  Conocemos  también  algunos  cro- 
quis y  ei  mapa  de  Nariño,  levantado  por  la  oficina  de  longi- 
tudes. 


**-- 


CAPITULO    IX 

El  río  Naya — El  río  Micav — El  valle  de  San  Juan — San  Miguel — Chua- 
re — San  Isidro — Zaragoza — Los  indios  salvajes  del  Micay — Devo- 
ción a  Nuestra  Señora  del  Pilar — Los  indios  y  la  guerra  de  1841  — 
El  Trapiche — Bocas  del  Micay— Camino  de  Popayán — Proyectos 
sobre  el  telégrafo — Adjudicación  de  las  minas  del  Micay  a  don  Fran- 
cisco Jerónimo  de  Torres — Revalidación  de  los  títulos  de  posesión  a 
favor  de  la  familia  Arboleda. 


Ciñendo  nuestro  estudio  únicamente  al  territorio  que  abar- 
can las  misiones  de  los  Padres  Agustinos  Recoletos,  en  la  Cos- 
ta del  Pacífico,  decimos  que  los  límites  de  ellas  son  actualmente 
por  el  Norte,  el  río  Naya,  por  el  Sur,  el  río  Mataje :  o  sea  has- 
ta las  lindes  con  el  Ecuador;  por  el  Oriente,  la  cordillera  occi- 
dental y  por  el  Occidente  el  mar. 

El  río  Naya  tiene  su  origen,  como  casi  todos  los  que  rin- 
den sus  aguas  al  Pacífico,  en  la  cordillera  occidental.  Es  nave- 
gable por  vapores  fluviales  de  regular  calado  hasta  el  pueblo  de 
San  Francisco,  ubicado  en  la  orilla  derecha  del  río,  que  es  el 
límite  entre  los  Departamentos  del  Valle  y  del  Cauca,  y  las  pro- 
vincias de  Buenaventura  y  del  Micay.  Eclesiásticamente  la  orilla 
derecha  del  Naya  pertenece  a  la  Parroquia  de  Buenaventura  y 
la  izquierda  a  la  Misión  de  los  Padres  Agustinos. 

«El  Micay,  notable  por  lo  extenso  de  su  hoya  (200  leguas) 
y  lo  raro  del  relieve  de  ésta,  en  verdad  no  se  llama  tal  sino 
cuando  ya  se  han  reunido  todas  las  corrientes  nacidas  dentro  de 
una  U  formada  al  E.  del  cerro  San  Juan  y  que  llevan  rumbo 
W,  o  sea  siguiendo  el  eje  del  Chuare,  que  nace  en  cerro  Naya. 
En  el    fondo  de  la  U    surgen  San  Juan    y  Guachito,  que  corren 


/'  i 


w  "ir.™ 


Jf'        .!<   2  .*"   '    i  JET 

►  ##•»•  $$  /f7/ 


del  Pacifico  73 

(N.  W.)  buen  trecho  paralelos  al  pie  del  Timbiquí  antes  de  jun- 
tarse, tras  el  cual  giran  al  N.  y  por  la  D.,  reciben  el  Mechen- 
gue,  el  Aguaclara,  y  el  Siguí,  éste  formado  por  dos  brazos  pa- 
ralelos al  Chuare;  el  otro  nacido  entre  las  serranías  de  Siguí  y 
Aguaclara,  y  el  Mechengue,  el  mayor  de  todos,  resulta  de  su 
unión  con  el  San  Joaquín,  que  delinea  ángulo  que  envuelve  la 
serranía  de  aquel  nombre.  El  San  Joaquín  se  prolonga  antes  y 
hacia  el  Sur,  con  el  San  Joaquincito,  por  lo  cual  forma  surco 
Sur  a  Norte  al  pie  del  cerro  Picacho.  En  fin,  al  W  del  ramal  de 
Timbiquí  hasta  el  Jolí,  (S.  a  N.,  al  respaldo  del  Saija).  Desde 
cuya  boca  son  navegables  estas  aguas  (12  leguas);  el  Micay  y 
San  Joaquín  recorren  175  kilómetros.» 

El  hermoso  valle  a  que  da  su  nombre  el  rio  San  Juan  está 
enclavado  en  la  cordillera.  Lo  rodean  cerros  más  o  menos  altos 
y  lo  cruzan  varios  riachuelos  de  cristalinas  aguas,  en  gran  ma- 
nera ricos  en  oro. 

Al  llegar  los  españoles  a  este  lugar,  lo  encontraron  bastante 
poblado  y  no  fue  poco  el  valor  que  tuvieron  que  desplegar  para 
sofocar  la  belicosidad  acérrima  de  los  indios  y  las  continuas 
rebeliones,  tanto,  que  en  una  de  ellas  en  el  campo  quedaron 
varios  colonos  y  el  sacerdote  doctrinero. 

A  las  orillas  del  río  los  españoles  fundaron  una  población 
que  llamaron  San  Juan  y  construyeron  un  camino  de  herradura 
para  comunicar  el  valle  con  el  interior.  Todavía  se  ven  las  rui- 
nas del  pueblo  y  en  la  montaña  se  encuentran  de  trecho  en 
trecho  los  restos  del  camino.  Hoy  ios  habitantes,  en  poco  núme- 
ro, viven  esparcidos  aquí  y  allá,  y  el  pueblecito  está  formado 
por  míseras  casuchas  con  una  destartalada  capillita.  Viven  inco- 
municados la  mayor  parte  del  año  y  es  más  frecuente  su  trato 
con  los  moradores  del  interior  que  con  los  de  la  costa,  debido 
a  la  fragosidad  inmensa  de  las  montañas  y  a  la  impetuosa 
corriente  de  los  ríos  que  apenas  son  navegables  en  los  meses 
de  verano  y  en  diminutas  embarcaciones.  Antiguamente  hubieron 
de  cultivar  en  grande  escala  allí  el  cacao,  a  juzgar  por  los  bos- 
ques de  cacaotales  que  parecen  haber  sido  sembrados  en  aque- 
llos parajes  adrede  en  orden. 

El  pequeño  caserío  de  Mechengue  está  situado  en  el  río 
del  mismo  nombre,  y  carece  de  importancia. 


74  Costa  colombiana 

San  Miguel,  cebecera  del  Municipio  que  del  Trapiche  fue 
trasladado  a  él  hace  poco  tiempo,  está  pintorescamente  situado 
en  el  ángulo  que  forma  el  arroyo,  que  toma  el  nombre  del  pue- 
blo al  desembocar  en  la  parte  derecha  de  Micay.  En  un  cerrito 
que  domina  la  población  ha  sido  levantada  recietemente  la  capi- 
lla de  madera,  cubierta  de  paja.  Nosotros  propusimos  a  los  habi- 
tantes en  1917  traer  de  los  Estados  Unidos  una  capilla  de  plan- 
chas de  zinc,  y  nuestra  idea,  que  fue  acogida  con  entusiasmo, 
según  lo  manifestaron  por  carta  los  señores  Eurípides  Calonje, 
Cecilio  Hermán  y  S.  Ríaseos,  se  hubiera  realizado  a  no  haberlo 
impedido  la  guerra  europea. 

En  San  Miguel  hay  cementerio,  casa  municipal,  escuela  de 
varones  y  de  niñas;  y  sus  moradores  tienen  la  buena  cualidad, 
que  juzgo  digna  de  emeomio,  de  soñar  continuamente  con  el 
engrandecimiento  del  pueblo.  De  ahí  salió  en  1915  una  petición 
al  Congreso  para  que  se  crease  el  Departamento  del  Litoral 
Pacífico. 

San  Miguel  en  sus  principios  estuvo  situado  en  la  margen 
derecha  del  riachuelo  de  Jolí,  como  una  milla  antes  de  confundir 
sus  aguas  con  las  del  Micay  en  la  parte  izquierda.  En  el  local 
del  antiguo  pueblo  se  han  hallado  enormes  depósitos  de  platino. 

Para  encontrar  el  origen  de  este  pueblo  debemos  remontar- 
nos a  los  tiempos  coloniales  y  recordar  que  los  amos  de  las 
minas  congregaban  a  los  esclavos  en  casas  levantadas  cerca  de 
las  suyas  propias,  ya  para  comunicar  sus  órdenes  con  más  como- 
didad, ya  para  obligarlos  a  cumplir  con  sus  deberes  de  cristia- 
nos. Este,  que  no  otro,  debemos  señalar  por  comienzo  a  las  po- 
blaciones de  la  región  alta  de  la  Costa. 

A  una  hora  escasa  de  San  Miguel,  en  canoa  río  abajo 
desemboca  a  la  derecha  el  arroyo  de  Chua're.  Fronterizo  a  él  en 
un  terreno  quebrado  se  levantan  las  casas  del  pueblito  que  lleva 
el  mismo  nombre  del  arroyo.  En  un  promontorio,  separado  por 
un  riachuelo  del  pueblo  y  unido  a  éste  por  dos  puentes,  se  en- 
cuentran la  capilla  y  la  casucha  cural,  que  es  una  fábrica  de 
madera,  sostenida  por  guayacanes,  la  cual  comprende  un  pasillo 
de  unos  seis  metros  cuadrados  que  hace  de  sala,  despacho,  y 
comedor,  y  una  pequeña  alcoba,  amén  de  una  cocinilla;  y  cata 
que  de  esta  laya  son  las  más  suntuosas  residencias  de  los  sacer- 


del  Pacifico  75 

dotes  en  los  pueblos  de  los  ríos,  con  muy  contadas  y  honrosas 
excepciones. 

San  Isidro,  reunión  de  algunas  casas  cuyos  vecinos  constru- 
yeron una  bonita  capilla  de  madera,  queda  en  la  orilla  izquier- 
da del  río,  y  parece  que  no  haya  de  ser  muy  risueño  su  porve- 
nir, porque  las  aguas  día  tras  día  van  socavando  el  terreno  por 
la  parte  del  caserío. 

Numerosas  habitaciones  tienen  los  indios  salvajes  entre  San 
Isidro  y  Zaragoza,  población  situada  en  la  margen  derecha  del 
río  en  terreno  plano  con  una  regular  capilla,  casa  cural,  cemen- 
terio y  escuela.  En  el  lugar  donde  se  levanta  hoy  Zaragoza 
encontraron  los  españoles  un  caserío  de  indios  bastante  crecido, 
con  su  lengua  propia,  distinta  de  la  de  las  Provincias  limítrofes. 
Allí  residía  el  cacique  a  quien  rendían  vasallaje  los  habitantes 
de  la  región.  Por  lo  que  se  me  alcanza,  quien  puso  al  pueblo  el 
nombre  de  Zaragoza  debió  de  ser  un  aragonés,  tanto  por  lo  que 
significa  el  nombre  en  sí,  como  por  haberle  dado  por  Patrona  a 
Nuestra  Señora  del  Pilar;  y  de  tal  modo  se  arraigó  por  aquellos 
contornos  esta  devoción  que  todavía  los  indios  salvajes,  aun 
cuando  sin  saber  lo  que  dicen,  llaman  a  la  Virgen:  Nuestra 
Madre  del  Pilar;  y  a  una  imagen  de  la  Inmaculada  que  veneran 
en  su  capilla  de  Guanguí,  le  dan  el  mismo  título  a  que  nos 
hemos  referido. 

Los  restos  de  cristianismo  que  los  indios  del  Micay  en  sus 
corazones  conservan,  nos  dan  base  para  juzgar  que  fueron  cate- 
quizados por  sacerdotes  de  España.  Abandonados  en  la  indepen- 
dencia los  indios,  volvieron  pronto  a  sus  antiguas  usanzas,  si 
bien  conservaron  no  poco  de  la  Religión  católica,  en  sus  cultos 
supersticiosos  e  idolátricos. 

Los  indios  señorearon  a  Zaragoza  y  a  las  tierras  aledañas 
hasta  el  año  de  1841  en  que  se  vieron  obligados  a  dejar  el  pue- 
blo y  a  dispersarse  por  los  ríos  y  bosques  a  causa  de  la  ma- 
tanza que  en  ellos  hicieron  los  soldados  que  estaban  por  el  Go- 
bierno legítimo. 

La  chispa  que  comenzó  a  cebarse  en  Pasto  en  1841,  con- 
virtióse en  voraz  incendio  que  abrazó  al  Cauca  y  aun  a  toda  la 
República.  Obando  fue  la  verdadera  alma  de  la  revolución  en  el 
Sur,  y  su  voz  tuvo  eco  poderoso  en  la  Costa.  Los  negros  escla- 


76  Costa  colombiana 

vos  se  insurreccionaron,  capitaneados  por  el  astuto  y  fogoso 
Manuel  de  Jesús  Zamora,  y  consigo  arrastraron  a  los  indios. 
Los  jefes  legitimistas  Cabal  y  Guerrero  tuvieron  que  obrar  enér- 
gicamente, y  después  de  la  reñida  batalla  de  Guapí,  que  dio 
remate  a  la  guerra  en  la  Costa,  fusilaron  en  este  pueblo  a  mu- 
chos negros  y  en  Zaragoza,  con  un  rigor  que  a  la  clara  luz  de 
la  historia  puede  calificarse  de  extremado,  quitaron  la  vida  a 
numerosos  indios. 

Y  como  es  cierto  que  «de  los  escarmentados  nacen  los  avi- 
sados», los  indios  dejaron  el  pueblo  a  merced  de  los  negros  y 
huyeron  a  los  bosques,  pero  ellos  todavía  se  creen  los  verdade- 
ros dueños  de  él,  y  tanto  así  que  varias  veces  han  ido  a  Popa- 
yán  a  tratar  este  asunto  con  los  Gobernadores;  y  recordamos 
que  en  la  noche  del  12  de  octubre  de  1916,  animados  por  la 
jarana  y  bebidos,  fueron  varios  a  la  casa  cural  a  gritar  que  eran 
los  amos  de  Zaragoza. 

En  Popayán  se  falló  a  favor  de  los  indios  un  pleito  sobre 
la  imagen  de  la  Inmaculada  Concepción  y  las  campanas,  que 
reclamaron  como  suyas. 

La  situación  del  pueblo  del  Trapiche  en  la  desembocadura 
del  arroyuelo  del  mismo  nombre  en  la  margen  izquierda  del 
Micay,  es  pintoresca.  Hay  capilla,  casa  cural  y  escuela.  Fue  cabe- 
cera del  Municipio  que  se  trasladó  a  San  Miguel,  y  de  la  anti- 
gua parroquia  del  Micay.  Los  últimos  sacerdotes  seculares  que 
la  administraron  fueron  los  Padres  Arias  y  Calonje. 

El  río  Micay  desemboca  por  tres  bocas:  la  de  Guananito  a 
la  derecha  hacia  Naya,  y  las  de  la  Candelaria  y  el  Cocal.  En 
estos  tres  deltas  hay  grandes  y  hermosas  playas. 

Cerca  de  San  Miguel  parte  el  camino  de  herradura  para 
Popayán,  en  el  cual  se  invirtió  mucho  dinero  sin  fruto  de  nin- 
guna clase.  En  la  actualidad  está  casi  abandonado,  tanto  por  las 
dificultades  que  ofrece  el  paso  de  la  montaña  hasta  San  Antonio 
como  por  no  ser  navegable  el  Micay  en  todo  su  curso,  pues 
únicamente  pueden  llegar  los  vapores  fluviales  hasta  Zaragoza. 
La  bodega  que  se  había  fabricado  a  las  orillas  del  río,  donde 
comienza  el  camino,  se  destruyó  por  completo:  el  zinc  fue  des- 
tinado para  la  escuela  de  San  Miguel. 

En  Popayán  se  pensó,  por  los  años  de  1913,  poner  el  telé- 


del  Pacífico  77 

grafo  entre  la  Costa  y  el  interior;  se  destinaron  algunos  rollos 
de  alambre  que  estuvieron  camino  de  San  Miguel;  se  habló 
mucho  y  a  la  postre  no  se  hizo  nada.  Y  es  en  verdad  para  la- 
mentar que  esta  obra  bienhechora  no  se  hubiese  llevado  a  efecto, 
porque  la  juzgamos  en  la  actualidad  la  más  necesaria  y  benéfica 
para  la  Costa. 

A  fines  del  siglo  XVIII  se  presentó  en  Santa  Fé  de  Bogotá 
don  José  Camilo  de  Torres  ante  don  José  Ezpeleta,  pidiendo  que 
se  le  adjudicasen  los  terrenos  minerales  del  río  de  Micay;  a  lo 
que  accedió  el  Virrey,  y  al  efecto  dio  un  auto  el  4  de  junio  de 
1796.  El  Regidor  perpetuo  de  Popayán  don  Jerónimo  Francisco 
de  Torres,  en  nombre  propio  y  en  el  de  su  esposa  doña  María 
Teresa  Tenorio  suplicó  al  Gobernador  de  Popayán,  Diego  Nieto 
el  23  de  febrero  de  1798,  que  de  acuerdo  con  el  auto  del  Virrey 
se  le  diese  posesión  de  las  minas  del  Micay,  de  las  cuales 
habían  sido  los  dueños  sus  antepasados.  El  mismo  día  comisio- 
nó para  este  objeto  al  Juez  de  aquel  partido  Joaquín  de  Ayala; 
y  el  2  de  marzo  el  pretendiente  nombró  por  sus  apoderados  a 
Pedro  Fermín  Mambuscay  y  a  Eusebio  Magín,  a  quienes  dio 
posesión  el  delegado  payanes  de  los  ríos  Naita,  Mechengue, 
Agua  clara,  Jolí,  Siguí,  Chuare  y  Santa  Bárbara,  afluentes  del 
San  Juan  y  del  Micay;  y  de  éstos  desde  su  nacimiento  hasta 
su  desembocadura  en  el  mar,  ante  los  testigos  Agustín  Molano, 
Silvestre  Vásquez,  Carlos  Plaza  y  Policarpo  Ayala.  El  tiempo 
transcurrido  en  estas  diligencias  fue  desde  el  13  de  julio  hasta  el 
6  de  agosto  de  1798.  En  popayán  el  31  de  julio  de  1865  y  el 
18  de  noviembre  de  1887  se  revalidó  ante  las  autoridades  com- 
petentes el  título  de  amos  de  las  minas  del  Micay  a  favor  de 
los  Arboledas  y  demás  descendientes  de  don  Jerónimo  Francisco 
de  Torres  y  de  doña  María  Teresa  Tenorio. 


CAPITULO    X 

Río  Saija — Santa  Rosa — La  Iglesia —  Las  fiestas  religiosas  — Excursión  al 
río  Patía — Descripción   de  Guanguí — Los   indios  salvajes — Sus  eos 
tumbres  :   Viajes,  labores,  moralidad,  fiestas,  bailes— Ideas   teogóni- 
cas  —  Procesión  con  la  imagen  de  la  Virgen — Oficios  fúnebres  —  En- 
fermedades— Camino  de  Guanguí  a  Joli. 

En  las  vertientes  de  la  Cordillera  Occidental  se  encuentra 
el  origen  del  río  Saija,  que  corre  generalmente  hacia  Occidente, 
salvo  cerca  al  mar  que  tuerce  al  Norte  para  volver  luego  sobre 
el  Sur.  Rinde  sus  aguas  al  Pacífico  por  dos  grandes  bocas.  La 
diestra  avanza  hacia  el  Cocal,  y  es  la  vía  para  el  Micay;  la 
siniestra  sirve  de  camino  para  Timbiquí.  Numerosos  riachuelos 
tributan  el  homenaje  de  sus  aguas  al  río  Saija ;  el  de  Llantín  en 
la  margen  izquierda  en  la  parte  alta  y  el  de  Patía  en  la  derecha 
en  la  baja,  son  dignos  de  mención,  por  los  numerosos  negros 
que  habitan  en  sus  riberas. 

Relativamente  convecino  al  mar,  antes  de  la  bifurcación  del 
río  hay  en  la  orilla  del  Norte  un  caserío  de  nombre  Tumaquiío. 
A  un  día  en  canoa  de  este  lugar  en  la  margen  derecha,  sobre 
una  colina,  se  levanta  la  población  de  Santa  Rosa,  asiento  de 
remota  minería.  La  vetusta  iglesia  de  cal  y  canto,  ensanchada 
por  los  Religiosos  Agustinos  en  1917  con  cemento,  llama  la  aten- 
ción por  aquellos  contornos,  donde  son  todos  los  edificios  de 
madera.  Santa  Rosa  es  la  cabecera  del  corregimiento  de  Saija 
y  pertenece  al  Municipio  de  Timbiquí.  La  casa  cural  y  la  escue- 
la son  buenas  para  aquellas  tierras.  Los  habitantes  diseminados 
en  número  de  3000  por  las  orillas  del  río  y  de  sus  afluentes, 
se  congregan  en  Santa  Rosa,  del  28  de  agosto  al  10  de  septiem- 


del  Pacifico  79 

bre  para  sus  fiestas  religiosas  y  cuando  los  Misioneros  hacen  la 
visita  anual. 

En  el  verano  escalan  muchos  saijeños  los  peldaños  de  la 
Cordillera,  donde  se  hacen  con  oro  a  manta,  sin  que  ésto  quiera 
decir  que  en  el  mismo  río  no  se  les  venga  también  a  las  manos. 
Se   dedican  algo  a  la  agricultura  y  mucho  a  la  pesca. 

Las  aguas  del  río  Patia  son  quizá  las  más  cristalinas  que 
hemos  visto  en  la  Costa;  parecen  ondulante  cristal  a  cuyo  tra- 
vés brillan,  irisadas  por  los  rayos  del  sol,  las  nítidas  arenillas 
del  fondo. 

Del  pueblo  de  Santa  Rosa  parte  hacia  el  río  Patia  un  sen- 
dero   más    para  cabras    que  para    hombres.  Es    menester    andar 
seis  horas  por  entre  el  agua  de  arroyos,  o  por  barrizales  y  pre- 
cipicios.   El    7    de    marzo    de    1916  para  auxiliar  a  un  enfermo, 
hicimos  este  camino  lloviendo  a  cántaros,  y  así,  hechos  una  sopa, 
nos    vimos    precisados    a    permanecer   toda    la    noche  por  estar 
repleto    de    gente    el    tugurio   donde  nos  tuvimos  que  hospedar. 
Al    día    siguiente   celebramos   la  santa  misa  y  nos  acompañaron 
por    el   río   hasta  veinte  embarcacioncillas  de  negros,  para  quie- 
nes era  un  prodigio  nuestra  presencia  en  aquellas  tierras,  vírge- 
nes   de    las   plantas  de  un  sacerdote,  porque  no  había  memoria 
de   que   hubiese   estado  por  allí,  ni  en  tiempos  remotos,  alguno. 
En    la    desembocadura    del    Guanguí    en    el   Patia,   en  la  ribera 
siniestra  de  aquel,  aparece  pintorescamente  situado  el  pueblo  de 
los    indios    salvajes,    la    mansión    del   cacique,  el  centro  de  sus 
holgorios    y   jaranas.    En  Guanguí  el  solado  es  vistoso,  de  con- 
chas   marinas;   las   casas,   en  alto,  amplias;  la  del  cacique  tiene 
unos   cincuenta   metros  de  longitud  por  diez  de  latitud ;  la  capi- 
Ilita  con  una  escultura  de  la  Inmaculada,  que  antes  se  veneraba 
en    Zaragoza    del  Micay,  y  numerosas  vitelas  de  santos,  merca- 
das   por    los    indios   en  Guapí  y  Tumaco,  es  un  dije  incrustado 
en  el  corazón  de  aquella  naturaleza  exuberante. 

Al  Occidente,  en  la  cima  de  una  colina,  a  la  que  se  ascien- 
de por  una  rampa  caracoleada,  se  yerge  una  capillita  que  guar- 
da las  cenizas  de  los  ascendientes  del  cacique  en  línea  recta. 
Es  para  los  indios  un  lugar  sagrado ;  la  morada  augusta  del  si- 
lencio y  del  misterio,  donde  dicen  que  reposan  los  mortales  des- 
pojos de  sus  mayores  y  que  vagan  sus  almas  que  miran  por  la 
prosperidad  y  crecimiento  de  la  tribu. 


80  Costa  colombiana 

Las  casas  tienen  solamente  un  gran  salón  con  tarimas  a  iz- 
quierda y  derecha,  que  hacen  de  camas,  y  en  el  extremo  una 
cocina.  Los  indios  respetan  al  cacique  y  ponen  en  sus  manos 
un  tributo  anual,  en  víveres  y  en  dinero.  El  viejo  Pioquinto,  de 
imborrable  recuerdo  en  Guanguí,  tuvo  solamente  una  hija,  la 
niña  María,  quien  a  los  quince  años  contrajo  matrimonio  con  un 
tal  Jacinto,  que  gobierna  actualmente  la  tribu,  por  muerte  de  su 
esposa  fallecida  en  1905.  Los  indios  equiparan  a  los  sacerdotes 
católicos  a  su  cacique;  así  nos  lo  han  manifestado  varias  veces. 

Los  hombres  son  regordetes,  de  color  bronceado,  ojos  mo- 
runos, narices  romas  y  negras  guedejas  hasta  la  mitad  de  los 
pabellones  de  los  oídos,  que  los  llevan  horadados,  con  aretes 
de  oro  y  de  flores  naturales. 

Las  mujeres  son  de  regular  cuerpo,  garrido  continente,  na- 
riz corva  como  pico  de  alcón,  rostro  ovalado,  curtido  por  el  sol, 
y  luenga  cabellera.  Su  vestido,  a  la  usanza  de  los  antiguos  sal- 
vajes, es  una  bayeta  que  baja  hasta  las  rodillas,  anudada  alre- 
dedor de  la  cintura;  y  el  de  los  hombres  un  pañuelo  pendiente 
de  la  misma  guisa.  A  las  veces  las  mujeres  se  cubren  el  pecho 
con  un  lenzuelo,  y  al  caminar  llevan  al  crío  terciado  a  la  espal- 
da. Se  pintan  la  cara,  los  brazos,  pechos  y  piernas  con  achote 
y  se  ponen  collares  de  colmillos  de  fieras,  a  manera  de  amule- 
tos, y  de  monedas  argénteas.  Es  de  verse  al  cacique,  sobre  todo 
en  las  fiestas,  que  no  puede  casi  menearse  del  peso  de  las  mo- 
nedas que  penden,  como  una  red,  de  su  cuerpo. 

En  tiempo  ordinario  los  indios  pasan  la  vida  mano  sobre 
mano  en  sus  casas  dispersas  por  las  orillas  de  los  ríos.  Se  dan, 
sin  embargo,  al  laboreo  de  la  tierra:  especialmente  al  cultivo  del 
plátano.  Las  mujeres  tejen  canastillas  de  mimbre  y  petacas  de 
paja.  Los  hombres  se  internan  en  las  montañas  en  busca  de  caza 
o  pezcan  en  los  ríos.  Son  andariegos,  y  emprenden  a  veces  lar- 
gos viajes  en  sus  canoas,  donde  tranquilamente  hacen  todos  los 
menesteres  de  la  vida:  cocinan,  duermen,  etc. 

La  base  de  la  manutención  es  el  plátano,  condimentado  con 
zumo  de  coco.  Son  vesánicos  por  el  aguardiente,  el  guarapo  y 
el  tabaco  en  hoja  para  fumarlo  en  pipa. 

Son  castísimos.  Las  mujeres  ni  por  pienso  se  mezclan  con 
hombres  que  no   sean  de  su  tribu;    y  si  alguna    tiene  un  desliz 


del  Pacífico  81 

queda  anatematizada  entre  ellos.  Solamente  conozco  un  caso  de 
mujer  que  tuvo  un  hijo  de  negro.  Se  casan  muy  jóvenes;  el 
hombre  envía  su  mosquitero  a  la  casa  de  la  novia,  lo  que  se 
toma  por  señal  de  matrimonio.  La  luna  de  miel  suelen  pasarla 
en  la  canoa,  porque  después  del  enlace  matrimonial  hacen  viaje 
de  recreo  de  días  y  días. 

Cuando  les  viene  en  voluntad  hacer  lo  que  refiere  Cervan- 
tes en  el  capítulo  XX  de  la  primera  parte  del  Quijote  que  hizo 
Sancho,  a  mitad  de  la  noche,  muy  cerca  de  su  amo,  se  entran 
al  río  y  allí  en  el  agua  practican  esas  diligencias. 

A  fines  de  agosto  y  a  principios  de  septiembre,  y  en  la  se- 
mana santa  se  reúnen  en  Guanguí  todos  los  salvajes  del  Micay, 
Saija  y  aun  muchos  del  alto  Chocó  y  de  los  Cayapas  del  Ecua- 
dor. El  fuerte  de  las  fiestas  consiste  en  bailes  y  borracheras.  Co- 
locan varios  cántaros  de  guarapo  en  el  salón  destinado  para  las 
danzas;  y  beben  hasta  quedar  perfectamente  beodos  y  caer  en 
el  suelo  rendidos  por  el  mucho  licor  y  el  cansancio  de  las  co- 
reográficas grescas. 

En  septiembre  de  1916  presenciamos  algunos  de  estos  bai-' 
les.  Se  colocan  en  círculo,  primero  los  hombres,  uno  en  pos  de 
otro,  y  luego  las  mujeres;  y  al  monótono  son  de  los  tamborci- 
Ilos  y  de  lúgubres  cantos,  anda  la  rueda  velozmente  de  la  dere- 
cha a  la  izquierda  o  viceversa,  según  la  voz  de  aviso  Guayi-ya- 
cusa  (den  la  vuela)  del  que  dirige  la  danza,  quien  entona  solo 
tristes  cantares  como  el  que  principia  Eri  verira  Tachojone  irute 
barandie  te,  interrumpidos  por  los  demás  indios  que  repiten  de 
vez  en  cuando  este  estribillo:  Cari-Chipari.  A  ciertas  señales  dan 
fuertes  golpes  en  el  suelo,  palmean  y  prorrumpen  desaforadamen- 
te en  estentóreos  gritos  y  en  estridentes  silbos. 

Tienen  otra  danza  exacta  a  la  anterior,  con  la  diferencia  de 
que  en  ella  se  mezclan  hombres  y  mujeres  y  hacen  cabriolas  y 
grotescos  meneos. 

También  se  alinean  los  unos  en  pos  de  los  otros,  los  hom- 
bres a  la  vanguardia,  y  a  compás  andan  para  adelante  y  para 
atrás  con  la  misma  algazara  que  en  los  anteriores  bailes. 

Y  al    tenor  de  lo  descrito    son  las  demás  danzas    y  juegos. 

Nosotros    al  contemplar    aquellos  indios    con  las    greñas    al 

desgaire,  por  cuyas  frentes,  pechos  y  espaldas  corría  en  abun- 

6 


82  Costa  colombiana 

dancia  el  sudor,  casi  embriagados,  que  zapateaban  y  voceaban 
enajenados,  sentimos  que  nuestro  corazón  se  llenaba  de  compa- 
sión hacia  aquella  mísera  gente  y  nos  avergonzamos  de  que  en 
Colombia  hubiera  todavía  hombres  sumidos  en  los  profundos  si- 
los de  la  ignorancia  y  de  la  barbarie. 

Las  actuales  ideas  teogónicas  de  los  indios  son  una  mezco- 
lanza de  cristianismo  y  paganismo.  Tienen  vagas  nociones  de 
un  supremo  Ser  (Tachajonne),  cuya  acción  única  es  el  gobierno 
del  mundo.  Lo  invocan  en  sus  cuitas  y  quebrantos  y  rezan  a 
diario  unas  como  letanías  para  que  aparte  de  ellos  las  lluvias, 
inundaciones  y  terremotos. 

En  indio  nació  (Jirabaidodi)  de  un  gran  río  (pannía),  y  se- 
ñoreó la  tierra  hasta  que  vinieron  los  libres  (todo  el  que  no  es 
indio),  hijos  del  sol  y  les  robaron  sus  posesiones.  Sobre  los  an- 
tiguos tiempos  nada  saben,  pues  fuera  de  la  familia  del  cacique 
no  conservan  recuerdo  ni  de  quiénes  fueron  sus  abuelos. 

Ya  sea  por  el  roce  continuo  con  los  negros,  ya,  lo  más  pro- 
bable, por  haber  sido  adoctrinados  en  los  tiempos  coloniales  por 
sacerdotes  venidos  de  la  Península,  huelgan  los  indios  de  que 
sus  hijos  sean  bautizados  cuantas  veces  pueden  para  mediar  así 
a  la  sombra  de  los  muchos  compadres;  contraen,  sin  resistencia, 
matrimonio,  según  el  rito  católico;  invocan  a  la  Virgen  del  Pi- 
lar y  a  Dios  muerto  en  el  leño  (Tachajonne  pa  cruso  obecipo); 
rinden  homenaje  en  su  capilla  a  la  imagen  de  la  Inmaculada  y 
a  las  de  varios  Santos  y  en  la  plazuela  del  pueblo  se  encuen- 
tra enhiesta  una  cruz. 

En  las  fiestas  dan  a  la  imagen  de  la  Virgen  untamiento  de 
achote  y  procesionalmente  la  llevan  en  unas  andas  al  río,  donde 
el  cacique  la  baña  y  la  monda,  mientras  los  acompañantes  can- 
tan desapaciblemente.  Al  regreso  los  cuatro  indios  que  portan 
las  andas  comienzan  a  bailar  en  la  plaza  al  son  de  los  tambo- 
res, y  los  demás  al  rededor  de  ellos  forman,  entrelazados  con 
las  manos,  un  gran  círculo  y  lo  imitan  en  las  danzas.  No  hay 
para  qué  describir  la  irreverente  y  pagana  zambra  que  allí  se 
arma. 

Viajando  en  el  río  Saija  una  vez,  oímos  hacia  la  mitad  de 
la  noche,  en  la  orilla,  gritos  que  semejaban  maullidos  gatunos. 
Ordenamos    a    los    bogas   atracar  en  el    lugar  de  donde  salía  al 


del  Pacífico  83 

parecer  la  quejumbre,  y  encontramos  allí  una  casa  de  indios 
que  se  mesaban  los  cabellos  y  gemían  y  lloraban  a  moco  ten- 
dido por  la  muerte  de  un  tal  Virgilio,  mozo  de  apuesta  figura, 
cuyo  cadáver  estaba  en  el  suelo  entre  varios  hachones. 

Cuando  fenece  un  indio  se  reúnen  todos  los  vecinos,  exte- 
riorizan el  duelo  con  paroxismos  y  ayes  y  lágrimas,  velan  al 
muerto  con  lúgubres  cantos,  lo  llevan  en  una  canoa  al  próximo 
cementerio  y  allí  lo  sepultan.  Acto  continuo  sacan  de  la  casa 
los  utensilios  precisos  y  la  abandonan  por  el  espacio  de  unos 
dos  meses;  al  cabo  de  ese  tiempo  regresan  a  ella  y  la  varean: 
lo  mismo  ejecutan  con  los  árboles  y  malezas  del  contorno  a  fin 
de  ahuyentar  a  los  espíritus  que  se  llevaron  el  alma  del  muerto. 

Las    enfermedades    cutáneas   son  mortíferas  para  los  indios. 

El  sarampión  hizo  entre  ellos  estragos  en  1 91 6 :  perecieron 
ciento  y  más.  Actualmente  no  llegan  a  ochocientos  los  indios; 
las  dos  antiguas  tribus  de  Saija  y  del  Micay  forman  hoy  una 
sola.  Entrambas  tienen  las  mismas  usanzas  y  maneras.  Todos 
son  de  carácter  apático  y  asaz  dados  a  las  supersticiones  y  bru- 
jerías. 

Los  indios  viajan  de  Saija  al  Micay  por  una  senda  terrestre 
por  la  cual  pasamos  en  una  ocasión.  Se  emplean  cinco  horas  de 
Guangui  al  riachuelo  de  Jolí,  pero  debe  adveitirse  que  allí  no 
hay  en  realidad  senda  ni  cosa  que  se  le  parezca:  solamente  se 
encuentran  barrizales  y  precipicios  vertiginosos  en  los  cuales 
lleva  uno  la  vida  pendiente  de  un  hilo. 


CAPITULO    XI 

Filólogos  modernos — Etnogenia  india — Lenguas  monosilábicas,  agluti- 
nantes y  de  flexión  — Grupo  americano  dhjrástico,  incorporante  o  poli- 
sintético—  El  dialecto  saijeño  es  aglutinante — Nociones  de  su  cons- 
trucción gramatical  — Observaciones  curiosas — Fonética  — Numera- 
ción— Breve  vocabulario. 

Espléndidos  horizontes  se  han  abierto  a  los  estudios  filoló- 
gicos en  los  últimos  tiempos,  y  Colombia  no  va  a  la  zaga  de 
los  países  europeos  en  esta  clase  de  investigaciones. 

A  los  nombres  de  tantos  antiguos  religiosos  que  nos  lega- 
ron gramáticas  y  vocabularios  de  la  lengua  chibcha,  guajira,  ceo- 
na,  páez,  diarienita,  urabeña,  etc.,  debemos  sumar  los  de  mo- 
dernos investigadores,  Duquesne,  Zerda,  Uricoechea,  Cuervo 
Márquez,  Restrepo,  Marcos  Bartolomé,  Fernández,  Fabo,  Uterca, 
Triana,  Girón  y  varios  otros. 

El  confrontamiento  de  unos  dialectos  con  otros  de  los  ha- 
blados en  la  inmensa  región  americana,  han  corroborado  la  te- 
sis católica  del  monogenismo  y  dado  luces  clarísimas  sobre  la 
etnogenia  de  nuestros  pueblos  y  sus  relaciones  con  los  egipcios, 
fenicios  y  otros  países  asiáticos,  y,  aun  acaso  como  quieren  al- 
gunos, con  los  europeos,  dadas  las  afinidades  morfológicas  y 
hasta  ciertas  semejanzas  genealógicas  entre  algunas  voces  de 
dialectos  americanos  y  otras  del  sajón,  del  danés  y  del  flamenco. 

La  clasificación  de  los  idiomas  en  lenguas  monosilábicas, 
aglutinantes  y  de  flexión,  es  hoy  admitida  por  todos  los  filólo- 
gos, y  no  podía  ser  de  otra  suerte,  ya  que  esa  división  está  ba- 
sada en  la  misma  esencia  de  la  génesis,  construcción  y  régimen 
de  las  palabras.  Pertenecen  a  las  monosilábicas  las  lenguas  cu- 


del  Pacifico  85 

yas  palabras  de  una  sílaba  son  a  un  mismo  tiempo  raíces;  a 
las  aglutinantes  las  que  tienen  raíces  que  se  elevan  a  la  catego- 
ría de  palabras  distintas,  merced  a  los  afijos  y  prefijos  y  a  las 
de  flexión  las  que  «además  de  raíces,  afijos  y  sufijos,  tienen 
fundidos  en  una  sola  palabra  sintética  los  elementos  que  desig- 
nan la  significación  y  la  relación.» 

No  han  faltado  modernos  filólogos  que  a  la  manera  que  se 
han  reunido  en  una  sola  familia  denominada  indogermánica  o 
indoeuropea  las  lenguas  que  se  hablan  desde  el  Ganges  hasta 
el  Atlántico,  han  pretendido  hacer  de  las  americanas  un  grupo 
llamado  olofrástico  incorporante  o  polisintético ;  pero  esto  ha 
sido  rechazado  por  sabios  lingüistas  a  causa  de  no  ser  exclusi- 
vo de  los  idiomas  de  nuestro  continente  la  incorporación  y  el 
polisintetismo. 

En  la  Costa  Colombiana  del  Pacífico  los  aborígenes  de  la 
región  que  estudiamos  hablan  el  dialecto  del  Micay  o  el  de  Sai- 
ja,  según  que  pertenezcan  al  uno  o  al  otro  río.  El  segundo  es 
el  popular  entre  todos  aquellos  indios:  a  él  concretaremos  algu- 
nas ligeras  observaciones,  y  aplazamos  para  más  tarde,  si  Dios 
quiere,  un  estudio  completo  de  los  dos  dialectos.  Y  digo  en  pri- 
mer lugar  que  el  saijeño  pertenece  al  grupo  de  lenguas  agluti- 
nantes, porque  en  él  permanecen  invariables  las  raíces  a  las  que 
se  anteponen,  intercalan  o  posponen  ciertas  partículas  que  for- 
man las  palabras,  muchas  de  las  cuales  incluyen  en  sí  mismas 
el  sujeto,  el  verbo  y  el  atributo,  y  por  esta  razón  debe  también 
adjudicarse  al   dialecto  costeño  el  carácter  de  incorporante. 

La  conjugación  de  los  verbos  es  simplísima,  y  se  caracte- 
riza por  la  yuxtaposición  de  ciertas  partículas ;  lo  propio  suce- 
de con  el  género  y  número  de  sustantivos  y  adjetivos.  Las  raí- 
ces por  lo  general,  como  hemos  indicado,  son  invariables. 

La  construcción  es  similar  a  la  de  otras  lenguas  america- 
nas. El  sujeto  paciente  antecede  al  verbo,  máxime  en  las  inte- 
rrogaciones, y  la  oración  determinada  a  la  determinante.  Tienes 
mujer?  Güera  parabuja?  (Mujer  tienes?).  Quieres  comer  mañana 
pescado?  Nunc  chijo  necodde  quiniembuja?  (Mañana  pescado  co- 
mer quieres?). 

Frecuentemente  se  suprimen  las  preposiciones.  Emborrachar- 
se con  aguardiente,  ituapa  pirubu  (aguardiente  emborracharse). 


86  Costa  colombiana 

A  los  vocablos  castellanos  para  pronunciarlos  a  su  manera 
saijeña,  les  añaden  las  partículas  te  o  toije.  Baúl,  baulte.  Vino, 
vinotoije. 

El  vocabulario  es  pobre;  abarca  solamente  los  nombres  de 
las  cosas  que  los  indios  tienen  a  la  mano  y  carecen  casi  por 
completo  de  palabras  que  corresponden  a  ideas  abstractas.  El 
sufijo  es  el  alma  del  vocablo,  le  da  varias  significaciones  y  aun 
a  veces  hasta  contrarias.  Querer,  quinieja.  Querer?,  quiniembu- 
ja?  No,   quiniee.  Sí,   quiniembu. 

Es  cosa  curiosa  encontrar  en  el  dialecto  que  estudiamos  al- 
gunas palabras,  como  Nunc,  mañana.  Jiña,  pierna.  Cuanto  sig- 
nifica bueno,  hermoso,  bizarro,  se  forma  de  la  raíz  pia:  piabu, 
piabucu,  piabuja. 

En  la  lengua  de  los  cumanagotes,  mujer  se  decía  huericha  y 
en  la  saijeña  mujer  es  güera  y  niña  güerachaque.  En  varios  idio- 
mas de  América  y  de  Asia  la  raíz  de  hombre  y  de  mujer  es  gua, 
güe,  gui,  hua,  hue. 

En  cuanto  a  las  cualidades  fonéticas  del  saijeño  debemos 
confesar  que  es  dulce  en  sumo  grado.  Se  usan  de  preferencia 
los  sonidos  guturales.  Los  indios  modulan  muy  bien  las  palabras 
y  las  pronuncian  como  silabeando;  se  distingue  perfectamente  el 
sonido  de  todas  las  letras.  La  /  suena  como  la  H  alemana  en 
Jund,  perro,  Behalten,  detener.  Por  ejemplo:  Jadpenna,  hermano. 
Patajote,  comer.  La  5  debe  pronunciarse  como  la  S  sibilante  de 
oiseau,  pájaro  en  francés:  Pasa.  La  D  es  equivalente  al  sonido 
inglés  en  there:  Tajode,  bautismo.  Miajainde,  matrimonio.  La  M, 
la  iVy  la  F  en  medio  de  palabra  tienden  a  duplicarse:  Tomme, 
escalera.  Sopenna,  sombrero.  Peffema,  abanico.  La  ch  suena  fuer- 
te como  en  castellano.  Algunas  lenguas,  como  la  china,  y  otras 
monosilábicas,  rehusan  la  composición  de  varias  consonantes  en 
una  sílaba,  lo  que  también  se  observa  en  el  saijeño,  en  el  que 
sólo  se  encuentra  la  combinación  Tr:  Putrumbú,  venir.  Tuatría, 
vara.  Triutau,  viga.  La  L  que  no  tiene  casi  uso  en  el  chibcha, 
hay  que  descartarla  del  alfabeto  saijeño;  lo  mismo  debe  hacer- 
se con  la  Ñ.  La  R  por  el  contrario,  que  sólo  es  empleada  en 
otros  dialectos  americanos  a  manera  de  onomatopeya,  priva  fre- 
cuentemente en  el  nuestro.  Itabarre,  fogón.  Pubarrana,  hijo. 

Para  la  recta  pronunciación  debe  tenerse  en  cuenta,  que  ex- 
cepción hecha  de  tal  cual  palabra  de  origen  micaisefio,  termina- 


del  Pacífico 


87 


da  en  vocal  débil,  que  es  aguda:  Piitrumbú,  venir;  todas  las  del 
dialecto  de  Saija  son  graves.  Palabras  esdrújulas  no  existen. 

La  tabla  numérica  de  los  indios  llega  únicamente  hasta  cin- 
co, y  hacen  las  adiciones  y  restas  con  estos  guarismos.  Un  tres; 
dos  cuatros. 

He  aquí  los  números:  Aba,  uno;  Orne,  dos;  Ompea,  tres; 
Quinani,  cuatro;  Oisoma,  cinco.  Antes  de  poner  punto  final  a 
este  capítulo  de  ligeras  observaciones,  brindo  a  los  aficionados 
a  la  filología  algunas  palabras  y  frases  que  entresacamos  del  vo- 
cabulario que  hemos  recogido  de  las  mismas  bocas  de  los  indios. 


Abanico 

Peffema 

Carne 

Nechiera 

Acabar 

Impaji 

Cabeza 

Pou 

Amar 

Pusa 

Candela 

Tuputau 

Aire 

Naum 

Cielo 

Paja.  Tachajo 

Aguardiente 

Ituapa 

ne 

Acostarse 

Jainde 

Cinco 

Oisoma 

Anzuelo 

Tua 

Comer 

Necodde.  Pata- 

Alegre 

Bupe 

jote. 

Ayer 

Nuguedda 

Conversar 

Pedepatam 

Abrirse 

Jetea 

Cuanto 

Jumma 

Arremangar 

Huete 

Cuchara 

Cusarra 

Agua 

Pi 

Cuando 

Sapay 

Bautismo 

Tajode 

Cruz 

Cruso 

Bajar 

Tuda 

Dar 

Yacusa 

Barbacoa 

Baragua 

Defender 

Taijaipase 

Blanco 

Jappunna 

Dios 

Tachajone 

Bombo 

Tondoa 

Día 

Ibari 

Bonito 

Piabú 

Dos      • 

Orne 

Boca 

Itay 

Dueño 

Chiparipa 

Bueno 

Piabucu 

Diente 

Gigda 

Caer 

Tudiuvay 

Encima 

Quenon 

Casa 

Te 

Emborracharse 

Pirubu 

Caldo 

Nemba 

Escalera 

Tomme 

Caminar 

Guani 

Frente 

Tautunna 

Canalete 

.   Toy 

Fogón 

Itabarre 

Cama 

Juiparu 

Hombre 

Mujina 

Canasto 

Cora 

Hermano 

Jadpenna 

Casarse 

Miajainde 

Hermano  mayor 

Michiempa 

88 


Costa  colombiana 


Hijo 

Barrana 

Pescado 

Chijo 

Hoy 

Iddi 

Perro 

Usa 

Huevo 

Eterreum 

Pelo 

Puda 

Infierno 

Tajura 

Petaca 

Peta 

Lengua 

Giname 

Pierna 

Jinu 

Luna 

Attam.   Mura- 

Pie 

Jrucum 

jonne 

Pita 

Chu 

Levantarse 

Jirabaidadi 

Querer 

Quinieja 

Llover 

Joy 

Río 

Pannía 

Madre  de  Dios 

Quiraunau 

Red 

Jru 

Mano 

Jua 

Rodilla 

Jiru 

Mañana 

Nunc 

Ropa 

Uta 

Matrimonio 

Miajainde 

Sal  S 

Ja 

Mes 

Atañe 

Sábalo 

Aparra 

Mujer 

Güera 

Sentarse 

Jibida 

No 

Quiniee 

Sí 

•    Quiniembú 

Nariz 

Quin 

Sol 

Pisía.  Jarium 

Niño 

Guarra 

Sombrero 

Sopenna 

Niña 

Güerachaque 

Tres 

Ompea 

Olla 

Jurú 

Tener 

Parabuja 

Ojo 

Tau 

Trueno 

Pa 

Palanca 

Taje 

Tortuga 

Sibi 

Palo 

Triutau 

Venir 

Cheji.  Putrum- 

Padre 

Pare.  Murajon- 

bu.  Jiniendae 

ne.  Papa 

Vino 

Vinotoija 

Paja 

Quirú   o   Te- 

Vara 

Tuatría 

quirú 

Viga 

Triutau 

Pecho 

Tua 

Yo 

Pai. 

Pequeña  canoa 

Japa 

Yo  soy 

Guanip. 

Venga;  conversamos  en  la  casa 

Chipdi;  Guangui  giname  pa  te 

en  lengua  de  Guanguí. 

pedepatam. 

Siéntese;  no  tenga  miedo. 

Jibidaja;  guoguenase. 

Está  bueno? 

Japúa  pie 

buja  ? 

Estoy  bien  (alegre,  gordo) 

Oía  bupe. 

Cuándo  vino? 

Sapay  che 

jima? 

Ayer. 

Nuguedda. 

del  Pacifico 


89 


Cuándo  se  va? 

Mañana. 

Es  casado?  (Tiene  mujer?) 

No  soy  casado,  Padre. 

Cuántos  hijos  tiene? 

Ocho  (Dos  cuatros). 

Si  no  te  casas  te  vas  al  infier- 
no (te  lleva  el  diablo,  el  ene- 
migo) 

Quieres  vino? 

Si  el  dueño  me  da. 

Coma  carne  de  sábalo. 

Esto  no  más;  ya  es  tarde. 

Se  va;  vayase. 

Baja  la  embarcación.  Traiga  la 

petaca,  el  canalete,  la  palanca 

y  el  anzuelo. 


Sapay  guani? 

Nunc. 

Güera  parabuja? 

Miajainde  quiniee,  Pare. 

Guarra  juma  pai  irubu? 

Orne  quinani. 


Unata  unieppuna  netuara  pai. 
Vinotoija  quiniembuja? 
Chiparipa  tera  toyppe. 
Aparra  tachinagui  necodde. 
Naugou   pay   atey ;   qui  bara 

parú. 
Girapoto;  chubamase. 
Baruma  barrea;  peta,  toy,  taje, 

tua  putrumbú. 


DEPRECACIÓN  INDÍGENA 

Dios  murió  en  la  cruz  por  sus  hijos.  Oh  padre,  defiende  a 
tus  hijos;  perdona  el  pecado  a  tus  hijos;  de  rodillas  pedimos, 
oh   padre;  envía  el  sol;  envía  los  aires;  envía  la  lluvia,  etc. 

Tachajone  pa  cruso  obecipo  si  barrana  etea  netora  chepi 
amapa.  A  papa  tai  jai  pase  pu  barrana,  putai  pase  atai  pecau- 
jaindi  pu  barrana.  Jarium  jiniendae,  papa  jiru,  Naum  jiniendae. 
Jupu  jiniendae. 

Tachajone  truepía  debujapue  pía  chitonuco.  Tachajone  pu- 
trumbú, Tachajone  trupiede  namma  pecaujaindi  taina  ata  becipu. 


CAPITULO  XII 

Buguey — El  río  de  Timbiquí — Origen  de  Santa  Bárbara — San  José  y 
Coteje — Peligros  en  la  navegación — San  Vicente  de  Timbiquí  — 
Nacimiento  de  don  Julio  Arboleda — Compañía  francesa  para  la  ex- 
plotación de  las  minas  de  oro — El  río  de  Guafuí  — San  Antonio  y  la 
Concepción  — El  Cuerval  y  El  Bajito  — La  Lora — El  Sargento  Ful- 
gencio Caicedo. 

Entre  las  bocas  de  Saija  y  Timbiquí  desagua  en  el  mar  un 
arroyuelo  de  corto  curso  habitado  por  indios  de  los  de  Guanguí, 
que  lleva  el  nombre  de  Buguey.  En  las  tierras  se  encuentran 
platanares  y  casas  dispersas;  no  hay  pueblo. 

El  río  de  Timbiquí,  estrecho  y  de  mucha  corriente,  sigue 
una  dirección  de  Oriente  a  Occidente.  Su  curso  es  relativamente 
corto.  Cerca  al  mar  se  abre  en  dos  pequeños  brazos.  En  la  pla- 
ya norte  de  la  bahía  en  que  desemboca  hubo  una  máquina  de 
aserrar  madera,  que  perteneció  al  señor  Rafael  Cuevas. 

Los  vapores  sólo  pueden  navegar  en  un  trecho  muy  redu- 
cido. En  el  siglo  XVIII  se  adjudicó  el  río  de  Timbiquí  a  las 
familias  Mosquera  y  Arboleda,  las  que  importaron  negros  para 
el  laboreo  de  las  minas  de  oro.  Parece  que  muchas  de  las  per- 
sonas establecidas  ahí  de  antaño  no  miraron  con  buenos  ojos  el 
advenimiento  de  los  amos  payaneses,  por  lo  cual  emigraron  a 
Iscuandé  y  a  la  población  de  Santa  Bárbara.  Los  Arboledas,  para 
conjurar  el  problema  que  se  les  presentaba  con  la  despoblación 
de  Timbiquí,  cedieron  a  quienes  permanecieron  en  el  río  el  te- 
rreno comprendido  entre  el  riachuelo  de  Zúrzula  y  el  de  Alonso 
para  la  fundación  de  un  pueblo.  Este  fue  el  principio  de  Santa 
Bárbara  de  Timbiquí,  risueño  pueblecito,  donde  actualmente  hay 


del  Pacífico  91 

una  capilla  bastante  buena,  casa  cural  de  reciente  construcción, 
escuelas  para  varones  y  mujeres  y  cuatro  o  cinco  almacenes 
regularmente  provistos. 

Santa  Bárbara  es  cabecera  de  Municipio  actualmente. 

En  la  margen  izquierda  del  río  se  hallan  otros  dos  pueblos: 
San  José  y  Coteje;  el  segundo  en  la  desembocadura  del  riachuelo 
que  le  da  nombre  al  caserío.  Ambos  tienen  capilla,  casa  cural 
y  escuela.  En  la  parte  alta  del  Coteje  hay  un  camino  terrestre 
a  Llantín  del  Micay. 

La  navegación  desde  Coteje  hasta  Sesé  ofrece  no  pocos 
peligros  a  causa  de  la  impetuosa  corriente  del  río.  Se  hace  en 
embarcaciones  menores  y  con  bogas  muy  duchos  para  subir  o 
bajar  saltos  y  chorros;  pero  aún  así  y  todo  se  lamentan  frecuen- 
tes desgracias.  El  punto  de  residencia  de  los  antiguos  dueños  de 
aquellas  tierras  se  llamaba  San  Vicente  en  el  riachuelo  de  Sesé. 
La  población  se  denominó  primero  Pueblo  Viejo  y  después 
Velásquez. 

Cuando  Sámano  se  enseñoreó  del  territorio  sur  de  la  Nueva 
Granada,  don  Rafael  Arboleda  y  su  esposa  doña  Matilde  Pombo 
y  O'Donell  se  refugiaron  en  su  casa  de  San  Vicente  de  Timbi- 
quí,  donde  nació  el  9  de  julio  de  1817  don  Julio.  Los  Arboledas 
y  Mosqueras  vendieron  sus  derechos  a  las  minas,  que  han  sido 
explotadas  por  dos  compañías  extranjeras,  una  en  pos  de  otri. 
Al  presente  es  la  población  de  Santa  María  en  Sesé  una  de  las 
mejores  de  la  Costa.  La  compañía  francesa  posee  algunas  casas, 
no  faltas  de  comodidad,  para  los  empleados.  Por  término  medio 
trabajan  unos  doscientos  obreros  en  las  minas,  que  rinden 
comúnmente  a  sus  amos  pingües  ganancias.  Los  medios  emplea- 
dos en  el  laboreo  minero  son  rudimentarios.  Las  tierras,  como 
todas  las  de  la  Costa,  abundan  en  oro  de  aluvión. 

Los  franceses  y  los  habitantes  de  Santa  Bárbara  están  siem- 
pre en  continua  lucha,  porque  aquellos  tienen  el  monopolio  del 
comercio  en  Santa  María  y  no  permiten  a  nadie  entrar  en  la 
población  donde — sea  dicho  de  paso  hay  autoridades  colombia- 
nas,— sin  permiso  del  señor  Director  de  la  Compañía.  Esta  me- 
dida la  toman  los  dueños  de  las  minas  para  evitar,  según  dicen, 
el  robo  del  oro.  Nosotros  hemos  oído  las  continuas  querellas  de 
los   habitantes    de    Santa    Bárbara    al   respecto.   Sin  absolver  ni 


92  Cosía  colombiana 

condenar  a  nadie,  lamentamos  la  triste  situación  de  los  morado- 
res del  río  de  Timbiquí. 

De  Santa  María  se  puede  pasar  por  tierra  a  Caunapí,  afluente 
del  Guapí,  y  a  un  riachuelo  que  tributa  sus  aguas  a  Guafuí, 
río  de  corto  curso,  que  desemboca  en  el  mar.  En  la  margen 
izquierda  de  aquel  aparece  a  los  ojos  la  población  de  San  Anto- 
nio. La  capilla  y  la  casa  cural  quedan  al  Oriente  en  una  colina; 
al  pie  se  extiende  el  caserío,  a  cuya  calle  principal  y  casi  única, 
ribereña  al  río,  no  le  faltan  hechizos,  a  lo  menos  para  aquellos 
lugares.  Sirve  la  escuela  una  señorita. 

La  Concepción  está  situada  en  un  ribazo,  a  la  derecha  del 
río.  La  capilla  es  pobre;  el  aspecto  del  pueblo  nada  tiene  de 
agradable. 

Los  habitantes  de  Guafuí  se  dedican  a  la  agricultura  y  a  la 
minería. 

Entre  Timbiquí  y  Guafuí  se  encuentran  dos  playas  de  algu- 
na consideración:  en  la  primera  hay  un  caserío,  en  la  segunda 
una  hacienda  con  plantíos  de  cocoteros  y  pastos  donde  se  crían 
algunas  cabezas  de  ganado  mayor. 

Fronterizo  al  Cuerval,  hacia  el  mar,  recibe  el  nombre  de 
El  Bajito  un  rancherío  de  pescadores,  sito  en  una  elevación  de 
arena  de  reciente  formación. 

Cerca  a  la  desembocadura  de  Guafuí  desagua  en  el  mar  el 
arroyuelo  de  Lora,  poco  habitado. 

Oriundo  del  río  de  Guafuí  era  el  Sargento  Fulgencio  Caice- 
do,  quien  peleó  a  las  órdenes  de  Sucre  en  Ayacucho. 


CAPITULO    XIII 

Río  de  Guapí  — Balsitas,  San  Vicente,  Rosario  y  Naranjo  — Ríos  de  Napi 
y  de  San  Francisco  — Belén,  San  Agustín  y  Callelarga  —  El  Padre 
Buenaventura  Perlaza  y  las  familias  Castro  y  Grueso — Un  recuerdo. 
Limones— Origen  de  Guapí — Misiones  en  1773  — Don  Manuel  de 
Valverde — Jura  de  Fernando  VII  —  La  independencia  — La  Rosa  de 
los  Andes— Varios  sucesos — Guerras  de  1841  y  1861  en  Guapí — 
Terremoto  de  1838 — Acontecimientos  eclesiásticos — Curas  de  la 
Parroquia —Guerra  de  1899— Muere  don  Ramón  Payan  — Incendio 
en  1914— La  provincia  del  Micay  -  La  Aduana. 

El  río  de  Guapí,  que  es  uno  de  los  más  poblados  y  ricos 
de  la  Costa,  lleva  con  pequeñas  variantes  una  dirección  de  Orien- 
te a  Occidente.  Numerosos  riachuelos  tributan  a  él  sus  aguas; 
son  los  más  notables  de  la  cordillera  hacia  el  mar  los  siguien- 
tes: en  la  margen  derecha,  Nulpe,  Llantín,  Napi,  Sansón  y  Cha- 
món;  en  la  izquierda,  Aguaclara,  El  Tigre,  Temuey,  Barroblan- 
co,  Diablo  y  Cantadelicia.  Desaguan  en  el  mar  por  tres  grandes 
bocas:  Guapí  al  Sur,  Quiroga  y  Limones.  El  delta  que  encierran 
tiene  24  kilómetros  de  largo.  En  la  parte  superior,  en  el  lugar 
llamado  El  Salto,  hay  un  camino  terrestre  para  Iscuandé. 

La  población  de  Balsitas,  ya  cercana  a  la  cordillera,  queda 
en  la  margen  derecha  del  río.  Tiene  pésima  capilla,  casa  cural 
por  el  estilo  y  Escuela. 

En  el  punto  denominado  Los  tres  ríos,  el  caserío  tiene  si- 
tuación risueña.  De  San  Vicente,  Rosario  y  Naranjo,  pintorescas 
poblaciones  en  la  ribera  derecha  del  río,  deben  mencionarse  las 
capillas,  casas  cúrales  y  escuelas,  no  porque  sobresalgan  entre 
las  demás  de  su  clase,  sino  porque  es  lo  único  digno  de  tener- 


94  Costa  colombiana 

se  en  cuenta.  San  Vicente  es  un  lugar  a  donde  acude  multitud 
de  gentes  en  las  fiestas. 

Los  Arboledas  fueron  los  dueños  de  las  minas,  cuyo  labo- 
reo dio  origen  a  las  poblaciones,  de  que  se  acaba  de  hacer  me- 
moria. 

Al  Guapí  afluyen  las  aguas  del  río  de  Napi,  y  a  éste  las 
del  San  Francisco.  En  el  primero  están  situadas  las  poblaciones 
de  Belén,  San  Agustín  y  Callelarga;  en  el  segundo  las  de  La 
Calle  o  Pausada  y  Cascajal  o  San  Francisco.  Todas  tienen  ca- 
pilla y  casa  cural. 

La  fundación  de  Belén  se  debe  al  Padre  Buenaventura  Per- 
laza,  hombre  benigno  y  de  sólidas  virtudes,  quien  trató  caritati- 
vamente a  los  indios  y  dejó  en  libertad  a  los  esclavos  por  los 
años  de  1750.  Por  el  mismo  tiempo  se  establecieron  en  el  río 
de  Napi  dos  familias  españolas  de  apellido  Castro  y  Grueso  y 
fundaron  las  poblaciones  de  San  Agustín  y  Callelarga,  como 
centros  mineros.  Callelarga,  a  mi  parecer,  es  la  única  población 
de  la  Costa  que  aún  conserva  cierto  aspecto  colonial. 

Recordamos  que  en  este  lugar  nos  hallamos  el  20  de  junio 
de  1916  con  un  ataque  de  fiebres  palúdicas  sin  tener  quién  nos 
socorriese.  Por  fin,  a  las  mil  y  cuarenta  conseguimos  que  un 
negrazo,  vestido  sólo  con  pampanilla,  nos  proporcionase  en  míse- 
ra totuma  un  poco  de  agua  caliente  con  limón ;  y  entretanto 
llegaban  a  nosotros  los  ecos  de  la  marimba,  y  los  conucos,  y 
los  gritos  de:  «A  la  plaza!  A  jugar  a  la  vaca-loca!....  El  Cura 
está  dormido ! » 

El  río  de  Napi  es  de  impetuosa  corriente.  Hasta  la  desem- 
bocadura de  él  pueden  navegar  en  el  Guapí  los  vapores  fluviales. 

En  el  brazo  de  Limones  hay  un  pueblo  con  Escuela  y  va- 
rios almacenes.  En  dos  ocasiones  los  habitantes  del  rio  pusieron 
manos  a  la  obra  para  levantar  una  capilla,  pero  pronto  decayó 
el  entusiasmo,  y  se  quedó  la  empresa  en  ciernes.  Guapí  está  si- 
tuado en  la  orilla  izquierda  del  río,  a  unos  10  kilómetros  del 
mar  y  es  la  población  principal  de  la  Costa  baja,  en  cuanto  a 
Iglesia,  edificios  y  habitantes.  El  comercio  es  activo,  si  bien  no 
tanto  como  en  el  Charco. 

-  En  el  punto  donde    hoy  está  la    población  existía    hacia  la 
mitad  del  siglo   XVIII  una   ranchería,  llamada   El  Barro,  donde 


del  Pacífico  95 

los  Padres  Fernando  Larrea,  Pedro  Momia  y  Mariano  Villalba 
de  la  Orden  Franciscana  y  de  la  provincia  de  Quito,  dieron  una 
misión  en  la  que  cosecharon  opimos  frutos.  No  he  podido  ave- 
riguar la  fecha  fija  de  este  acontecimiento,  pero  tuvo  que  ser 
antes  de  1773,  año,  en  que   murió  en  Cali  el  Padre  Larrea. 

Por  aquel  tiempo  era  la  persona  de  visos  en  el  lugar  Juan 
Orobio,  y  muerto  él,  en   1780  su  esposa. 

A  fines  del  siglo  XVIII  las  autoridades  iscuandereñas  dieron 
la  comisión  para  la  fundación  de  una  población  porteña  en  el 
río  de  Guapí  al  español  Manuel  de  Valverde,  quien  se  trasladó 
a  él  y  escogió  para  llevar  a  cabo  su  cometido  el  sitio  donde 
vivían  la  mujer  de  Orobio  y  algunas  otras  familias.  Allí  hizo  el 
desmonte,  señaló  solares  a  los  vecinos  para  sus  casas  particula- 
res, y  dio  principio  a  la  edificación  de  la  Iglesia  y  del  cabildo. 
La  posición  estratégica  de  la  nueva  población  para  el  comer- 
cio atrajo  a  muchos  españoles  que  se  avecinaron  en  ella;  lo  que 
produjo  envidias  y  malquerencias  de  parte  de  los  habitantes  de 
Iscuandé.  Este  antagonismo  de  los  dos  pueblos  duró  luengos 
años,  pero  al  fin  triunfó  Guapí  en  la  demanda. 

Valverde  recibió  jurisdicción  civil  sobre  los  habitantes  de  la 
región  comprendida  desde  Micay  hasta  Guapí,  y  trabajó  con  te- 
són por  el  engrandecimiento  y  progreso  de  esa  parte  del  país. 
Era  hidalgo  y  generoso  y  holgaba  de  hacer  justas  y  torneos  que 
diesen  renombre  a  Guapí.  Una  de  las  principales  festividades 
fue  la  jura  de  Fernando  VII  en  los  primeros  días  de  noviembre 
de  1808.  Mucha  gente  acudió  al  reclamo  de  Valverde,  quien  se 
encargó  en  persona  de  tremolar  el  pendón  real  y  hacer  la  jura. 
Luego  arrojó  con  prodigalidad  monedas  al  pueblo  y  organizó 
danzas  y  otros  divertimientos. 

El  grito  de  independencia  tuvo  eco  en  la  Costa  del  Pacífico, 
y  en  los  primeros  meses  de  1811  Guapí  fue  atacada  por  algu- 
nos patriotas,,  comandados  por  don  Manuel  de  Olaya.  Valverde 
había  levantado  un  cuerpo  de  guarnición  y  se  aprestó  a  la  de- 
fensa, pero  la  plaza  fue  tomada  por  los  patriotas  y  él  huyó  al 
Ecuador.  Dos  años  más  tarde,  cuando  Sámano  se  apoderó  de 
la  provincia  de  Popayán,  Valverde  pensó  en  regresar  a  Guapí, 
y  efectivamente  se  puso  en  camino,  pero  lo  sorprendió  la  muer- 
te en  Coquimba.  El  jefe  español  era  dueño  de  varias  minas  de 
Tapaje. 


96  Costa  colombiana 

En  1819  la  corbeta  La  Rosa  de  los  Andes,  comandada  por 
el  inglés  Juan  Ilingworth  hizo  un  desembarque  en  Guapí,  ocu- 
pada por  realistas.  Mientras  la  corbeta  permaneció  en  la  boca 
del  río,  atacó  al  puerto  una  chalupa  a  cuyo  frente  iba  el  capitán 
Desereines.  La  población  fue  saqueada.  La  señora  María  Cara- 
balí,  apellidada  en  Guapí,  la  saijeña,  rescató  las  campanas  y 
otros  enseres  de  la  iglesia  por  la  suma  de  $  150  plata.  Cuando 
la  chalupa  bajaba  el  río  se  fue  a  pique  en  la  boca  de  Chamón. 
Años  más  tarde  sacó  de  allí  el  casco  Francisco  Orobio. 

En  1838  fue  ejecutada  en  la  plaza  de  Guapí  Ildelfonsa 
Montano  por  haber  dado  muerte  a  la  hija  de  la  concubina  de 
su  esposo.  También  se  condenó  a  la  pena  capital  en  1870  al 
salteador  Domingo  Torres,  jefe  de  una  pandilla  de  bandidos  que 
infestaron  por  aquel  tiempo  la  región. 

En  Guapí  se  dio  carta  de  emancipación  a  los  esclavos  que 
habitaban  desde  Guapí  hasta  Yurumanguí.  Hubo  con  este  motivo 
en  la  población  pomposas  fiestas. 

En  la  guerra  de  1841  la  goleta  Thequendama  atacó  a  Guapí 
comandada  por  Manuel  de  Jesús  Zamora.  El  teniente  de  fragata 
Augusto   María   Cabal  hizo    fusilar  a  •  varios  de  los  insurgentes. 

En  1861  hubo  también  una  refriega  en  el  puerto.  Juan  An- 
tonio Borrero,  entregóse  a  los  revolucionarios  en  la  boca  de 
Napi,  y  el  intrépido  Gayuso  fue  allí  mismo  fusilado  por  no  ha- 
ber querido  rendirse. 

El  terremoto  de  1838  causó  desastres  en  Guapí:  se  cayeron 
algunas  casas  y  sufrió  el  frontis  de  la  iglesia. 

La  Parroquia  de  Guapí,  que  dependía  hasta  1834  del  Obispo 
de  Quito,  pasó  a  la  jurisdicción  del  Obispo  de  Popayán  por 
convenio  entre  los  dos  Prelados:  reintegración  que  sancionó  el 
Gobierno  granadino  en  1836. 

Los  siguientes  Obispos  han  visitado  la  población:  limo,  se- 
ñor Riaño,  de  paso  para  el  destierro;  Francisco  Cuero  y  Caicedo 
en  1844,  regentada  la  iglesia  por  el  Padre  Ortiz;  los  Obispos 
de  Pasto,  Ignacio  León  Velasco  en  1885  y  Fr.  Ezequiel  Moreno 
en  1896  y  en  1903. 

Párrocos  o  Coadjutores  de  Guapí  han  sido  los  siguientes 
sacerdotes:  Padres  Lugo;  Santacruz;  Cabezas,  que  murió  en  la 
población;  Ortiz,  en  tres  distintas  ocasiones;  Jiménez;  Córdoba; 


del  Pacífico  97 

Marcelino  Domínguez;  Juan  de  Dios  Rodríguez;  Laso;  Fernando 
Urbano;  Fr.  Federico  Vitellis  O.  P.;  Francisco  Javier  Campiño; 
Daniel  Caicedo;  Teófilo  Albán ;  Hilario  Sánchez;  José  María 
Mera;  Fr.  Rufino  Pérez;  Fr.  Tomás  Martínez;  Fr.  Antonio  Roy; 
Fr.  Francisco  Sola;  Fr.  Bernardo  Merizalde;  Fr.  Antonino  Caba- 
llero; Fr.  Andrés  Echeverri;  Fr.  Julián  Ciriza  y  Fr.  Hilarión 
Uribe. 

En  1884  dieron  misiones  en  Guapí  los  Padres  capuchinos, 
Fr.  Melchor  y  Fr.  Manuel;  en  1893  los  Padres  filipenses  José 
María  Cabrera,  Manuel  Santacruz,  y  Aristides  Gutiérrez;  en  1896 
los  Padres  capuchinos  Gaspar  de  Cebrones  y  Ángel  Aviñonet 
y  en  1903  los  Padres  Heliodoro  de  Túquerres,  Justo  de  Tulcán 
y  el  filipense  Peregrino  Santacruz;  los  cinco  últimos  compañeros 
del  señor  Moreno.  Desde  1902  la  evangélica  labor  de  los  Padres 
Agustinos  Recoletos  en  Guapí  ha  sido  una  continua  misión. 

Los  ascendientes  de  don  Vicente  Arboleda  cedieron  a  la 
iglesia  la  tierra  comprendida  entre  la  población  de  Guapí  y  el 
mar.  Así  lo  reconoció  dicho  señor  en  cartas  al  R.  P.  Hilario 
Sánchez  y  al  señor  José  María  Velasco  y  Caldas  del  4  de  febrero 
de  1907.  Hoy  la  iglesia  disfruta  sólo  un  reducido  terreno  a  las 
orillas  del  riachuelo  del  Diablo. 

En  la  guerra  de  1899  el  Gobierno  puso  en  Guapí  como 
guarnición,  bajo  las  órdenes  del  capitán  Nicolás  Becerra  a  25 
hombres  del  batallón  16  de  Cali,  quienes  permanecieron  ahí  hasta 
el  16  de  marzo  de  1900  en  que  los  liberales  comandados  por  el 
coronel  Heladio  Pérez  tomaron  la  plaza,  aun  cuando  sólo  por 
breves  días  gozaron  de  la  victoria,  porque  el  25  del  mismo  mes 
fueron  atacados  y  derrotados  por  el  batallón  3.°  de  Cali,  cuyo 
jefe  era  el  coronel  Rubén  Muñoz,  y  por  el  vapor  Boyacá.  Estas 
fuerzas  partieron  luego  para  Buenaventura,  pero  fueron  captura- 
das en  la  playa  de  Chacón  por  las  del  vapor  Gaitán.  A  los 
prisioneros  se  les  llevó  a  Guapí  y  de  allí  se  les  remitió  a 
Tumaco. 

Más  tarde  las  fuerzas  liberales  retiráronse  El  Charco  al  lle- 
gar a  la  plaza  el  batallón  5.°  del  Gobierno. 

El  29  de  julio  de  1903  murió  el  señor  Ramón  Payan,  bene- 
factor de  la  población. 


98  Costa  colombiana 

El  19  de  julio  de  1914  la  mitad  de  la  población  fue  pasto 
de  las  llamas;  el  incendio  comenzó  en  la  casa  de  la  señora 
Ernestina  Cifuentes,  a  causa  de  una  chispa  que  cayó  en  el  techo. 
La  actuación  bienhechora  del  Padre  Tomás  Martínez,  A.  R.  y 
del  señor  Aristides  Baraya,  alcalde  entonces  del  Distrito,  los  so- 
corros suministrados  por  los  comerciantes  de  Buenaventura  y  de 
Tumaco  y  la  exención  de  los  derechos  de  artículos  de  cons- 
trucción otorgada  por  el  Gobierno  a  favor  del  puerto,  fueron 
poderoso  factor  para  disminuir  las  penalidades  y  amarguras  de 
los  damnificados. 

En  el  documento  más  antiguo  del  pobrísimo  archivo  de 
Guapí,  y  que  es  de  1872,  figura  la  población  como  cabecera 
de  la  alcaldía. 

Han  sido  autoridad  en  el  lugar  los  siguientes  señores:  Ma- 
nuel de  Valverde,  Pedro  Gori,  José  Delgado,  Miguel  de  los  Re- 
yes, Antonio  Delgado,  Manuel  Santiago  Payan,  Domingo  Mer- 
cado, Manuel  Góngora,  José  María  Payan,  Esteban  Solís,  Mag- 
daleno  Palma,  Ramón  Payan,  Joaquín  Gómez,  Manuel  José  Palma, 
Gaspar  Cobo  y  Luis  Obando,  a  los  cuales  deben  sumarse  los 
gobernantes  modernos  que  aún  viven. 

Por  la  ordenanza  número  103  de  1911,  de  la  Asamblea  del 
Cauca  se  creó  la  provincia  del  Micay  y  se  le  dio  por  capital  a 
Guapí.  En  las  fiestas  que  se  hicieron  con  este  motivo,  pronunció 
un  discurso,  rebosante  de  entusiasmo,  el  señor  Aristides  Baraya, 
la  personalidad  más  saliente  de  la  región. 

El  Gobierno  habilitó  el  puerto  de  Guapí  por  Ley  número  39 
de  1910. 

Esta  población  es  el  centro  de  la  Misión  de  los  RR.  PP. 
Agustinos  Recoletos. 

La  iglesia  actual  fue  levantada  por  el  Padre  Hilario  Sánchez. 

La  región  del  río  de  Guapí  tiene  aproximadamente  9000 
habitantes. 


■■»i¿Izizi  ■♦■(>♦•  7~Hk»-  ■ 


CAPITULO    XIV 


Isla  de  Gorgona — Topografía  de  la  isla — Temperatura  media — Gorgoni- 
11a  —El  Viudo  y  El  Horno — Las  bahías  de  Trinidad  y  Puerto  Piza- 
rro — Varios  buques  que  han  estado  anclados  allí — Vegetación — Un 
pintoresco  lugar — Agua  dulce — Pesca  de  ballenas — Trabajos  de  bu- 
cería — Orfebrería  indígena  —  Actuales  dueños  de  la  isla  —  Resolu- 
ción del  Poder  Ejecutivo  en  1853 — El  Sargento  Mayor  Federico 
D'Croz— Posición  estratégica  de  la  Gorgona. 

A  24  millas  de  la  Punta  de  Quiroga  en  la  desembocadura 
del  río  de  Guapí  en  dirección  a  N.  O.  y  a  15  millas  de  la  Pun- 
ta de  los  Reyes,  casi  a  igual  distancia  entre  Buenaventura  y  Tu- 
maco,  se  levanta  hasta  1200  pies  sobre  el  nivel  del  mar,  la  Isla 
de  Gorgona,  donde  la  Naturaleza  ha  sido  pródiga  en  manifestar 
toda  la  exhuberancia  y  riqueza  de  la  zona  tropical. 

A  un  solo  golpe  de  vista  se  presentan  ante  el  espectador 
árboles  seculares,  peñascos  multiformes,  como  ruinas  ciclópeas 
de  castillos  medioevales,  y  el  mar  sin  límites,  cuyas  olas,  for- 
man enormes  cascadas  de  blanca  espuma  e  irisadas  perlas  al 
chocar  contra  los  arrecifes  y  rocas,  y  producen  estridentes  deto- 
naciones que  repercuten  a  manera  de  cañonazos  en  un  campo 
de  batalla  en  los  cerros  de  la  isla. 

La  configuración  de  la  Gorgona  es  montañosa  y  tiene  tres 
altos  principales:  El  Rabo,  Trinidad  y  Punta  Brava.  En  la  base 
occidental  del  segundo  existe  una  grieta  de  unos  100  metros  de 
longitud  y  cinco  pulgadas  de  latitud  por  donde  salen  substan- 
cias sulfúricas  y  donde  se  ve  en  la  pleamar  que  el  agua  hierve. 

Según  el  capitán  Henry  Rellet,  inspector  de  la  marina  real 
inglesa  y  el  comandante  James  Wood,  que  midieron   la  isla  en 


100  Costa  colombiana 

1847,  su  longitud  es  de  cuatro  millas  y  media  y  su  latitud  en 
la  parte  que  más  se  dilata,  entre  La  Trinidad  y  Punta  Brava, 
de  milla  y  media. 

El  clima  de  la  isla  es  de  26°  del  centígrado.  Por  las  maña- 
nas soplan  vientos  del  Este  y  del  Sur;  y  después  del  medio  día 
del  Suroeste,  Oeste  y  Noroeste.  En  la  época  del  verano,  enero, 
febrero,  marzo  y  abril,  reinan  los  vientos  del  Norte.  En  octubre 
suele  haber  tempestades  y  llueve  constantemente  de  mayo  a  di- 
ciembre. 

Las  playas  de  la  isla  son  verdaderamente  hermosas.  Las 
hay  de  cascajo,  grueso  y  menudo,  de  arenas  grises  y  de  espu- 
ma de  mar  (silicato  hidratado  de  magnesia);  estas  últimas  son 
de  color  blanco  matizado  con  arenillas  negras,  lo  que  les  da  un 
bellísimo  y  singular  aspecto.  El  mar  arroja  permanentemente  a 
esas  playas  innumerables  conchas  y  caracoles  de  los  más  varia- 
dos tintes  y  formas.  Las  aguas  que  circundan  la  isla  son  muy 
cristalinas  y  se  puede  ver  el  fondo  hasta  una  profundidad  míni- 
ma de  seis  metros. 

Al  Oeste  de  Gorgona  queda  la  Isla  de  Gorgonilla,  que  tiene 
180  pies  de  altura  sobre  el  nivel  del  mar.  Es  corta  la  distancia 
de  la  una  a  la  otra,  y  en  la  bajamar  se  puede  transitar  por  la 
canal  a  pie  enjuto.  Hay  también  dos  cayos  próximos  a  la  isla: 
El  Viudo  y  El  Horno;  el  primero  se  yergue  al  Norte  y  el  se- 
gundo al  Sur. 

En  todo  el  perímetro  de  la  isla  hay  buenos  fondeaderos 
para  barcos  de  cualquier  calado ;  pero  los  puntos  que  ofrecen 
mayor  fondo  y  mejor  abrigo  son  las  bahías  de  La  Trinidad  y 
Puerto  Pizarro.  Allí  han  estado  fondeados  sin  ningún  peligro  bu- 
ques de  regular  calado  como  el  Juana  Martina  de  2500  tonela- 
das y  el  Bremen,  crucero  alemán  de  8000  toneladas  con  40  y  60 
metros  de  cadena  respectivamente. 

Una  barca  peruana  llamada  la  Máncora  encalló  hace  unos 
32  años  al  N.  E.  de  Gorgona,  en  viaje  de  Buenaventura  al  río 
de  Tapaje. 

En  la  noche  del  1 1  de  diciembre  de  1901  el  vaporcito  Pa- 
dilla que  había  fondeado  en  la  bahía  de  Puerto  Pizarro,  pero 
fuera  del  abrigo  de  su  bienhechora  comba,  se  fue  al  garete.  A 
los  vapores  Gaitán  y  Panamá,  anclados  con  15  metros  de  cade- 


del  Pacífico  101 

na  allí  mismo,  no  les  pasó  nada  a  pesar  del  temporal  produci- 
do por  viento  del  S.  S.  O.,  de  aquella  noche.  Este  acontecimien- 
to dice  mucho  a  favor  de  la  hondura  de  aquellas  ensenadas, 
pues  justamente  lo  que  le  sucedió  al  vaporcito  fue  por  haber 
estado  fondeado  en  un  lugar  demasiado  profundo  para  su  tama- 
ño, pues  sólo  tenía  680  toneladas  de  registro.  Estos  vapores  con- 
ducían a  Panamá  la  expedición  revolucionaria  que  había  forma- 
do en  Tumaco  el  general  Benjamín  Herrera. 

En  dirección  de  Gorgona,  hacia  el  cabo  de  Guascama,  el 
fondo  marino  es  de  rocas.  ¿No  estaría  antiguamente  la  isla  unida 
al  continente? 

En  los  bosques  de  la  isla  crecen  árboles  de  variadas  espe- 
cies como  jigua,  laurel,  caimitillo,  pichicande,  roble,  níspero  ma- 
charde,  tangaré  y  pacora.  La  fauna  se  reduce  a  monos,  guatines, 
iguanas  y  pericos  ligeros.  Los  ofidios  abundan.  Al  Norte  de  la 
isla  don  Ramón  Payan  levantó  una  hacienda  con  buen  éxito, 
pero  fue  talada  en  la  revolución  de  1899  por  las  fuerzas  del  Go- 
bierno que  estuvieron  allí  dos  veces  y  por  las  de  los  liberales, 
quienes  permanecieron  en  una  ocasión  doce  días  en  número  de 
1100  hombres.  Hoy  sólo  se  encuentra  en  este  lugar  una  casa  de 
habitación. 

Al  Sur,  el  cumplido  caballero  don  Leopoldo  D'Croz  ha  co- 
locado el  nido  risueño  de  sus  amores  y  se  ha  dado  al  cultivo 
de  la  tierra  y  embellecimiento  de  su  morada.  No  quiero  descri- 
bir la  hermosura  que  encierra  aquel  rinconcito  con  la  casa  en- 
tre flores,  y  las  plantaciones  de  cocoteros,  y  los  prados  verdísi- 
mos en  que  pace  el  ganado  a  la  orilla  del  mar,  y  las  playas 
donde  se  reflejan  en  las  conchas  y  madréporas  todos  los  colo- 
res del  iris  y  donde  por  miles  se  ven  las  gaviotas  blanquecinas 
y  las  garzas  de  plumaje  polícromo. 

Cuarenta  arroyuelos  de  agua  potable,  fresca  y  límpida  bajan 
de  los  altos  cerros  y  van  a  tributar  al  mar,  después  de  recorrer 
en  diversas  direcciones,  como  los  rayos  de  una  estrella,  las  are- 
nosas playas.  De  éstos  los  principales  son  La  Trinidad  y  Las 
Mercedes. 

En  las  diáfanas  aguas  del  mar  nadan  a  la  vista  desde  los 
dorados  y  argentinos  pececillos  hasta  los  grandes  cetáceos.  A 
nuestra    memoria  acude    la  impresión    que  nos   causaban,  sobre 


102  Costa  colombiana 

todo,  los  inmensos  pulpos  que  abundan  en  esas  aguas,  donde 
también  caen  pargos,  bravos,  salmonete,  corbinas,  espejuelos,  sar- 
dinatas,  sierras,  atunes,  lisas,  pámpanos  y  otros  muchos  peces, 
en  los  anzuelos  de  los  pescadores.  Después  de  cada  plenilunio 
se  cogen  por  la  noche  con  la  mayor  facilidad  dos  mil  a  tres  mil 
agujas. 

Desde  los  polos  hacen  viaje  a  las  templadas  aguas  de  los 
trópicos  en  los  meses  de  junio  a  septiembre  las  ballenas,  cuya 
pesca  es  en  extremo  interesante, 

Con  este  objeto  hasta  hace  pocos  años  arribaban  a  Gorgona 
por  aquel  tiempo  varios  buques  de  una  compañía  noruega  esta- 
blecida en  Chile. 

Otra  cosa  interesante  en  la  Gorgona  es  la  extracción  de 
conchas  madreperlas,  que  se  practica  por  medio  de  buzos  con 
escafandro. 

En  el  sur  de  la  isla  se  han  encontrado  anzuelos  y  braza- 
letes de  oro  y  restos  de  vasijas  de  barro. 

Actualmente  son  dueños  de  la  Gorgona  don  Fidel  D'Croz 
y  los  herederos  del  señor  Ramón  Payan. 

El  24  de  febrero  de  1853  el  juez  parroquial  del  partido  de 
las  playas,  por  mandato  del  juez  del  segundo  circuito  de  Bar- 
bacoas, dio  al  Sargento  Mayor  Federico  D'Croz  la  posesión  de 
las  islas  de  Gorgona  y  Gorgonilla  por  resolución  del  Poder 
Ejecutivo,  que  es  del  tenor  siguiente: 

«Adjudícanse  al  Sargento  Mayor  Federico  D'Croz  los  terre- 
nos baldíos  de  las  islas  Gorgona  y  Gorgonilla,  cantón  de  Iscuan- 
dé,  en  virtud  del  derecho  a  novecientas  sesenta  (960)  fanegadas 
que  el  Poder  Legislativo  le  declaró  como  comprendido  entre 
los  militares  agraciados  en  Decreto  de  2  de  mayo  de  1846.» 

Federico  D'Croz  hijo  legítimo  de  Emanuel  D'Croz  y  Eliza- 
bet  Deccazi,  nació  en  Hamburgo  el  año  de  1798;  militó  a  las 
órdenes  de  Napoleón  I  y  en  la  derrota  de  Waterloo  se  pasó  de 
incógnito  a  Inglaterra  donde  se  incorporó  en  la  expedición  del 
coronel  Ramón  Nonato  Pérez,  con  quien  vino  a  Venezuela  para 
unirse  al  ejército  libertador  comandado  por  Bolívar.  Sobresalió 
por  su  valor  en  la  campaña  de  la  magna  guerra  y  sirvió  a  la 
República  hasta  el  año  de  1852,  que  se  retiró  del  ejército.  Vivió 
en  la  Gorgona  con  su  familia  25  años. 


del  Pacifico  103 

En  la  inauguración  de  los  trabajos  del  ferrocarril  de  Bue- 
naventura, se  designó  al  Sargento  Mayor  D'Croz  para  dar  la 
primera  azadonada. 

A  edad  muy  avanzada,  querido  y  respetado  en  toda  la  Costa, 
murió  en  el  puerto  de  Buenaventura  el  señor  D'Croz.  En  el 
testamento,  otorgado  en  dicho  lugar,  dejó  como  herederos  a 
sus  hijos,  uno  de  los  cuales  vendió  la  parte  norte  de  la  Gor- 
gona  al  señor  Ramón  Payan. 

La  isla  de  Gorgona  es  un  lugar  verdaderamente  estratégico. 
Su  posición  equidistante  de  los  puertos  de  Buenaventura  y  de 
Tumaco  la  constituye  en  señora  de  toda  la  Costa  sur  de  Co- 
lombia. 

Juzgamos  que  el  Gobierno  de  la  Nación  debe  preocuparse 
por  hacer,  a  lo  menos,  acto  de  presencia  en  la  isla.  Si  Gorgona 
continúa  como  hasta  el  presente  olvidada  por  completo  entre 
las  olas  del  Pacífico,  no  deberemos  extrañar  que  el  día  de  ma- 
ñana venga  a  ser  presa  de  extranjeras  manos. 


CAPITULO   XV 


Río  de  Iscuandé — Hidrografía — Minas  de  Sanabria — El  Carrizo  -La 
población  de  Iscuandé  -  Su  decadencia — Abandono  del  Archivo — 
Derrota  de  Tacón  en  Rodea  -Encalladura  de  La  Rosa  de  Los  An- 
des— Suicidio  del  Coronel  Francisco  García  en  1 83 1 — El  Acta  de 
Iscuandé  en  1830 — Pronunciamiento  a  favor  del  Ecuador — Jura  de 
la  Constitución  Política  de  la  Nueva  Granada — Varias  leyes  del 
Congreso — El  Cantón  de  Iscuandé  apoya  a  Obando  — Naufragio  de 
algunos  buques  en  los  bajos  de  Iscuandé — Ayer  y  hoy. 

El  río  de  Iscuandé,  impetuoso  en  la  parte  superior,  manso  y 
tranquilo  en  la  inferior,  de  rumbo  Occidente,  Norte,  Occidente, 
nace  en  la  cordillera,  juntamente  con  el  Iscuandecito.  Entre  los 
dos  queda  el  bosque  de  Támar,  al  Occidente.  El  Iscuandé  en  su 
curso  de  150  kilómetros  recibe  las  aguas  de  150  leguas  cuadra- 
das desde  Cacanegro  a  San  Juan.  Los  principales  afluentes  son 
el  Munchique  por  la  derecha,  y  la  Junta,  Matambí  y  San  Luis 
por  la  izquierda.  Cerca  de  la  desembocadura  del  Munchique  hay 
un  salto,  del  cual  parte  el  camino  para  el  río  de  Guapí.  Los 
puntos  principales  desde  este  lugar  hacia  el  mar  son:  San  José, 
Buga,  El  Alto,  Arenal,  Caimanes,  La  Quinta,  La  Fragua,  La  Loma, 
Vueltalarga,  Parmiño,  Iscuandé,  Pital,  Sequihonda,  Rodea  y  El 
Pueblito.  Desemboca  el  Iscuandé  «por  seis  brazos  que  llevan 
al  mar  3000  metros  cúbicos  por  segundo.»  (1) 

En  la  boca  del  brazo  o  estero  de  Chanzará  al  Norte,  hay 
una  playa  de  nombre  Chico-Pérez,  y  en  el  de  Quigupí  quedan 
Las  Vaquitas.  El  arroyuelo  de  Sequihonda  está  unido  con  el  de 


(1)  Nueva   Geografía  de  Colombia,  página  2jy. 


del  Pacifico  105 

Pato,  afluente  del  Tapaje  ,  por  el  estero  de  La  Angostura.  Tam- 
bién une  a  los  dos  ríos  el  estero  de  El  Barco.  « El  río  es  nave- 
gable por  embarcaciones  menores  unos  60  kilómetros.»  (1) 

En  las  cabeceras  del  río  se  encuentran  las  renombradas  minas 
de  Sanabria,  de  oro  corrido;  y  perdidos  en  medio  de  la  montaña 
hay  tres  pequeños  caseríos. 

La  población  de  Iscuandé  que  primitivamente  estuvo  situada 
en  el  puerto  de  El  Carrizo,  de  donde  por  los  asaltos  de  los  piratas 
fue  retirada  siete  leguas  adentro,  al  lugar  que  hoy  ocupa,  fue  fun- 
dada por  Francisco  Parada  y  tiene  actualmente  cincuenta  y  dos 
casas,  una  iglesia  bastante  buena,  que  posee  algunas  tierras  en 
Tapaje,  casa  cural  y  dos  edificios  para  escuelas  de  varones  y  de 
mujeres. 

Iscuandé,  que  fue  la  población  principal  de  nuestro  litoral 
Pacífico  en  los  tiempos  coloniales,  se  encuentra  ahora  en  perfecta 
decadencia  debido  a  la  posición,  río  adentro,  que  el  pueblo  tiene. 
Si  Iscuandé  hubiese  permanecido  en  El  Carrizo  hoy  sería  el  pri- 
mer puerto  de  la  Costa.  Primeramente  Guapí  y  después  El  Charco 
arrebatáronle  el  comercio,  y  sus  habitantes  se  vieron  obligados 
a  trasladarse  a  aquellas  plazas  que  les  brindaban  maneras  múl- 
tiples de  ganar  la  vida. 

El  Archivo  de  Iscuandé  es  verdaderamente  rico;  ¡pero  en  qué 
estado  se  encuentra!  Los  documentos  relativos  a  la  colonia  fue- 
ron trasladados  a  Tumaco  y  los  que  se  refieren  a  la  República 
yacían  hasta  1918  hacinados  en  el  suelo  de  un  cuarto  de  la 
casa  municipal,  víctimas  de  los  ratones.  ¡Cuál  será  el  fin  de  este 
archivo  en  un  lugar  tan  húmedo  como  Iscuandé,  donde  se  ignora 
lo  que  significan  esos  papeles  ininteligibles,  carcomidos  por  el 
tiempo  y  cubiertos  de  polvo!  Nosotros  tratamos  repetidas  veces 
de  que  se  pusiesen  los  medios  para  la  conservación  y  arreglo 
del  archivo,  pero  nadie  se  curó  de  hacernos  caso;  ¿por  qué,  si 
permanece  en  el  mismo  lamentable  estado,  la  Academia  Nacio- 
nal de  Historia  no  pone  manos  en  este  asunto? 

Cerca  a  Iscuandé  se  encuentra  la  isla  de  Rodea  donde  Tacón 
fue  derrotado  por  los  patriotas. 

En    el  estero  de   El  Barco   encalló  La    Rosa  de   los  Andes, 


(i)  Nueva  Geografía  de  Colombia,  página  279. 


106  Costa  colombiana 

cuando  se  internó  en  el  río  de  Iscuandé  para  salvarse  de  la 
fragata  española  llamada  La  Prueba  con  la  que  había  sostenido 
por  dos  días  a  la  altura  de  Punta  Galera  un  reñido  combate  el 
16  de  mayo  de  1820. 

Sucre,  cuando  se  dirigía  en  1821  de  Buenaventura  a  Gua- 
yaquil, envió  de  Iscuandé  a  ocupar  la  isla  de  Tumaco  al  coman- 
dante Ángel  María  Várela. 

El  24  de  marzo  de  1831,  después  de  la  capitulación  de  Is- 
cuandé, gracias  a  las  fuerzas  mandadas  por  López,  de  Cali  a 
Buenaventura,  se  quitó  la  vida  en  aquella  población,  abrumado 
por  el  desastre,  el  coronel  Francisco  García,  quien  fue  con  Manuel 
de  Jesús  Zamora,  capitán  de  la  goleta  mercante  La  Rosa,  alma 
primero  del  separatismo,  y  luego,  desengañado  con  los  desór- 
denes  del  Ecuador,    de  la  unión    del  Litoral   pacífico    al  centro. 

El  29  de  agosto  de  1830  se  había  firmado  en  Iscuandé  la 
célebre  Acta,  por  la  que  dicha  capital  se  unía  al  Estado  del  Sur. 
En  ella  se  apellidaba  a  Zamora  Gobernador  y  a  García  coman- 
dante de  armas.  Los  cantones  de  Guapí  y  Micay  siguieron  el 
ejemplo  de  su  capital.  Raposo  permaneció  unido  al  interior. 

En  1832,  cuando  por  nuevas  intrigas  de  Flores,  se  pronun- 
ció a  favor  del  Ecuador  la  provincia  de  Buenaventura,  Zamora 
reunió  alguna  tropa  en  Iscuandé  para  ayudar  al  venezolano  Fruc- 
tuoso Oses  que  estaba  en  el  puerto  de  Buenaventura,  donde  fue- 
ron derrotadas  las  fuerzas  que  comandaba  el  sargento  mayor  Vi- 
llamarín,  quien  perdió  la  vida  en  la  refriega.  Después  de  la  toma 
del  puerto  por  el  coronel  Córdoba  y  de  la  aprobación  de  los  tra- 
tados entre  las  dos  Repúblicas,  todavía  tardaron  dos  meses  lar- 
gos las  autoridades  ecuatorianas  en  evacuar  el  territorio  de  la 
provincia  de  Buenaventura.  No  faltaron  por  esos  días  en  el  can- 
tón de  Iscuandé  algunos  desmanes  cometidos  a  nombre  del  Ecua- 
dor¡por'Zamora  y  Manuel  Tarazano,  contra  quienes  ejerció  san- 
ción el  comandante  militar  de  Guapí. 

Después  de  la  reincorporación  de  los  cantones  de  la  provin- 
cia_  de;¡Buenaventura  al  centro,  don  Nicolás  Caycedo  y  Cuero 
tomó"posesión  de  la  Gobernación  en  Iscuandé  el  10  de  febrero 
de  1833  y  procedió  inmediatamente  a  la  jura  de  la  Constitución 
política  de  la  Nueva  Granada. 

El  cuarto  Congreso  Constitucional  de  la  República  que  se 
reunió  en  Bogotá  el  1,°  de  marzo  de  1836  dio  un  decreto  el  19 


del  Pacífico  107 

de  mayo  sobre  privilegio  hasta  el  1.°  de  junio  de  1880  a  una 
compañía  de  Pnpayán  para  abrir  un  camino  de  esa  población  a 
Iscuandé,  cuya  aduana  fue  suprimida  por  Ley  19  de  1860.  Más 
tarde,  el  21  de  noviembre  de  1894,  por  la  Ley  24  se  hicieron  ex- 
tensivas a  Iscuandé  y  Mosquera  las  rebajas  de  los  derechos  de 
importación  concedidas  a  Tumaco  por  la  Ley  21  del  21  de  octu- 
bre de  1890. 

En  1840  los  cantones  de  Iscuandé  y  Micay  apoyaron  la  re- 
belión de  Obando.  En  los  bajos  de  Iscuandé  se  han  ido  a  pique 
algunos  veleros  como  La  Juana  Martina  y  La  Villa  de  Bilbao. 

Generalmente  en  todas  las  guerras  liberales  Iscuandé  ha 
contribuido  con  un  contingente  poderoso  a  fomentar  las  revolu- 
ciones, comoquiera  que  la  mayoría  de  sus  habitantes  pertenecen 
al  partido  mencionado. 

I  Lo  que  son  las  vicisitudes  que  se  registran  en  las  monogra- 
fías de  las  poblaciones!  Iscuandé  que  ayer,  como  quien  dice,  era 
la  señora  de  la  Costa,  asiento  de  la  Gobernación,  emporio  de  ri- 
queza, centro  de  educación,  hoy  vive  sólo  de  recuerdos,  reduci- 
da a  un  mísero  corregimiento,  sin  sacerdote  fijo  y  con  poquísi- 
mos habitantes  que  vegetan  entre  sus  ruinas,  en  pobreza  relati- 
va ciertamente,  pero  con  almas  donde  se  anidan  grandes  pensa- 
mientos y  estupendos  proyectos  sobre  el  porvenir  de  la  pobla- 
ción. Hago  votos  al  cielo  para  que  se  realicen. 


CAPITULO    XVI 


El  río  de  Ta paje — Comercio — -Agricultura — Lugares  importantes — Be- 
llavista — Don  Manuel  de  Olaya — Don  Carlos  Olaya — Curiosas  me- 
nudencias— Playagranda  y  El  Rosario — Fundación  de  El  Charco — 
Importancia  comercial  de  El  Charco  —  Don  Fidel  D'Croz. 

Los  varios  arroyuelos  que  forman  el  río  de  Tapaje  tienen  sus 
orígenes  en  los  cerrillos  de  San  Luis  y  en  Laguna  Brava.  Su  cur- 
so es  de  90  kilómetros  en  dirección  del  S.  E.  a  N.  W.  Propiamen- 
te ningún  verdadero  río  desemboca  en  Tapaje,  a  no  ser  un  brazo 
del  Iscuandé  que  le  tributa.  El  arroyuelo  del  Cuil  es  importante 
porque  por  él  es  muy  fácil  la  comunicación  con  el  Patía  viejo. 
Al  abrir  un  canal  entre  los  dos  ríos,  cosa  muy  factible,  ganaría 
inmensamente  la  región  de  Tapaje.  Antiguamente  iba  por  esa  vía 
el  correo  de  Iscuandé  a  Barbacoas. 

Tapaje  es  sin  duda  alguna  el  río  más  comercial  y  rico  de 
esa  parte  de  la  Costa.  Está  muy  habitado  y  en  él  hay  verdadera 
agricultura  en  cuanto  lo  permite  el  terreno.  Semanalmente  salen 
de  El  Charco  veleros  o  canoas  para  Buenaventura,  Tumaco  u  otros 
ríos,  cargados  de  cocos,  plátanos,  caucho,  etc.  Viajan  también 
los  veleros  a  Panamá  y  al  Perú.  El  comercio  con  Paita  es  activo. 
De  allá  se  importa  la  sal,  y  en  cambio  se  exportan  plátanos, 
cascara  de  mangle  y  maderas  de  construcción.  En  varios  puntos 
de  las  riberas  del  río  hay  pequeños  hatos,  que  tal  vez  con  el 
tiempo  sean  una  fuente  de  riqueza.  Los  nombres  de  los  principales 
lugares  de  la  cordillera  hacia  el  mar  son  los  siguientes:  El  Palo, 
Bellavista,  Cuil,  El  Brazo,  Blayagrande,  El  Castigo,  El  Rosario, 
El  Hojal,  Montealto,  Banguela,  Arenal,  Guayaquil,  El  Hormiguero, 
El  Mero,  La  Capilla,  El  Charco,  Llanzal,  El  Barco,  Las  Islas, 
Venecia  y  Domingo  Ortiz. 


51    . 


del  Pacifico  109 

La  población  de  San  José  de  Pulvuza,  que  ya  no  existe, 
en  el  arroyuelo  de  su  nombre  y  las  de  El  Palo,  Bellavista  y 
El  Brazo,  fueron  fundadas  como  centros  mineros  por  don  Manuel 
de  Valverde.  La  capilla  de  El  Palo  en  la  margen  derecha  del  río 
está  en  ruinas.  Allí  fue  sepultado  un  sacerdote  pastuso  a  quien 
hace  unos  cuarenta  años  envenenaron  en  ese  lugar  el  mismo  día 
que  celebraba  la  fiesta  de  la  Asunción  de  la  Virgen. 

La  capilla  de  Bellavista  se  encuentra  también  al  presente  en 
estado  ruinoso  y  la  casa  cural  es  un  cuchitril  plagado  por  todas 
partes  de  bichos.  No  era  así  antiguamente.  En  Bellavista  vivió 
don  Manuel  de  Olaya  después  de  haber  comprado  las  minas  de 
Valverde,  y  más  tarde  su  hijo  don  Carlos.  Don  Manuel  fue  casa- 
do en  Cali  con  doña  María  Manuela  Salazar.  A  principios  del 
siglo  XVIII  pasó  a  Iscuandé  y  luego  a  Tapaje,  donde  se  consagró 
al  laboreo  de  las  minas  de  oro.  Durante  la  guerra  de  la  indepen- 
dencia contribuyó  con  su  dinero  y  con  su  persona  a  la  causa  de 
la  emancipación;  murió  en  Iscuandé.  Don  Carlos  nació  en  Cali 
en  1801  y  después  de  terminar  sus  estudios  en  el  seminario  de 
Popayán  fue  a  la  Costa  y  se  estableció  en  Iscuandé;  más  tarde 
pasó  de  allí  a  la  mina  de  Bellavista,  donde  vivió  luengos  años. 
La  historia  de  Tapaje  está  íntimamente  unida  a  la  del  señor 
Olaya  por  haber  sido  el  alma  del  río  durante  unos  cincuenta  años. 

Fue  el  dueño  del  río  y  de  la  playa  de  Sanquianga,  de  Sa- 
tinga,  Sequihonda,  Aguacatal,  Nerete,  Sanabria,  Pulvuza,  y  Ta- 
paje, desde  Supí  hasta  las  cabeceras;  tuvo  numerosos  esclavos  y 
llegó  a  reunir  una  cantidad  fabulosa  de  oro.  En  el  archivo  de 
Iscuandé  se  encuentran  varios  documentos  que  confirman  las 
riquezas  del  señor  Olaya.  En  uno,  por  ejemplo,  se  lee  que  las 
autoridades  hicieron  en  Barbacoas  un  empréstito  a  don  Carlos 
por  $  5000  oro,  «de  grado  o  a  la  fuerza»,  y  en  otro  que  el 
dicho  señor  había  pagado  lo  que  le  correspondía  anualmente  por 
los  mil  esclavos  que  íenía  en  sus  minas.  En  1860  subieron  cua- 
renta ladrones  a  la  mina,  suspendieron  de  una  viga  a  Olaya  y  a 
su  hijo  Víctor  y  le  saquearon  la  casa.  José  María  Arroyo  persi- 
guió a  los  bandidos  y  logró  rescatar  parte  de  lo  robado.  En 
Sanquianga  también  fue  víctima  el  señor  Olaya  de  otro  robo 
hecho  por  determinadas  personas,  cuyos  nombres  callamos  por 
respeto  a   sus  descendientes,   que  son  personas  muy  estimables. 


ílO  Costa  colombiana 

Don  Carlos  hacía  frecuentes  viajes  al  Perú  a  vender  oro;  y  a 
Bellavista  subían  con  el  objeto  de  negociar  con  él  acaudalados 
comerciantes  del  Litoral.  Semanalmente  daba  don  Carlos  sesenta 
plátanos  a  cada  esclavo,  de  donde  viene  la  costumbre  establecida 
hoy  en  toda  la  costa  de  vender  aquel  fruto  por  raciones.  Cada 
una  tiene  sesenta  plátanos. 

Es  de  justicia  confesar  que  el  señor  Olaya  contribuyó  pode- 
rosamente a  fomentar  las  riquezas,  con  los  trabajos  de  agricultura 
y  ganadería. 

Don  Carlos  testó  en  1866  a  favor  de  sus  nueve  hijos  natu- 
rales, y  murió  al  año  siguiente  en  la  playa  de  Sanquianga. 

Playagrande  tiene  un  siglo  de  existencia.  Pedro  José  Vaca 
cedió  el  sitio  para  la  fundación  del  pueblo  en  1820  y  a  instan- 
cias del  Padre  Cipriano  Gutiérrez  levantaron  la  capilla  Gregorio 
Hurtado,  Elias  Castro  y  Gabriel  Montano.  El  Rosario  es  de  hoy. 
El  Padre  José  María  Mera  dio  principio  a  la  iglesita,  que  puede 
ser  con  el  tiempo  la  mejor  del  río. 

La  fundación  del  Charco  se  debe  al  señor  Fidel  D'Croz, 
nieto  del  procer  Federico  D'Croz,  porque  él  cedió  un  sitio  de 
240  metros  de  frente  por  240  de  fondo  para  levantar  la  pobla- 
ción, en  un  terreno  que  había  comprado  a  Severina  Campaz, 
viuda  de  Hermenegildo  Olmedo,  el  22  de  julio  de  1890  y  donde 
se  había  establecido  el  19  de  abril  de  1899. 

Federico  Archer  y  Nicolás  Martán,  que  por  aquel  tiempo 
vivían  en  la  margen  izquierda  del  río  también  pensaron  en  fun- 
dar una  población,  pero  nada  hicieron  para  dar  cima  a  su  idea. 

A  fines  de  1903  fue  a  Iscuandé  a  practicar  la  visita  oficia! 
don  Heladio  Polo,  y,  al  ver  la  decadencia  del  pueblo,  pensó  en 
dirigirse  a  la  Asamblea  para  pedir  la  incorporación  de  aquel 
distrito  al  de  Mosquera,  mas  varió  de  parecer  a  causa  de  la 
cesión  del  terreno  hecha  por  don  Fidel  y  trabajó  en  el  sentido, 
digno  de   loa,   de  trasladar  la  cabecera  municipal  a   El   Charco. 

Efectivamente,  el  12  de  junio  de  1904  la  Asamblea  dio  la 
siguiente  ordenanza: 

«Artículo  único.  Trasládase  la  cabecera  del  Distrito  de  Iscuan- 
dé, provincia  de  Núñez,  a  la  población  denominada  El  Charco.» 

En  el  mes  de  enero  de  1905  se  dio  cumplimiento  a  la  orde- 
nanza. 


del  Pacifico  \\\ 

Actualmente  de  Buenaventura  a  Tumaco,  El  Charco  es  la 
población  más  importante  de  la  Costa.  El  comercio  aumenta  de 
día  en  día;  y  no  puede  ser  de  otra  suerte,  dado  el  céntrico 
lugar  que  ocupa  el  pueblo,  camino  obligado  para  las  embarca- 
ciones que  viajan  por  aquellas  costas. 

La  iglesia  está  en  construcción.  Hay  escuelas  para  varones 
y  para  niñas. 

Merece  una  mención  encomiástica  el  honorable  anciano  don 
Fidel  D'Croz,  quien  ha  trabajado  sin  cesar  por  el  engrandeci- 
miento de  El  Charco;  lo  mismo  han  hecho  sus  hijos  don  Emilio, 
don  Leopoldo  y  don  Aníbal. 

En  una  velada  literaria  que  hubo  en  El  Charco  en  diciem- 
bre de  1916,  lanzó  la  idea  uno  de  los  oradores  de  cambiarle  a 
la  población  el  nombre  por  el  de  D'Croz  en  atención  a  los  méri- 
tos del  procer  de  la  independencia  don  Federico  D'Croz  y  a  los 
de  su  hijo  don  Fidel,  fundador  y  alma  del  poblado.  Muchas  per- 
sonas trataron  de  que  se  realizase  aquella  idea,  pero  otras,  más 
por  enemistades  personales  que  por  sólidas  razones,  dieron  con 
ella  en  tierra. 

Ojalá  más  tarde,  cuando  obre  el  patriotismo  y  no  la  pasión 
lugareña,  se  haga  justicia  a  los  méritos  del  noble  y  digno  ciu- 
dadano don  Fidel  D'Croz. 


CAPITULO  XVII 

Una  red  de  esteros  —  La  Tola  y  Sanquianga — Varias  Playas — Mosquera. 
El  río  Patía  y  sus  afluentes — Laguna  de  Chimbuza — Posibilidad  de 
un  canal — Bocas  del  Patía— Leyes  del  Congreso  para  establecer  la 
navegación  en  el  Patía — Primer  vapor  que  surcó  las  aguas  del  río — 
Agricultura — Salahonda — Opiniones   del  sabio  Caldas  sobre  el  Patía. 


Fronterizo  a  El  Charco  parte  el  estero  de  Martínez,  unido  al  de 
Torres,  y  éste  al  del  Aguacatal;  y  así  continúa  una  ciénaga, 
cuyos  caños  reciben  diversos  nombres  y  que  ocupa  una  exten- 
sión inmensa:  desde  el  Tapaje  hasta  el  Patía.  Los  ríos  principa- 
les son  la  Tola  y  Sanquianga.  En  el  primero  hay  dos  pueblos 
La  Tola  y  La  Tolita  y  en  el  segundo  Sanquianga,  y  El  Carmen  en 
uno  de  los  brazos  o  esteros  de  la  desembocadura  en  el  mar. 
Debemos  también  mencionar  a  Satinga  en  el  río  de  este  nombre 
afluente  del  Sanquianga  y  al  Calabazal,  pequeño  caserío.  En 
todos  funcionan  escuelas  y  capillas. 

Hay  también  varias  playas  dignas  de  mención:  Domingo  Or- 
tiz,  en  la  margen  derecha  del  Tapaje  y  la  Punta  de  los  Reyes 
en  la  izquierda,  Bazán,  Boquerones,  Amarales,  Mulatos  y  la  Vigía, 
tal  vez  el  único  lugar  de  la  costa  donde  todos  los  habitantes 
son  blancos. 

El  Sanquianga  nace  en  la  hermosa  laguna  de  su  nombre, 
«situada  a  15  kilómetros  de  la  orilla  derecha  del  curso  inferior 
del  Patía,  45  kilómetros  arriba  de  la  desembocadura  del  Telembí.» 
La  comarca  recorrida  por  el  Sanquianga  es  bastante  plana  y  la 
bahía  donde  rinde  sus  aguas  al  mar  amplia  y  profunda.  Según 
el  dictamen  de  peritos  ingenieros  es  relativamente  fácil  la  comu- 
nicación del  interior  al  litoral  por  la  vía  de  Sanquianga. 


del  Pacifico  ¿13 

El  pueblo  de  Mosquera  en  el  estero  del  mismo  nombre, 
llamado  antiguamente  San  Francisco  de  Tierra  Firme,  parece  que 
en  otro  tiempo  tuvo  alguna  importancia;  hoy  es  un  pobre  case- 
río sin  movimiento  y  sin  vida.  Los  mosquitos  abundan  tanto,  que 
para  celebrar  la  santa  misa  es  necesario  tener  en  el  altar  a  uno 
y  otro  lado  braseros  que  den  humo  para  ahuyentarlos. 

El  nombre  actual  del  pueblo  data  de  época  reciente  en  me- 
moria del  general  Tomás  Cipriano  de  Mosquera. 

La  iglesita  nueva  es  regular:  tiene  25  metros  de  longitud 
por   8  de  anchura.  Hay  escuela. 

«El  Patja  es  el  segundo  río  de  este  litoral  por  la  masa  de 
sus  aguas,  pero  el  primero  por  la  magnitud  e  importancia  de  su 
hoya;  se  divide  en  dos  porciones,  litoral  la  una,  intercordille- 
rana la  otra,  más  rica  y  poblada.  Al  Patía  afluyen  por  la  izquier- 
da riachuelos  sin  importancia,  en  tanto  que  por  la  opuesta  banda 
le  caen  dos  grupos  considerables  de  afluentes.  El  primero  lo 
constituye  el  Dosríos,  formado  por  el  Guachicono  y  el  San  Jorge, 
que  se  juntan  en  la  llanura  poco  antes  de  morir:  el  Guachicono 
que  describe  un  arco  acentuadísimo,  recoge  las  aguas  paralelas 
que  entre  angostas  cuchillas  surcan  las  tierras  que  median  entre 
la  Sierra  y  el  páramo  de  Almaguer;  el  San  Jorge  hace  lo  propio 
con  las  nacidas  en  la  tierra  no  menos  quebrada,  pero  que  en 
otra  forma  se  dilata  de  ese  páramo  a  la  montaña  de  Bateros. 
El  segundo  grupo  lo  forman  el  Mayo  y  el  Juanambú,  célebres 
en  los  anales  militares  de  Colombia,  y  cuyas  bocas  no  distan 
una  legua:  ios  dos  nacen  muy  cercanos,  ambos  formados  por 
dos  ramas  principales,  y  corren  más  francamente  de  E.  a  N. 
por  grietas-valles  que  separa  la  montaña  del  Arenal,  que  las 
aleja  bastante  hacia  la  mitad  de  su  surco,  recibiendo  el  Jna- 
nambú por  la  izquierda  el  tributo  de  las  aguas  que  riegan  las 
breñas  de  Pasto. 

En  la  boca  del  Juanambú,  el  Patía  principia  la  acentuada  cur- 
va que  lo  lleva  largo  trecho  al  N.  W.,  y  en  cuyo  trayecto  franquea 
la  cordillera  del  Chocó  por  la  formidable  hoz  que  dominan  los 
cerros  Cacanegro  y  Sotomayor,  vulgarmente  denominada  estrecho 
de  Minamá. 

El  Patía  recibe  muy  cerca  del  Juanambú  El  Guáitara  conoci- 
do por  lo  salvaje  de  su  lecho  y  lo  precipitado  de  su  curso  y  el 

8 


i  14  Costa  colombiana 

cual  en  100'kilómetros  de  su  longitud  baja  unos  3000  metros  sin 
un  trecho  de  reposo,  porque  su  cauce  no  es  sino  una  enorme  grie- 
ta entre  escarpas  de  800  a  1000  metros,  abierta  en  la  cordillera 
por  los  mismos  fenómenos  que  le  dieron  el  ser,  de  suerte  que  es 
el  rasgo  tectónico  originario  de  !a  actual  cuenca  hidrográfica  del 
Patía  o  sea  el  tlialweg  de  la  comarca,  antes  de  la  aparición  de  las 
traquitas.  El  Guáitara,  que  nace  en  el  Chiles  y  se  llama  Carchi  en 
sus  primeros  kilómetros  engloba  en  su  parte  alta  las  altiplanicies 
de  Túquerres,  ayudado  por  el  Sapuyes  que  le  tributa  no  lejos  del 
Angasmayo  quizá  el  río  más  salvaje  de  Colombia,  y  en  la  baja  por 
medio  del  Bobo  y  de  varios  torrentes,  la  mayor  parte  de  las  del 
Volcán  Galeras,  frente  al  cual  lo  engrosa  el  Pascual,  el  más  largo 
de  sus  afluentes.  Así  engrosado  el  Patía,  ya  gran  río,  penetra  en 
los  desfiladeros  de  la  cordillera  del  Chocó,  buscando  la  lianura 
que  baña  el  Pacífico,  en  la  cual  ha  divagado  su  lecho,  gira  al  S. 
W.  y  recibe  el  Telembi. 

A  partir  de  la  boca  del  Telemb',  el  Patía  con  exagerada  an- 
chura tuerce  al  N.  W.  y  avanza  majestuoso  en  largos  giros  surcan- 
do tierras  bajas  llenas  de  pantanos  y  ciénagas,  pero  con  algunos 
oteros  y  altozanos. 

Es,  pues,  el  Patia  una  corriente  considerable  cuyo  curso  se 
divide  en  alto  y  bajo.  Por  desgracia,  presta  poca  utilidad  como 
camino,  a  pesar  de  reunir  el  tributo  de  80  ríos  y  400  arroyos,  por 
culpa  de  esa  división.»  (1) 

El  Patía  recibe  en  la  parte  baja,  antes  de  la  confluencia  con 
el  Telembi,  los  siguientes  ríos:  Llanada,  Mansalví  e  Ingüí  con  su 
afluente  el  Guanambí,  donde  están  situadas  las  poblaciones  de  Jet- 
semaní  y  Payan.  También  hay  que  hacer  mención  del  Patía  Viejo, 
abajo  del  Telembi  y  del  arroyo  de  Pirí. 

La  laguna  de  Chimbuza  es  digna  de  mención  porque  el  día 
que  se  abriese  un  canal  entre  ella  y  el  río  Chagui  se  facilitaría 
inmensamente  la  comunicación  con  Barbacoas.  Esta  obra  es  difí- 
cil porque  el  istmo  de  Chapul  tiene  próximamente  legua  y  media 
de  anchura.  Sin  embargo  el  5  de  abril  de  1836  la  Cámara  de  la 
provincia  de  Pasto  decretó  la  ejecución  de  la  obra;  y  el  Con- 
greso  llamó  a  licitación  para  realizarla   por  decreto  de  4  de  oc- 


(1)    Nueva  Geogr  fía   de   Cr'lomb;;,  i:'g     a   279 


del  Pacifico  1 1 5 

tubre  del  mismo  año  y  ofreció  conceder  privilegio  por  20  años 
y  permitir  el  cobro  de  2  a  8  reales  por  cada  bulto  de  mercan- 
cías extranjeras,  y  de  1  a  4  por  los  de  frutos  del  país  que  por 
el  canal  transitasen. 

El  Patía  tributa  al  mar  por  cinco  grandes  bocas:  Brazo 
largo,  Hoja  blanca,  Santa  Rosa,  San  Ignacio  y  Guandipa.  Las 
bahías  del  Guinú  y  Caballos  tienen  amplitud  y  profundidad. 
Las  playas  de  El  Cocal,  La  Tasquita,  San  Ignacio  y  San  Juan 
son  grandes  y  hermosas;  en  la  última  hay  un  pequeño  caserío 
con  escuela  y  capilla. 

Los  brazos  del  Patía  están  unidos  entre  sí  por  muchos  este- 
ros, por  donde  viajan  las  embarcaciones  menores.  El  delta  que 
forma  el  Patía  tiene  65  kilómetros  en  la  costa  por  25  de  Guan- 
dipa al  mar. 

En  el  Patía  bajo  hay  algunos  pasos  peligrosos  para  las 
embarcaciones  como  los  remolinos  grandes  y  chiquitos.  En  aqué- 
llos naufragó  el  vapor  Nariño  hace  poco  tiempo.  Además  e¿  de 
advertir  que  en  los  tiempos  de  verano  el  río  es  innavegable  a 
vapor.  Las  partes  más  difíciles  en  tiempo  de  verano  son:  las 
Vueltas  del  Gallo,  Guandipa,  el  Guaco,  Pateros,  Conde,  Limo- 
nes, Pumbí  y  Purí. 

El  Gobierno  se  ha  preocupado  frecuentemente  por  la  nave- 
gación en  el  Patía  para  facilitar  la  comunicación  de  la  Costa 
con  el  interior.  En  noviembre  de  1869  se  concedió  en  Pasto 
privilegio  al  señor  Roberto  B.  White,  para  establecer  la  nave- 
gación a  vapor  en  el  Patía  y  en  el  Telembí.  El  Gobierno  con- 
cedía a  White  sesenta  hectáreas  de  tierras  baldías  y  el  uso  del 
privilegio  exclusivo  por  cuarenta  y  nueve  años.  Este  debía  dar 
una  fianza  de  $  2000  y  cumplir  el  compromiso  en  el  plazo  de 
cuatro  años,  además  aquel  se  reservaba  el  derecho  de  tomar  el 
veinticinco  por  ciento  de  las  acciones. 

La  ley  de  14  de  mayo  de  1882  mandó  fomentar  la  navega- 
ción a  vapor  en  el  río  de  Patía. 

Terminados  los  cuatro  años  del  privilegio  otorgado  a  White 
y  no  habiendo  dado  cumplimiento  a  sus  compromisos,  algunos 
comerciantes  de  Pasto  trataron  de  establecer  por  su  cuenta  la 
navegación  fluvial  a  vapor  entre  Tumaco  y  Barbacoas;  por  lo 
cu  U  la   ley  57  del  29  de  septiembre,  expedida  por  el  Congreso 


116  Costa  colombiana 

de  1887,  concedió  la  subvención  de  $  80  mensuales  durante 
cinco  años  a  quien  llevase  el  primer  vapor.  El  Colombia,  des- 
graciadamente de  efímera  existencia,  porque  voló  el  1.°  de  marzo 
de  1886,  surcó  por  primera  vez  las  aguas  del  Patía.  Después 
siguieron  La  República  y  muchos  otros. 

Antiguamente  había  en  el  Patía  grandes  plantaciones  de 
cacao;  pero  desde  la  guerra  de  la  independencia  fueron  aban- 
donadas. Todavía  se  recoge,  sin  embargo,  algo  del  precioso 
fruto,  aunque  en  verdad  en  poca  escala,  a  lo  menos  en  el  bajo 
Patía.  Actualmente  se  encuentran  buenos  arrozales,  platanares  y 
cañaverales. 

Algunos  señores  como  don  Vicente  Micolta,  han  tratado  con 
tesón  digno  de  loa  de  dar  empuje  a  la  agricultura  en  el  Patía, 
pero  creemos  por  lo  que  hemos  visto  con  nuestros  propios  ojos 
que  sus  bríos  y  buenos  propósitos  se  han  estrellado  contra  la 
apatía  de  los  negros  y  las  inclemencias  del  clima.  Cuanto  los 
historiadores  antiguos  dicen  de  las  riquezas  del  Patía,  debe  en- 
tenderse de  la  parte  alta  o  del  valle,  porque  ingenuamente  con- 
fesamos que  no  creemos  que  en  la  parte  baja  hubiese  en  tiempo 
de  la  conquista  muchos  moradores.  Ciertamente  hubo  a  las  ori- 
llas del  río  algunos  caseríos,  de  los  cuales  el  principal  estaba 
ubicado  en  la  isla  del  Gallo,  donde  se  fundó  la  población  de 
Salahonda  que  fue  algo  en  los  tiempos  coloniales;  ahora  está  en 
manifiesta  decadencia.  Tiene  iglesita,  dos  escuelas  y  es  la  cabe- 
cera del  distrito.  El  archivo  parroquial,  que  data  sólo  de  1830, 
se  guarda  en  Tumaco.  Las  embarcaciones  menores  para  no  pasar 
por  los  peligrosos  bajos  que  hay  en  la  desembocadura  del  Patía, 
transitan  por  un  canal  que  une  al  río  con  la  ensenada  tumaqueña. 

El  sabio  Francisco  José  de  Caldas  emite  estas  opiniones 
acerca  del  Patía  en  su  Memoria  sobre  el  estado  de  la  geografía 
del  Virreinato  de  Santa  Fe  de  Bogotá. 

«Del  Valle  de  Pasto  y  sus  cercanías  descienden  ríos  con- 
siderables (Guáitara,  Juanambú  y  Mayo)  que  se  reúnen  al  Patía 
y  de  que  vamos  a  tratar  inmediatamente,  y  dudo  que  hasta  hoy 
se  haya  hecho  alguna  tentativa  para  reconocerlos.  Los  pastos 
tienen  el  pésimo  camino  de  Barbacoas,  y  no  se  ha  pensado  en 
mejorarlo  en  300  años  de  existencia.  Se  cree  que  el  terreno  no 
permite  otro  mejor;  pero,  ¿se  ha  buscado  pjr  algún  iníeügente? 


del  Pacifico  117 

¿Sobre  qué  hechos  se  funda  esta  aserción  voluntaria?  En  fin, 
Popayán  que  parece  el  país  más  cerrado  de  la  Nueva  Granada, 
tiene  el  recurso  del  Patía,  río  caudaloso  y  el  más  bien  situado 
de  toda  la  cordillera  para  establecer  una  pronta  comunicación 
con  todas  las  provincias  marítimas  del  Sur.  Los  habitantes  de 
esta  ciudad  hasta  hoy  no  han  fijado  su  atención  sino  sobre  la 
cordillera.  Todos  sus  esfuerzos  se  han  dirigido  a  montar  ese 
soberbio  muro,  a  dirigir  sus  rutas  al  ocaso,  sin  principios  y  sin 
luces.  Si  en  lugar  de  vaguear  sobre  la  cima  de  los  Andes  hu- 
bieran reconocido  el  curso  del  Patía,  tal  vez  se  hallarían  en 
posesión  de  un  camino  expedito  y  cómodo,  que  llevase  sus 
frutos  a  Barbacoas,  a  Tumaco  y  a  todos  los  puntos  de  la  Costa. 
El  Valle  de  los  Patías  es  de  los  más  bajos,  y  en  él  se  reúnen 
las  aguas  de  más  de  40  leguas  de  la  cordillera.  Los  ríos  de  Timbío 
y  Quilcasé  lo  bañan  por  el  Norte  y  lo  atraviesan  de  Norte  a 
Sur;  por  aquí  se  descargan  en  su  fondo  Guachicono  y  San  Jorge 
y  van  a  unirse,  con  los  primeros  en  la  parte  más  austral  de 
este  valle  abrasador.  Pocas  leguas  más  abajo  recibe  por  el 
Sudeste  a  Mayo,  Juanambú  y  Guáitara,  ríos  caudalosos  y  que 
no  se  vadean  en  ningún  tiempo  del  año.  Hasta  hoy  ignoramos 
los  que  recibe  por  el  poniente,  que  bajan  de  las  montañas  de 
Sandagua. 

Cuando  vi  en  1801  el  caudal  de  todos  estos  ríos,  cuando  el 
barómetro  me  enseñó  su  nivel,  cuando  he  reflexionado  sobre  todo 
el  curso  del  Patía,  no  he  podido  dejar  de  concebir  fundadas 
esperanzas  de  que  algún  día  los  moradores  de  Popayán,  y  prin- 
cipalmente los  propietarios  de  este  fecundo  valle,  hagan  esfuer- 
zos para  salir  de  la  cordillera  que  los  mantiene  confinados.  La 
navegación  del  Patía  es  muy  interesante,  no  sólo  a  Popayán, 
sino  también  a  Pasto,  a  Los  Pastos,  a  Barbacoas  y  a  la  costa, 
y  merece  que  entremos  en  algunos  pormenores.  En  la  emboca- 
dura del  Guáitara  (por  Io  28'  latitud  boreal)  ha  recogido  el 
Patía  las  aguas  de  75  leguas  de  Norte  a  Sur,  y  25  de  Oriente 
a  Poniente,  es  decir,  las  aguas  de  un  área  de  1875  leguas  cua- 
dradas. Este  es  justamente  el  punto  en  que  comienza  a  cortar 
la  cordillera  para  salir  a  bañar  las  llanuras  de  Barbacoas.  Qué 
caudal  de  aguas  tan  asombroso  no  se  habrá  reunido  en  este 
lugar.  Pregunto:  ¿será  navegable  en  esta  latitud  el  Patía?   El 


118  Costa  colombiana 

baiómetro  se  suspendió  en  las  orillas  del  Guachicono,  5  leguas 
antes  de  su  desembocadura  en  Quilcasé,  en  313.  3  líneas  cuando 
el  termómetro  indica  20°  de  Reamur.  Esta  presión  atmosférica 
con  esta  temperatura  nos  dice  que  el  valle  de  los  Patías  y  las 
"■'fr-  ?  del  Guacbicorma  están  sobre  el  nivel  del  Océano  Pacífico 
816  varas  castellanas  solamente.  ¿Cuánto  habrán  bajado  de  este 
nivel  hasta  la  reunión  de  todos  los  ríos  del  valle?  El  curso  del 
Patía,  contado  desde  el  lugar  de  mi  observación  hasta  su  embo- 
cadura en  el  0:éano,  tiene  65  leguas  de  20  al  grado.  De  aquí 
se  infiere  legítimamente  que  las  aguas  de  este  río  caudaloso 
corren  sobre  un  plano  inclinado  que  tiene  429.650  varas  de  largo 
y  sólo  816  de  altura.  Las  más  sencillas  nociones  de  la  hidráulica 
bastan  para  conocer  que  el  Patía  no  puede  correr  con  una  ve- 
locidad que  se  oponga  a  la  navegación,  ni  puede  presentar  ya 
salto  ni  cataratas  que  la  interrumpan  sin  recurso.  Puede  ser  que 
tenga  algunos  lugares  estrechos  y  que  allí  acelere  su  velocidad; 
puede  ser  que  algunas  piedras  en  su  lecho,  y  que  el  arte  puede 
remover,  dificulten  el  paso  en  algunos  puntos.  Yo  termino  este 
particular  ya  demasiado  largo  aconsejando  a  los  moradores  de 
Popayán,  que  reunidos  formen  una  expedición  para  reconocer  el 
curso  del  Patía  desde  la  confluencia  de  Guachicono  y  Quilcasé 
hasta  Barbacoas;  que  esta  empresa  debe  confiarse  a  unas  manos 
inteligentes;  que  se  ha  de  temer  mucho  de  los  charlatanes,  que 
la  harían  abortar  en  su  cuna ;  que  cierren  los  oídos  a  las  decla- 
maciones de  los  que  prefieren  sus  intereses  a  los  del  público  ; 
y,  en  fin,  que  animados  con  las  grandes  esperanzas  de  hacer 
variar  el  aspecto  y  los  intereses  de  su  patria,  sostengan  el  pro- 
yecto con  la  firmeza  y  la  constancia  que  hacen  el  fondo  de  su 
carácter.» 


«eeeóCeceee 


CAPITULO   XVIII 

El  río  de  Telembí  y  sus  afluentes  San  José  y  Pambana — Las  antiguas 
poblaciones  de  Málaga  y  Madrigal — Fundación  de  Barbacoas — Las 
minas  de  oro  en  los  tiempos  coloniales — Encantos  del  Telembí — El 
oro  de  Barbacoas — Época  de  la  independencia  —  Varios  aconteci- 
mientos—  Guerras  civiles — Hombres  notables —Decadencia  de  la 
región— Camino  actual  de  Barbacoas  a  Túquerres-  Esfuerzos  del 
Gobierno  colonial  para  unir  el  interiora  la  Costa — Conatos  de  li 
República  con  el  mismo  objeto — La  senda  vieja  — Proyecto  sobre  un 
camino  carretero — Conveniencia  de  él. 


El  río  Telembí  en  su  curso  ordinario  no  es  tan  cauda- 
loso como  lo  pintan  algunos  escritores  que  aseguran  que  lleva 
tanta  agua  como  el  mismo  Patía.  Los  arroyuelos  que  le  tributan 
son  Teraimbe,  (D),  Nambí,  Telpí,  Guagüí,  Guebnambí,  Inguam- 
bí  e  Ispí. 

En  la  desembocadura  del  Telembí  hay  una  capilla,  y  cerca 
relativamente  de  aquélla  está  la  población  de  San  José;  río 
arriba  queda  el  caserío  de  Pambana.  Antiguamente  en  las  cabe- 
ceras del  Telembí  existió  la  población  de  Málaga,  que  fundó 
por  mandamiento  de  Belalcázar  en  1541  Jerónimo  de  Aguado 
como  centro  minero.  También  hubo  en  las  aguas  del  río  un 
pueblo  de  nombre  Chapanchica  o  Madrigal. 

El  piloto  Bartolomé  Ruiz  al  llegar  a  Tacames  en  su  primer 
viaje  encontró  muchos  indios  «que  tenían  las  casas  sembradas 
de  clavos  de  oro  sacado  de  Barbacoas»  y  Cieza  de  León  dice 
refiriéndose  a  Telembí: 

«En  la  tierra  de  adentro  hacia  el  Poniente  había  mucho 
poblado,  y  ricas  minas  y  mucha  gente.»    . 


120  Costa  colombiana 

Con  el  objeto  de  proteger  los  centros  mineros  del  Patía  y 
del  Telembí  amenazados  por  los  indios,  bajaron  de  Pasto  con 
gente  armada  en  1534  y  en  1587  don  Juan  de  Acosta,  don  Fer- 
nando Pérez  de  Rúa  y  los  capitanes  Cristóbal  Delgado  y  Diego 
Galíndez. 

También  trató,  aun  cuando  sin  éxito,  de  fundar  asiento  para 
el  laboreo  de  las  minas  y  domeñar  las  tribus  indígenas  el  Go- 
bernador payanes  en  1590.  Diez  años  más  tarde  el  capitán 
Francisco  de  Peralta  fundó  en  la  orilla  del  Telembí,  en  la  desem- 
bocadura del  Guangüí,  un  centro  minero,  donde  en  1640,  según 
don  Sergio  Arboleda,  el  Gobernador  Francisco  Sarmiento  puso 
los  cimientos  de  la  población  de  Santa  María  del  puerto  de  Bar- 
bacoas y  se  le  dio  el  nombre  de  Nuestra  Señora  del  Puerto  de 
Nuevo  Toledo. 

Don  Juan  Montalvo  escribe: 

«El  Telembí  es  el  río  más  bello  quizás  que  abrigan  las  sel- 
vas ignoradas  del  Nuevo  Mundo.  Un  barranco  altísimo  que  pa- 
rece muralla  del  jardín  de  las  Hespérides,  le  tiene  a  raya  por  el 
frente  de  la  ciudad;  barranco  que  es  una  peña  viva  de  esme- 
ralda por  el  verde  profundo  de  mil  plantas  que  le  cubren.  Para 
tomar  un  baño  en  esta  caudalosa  vena  de  los  bosques,  las  Ná- 
yades del  Elfe  dejaron  sus  grutas  y  pasaron  de  mundo  a  mundo 
en  encantado  viaje.  El  pueblo  a  cuyas  plantas  corre  manso  el 
Telembí,  está  lleno  de  gente  principal  que  profesa  benevolencia 
y  cortesía  con  los  extranjeros,  comerciantes  y  mineros  opulentos; 
no  conocen  la  agricultura;  mas  a  fuerza  de  oro  tienen  cuanto  ha 
menester  el  hombre  civilizado.  Allá  van  a  dar  los  hijos  de  la 
sierra  con  los  esquilmos  de  sus  labranzas,  y  se  vuelven  con  los 
vestidos  y  los  adornos  de  sus  esposas  y  de  sus  hijos.» 

Solamente  por  los  derechos  reales  del  oro  beneficiado  en 
Barbacoas,  produjeron  las  minas  en  1686  la  suma  de  3692  cas- 
tellanos. 

En  el  arroyuelo  de  Alpud  explotaron  los  españoles  en  el 
siglo  XVIII,  y  más  tarde  una  compañía  mejicana,  una  mina  bas- 
tante rica. 

En  Carlosama  derrotó  en  julio  de  1811  a  don  Pedro  Mon- 
túfar  que  se  dirigía  de  Quito  a  Pasto,  con  800  hombres,  Tacón, 
quien  de  ahí  marchó  para  Popayán,  y  desde  Almaguer  para 
Barbacoas  por  el  Patía. 


del  Pacífico  121 

El  comandante  Ángel  María  Várela,  a  quien  había  enviado 
Sucre  de  Iscuandé  a  Tumaco  y  Barbacoas,  saqueó  la  iglesia  y 
Jas  casas  de  las  personas  acomodadas  y  dio  tormento  a  algunos 
esclavos,  como  a  los  del  señor  Fernando  Ángulo,  para  que  re- 
velasen el  lugar  donde  ocultaban  sus  amos  las  riquezas:  lo  que 
trajo  por  consecuencia  que  lo  arrojaron  los  habitantes  del  terri- 
torio con  el  auxilio  del  teniente  coronel  Vicente  Parra,  a  quien 
había  enviado  por  el  Patía,  después  de  la  expedición  a  Popa- 
yán,  don  Basilio  García. 

Llevada  a  feliz  término  la  capitulación  de  Berruecos  del  6 
de  junio  de  1822,  Bolívar  dejó  en  Pasto  de  comandante  militar 
al  coronel  Antonio  Obando,  quien  inmediatamente  envió  fuerzas 
a  Barbacoas,  donde  se  libró  una  batalla  más  tarde  entre  éstas 
y  las  del  célebre  indio  Agualongo,  el  cual  fue  fusilado  en  Popa- 
yán  el  13  de  julio  de  1824. 

En  1814  el  coronel  Fábrega,  que  había  llegado  a  Barbacoas 
de  Panamá  con  fuerzas  realistas,  se  ocupó  en  explotar  algunas 
minas,  como  la  del  Tigre,  cuyos  dueños  eran  los  Arboledas, 
donde  117  soldados  comandados  por  el  jefe  Hiera  estuvieron 
algún  tiempo  sacando  oro. 

El  Congreso  ordenó  establecer  en  Barbacoas  «una  casa  de 
rescate  y  ensaye»  con  dos  rescatadores  y  dos  reductores,  por 
decreto  del  28  de  junio  de  1823.  Algunas  personas  enviaron  de 
Barbacoas  a  Bolívar  en  1828  una  valiosa  remesa  de  oro,  de  la 
que  se  apoderaron  los  rebeldes  que  comandados  por  Obando  se 
habían  levantado  contra  el  Libertador,  quien  perdonó  este  grave 
hecho  en  la  amnistía  de  marzo  de  1829. 

En  1838  se  mandó  por  decreto  legislativo  abrir  en  Barba- 
coas una  casa  de  moneda,  y  parece  que  la  de  Quito  se  proveía 
de  oro  en  aquella  población  en  1840. 

En  octubre  de  1831  fuerzas  quiteñas  a  órdenes  de  Otamendi 
persiguieron  al  sargento  Miguel  Arboleda  que  comandaba  una 
columna  del  batallón  Vargas  hasta  Barbacoas. 

Debe  notarse  que  durante  las  pretensiones  de  Flórez  acerca 
de  nuestro  territorio  del  Sur,  Barbacoas  guardó  fidelidad  al  Go- 
bierno de  Bogotá. 

En  1860  al  levantarse  Mosquera  contra  el  Gobierno  de  la 
Nación,  Payan  sejipoderó  de*  Barbacoas  por  medio  de  la  tropa 
que  comandaba  el  coronel  Jacinto  Solano. 


122  Costa  colombiana 

El  doctor  José  Francisco  Zarama,  intendente  de  Pasto,  man- 
dó fuerzas  para  tomar  a  Barbacoas,  donde  estaba  por  Goberna- 
dor Aníbal  Mosquera  hijo  del  general  Tomás  C.  de  Mosquera 
quien  huyó  a  Iscuandé.  Cuando  don  Manuel  María  Gallo  derrotó 
a  los  revolucionarios  en  Punta  de  Mira,  Mosquera  hijo  pidió 
indulto  y  se  entregó  a  los  señores  José  Rivas  y  José  Polit,  en- 
viados por  Zarama. 

En  1862  el  general  Payan  quiso  de  Tumaco  pasar  a  Barba- 
coas, pero  se  lo  impidió  en  el  Arrastradero  el  intendente  Zara- 
ma, con  fuerzas  pastusas. 

En  la  revolución  conservadora  de  1875  una  de  las  primeras 
providencias  que  tomó  Barrera,  a  raíz  de  su  triunfo  sobre  el 
jefe  municipal  del  Sur,  fue  la  de  apoderarse  del  puerto  de  Bar- 
bacoas. 

En  las  revoluciones  de  1895  y  de  1899,  también  fue  activo 
factor  la  población  de  Barbacoas. 

Y  en  ella  han  nacido  hombres  que  han  ilustrado  la  historia 
de  Colombia,  ya  como  políticos  y  militares,  ya  en  el  campo  de 
las  letras.  Nombraremos  al  misionero  Marcos  Calderón,  al  niño 
Rafael  Hurtado  Rodríguez,  pianista  a  los  cinco  años,  y,  al  pre- 
sente, a  los  señores  Ildefonso  del  Castillo  y  Francisco  Albán. 
Desgraciadamente  la  preponderancia  antigua  de  Barbacoas 
va  de  capa  caída.  Muchos  de  los  principales  habitantes  de  la 
población  se  han  ido  a  vivir  a  Pasto  y  los  moradores  de  los 
ríos  emigran  a  otros  lugares  continuamente.  Las  minas  de  oro 
se  explotan  en  pequeña  escala.  Lo  que  únicamente  permanece 
activo  es  el  intercambio  de  los  frutos  de!  interior  por  los  de  la 
Costa.  En  una  palabra:  la  apertura  de  un  camino  al  interior, 
distinto  del  que  parte  actualmente  de  Barbacoas,  sería  la  muerte 
de  la  población. 

El  camino  que  une  a  Túquerres  con  Barbacoas  merece  po- 
nerse en  primera  línea  entre  todos  los  de  la  Nación.  Lo  cons- 
truyó por  contrato  el  señor  Ignacio  Muñoz  en  1892,  quien  puso 
al  frente  de  los  trabajos  como  ingeniero  al  señor  Julián  Uribe, 
conocedor  del  terreno  y  entusiasta  por  aquella  vía,  a  cuya  aper- 
tura había  ya  antes  contribuido  activamente. 

En  los  tiempos  coloniales  preocupó  vivamente  a  los  Gober- 
nantes de  Quito  y  Popayán  la  comunicación  del  interior  al  Pací- 


del  Pacifico  123 

fico.  Prueba  de  ello  son  los  esfuerzos  que  para  abrir  un  camino 
hicieron  entre  otros  el  capitán  Juai  de  Céspedes,  el  capitán 
Dieg)  Gilíndez,  don  Miguel  Cabello  y  Balboa,  cura  de  Funes, 
(1577),  don  Diego  López  de  Z'íñiga,  don  Miguel  Ibarra,  don 
Cristóbal  de  Troya  (1507),  don  Pablo  Durango  Delgadillo  (1621), 
don  Francisco  Pérez  Menacho  (1626),  don  Juan  Vicencio  Justi- 
niani  y  don  Hernando  de  Soto  Calderón  (1713). 

Después  de  la  independencia  el  Gobierno  republicano  de  la 
Nueva  Granada  expidió  también  varias  leyes  con  el  objeto  de 
abrir  un  camino  de  Pasto  al  Pacífico.  Así  lo  hicieron  la  Cámara 
Provincial  de  Pasto  por  decretos  del  2  de  octubre  de  1834  y  5 
de  octubre  de  1843,  y  el  Congreso  Nacional  en  1841,  1846,  1864, 
1872,  1876,  1881,  1882,  1883,  1888. 

Es  menester  confesar  que,  a  pesar  de  los  esfuerzos  del  Go- 
bierno, la  región  de  Pasto  permaneció  aislada  por  completo  del 
resto  de  la  República  hasta  el  año  de  1892;  porque  la  senda 
que  antes  de  este  año  existía  del  mar  al  interior,  era,  según  las 
pavorosas  descripciones  que  nos  han  legado  quienes  por  ella 
transitaron,  una  bóveda  sombría  de  cincuenta  centímetros  de 
ancha,  cuyo  suelo  estaba  constituido  por  lodazales  perpetuos  y 
la  techumbre  por  las  entrelazadas  ramas  de  árboles  seculares, 
albergue  de  horribles  ofidios  y  de  toda  clase  de  sabandijas. 

Actualmente  se  trabaja  con  entusiasmo  para  comunicar  el 
interior  de  Nariño  con  la  Costa  por  un  camino  carretero.  Y  a  fe 
que  esta  obra  es  de  vital  interés  para  Colombia,  a  fin  de  evitar 
que  el  Ecuador  se  apodere  de  todo  el  comercio  del  interior  de 
Nariño. 


CAPITULO   XIX. 


La  ensenada  de  Tumaco — Puntos  principales — Los  ríos  Chagüí  y  Rosario 
Varias  playas  —  La  Isla  de  Tumaco-  Hu  tpa-Capac  en  la  Costa — 
El  corsario  Eduardo  David  —  La  población  en  1789 — Sucesos  durante 
la  guerra  magna  —  Anexión  a  la  Provincia  de  Pasto  — La  aduana  de 
Tumaco — Cesión  al  Ecuador — La  parroquia  de  Tumaco  —  Leyes  na- 
cionales que  fomentaron  el  comercio  del  Puerto — Medidas  tomadas 
para  la  defensa  de  la  Isla — Contrato  con  la  Compañía  Británica—  La 
Isla  en  las  guerras  intestinas  Tumaco  y  el  Ecuador — Provincia  de 
Núñez  —Importación  y  exportación  —  Apuntes  sobre  la  sal  —La  ciu 
dad  moderna — La  instrucción  pública. 

Entre  los  ríos  Patía  y  Mira  se  abre  el  seno  de  Tumaco,  cuya 
boca  mide  40  kilómetros.  En  él  desaguan  muchos  riachuelos  ge- 
neralmente de  poca  importancia.  Los  puntos  más  notables  son 
Llanaje,  Curay,  Colorado,  Chagüí,  Tablones,  Mejicano,  El  Rosa- 
rio, El  Trapiche,  Inguapí  del  Guayabo,  Inguapí  del  Guadual,  Ingua- 
picito,  Las  Varas  y  Chilví.  Los  ríos  Chagüí  y  Rosario  merecen 
especial  mención;  por  el  primero  se  hace  con  relativa  prontitud 
el  viaje  a  Barbacoas,  y  en  el  segundo  rematará  el  camino  que 
se  proyecta  de  Altaquer  al  Pacífico.  Tiene  este  río  dos  poblaciones 
con  sus  capillas  y  escuelas,  Santa  María  y  San  Francisco;  y  otra 
en  el  riachuelo  de  Caunapí,  tributario  de  aquél.  En  San  Fran- 
cisco hay  oficina  telegráfica. 

Pilví  que  también  desagua  en  El  Rosario,  no  carece  de  im- 
portancia. El  río  tiene  dos  bocas,  Gualajo  y  Rosario. 

Entre  los  riachuelos  hay  numerosos  esteros  que  forman  una 
verdadera  red. 

Del  informe  rendido  por  el  señor  Joaquín  Fonseca  al  Minis- 


o 

l 

r. 

— 

: 

2 

H 


x 

H 


del  Pacifico  123 

tro  de  Obras  Públicas  el  30  de  junio  de  1919  sobre  caminos 
nacionales,  desglosamos  lo  siguiente  que  se  refiere  al  del  Rosario: 

"El  otro  camino,  sobre  el  que  quiero  atraer  también  la  aten- 
ción de  Su   Señoría,  es  la  carretera  de  Pasto  a  Barbacoas. 

Esta  carretera  tiene  por  objeto  dar  salida  y  desarrollo  al  co- 
mercio de  Pasto,  y  en  general  al  Departamento  de  Nariño,  cir- 
cunstancia suficiente  para  comprender  la  importancia  de  esta  vía. 

El  puerto  de  Barbacoas  punto  terminal  de  la  carretera,  queda 
sobre  el  río  Telembí,  en  donde  principia  el  tráfico  por  navega- 
ción en  dicho  río,  para  tomar  luego  el  Patía  y  salir  por  el  Brazo 
Largo  a  Salahonda,  sobre  el  litoral,  de  donde  se  dirigen  los  bar- 
cos a  Tumaco,  saliendo  mar  afuera,  como  lo  requiere  la  nave- 
gación en  las  costas.  Barbacoas  se  encuentra  situada  a  una  dis- 
tancia itineraria  de  240  kilómetros  de  Tumaco  y  a  21  metros 
sobre  el  nivel  del  mar. 

Como  es  natural,  los  transportes  deben  hacerse  en  embar- 
caciones que,  pudiendo  entrar  por  los  ríos  arriba  indicados,  sean 
adaptables  a  la  navegación  marítima;  por  tanto,  requieren  ciertos 
tamaños  y  costos  que  no  están  al  alcance  de  todos  y  que  oca- 
sionan un  promedio  del  valor  del  tonelaje  comercial  bastante  alto. 

Todos  estos  inconvenientes  han  traído  al  convencimiento  de 
la  necesidad  de  un  nuevo  camino,  y  al  efecto,  por  iniciativa  del 
gobierno  departamental  se  practicó  un  estudio  de  exploración 
por  una  comisión  de  Ingenieros,  compuesta  de  los  señores  Justino 
Garavito  y  Tomás  Aparicio,  quienes  rindieron  su  informe  a  la 
Gobernación  con  fecha  20  de  noviembre  de  1918,  informe  del 
cual  he  tomado  los  apartes  que  transcribo  y  que  creo  son  sufi- 
cientes argumentos  para  llevar  al  ánimo  de  Su  Señoría  al  con- 
vencimiento de  lo  conveniente  que  es  adoptar  la  nueva  ruta, 
transformando  la  ley  en  ese  sentido  y  dejando  un  ramal  a  Barba- 
coas para  que  no  reciba  perjuicio  esa  región. 

El  proyecto  de  variación  parte  de  Altaquer,  que  es  un  punto 
del  camino  actual,  y  de  éste  a  Barbacoas  hay  una  distancia 
aproximada  de  60  kilómetros,  y  por  tanto,  hasta  Tumaco,  la  dis- 
tancia itineraria  alcanza  a  300  kilómetros;  por  el  proyecto,  si  bien 
es  cierto  que  hay  mayor  distancia  en  carretera  (95  kilómetros 
aproximadamente),  como  se  verá  adelante,  hasta  Tumaco  sola- 
mente habrá  141  en  distancia  itineraria,  o  sean  169  kilómetros 
menos  en  el  recorrido  total. 


i2o  Costa  colombiano 

Los  apartes  del  informe  a  que  me  he  referido,  son  los  si- 
guientes: 

«....  Por  su  naturaleza  topográfica  la  zona  explorada  pue- 
de dividirse  en  tres  secciones.  La  primera  está  caracterizada  por 
cuchillas  desprendidas  de  la  mole  principal  de  la  cordillera  que 
desciende  hacia  el  N.  O.  y  desaparece  cerca  de  El  Diviso  des- 
pués de  dividirse  en  ramales  y  contrafuertes,  dando  origen  a 
pequeñas  fuentes  de  agua  que  corren  por  los  thalwegs  interme- 
dios. Los  contrafuertes  que  se  prolongan  hacia  el  sur  terminan 
en  la  hoya  del  río  Guisa  en  espolones  abruptos  y  rocallosos; 
la  segunda  sección  comprendida  entre  El  Diviso  y  el  sitio  de 
Pilvirico,  es  una  planada  de  escaso  relieve,  apenas  interrumpida 
por  las  cañadas  de  los  ríos  Pilón  y  Pulgande,  con  pendiente  ge- 
neral del  1  por  100  en  descenso  hacia  el  N.  O.  Colinas  pequeñas, 
independientes,  de  taludes  suaves  que  no  obedecen  a  dirección  ni 
sistema  alguno,  determinan  la  tercera  sección.  Estas  colinas  dejan 
entre  sí  cuellos  o  pequeños  valles  y  terminan  en  las  cercanías  de 
San  Francisco,  en  donde  principia  una  pianada  de  poca  altura  so- 
bre el  nivel  del  mar,  que  se  prolonga  hasta  la  ensenada  de  Tu- 
moco,  bastante  pantanosa,  cruzada  por  los  ríos  Rosario  -y  Caunapí, 
por  quebradas  y  esteros. 

" La  línea  de  reconocimiento,  desde  Altaquer  hasta  San  Fran- 
cisco, tiene  una  longitud  de  95  kilómetros  279  metros;  la  diferen- 
cia de  costas  entre  puntos  extremos  es  de  997,23  metros,  lo  cual 
demuestra  que  en  conjunto  no  hay  problemas  de  pendiente  y  que 
el  trazado  definitivo  puede  hacerse  con  pendientes  suaves  que  no 
pasen  del  5  por  ICO,  sujetando  su  distribución  a  condiciones  de 
economía. 

.. .  De  otro  lado,  la  topografía  del  terreno  permite  la  adop- 
ción de  curvas  amplias  no  menores  de  30  metros  de  radio.  Es,  pues, 
posible  cumplir  sin  dificultad  ni  mucho  costo  las  condiciones  téc- 
nicas impuestas  por  disposiciones  oficiales  referentes  al  trazado  de 
carreteras. 

"La  línea  de  reconocimiento  cruzó  107  pequeñas  aguadas,  21 
quebradas  y  los  ríos  Nembí  y  Pilví  en  su  parte  superior,  cursos 
de  agua  que  implican  la  construcción  de  alcantarillas  y  pontones 
pero  ninguna  obra  de  arte  de  importancia.  La  línea  atravesó  so- 
lamente dos  trayectos  de  terreno  pantanoso  (guaduales)  de  264  y 
286  metros  de  longitud,  que  se  pueden  evitar  en  la  localización 


del  Pacífico  12? 

de  la  vía,  aun  cuando  nunca  serían    obstáculo  insuperable    para  la 
construcción. 

"Los  datos  obtenidos  y  el  conocimiento  del  terreno  nos  lle- 
va a  afirmar  que  el  trazo  definitivo  debe  partir  de  Altaquer  si- 
guiendo próximamente  la  hoya  del  río  Guisa  hasta  El  Diviso.  De 
El  Diviso  a  San  Francisco,  creemos  no  sería  difícil  seguir  sensi- 
blemente en  gran  trayecto  la  recta  de  unión  entre  estos  dos  pun- 
tos, con  lo  cual  conseguiría  una  disminución  considerable  en  dis- 
tancia. 

"....El  río  Rosario  tiene  corto  curso,  de  unos  75  kilómetros  y 
desemboca  en  la  ensenada  de  Tumaco.  En  su  parte  baja,  o  sea 
en  32  kilómetros,  debido  a  su  desnivel  casi  nulo,  el  movimien- 
to de  sus  aguas  está  sujeto  al  flujo  y  reflujo  del  mar.  Por  los  son- 
dajes  que  practicamos  en  su  curso  desde  San  Francisco  hasta  su 
desembocadura,  se  vino  en  conocimiento  de  que  la  profundidad  mí- 
nima del  canal,  en  la  baja,  es  de  2  l¡2  brazas  inglesas,  4  metros 
5.  En  San  Francisco  pudimos  notar  que  la  oscilación  media  del 
nivel  del  río  es  de  3  metros,  entre  la  alta  y  baja  marea.  En  con- 
secuencia, el  río  Rosario  es  navegable  en  todo  tiempo  por  los  bu- 
ques que  hacen  actualmente  la  correría  entre  Tumaco  y  Barbacoas, 
y  puede  ser  navegable  por  los  buques  de  la  compañía  inglesa,  de 
800  toneladas  y  20  pies  de  calado,  que  tocan  en  Tumaco,  apro- 
vechando la  marea  alta. 

"....  Cinco  kilómetros  más  abajo,  en  el  sitio  de  El  Coco,  el 
río  presenta  buenas  condiciones  para  este  objeto,  tanto  por  su  pro- 
fundidad como  por  su  amplitud — 110  metros— y  curvatura;  ade- 
más, la  ribera  ofrece  terreno  alto,  plano  y  seco,  propio  para  la 
fundación  de  una  población  y  facilidades  para  las  obras  del  puerto. 
De  El  Coco  a  Tumaco,  por  el  río  y  la  ensenada,  hay  41  kilóme- 
tros, que  sería  la  longitud  de  la  navegación. 

« Como  resultado  del  estudio  de  exploración  se  ha  llega- 
do al  conocimiento  ds  que  la  vía  de  Altaquer  al  Rosario  es  prac- 
ticable para  carretera,  en  buenas  condiciones  técnicas  y  con  cos- 
to bastante  menor  que  el  norma!  (el  costo  medio  por  kilómetro 
de  las  carreteras  en  Colombia  ha  sido  de  $  8.000  oro);  además 
se  han  recogido  los  datos  necesarios  para  proceder  al  trazado  de- 
finitivo sin  vacilaciones,  por  la  mejor  ruta. 

«La  vía  del  Rosario,  por  su- menor  longitud,  comparada  con 


1^8  Costa  colombiana 

la  de   Barbacoas,    de   Altaquer   a   Tumaco,  por   el   Rosario,  hay 
141  kilómetros  y  por  Barbacoas  300.» 

Chilví  es  un  río  muy  poblado  y  bastante  rico. 

En  la  ensenada  tumaqueña  hay  varias  playas  importantes: 
Curay,  Trujillo,  Nereté,  Cocal,  Pital  y  también  está  la  islita  del 
Cenizo. 

Al  llegar  los  conquistadores  a  la  isla  de  Tumaco  la  cual  tiene 
1852  metros  de  largo  por  700  de  ancho,  encontraron  en  ella  un 
pueblo  de  indios  que  vivían  principalmente  de  la  pezca  (1).  Al- 
gunos españoles  se  establecieron  allí,  pero  en  realidad  aquella 
población  no  tuvo  verdadera  importancia  comercial  en  tiempo  de 
la  colonia,  y  aún  puede  asegurarse  que  su  progreso  y  preponde- 
rancia en  la  Costa  colombiana  del  Pacífico  data  de  los  últimos 
tiempos. 

Se  dice  que  Huana-Capac  estuvo  en  Tumaco  y  quiso  apode- 
rarse de  la  Costa,  pero  tuvo  que  retirarse  derrotado  por  los  ha- 
bitantes de  aquella  región.  También  pisaron  la  tierra  tumaqueña 
Pizarro,  Almagro  y  el  piloto  Gabriel  de  Rojas,  compañero  de 
Alvarado. 

En  1684  el  corsario  Eduardo  David  atacó  a  Tumaco  y  saqueó 
la  población,  todo  lo  llevó  a  sangre  y  fuego  sin  respetar  ni  aun 
a  las  mujeres,  a  quienes  transportó  consigo  como  trofeo  de  su 
rapiña. 

Francisco  Silvestre,  en  la  descripción  que  hizo  del  Nuevo 
Reino  de  Santa  Fe  de  Bogotá  en  1789,  dice:  "en  la  isla  de  Tu- 
maco hay  algunos  mestizos  y  mulatos,  que  componen  una  muy 
corta  población,  que  no  tiene  otro  comercio  que  alguna  pita  para 
cordaje,  brea  y  madera  de  construcción." 

Durante  la  guerra  magna,  Tumaco  fue  un  punto  muy  apete- 
cido tanto  por  los  realista  como  por  los  patriotas,  a  causa  de  su 
posición  verdaderamente  estratégica. 

Tacón'  hizo  esfuerzos  inauditos  para  conservarlo  por  el  rey 
en  1811.  Con  la  goleta  Rosa  de  los  Andes  tomó  la  isla  e,;  1819 
el  corsario  inglés   Illingrowth.  Ángel    María  Várela,  enviado  por 


(i)  Algunos  historiadoies  dicen  que  a  Tumaco  lo  fundó  en  1794  el  Caci- 
que de  la  tribu  de  los  turnas  que  hibiuba  en  las  orillas  de  la  desembocadura 
del  Mira. 


^ry-T'/.    c/lí    Bátala     ^¡ajor  <¡ 


del  Pacífico  129 

Sucre  de  Iscuandé,  desembarcó  en  el  puerto  en  abril  de   1821,  y 
el  mismo  Sucre  estuvo  en  la  isla  al  dirigirse  al  Ecuador. 

Luego,  en  cumplimiento  de  órdenes  de  don  Basilio  García, 
se  apoderó  de  la  isla  el  teniente  coronel  Vicente  Parra,  quien 
fue  arrojado  a  su  vez  de  allí  por  el  inglés  Henderson,  Comandan- 
te del  bergantín  El  Cauca,  y  defendida  más  tarde  por  fuerzas  que 
mandó  Sucre,  después  del  triunfo  de  Pichincha.  Envió  también 
una  guarnición  de  Pasto  a  Tumaco  el  Comandante  Militar,  co- 
ronel Antonio  Obando:  y  el  mismo  Libertador,  antes  del  movi- 
miento de  don  Benito  Boves,  despachó  de  Guayaquil  para  nues- 
tra isla  algunas  tropas  a  órdenes  del  capitán  Farrera  en  el  ber- 
gantín Ana  Bolívar. 

El  Congreso  de  1835  desmembró  de  la  Provincia  de  Buena- 
ventura los  cantones  de  Barbacoas  y  Tumaco,  y  los  anexó  a  la 
de  Pasto. 

Por  decreto  del  Congreso  de  16  de  marzo  de  1836  fue  es- 
tablecida la  aduana  de  Tumaco,  el  cual  puerto  fue  cedido  al 
Ecuador  en  el  convenio  habido  entre  Mosquera  y  Flores,  represen- 
tado aquél  por  el  coronel  Posada  Gutiérrez,  el  3  de  noviembre 
de  1840.  Un  año  más  tarde,  el  2  de  junio  de  1841,  la  derrota  de 
Obando  en  La  Chanca,  decidió  en  nuestro  favor  las  querellas  con 
el  Ecuador  y  libró  el  territorio  nacional  de  los  invasores  extran- 
jeros. La  Parroquia  de  Tumaco,  que  con  las  del  Trapiche  del 
Micay,  Saija,  Timbiquí,  Guapí,  Iscuandé,  Salahonda,  San  José  y 
Barbacoas,  era  gobernada  por  el  Prelado  quiteño,  pasó  nueva- 
mente a  la  diócesis  de  Popayán. 

El  Congreso  de  1842,  por  decreto  de  19  de  junio  eximió  del 
pago  de  los  derechos  de  aduana  a  los  artículos  que  llegasen  a 
la  isla  para  el  consumo  de  sus  habitantes.  Nuestros  legisladores 
se  han  preocupado  frecuentemente  por  fomentar  el  comercio  en 
Tumaco,  con  la  exención  de  los  derechos  y  con  otras  sabias  me- 
didas, tomadas  al  efecto.  Asi  lo  demuestran  las  leyes  del  10  de 
abril  de  1852,  29  de  abril  de  1860,  28  de  mayo  de  1870,  16  de 
abril  de  1875,  31  de  enero  de  1888,  27  de  noviembre  de  1888, 
21  de  octubre  de  1890,  y  otras  de  los  últimos  tiempos,  actual- 
mente en  vigencia. 

Por  la  ley  del  5  de  marzo  de  1876  el  Congreso  autorizó  rJ 

Ejecutivo  para  conceder  por  25  años  privilegio  para  construir  un 

9 


130  Costa  colombiana 

muelle  en  Tumaco;  y  por  la  ley  22  de  noviembre  de  1890  el 
Cuerpo  legislativo  concedió  para  la  defensa  de  la  isla  $  12.000 
para  la  construcción  de  un  muelle  y  de  una  muralla  que  libre  a 
Tumaco  de  ser  destruida  por  el  mar,  se  han  hecho  en  distintas 
épocas  tentativas  infructuosas,  Parece,  sin  embargo,  que  ahora 
aquel  pensamiento  está  en  vía  de  realizarse  por  completo.  Actual- 
mente ha  hecho  un  importante  estudio  sobre  el  amurallamiento 
de  la  isla  el  señor  Vilaroca,  importante  ingeniero  español. 

El  11  de  marzo  de  1860  llegó  a  Tumaco  por  primera  vez 
un  vapor  mercante,  el  Amme,  en  virtud  de  un  contrato  que  el 
Gobierno  había  hecho  con  la  Compañía  Británica  el  30  de  octu- 
bre del  año  anterior.  El  28  de  abril  de  1869  celebróse  un  nuevo 
contrato  para  que  los  vapores  condujesen  el  correo  y  tocasen 
dos  veces  por  mes  en  la  isla. 

En  1860  el  general  Payan  se  apoderó  de  Tumaco,  en  nom- 
bre de  Mosquera  con  las  goletas  Clío  y  Vigilante,  pero  los  re- 
volucionarios fueron  derrotados  por  las  fuerzas  que  envió  de 
Pasto  el  doctor  José  Francisco  Zarama. 

Don  Julio  Arboleda  ocupó  después  a  Tumaco  y  nombró  al 
general  Juan  Freile  Comandante  Militar  del  puerto;  pero  en  1862 
volvió  nuevamente  a  ser  tomada  por  Payan. 

En  la  guerra  de  1875,  Barrera,  una  vez  debelado  el  jefe  mu- 
nicipal del  Sur,  trató  de  someter  a  Tumaco,  y  al  efecto  se  hizo 
al  puerto  sin  muchas  dificultades. 

Tumaco  ha  sido  el  lugar  de  refugio  de  los  revolucionarios 
ecuatorianos.  Allí  se  salvaron,  por  ejemplo,  el  general  Eloy  Al- 
faro  y  varios  de  sus  compañeros  de  armas  en  1884.  Dos  años 
antes  el  vapor  Olmedo  había  hecho  algunas  reparaciones  a  su 
maquinaria  en  nuestro  puerto,  donde  se  presentó  el  Manaví  a  re- 
clamarlo en  nombre  del  Gobierno  ecuatoriano,  al  que  lo  entrega- 
ron las  autoridades   colombianas   por   orden  expresa  de  Bogotá. 

En  las  últimas  revoluciones  Tumaco  ha  sido  también  el  asilo 
de  muchas  familias  de  Limones  y  Esmeraldas. 

Los  graves  hechos  acaecidos  en  Tumaco  durante  la  revolución 
de  1899,  están  demasiado  recientes  para  relatarlos.  Todavía  no 
se  han   cicatrizado   muchas   heridas,  aún  corre  en  abundancia  la 

sangre Pero  vendrá  día  en  que  saldrán  a  pública  luz  todos  los 

acontecimientos  que  allí  se  verificaron. 


del  Pacifico  i3l 

La  ley  49  de  16  de  noviembre  de  1894  ordenó  la  creación 
de  la  Provincia  de  Núñez,  y  durante  la  administración  del  Ge- 
neral Reyes,  Tumaco  gozó  por  breve  tiempo  de  los  honores  de 
capital  de  un  departamento. 

Tumaco  exporta  varios  artículos  pero  los  principales  son  ta- 
gua, caucho,  maderas  y  cacao. 

En  la  actualidad  el  comercio  se  hace  casi  en  su  totalidad  con 
los  Estados  Unidos,  de  donde  se  importan  mercancías  para  la 
Costa  y  el  interior  de  Nariño. 

Varios  buques  de  vela  viajan  a  Panamá  y  al  Perú,  de  donde 
traen  la  sal  que  se  consume  en  el  puerto,  si  bien  ahora  tiene 
bastante  aceptación  la  de  la  costa  atlántica.  En  la  isla  de  la  Vi- 
ciosa se  levantaron  en  1917  maquinarias  para  elaborar  la  sal,  pero 
desgraciadamente  parece  que  no  dieron  todo  el  resultado  que  se 
esperaba.  Al  Gobierno  lo  ha  preocupado  con  frecuencia  el  asun- 
to de  la  sal  en  el  Pacífico.  De  allí  las  leyes  que  reglamentan  su 
elaboración  o  introducción,  como  son  las  de  13  de  marzo  de  1883, 
24  de  abril  de  1866,  24  de  abril  de  1867,  20  de  febrero  de  1886 
y  14  de  noviembre  de  1862  entre  varias  otras. 

Actualmente  Tumaco  es  una  población  de  verdadera  impor- 
tancia por  su  activo  comercio  y  la  riqueza  de  sus  habitantes. 
La  ciudad,  cuyo  plano  fue  levantado  en  1830  por  el  Gobernador 
Tomás  España,  tiene  calles  rectas  y  amplias,  con  aceras  de  ce- 
mento. Los  edificios  son  de  madera,  pero  hay  algunos  que  harían 
honor  a  cualquier  ciudad,  como  la  casa  de  gobierno,  el  colegio 
de  las  Madres  Betlemitas  y  el  colegio  pedagógico,  que  costó 
$  50.C00  oro. 

El  parque  se  encuentra  muy  bien  arreglado,  y  hay  varios 
monumentos  en  diversas  partes  de  la  población:  las  columnas  a 
la  Pola  y  Rosa  Zarate  y  la  estatua  de  la  Libertad. 

Tumaco  tiene  dos  iglesias,  hospital,  cementerio,  luz  eléctrica 
y  varias  fábricas. 

La  instrucción  está  bastante  bien  servida,  pues  existen  es- 
cuelas públicas  y  privadas  y  un  colegio  para  señoritas  regentado 
por  Religiosas  Betlemitas.  Los  Padres  Agustinos  recoletos  han 
hecho  magnos  esfuerzos  por  establecer  un  colegio  superior  para 
jóvenes,  y  al  efecto  han  querido  llevar  a  la  ciudad  Hermanos 
Maristas  o  hacerse  ellos  mismos  cargo  de  la  regencia  de  aquél, 


132 


Costa  colombiana 


pero  han  encontrado  ruda  oposición  en  varios  señores  que  se  ima- 
ginan que  los  frailes  han  de  llevar  a  las  inteligencias  de  sus  hi- 
jos doctrinas  retrógradas  y  oscurantistas. 

La  población  de  Tumaco  tiene  según  el  último  censo  15.000 
habitantes. 


CAPITULO  XX 

La  isla  de  la  Viciosa — La  isla  del  Morro  —Un  romancillo— Hoya  hidro- 
gráfica del  Mira  —  Varias  poblaciones — Los  ríos  de  Nulpe  y  Guisa. 
Indios  coaiqueres — Indios  cayapas — Agricultura — El  río  de  Ma- 
taje. 

Dos  islas  defienden  a  Tumaco  de  los  continuos  embates  de 
las  olas:  El  Morro  y  La  Viciosa.  Esta  es  un  banco  de  arena  que 
va  siendo  invadida  por  el  mar,  aquélla  posee  hechizos  indecibles 
que  nosotros  sintetizamos  en  este  romancillo  que  transcribimos  así 
como  salió  un  día  de  nuestra    pluma   con    sus   defectos  y  todo: 


Es  un  paraíso 
el  Morro;  las  casas, 
dormidas  en  nidos 
de  verde  esmeralda, 
semejan  de  aves 
hermosa  bandada, 
cuando  en  las  arenas 
de  aurífera  playa 
contemplan  los  mares 
y  costas  lejanas.... 

O  cuando  en  las  tardes 
su  vuelo  levantan, 
y  en  el  horizonte 
de  azul  y  escarlata, 
se  quedan  flotando 


mirando  extasiadas 
su  imagen  esbelta 
copiada  en  las  aguas. 

Cual  góticas  torres 
de  iglesias  cristianas, 
las  altas  palmeras 
se  elevan  bizarras, 
y  mecen  sus  frondas 
las  cálidas  auras, 
y  forman  unidas 
las  rústicas  ramas 
el  techo  de  un  templo 
que  en  sus  naves  guarda 
misterios  profundos 
de  innúmeras  almas 


134 


Costa  colombiana 


y  acaso  promesas 
selladas  con  lágrimas. 

Comida  al  ganado 
le  brinda  la  pampa 
y  en  los  verdes  árboles 
los  pájaros  hallan 
su  ¡echo  prendido 
de  móviles  ramas 
y  opípara  mesa 
de  frutas  variadas. 

Las  piedras  semejan 
visiones  fantásticas 
al  verse  en  los  huecos 
henchidos  de  agua 
conchas,  caracoles 
y  peces  que  nadan. 

Y  vienen  las  olas 
cual  niveas  montañas, 
y  en  pos  una  de  otra 
al  cerro  se  lanzan, 
formando  al  romperse 
de  perlas  cascadas; 
y,  luego,  ligeras, 
de  nuevo  se  apartan 
con  grato  murmurio, 
dejando  en  la  playa 
regueros  de  espuma 
y  conchas  de  nácar. 
El  cerro  se  eleva 
cual  bíblico  alcázar 
que  el  céfiro  besa 
y  arrullan  las  aguas. 

Las  criptas,  guaridas 
talvez  de  alimañas, 


evocan  historias 
de  edades  pasadas, 
y  tienen  letreros 
las  peñas  que  guardan 
mejor  los  recuerdos 
quizá  que  las  almas. 

Los  cerros  terminan 
con  una  muralla 
de  vetustas  piedras 
y  cima  ondeada, 
do  a  una  palmera 
la  besan  las  auras, 
y  forma  la  hiedra 
tejida  en  las  ramas, 
fantástico  encaje, 
color  de  esmeralda, 
en  que  hacen  sus  nidos 
las  aves  acuáticas.... 
El  arco  parece 
la  entrada  al  alcázar, 
de  hermosas  nereidas 
suntuosa  morada. 

Y  El  Viudo  semeja 
— la  roca  tan  blanca 
que  tiene  en  sus  sienes 
de  nieve  guirnalda 
y  lujosa  túnica 
de  musgo  y  parásitas, — 
estatua  del  genio 
que  espera  con  calma 
lo  mismo  las  risas 
del  mar  en  bonanza 
que  el  grito  que  viene 
con  ecos  de  rabia 
si  el  ábrego  acaso 
agita  las  aguas. 


del  Pacífico  135 

Quisiera  en  El  Morro  do  siempre  las  ondas 

poner,  solitaria,  me  dieran  sus  lágrimas 

sobre  el  verde  cerro  y  tristes  gemidos 

mi  dulce  morada,  las  tórtolas  pardas, 
cual  nido  pajizo 

de  aquellas  torcazas  Y  allí  si  encontrase 

que  mezclan  al  ruido  mi  tumba  mañana 

del  mar  sus  tonadas.  alguno  de  aquellos 

amigos  que  me  aman, 

Quisiera  al  morirme  le  pido  que  eleve 

que  allí  me  enterraran  por  mi  una  plegaria 

en  cripta  sin  nombre  que  brote  a  sus  labios 

cercana  a  la  playa,  del  fondo  del  alma. 

La  Viciosa  tiene  1389  metros  de  largo  por  463  de  ancho  y 
El  Morro  2704  metros  por  2315.  El  canal  que  separa  a  Tumaco 
de  El  Morro  tiene  926  metros  de  anchura  mínima. 

El  río  Mira,  que  nace  en  los  Andes  del  Ecuador,  es  colom- 
biano desde  su  confluencia  con  el  San  Juan.  Su  dirección  es  la 
de  S.  N.  W.  En  el  Descolgadero,  25  kilómetros  antes  de  su  desem- 
bocadura, se  divide  en  dos  grandes  brazos:  el  Mira  al  norte,  y 
al  sur  el  Guabal,  que  desaguan  en  Tumaco  y  en  Ancón  de  Sar- 
dinas. El  brazo  Manglares  divide  al  cabo  del  mismo  nombre  en 
dos  partes.  Las  bocas  del  Mira  son:  Guabal,  Manglares,  Papagal, 
Purún,  Güinmero,  Bocagrande  y  Matapala.  El  delta  del  río  entre 
los  brazos  Mira  y  Guabal  tiene  60  kilómetros  cuadrados.  El  Mira 
en  su  curso  superior  tiene  una  profundidad  de  3  a  10  metros  y 
es  navegable  unos  60  kilómetros.  Es  de  notarse  que  las  ramifi- 
caciones de  la  Cordillera  Occidental  llegan  hasta  la  desemboca- 
dura del  Guisa  en  el  Mira. 

El  Bajito,  Bocagrande,  Cabo  Manglares,  Descolgadero,  Peña- 
colorada,  San  José  y  San  Juan,  a  24  kilómetros  arriba  de  la  isla 
Porquera,  son  poblaciones  con  sus  correspondientes  capillas.  Las 
tres  primeras  están  situadas  en  los  deltas  del  Mira,  las  dos  si- 
guientes en  el  propio  río,  y  la  última  en  el  San  Juan. 

En  Cambubí  y  en  Nulpe  hay  restos  de  tribus  de  salvajes;  y 
en  el  valle  del  río  de  Guaiquer,  el  cual  tributa  al  Guabo,  parte 
superior  del  Guisa,  residen  los  indios  coaiqueres  en  número  de 
unos  seiscientos  con  su  dialecto  propio  y  costumbres  indígenas. 


136  Costa  colombiano 

También  acuden  frecuentemente  a  Tumaco  los  cayapas  del 
Ecuador.  Esta  tribu,  numerosa  y  rica,  habita  en  el  río  Cayapa. 
Tiene  dialecto  propio;  los  indios  son  trabajadores,  muy  dados  a 
la  agricultura,  religiosos  y  llenos  de  supersticiones.  Les  place  que 
sus  hijos  sean  bautizados  y  casarse  católicamente,  lo  que  ejecu- 
tan en  la  parroquia  de  Tumaco,  donde  mercan  mil  baratijas  para 
adornarse  y  los  enseres  necesarios  para  la  vida. 

En  las  márgenes  del  río  Mira  hay  magníficas  haciendas. 
Las  tierras  son  excelentes  para  el  cacao. 

El  río  Mataje  nace  en  la  Cordillera  Occidental,  a  una  altura 
de  395  metros  sobre  el  nivel  del  mar.  Su  curso  no  pasa  de  60  ki- 
lómetros. Los  puertos  principales  son:  Tortuga,  Mataje,  pequeño 
caserío  y  El  Salto.  La  dirección  del  río  es  S.  N.  W:  corre  paralelo 
al  Mira  y  desemboca  en  Ancón  de  Sardinas.  Casasviejas  es  la  al- 
dea fronteriza  más  cercana  al  Ecuador. 

Es  de  notarse  que  los  habitantes  de  la  región  de  Piaguapí, 
Sardinas  y  Limones  se  proveen  generalmente  en  lo  espiritual  y 
en  lo  temporal  de  Tumaco. 

Según  el  Tratado  colombo-ecuatoriano  de  1916,  la  línea  de 
frontera  entre  Colombia  y  el  Ecuador  es  la  siguiente: 

«Partiendo  de  la  boca  del  río  Mataje,  en  el  Océano  Pacífico, 
aguas  arriba  de  dicho  río,  hasta  encontrar  sus  fuentes  en  la  cum- 
bre del  gran  ramal  de  los  Andes  que  separa  las  aguas  tributarias 
del  río  Santiago  de  las  que  van  al  Mira :  sigue  la  línea  de  fron- 
tera por  la  mencionada  cumbre  hasta  las  cabeceras  del  río  Qa- 
numbí,  y  por  este  río,  aguas  abajo,  hasta  su  boca  en  el  Mira ; 
éste,  aguas  arriba,  hasta  su  confluencia  con  el  río  San  Juan;  por 
este  río,  aguas  arriba,  hasta  la  boca  del  arroyo  o  quebrada  Agua 
Hedionda,  por  ésta  hasta  su  origen  en  el  volcán  de  Chiles;  si- 
gue por  la  cumbre  de  éste  hasta  encontrar  el  origen  principal 
del  río  Carchi ;  por  este  río,  aguas  abajo,  hasta  la  boca  de  la 
quebrada  Tejes  o  Teques;  y  por  esta  quebrada,  hasta  el  cerro 
de  la  Quinta,  de  donde  sigue  la  línea  al  cerro  de  Troya,  y  las 
cumbres  de  éste  hasta  el  Llano  de  los  Ricos;  toma  después  la  que- 
brada de  Pun  desde  su  origen  hasta  su  desembocadura  en  el 
Chingual  (o  Chunquer,  según  algunos  geógrafos);  de  allí  una  línea 
a  la  cumbre,  de  donde  vierte  la  fuente  principal  del  río  San  Mi- 
guel; este  río  aguas  abajo,   hasta  el  Sucumbios,  y  éste  hasta  su 


; 

- 

; 

; 

'm 

■-. 

H 

fi 

/ 

X 

— 

3) 

■: 

- 

•- 

- 

/ 

— 
:í 

- 

<- 

•  - 

k 

— 

- 

4) 

— 

- 

V 

— 

•< 

» 

••> 

— 

: 

- 

c 

■ 

— 

/ 

— 

1 

- 

; 

e 

- 

» 

— . 

- 

= 

- 

del  Pacifico  137 

desembocadura  en  el  Puíumayo;  de  esta  boca  en  dirección  Sud- 
oeste al  divortium  aquanim  entre  el  Putumayo  y  el  Ñapo,  y  por 
este  divortium  aquarum  hasta  el  origen  de  río  Ambiyacu,  y  por  el 
curso  de  este  río  hasta  su  desembocadura  en  el  Amazonas;  siendo 
entendido  que  los  territorios  situados  en  la  margen  septentrional 
del  Amazonas  y  comprendidos  entre  esta  línea  de  frontera  y  el 
límite  con  el  Brasil,  pertenece  a  Colombia,  la  cual  por  su  parte 
deja  en  salvo  los  posibles   derechos  de  terceros.» 

Algunos  de  los  puntos  anteriores  los  rectificó  la  Comisión 
mixta  de  límites,  como  lo  notará  quien  leyere. 

«Partiendo  de  ia  boca  del  río  Mataje  en  el  Océano  Pacífico, 
aguas  arriba  del  dicho  río,  hasta  el  punto  marcado  con  un  mojón, 
cuya  latitud  N.  es  la  misma  de  la  desembocadura  de  la  quebra- 
da Yarumal  en  el  río  Mira;  esto  es,  un  grado  diez  y  seis  minu- 
tos, cero  segundos  (1.°  16'  0");  de  dicho  punto,  una  línea  recta 
a  la  mencionada  desembocadura;  de  ésta,  ai  río  Mira,  aguas  arri- 
ba, hasta  su  confluencia  con  el  San  Juan.  Desde  la  confluencia 
del  río  San  Juan  con  el  Mira,  aguas  arriba  por  el  San  Juan  hasta 
el  punto  que,  en  su  ribera  izquierda,  se  le  une  una  pequeña  que- 
brada, inmediatamente  al  N.  E.  de  la  boca  del  río  Chilmá  en  el 
mismo  río  San  Juan,  quebrada  que  corre  de  S.  E.  a  N.  W.  al 
S.  del  caserío  de  Mayasquer;  sigúese  esta  quebrada  hasta  su  ori- 
gen, y  de  éste,  con  dirección  E.  astronómico  hasta  interceptar  el 
rio  Cainacán,  hasta  su  origen,  de  allí  a  la  cima  del  cerro  de  La 
Oreja;  de  dicha  cima  a  la  del  nevado  de  Chiles,  siguiendo  el  di- 
vortium aquarum  que  las  une;  de  la  cima  del  nevado  de  Chiles 
se  desciende  hasta  el  origen  principal  del  río  Carchi,  que  es  el 
llamado  Alumbre  o  Játiva ;  sigúese  el  río  Carchi,  aguas  abajo, 
hasta  la  boca  de  la  quebrada  El  Morro,  que  es  la  segunda  que 
se  encuentra  por  la  ribera  derecha,  abajo  del  puente  de  Rumi- 
chaca;  esta  quebrada,  aguas  arriba,  hasta  su  origen,  que  es  el 
punto  en  que  brotan  dos  ojos  de  agua,  entre  los  cuales  se  pon- 
drá un  mojón  con  las  siguientes  coordenadas:  0o  47'  26"  lati- 
tud N.,  77°  41'  37''  al  Oeste  de  Greenwich;  de  este  punto  se 
sigue  el  rumbo  verdadero,  92°  26'  0",  hasta  encontrar  la  quebra- 
da denominada  Tejes  o  Teques  (que  en  su  parte  superior  se 
llama  también  Pulcas),  en  la  boca  de  una  pequeña  quebrada  que 
se  le  une  en  la  margen  izquierda ;  desde  la  intersección  indicada, 


138  Costa  colombiana 

punto  en  que  se  pondrá  un  mojón  con  las  coordenadas  0o  47' 
24"  latitud  N„  y  77°  40'  43"  al  Oeste  de  Greenwich,  aguas  arri- 
ba por  la  quebrada  Tejes  o  Teques  hasta  el  pie  del  cerro  de  la 
Quinta,  donde  se  pondrá  un  mojón  con  las  coordenadas  0o  45' 
30"  latitud  N.,  y  77°  42'  28"  al  Oeste  de  Greenwich;  sigúese 
luego  por  la  cresta  que  allí  forma  el  mencionado  cerro,  hasta  su 
cumbre  más  alta,  donde  se  colocará  un  mojón  con  las  coordena- 
das 0o  45'  5"  de  latitud  N.,  y  77°  42'  31"  al  Oeste  de  Green- 
wich ;  desde  allí  a  la  cumbre  del  cerro  de  Troya,  por  el  divor- 
tium  aquarum  que  las  une,  cumbre  donde  se  pondrá  un  mojón 
con  las  coordenadas  0o  44'  25"  latitud  N.,  y  77°  42'  50"  al  Oes- 
te de  Greenwich;  desde  la  cumbre  de  Troya  continúa  la  línea  por 
el  divortium  aquarum  que  lleva  una  dirección  aproximada  E.  S. 
E.  y  se  prolonga  hasta  la  cabecera  de  la  quebrada  de  El  Pun, 
formada  por  dos  quebradas  pequeñas  que  nacen  respectiva- 
mente de  los  llanos  marcados  en  el  plano  con  los  números  1  y  2, 
de  manera  que  estos  llanos  quedan  separados  por  dicho  divor- 
tium, perteneciendo  el  número  2  al  Ecuador  y  el  número  1  a  Co- 
lombia ;  desde  la  unión  de  estas  dos  pequeñas  quebradas  que 
forman  la  de  El  Pun,  sigue  la  línea  por  esta  última  hasta  su  des- 
embocadura en  el  Chingual  o  Chunquer.» 


CAPITULO  XXI. 

Geología  de  la  Costa — La  región  del  Pacífico  descrita  por  el  sabio  Caldas. 
Las  millas — Meteorología  —Las  mareas  -Termométrica — Higro- 
metría —  Coordenadas — Cuadros  formados  por  los  Almirantazgos  in- 
glés v  americano  y   por  A.  Codazzi  —  Riqueza   aurífera. 

El  señor  R.  B.  White,  ingeniero  de  minas,  describe  de  la 
siguiente  manera  la  zona  geológica  de  la  Costa: 

«La  costa  pacífica,  del  Mira  al  San  Juan,  se  compone  en  la 
llanura  litoral  de  dilatados  depósitos  terciarios,  en  algunas  par- 
tes alterados  y  aun  cambiados  por  el  calor  (?).  Dichos  depósitos 
consisten  en  gravas  y  lechos  de  conglomerados  formados  de  arena, 
arcilla  y  marga.  En  la  parte  alta  aparecen  las  rocas  primarias  y 
secundarias,  principalmente  pizarras  y  micasquistos  jurácitos  y 
micasquistos  micácicos  y  hormbléndicos  silúricos;  en  ambos  hay 
aluviones  auríferos.  En  la  formación  terciaria  se  encuentran  don- 
de quiera  arenas  auríferas  equivalentes  a  las  de  California.  El 
aspecto  de  muchos  cerros  hace  creer  sean  de  rocas  porfidíticas  y 
otras  ígneas,  y  en  su  vecindad  se  hallan  aluviones  auríferos.  El 
conocimiento  geológico  de  la  región,  aún  deja  qué  desear  si  del 
conjunto  se  pasa   a  los  detalles.» 

El  sabio  Caldas  describe  la  región  andina  del  Pacífico  así: 
Las  islas  del  Morro  y  del  Gallo  son  de  origen  continental.  La 
base  de  aquélla  y  parte  de  la  superficie  están  formadas  de  roca  blan- 
da, y  de  la  isla  del  Gallo  parte  un  lomo  submarino  rocalloso 
hacia  el  cabo  de  Guascama.  Codazzi  atribuye  a  Gorgona  la  for- 
•  mación  terciaria,  pero  el  dato  antes  apuntado  echa  por  tierra  esa 
hipótesis. 


140  Costa  colombiana 

«Llueve  la  mayor  parte  del  año.  Ejércitos  inmensos  da  nubes 
se  lanzan  en  la  atmósfera  del  seno  del  Océano  Pacífico ;  el  viento 
oeste,  que  reina  constantemente  en  estos  mares,  las  arroja  dentro 
del  continente;  los  Andes  las  detienen  en  mitad  de  la  carrera; 
aquí  se  acumulan  y  dan  a  esas  montañas  un  aspecto  sombrío  y 
amenazador;  el  cielo  desaparece;  por  todas  partes  no  se  ven  sino 
nubes  pesadas  y  negras  que  amenazan  a  todo  viviente;  una  cal- 
ma sofocante  sobreviene;  este  es  el  momento  terrible;  ráfagas  de 
viento  dislocadas  arrancan  árboles  enormes;  explosiones  eléctricas, 
truenos  espantosos  ;  los  ríos  salen  de  sus  lechos,  el  mar  se  en- 
furece, olas  inmensas  vienen  a  estrellarse  sobre  las  costas;  el 
cielo  se  confunde  con  la  tierra,  y  todo  parece  que  anuncia  la 
ruina  del  universo.  En  medio  de  este  conflicto  el  viajero  pali- 
dece cuando  el  habitante  de  la  región  duerme  tranquilo  en  el 
seno  de  su  familia.  Una  larga  experiencia  le  ha  enseñado  que  las 
consecuencias  de  estas  convulsiones  de  la  naturaleza  son  pocas 
veces  funestas,  que  todo  se  reduce  a  luz,  agua,  ruido,  y  que  den- 
tro   de  pocas    horas  se    restablece    el  equilibrio  y  la    serenidad. 

«En  medio  de  este  país  hay  una  zona  o  capa  de  cascajo,  de 
arena,  de  piedras,  de  arcillas  diferentes,  paralelas  al  horizonte, 
y  encerrada  entre  límites  bien  estrechos.  El  término  inferior  comien- 
za a  80,  o  cuando  más  a  100  varas,  el  superior  acaba  a  800 
u  820  sobre  el  nivel  del  Océano,  y  su  grueso,  como  se  ve  es 
de  unas  720  varas,  poco  más  o  menos.  Dentro  de  estos  lími- 
tes se  halla  la  región  de  oro,  y  ellos  constituyen,  por  decirlo 
así,  los  confines  de  la  patria  de  este  precioso  metal,  mezclado 
siempre  con  el  platino  indomable  por  tantos  años.  Encima  o  bajo 
el  nivel  de  esta  famosa  capa  nunca  se  ha  hallado  un  grano  de  oro, 
y  jamás  se  ha  visto  un  átomo  de  platino.  La  zona  de  oro,  para- 
lela al  horizonte,  corre  sobre  toda  el  arca  de  estos  países,  y  so- 
bre ella  descansan  los  Andes  occidentales.  Por  consiguiente,  a 
proporción  que  se  retira  del  mar,  se  hunde  más  y  más  en  la  base 
de  la  cordillera,  y  se  hace  más  difícil  la  extracción  del  oro  y  del 
platino.  El  terreno  está  de  tal  modo  dispuesto,  que  esta  capa  se 
presenta  a  la  superficie  en  un  espacio  de  10  a  12  leguas  de  an- 
cho. Los  esfuerzos  de  muchos  millares  de  negros  no  han  basta- 
do para  agotar  esta  parte  desde  el  descubrimiento  de  este  rico 
país.    La  riqueza  de  esta  zona  no  es  constante;  en  unas    partes 


9 
■O 

s 

9 
5 

3 


1 42  Costa  colombiana 

Almirantazgos  ingles  y  americano 

Lugares                 Longitudes  Latitudes  (TV). 

W .   de  Greenwich. 

Guápi. 77°  53'     0"  2o  42'     0" 

Reyes 78    8      50  2    41    25 

Mulato    78    19    17  2    39    32 

Guascama 78    24   50  2    36   25 

Caballos 78    34   0  2    26   50 

San   Ignacio 78    41    45  2    10   40 

Tumaco  (Morro  chi- 
co; Pueblo) 78    45    29  1    49    36 

Bocagrande 78    50   50  1    49    30 

Mangles 79    3     0  1    36    50 

Casavieja 78    53  1    28   30 

Mataje 78    47  1    22    20 

Gorgona  (isla;   pun- 
ta S.) 78    12    30  2    56    30 

Gorgona  (punta  N.)..       78    10   40  3      1 

A.    Codazzi.    1551-59 

Tumaco 78°  47'  40"  Io  49'  15" 

Salahonda 78    40  2      3 

Iscuandé 77    59    25  2    31    35 

Guapi 77    50  2    35    30 

Timbiquí 77    45  2    41 

Micay... 77    34    25  2      0     5 

LA  OFICINA  DE  LONGITUDES 

Lugares           Longitudes    al     Long.    del    Mr  id.  Alt.   S  .  el              Obs. 

Norte                   de   Bogotá  n.   del  M. 

Barbacoas.  ...      Io  41'   22"   8     o°   59'     8"   70  W.  36  Mt?.      Plaza 
Cabo  Mangla 

res. Io  36'    55"  o     4o    56'  42"     o  W.  6                Mar  Pauíico 

Tumaco i°  43'   24"  o     40  41'  00"     4  W.  6 

Casasviejas Io   27'  00"  o     ^0  45'  4S"     4  W.  Costa  Mar  Pa- 
cífico 


del  Pacifico  143 


R.   Nulpe    en 

R.  Mira  (des- 

embocadura) 

Io 

2  1  ' 

H" 

0 

4' 

29' 

^o" 

4  W. 

35 

R.  Mira  (des- 

rmbocadura) 

I8 

l6' 

oo" 

0 

Mayasquer. 

ü° 

53' 

io" 

5 

3° 

57' 

4+" 

9  W. 

2145 

Iglesia 

i 

2  f 

27" 

0 

4" 

38' 

20" 

+  w. 

+  \Y. 

8 

Mataje 
Caserío 

Pan  Juan  .... 

i° 

H' 

35" 

0 

4° 

35' 

<5" 

35 

San    Juan    de 

Mayasquer... 

0 

O 

5+' 

27' 

9 

4o 

OÍ» 

55" 

2  w. 

'935 

Plaza 

El  oro  abunda  en  la  Costa  del  Pacífico.  Desgraciadamente, 
fuera  de  la  Compañía  francesa  de  Timbiquí,  en  ningún  río  hay 
trabajos  bien  establecidos.  Antiguamente  los  dueños  de  las  mi- 
nas obligaban  a  los  esclavos  a  trabajar;  pero  en  la  actualidad 
los  negros,  perezosos  e  indolentes  por  naturaleza,  se  contentan  con 
extraer  al  año  algunas  onzas  de  oro,  lo  estrictamente  necesario 
para  comprar  en  las  fiestas  anuales  los  menesteres  indispensables 
para  la  vida. 

Las  minas  de  Barbacoas,  Sanabria,  en  las  cabeceras  de  Is- 
cuandé,  Tapaje,  Mechengue  y  San  Juan  en  el  Micay  son  ricas 
en  extremo.  En  cualquier  lugar  de  la  Costa  basta  escarbar  un 
poquito  la  tierra  de  los  cerros  o  las  arenas  de  los  lechos  de  los 
ríos  para  recoger  oro.  Aquellas  minas  están  esperando  que  se  mon- 
ten maquinarias  modernas  dirigidas  por  hombres  inteligentes  y 
laboriosos  para  manifestar  hasta  dónde  llegan  los  tesoros  que  ocul- 
tan sus  entrañas.  ¿No  será  la  minería  la  redención  de  la  Costa? 


\. 


CAPITULO  XXII 

Filología — Nombres  de  varios  árboles —Propiedades  características  de  al- 
gunos de  ellos — Agricultura — Horticultura — Los  hatos — Zoología. 
Mamíferos — Aves — Insectos — Reptil- s — Peces — Moluscos. 

Cuan  exuberante  se  presenta  la  vegetación  en  la  Costa  del 
Pacífico!  Arboles  que  entrelazan  sus  ramas  forman  enmarañada 
selva,  majestuosa  e  imponente.  En  la  Costa  baja  ocupan  inmensas 
zonas  de  terreno  el  mangle  (Rizopora  mangle),  cuyas  raíces  uni- 
das semejan  una  red  de  esqueletos  de  gigantes  que  son  bañados 
a  diario  por  las  aguas  del  Océano;  el  castaño  (Matisia  casta- 
ño), y  el  zapatolongo  (Pachira  acuática). 

En  los  bosques  de  la  parte  alta  hay  multitud  de  árboles  que 
serán  una  fuente  de  riqueza  el  día  que  se  exploten.  He  aquí  al- 
gunos de  ellos  con  sus  nombres  vulgares. 

Nomenclatura  Altura  en  metros         Diámetro 

Sande 60 2,50 

Palomulato 55 3, 

Caimitopopa 50 1,50 

Quinde 50 0,50 

Zancaaraña 50 0,50 

Sebo 48 2, 

Querrés 45 1, 

Anime 40 3, 

Cháquiro 40 2, 

Caimitillo 50 2,50 

Aceitemaría 50 lj 

Fangaré 40 2 


del  Pacífico  145 

Nomenclatura  Altura  en  metros         Diámetro 

Chachajo 40 1,50 

Chachajill 40 1,50 

Jiguanegro • 40 1,50 

Caraña 40 2, 

jigua 35 8,50 

Guabillo 35 1, 

Jigualaurel 30 1, 

Jiguanabde 30 1,50 

Jiguacanelo 30 0,50 

Jigua 30 0,50 

Masearé 30 3, 

Guayacán 30 1, 

Chucurita 30 0,90 

Peinemón 30 2, 

Caimitosilbado 35 0,70 

Jiguababaso de  25  a  30   metros 1,15 

Jiguarrastrojo 25 1,15 

Perdiz 25 1, 

Huasea 22 •••  1, 

Jiguapava 20 0,50 

Higuerón 20 1, 

Doblamarimba 20 0,90 

Carbonero 20 0,90 

Carbonero-cuerosano 20 0,90 

Costillocanabón '  25 1, 

Monterrillo 20 0,90 

Cándelo 20 0,90 

Caimito 15 0,90 

Caimitoguitarra 20 1, 

Zapotillo 15 0>50 

Cusnique 15 0,70 

Mare 15 °.50 

Matapalo ••••     15 0,40 

Paco 10 0,70 

Tostado 12 0,70 

Guayabillo 8 0.50 

10 


146  Costa  colombiana 

Nomenclatura  Altura  en  metros  Diámetro 

Gaimiio 10 0,90 

Molinillo 8 0,30 

Tachuelo 8 1,50 

Pisogue 8 0,20 

Rayado 6 0,50 

Veneno 6 0,50 

Casaca 6 0,50 

Mandinga 6 0,30 

Chipero 5 0,50 

Cuerovaca 4 0,30 

Cuabotacuano 4 0,50 

Hormigo 3 0,30 

Paleto 2 0,05 

Anisillo 2 0,05 

La  madera  del  jijuapiedra  es  durísima  e  incorruptible. 
El   anisillo,  cusnique,  guayacán,  matapalo,  haraña,  higuerón 
y  anime  tienen  excelentes  propiedades  medicinales. 

Merecen  especial  atención  por  la  finura  de  su  madera  el  jigua- 
canelo,  jiguanable,  jigua,  palomulato,  zapotillo,  cháquira,  mare, 
monterillo  y  caimitopopa.  Este  último  suministra,  además,  una  fru- 
ta, y  láctex  que  se  utiliza  para  pintar. 

También  es  buena  para  el  trabajo  la  madera  de  chachajo, 
jiguanegro,  jigualaurel,  jiguarrastrojo,  jiguababaso,  jiguapava,  cai- 
mitoliso,  caimitosilbado,  quinde,  frangaré,  anime  y  querrés. 

Las  cortezas  del  chachajillo  y  veneno  tienen  propiedades  ve- 
nenosas. 

El  guabillo,  el  chachajo  y  el  masearé  se  emplean  en  la  cons- 
trucción de  embarcaciones. 

El  carbonero  y  el  carbonero-cuerosano  proporcionan  excelente 
madera  para  hacer  carbón. 

La  madera  del  rayado  es  muy  buena  para  vigas,  y  el  cai- 
mitillo  y  el  anime  suministran  resina. 

La  agricultura  está  muy  atrasada  en  la  Costa.  En  las  playas 
hay  plantaciones  de  palmeras  de  cocos,  y  de  chontaduros;  en  la 
parte  alta,  a  las  orillas  de  los  ríos  y  en  Tierra  adentro,  platane- 


del  Pacífico  147 

ras    y  cauchales,  y    en  determinados    lugares,  como  en  el    Mira, 
cacaotales.  En  las  márgenes  del  Patía  se  cultiva  el  arroz. 

La  principal  riqueza  de  Tumaco  es  la  tagua,  que  antes  de 
la  guerra  europea  se  exportaba  en  grandes  cantidades,  principal- 
mente a  Alemania,  y  ahora  a  los  Estados  Unidos,  y  es  la  que 
mejor  precio  tiene  en  los  mercados  extranjeros. 

En  las  cercanías  de  Guapi  se  hicieron  plantaciones  de  algo- 
dón, pero  sin  resultado  a  causa  de  las  continuas  lluvias. 

La  caña  de  azúcar  se  da  regularmente  en  la  parte  alta  ;  lo 
mismo  que  el  maíz. 

En  cuanto  a  los  árboles  frutales,  se  encuentran  naranjos,  li- 
moneros, aguacates,  mangos,  especialmente  en  el  cabo  de  Man- 
glares, nísperos,  y  otros  propios  de  los  climas  cálidos. 

En  ciertas  casas  particulares  se  cultivan  con  mucho  trabajo, 
por  causa  de  los  destructores  insectos,  algunas  hortalizas. 

En  la  Costa  no  hay  un  verdadero  hato,  si  bien  actualmente 
tratan  de  establecerlo  en  regla  algunos  hacendados.  Por  ese  mo- 
tivo, fuera  de  Tumaco,  es  muy  difícil  conseguir  la  leche.  Gana- 
do caballar  y  mular  casi  no  se  conoce.  ¿Habrá  diez  caballos  en 
toda  la  Costa?  Sólo  recordamos  haber  visto  cinco. 

Lo  que  no  falta  en  las  casas  de  los  negros  son  los  cerdos  y 
numerosas  aves  de  corral,  amén  de  varios  perros,  en  general  ca- 
zadores, y  un  gato  por  lo  menos. 

En  las  salvajes  selvas  de  la  Costa  se  encuentran  monos  de 
variadas  familias,  zorros,  guatís,  comadrejas,  saíno,  cafuches,  vena- 
dos, ardillas,  conejos,  armadillos,  etc. 

Debemos  confesar  que  fuera  de  las  aves  acuáticas,  garzas 
gaviotas,  patos,  etc.  no  vimos  casi  otras  en  la  Costa,  a  no  ser 
algunas  bandadas  de  loros,  y  por  la  noche,  las  lechuzas  y  mo- 
chuelos. 

En  cambio  abundan  los  insectos:  de  los  coleópteros  se  en- 
cuentran escarabajos,  y  gorgojos  de  varias  especies;  de  los  ortóp- 
teros, saltamontes  y  cucarachas;  de  los  himenópteros,  hormigas; 
délos  hemípteros,  chinches;  de  los  dípteros,  tábanos,  mosquitos 
y  moscas  de  numerosas  clases;  de  los  miriápodos,  cientopies;  y 
de  los  arácnidos,  arañas,  alacranes  y  aradores. 

En  los  ríos  se  hallan  ejemplares  de  los  queloníos  y  saurios, 
como  tortugas  y  caimanes,  y  en  los  bosques  reinan  los  ofidios  de 


148  Costa  colombiana 

innumerables  especies,  muchas  de  ellas  sin  clasificar,  a  mi  humil- 
de parecer. 

Por  lo  que  hace  a  los  peces  bien  se  deja  comprender  que 
los  hay  de  todas  clases  en  los  ríos  y  en  el  mar:  salmón,  salmo- 
nete, sardinas,  anguilas,  tiburones  y  rayas.  Se  encuentran  también 
cetáceos:  delfines,  cachalotes  y  ballenas  en  determinados  tiempos 
del  año. 

Entre  los  moluscos,  innumerables  y  sobre  toda  ponderación 
hermosos,  mencionaré  solamente  de  los  acéfalos,  las  ostras  y  la 
madreperla  de  la  isla  de  Gorgona,  donde  se  hallan  también  ma- 
dréporas.  Los  crustáceos  abundan  en  las  aguas  saladas  y  dulces. 

¡Cuánto  bien  hará  a  la  Patria  quien  haga  un  estudio  comple- 
to de  la  zoología  y  filología  de  la  Costa !  Quiera  el  cielo  que  al- 
gunos de  nuestros  religiosos  que  se  han  consagrado  al  estudio 
de  la  Historia  Natural  en  Colombia,  puedan  algún  día  dar  cima 
a  la  sublime  obra  de  hacernos  conocer  las  riquezas  que  encierra 
la  privilegiada  zona  que  lleva  el  nombre  de  Costa  colombiana 
del   Pacífico. 


CAPITULO  XXIII 

Etnografía — Costumbres  de  los  negros  —  Habitaciones — Manutención. 
Caminos  fluviales — Trabajos  ordinarios — Vestidos — Joyas  y  adornos. 
Holgazanería  —  La  música  —Bailes  y  orgías — Suceso  curioso — Bau- 
tismos, chigua/os  y  velorios  de  santos — Juegos — Matrimonios — Reci- 
bimiento a  los  Misioneros — La  banda — Fiestas — Divertimientos. 
Procesiones  fluviales— Moralidad — Los  albinos — Manera  de  contar  el 
tiempo — Supersticiones — Amuletos  —  Curanderos — Admirables  efec- 
tos de  una  oración  a   Nuestra  Señora  del  Carmen  —Nosografía. 

Los  negros  se  introdujeron  a  la  Costa  para  el  laboreo  de  las 
minas  (1).  Los  amos  que  no  respetaban  a  sus  esclavas,  algunos 
comerciantes  hispanos  que  acudían  a  aquellas  tierras  y  los  mis- 
mos indios,  que  desaparecieron  casi  en  su  totalidad  absorbidos 
por  la  raza  negra,  dieron  origen  a  buena  parte  de  los  habitantes 
de  la  Costa  que  tienen  todos  los  caracteres  del  mulato. 

La  raza  negra  se  conserva  intacta,  en  gran  mayoría;  la  india 
pura  en  mínima  proporción  en  Nulpe,  Guisa,  Saija  y  Micay;  y 
la  blanca  en  Tumaco,  Barbacoas  y  otras  poblaciones  importantes 
del  litoral,  y  en  algunas  playas  como  en  la  Vigía. 

Los  indios  son  descendientes  de  los  caribes  y  de  los  mayas 
que  entraron  por  el  Norte,  como  puede  comprobarse  por  la  ana- 
logía de  las  raíces  de  los  dialectos. 

Cotegemos  brevemente  algunas  palabras  del  dialecto  de  los 


(i)  «Para  fomentar  las  minas  (de  la  Costa)  se  formó  un  proyecto  en  el  ac- 
tual Gobierno  de  introducir  negros  por  cuenta  de  la  Real  Hacienda,  para  ven- 
derlos a  los  mineros.  Para  su  ejecución  fue  comisionado  el  Sr.  Fiscal  Yáñez.» 
Descripción  del  Reino  de  Santa  Fe  de  Bogotá  hecha  en  1 7^9* 


152  Costa  colombiana 

pos  ordinarios  las  mujeres  se  rodean  la  cintura  con  una  faja  de 
bayeta,  y  se  cubren  más  pudorosas  el  pecho  con  un  lienzo,  a  lo 
menos  en  presencia  de  personas  extrañas.  Los  hombres  entre 
pierna  y  pierna  se  colocan  un  pañuelo  anudado  atrás  y  adelante 
con  una  cuerda;  y  aun  las  mismas  mujeres  estilan  semejante  ves- 
tidura en  los  trabajos  de  min?,  si  bien  no  es  lo  común.  Los  ni- 
ños de  ambos  sexos  andan  generalmente  hasta  los  diez  o  doce 
años  en  el  traje  que  la  naturaleza  les  dio. 

Las  mujeres  se  adornan  el  cuello  con  monedas  argénteas,  con 
pedazos  de  oro  en  bruto,  y  con  valiosas  joyas.  De  éstas  la  ma- 
yor parte,  son  antiguas.  Llaman  la  atención  los  voluminosos  zar- 
cillos y  los  luengos  rosarios  de  pepas  de  oro  con  hermosas  cru- 
ces de  filigrana.  En  distintos  puntos  de  la  Costa,  y  con  especia- 
lidad  en  Barbacoas,   se  hacen   preciosos   trabajos  en  orfebrería. 

A  las  negras  les  fascinan  los  vestidos  chillones,  y  atarse  los 
cuatro  ensortijados  pelillos  de  la  cabeza  con  cintas  aparatosas. 
Nada  más  gráfico  ni  digno  de  consideración  y  risa  que  ver  a  las 
negras  cuando  se  peinan  o  tratan  de  peinarse.  Allí  es  cuando  ma- 
nifiestan la  vanidad  innata  en  la  mujer,  elevada  en  ellas  al  céntuplo. 

Los  negros  son  por  naturaleza  limpios,  y  especialmente  en  la 
Costa,  donde  se  bañan  varias  veces  al  día,  o  por  mejor  decir, 
viven  casi  en  el  agua. 

A  los  costeños  les  gusta  mucho  andar,  y  por  quítame  allá 
esas  pajas  emprenden  viajes  de  días  y  días.  Bien  se  deja  enten- 
der que  no  tienen  verdadera  noción  del  tiempo;  de  ahí  que  lo 
malgasten  tranquilamente  en  dormir  las  horas  muertas,  en  charlas 
insulsas,  en  viajes  sin  rumbo  fijo  y  a  las  veces  en  otras  cosas 
de  peor   ralea. 

Los  negros  tienen  sonora  voz  y  buen  oído.  La  música  de  la 
Costa,  importada  en  pasados  tiempos  de  los  desiertos  del  África, 
aún  conserva  algo  de  los  gemidos  de  los  desterrados  esclavos 
que  suspiraban  por  su  lejana  patria.  Las  tonadas  lúgubres  del 
boga  resuenan  en  las  selvas  seculares  durante  las  noches  como 
los  ayes  de  ultratumba;  las  décimas  que  medio  cantan  o  medio 
recitan,  impregnan  el  alma  de  melancolía. 

La  marimba,  el  instrumento  característico  de  los  negros,  con- 
siste en  varias  teclas  de  macana,  atravesadas  en  listones  transver- 
sales y  paralelos.  Las  teclas  a  las  que  el  tañedor  imprime  el  so- 


del  Pacifico  153 

nido,  al  pulsarlas  con  varitas  que  rematan  en  bolas  de  caucho, 
tienen  distintas  dimensiones,  y  bajo  cada  una  de  ellas  hay  un 
tubo  de  guadúa,  más  o  menos  largo,  a  manera  de  caja  de  re- 
sonancia. 

La  marimba,  la  tambora  y  el  conano  (tamborcillo  en  forma 
de  cono),  es  imposible  que  falten  en  las  casas  de  alguna  impor- 
tancia;  y  al  son  de  ellos  se  forman  las  más  salvajes  zambras.  Al 
principio  los  bailes  se  hacen  con  cierto  orden,  pero  a  medida  que 
los  negros  van  ingiriendo  aguardiente,  se  convierten  las  danzas 
en  saltos  desaforados;  los  cantos  en  gritos  estrindentes;  la  mú- 
sica en  sonidos  broncos  y  destemplados.  No  pocas  veces  los  bai- 
les terminan  en  puñetazos,  palos  y  cuchilladas.  Los  bailes  coste- 
ños recuerdan  los  usados  en  el  África ;  como  en  éstos  se  ven  con 
frecuencia  en  aquéllos  toda  clase  de  piruetas  y  cabriolas.  Según 
los  saltos,  curvas  y  círculos  que  describen  los  danzantes  reciben 
los  nombres  de  caderona,  agualarga,  aguachica,  tiguaranda,  la  ma- 
drugada etc. 

Un  baile  dura  generalmente  dos  o  tres  días  con  sus  corres- 
pondientes noches.  Son  frecuentísimos  y  en  muchas  partes  se- 
manales. 

En  Tumaco,  en  la  Puntilla,  existía  en  1917  una  casa  que 
alquilaba  una  mujer  cualquiera  quien  llevaba  músicos  y  aguar- 
diente; y  lo  mismo  era  comenzar  a  sonar  la  marimba  que  lle- 
narse los  salones  de  negros  danzantes.  La  mujer  pagaba  los  mú- 
sicos y  alquiler  de  la  casa  con  el  producto  del  aguardiente  ven- 
dido. Estos  bailes  duraban  desde  el  sábado  por  la  tarde  hasta  el 
lunes  por  la  mañana. 

El  baile  de  los  negros  costeños  es  de  lo  más  vulgar  y  sal- 
vaje que  hemos  podido  ver.  Cuando  por  acaso  en  un  río  en  que 
hay  un  baile  aparece  una  canoa  que  lleve  a  un  misionero,  cesan 
instantáneamente  la  música  y  la  gritería ;  y  si  el  Padre  sube  a  la 
casa  la  encontrará  perfectamente  vacía,  porque  todos  los  de  la 
parranda  se  han  arrojado  por  las  ventanas  y  han  huido  al  mon- 
te. Este  hecho  lo  hemos  presenciado  varias  veces;  y  ello  prueba 
que  los  negros  no  ignoran  lo  que  han  trabajado  los  sacerdotes 
para  extirpar  esas  abominables  orgías. 

En  la  costa  alta  se  hace  un  buen  baile  el  día  que  se  les 
pone  el  agua  a  los  niños;  y  cuando  por  vez  primera  les  cortan 


154  Costa  colombiana 

las  uñas;  para  el  uno  y  el  otro  acto  nombran  hasta  veinte  pares 
de  padrinos. 

Cuando  muere  un  niño  los  padres  hacen  el  chigualo  al  te- 
nor de  los  velorios  de  Cundinamarca  y  Boyacá.  Cubren  al  muer- 
tecito  de  flores,  y  al  rededor  de  él  bailan,  cantan  y  juegan  al 
chocolate,  trapiche,  tres,  yare,  zapajo,  zapatico,  florón,  vaca  pinta- 
da etc.  Claro  está  que  durante  el  chigualo  no  escasea  el  aguar- 
diente, como  tampoco  falta  en  los  velorios  de  los  santos  que  son 
fiestas  domésticas  establecidas  en  honor  de  algunos  de  los  bien- 
aventurados, y  que  consisten  principalmente  en  rezar  ante  una 
imagen  el  rosario  y  ciertas  oraciones,  en  cantar  determinadas  le- 
trillas, y  en  tomar  licor  y  bailar  recio  y  tendido.  Mas  sépase  que 
esto  último  se  ejecuta  en  lugar  distinto  del  en  que  se  encuentra 
el  santo,  y  que  el  más  venerado  de  la  manera  dicha  es  el  bendi- 
to San  Antonio. 

A  los  negros  les  basta  cualquier  pretexto  para  entablar  un 
baile.  ¿Que  amasan  en  una  casa?  Pues  ahí  está  la  muñeca  de  pan 
a  cuyo  bautismo  con  aguardiente  acuden  los  negros  para  formar 
con  este  motivo  el  baile.  ¿Se  mató  en  un  lugar  un  cerdo?  No  hay 
cuidado ;  no  faltarán  comensales  y  danzantes.  Fumar  también  les 
agrada   a  los   costeños ;  a   ninguno   le  falta   la  cachimba  (pipa). 

Para  los  matrimonios  los  hombres  se  visten  correctamente, 
y  las  mujeres  se  engalanan  con  toda  clase  de  perifollos  y  colores 
sin  omitir  los  zapatos,  los  que  algunas  se  los  quitan  sentadas  en 
el  suelo  de  la  calle  al  salir  de  la  iglesia  por  no  poder  resistir  por 
más  tiempo  tormento  semejante.  La  comitiva  de  los  convidados 
lleva  a  la  iglesia  a  los  novios  procesionalmente,  con  música  y  con 
paraguas  abierto,  llueva  o  haga  sol.  Al  regresar  a  la  casa  de  la 
boda,  son  de  ceremonia  los  versos  que  les  espeta  en  la  calle  el 
padrino  sobre  los  deberes  del  matrimonio.  Luego  no  falta  la  olla 
podrida  bien  sazonada,  con  aguardiente,  bailes  y  algazara. 

En  los  días  de  la  semana  santa  la  regla  costeña  ordena  sucu- 
lentas y  abundantes  comilonas  ;  principalmente  de  fríjoles,  hasta 
hartarse. 

Cuando  el  misionero  visita  un  río  y  hace  las  fiestas,  es  la 
única  ocasión  en  que  todos  los  negros  salen  de  sus  madrigueras 
de  los  ríos  y  acuden  al  pueblo.  Al  Padre  lo  reciben  con  banda  com- 
puesta de  varios  tambores,  algunas  flautas  y  chirimías,  y  aun  he- 


del  Pacífico  155 

mos  visto  hasta  un  violín  con  cuerdas  de  pita.  La  banda  toca  por 
la  noche,  a  la  hora  del  alba,  al  medio  día  y  en  las  procesiones. 
A  los  instrumentos  dichos  debe  añadirse  en  las  fiestas  solemnes 
un  acordeón. 

Durante  estos  días  los  fiesteros  o  alféreces  atruenan  el  cielo 
con  los  disparos  de  pedreros  lo  que  debía  prohibirse  porque  fre- 
cuentemente hay  desgracias. 

Por  las  noches  nunca  falta  la  vaca  loca,  cuyo  oficio  es  de- 
fender el  guarapo  que  se  coloca  en  vasijas,  bajo  un  torreón  o 
castillo,  levantado  en  la  plaza,  de  los  negros  que  armados  de  to- 
tumas tratan  de  penetrar  en  aquél  para  pillar  unos  sorbos  del 
apetecible  líquido. 

A  ciertos  santos  los  velan  o  arrollan  en  la  iglesia  toda  la 
noche  con  monótonos  cantos. 

Cuando  le  hacen  la  fiesta  a  un  santo  cuya  imagen  conservan 
en  una  de  sus  casas,  levantan  un  altar  en  una  gran  balsa,  lo  ador- 
nan con  flores  y  gallardetes,  en  él  colocan  la  estatua;  y  así  lo 
traen  al  pueblo  en  compañía  de  mucha  gente  que  arrulla  con  cantos, 
y  al  son  de  la  música  y  de  los  disparos  de  los  pedreros.  Estas 
procesiones  fluviales  son  verdaderamente  poéticas.  Los  negros  tie- 
nen mucha  fe,  y  al  sacerdote,  a  lo  menos  en  la  Costa  alta,  lo 
respetan  y  veneran;  en  la  baja  ya  es  otra  cosa. 

Todavía  existe  mucha  inmoralidad  en  la  Costa,  a  pesar  de 
la  transformación  innegable  que  se  ha  realizado  de  veinte  años  a 
esta  parte,  merced  al  trabajo  constante  e  incansable  de  los  mi- 
sioneros. 

La  ignorancia  es  completa;  lo  que  se  debe  a  la  falta  de  es- 
cuelas suficientes,  a  las  grandes  distancias  a  que  viven  los  ne- 
gros y  a  la  incuria  de  los  padres  por  el  bien  de  sus  hijos. 

En  algunos  lugares  de  la  Costa,  y  sobre  todo  en  el  río  Mi- 
cay,  se  encuentran  casos  frecuentes  de  albinos,  o  sea  individuos 
de  cabello  ensortijado  y  blanco,  piel  áspera  y  blanquísima  que 
en  los  niños  tira  a  colorada,  y  ojos  azules,  aunque  hijos  de  dos 
negros  de  pura  raza. 

Los  habitantes  de  la  Costa,  son  navegantes  excelentes  y  se 
orientan  y  conocen  las  alternativas  de  los  tiempos  como  por  ins- 
tinto, innato  en  los  hijos  de  las  aguas. 

Cuando  un  negro  trata  de  relatar  algún  hecho  o  formar  Iti— 


156  Costa  colombiano 

nerarios  lo  hace  refiriéndose  a  las  mareas  ;  nos  iremos,  dice,  a 
la  media  marea,  con  la  vaciante ;  murió  el  enfermo  con  la  llena. 
Los  negros  son  supersticiosos  en  extremo.  En  diversos  lugares  se 
imaginan  que  asustan  y  que  habitan  los  espíritus  malignos.  A 
pie  juntillas  creen  cuanto  se  les  refiera  incomprensible  y  miste- 
rioso por  extravagante  que  sea.  La  patasola  es  un  duende  que 
tiene  un  mero  pie  a  manera  de  molinillo,  la  cual  corre  a  la  gen- 
te en  los  bosques,  travesea  en  las  casas  y  se  lleva  a  los  niños; 
en  las  playas  se  ven  frecuentemente  sus  huellas.  Las  brujas  abun- 
dan; y  hay  personas  que  ojean  (aojan)  a  la  gente  y  a  los  ani- 
males. Las  enfermedades  producidas  por  el  aojo  sólo  pueden  cu- 
rarse con  saliva  de  ciertas  personas  privilegiadas,  untada  en  el 
ombligo  del  doliente. 

Las  madres  ponen  al  cuello  de  sus  hijos  colmillos  de  anima- 
les y  pepas  de  algunos  árboles  para  librarlos  de  las  visiones.  Y 
no  faltan  agoreros  que  vaticinen  y  digan  que,  merced  al  zumo  de 
cierta  yerba,  ven,  como  tras  un  cristal,  el  seno  de  la  tierra,  y  en 
él  las  guacas,  el  oro  y  las  piedras  preciosas.  Estos  mismos  sue- 
len dárselas  de  médicos  que  ciertamente  embarcan  a  muchos  para 
la  otra  vida  a  pesar  de  poseer  lo  que  llaman  su  piedra  fi- 
losofal, que  hemos  tenido  en  la  mano  con  la  cual  lo  saben  todo, 
y  dicen  que  a  través  de  ella  ven  los  órganos  internos  del  cuerpo 
y  las  enfermedades  que  los  aquejan.  Hay  negras  que  intentan 
verdaderos  maleficios  amatorios.  No  logran  su  intento,  pero  sí  es 
cierto  que  hacen  a  no  pocos  incautos  víctimas  de  sus  venenosas 
hierbas. 

Podríamos  citar  numerosas  oraciones  a  que  atribuyen  los  ne- 
gros efectos  infalibles;  las  cuales  recitan  a  diario  y  llevan  escri- 
tas en  papeles  pendientes  del  cuello;  pero  lo  haremos  únicamente 
con  una  a  la  Virgen  del  Carmen,  comunísima  en  la  Costa,  y  cu- 
riosa por  lo  que  a  la  explicación  de  los  resultados  de  ella  se 
refiere. 

«Oración  a  Nuestra  Señora  del  Carmen. 

«Virgen  purísima,  que  diste  a  luz  al  Salvador  del  mundo, 
hermosa  azucena  más  que  la  flor  y  que  la  maravilla  del  mundo.» 

«Eficacia  de  esta  oración.  Cogieron  a  un  hombre,  le  colga- 
ren  la  oración,  y  lo   maniataron  y  lo  arrajaron  al   mar;  se  fue 


o 

— 

x 

"i 

V 

- 

— 
— 

es 


del  Pacifico  Í57 

rebalsando  por  encima  del  agua  y  no  se  ahogó;  de  manera  que 
las  gentes  de  ese  lugar  se  quedaron  espantadas  de  ver  ese  gran 
suceso.  Por  acabar  de  probarla  se  la  pusieron  a  un  perro;  lo  ma- 
niataron le  amarraron  cien  ladrillos  y  lo  arrojaron  al  mar.  Pasó 
lo  mismo:  fue  rebalsándose  por  encima  del  agua  y  no  se  ahogó. 
Le  ouitaron  la  santa  oración  y  se  ahogó  fácilmente.  Si  alguna 
mujer  hubiese  de  parto  y  no  pudiese  dar  a  luz  se  le  podrá  po- 
ner esta  santa  oración  en  el  pecho  y  alumbrará  sin  peligro.  Ven- 
drá la  Santísima  Vigen  a  echarle  su  santísima  bendición  o  sea 
la  del  Padre,  la  del  Hijo  y  la  del  Espíritu  Santo.  Amén. 

«Si  algún  enfermo  hubiese  de  muerte  y  no  pudiese  morir,  se 
le  podrá  poner  esta  santa  oración  sobre  la  barriga  y  se  le  arran- 
cará el  alma;  retirará  al  diablo  seis  leguas  mar  afuera;  vendrá 
la  Santísima  Virgen  a  echarle  su  santísima  bendición  que  será  la 
de  Dios  padre,  la  del  Hijo  y  la  del  Espíritu  Santo.  Amén. 

«Así  es  que  el  que  sabe  esta  santa  oración  no  será  perse- 
guido de  ningunas  visiones,  ni  de  las  justicias.  No  creas  en  ora- 
ción del  enemigo.  Cree  en  esta  santa  oración :  que  si  crees  en 
ella  y  así  lo  hicieres,   te  verás  gloriado. 

«En  la  casa  donde  saben  esta  santa  oración  no  caerán  rayos, 
ni  centellas;  quien  la  rece  no  muere  en  guerras,  ni  muere  con 
balas,  ni  muere  ahogado,  ni  tendrá  muerte  de  repente,  ni  muere 
desauxiliado.  Vendrá  la  Santísima  Virgen  a  cogerlo  en  sus  bra- 
zos echándole  su  santísima  bendición  que  será  la  de  Dios  Padre, 
y  la  de  Dios  Hijo  y  la  del  Espíritu  Santo.  Amén.» 

A  pesar  de  la  vida  antihigiénica  de  los  negros,  que  se  ali- 
mentan mal,  pasan  en  los  viajes  cuatro  o  cinco  días  sin  dormir; 
cuando  trabajan  lo  hacen  rudamente,  se  bañan  acalorados,  aguan- 
tan a  la  intemperie  continuas  lluvias  etc.,  alcanzan  muchos  a  la 
senectud  y  viven  sanos  y  robustos. 

Las  enfermedades  que  se  sufren  en  la  Costa  son  las  siguien- 
tes:  el  paludismo,  que  ataca  a  los  blancos  más  que  a  los  negros, 
la  furunculosis,  la  eczema,  la  psoriasis,  la  cloasma  el  beriberi, 
la  elefantíasis,  la  sífilis  y  el  carate.  En  algunos  puntos,  como  en 
Tumaco,  la  tuberculosis  hace  estragos;  pero  lo  que  pide  un  pronto 
remedio  es  la  sífilis  en  sus  diversas  manifestaciones,  extendidí- 
sima  entre  los  negros. 

La  fiebre  amarilla  parece  que  ha  desaparecido;  no  así  la 
perniciosa,  que  se  manifiesta  de  vez  en  cuando,  y  empuja  al  ce- 
menterio a  muchas  victimas. 


CAPITULO  XXIV 

La  poesía  popular — Algunas  reflecciones  sobre  ella — La  poesía  y  la  músi- 
ca— Cantares  de  la  poesía  costeña — Algo  de  Fonética — Influencias 
ajenas  en  los  cantares  costeños. 

En  la  Costa  del  Pacífico  la  poesía  se  manifiesta  vigorosa 
con  aquella  enjundia  y  sabor  que  le  da  el  alma  popular.  Esos 
negros,  que  moran  como  disgregados  en  un  rincón  de  la  tierra 
del  resto  de  los  hombres,  que  apasientan  sus  entendimientos 
con  las  obras  de  modernos  versos  ¡quien  lo  creyera!  son  verdade- 
ros poetas.  No  lo  serán  para  aquellos  que  hacen  consistir  la 
poesía  en  hermosas  frases,  vacías  de  sentido,  para  quienes  sa- 
crifican el  fondo  a  la  forma,  para  los  que  no  saben  componer 
una  estrofa  sin  traer  a  colación  a  los  dioses  de  Grecia,  a  los 
héroes  de  Roma  y  a  las  sultanas  de  los  harenes  turcos,  lo  que 
a  la  mayoría  de  los  hombres  les  importa  un  comino.  La  poesía 
que  canta  a  la  propia  tierruca,  a  la  casita  situada  a  las  orillas 
de  los  caudalosos  ríos  o  en  las  playas  que  besan  las  olas  del 
mar,  a  las  barquillas  que  se  desusan  sobre  las  aguas  en  las 
tardes  crepusculares  o  en  las  noches  de  luna,  a  los  bosques  de 
árboles  seculares,  a  la  novia  a  quien  se  le  entrega  el  corazón. 
a  las  serenas  diversiones  caseras,  a  los  niños  a  quienes  arreba- 
tó la  muerte,  al  divino  infante  Jesús  y  a  su  madre  María  San- 
tísima; la  poesía  que  traduce  los  sentimientos  del  alma  popular, 
es  la  propia  de  los  negritos  costeños.  No  vayamos  a  buscar  en 
aquella  pleve,  divorciada  por  naturaleza  de  lo  erudito,  cantares 
de  corte  moderno,  versos  pulidos  de  alabastro,  peregrinas  pala- 
brejas sacadas  de  las  entrañas  del  diccionario,  cuando  no  forma- 
das en  las   canteras  de  las   hablas  extranjeras,  porque  nada  de 


del  Pacífico  I59 

esto  encontraremos;  pero  en  cambio  nos  llegarán  hasta  el  alma 
deliciosas  ternezas  nacidas  espontáneamente  del  fondo  de  los  co- 
razones, como  las  florecillas  que  brotan  de  los  bosques. 

¿Cuándo  nos  convenceremos  de  que  el  pueblo  es  un  riquí- 
simo venero  de  verdadera  poesía?  La  poesía  popular  es  uno  de 
los  factores  más  poderosos  para  conocer  la  idiosincracia  y  las 
costumbres  de  los  habitantes  de  una  región.  Porque  ella,  como 
el  niño,  dice  lo  que  siente;  manifiesta  el  estado  del  alma  triste, 
sano  o  enfermizo  sin  embajes,  con  absoluta  espontaneidad.  Por 
eso  en  los  cantares  populares  de  la  Costa  se  nota  la  salvajez 
del  negro  que  vive  entre  las  vírgenes  selvas  de  los  trópicos  y 
la  melancólica  nostalgia  del  pobre  desterrado  que  añora  a  la 
originaría  patria  ausente.      • 

Los  negros  transportados  a  nuestro  litoral  pacífico  del  África 
vivieron  en  esta  zona  consagrados  al  laboreo  de  las  minas,  ais- 
lados del  resto  del  país  causa  de  la  extraña  situación  topográfica 
de  una  región  situada  entre  el  mar  y  la  cordillera  occidental;  y 
justamente  por  este  motivo  han  conservado  su  espíritu  netamente 
africano  que  se  trasluce  en  sus  cantares,  impregnados  de  melancolía. 

Al  negro  le  fascina  cantar.  En  los  velorios  a  los  santos,  en 
los  bailes,  en  los  matrimonios,  en  los  natalicios,  en  las  reuniones, 
es  imprescindible  entonar  las  cancioncillas,  sin  las  cuales  no  tie- 
nen razón  las  fiestas  y  se  hacen  las  horas  enfadosas  y  las  conver 
saciones  desapasibles. 

¿Qué  significa  aquélla  voz  que  repercute  con  melodioso 
acento  en  la  inmensidad  silenciosa  del  bosque?  Es  la  negrilla 
que  canta  en  la  mina  mientras  lava  el  oro.  Y  aquellos  ecos 
apagados  que  llegan  hasta  las  casas  ribereñas  interrumpiendo  el 
silencio  de  la  noche  son  de  las  canciones  que  en  las  barcas 
modulan  al  compás  de  los  remos,  los  bogas  que  transitan  por 
los  ríos.  El  mar  lleva  sobre  sus  olas  a  grandes  distancias  las 
barcarolas  de  los  pescadores;  en  los  campos  y  en  los  hogares 
se  recitan  décimas  o  temas  y  en  las  playas  cerca  a  una  casa  se 
oyen  los  madrigales  del  galán  enamorado. 

En  los  pueblos  incipientes  la  poesía  y  la  música  andan 
juntas;  se  alimentan  de  un  pecho;  son  hermanas  gemelas,  hijas 
del  mismo  seno.  En  la  Costa,  aun  los  versos  que  los  negros 
llaman  décimas,  los  recitan  semitonados,  por  decirlo  así.. 


160  Costa  colombiana 

La  estructura  de  las  estrofas  de  los  cantares  costeños  tie- 
ne cierta  selvatiquez,  algo  de  enmarañado,  propio  de  aquellas 
tierras  bravias. 

El  romance,  como  adecuado  para  vaciar  en  él  todo  el  al- 
ma, lo  manejan  los  negros  a  su  albedrío,  sin  doblegarse  ante 
reglas  cuya  existencia  ignoran,  de  donde  se  originan  la  mezcla 
de  asonantes  y  consonantes  o  el  uso  exclusivo  de  los  segundos, 
la  falta  de  métrica  muchas  veces  y  la  no  carencia  de  otras  co- 
allas que  los  críticos  anatematizan  con  justicia,  pero  que  merecen 
indulgencia  en  el  vulgo  por  lo  que  vale  el  fondo  recio  y  pu- 
jante unas  veces,  jocoso  otras,  sencillo  y  tierno  siempre. 

El  amor  y  las  grandes  pasiones  inspiran  a  los  trovadores 
costeños,  y  si  acaso  manifiestan  sus#sentimientos  de  una  mane- 
ra si  se  quiere  hasta  grocera,  debe  tenerse  presente  lo  que  in- 
fluye en  el  ánimo  de  lo  que  se  llama  el  medio  y  lo  que  son 
aquellas  naturalezas  sin  domeñar,  fuertes  como  los  robles  de 
sus  bosques,  e  impetuosas  como  los  torrentes  de  sus  ríos. 

Hemos  visto  negros  que  sin  saber  leer  ni  escribir  improvi- 
saban largas  composiciones  y  las  conservaban  en  la  memoria. 

En  ciertos  cantos,  en  los  chigualos  y  en  los  arrollos  al 
Niño  Dios,  tres  o  cuatro  personas  cantan  los  solos  y  toda  la 
gente  el  coro  o  los  estribillos.  En  los  chigualos  se  encuentran 
versos  verdaderamente  sentimentales  y  en  los  villancicos  hay  ri- 
queza de  espirituales  melodías. 

Al  estudiar  la  poesía  popular  debe  tenerse  en  cuenta  la  fo- 
nología de  la  región,  lo  que  influye  directamente  en  la  mayor  o 
menor  armonía  del  verso.  Para  nosotros  hay  lugares  en  que  la 
modalidad  fonética  de  los  negros  no  es  otra  cosa  que  la  de  las 
lenguas  africanas  que  hablaron  sus  mayores.  Los  sonidos  son 
perfectamente  guturales,  duros  y  estridentes.  La  S,  aun  en  mi- 
tad de  palabra  la  pronuncian  como  la  /;  Crijto,  no  como  la  an- 
tigua H  aspirada  en  castellano,  sino  como  algo  que  parece 
un  desapasible  chirrido.  Esto,  sin  embargo,  no  es  lo  común;  se 
conserva  en  la  parte  alta  de  ciertos  ríos;  es  decir,  en  los  sitios 
en  que  no  ha  existido  roce  con  extrañas  gentes. 

La  supresión  de  la  5  y  de  las  consonantes  finales,  el  cambio 
propio  de  Andalucía  de  la  Z  por  la  S,  de  la  Ll  por  la  Y;  y  también 
de  la  D  por  la  /?,  es  bastante  ordinario.  El  fenómeno  de  la  S  lo 


dzí  Pacifico 


161 


encontramos  aun  en  las  gentes  de  pro.  En  el  género  picaresco  se 
nota  en  la  Costa  la  influencia  ecuatoriana. 

Para  confirmación  de  lo  que  llevamos  dicho  y  entreteni- 
miento y  solaz  de  los  literatos,  aportamos  al  caudaloso  río  de 
la  colección  de  los  cantares  populares  colombianos,  el  límpido 
y  murmurador  riachuelo  de  algunos  del  litoral  Pacífico,  recogi- 
dos por   nosotros  aquí  y  allá  de  las  bocas  de  los  negros. 


CAPITULO    XXV 


Colección  de  cantares  de  los  indios  costeños  (1) 


CH IGUALO 

Que  dichoso  ete  angelito 

Que  para  el  cielo  nació! 

Más  dichosa  fue  su  madre 

Que  para  el  cielo  parió. 

Chigualito,  chigualito, 
Qué  dichoso  ete  angelito! 

Madre,  como  no  llora? 
Padre,  como  no  sentí? 
Que  ya  me  voy  ausenta 
De  la  patria  en  que  nací. 

Chigualito,  chigualito, 
Qué  dichoso  ete  angelito, 

Angelito-  ándate  al  cielo, 
Anda  compone  el  camino, 
Pa  cuando  vayan  allá 
Tu  madrina  y  tu  padrino. 

Chigualito,  chigualón, 
Para  amante  corazón. 

A  los  ángeles  del  cielo 
Les  he  mandao  a  pedí 
Una  pluma  de  tus  ala 
Para  podé   ecribí. 

Chigualito,  chigualón, 
Para  amante  corazón. 


Los  angele  en  el  cielo, 
También  tienen  alegría, 
Cuando  les  llega  de  nuevo 
Una  grande  compañía. 

Chigualito,  chigualón, 
Para  amante  corazón. 

Ejta  playa  ejtá  mojada 

Y  aguacero  no  ha  llovió, 
Lágrima  de  mi  niñito 
Que  me  tiene  aquí  perdió. 

Chigualito,  chigualito, 
Que  dichoso  ejte  angelito, 
Que  para  el  cielo  naciój 
Más  dichosa  fue  su  madre 
Que  para  el  cielo  parió. 

En  el  matrimonio. 

Ya  te  casaste; 
Tuviste  razón; 
Ahora  complirés 
Con  tu  obligación. 

Todas  las  mañanas 
Te  has  de  levanta 
A  barrer  la  casa 

Y  a  hacer  de  almorzá. 

No  salgas  a  la  calle 
Sin  dar  de  almorzá, 


(i)   Hemos  dejado  en  los  versos  algunas    letras  que    los    negros  no  pronun- 
cian, en  gracia  a  la  claridad  y  armonía. 


La  Madre  Enoarn.aoión 

FUNDADORA      DE      LAS      RELIGIOSAS   >BETLEMlTAS 


del  Pacifico 


163 


Porque  tus  amiga 
Te  han  de  murmura. 

No  tendrás  amiga 
En  la  vecindá 
Porque  son  cuchillo 
Que  te  han  de  mata. 

A  tu  marido  . 
Lo  has  de  cuida, 
No  cuides  a  otro 
Porque  has  de  peca. 

Quiere  a  los  hijos 
Si  Dio  te  lo  da, 
Y  el  mismo   cielo 
Te  bendecirá. 

CANTARES 

De  lo  hijo  de  mi  madre, 
Yo  fui  el  que  nací  el  primero 
Yo  fui  el  que  arranqué  la  espada 
Donde  clavó   Olivero. 


El  santo  papa  de  Roma 
Se  propuso  a  consagra; 
Los  serafine  le  cantan 
En  el  coro  celetiá. 

La  boca  de  ejte  angelito 
Cuando  viene  de  dormí, 
Parece  un  botón  de  rosa 
Acabadito  de  abrí. 

Ya  salió  la  luna  al  aire 
Alumbrando  lo  potrero; 
Onde  nacieron   lo  burro, 
Nacieron  lo  conservero. 

Ya  salió  la  luna  al  aire 
Alumbrando  naranjale, 
Onde  nació  Jesucrijto 
Nacieron  lo  libérale. 

Buen  amigo,  le  pregunto, 
Quiero  que  me  dé  razón: 
Cómo  podré  yo  viví 
Sin  que  hable  de  mi  opinión? 


De  los  hijos  de  mi  padre,  Para  arriba  corre  el  agua, 

Yo  fui  el  que  naci   varón.  Para  abajo  a  borbollón, 

Yo  fui  el  que  arranqué  la  espada  Así  correrá  mi  fama 

Donde  clavó  Sansón.  En  vana  conversación. 


Buena  noche  gran  amigo, 
Aunque  no  le  sé  su  nombre, 
Porque  estoy  recién  bajao 
De  la  montaña  de  Londre. 

El  chocolate  es   un  santo, 
Que  de  rodilla  se  muele, 
Con  la  mano  e  que  se  bate, 
Mirando  al  cielo  se  bebe. 

Al  infierno  me  bajé 
Solo  con  mi  escapulario. 
Al  diablo  lo  hice  reza 
El  santísimo  rosario. 

Por  el  pretil  de  una  iglesia 
Yo  vide  a  mi  Dio  paseando, 
Y  para  mayó  grandeza 
Vide  otro  Dios  consagrando. 

Debajo  de  Crijto  ejtán 
Las  cinco  letra  vocale; 
Dime  si  fueron  iguale 
Las  doce  en  que  pecó  Adán, 


Abajo  la  cinta  verde, 
Arriba  la  colorada, 
Abajo  lo  mochoroco 
Con  las  espada  parada. 

Dame  los  brazo;  odió, 
Que  me  vengo  a  despedí; 
No  llorará  mi  muerte; 
Yo  nací  para  morí. 

La  muerte  te  ejtá  llamando, 
No  le  quiere  responde 
Y  ella  te  ha  de  da  un  palo 
Que  no  te  pueda  mové. 

Cuando  te  vas  a  baña 
Llevaré  cuchillo  y  lanza, 
Poque  están  los  conservero 
Como  perros  en  matanza. 

Mucho  me  acuerdo  de  ti, 
Mucho  lloro  por  tu  ausencia. 
Tú  no  te  acuerda  de  mí; 
Que  ingrata  correspondencia! 


164 


Costa  colombiana 


Ven  a  mora  con  migo 
Oh  niña  de  lo  mare; 
Lloro  a  diario  por  ti 
Con  mi  padre  y  mi  madre. 

Para  boga  en;  los  río 
Me  bajta  mi  canalete, 

Y  en  mi  casa  una  morena 
Que  me  abrace  y  que  me  bese. 

Matica  de  allajatica. 
Matizada  con  romero, 
Sólo  de  tan  bella  boca 
La  contestación  espero. 

La  blanca  no  me  ha  querío 

Y  me  miran  de  reojo; 
Pero  quiero  a  mi  morena 
Con  su  boquita  y  sus  ojo. 

Para  mira  tu  hermosura 
He  venío  de  muy  lejo; 
Hace  mese  que  en  los  río 
De  día  y  noche  navego. 

Por  tu  ceja  vivo  ancioso; 
Por  tu  color  singulá; 
Tus  ojos  son  de   crista; 
Tus  pestañas  laboriada; 

Y  tu  carita  engastada 
No  me  canso  de  mira. 

Esta  noche  he  de  salí 
Para  ver  a  mi  morena, 
Cuando  la  luna  se  dentre 

Y  su  madre  ya  se  duerma. 

Dende  que  tu  me  miraste 
Me  dejaste  enamorao; 
Dende  entonce  ya  no   como 

Y  me  siento  acongojao. 

Yo  te  vide  conversando 
En  la  playa  con  un  mozo; 
Cuidadito  no  me  engañes, 
Cuidadito  que  te  cojo. 

Con  mi  chinchorro  he  cogió 
Mucho  peje  para  tí; 

Y  plátano  del  colino 
Con  rascadera  y  ají. 

Como  caen  todo  lo  peje 
En  la  punta  del  anzuelo, 


Han  de  caer    la    mujere 
En  lo  hondo  del  infierno. 

Para  mí  no  hay  sol  ni   luna, 
Noche,  mañana  ni  día; 
Pue  sólo  en  ti  vida  mía, 
Pensando  estoy  a  la  una: 
A  la  do  con  atención; 
A  la  tre  dice  mi  suerte, 
Vida  mía  que  por  quererte 
Qué  larga  la  hora  son. 

Cuando  en  las  agua  del  má 
Voy  remando  en  la  canoa, 
Si  amaina  la  brisa  canto 
Mis  décima  y  mis  loa. 

Cuando  en  las  aguas  del  río 
Me  ataca  alguna  visión, 
La  auyento  con  lo  cantare 
Que  mi  mama  me  ensenó 

Como  dueño  de  la  flore 
Te  pusiera  en  un  juardín. 

Y  adorara  lo  primore 
De  mi  bello  serajuín. 

Esa  persona  exquisita 
No  me  canso  de  admira; 
Aquí  tenéis,  señorita, 
Un  esclavo  a  quien  manda. 

Todo  el  mundo  lo  he  andado 
Desde  la  seca  a  la  meca; 

Y  no  he  podido  encontré 
Coteja  pa  mi  muñeca. 

Desde  el  vientre  de  mi  madre 
Nací  con  mi  enteligencia, 
Para  no  rendirme  a   naide 
En  cualesquera  pendecia. 

Yo  anduve  en  la  mar  del  norte, 
En  Lima  y  en  el  Callao; 
He  cantado  con  dolores 

Y  a  mí  no  me  han  rebajao. 

Adonde  ejtá  ese  que  salió 
Con  tan  grande  atrevimiento 
Sin  hacerme  acatamiento 
Sabiendo  que  aquí  ejtoy  yo? 

No  quiero  sombrero  blanco 
Porque  no  soy  caballero, 


del  Pacífico 


165 


Con  mi  sombrerito  negro 
Me  paso  por  donde  quiero. 

Yo  tengo  el  alma  oprimida 
Como  las  agua  del  mar, 

Y  tú  la  tiene  tan  dulce 
Como  el  agua  de  toma. 

Yo  ejtuve  en  la  serranía 

Y  lloraba  por  volvé 

A  la  playa  de  la  cojta 
Donde  el  rna  me  vio  nace. 

Cuando  venga  de  Tumaco 
Cosita  te  he  de  trae, 
Cinta  para  tu  cabeza, 
Botine  para  tu  pie. 

Te  pusiera  una  corona 

Y  bajara  a  ser  cautiva; 

Te  hiciera  dueña  del  mundo, 
Aunque  es  poco  lo  que  diga. 

Yo  vivo  como  los  peje 
En  las  agua  de  la  ma; 
Yo  estuve  en  el   Ecuador, 
En  el  Chocó  y  Panamá. 

Tus  ojos  me  dieron  lú. 
Tus  labio  me  dieron  vida, 

Y  bailo  con  tigo  sola 

Si  me  tocan  la  marimba. 

Arr  olios 

Arrollo  mi  niño 
Arrollo  mi  Dio, 
Tiritando  nace 
Divino   Señó. 

Po  qué  llora  el  niño 
Decidno  pastore 
Será  po  nosotro 
Pobre  pecadore? 

Niñito  querío, 
Niñito  adorao, 
Nosotro  te  queremo, 
Nosotro  te  adoramo. 

Oh  recién  nacido 
Recibe  lo  done; 
Nosotro  te  ofrecemo 
Nuejtro  corazone. 


Arrollo  mi  niño, 

Y  arrollo  mi  Dio, 
Tiritando  nace 
Divino  Señó. 

Arrollen,  arrollen  al  Niño  Dio, 
Esta  noche  es  noche  buena 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Es  noche  de  no  dormí, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Está  la  Virgen  de  parto, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 

Y  a  las  doce  ha  de  parí; 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 

Y  ha  de  parí  un  infante 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Blanco,  rubio  y  colorao,_ 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Han  de  decí  que  es  pastor, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Para  guarda  su  ganao, 
Arrollen,  arrollen  al  Niño  Dio. 

Arrollen,  arrollen  al  Niño  Dio 
Esta  sí  que  es  noche  buena 

Y  arrollen  al  niño  Dio, 
Noche  de  tanta  alegría, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio 

Caminaba  San  José, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
En  compañía  de  María, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Vamos  a  Belén,  pastore, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Que  en  Belén  la  gloria  está 

Y  arirollen  al  Niño  Dio, 
Vamos  a  ver  a  María, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Hincadita  en  el  portal, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Vamos  a  ver  al  infante, 

Y  arrollen  al  Niño  Dio, 
Que  nos  ha  nacido  yaL 
Arrollen,  arrollen  al  Niño  Dio, 

Décimas  o    temas 

Si  me  oyeras  sospirar, 
Mi  bien  por  ti  tan  de  veras, 
Lástima  te  había  de  dar 
Aunque  amor  no  me  tuvieras. 

Desde  aquel  funesto  día 
Que  tus  ojos  me  juartaron, 


166 

Tres  cosas  se  me  alejaron; 
Gusto,  placer  y  alegría. 
Es  tanta  la  pena  mía 
Que  te  puedo  asegurar, 
Que  a  un  bronce  hiciera  llorar 

Y  a  la  más  serpiente  fiera; 

Y  tu  pecho  enterneciera, 
Si  me  oyeras  sospirar. 

Tengo  vista  una  paloma 

Y  la  rama  en  que  se  asienta; 
De  este  mes  para  adelante 
Cuidao  con  el  libro  e  cuenta. 

Voy  a  junta  un  rialito 
Pa  compra  mi  cuchillito 

Y  mi  caja  e  fulminante, 
Pólvora  también  bajtante, 
Para  anda  de  loma  en  loma 
Con  mi  ponchito  de  lona. 
Poque  aquí  en  este  paí 
Tengo  vista  una  paloma 

Y  la  rama  en  que  se  asienta, 
Cuidao  con  el  libro  e  cuenta 
Le  dé  un  palo  y  me  la  coma. 

Salió  un  pobre  una  mañana; 
A  la  casa  de  un  rico  entró 
A  pedí  una  limosna: 
Señó  po  el  amó  de  Dio. 

El  rico  desque  lo  vido 
Hizo  que  se  sonrió, 
El  rico  le  contestó; 
Qué  vení  hace  aqui? 
A  vé:  hurta  pa  come. 

Y  entonce  le  respondió: 
Ese  no  es  mi  procede 
Ni  meno  mi  condición; 
Manque  estoy  en  carne  humana 
Es  muy  grande  mi  podé, 
Todo  lo  puede  el  trabajo; 

Yo  no  soy  Lucifé. 

Una  vez  pedí  posada; 
Me  la  dieron  muy  ligero, 
Poque  siempre  el  foratero 
De  domi  tiene  en  la  sala. 

Y  eto  no  petañaba, 

Po  que  siempre  me  presino, 
Me  levanté  con  gran  tino, 

Y  eso  me  previno 
Róbame  en  la  petañaa 
Una  vela  del  alta. 


Costa  colombiana 

Yo,  pue,  era  hombre  dañino, 
Yo,  que  la  taba  encendiendo, 
Se  alevanta  el  dueño  e.casa; 
Amigo  que  qué  ta  haciendo; 
Hora  verá  lo  que   pasa, 
Yo  me  taba  persuadiendo 
Que  me  decía  si  sos  vo 
Que  te  roba  tan   veló 
La  vela  del  Redentó. 

Quién  con  Jesucrijto  habló, 
Quién  fué  el  que  fue  a  pregunta, 
Quien  fue  el  que  vino  diciendo 
Que  el  mundo  se  iba  acaba? 
El  primero  fue  el  cometa 
Que  el  ocho  había  de  salí, 

Y  cómo  íbamo  a  dormí 
En  el  cambio  del  planeta? 

La  luz  que  nos  elumina 
Ya  se  nos  quiere  oculta, 
Ya  vemo  las  escurana, 
Ya  el  sol  no  quiere  alumbra, 
Poque  el  santo  sacerdote 
De  la  playa  se  no  va. 

Dio  manda  angele  del  Cielo 
Vetido  de  sacerdote 
Que  con  luz  de  su  inocencia 
Aclaran  tanta  tiniebla 

Y  a  alacrane  y  culebra 
Les  hacen  busca  su  cueva. 
El  sacerdote  del  pueblo 

A  blanca,  morena  y  negra 
Las  mandó  a  cargar  cascajo 
Pa  la  obra  de  la  iglesia. 
Varia  blanca   enfurecida 
Les  causó  mucha    impresión 
Poque  las  bia  comparado 
Con  las  pobres  negrecita. 

Y  el  Padre  en  la  confesión 
No  daba  la  absolución 

Si  no  se  iban  al  trabajo 
A  cargar  también  cascajo. 
Una  ocasión  en  Patía 
Iba  con  mi  machetico; 
Topé  un  grande  dominico, 
Oh  qué  buena  la  ocasión! 
Aunque  me  digan  ladró, 
Cojorruto  sin  segundo, 
Con  mi  machete  iracundo 
Limpié  too  un  plataná, 
Poque  es  bonito  roba 

Y  es  habilidá  en  el  mundo. 


del  Pacífico 


167 


En  el  cementerio 

Aquí  estoy  considerando 
Mi  sepultura  y  entierro 

Y  ete  pie  de  tierra   ocupo 

Que  a  mí  mesmo  me  da  miedo. 
El  corazón  se  me  abrasa. 
Me  sacan  amortajao 
A  la  mitad  de  eta  casa. 
Me  han  de  saca  a  vela; 
Por  ser  la  última  ve,^ 
Vénganme  a  acompaña, 
Eso  que  nos  acompaña. 
Eso  será  nuestra  madre, 
Eso  serán  los  del  duelo, 

Y  eso  no  lo  sabe  naide. 
Ni  dé  su  brazo  a  toreé, 
Que  aquí  estoy  considerando 
El  fin  que  fiemo  de  tené. 

El  fin  que  hemo  de  tené 
Solamente  Dio  lo  sabe 
Con  su  infinito    podé; 
Sálvete  Dio,  reina  y  madre. 

Quien  enseñó  esta  verdá 
fue  aquel  Padre  Misionero; 
Ejta  palabra  bajaron 
Del  mesmo  Dios  verdadero. 

Me  llaman  el  bebedor    (l) 
Porque  bebo  aguardiente, 
El  aguardiente  emborracha 

Y  el  dulce  bota  los  dientes; 
Más  vale  vivir  borracho 

Y  no  mi  boca  sin  dientes. 
El  aguardiente  me  gusta 
Tenerlo  un  rato  en  la  boca, 

Y  les  tengo  que  decir 

Que  el  hombre  no  se  provoca 
Porque  al  más  valeroso 
Pronto  le  tapo  la  boca. 
El  aguardiente  y  la  leche 
Me  los  dan  por  alimento 
Quisiera  que  al  instante 
Me  tuvieran  hecha  y  hecho. 
El  aguardiente  lo  bebo 
Pero  no  lo  sé  sacar 

Y  tengo  el  encargo  hecho 
Donde  Julio  Salazar. 


El  Cristo 

Con  el  Cristo  B,  A,  C,  D, 
D,  G,  H,  con  J 
S,  Z,  R,  con  P. 
Cantador,  tú  no  te  metas 
Si  te  sientes  poquitico, 
Porque  yo  aprendí  el  Cristíco 
Antes  que  fueras  poeta. 
Yo  soy  el  centro  de  letras, 
La  tabla  de  Moisés, 
Soy  el  segundo  Ezequiel 
El  que  ha  fijado    en  tablillas. 
Cuidau  te  ponga  en  cartilla 
Con  el  Cristo  A,  B,  C,  D._ 
Cantador,  tú  por  qué  gruñes 
Habiendo  cantar   conmigo  ? 
Sabiendo  que  soy  castigo, 
Porqué  tan  alto  te  subes? 
Soy  el  verano  de  octubre 
La  brisa  del  mes  de  abril, 
A  mí  habéis  de  pedir 
Alianza  para  cantar 
Para  que  puedas  versiar 
S,  P,  H,  con  J. 
Dime  si  poeta  eres 
O  entiendes  de  teología 
Dime  cómo  fue  María 
Escogida  entre  mujeres; 
Cuántos  fueron  los   placeres 
Que  San  Gabriel  le  anunció, 
Cómo  fue  que  concibió 
Sin  la  sombra  del  pecado. 
Contestó  moralizado 
S,  Z,  R,  con  P. 
Por  ser  la  primera  vez 
Que  en  esta  casa  yo  canto, 
Gloria  al  Padre,  Gloria  al  Hijo, 
Gloria  al  Espíritu  Santo. 

Buenas  tarde,  buen  amigo, 
Pa  servirle,  cómo  está? 
Responda  las  buenas  tardes 
Que  su  amigo  se  las  da. 

Adoremos  esta  casa 

Y  al  albañil  que  la  hizo 
Que  por  dentro  está  la  gloria 

Y  por  fuera  el  paraíso. 


(i)  Estas  4'ecimas  o  temds   y  los  siguientes  cantares  fueron  recolectados    por 
el  R.  P.  Regino  Maculet. 


63 


Costa  colombiana 


Bota  la  cabuya  al  agua 
Dale  buelta  al  guayacán, 
Veres  las  cosas  del  mundo 
Qué  diferentes  están. 

Soy  hombre  compositor 
Pa  retratar  mi  persona 

Y  pónete  una  corona 
Con  su  décima  decente, 
Soy  el  mar  y  soy  el  fin, 

Soy  el  que  aforra  las  bombas, 

Y  sólo  con  susprirar  hago 
Hago  temblar  a  Colombia, 

Si  desenvaino  mi  espada 

Y  me  paro  a  lo  discreto 
Hago  temblar  a  Colombia 

Y  dejo  el  mundo  revuelto. 

Si  desemvaino  mi  espada 

Y  hecho  mano  al  estoque 
Ningún  músico  me  cante 
Ningún  tocador  me  toque. 

Si  el  Gobierno  no  me  estima 
Ni  me  da  lo  que  deseo 
Me  le  altivo,  me  le  alceo, 
Me  alzo  y  me  voy  encima. 

Dicen  que  robé  un  cáliz, 
Jesúsi  qué  mentira  esa; 
Desde  que  me  bautizaron 
No  dentro  más  a  la  iglesia. 

Desde  diciembre  hasta  enero, 
Como  todo  el  mundo  dice 


No  sabe  este  caballero 
Donde  lleva  las  narices. 

Señores  los  que  me  oyeron 
No  me  murmuren  la  voz, 
Que  me  ha  dado  romadizo 

Y  hoy  no  canto  méjó. 

El  negro  y  el  gallinazo 
Al  sentarse  en  la  barranca, 
Aquél  blanquea  los  ojos 

Y  el  gallinazo  las  zancas. 

El  ser  negro  no  es  afrenta, 
Ni  color  que  quita  fama, 
Pues  el  zapatito  negro 
Le  luce  a  la  mejor  dama. 

Si  el  ser  negro  fuera  afrenta 
No  hubiera  santo  en  pintura, 
Ni  habría  renglones  negros 
En  la  sagrada  Escritura. 

Ya  cantamos  a  lo  humano 
Cantemos  a  lo  divino, 
Para  que  la  Virgen  pura 
Nos  guíe  por  buen  camino. 

Qué  bonita  asucenita 
Toda  llena  de  rocío; 
Yo  la  quisiera  coger 
Pero,  yo  cuándo,  Dios  mío? 

Para  adorar  con  belleza 
La  que  fue  madre  de  Dios, 
La  que  en  el  pafto  quedó 
Pura,  limpia,  blanca,  bella. 


CAPITULO  XXVI 

Labor  de  los  Agustinos  Recoletos  en  Tumaco — Los  Reverendos  Padres 
Melitón  Martínez  y  Gerardo  Larrondo —  Estado  religioso  y  moral 
de  la  Costa  en  1899  —  Luchas  y  triunfos  —Viaje  del  Padre  Larron- 
do a  Pasto  —Sufrimientos  de  los  Padres  durante  la  guerra  civil. 
Don  Francisco  Benítez —  Fundación  del  Colegio  de  señoritas  —  Va- 
rias obras —  El  Padre  Julián  Moreno  — El  31  de  enero  de  1906. 
Un  suceso  admirable. 

Conocido  el  inmenso  territorio  que  el  Ilustrísimo  señor  Mo- 
reno confió  al  celo  de  los  Religiosos  Agustinos  Recoletos,  vea- 
mos, siquiera  de  una  manera  sumaria,  la  evangélica  labor  lleva- 
da a  cabo  por  ellos  en  aquella  región. 

Los  Reverendos  Padres  Melitón  Martínez  y  Gerardo  Larron- 
do, encargados  en  mayo  de  1899  de  la  Parroquia  de  Tumaco, 
se  dedicaron  al  ministerio  con  admirables  energías. 

La  costa  se  encontraba  religiosa  y  moralmente  en  un  estado 
lamentable.  Si  bien  existía  un  pequeño  grupo  de  personas  pia- 
dosas, la  mayor  parte  de  los  habitantes  de  la  población  no  cum- 
plían ni  con  los  más  elementales  deberes  que  impone  el  cristianis- 
mo. Oír  misa  los  días  de  precepto,  confesarse  y 'comulgar  una  vez 
al  año,  eran  letra  muerta  no  sólo  para  todos  los  hombres,  sino 
también  para  muchas  mujeres.  Del  estado  moral  de  la  población 
es  mejor  no  hablar;  que  bien  se  comprende  lo  que  es  un  pueblo 
cuando  no  regula  sus  actos  por  los  sanos  principios  que  Dios 
ha  grabado  en  la  conciencia  y  que  la   Religión  impone. 

He  ahí  el  campo  que  encontraron  nuestos  Religiosos  en  la 
Costa:  un  yermo  donde  arraigaban  árboles  seculares  de  veneno- 
sos frutos;  una  tierra  en  que  se  desarrollaba  frondosa  la  maleza 
del  pecado. 


170  Costa  colombiana 

Pero  los  Padres  Martínez  y  Larrondo,  armados  con  la  segur 
de  la  divina  palabra,  emprendieron  la  tarea  de  talar  aquel 
bosque  de  indiferentismo  e  irreligiosidad  y  de  plantar  en  su  lugar 
las  flores  fragantes  de  las  virtudes  cristianas. 

Fue  penosa  la  lucha.  El  demonio  revolvióse  en  sus*  antros 
ante  el  ánimo  esforzado  y  laborioso  de  nuestros  Misioneros  y 
concitó  contra  ellos  las  iras  infernales;  pero  a  pesar  de  las  viles 
persecuciones,  de  las  enfermedades  y  aun  de  la  muerte,  cayeron 
los  ídolos  paganos  de  la  Perla  del  Pacífico,  y  en  lugar  de  ellos 
se  levanta  ahora  majestuoso,  entre  los  pliegues  de  la  tricolor 
bandera  de  la  Patria  el  leño  sacrosanto  de  la  cruz  de  Cristo, 
que  impera  en  los  hogares  y  en  los  corazones  de  los  coste- 
ños. 

La  esplendidez  en  el  culto  divino  fue  una  de  las  primeras 
preocupaciones  de  nuestros  Religiosos,  para  lo  cual  trataron  de 
restaurar  la  iglesia  y  de  dar  vida  a  las  Congregaciones  del  Co- 
razón de  Jesús  y  de  las  Hijas  de  María. 

El  abandono  espiritual  en  que  se  encontraban  los  habitantes 
de  los  ríos  hizo  nacer  en  los  Padres  la  idea  laudabilísima  de 
organizar  correrías  por  toda  la  extensión  del  Litoral;  y  en  Tu- 
maco  se  tomaron  medidas  que  tendían  a  la  moralización  del 
pueblo. 

A  fin  de  obrar  sin  extraviarse,  los  Padres  resolvieron  con- 
sultar con  el  Prelado  pastopolitano  sus  proyectos  de  conquista 
espiritual  en  la  Costa,  para  lo  cual  se  dirigió  a  la  capital  de  la 
Diócesis  el  Padre  Larrondo,  quien  habiendo  recibido  sabias  ins- 
trucciones del  señor  Moreno,  regresó  al  Litoral  con  nuevos  bríos, 
decidido  a  trabajar  sin  interrupción  en  viña  del  Señor. 

Y  a  la  tarea  evangélica  se  había  dado  sin  reposo  cuando 
estalló  la  terrible  guerra  que  duró  tres  años  y  que  tan  graves 
consecuencias  tuvo  en  los  destinos  políticos  de  la  Costa,  cuyos  ha- 
bitantes se  levantaron  en  armas  a  favor  de  los  revolucionarios, 
en  su  mayoría. 

Sin  embargo  a  los  Padres  Martínez  y  Larrondo  no  les  arre- 
dró el  peligro  que  corrían  a  causa  de  la  guerra,  si  no  desistían 
de  su  trabajo  antirrevolucionario  de  cristianizar  la  Costa;  conti- 
nuaron impávidos  en  su  labor  que  era  sin  duda  asaz  benéfi- 
ca para  los  habitantes  de  aquella  región. 


del  Pacifico  171 

Pero  cuántas  amarguras  tuvieron  que  devorar  en  ese  tiem- 
po. Bien  puede  comprenderlo  quien  se  haya  encontrado  alguna 
vez  en  peligro  de  caer  en  manos  de  enemigos  sin  conciencia  y 
sin  religión.  ¿Cómo  contar  los  sobresaltos,  los  días  amargos  y 
noches  de  vigilia,  pasados  por  los  dos  Misioneros  Agustinos  Re- 
coletos en  Tumaco  durante  la  guerra?  Y  que  no  discurrían  a  humo 
de  pajas,  lo  prueba  la  manera  como  la  revolución  triunfante 
se  manejó  con  el  Padre  Larrondo,  a  quien  después  de  tratar 
vilmente,  desterró  de  la  isla  como  a  elemento  pernicioso.  El  Pa- 
dre pasó  a  Cali,  y  luego  a  Panamá. 

Antes  se  había  visto  constreñido  a  salir  para  el  Istmo  el 
Padre  Martínez  con  una  grave  enfermedad,  contraída  a  causa  de 
los  muchos  trabajos  que  le  sobrevinieron  en  Tumaco.  En  vía  de 
reposición  estuvo  algunos  días  en  la  residencia  de  Chepo,  y  luego 
se  embarcó  en  el  vapor  Isla  de  Panay  con  rumbo  a  España,  pero 
no  bien  había  levado  anclas  el  barco  cuando  se  agravó  muchí- 
simo, y  espiró  el  13  de  agosto  de  1900,  poco  antes  de  arribar 
a  Puerto  Cabello,  donde  fue  sepultado.  Al  Padre  Martínez  pue- 
de considerársele  como  a  la  primera  víctima  de  nuestras  misio- 
nes en  el  sur  de  la  Costa  Colombiana  del  Pacifico. 

Cuando  las  fuerzas  del  Gobierno  se  apoderaron  nuevamente 
de  Tumaco,  el  Padre  Larrondo  regresó  con  el  Padre  Hilario  Sán- 
chez, en  agosto  de  1901,  a  la  isla,  donde  fue  cordialmente  reci- 
bido por  las  personas  buenas  que  veían  en  él  a  un  mártir  de  la 
fe  de  Cristo. 

Y  a  la  verdad  que  acreditó  este  título  con  su  comportamien- 
to valeroso  cuando,  segunda  vez  triunfante  la  revolución,  se  le 
hizo  comparecer  ante  un  tribunal  militar,  de  donde  se  le  arrojó  por 
la  escalera  a  empellones,  se  le  dio  por  cárcel  un  tugurio,  se  le 
arrancaron  los  hábitos  sagrados,  con  la  misma  violencia  se  le 
pusieron  arreos  militares;  en  este  traje  se  le  paseó  por  las  calles 
de  Tumaco,  se  le  obligó  a  servir  de  guardia  en  el  cuartel,  en  el 
Morro  se  le  encepó  y  se  le  condenó  a  sufrir  la  pena  de  un  buen 
número  de  palos.  (1)  La  Providencia  divina    quiso  que   este  úl- 

(i)  A  una  persona  que  vitoreó  al  Padre  cuando  lo  llevaban  por  la  plaza 
vescido  de  soldado,  el  Jefe  revolucionurio  mandó  azotarla.  Quien  desee  saber 
los  nombres  de  los  que  autorizaron  estos  atropellos,  puede  verlos  en  el  periódi- 
co El  Conservador,  de  Pasto,  número  31,  correspondiente  al  10  de  abril  de 
1902. 


172  Costa  colombiana 

timo  sacrilegio  no  se  perpetrase,  porque  los  soldados  a  quie- 
nes se  había  comunicado  la  criminal  orden  no  se  atrevieron  a 
cumplirla. 

Pero  todavía  hay  más;  durante  los  días  de  la  guerra  al  Pa- 
dre lo  insultaron  repetidas  veces  en  la  calle,  y  públicamente, 
una  partida  de  negros,  azuzados  por  ciertos  jefes,  vociferaron 
contra  él  calumnias  y  denuestos. 

Pacificada  felizmente  la  Nación,  el  Padre  Larrondo  se  entre- 
gó a  los  ejercicios  del  ministerio  apostólico  en  la  ciudad  y  en 
los  núcleos  rurales  de  población,  sin  descuidar  cuanto  pudiese 
tener  afinidad  con  el  progreso  material  de  la  Costa.  No  hubo 
obra  que  se  acometiese  por  aquel  tiempo  en  pro  de  la  región, 
en  la  que  el  Padre  no  hubiese  tomado  activa  parte. 

El  señor  Francisco  Benítez,  de  imperecedera  memoria,  fue 
el  brazo  derecho  del  Padre  Gerardo  en  las  obras  que  hizo,  por- 
que le  ayudó  eficazmente  con  abundantes  y  crecidas  limos- 
nas. 

A  entrambos  se  debe  la  fundación  del  Colegio  para  señori- 
tas: don  Francisco  aportó  para  la  obra  $  25,000  y  el  Padre  ges- 
tionó el  asunto  y  lo  coronó  con  felicidad. 

La  fundación  de  un  plantel  en  que  pudiesen  recibir  esme- 
rada educación  las  jóvenes,  era  de  imperiosa  necesidad  en  Tu- 
maco.  El  Padre  Larrondo  lo  comprendió  así,  y  por  esto  no  cejó 
de  trabajar  hasta  conseguir  que  las  religiosas  Betlemitas  de  Pas- 
to hiciesen  la  fundación  en  Tumaco.  El  Colegio  comenzó  a  fun- 
cionar en  1908.  El  edificio,  de  madera,  es  amplio,  higiénico  y  ele- 
gante; los  salones  vastos  y  cómodos;  la  enseñanza  de  acuerdo 
con  las  modernas  leyes  pedagógicas. 

El  fruto  cosechado  por  las  Madres  Betlemitas  puede  sinte- 
tizarse en  en  estas  cortas  palabras;  han  regenerado  a  la  mujer 
tumaqueña.  Y  efectivamente  la  joven  educada  por  las  madres 
Betlemitas  une  a  la  instrucción  del  entendimiento  la  formación 
de  un  corazón  verdaderamente  cristiano,  consciente  de  sus  debe- 
res para  con  la  sociedad  y  con  la  Patria. 

Aun  cuando  el  Padre  Larrondo  no  hubiera  hecho  en  Tuma- 
co otra  cosa  que  fundar  el  Colegio  de  señoritas,  su  nombre  de- 
bía ser  pronunciado  con  veneración  y  cariño  por  los  habitantes 
de  la  isla;  pero  además  de  esto  él  mejoró  la  iglesia,  llevó  algu- 


Iltistvíisiiiio  seíiov  Fray 
EZEQUIEL    MORENO 


del  Pacifico  1 73 

ñas  imágenes  del  extranjero,  compró  numerosos  ornamentos  sa- 
grados y  construyó  la  casa  cural.  En  las  capillas  de  los  pueblos 
su  acción  fue  también  fecunda.  Y  en  lo  moral,  ¡cuánto  fue  el  fru- 
to recogido  por  el  Padre!  Basta  ver  los  libros  parroquiales  para 
convencerse  de  ello. 

Pero  al  trabajo  del  Padre  Larrondo  es  menester  que  sume- 
mos el  del  Padre  Julián  Moreno,  incansable  operario,  que  coad- 
yuvó a  la  magna  obra  de  la  salvación  de  las  almas  en  el  Litoral, 
durante  el  tiempo  que  se  lo  permitió  la  obediencia. 

Justamente  el  Padre  Julián  se  encontraba  en  Tumaco  el  31 
de  enero  de  1906,  día  verdaderamente  aciago  para  la  Costa,  por 
el  tremendo  terremoto  que  durante  varios  minutos  se  sintió  en 
toda  ella;  el  que  causó  la  destrucción  de  crecido  número  de  casas.  La 
isla  de  Tumaco  se  estremeció  a  tal  extremo  que  las  imágenes 
cayeron  a  tierra  y  las  campanas  sonaron  como  si  alguna  persona 
las  hubiese  estado  tañendo.  Hubo  terrenos  como  el  del  Charco 
y  Mosquera  que  se  hundieron  hasta  un  metro.  Pero  lo  que  produjo 
en  realidad  estragos  no  fue  el  terremoto  propiamente,  sino  la  es- 
pantosa avenida  del  mar  sobre  la  Costa.  El  agua  subió  hasta 
treinta  millas  por  los  ríos,  causando  desgracias  sin  cuento.  Va- 
rias playas,  como  la  de  los  Reyes,  desaparecieron,  y  poblaciones 
costeñas,  como  la  de  San  Juan,  quedaron  sepultadas  entre  el  agua. 
No  hubo  familia  de  las  que  moraban  cerca  al  mar  que  no  perdiese 
algún  miembro  en  la  catástrofe.  Una  señora,  por  ejemplo,  per- 
dió a  su  madre,  a  su  hermana  y  a  su  hija;  otra  a  su  esposo  y  a 
cinco  h'jos;  en  muchos  hogares  no  se  salvó  nadie;  a  un  boga 
que  navegaba  en  el  mar  con  un  francés  de  la  Compañía  de  Tim- 
biquí,  lo  arrojó  la  ola  a  la  playa  y  quedó  colgado  de  las  ramas 
de  la  copa  de  un  mangle  que  fue  su  admirable  salvamento.  En 
las  mismas  poblaciones  de  los  ríos  la  gente  huyó  despavorida  a 
los  montes  y  muchos  trataron  de  buscar  un  refugio  en  los  árbo- 
les más  elevados. 

Después  de  esta  terrible  anegación  no  es  posible  describir 
el  espectáculo  de  la  Costa:  madres  que  a  gritos  llamaban  a  los 
hijos  desaparecidos,  árboles  tronchados,  casas  derruidas,  cadáve- 
res entre  las  malezas,  y  llenas  las  playas  de  conchas  y  peces 
muertos. 


lf4  Costa  colombiana 

En  la  isla  tumaqueña  que  está  a  nivel  del  mar,  es  fácil 
comprender  cuál  sería  el  terror  que  se  apoderó  de  los  habitantes 
al  ver  que  el  mar  como  una  montaña  altísima  se  dirigía  a  pa- 
sos de  gigante  hacia  la  isla.  En  las  calles  las  gentes  se  arre- 
molinaban pidiendo  misericordia  o  se  dirigían  espotáneamente  a 
la  iglesia,  inclusive  los  incrédulos  e  indiferentes.  El  Padre  La- 
rrondo  en  aquel  inminente  peligro  se  lanzó  precipitadamente  a 
la  iglesia  por  entre  la  multitud  que  se  arrodillaba  ante  él  para 
que  le  impartiese  la  absolución  sacramental,  y  consumió  en  el 
santo  altar  las  formas  consagradas,  menos  una  que  dejó  en  el 
copón,  con  el  cual  se  dirigió  hacia  la  playa  seguido  por  la  muche- 
dumbre, rebosante  de  fe  a  la  vista  de  Jesús  Sacramentado,  a 
quien  seguían  las  imágenes  de  los  santos  llevadas  en  hombros  de 
personas  que  en  otras  ocasiones  se  avergonzaban  hasta  de  acer- 
carse a  la  iglesia  pero  que  entonces  despreciaban  los  humanos 
respetos  ante  el  temor  de  la  trágica  muerte  que  los  amenazaba. 
Ya  en  la  playa,  el  Padre  penetró  mar  adentro  y  aguardó  impá- 
vido a  la  encrespada  ola  que  se  acercaba,  amagando  sepultar  a 
Tumaco  en  su  vórtice.  Pero  ¡oh  suceso  prodigioso!  cuando  la 
multitud  creyó  que  iba  a  ser  devorada  por  la  ola,  el  Padre  per- 
maneció firme  e  impertérrito  en  la  arena,  levantó  la  Hostia  sa- 
crosanta y  trazó  con  ella  la  señal  de  la  cruz;  y  al  mismo  ins- 
tante se  retiró  el  mar  habiendo  humedecido  al  sacerdote  hasta 
la  cintura.  Lo  que  esto  fue,  nosotros  no  entraremos  a  discutir- 
lo; pero  del  hecho,  tal  como  queda  narrado,  fueron  testigos  todos 
los  habitantes  de  Tumaco,  quienes  lo  atribuyeron  a  un  favor  es- 
pecial de  la  divina  Omnipotencia.  Y  tanto  es  así  que  desde  aquel 
tiempo  hasta  ahora,  todos  los  años,  el  treinta  y  uno  de  enero 
hay  en  la  iglesia  de  Tumaco,  solemne  fiesta  de  acción  de  gra- 
cias a  Jesús  Sacramentado.  Nuestros  Misioneros  han  querido 
levantar  en  el  lugar  en  que  trazó  la  cruz  con  el  copón  el  Padre 
Larrondo,  un  monumento,  en  honor  del  Santísimo  Sacramento 
del  Altar  en  la  isla  Tumaqueña. 

El  Padre  Fabo  cantó  el  prodigio  eucarístico  en  una  compo- 
sición que  corre  impresa  en  libros  y  revistas.  De  buen  grado 
la  transcribimos  aquí  como  un  homeaje  a  Jesús  Sacramen- 
tado. 


del  Pacifico  ÍV5 


Negra  se  pone  la  comba 
Del  cielo,  con  raudo  empuje, 
El  rayo  cruza,  rimbomba 
El  trueno  horrísono  y  ruge 
Cual  eco  de  inmensa  bomba. 

El  mar  en  sombras  se  encierra, 
Como  titánico  ariete. 
Contra  las  orillas  cierra, 
Tan  fiero  les  arremete, 
Que  hace  retemblar  la  tierra. 

Manojos  de  rayos  rajan 
El  aire,  aumetan  los  truenos; 
Las  nubes  se  desencajan; 
Hínchanse  del  mar  los  senos; 
Los  cantiles  se  descuajan; 

Ruge  el  abismo;  se  agrieta 
La  roca;  silba,  rebrama 
La  ola,  a  los  vientos   reta, 

Y  su  espuma  desparrama 
Arrojándola;  y  aprieta 

El  rayo,  el  ciclón,  el  lodo, 
El  fragor,  la  sombra,  el  tumbo, 
Remedando  aquel  período 
En  que  acabará  su  rumbo 
El  Ponto,  la  tierra  y  todo, 

Del  puerto  huyendo  las  naves 
Mar  adentro  se  abalanzan, 

Y  crujen,  sueltan  los  trabes, 
Que  ya  se  abisman,  ya  se  alzan 
Como  pescadoras    aves, 

Mientras  los  esquiles  son 
Juguetes  del  oleaje 

Y  en  hórrida  confusión 

Se  rompen,    todo  el  blindaje 
De  trizas  hecho  un  montón. 


1?6  Costa  colombiana 

Olas  tras  olas  avanzan, 
Semejan  cerros  flotantes 
Que  a  la  población  alcanzan, 
O  culebrones  rampantes 
Que  hacia  la  presa  se  lanzan. 

No  hay  playa  ni  puerto  ya, 
Con  indómito  coraje 
Tragándoselos  está 
El  insaciable  oleaje, 
Del  pueblo  ¿qué  quedará? 

Como  rebaño  espantado 
La  gente  se  agita  y  huye, 
Que  cada  vez  más  hinchado 
El  océano,  destruye 
Las  viviendas  del  poblado. 

Transido  de  dolor  ve  la  desgracia 
De  su  grey  desolada  el  Padre  Cura; 
Si  atajar  el  océano  es  locura, 
El  no  querer  huir  es  más  que  audacia. 

Soberano  Señor— suplica  lleno 
De  sentimientos  de  humildad  intensa 
¡Perdón,  perdóni  Vuestra  bondad  inmensa 
Al  mar  le  ponga  omnipotente  frenoi 

¿No  sois  el  misino  que  partió  el  Mar  Rojo 
En  dos,  abriendo  transversal  camino 
Porque  un  pueblo  que  andaba  peregrino 
Quedase  libre  del  tirano  enojo? 

Y  el  humilde  Religioso, 
Henchido  de  confianza, 
A  la  iglesia  se  dirige 
Sin  sentir  temor  a  nada; 
Abre  el  Sagrario,  en  las  manos 
Toma  la  Forma  Sagrada, 
Y  sale  hacia  el  mar,  algunos 
Que  lo  ven  desde  las  casas 
Dicen:— El  Padre  está  loco; 
¡Es  un  santo!  otros  exclaman. 


del  Pacifico  177 

Mas  él,  tranquilo,  sereno, 
Avanza  hacia  el  mar,  avanza, 
Que  lleva  la  Omnipotencia 
En  sus  manos  abreviada. 

Llega  al  borde,  eleva  el  Vaso 
Sagrado,  una  cruz  traza 
En  el  aire,  y  el  mar  presto 
Sus  recios  embates  calma 

Y  se  alejan  aquietándose 
Sus  vórtices,  adelanta 
El  sacerdote  unos  pasos 

Y  se  retiran  las  aguas 
Como  la  fiera  que  cede 
Ante  el   domador  que  amaga. 

Y  sigue  el  Padre  adelante 

Y  retrocede  el  mar  hasta 
Que  se  reduce  a  los  términos 
Que  el  Creador  le  trazara, 
Quedándose   liso  y  fúlgido 
Cual   de  acero,  inmensa  lámina. 

Un   rayo  de  sol  triunfante 
Rompe  las  nubes  opacas 

Y  alfombra  con  tapiz  áureo 
La  vía  recién  mojada 

Por  donde  vuelve  el  ministro 
Con  la  Hostia  Sacrosanta. 

Todo  para  Dios,  ¡qué  gloria! 
Dios  para  todo,  ¡qué  gracia! 


40+- 


12 


CAPITULO  XXVII 

El  fundador  de  nuestras  misiones  en  la  Costa — Una  página  del  Padre  An- 
gel  Aviñonet — Celo  del  Ilustrísimo  señor  Ezequiel  Moreno — Varios 
sucesos  durante  su  visita  pastoral  de  1896  en  Iscuandé,    Guapi  v  Pa 
tía —La    visita   de    1903 — Sacrilegio  en   Tumaco  —  El  Obispo  en  la 
Costa  en  1906 —Muerte  del  señor  Moreno. 

El  verdadero  fundador  de  nuestras  misiones  en  la  Costa,  fue 
el  Ilustrísimo  señor  Fray  Ezequiel  Moreno,  religioso  de  la  Orden 
de  Agustinos  Recoletos  y  Obispo  de  Pasto.  El  abandono  es- 
piritual en  que  vivían  los  habitantes  de  la  Costa  a  causa  de  la 
escasez  de  abnegados  operarios  que  pudiesen  enterrarse  vivos 
en  esas  malsanas  regiones  únicamente  por  la  salvación  de  sus 
hermanos,  fue  una  continua  pesadilla  para  el  señor  Moreno  en 
los  primeros  años  de  su  episcopado.  Por  lo  cual  trató  de  con- 
fiar la  Costa  a  Religiosos  que  la  administrasen  con  verdadero 
celo  en  forma  de  misiones.  Los  de  la  Orden  Agustiniana,  tanto 
para  complacer  al  Obispo  como  para  beneficiar  con  la  ca- 
tequización  y  civilización  de  mucha  gente  a  la  Iglesia  Católica  y 
a  la  patria  colombiana,  se  hicieron  cargo  de  aquella  porción  de 
la  grey  cristiana.  El  Obispo  se  había  dado  cuenta  de  la  necesi- 
dad apremiante  de  esta  medida  en  la  visita  pastoral  de  1896. 

El  Padre  Ángel  Aviñonet,  compañero  del  señor  Moreno  en 
esta  visita  que  duró  cerca  de  cuatro  meses,  relata  algunos  suce- 
sos de  ella,  que  consignamos  aquí  por  tratarse  de  un  Obispo 
agustino: 

«Eran  los  afanes  del  Obispo  procurar  el  bien  espiritual  de 
sus  diocesanos;  la  sed  de  salvar  almas  se  notaba  en  él  muy  mar- 
cada siendo  como  un  fuego  que  le  consumía  el  corazón.  En  los 


I 

o 
- 
m 

— 


del  Pacifico  179 

ríos  y  esteros,  cuando  pasábamos  por  enfrente  de  alguna  casa, 
lo  primero  que  preguntaba  si  había  algún  enfermo,  para  auxi- 
liarlo con  los  santos  sacramentos;  y  esto  repetía  al  llegar  a  algún 
punto  donde  habíamos  de  pasar  la  noche.  Uno  de  los  pensamien- 
tos que  más  preocupaba  al  señor  Moreno  era  cimentar  bien  la 
fe  en  el  pueblo,  y  apartarlo  de  cuanto  pudiese  menoscabarla. 
Sabía  que  las  gentes  de  la  Costa  del  Pacífico  están  muy  expues- 
tas a  perder  la  fe  a  causa  de  los  muchos  aventureros  descreídos 
que  acuden  allá  de  direfentes  puntos  para  sus  negocios,  y  que 
con  frecuencia  son  personas  entregadas  a  todos  los  vicios.  Por 
esto  no  se  cansaba  el  celoso  Obispo  de  inculcar  a  t^dos  que  huye- 
sen de  la  compañía  de  semejantes  hombres. 

No  hubo  caserío  alguno  en  toda  la  Costa  del  Pacífico  que 
perteneciese  a  su  diócesis  que  el  Prelado  no  visitara,  exhortando 
a  todos  a  permanecer  firmes  en  la  fe  y  en  el  servicio  de  Dios. 
En  cada  uno  estaba  tres  o  cuatro  días,  según  las  circunstancias; 
y  después  de  haberles  administrado  los  sacramentos  y  santificar 
con  el  matrimonio  cristiano  las  uniones  ilegítimas,  pasaba  a  otra 
parte.  Como  aquellas  gentes  son,  en  general,  muy  pobres,  no  te- 
nían a  veces  ni  sillas,  y  veíamos  a  nuestro  Obispo  sentado  so- 
bre un  tronco  de  árbol,  dirigiendo  desde  allí  la  palabra  sagrada 
a  los  asistentes,  con  grande  edificación  de  todos.  No  era  raro 
que,  en  estas  pláticas  familiares  personas  faltas  de  educación  y 
sobradas  de  necedad  o  malicia,  interrumpiesen  al  Prelado,  como 
sucedió  con  cierta  mujer  muy  petulante,  que  se  permitió  hacer 
de  doctora  hasta  que  el  señor  Obispo  hubo  de  decirle:  «Hija, 
no  eres  tú  quien  debes  enseñar  a  tu  Prelado  y  Pastor;  soy  yo 
quien  debo  enseñarte  a  ti  lo  que  te  conviene  para  salvarte.  Se- 
pas que  ni  tú,  ni  el  más  distinguido  doctor  pueden  enseñarme 
a  mí  lo  que  debe  saber  un  cristiano  para  ir  al  cíelo;  yo  debo  en- 
señar esto  a  todos,  como  maestro  y  pastor  que  soy  de  los  cris- 
tianos de  mi  diócesis». 

Al  oír  esto  dos  negros  que  estaban  sentados  a  mi  lado,  di- 
jeron: «Mejor  se  callara  aquella  malcriada  de  mujer».  Y  el  Obis- 
po continuó  su  instrucción  a  las  gentes. 

Estando  en  Iscuandé,  un  mulato  atrevido  quiso  disputar  y 
aun  confundir  al  señor  Obispo,  según  él  decía.  Como  el  Prela- 
do, en  su  humildad,    siempre  vistió  el  hábito  de  su  Orden,  con 


IgQ  Costa  colombiana 

un  sencillo  pectoral  que  le  habían  dado  en  Bogotá,  no  manifesta- 
ba realmente  lo  que  era;  de  suerte  que  algunas  veces  era  preci- 
so advertir  a  la  gente  que  él  era  el  Obispo,  y  no  ninguno  de 
nosotros.  Esto  sin  duda  había  visto  el  -pobre  mulato,  y  se  había 
formado  un  concepto  muy  bajo  de  la  persona  del  Prelado.  Vino, 
pues,  a  la  casa  de  posada,  y  dijo  al  que  escribe  estas  líneas: 
«Necesito  hablar  con  el  Obispo».  «Fui  a  darle  el  recado  al  se- 
ñor Moreno,  y  éste  en  el  acto  contestó:  «Que  venga».  Yo  me  re- 
tiré, y  apenas  hube  salido  del  cuarto,  el  torpe  del  hombre,  sin 
preámbulos  ni  saludos,  dijo:  «Vengo  a  disputar  con  usted».  El 
señor  Obispo  tomó  una  silla  y  se  la  brindó  añadiendo  luego  y 
con  cierto  tono:  «Supongo  yo  que  trato  con  un  sabio,  muy  sa- 
bict.  ¿No  es  así?»  Bastó  esto  para  dejar  desconcertado  al  sober- 
bio mulato;  de  modo  que  no  hubo  forma  de  sostener  con  él  una 
corta  conversación.  Corrido  y  aterrado  el  hombre,  no  encontra- 
ba la  puerta  de  la  habitación  para  salirse. 

Era  tanta  la  bondad  con  que  trataba  a  sus  diocesanos,  es- 
pecialmente a  la  gente  pobre  y  desvalida,  que  todos  celebraban 
tanta  humildad,  llaneza  y  afabilidad.  Al  salir  de  Iscuandé,  pue- 
blo de  la  Costa,  venía  por  el  río,  y  detrás  de  la  canoa  en  que 
yo  iba  (la  del  señor  Obispo  marchaba  adelante  un  cuarto  de  mi- 
lla), una  familia  que  en  su  embarcación  regresaba  a  su  casa. 
Pregunté  que  si  habían  hecho  confirmar  a  una  niñita  y  me  di- 
jeron que  sí.  ¿Qué  tal  os  ha  parecido  el  Obispo?  les  pregunté; 
y  me  respondieron:  Oh  Padre,  nunca  habíamos  visto  un  Obispo 
como  éste.  Qué  trato!  Qué  bondad!  Qué  humildad; 

Al  regreso  de  la  visita  de  la  Costa,  y  subiendo  por  el  río 
Patía  pernoctamos  en  una  casa  de  la  playa.  Al  día  siguiente, 
cuando  ya  todo  estaba  arreglado  para  seguir  viaje  y  parte  de  los 
compañeros  navegaban  ya  adelante,  llegó  a  la  canoa  en  que  es- 
taba el  señor  Obispo  una  negra  muy  fatigada  y  sudando.  Sin 
saludar  a  nadie  se  dirigió  a  mí  y  me  dijo:  «Cuan  desgraciada 
soy!  toda  la  noche  he  remado  para  alcanzar  al  señor  Obispo  y 
confesarme  con  él,  y  ahora  que  estaba  para  conseguir  mi  deseo, 
veo  que  se  van».  Estaban  ya  desatadas  las  amarras  de  la  canoa 
y  los  bogas  comenzaban  a  bogar,  cuando  el  Obispo,  que  había 
oído  las  quejas  de  la  negra,  mandó  atracar  la  canoa  a  la  orilla 
y  amarrarla  de  nuevo.   Llamó  a  la  negra,  y  habiendo    saltado  a 


del  Pacífico  181 

tierra  todos  los  que  estábamos  en  la  canoa,  el  Obispo  se  sentó 
sobre  un  barril,  y  allí  a  la  vista  del  gentío  de  la  playa,  oyó  con 
toda  paciencia  y  mansedumbre  la  confesión  de  dicha  negra.  Una 
vez  despachada,  rebosando  alegría,  daba  mil  y  mil  gracias  al  se- 
ñor Obispo,  deseándole  un  feliz  viaje;  y  diciendo  y  haciendo  se 
embarcó  en  su  canoíta  y  se  fue  río  abajo;  nosotros  bogamos  río 
arriba. 

Mucho  nos  edificaba  el  señor  Moreno  con  su  paciencia.  Va- 
rias veces  nos  sucedió  llegar  a  caseríos  tan  pobres,  que  no  te- 
nían apenas  cosa  alguna  para  comer,  a  no  ser  un  poco  de  arroz 
y  plátano.  Pues  bien;  fuese  como  quisiera  la  comida,  desabrida 
o  mal  condimentada,  nunca  se  quejó;  antes  bien,  la  comía  como 
si  fuera  vianda  muy  sabrosa. 

Al  llegar  a  las  casas  para  pernoctar  allí,  gustaba  mucho  de 
la  enseñanza  del  catecismo,  al  que  asistía  siempre  personalmen- 
te, sentado  en  cualquier  asiento  rústico,  y  a  veces  en  el  suelo. 
Una  noche,  después  del  catecismo,  nos  dijo:  esta  noche  sí  que 
he  gozado  porque  estos  pobres  morenitos,  han  aprendido  lo  ne- 
cesario, necessitate  medii,  para  salvarse. 

Predicó  el  señor  Moreno  en  Guapi  sobre  la  muerte  y  lo  in- 
cierto que  es  ella.  Yo  estaba  presente  y  oí  que  decía:  «Quién 
sabe  si  yo  que  os  predico  no  bajaré  de  este  pulpito!  Quién 
sabe  si  alguno  de  los. que  me  escuchan  esta  noche  no  podrá  lle- 
gar a  su  casa!»  Cosa  rara!  En  aquel  mismo  momento  se  apartó 
un  hombre  del  auditorio;  pasó  rozando  conmigo  que  estaba  en 
la  puerta  de  la  iglesia  para  hacer  guardar  el  orden;  fuese  ha- 
cia la  plaza,  y  antes  que  el  señor  Obispo  hubiese  terminado  el 
sermón,  aquel  hombre  estaba  ya  muerto.  Al  día  siguiente  vol- 
vió el  señor  Obispo  a  repetir  las  mismas  palabras,  y  añadiendo 
la  relación  del  día  anterior,  dijo:  Quién  sabe  si  alguno  llegará  a 
su  casa.  Estad  prevenidos,  porque  en  la  hora  menos  pensada 
compareceremos  delante  de  Dios,  a  darle  cuenta  de  nuestra  vida!» 
Y  al  salir  de  la  iglesia  un  hombre  que  había  venido  de  la  pla- 
ya, fue  a  tomar  su  embarcación  para  regresar  a  su  casa;  cae, 
da  con  la  cabeza  contra  la  proa,  y  queda  muerto  allí  mismo.... 
Al  saber  esto,  dije  yo  al  señor  Obispo:  »Talvez  sería  prudente 
no  decirlo  más».  Respondió  él:  «No  lo  diré  más». 

Al  final  de  la  visita  el  Prelado  y  yo  estuvimos  muy  enfer- 
mos con  fiebres  del  río  Patía» . 


182  Costa  colombiana 

En  abril  de  1903  salió  nuevamente  el  Ilustrísimo  señor  Mo- 
reno para  la  Costa  del  Pacífico  a  practicar  la  santa  visita  pas- 
toral. De  ella  mencionaremos  únicamente  el  horrible  sacrilegio 
que  se  cometió  en  Tumaco  el  12  de  julio,  según  todos  los  visos, 
con  la  deliberada  voluntad  de  ofender  al  Prelado.  El  mismo  re- 
fiere este  acontecimiento  en  carta  pastoral  que  dirigió  al  Clero 
y  a  los  fieles  de  la  Diócesis,  fechada  el  17  de  aquel   mes: 

«En  la  madrugada  del  domingo  próximo  pasado,  12  del  mes 
actual,  íbamos  a  la  iglesia  en  compañía  del  Reverendo  Padre 
Gerardo  Larrondo,  que,  con  permiso  de  sus  superiores,  hace  la 
gran  caridad  de  trabajar  en  esta  población  en  bien  de  las  al- 
mas. Los  muchachos  que  ayudan  en  la  iglesia  se  habían  adelan-  . 
tado  a  nosotros  como  unos  ocho  minutos;  así  que,  al  llegar  nos- 
otros a  la  puerta  de  la  iglesia,  lo  primero  que  nos  dijo  el  ma- 
yor de  ellos  fue  esto:  «Han  robado  el  sagrario,  y  han  tirado  los 
ramos  de  flores  y  otras  cosas.» 

«Pueden  figurarse,  amados  hijos,  lo  fuerte,  doloroso  y  amar- 
go de  la  impresión  recibida  al  oír  esas  palabras.  No  creímos  lle- 
gara a  tanto  la  cosa,  y  corrimos  al  altar,  y,  ...cuál  no  sería  nues- 
tro espanto  y  nuestra  pena  al  ver  que  en  efecto,  habían  sacado 
el  sagrario  del  altar  y  se  lo  habían  llevado?  Busquemos,  le  dije 
al  Padre,  busquemos  por  todas  partes  para  ver  si  encontramos  al- 
go. Recorrimos  y  registramos  la  sacristía;  subió  el  Padre  por  el 
retablo  del  altar  mayor;  recorrimos  las  naves  de  la  iglesia,  y 
nada  se  encontraba.  Mientras  el  Padre  subía  al  coro  y  a  la  torre, 
yo  me  dirigía  al  extremo  de  la  nave  del  evangelio,  punto,  por 
donde  con  poco  esfuerzo  se  podía  entrar  a  la  iglesia,  cerrada 
con  tabla.  Allí  vi  el  sagrario  en  el  suelo  con  sus  adornos  sepa- 
rados, y  me  llené  de  angustia  pensando  que  estuviera  roto  y  que 
se  hubieran  llevado  el  copón  con  las  sagradas  formas.  Llamé  al 
Padre  y  a  los  muchachos  que  iban  con  él;  levantamos  el  sagra- 
rio, y  ¡oh  alegría  indecible!  Estaba  sin  rotura  alguna  y  cerrada 
la  portezuela,  lo  que  daba  la  seguridad  que  estaba  dentro  el  di- 
vino tesoro.  Lo  llevamos  al  altar,  lo  abrimos  y  allí  encontramos 
al  divino  Jesús  Sacramentado,  pero,  cómo?  El  copón  estaba 
abierto,  el  capillo  del  copón  y  el  corporal  que  se  pone  en  el  sa- 
grario, revueltos,  y  las  sagradas  formas  derramadas  y  metidas 
entre  el  corporal  y  el  capillo,  y  algunas  pegadas  a  una  de  las 
paredes  del  altar  del  sagrario.  Todo  indicaba  que  el  sagrario  ha- 


del  Pacífico  183 

bía  sido  sacudido  con  violencia,  y  el  sitio  donde  se  encontró 
daba  a  entender  que  se  trató  de  sacarlo,  pues  estaba  debajo  del 
agujero  que  abrieron  para  entrar,  y  por  el  cual  el  sagrario  que 
es  algo  grande,  no  cupo.  Este  fue  el  horrible  sacrilegio  cometido 
contra  Nuestro  Señor  Jesucristo  Sacramentado. 

Ultrajaron  también,  a  la  Santísima  Virgen,  en  su  imagen  del 
Carmen,  que  se  hallaba  en  el  altar  mayor  con  motivo  de  la  no- 
vena que  se  le  estaba  haciendo.  Le  robaron  un  broche  de  poco 
valor  que  tenía  en  el  manto,  permitiéndolo  así  su  hijo  santísimo 
para  que  por  ese  broche  descubriesen  los  criminales,  como  así 
ha  sucedido;  pues  al  poco  rato  de  sabido  el  suceso  por  el  señor 
Alcalde,  éste  se  presentó  en  casa  de  un  sospechoso.  Estaba  dur- 
miendo el  individuo,  y  al  despertarlo  y  ver  que  era  la  autoridad, 
lo  primero  que  hizo  fue  sacar  el  broche  del  bolsillo  y  querer 
ocultarlo.  La  autoridad  observó  lo  que  hacía  y  recogió  el  broche. 
Se  encontraron  además  algunos  ramos  de  flores  deshechos, 
y  los  crucifijos  de  los  altares  puestos  boca  abajo». 

Estos  sacrilegios  cometidos  en  la  iglesia  tumaqueña  cau- 
saron profunda  pena  a  los  habitantes  de  la  ciudad,  se  prepara- 
ron a  repararlos  con  un  solemne  triduo.  Cosa  admirable!  Las 
mismas  personas  que  días  antes  habían  faltado  al  respeto  al  Pre- 
lado en  una  reunión  de  las  hermanas  del  Sagrado  Corazón  de 
Jesús,  de  la  que  se  salieron  incivilmente  y  aun  arrojaron  la  cin- 
ta de  la  hermandad  por  el  suelo,  fueron  las  primeras  en  con- 
moverse profundamente  y  en  ayudar  a  las  solemnidades  que  se 
llevaron  a  efecto  en  desagravio.  Nos  atrevemos  a  sostener  que 
la  verdadera  conversión  de  muchas  personas  muy  dadas  ahora 
a  los  ejercicios  de  piedad  y  al  culto  divino,  data  del  12  de  ju- 
nio de  1903,  porque  Dios  sabe  sacar  bienes  de  los  males. 

El  solemne  triduo  remató  con  una  procesión  que  describe 
así  el  señor  Obispo:  «En  el  último  día  sacamos  y  paseamos  en 
triunfo  a  Jesús  Sacramentado,  para  dar  a  entender  a  sus  enemi- 
gos que  a  cada  blasfemia  y  a  cada  ultraje  que  lanzaban  contra 
él,  sus  fieles  servidores  responden  con  miles  de  alabanzas  y  miles 
de  actos  de  desagravios.  Las  señoras  habían  levantado  cuatro  lu- 
josísimos y  bonitos  altares,  donde  se  colocó  la  custodia  y  se 
cantaron  motetes.  Todas  las  niñas  de  la  escuela  iban  con  elegan- 
tísimos trajes  blancos,  y  algunas  vestidas  de  ángeles. 

Hay  que  hacer  constar   también  que  las  autoridades  y  em- 


184  Costa  colom  l 

picados  con  varios  otrcs  stñoies,  vinieron  a  la  casa  cuial  en 
el  mismo  día  del  domingo  a  manifestarnos  su  pena  y  sentimien- 
to por  los  tristes  sucesos  ocurridos». 

En  el  mes  de  enero  de  1906  volvió  a  Tumaco  de  paso  pa- 
ra España  el  señor  Moreno,  herido  por  la  grave  enfermedad  que 
lo  llevó  en  ese  mismo  año  al  sepulcro. 

El  biógrafo  del  santo  Obispo  nos  refiere  así  la  llegada: 
«Bajo  un  sol  abrasador  que  mortificaba  no  poco  al  paciente, 
entraron  muy  acompañados  del  párroco,  autoridades  civiles  e  in- 
menso gentío  que,  luciendo  sus  mejores  preseas,  celebraban  el* 
día  de  Pascua,  en  Barbacoas,  y  el  26  por  la  noche  se  embarca- 
ron en  el  Telembí,  navegando  hasta  el  atardecer  del  día  siguien- 
te y  durmiendo  cerca  de  donde  había  que  pasar  un  trozo  de 
monte  a  fin  de  evitar  la  entrada  en  el  mar  en  la  afluencia  del 
río  Patía.  En  una  silla  colocaron  al  señor  Obispo,  que,  con  har- 
to pesar  suyo,  se  vio  precisado  a  aceptar  el  vehículo,  y  a  espal- 
das de  un  hombre  se  atravesó  el  fangoso  camino  embarcándose 
de  nuevo  para  Tumaco.  Mas  como  había  que  esperar  la  marea 
alta,  aprovecharon  el  tiempo  para  tomar  una  comida  que  el  so- 
lícito Padre  Gerardo  Larrondo  les  llevó.  Recostóse  el  señor  Obis- 
po porque  sentía  mucha  fatiga,  subió  uno  de  los  peones  a  un 
troje  y  se  le  cayó  una  botella  yendo  a  dar  en  la  frente  del  en- 
fermo. Todos  se  alarmaron  y  reprendieron  al  hombre,  pero  el 
señor  Obispo  les  tranquilizó  y  amparó  al  pobre  peón,  aunque  el 
golpe  fue  dolorosísimo  por  haber  dado  en  la  parte  más  delicada. 
Se  detuvieron  en  Tumaco  hasta  el  día  6  de  enero,  examinándo- 
le allí  un  médico  norteamericano  que  calificó  la  enfermedad  de 
cáncer  lupus  o  benigno,  y,  por  lo  tanto,  curable;  opinión  que  fue 
también 'la  de  otro  doctor  en  Panamá.  El  Padre  Custodio  de  los 
Capuchinos  tuvo  que  quedarse  en  Tumaco  por  enfermo,  y  el  se- 
ñor Obispo  salió  en  el  vapor  Manavi  con  rumbo  a  Panamá.  (1) 
El  19  de  agosto  de  1906  murió  en  el  convento  de  los  Pa- 
dres Agustinos  Recoletos  de  Monteagudo  en  España  el  Prelado 
modelo,  el  celoso  Obispo  que  tanto  se  preocupó  durante  el  epis- 
copado por  la  prosperidad  y  bienestar  déla  Costa  del  Pacífico, 
el  limo.  Señor  Ezequiel  Moreno,  cuya  causa  de  beatificación  se 
activa  en  la  curia  romana. 


(i)  Biografía  del  limo.  Señor  Moreno.   Páginas  185,  268  y  311. 


CAPITULO     XXVIII 

El  Padre  Larroudo  sale  para  Espaila —  El  Padre  Hilario  Sánchez — Expe- 
dición de  los  Padres  Marcos  Bartolomé  y  Reguío  Maculet — La  Pro- 
vincia  de  la  Candelaria  se  hace  cargo  de  las  Misione. — Correrías 
de  los  Padies  Marcos  Bartolomé  y  Tomás  Martínez — Palabras  del 
doctor  Ramón  Bejarano — Facultades  concedidis  a  los  Misione- 
ros—  El  Padre  Rufino  Pérez — El  Hospital  —  La  Sociedad  Rosa  Za- 
rate—  En  el  centenario  de  Policarpa  Salabai-rieta — Bienhechores  del 
Hospital. 

Habiendo  nombrado  el  Capítulo  de  la  Provincia  de  Santo 
Tomás  de  Villanueva,  maestro  de  novicios  al  R.  Padre  Gerardo 
Larrondo,  salió  para  España  en  el  año  de  1909  (1).  Y  va  un  da- 
toque  pinta  la  idiosincracia  costeña;  al  abnegado  Misionero  que 
durante  once  años  había  administrado  la  Parroquia  tumaqueña, 
sólo  unas  tres  personas  salieron  a  despedirlo  el  día  de  la  par- 
tida. Felices  los  que  no  reciben  merced  de  los  hombres,  porque 
la  recibirán  de  Dios  superabundantemente! 

En  lugar  del  R.  Padre  Larrondo  quedó  en  Tumaco  el  Pa- 
dre Hilario  Sánchez,  quien  tuvo  el  consuelo  de  abrazar  allí  a 
los  R  R.  Padres  Regino  Maculet  y  Marcos  Bartolomé,  que 
fueron  a  la  Costa  comisionados  por  el  Definitorio  agustinia- 
no  de  Bogotá,  para  rendir  a  los  superiores  un  informe  acerca 
del  estado  y  disposición  de  las  Misiones  a  fin  de  hacerse  la 
Provincia  de  la  Candelaria  cargo  de  ellas,  como  efectivamente  se 
hizo  a  fines  de  1919,  mediante  un  tratado  que  más  tarde  se  llevó 


(i)  El  Padre  Larrondo  es  actualmente  Provincial  de  la  Provincia  de  Santo 
Tomás  de  Villanueva  en  Andalucía, 


1B6  Costa  colombiana 

a  cabo  por  el  R.  Padre  Marcelino  Ganuza  y  los  Obispos  de  Cali 
y  de  Pasto,  en  el  que  se  estipularon  ciertas  condiciones  harto  ve- 
néficas para  las  diócesis,  no  siendo  la  menor  el  poder  estar  los 
Prelados  tranquilos  al  dejar  en  expertas  manos  un  territorio  que 
había  sido  hasta  entonces  quebradero  de  cabezas  episcopales.  Es- 
te convenio  fue  aprobado    en  Roma. 

Los  PP.  Regino  Maculet  y  Marcos  Bartolomé  emplearon  tres 
meses  en  la  correría  evangélica  desde  Tumaco  hasta  Guapi.  El 
fruto  espiritual  fue  abundante;  lo  que  debió  ser  una  satisfacción 
para  ellos,  dados  los  trabajos  que  tuvieron  que  soportar,  pues, 
fuera  de  los  inherentes  a  toda  misión  en  la  Costa,  el  Padre  Ma- 
culet enfermó  en  el  Charco  de  las  fiebres  palúdicas. 

De  regreso  a  Tumaco,  los  Padres  dieron  durante  la  cua- 
resma de  1910,  misiones  y  retiros  espirituales  que  todavía  se  re- 
cuerdan allá  con  entusiasmo. 

Los  primeros  religiosos  enviados  por  la  Provincia  de  la 
Candelaria  a  la  Costa  de  una  manera  permanente  fueron  los 
Padres  Rufino  Pérez,  Víctor  Labiano  y  Antonio  Roy,  a  fines  de 
1910.  La  permanencia  del  segundo  en  Tumaco  no  duró  mucho 
porque  enfermó  de  cuidado. 

En  1911  practicaron  una  correría  de  cuatro  meses,  desde 
Buenaventura  hasta  Timbiquí,  los  Padres  Marcos  Bartolomé  y 
Tomás  Martínez.  En  aquella  población,  a  la  que  llegaron  el  3 
de  julio  del  dicho  año,  permanecieron  diez  y  siete  días  que  em- 
plearon en  dar  una  misión  y  en  otras  obras  del  ministerio.  El 
Doctor  Ramón  Bejarano,  cura  párroco  del  puerto,  dio  las  gra- 
cias a  los  Padres  en  la  iglesia  el  16  de  julio  con  las  siguientes 
palabras: 

"Os  supliqué  RR.  PP.  vinieseis  a  derramar  en  estos  cam- 
pos sedientos  la  semilla  del  bien.  Bañada  en  luz  la  mente  y 
henchido  de  caridad  el  corazón  empesasteis  a  sembrar.  Abriéndo- 
se blandamente  los  corazones  anhelosos  de  la  paz  celestial,  ora 
con  las  tremendas  amenazas  que  fulminaba  en  Babilonia  Ezequiel, 
ora  con  las  halagüeñas  promesas  que  dejaba  caer  Ageo  sobre 
las  gentes  desoladas  de  los  hijos  de  Jacob,  lograste  que  1,100  al- 
mas se  lavasen  en  las  fuentes  salvadoras  de  la  penitencia  cris- 
tiana; más  de  2,000  hostias  distribuísteis  en  diez  días  a  la  ávi- 
da muchedumbre.  Os    doy    las    gracias,    hijos    del    celebérrimo 


del  Pacífico  187 

Agustín  y  herederos  de  la  heroica  sangre  del  valentísimo  Pelayo. 
La  iglesia  está  contenta;  el  cielo  os  sonríe;  los  ángeles  que  ve- 
lan por  la  buena  ventura  de  este  pueblo,  os  tejen  sendas  guir- 
naldas. Bien  las  merecéis.  Y  yo,  que  represento  aquí  al  Pre- 
lado, que  conmigo  os  suplicó  también  la  misión,  os  doy  los 
parabienes  por  los  grandes  favores  que  habéis  hecho  a  la  isla  del 
Seráfico  doctor  Bagnarea. 

Pueblos  lejanos  os  están  esperando. 

Propagadores  de  la  civilización,  volad  a  verter  torrentes  de 
consuelo  y  luz. 

Heraldos  del  Dios  de  paz,  id  a  decir  a  esas  gentes,  que 
se  reconcilien  con  el  Padre  celestial.  Oh!  Despertad  a  los  que 
duermen  el  sueño  secular  de  la  ignorancia  y  del  error. 

Vientos,  soplad  ahora  serenos;  inmenso  mar,  no  alborotéis 
vuestras  olas,  sino  meced  la  nave  que  lleva  a  los  verdaderos 
bienhechores  de  la  humanidad.  Bosques  solitarios,  estremeceos 
de  placer;  islas  del  Pacífico,  recibidles  ufanas;  os  obsequian 
con  la  ciencia  divina,  los  consuelos  verdaderos  y  las  supremas  es- 
peranzas. He  ahí  el  progreso;  he  ahí  la  luz;  he  ahí  la  vida  que 
os  llevan  los  que  sí  aman  al  pueblo  y  se  compadecen   de  él». 

Los  Padres  emplearon  cuatro  días  en  llegar  a  San  Fran- 
cisco de  Naya  y  estuvieron  a  pique  de  perecer  en  la  boca  de 
Yurumanguí, donde  se  desató  una  terrible  tempestad  que  hundió 
una  pequeña  embarcación  que  les  acompañaba,  sin  ahogarse 
ninguno  de  los  tripulantes,  gracias  a  su  pericia  en  la  necesaria 
arte  natatoria. 

La  misión  duró  diez  días;  de  allí  pasaron  los  Padres  a 
Micay,  donde  las  fiebres  atacaron  al  Padre  Martínez,  a  Timbi- 
quí;  y  luego  a  Yurumanguí  y  Cajambre.  En  el  primer  pueblo 
de  este  río  les  dieron  a  los  misioneros  por  alojamiento  la  cárcel 
sin  más  mobiliario  que  un  cepo.  Y  allí  terminaron  las  misiones, 
porque  el  Padre  Marcos  enfermó  tan  gravemente  que  fue  me- 
nester llevarlo  a  Buenaventura,  y  de  ahí  a  Cali  y  a  Maní- 
zales. 

El  fruto  cosechado  por  los  dos  misioneros  en  los  cuatro 
meses  de  correría  fue  el  siguiente:  7200  confesione;  564  bautis- 
mos; 2300  confirmaciones;  158  matrimonios. 

El  limo,  señor  Francisco  Ragonessi,    Delegado  Apostólico  en 


188  Costa  colombiana 

Colombia,  concedió  a  los  Misioneros  de  la  Costa  el  1.°  de  marzo 
de  1911,  amplias  facultades  para  la  administración  délos  sacra- 
mentos, cosa  justísima,  dadas  las  múltiples  dificultades  con  que 
tienen  que  tropezar  a  cada  paso. 

Según  ellas,  todos  los  misioneros  podían  dispensar  varios 
impedimentos  matrimoniales  y  administrar  el  sacramento  de  la 
confirmación. 

El  Padre  Hilario  Sánchez  permaneció  al  frente  de  la  Parro- 
quia de  Tumaco  desde  agosto  de  1909  hasta  septiembre  de 
1911  en  que  se  encargó  de  ella  el  Padre  Alberto  Fernández  y 
luego  en  diciembre  el  Padre  Rufino  Pérez,  quien  llevó  a  feliz  re- 
mate la  magna  obra  de  la  fundación  de  un  hospital.  Con  este 
objeto  se  fundó  una  junta  de  beneficencia,  cuyo  presidente  fue 
el  Padre  Rufino,  quien  tuvo  que  sostener  polémicas  verdadera- 
mente candentes  aun  con  miembros  de  la  misma  junta  p3ra  sacar 
avante  el  proyecto,  combatido,  sobre  todo,  en  su  parte  religiosa. 

Tras  porfiadas  luchas  el  Municipio  votó  una  cantidad  para 
comprar  una  casa  que  sirviese  de  hospital  y  un  tanto  por 
ciento  del  producto  de  la  renta  de  la  tagua  para  montarlo  y  sos- 
tenerlo. La  casa  que  se  compró  fue  la  en  que  murió  don  Fran- 
cisco Benítez,  a  un  precio  relativamente  bajo,  gracias  a  las  ges- 
tiones del  Padre  Rufino;  de  los  Estados  Unidos  se  llevó  instru- 
mental; se  trató  con  la  Visitadora  de  las  Hijas  de  la  Caridad, 
residente  en  la  capital  del  Valle,  la  consecución  de  algunas  Her- 
manas que  regentasen  el  Hospital  y  lo  sirviesen;  se  nombró  mé- 
dico al  doctor  Antonio  Jesé  Castro  y  Capellán  al  Párroco  de 
Tumaco.  Todo  listo,  se  inauguró  solemnemente  el  Hospital  el  8 
de  septiembre  de  1915,  con  misa  campal  y  sermón  del  R.  Pa- 
dre Antonio  Caballero,  encargado  entonces  de  la  Parroquia. 

Los  servicios  que  el  Hospital  ha  prestado  a  los  habitan- 
tes de  Tumaco,  de  los  campos  costeños  y  de  las  tierras  ecuato- 
rianas, limítrofes  a  Colombia,  no  son  para  describirlos.  La  ca- 
ridad extraordinaria  de  las  Hermanitas  para  con  los  enfermos  y 
la  consagración  del  doctor  Castro,  contribuyeron  eficazmente  a 
la  fama  que  adquirió  con  justicia  el  hospital,  donde  se  han  prac- 
ticado numerosas  operaciones  de  alta  cirugía. 

En  cuanto  a  lo  espiritual,  los  Padres  Agustinos  visitan  dia- 
riamente a  los  enfermos,  se  dice  misa  frecuentemente  en  la  capilla 


Iglesia  nueva  tle  Tuiuaco 


del  Pacifico  189 

del  hospital  y  acorren  a  él  cuantas  veces  hay    que    administrar 
los   sacramentos. 

Para  acudir  a  las  necesidades  imperiosas  del  hospital  y 
especialmente  con  el  fin  de  levantar  una  sala  de  maternidad  se 
formó  una  junta  de  señoras  tumaqueñas,  que  se  llamó  Rosa  Za- 
rate, en  memoria  de  la  heroína  sacrificada  en  la  independecia 
por  la  Patria.  Entre  los  medios  pue  se  idearon  para  allegar  fon- 
dos, fue  uno  la  rifa  de  cierta  suma,  a  manera  de  lotería,  loque 
dio  buenos  resultados.  Los  Padres  coadyuvaron  a  esta  obra,  efi- 
cazmente, y  aún  hubo  Misionero  que  fue  de  puerta  en  puerta 
por  las  casas  y  almacenes  de  Guapi  y  del  Charco,  con  el  objeto 
de  entusiasmar  a  las  gentes  para  que  aportasen  su  óbolo  a  esa 
obra  de  beneficencia  con  la  compra  de  boletas  de  la  lotería.  En 
el  centenario  del  sacrificio  de  Policarpa  Salabarrieta,  el  18  de 
noviembre  de  1917  se  colocó  en  el  Hospital  el  primer  pilar  para 
la  sala  de  maternidad.  Lo  bendijo  el  Párroco  y  pronunció  otro 
da  los  Padres  un  discurso  del  cuil  transcribimos  algunas  fra- 
ces: 

«Sublime  pensamiento:  rendir  homenaje  a  la  Patria,  cuna 
de  la  sociedad,  honrando  en  la  hija  predilecta,  la  Pola,  a  la 
mujer  madre  fuente  de  las  familias  que  componen  la  Repú- 
blica. 

Las  iniciadoras  de  esta  obra  son  las  damas  tumaqueñas, 
cuya  sangre  vigorizada  por  el  sol  de  los  trópicos,  a  la  amplitud 
y  energía  de  la  idea,  unen  la  ternura  del  corazón,  iluminado 
por  el  faro  esplendoroso  de  la  fe  y  caldeado  en  el  horno  deifico 
de  la  caridad. 

«Ved  que  del  oriente  se  levanta  nebulosa  blanquecina,  se 
acerca,  son  fúlgidas  estrellas  que  derraman  sobre  la  perla  del 
Pacífico  mar  de  luz,  fecundizando  la  tierra  de  cuyo  seno  brota 
árbol  majestuoso.  Bajo  sus  frescas  bombras  se  acogen  los  heri- 
dos en  el  Sahara  de  la  vida  por  el  dolor  profundo.  Las  estre- 
llas se  acercan  más,  y,  al  contacto  sidéreo,  el  árbol  siente  que 
se  estremece  la  sabia  de  sus  venas  y  que  se  cubre  de  gayas 
flores,  cuyas  corolas  guardan  el  corazón  de  una  madre  y  la 
cuna  de  un  niño. 

Conoce  el  pueblo  de  Tumaco  su  deber,  y  por  ende  coad- 
yuvará   a  tan  bienhechora  obra,  iniciada  por  las  damas  de  la  so- 


Í90  Costa  colombiana 

ciedad  Rosa  Zarate,  a  quienes  bendecirán  las  generaciones  futu- 
ras, venidas  al  mundo  en  la  cuna  por  ellas  hoy  comenzada  a 
preparar. 

Mas  no  basta  para  una  obra  de  beneficencia  ayudar  con 
una  fría  moneda,  no;  señores,  que  sea  vuestro  corazón  el  factor 
principal  en  la  heroica  labor  de  aliviar  los  humanos  dolores,  y 
a  la  obra  hoy  comenzada  podremos  ceñirle  pronto  en  las  sienes  la 
corona  del  triunfo. 

Y  caso  extraño;  entre  tanto  que- parte  de  la  vieja  Europa 
se  derrumba,  nosotros  emprendemos  obras  de  soberbio  empuje 
y  hemos  con  un  solo  corazón  conmemorado  el  sacrificio  de  la 
más  grande  heroína  de  la  Patria.  Y  en  buen  hora  hemos  cele- 
brado el  sacrificio  de  la  Pola.  Cuando  la  tromba  de  la  guerra 
quiere  asolar  también  nuestro  país  y  se  hace  presión  para  que 
la  balanza  se  incline  al  lado  en  que  figuran  nuestros  encarniza- 
dos enemigos,  los  que  conculcaron  nuestro  honor,  ultrajaron  nues- 
tra bandera,  desmembraron  el  territorio,  y  tienen  los  ávidos  ojos 
puestos  en  las  partes  más  pingües  del  Litoral;  como  una  visión  del 
cielo  aparece  la  imagen  de  la  Pola,  sacrificándose  por  no  ir  en 
pos  de  sus  enemigos  e  impávida  gritando  desde  el  patíbulo  a 
quienes  los  seguían  aquellas  palabras  que  debiéramos  tenerlas 
grabadas  en  el  fondo  del  alma:  «Viles  americanos,  volved  esas 
armas  contra  los  enemigos  de  la  Patria.» 

Mártir  heroica,  levanta  del  altar  del  sacrificio  tu  vuelo  a 
la  región   celeste. 

Cóndor  de  los  Andes  no  nacido  para  revolotear  sobre  la 
tierra  vil,  duerme  en  las  alturas  de  la  gloria  sobre  la  tricolor 
bandera  de  la  Patria,  extiende  sobre  nosotros  tus  alas  y  en  tu 
pico  enseñándonos  el  olivo  de  la  paz.  Tu  obra  está  hecha;  la 
enérgica  labor  regada  con  la  sangre  de  tus  venas  fecundizó  el 
pensamiento  engendrador  de  nueva  era. 

Nuestro  suelo,  tras  un  siglo  de  lucha,  arrullado  ahora  en 
la  cuna  de  la  paz,  se  prepara  a  darnos  el  néctar  de  su  pecho  y 
los  frutos  opimos  de  su  seno;  y  tú,  heroína  en  cuyo  honor  he- 
mos hoy  comenzado  está  obra  de  beneficencia,  sigue  enviándo- 
nos  en  el  cénit  del  colombiano  cielo  cual  sol  esplendoroso,  luz, 
energía  y  ejemplos  de  patriotismo  y  de  virtudes  cívicas.» 

Debemos  consignar  aquí  los  nombres  de  las  Hermanas  Ma- 


del  Pacifico  1Ó1 

ría  Luisa  Salcedo  y  María  Josefa  hijas  de  la  caridad,  de  las  se- 
ñoras de  Nalsar,  Márquez,  Escruceria,  Ricaurte,  Benítez  y  Débo- 
ra  Aparicio  de  Lemos,  presidenta  y  alma  de  la  sociedad  Rosa 
Zarate,  de  los  doctores  Genaro  Payan,  Maximiliano  Bueno  Paz 
y  Antonio  José  Castro,  quienes  trabajaron,  cada  uno  en  su  es- 
fera, por  la  prosperidad  y  engrandecimiento  del  hospital,  del 
cual  han  sido  partidarios  todos  los  tumaqueños  porque,  si  ha 
tenido  algunos  enemigos,  éstos  lo  han  sido  más  del  elemento 
religioso  que  en  él  predomina  que  de  la  obra  en  sí  misma. 

En  1916  se  colocó  un  retrato  a  lápiz  del  fundador  del  hos- 
pital R.  Padre  Rufino  Pérez,  en  la  sala  principal  de  él. 

Loor  a  quienes  socorren  a  los  enfermos,  los  medicinan  con 
espíritu  de  caridad  y  derraman  sobre  sus  corazones  el  bálsamo 
del  consuelo;  bien  hayan  los  que  ayudan  con  sus  limosnas  a 
las  obras  de  beneficencia.  Dios  los  bendiga  a  todos. 


Yíp>* 


CAPITULO  XXIX 

Muere  el  Hermano  Ignacio  Ayala— La  iglesia  nueva  de  Tumaco — La- 
bor de  los  Padres  Hilario  Sánchez  y  Rufino  Pérez— Las  misiones 
elevadas  a  Vicaría  Provincial — Acontecimientos  dignos  de  men- 
ción—Trabajos  del  Padre  Pablo  Planillo— Gestiones  délos  Padres 
para  establecer  un  Colegio  de  jóvenes — Un  director  Provincial 
de  Instrucción  Pública  —  E!  cementerio  nuevo — La  casa  parro 
quial — Varios  Misioneros — Improbo  trabajo  de   los  Padres. 


En  octubre  de  1914  nuestros  Religiosos  de  Tumaco  tuvie- 
ron la  pena  de  ver  descender  al  sepulcro  al  Hermano  Ignacio 
Ayala,  víctima  de  la  fiebre  amarilla.  Tenía  sólo  veinticuatro  años 
cuando  murió. 

Por  motivo  de  ser  la  iglesia  parroquial  demasiado  pequeña, 
los  Padres  Rufino  Pérez  e  Hilario  Sánchez  emprendieron  la  edi- 
ficación de  otra  en  el  centro  de  la  isla,  de  acuerdo  con  un  pla- 
no hecho  en  Pasto.  No  pueden  calcularse  las  fatigas  y  desvelos 
que  costó  al  Padre  Sánchez  la  edificación  de  la  nueva  iglesia. 
Mientras  el  Padre  Pérez  ditigía  técnicamente  la  obra,  el  Padre 
Sánchez  recorría  los  caseríos  en  busca  de  fondos  para  llevarla 
a  cabo.  No  hubo  rincón  de  la  Parroquia  que  el  Padre  no  visi- 
tase, ni  casucha  a  la  que  no  penetrase,  pidiendo  una  limosna 
para  la  construcción  de  la  iglesia.  Aquí  le  daban  una  gallina, 
allá  una  libra  de  caucho,  acullá  un  poco  de  tagua;  y  así  de  ma- 
ravedí en  maravedí  pudo  reunir  cerca  de  $  40,000,  (plata,),  que 
se  invirtieron  en  las  paredes,  torres,  techumbre  y  pavimento  del 
templo. 

En  marzo  de  1918  se  dio  al  culto  público  la  nueva  iglesia 
con  una  solemne    procesión  presidida   por   el    Ilustrísimo   señor 


del  Pacifico  193 

Antonio  María  Pueyo,  Obispo  de  Pasto,  quien  predicó  un  elo- 
cuentísimo sermón;  en  él  encareció  a  los  tumaqueños  la  necesi- 
dad imperiosa  de  llevar  a  feliz  término  la  obra  comenzada  y  puso 
el  nuevo  templo  bajo  la  advocación  de  Nuestra  Señora  de  la  Con- 
solación, Madre  y  Patrona  de  la  Orden  Agustiniana.  Al  acto 
acudieron  todos  los  habitantes  de  la  población. 

Pero  debemos  hacer  constar  que  la  iglesia  se  ha  construido 
y  se  mantiene  en  pie  contra  viento  y  marea,  porque  se  le  ha  he- 
cho cruda  y  descarada  guerra.  No  queremos  aducir  las  mil  ra- 
zones que  hemos  oído  en  pro  y  en  contra. 

Las  segundas  son  dictadas  por  el  espíritu  divino,  por  el 
mundano  o  el  diabólico.  ¿Hay  razones  poderosas  para  destruir 
un  templo  que  se  ha  levantado  con  las  limosnas  de  los  pobre- 
citos  y  con  los  sacrificios  heroicos  de  venerables  sacerdotes?  ¿Las 
propuestas  que  se  han  hecho  para  esto  son  aceptables?  ¿Los  pro- 
yectos que  elaboran  las  fantasías  se  realizarán?  Acatamos  lo  que 
dispongan  al  respecto  los  superiores  eclesiásticos;  pero  consigna- 
mos en  estas  páginas  la  viva  esperanza  que  tenemos  en  la  di- 
vina Providencia,  en  la  generosidad  de  los  costeños  y  en  el  tesón 
de  los  Misioneros,  de  ver  terminado  por  completo  el  grandioso 
templo  tumaqueño. 

Los  Padres  Hilario  Sánchez  y  Rufino  Pérez  introdujeron  impor- 
tantes mejoras  en  la  iglesia  parroquial.  El  primero  consiguió  que  el 
Municipio  votase  una  suma  para  construir  una  artística  torre  y 
comprar  el  reloj  que  se  colocó  en  ella;  y  el  segundo  arregló  las 
naves  del  templo  y  puso  andenes  de  cemento  al  rededor  de  él. 

Al  Padre  Rufino  le  tocaron  las  enojosas  cuestiones  que  se 
originaron  a  causa  de  la  dudosa  ortodoxia  de  los  Profesores  del 
Colegio  de  jóvenes,  cuya  existencia  fue  efímera. 

El  Padre  Pérez  fundó  en  Tumaco  los  talleres  de  Santa  Rita, 
y  en  1914,  durante  la  epidemia  de  la  fiebre  amarilla,  se  manejó 
como  un  héroe,  asistiendo  a  los  enfermos  con  peligro  de  su  pro- 
pia vida  y  contra  el   dictamen  de  los  médicos. 

En  noviembre  de  1914  marchó  para  Bogotá  el  Reverendo 
Padre  Hilario  Sánchez,  donde  el  Capítulo  Agustiniano  de  abril 
de  1915  le  otorgó  el  honroso  nombramiento  de  Provincial. 
En  la  misma  venerable  asamblea  se  nombró  Prior  del  Convento  de 
Sos,  en  España,  al  Reverendo  Padre  Rufino  Pérez,  quien  salió  de 

13 


194  Costa  colombiana 

Tumaco  para  el  lugar  de  su  destino  a  últimos  de  junio;  y  se  ele- 
varon las  Misiones  de  la  Costa  al  rango  de  Vicaría  Provincial 
y  para  ese  puesto  se  eligió  al  Reverendo  Padie  Doroteo  Ocón 
de  San  Luis  Gonzaga,  que  por  motivos  de  salud  residió  en  Pa- 
namá durante  los  tres  años  de  su  gobierno  y  solamente  hizo  en 
febrero  de  1916  una  visita  a  la  perla  del  Pacífico  y  a  Barba- 
coas. 

A  reemplazar  a  los  Padres  Sánchez  y  Pérez,  arribaron  a  Tu- 
maco en  junio  de  1915  los  Padres  Antonio  Caballero,  quien  se 
encargó  de  la  Parroquia,  Tomás  Martínez,  Ubaldo,  Samuel  Ba- 
llesteros y  Pablo  Planillo.  Los  dos  últimos  fueron  enviados  a  la 
nueva  Misión  de  Barbacoas,  incluida  en  la  Vicaria  Provincial  en 
el  contrato  celebrado  con  el  Obispo  de  Pasto;  y  el  Padre  Tomás 
a  Guapi. 

El  8  de  septiembre  llegó  a  Tumaco  el  Padre  Bernardo  Me- 
rizalde,  quien  halló  al  Padre  Ubaldo  postrado  en  cama,  suma- 
mente enfermo  de  fiebres;  y  éstas  fueron  tan  persistentes  y  te- 
naces que  los  doctores  Castro  y  Paz  manifestaron  la  necesidad 
urgente  de  sacar  al  Padre  de  la  Costa,  como  en  realidad  se  efec- 
tuó en  el  mes  de  octubre.  El  Padre  Merizalde  acompañó  al  en- 
fermo hasta  Cali,  de  donde  éste  siguió  para  Manizales  y  aquél 
regresó  a  Tumaco. 

Los  días  8,  9  y  10  de  diciembre  de  aquel  año  quedaron  gra- 
bados en  los  corazones  costeños  con  indelebles  caracteres.  Con 
motivo  de  la  fiesta  de  la  Inmaculada  Concepción  se  dieron  re- 
tiros espirituales,  hicieron  la  primera  Comunión  500  niños,  hubo 
Cuarenta  Horas  solemnísimas  y  se  entronizó  en  las  escuelas  al 
Corazón  de  Jesús,  cuya  imagen  fue  llevada  pomposamente  de  la 
iglesia  parroquial  a  los  respectivos  locales,  acompañada,  fuera  de 
los  adultos  de  1,000  y  más  niños,  vestidos  de  blanco,  uniforme- 
mente, con  baderolas  y  estandartes  y  cantando  unísonos  el  him- 
no eucarístico  de  Madrid.  Aquellas  fiestas  fueron  un  verdadero 
triunfo  católico  en  la  isla.  Con  razón  pudo  exclamar  uno  de  los 
Padres  en  el  discurso  que  pronunció  en  la  escuela  de  varo- 
nes : 

«La  juventud    se  ha  ganado  para  Cristo;    luego  el  porvenir 
es  nuestro!» 


o 
o 

- 

ct 

oí 

S 

9 

- 


:l 

9 

O 

>. 

B 


el 

— 
o 


del  Pacifico  195 

No  pretendemos  describir  las  numerosas  fiestas  religiosas 
hechas  por  nuestros  misioneros  en  Tumaco,  pues  nos  haríamos 
interminables,  pero  conste  que  ellas  son  muchas  y  pomposas  y 
que  en  la  Navidad  y  las  Mercedes  los  alféreces  hacen  derroche 
de  lujo. 

En  abril  de  1916  llegó  a  Tumaco,  en  son  de  visita  oficial 
el  Reverendo  Padre  Provincial  Hilario  Sánchez,  quien  encomen- 
dó la  Parroquia  al  Reverendo  Padre  Pablo  Planillo,  religioso  de 
excelentes  prendas,  cuya  acción  en  Tumaco,  durante  cinco  años, 
fue  óptima  y  fecunda. 

Con  su  don  de  gentes  el  Padre  Pablo  ha  sabido  conquis- 
tarse las  simpatías  de  la  población,  si  bien  a  sufrido  con  fre- 
cuencia rudos  golpes  de  los  enemigos  de  la  Religión  quienes 
sin  embargo,  han  admirado  su  entereza  y  valentía.  Así,  por  ejem- 
plo, sucedió  cuando  el  Municipio  quiso  hacer  un  cementerio  lai- 
co, y  con  motivo  de  repetidos  ataques  de  la  prensa  anticris- 
tiana. 

El  protestantismo  que  tiene  en  Tumaco  sus  defensores,  más 
por  motivos  de  nómina  que  de  conciencia,  ha  encontrado  en  el 
Padre  Planillo  un  baluarte  del  catolicismo.  Y,  cosa  curiosa!  Un 
señor  de  Tumaco,  a  quien  se  le  ha  dado  el  título  de  ministro 
protestante,  nunca  falta  a  los  sermones  dominicales. 

Los  Padres  Agustinos,  reconociendo  el  bien  que  haría  en 
Tumaco  un  Colegio  de  jóvenes,  con  un  buen  cuerpo  de  compe- 
tentes profesores,  trataron  repetidas  veces  de  llevar  a  la  isla 
Hermanos  Maristas  o  Cristianos,  pero  no  fue  posible  vencer  las 
dificultades  que  se  presentaron  para  realizar  ese  proyecto  salva- 
dor. En  la  visita  Provincial  que  hizo  el  Reverendo  Padre  Ed- 
mundo Goñi  con  su  secretario  Reverendo  Padre  Cándido  Armen- 
tía  a  la  Costa,  en  septiembre  de  1919,  ordenó  al  Padre  Planillo 
que  elevase  un  memorial  al  Consejo  Municipal  de  Tumaco,  pi- 
diendo que  se  entregase  a  los  Padres  Agustinos  el  edificio  del 
Colegio  Pedagógico  para  establecer  en  él  por  cuenta  de  la  Orden 
un  plantel  de  educación  en  regla. 

El  Padre  Planillo  en  carta  del  20  de  marzo  de  1920,  nos 
decía  : 

«Comisionado  por  nuestro  Padre  Provincial  me  dirigí  al 
Concejo,  solicitando   el  local  que  ocupamos,  para  establecer  un- 


1Q6  Costa  colombiana 

Colegio.  Esto  ha  causado,  como  es  natural,  los  efectos  de  una 
bomba;  los  campos  se  han  deslindado;  hay  opinión  en  pro  y 
en  contra;  en  general  a  todos  sonríe  la  idea.  Creo  que  elevarán 
solicitudes  al  Concejo  muchos  señores,  señoras  y  pueblo  bajo. 
Ayer  hablé  sobre  eso  en  e!  pulpito;  salieron  entusiasmadísimos. 
Hay  en  contra  la  solicitud  hecha  por  algunos  Padres  de  familia 
a  Max  Seidel,  para  establecer  una  escuela,  pero  parece  que  co- 
bra muy  caro  y  que  no  vendrá.  El  Concejo  no  sé  qué  hará.  Ocu- 
rre esto:  que  los  padres  de  familia  ignoraban  mi  solicitud,  la  que 
¡coincidencia  rara!  se  leyó  en  la  misma  sesión  que  la  de  ellos; 
circunstancia  aquélla  que  hará  inclinar  la  opinión  de  algunos  en 
favor  del  Colegio,  más  bien  que  de  la  escuela.» 

El  Ilustrísimo  señor  Pueyo  recibió  con  entusiasmo  la  noticia 
del  proyectado  Colegio,  lo  mismo  que  todas  las  personas  aman- 
tes de  la  instrucción.  ¿Pero  cuál  fue  la  respuesta  del  Concejo? 
Una  fría  negativa,  inspirada  únicamente  en  el  espíritu  sectario 
y  anticlerical.  He  aquí,  en  confirmación  de  lo  dicho  algunos  pá- 
rrafos de  un  artículo  publicado  en  Doctrina  liberal,  número  85 : 

«La  Danza  Agustiniana.  El  tema  palpitante  ha  sido  en  estos 
días,  si  se  da  o  no  el  suntuoso  edificio  municipal  de  la  escuela 
superior  pedagógica  a  los  Padres  Agustinos  para  que  monten 
un  instituto  fanatizador  y  desadecuado  a  la  época  que  lo  que 
produciría  sería  una  juventud  muerta  espiritualmente,  carcomida 
por  los  perjuicios  de  una  teología  que  produce  ciervos  pero  nun- 
ca hombres  capaces  de  vencer  en  esta  vida  de  máquinas  y  hie- 
rro. La  España  decadente,  es  un  viejo  ejemplo;  la  teología  arcai- 
ca, esa  teología  mistificadora  y  entorpecedora,  pasó;  es  una  vieja 
máquina  que  trituró  espíritus  y  esclavizó  conciencias,  a  cuyo 
imperio  muchos  miles  de  inocentes  fueron  quemados  vivos,  Jua- 
na de  Arco  fue  quemada  viva  por  esa  teología;  el  Obispo  de 
Beauvais  firmó  y  ordenó  cumplir  la  inicua  sentencia.  ¿Para  qué 
más  casos? 

«Empero  la  danza  agustina  requiere  algo  más.  El  señor  Pla- 
nillo,  Cura  Párroco,  ofreció  por  encima  de  todo  traer  a  sus  con- 
géneres para  que  fundaran  un  Colegio,  y  al  efecto  pidió  el  edi- 
ficio a  que  nos  referíamos  arriba.  El  Concejo,  por  razones  pode- 
rosas, entre  otras  por  salvar  su  edificio,  pues  sabido  es  que 
en  casa  donde  entran    los  friles  no  la  sueltan  sino  a   golpes  de 


del  Pacifico  197 

balas  dum  dum  le  negó  lo  que  pidió  y  en  cambio,  dio  tal  edificio 
a  una  junta  autónoma,  fundada  mediante  escritura  pública,  para 
que  funde  un  Colegio  privado  regentado  por  el  conocido  profesor 
alemán  Max  Seidel 

«....  ...Hay  algo   verdaderamente    consolador    como    final    de 

esta  danza  agustiniana,  y  es  que  Tumaco  se  ha  civilizado;  eso 
por  una  parte,  por  otra,  el  tonsurado  ha  recibido  algunas  leccio- 
nes. La  quiebra  ha  sido  total,  la  clerecía  absorvente  ha  sentido 
el  frío  que  produce  el  abandono  de  la  opinión  pública,  y  es 
que  una  corriente  vigorosa  se  filtra  en  el  país,  los  vientos  de  la 
civilización  nos  llegan  y  ya  es  inútil  pensar  que  a  la  sombra  de 
una  religión  que  niega  con  sus  actos  van  a  lograr  acrecentar 
sus  bienes  materiales.   Eso  es  imposible. 

«La  hora  de  los  frailecitos  pasó.  No  habiendo  a  quien  em- 
baucar, están  de  más  los  embaucadores.» 

Sea  dicho,  sin  embargo,  en  honor  de  la  Isla  que  en  los  pe- 
riódicos católicos  se  publicaron  protestas  en  defensa  de  los  Re- 
ligiosos  ultrajados. 

¿Y  aquellos  señores  que  juzgaban  que  los  Agustinos  habían 
de  montar  un  instituto  fanatizador  y  desadecuado  a  la  época  han 
logrado  establecer  un  colegio  en  que  se  dé  siquiera  la  en- 
señanza secundaria?  Y  mientras  el  Concejo  pone  obstáculos  para 
establecer  en  la  Isla  un  colegio  en  toda  forma  donde  se  educa- 
rían los  jóvenes  tumaqueños,  porque  los  profesores  habían  de 
ser  religiosos,  los  ricos  envían  a  sus  hijos  al  seminario  de  Pasto, 
regentado  por  los  Jesuítas  o  al  instituto  de  Yanaconas  en  Cali; 
dirigido  por  los  Hermanos  Maristas  (1);  y  entre  tanto  los  pobres 
se  quedan  en  las  tinieblas  de  la  ignorancia. 

Convencido  el  gobierno  departamental  del  interés  que  el  Pa- 
dre Planillo  tomaba  por  la  educación,  extendió  a  su  favor  el 
nombramiento  de  Director  Provincial  de  Instrucción  Pública.  ¿Y 
cómo  desempeñó  el  Padre  su  cometido?  Se  desveló  por  organi- 
zar los  estudios,  de  acuerdo  con  los  métodos  pedagógicos;  hizo 
un  llamamiento  a  los  padres  de  familia  para  que  matriculasen  a 
sus  hijos  en  las  escuelas;  colocó  maestros  que  ofreciesen  toda 
clase  de  garantías  y  varias  veces   visitó  los  establecimientos  de 


(i)  En    1919   había  en   Yanaconas   19  costeño^. 


198  Costa  colombiana 

educación  de  la  Provincia,  lo  que  le  costó  alguna  vez  sufrir  una 
enfermedad  de  cuidado. 

«Hicimos,  escribe  el  Padre,  la  visita  de  las  escuelas,  Estu- 
ve en  Iscuandé,  Charco,  El  Carmen,  La  Vigía,  Sanquianga,  Mos- 
quera, San  Juan  y  Salahonda,  teatros  de  sus  apostólicas  corre- 
rlas. En  Salahonda  enfermé  gravemente;  las  fiebres  biliosas  con 
incesantes  vómitos,  durante  seis  dias  me  pusieron  al  borde  de 
la  sepultura.  A  los  cuatro  días  me  hice  traer  a  Tumaco  en  ca- 
noa y  convertido  el  mar  en  una  furia.  Al  día  siguiente  me  tras- 
ladaron al  hospital,  donde  estoy  hace  veinticinco  días,  apren- 
diendo a  caminar.» 

¿Y  qué  era  el  cementerio  de  Tumaco  hace  pocos  años?  No 
creemos  ofender  a  nadie  con  decir  que  un  potrero  cercado  con 
alambre,  indigno  de  una  población  civilizada.  Pero  ahora  gracias 
a  las  gestiones  del  Padre  Planillo,  el  cementerio  a  cambiado  por 
completo.  Lo  rodea  una  elegante  verja  de  hierro,  regalo  de  don 
Francisco  Márquez,  y  la  vista  puede  contemplar  varios  camello- 
nes siempre  limpios,  flores,  árboles,  artísticas  sepulturas  y  aun 
algunos  suntuosos  mausoleos. 

La  fachada  actual  de  la  iglesia  parroquial,  de  elegante  ar- 
quitectura, es  obra  del  Padre  Planillo.  También  él  levantó  me- 
tro y  medio  las  naves  laterales,  puso  elegante  cielo  raso,  tiran- 
tas de  hierro  de  pared  a  pared  en  lugar  de  las  que  existían  de 
madera,  colocó  bancas  uniformes  y  cómodas,  arregló  el  altar, 
llevó  de  Barcelona  hermosas  imágenes,  compró  en  Valencia  pre- 
ciosos temos  e  hizo  pintar  artísticamente  toda  la  iglesia. 

El  Padre  Pablo,  como  presidente  de  la  junta  de  beneficen- 
cia, ha  influido  eficazmente  en  las  obras  materiales  del  hospital 
y  aun  nos  atrevemos  a  decir  que  en  momentos  de  crisis  él  lo 
ha  sostenido  y  que  ha  medrado  a  la  sombra  de  su  auspicio  pa- 
ternal. En  lo  moral,  las  Hermanas  encontraron  en  él  un  sabio  di- 
rector y  los  enfermos  un  amigo  que  ha  diario  se  acercaba  a  sus 
lechos  y  les  prodigaba  consoladoras  palabras  ungidas  con  el  óleo 
de  la  caridad  cristiana. 

La  antigua  casa  cural,  que  estaba  situada  en  un  lugar  dis- 
tante de  la  iglesia,  fue  vendida  en  tiempo  del  Padre  Planillo,  con 
las  debidas  licencias,  al  cumplido  caballero  don  Luis  Escrucería. 
El  dinero  de   la   venta   se  invirtió  en  la  compra  de  un  lote  de 


del  Pacífico  199 

terreno,  pintorescamente  situado  a  las  orillas  del  mar,  donde  se 
edificó  una  casa-convento,  que  honra  a  la  población  de  Tumaco. 
Los  Padres  vivieron,  mientras  duró  la  obra  de  la  construcción  de  la 
casa,  en  el  Colegio  pedagógico. 

Otro  de  los  medios  empleados  per  el  Padre  Pablo  para  la 
moralización  de  Tumaco,  ha  sido  el  de  las  buenas  lecturas,  como 
lo  prueban  los  numerosos  folletos  y  hojitas  de  propaganda  que 
se  han  repartido  con  profusión;  y  el  apoyo  dado  a  la  buena  pren- 
sa, aun  con  la  colaboración  activa  en  algunos  periódicos,  como 
El  Pueblo  y  El  Ideal. 

Bien  se  comprende  que  en  todas  estas  obras  que  ha  lleva- 
do el  Padre  Planillo  a  feliz  término,  ha  tenido  en  los  Padres 
que  lo  han  acompañado  eficaz  cooperación,  de  modo  que  ha  ellos 
les  corresponde  también  mucha  gloria  y  una  mención  asaz  hon- 
rosa. Los  Padres  Antonio  Caballero,  Tomás  Martínez,  Leoncio  La- 
puerta,  Valeriano  Tanco,  Julián  Sagardoy  y  Antonio  Roy,  llevan 
ceñidas  las  sienes  con  guirnaldas  de  laureles  ganadas  en  la  Pa- 
rroquia tumaqueña,  cuya  administración  es  difícil  y  penosa,  pues 
comprende  más  de  veintidós  caseríos  o  centros  de  misión,  desde 
el  río  de  Patía  hasta  el  de  Mataje  en  los  límites  con  el  Ecua- 
dor. 

El  Reverendo  Padre  Tomás  Martínez,  nombrado  Vicario  Pro- 
vincial de  la  Costa  en  el  Capítulo  de  1919,  gobernó  con  tino  y 
acierto  las  misiones  hasta  1921.  Durante  su  trienio  recorrió  va- 
rias veces  la  Costa  desde  Micay  hasta  Mira,  lo  que  implica  un 
trabajo  indecible,  y  revela  un  espíritu  de  apóstol,  acrisolado  en 
la  mortificación. 

El  Padre  Antonio  permaneció  en  Tumaco  desde  junio  de 
1915  hasta  septiembre  de  1917;  el  Padre  Leoncio  desde  julio  de 
1918  hasta  noviembre  del  mismo  año;  el  Padre  Tanco,  desde 
diciembre  de  1918  hasta  mayo  de  de  1919;  el  Padre  Julián  Sa- 
gardoy cerca  de  un  año  a  contar  desde  agosto  de  1919.  Los  dos 
primeros  pasaron  a  la  Misión  de  Guapi  y  los  dos  últimos  se  vieron 
obligados  a  partir  para  Cali  y  Panamá,  respectivamente,  por  mo- 
tivos de  salud.  También  ha  cooperado  activamente  en  las  Misio- 
nes desde  1918  hasta  el  presente  el  Hermano  Francisco  Argue- 
llo, quien  lleva  en  Tumaco  el  peso  del  despacho  parroquial,  des- 
empeña los  oficios  de  sacristán,  enseña  la  doctrina  a  los  niños 
y  a  veces  acompaña  a  los  Padres  a  los  campos, 


200  Costa  colombiana 

Fuera  de  la  administración  de  las  veintidós  capillas  de  los  ríos 
y  de  acudir  a  auxiliar  a  los  enfermos  del  campo,  los  Padres  tie- 
nen a  su  cargo  en  la  población  las  dos  iglesias — donde  hay  es- 
tablecidas las  cofradías  de  Nuestra  Señora  de  la  Consolación, 
del  Carmen,  del  Rosario,  de  las  Hijas  de  María  y  de  las  Her- 
manas del  Corazón  de  Jesús, — el  Hospital  y  la  Capilla  de  las  Ma- 
dres Betlemitas. 

Quien  sepa  cuáles  son  los  quehaceres  y  negocios  que  re- 
quiere la  administración  de  una  parroquia  pequeña,  podrá  con- 
siderar los  que  pesan  sobre  los  hombros  de  los  Padres  Agusti- 
nos en  Tumaco,  y  no  extrañará  el  que  frecuentemente  se  les  vea 
por  las  noches  rendidos  de  cansancio  por  el  trabajo  que  han  te- 
nido durante  el  día. 

En  el  Capítulo  provincial  celebrado  en  Bogotá,  en  septiem- 
bre de  1921,  fue  nombrado  Vicario  provincial  de  la  Costa,  con 
residencia  en  Tumaco,  el  Reverendo  Padre  Hilario  Sánchez. 


CAPITULO     XXX 

Barbacoa? — Obras  dtl  Padre  Samuel  Ballesteros — La  Misión  de  Gua- 
pi — El  Padre  Hilario  Sánchez  y  sus  correrías  evangélicas — Sus-  tra- 
bajos—  El  Padre  Manuel  María  Mera — Labor  de  los  Padres  Tomas 
Martínez  y  Antonio  Roy — Varios  episodios — Lo  que  hizo  el  Padre 
Francisco  Sola — -Muerte  del  Padre  Andrés  Echeverri — Los  Padres 
Julián  Ciriza   e  Hilarión  Uribe — Otra  vez  el  Padre  Hilario  Sáchez. 


La  Misión  de  Barbacoas  estuvo  a  cargo  de  los  Padres  Agus- 
tinos Recoletos  desde  1915  hasta  1920,  en  que  por  especiales  ra- 
zones pasó  a  manos  de  un  sacerdote  secular.  El  Padre  Samuel 
Ballesteros  fue  durante  ese  período  Párroco,  y  tuvo  por  compa- 
ñeros a  los  Padres  Pablo  Planillo  (1915),  Antonio  Roy  (1916) 
y  Leoncio  Lapuerta  (1917  y  1918).  En  el  mes  de  enero  de  1916 
estuvo  de  muerte  el  Reverendo  Padre  Antonio  Roy  a  causa  de  las 
fiebres  adquiridas  en  una  correría,  por  lo  cual  tuvo  que  trasladar- 
se a  Panamá. 

El  Padre  Samuel  Ballesteros  es  demasiado  conocido  en  toda  la 
República  de  Colombia  para  que  sea  menester  que  hagamos  su  apo- 
logía. Apóstol  de  las  buenas  lecturas,  fue  el  fundador  del  Aposto- 
lado Doméstico  de  Manizales  y  de  la  Cruzada  Nacional  de  la 
Buena  Prensa  de  Bogotá;  propagador  infatigable  del  Reina- 
do del  Corazón  de  Jesús,  ha  ejercido  el  ministerio  en  las  lla- 
nuras de  Casanare  y  en  las  grandes  urbes  de  Colombia,  de  va- 
rios países  de  Centro  América  y  de  los  Estados  unidos;  lucha- 
dor por  temperamento,  ha  salido  a  la  arena  cuantas  veces  ha 
sido  necesario  a  defender  los  fueros  del  Catolicismo;  organiza- 
dor infatigable,    ha  dejado  luminosas  huellas  en  todos  los  luga- 


202  Costa  colombiana 

res  por  donde  ha   pasado;    su    influencia    en    los   altos    círculos 
eclesiásticos  y  políticos  es  bien  notoria. 

¿Y  qué  hizo  en  Barbacoas  el  Padre  Samuel?  Dio  impulso  a 
las  obras  de  la  iglesia  y  de  la  casa  cural  en  construcción;  fabri- 
có el  atrio  del  templo;  trató  del  adelanto  de  la  población  e  ideó 
medios  para  impedir  una  decadencia  futura;  y  fundó  una  Socie- 
dad de  Fomento,  calurosamente  alabada  por  el  Gobierno  de  Bo- 
gotá. Añádanse  a  estas  obras  vistosas  muchísimas  llevadas  a  cabo 
en  las  capillas  de  los  ríos,  y  se  comprenderá  por  qué  los  habi- 
tantes de  la  Parroquia  hicieron  fervorosas  manifestaciones  en  fa- 
vor de  la  permanencia  del  Padre  y  de  los  Agustinos  en  aquel 
lugar,  y  su  desconsuelo  al  no  ser  por  justas  razones  escu- 
chados. 

Pero  la  región,  tal  vez,  en  que  más  han  trabajado  los  Pa- 
dres a  causa  del  abandono  en  que  se  encontraba  y  de  la  ex- 
tensión de  ella,  es  en  la  Misión  de  Guapi. 

En  marzo  de  1902  llegó  a  aquel  lugar  el  Reverendo  Padre  Hila- 
rio Sánchez,  en  cuyas  alabanzas  bien  pudiéramos  llenar  muchas  pá- 
ginas sin  temor  de  que  se  nos  tachara  de  pródigos  en  ellas,  ni 
de  incurrir  en  la  nota  de  exagerados  por  mucho  que  dijéramos: 
Itánto  es  lo  que  ha  trabajado  el  Padre  en  la  región  de  Guapi! 
¿Qué  decir  de  sus  correrías  evangélicas?  ¿Qué  de  lamanera  como 
las  hacía?  En  todo  punto  en  que  vive  en  la  Costa  un  ser  huma- 
no, allí  ha  estado  el  Padre  Hilario.  A  él  no  lo  han  detenido  ni 
los  viajes  en  míseras  embarcacioncillas;  ni  las  olas  del  mar;  ni 
los  ríos  impetuosos;  ni  las  jornadas  a  pie  por  lodazales;  riscos 
y  montañas;  ni  las  nubes  de  zancudos  y  jejenes;  ni  el  peligro 
de  las  víboras;  ni  las  enfermedades  malignas;  todo  ¡o  ha  despre- 
ciado con  tal  de  ganar  almas  para  Jesucristo.  Lo  mismo  los  ne- 
gros de  las  playas  que  los  que  habitan  en  las  minas  de  la  cor- 
dillera, lo  primero  que  le  preguntan  a  un  Misionero  después  de 
saludarlo,  es  por  el  Padre  Hilario;  lo  que  indica  el  bien  que  hi- 
zo en  sus  almas  ese  apostólico  sacerdote  y  la  popularidad  de 
que  goza  en  la  Costa. 

En  la  imposibilidad  en  que  nos  encontramos  de  seguir  al 
Padre  en  todas  sus  correrías,  describiremos  únicamente  algunos 
rasgos  de  la  que  hizo  a  las  montañas  de  Sanabria.  Movido  su 
corazón  por  el  abandono  en  que  se  encontraban   los   habitantes 


del  Pacifico  203 

de  aquella  región,  que  acaso  no  había  sido  visitada  nunca  por 
algún  sacerdote,  resolvió  ir  el  Padre  Hilario  para  instruirlos  en 
la  doctrina  cristiana  y  administrarles  los  santos  sacramentos. 

Embarcado  en  diminuta  canoa  duró  varios  días  subiendo  el 
río  Iscuandé,  navegación  peligrosísima  en  la  parte  alta,  a  causa 
de  los  impetuosos  chonos  y  de  los  frecuentes  saltos,  que  en  el 
ánimo  producen  el  vértigo  de  quien  lleva  la  vida  pendiente  de 
un  hilo.  Las  viandas  tenía  que  comerlas  medio  crudas  y  frías,  y 
por  las  noches  dormía  en  infelices  ranchos  plagados  de  chinches. 
Desde  el  punto  en  donde  dejó  la  embarcación  hasta  el  pueblo 
empleó  tres  días,  caminando  a  pie  por  aquellas  montañas  inac- 
cesibles y  sustentándose  por  haberse  agotado  los  alimentos  que 
llevaba  de  lo  que  cazaban  los  negros  en  el  monte,  hasta  el 
punto  de  que  el  hambre  lo  obligó  a  comer  carne  de  mono,  por 
no  tener  otra  cosa.  El  segundo  día  de  viaje  a  las  horas  de  la 
tarde  cayó  desmayado  de  fatiga  en  los  brazos  de  los  que  lo 
acompañaban,  quienes  creyeron  que  se  moría.  Lo  acostaron  en  el 
suelo  sobre  un  lecho  de  ramas,  lo  frotaron  con  aguardiente,  le 
hicieron  algún  otro  remedio  y  después  de  un  sueño  reparador, 
pudo  emprender  nuevamente  su  camino.  Las  noches  las  pasó  a 
la  intemperie,  bajo  un  cobertizo  improvisado  y  hubo  ocasión  de 
tener  que  huarecerse  bajo  la  copa  de  un  árbol  para  librarse  al- 
go de  los  tremendos  aguaceros  de  la  montaña.  El  estado  lamenta- 
ble en  que  encontró  a  los  habitantes  de  los  tres  caseríos  de  Sa- 
nabria,  le  arrancó  lágrimas  amargas:  jóvenes  de  quince  años  sin 
recibir  el  santo  bautismo;  uniones  ilegítimas;  ignorancia  y  bar- 
barie. 

El  padre  invocó  sobre  aquellas  gentes,  en  los  días  que  allí 
permaneció,  al  Dios  de  las  misericordias  y  en  su  nombre  derra- 
mó a  manos  llenas  las  divinas  gracias. 

Al  regreso  tampoco  le  faltaron  peripecias  en  el  camino: 
hambre,  sed,  mojadas,  y  peligros  al  bajar  el  caudaloso  río. 

La  iglesia  de  Guapi  es  obra  del  Padre  Hilario.  Con  el  fin 
de  allegar  fondos  para  construirla,  en  los  días  que  le  quedaban 
libres  de  las  correrías  se  iba  desde  el  punto  de  la  mañana  a  ' 
una  pequeña  finca  vecina,  de  la  que  es  propietario  el  templo, 
y  en  ella  trabajaba  como  un  negro.  Plantó  cañaverales,  caucha- 
les y  platanales  y  puso  un  trapiche;  con  su  producto  dio  feliz 
término  a  la  iglesia  en  1908, 


204  Costa  colombiana 

También  compró  el  Padre  Hilario  muchas  imágenes  y  or- 
namentos para  la  iglesia  y  mejoró  notablemente  la  casa  parro- 
quial de  Guapi.  Su  labor  material  y  moral  en  las  treinta  y  siete 
capillas,  concernientes  a  la  Misión,  fue  algo  sobrehumano.  Y  a 
fe  que  uno  se  llena  de  admiración  al  pasar  la  vista  por  los  li- 
bros parroquiales  y  contemplar  los  numerosos  bautismos  y  matri- 
monios celebrados  por  el  dicho  Padre. 

En  1908  quedó  transitoriamente  en  Guapi  el  Padre  Manuel 
María  Mera,  sacerdote  de  gran  fondo,  que  merece  recordarse  por 
la  campaña  que  hizo  contra  los  salvajes  bailes  de  los  negros  cos- 
teños. En  el  mes  de  enero  de  1910  estando  él  de  Cura,  se  efec- 
tuaron las  misiones  dadas  por  los  Padres  Marcos  Bartolomé  y 
Regino  Maculet,  quienes  permanecieron  desde  el  10  hasta  el 
18  en  la  población. 

A  fines  del  mismo  año  llegaron  a  Guapi  los  Padres  Rufino 
Pérez  y  Antonio  Roy;  el  primero  regresó  a  Tumaco  en  diciem- 
bre de  1911,  y  fue  reemplazado  por  el  Padre  Tomás  Martínez, 
que  hizo  obras  tan  importantes  como  la  casa  cural  de  Santa 
Bárbara  de  Timbiquí  y  la  reedificación  de  varias  capillas  de  los 
ríos.  El  Padre  Antonio  secundó  las  empresas  del  Padre  Tomás, 
y  puso  mano  en  otras  de  su  propio  cuño  y  no  es  la  menor  el 
haber  trabajado  par  levantar  un  censo,  abundante  en  pormeno- 
res, de  los  habitantes  de  la  Costa.  El  tiempo  que  permanecieron 
estos  dos  Padres  en  la  Costa,  es  notable  por  la  actividad  que 
desplegaron  en  las  misiones  a  las  capillas  de  los  ríos.  Perma- 
nentemente estaban  de  una  parte  para  otra;  el  Padre  Tomás  de 
Naya  a  Guafuí,  y  el  Padre  Antonio,  de  este  río  a  la  playa  de 
San  Juan.  Con  razón  se  dijo  que  las  casas  cúrales  de  los  Padres 
eran  los  ranchos  de  las  canoas.  En  julio  de  1915  los  Padres  con  la 
aprobación  de  Monseñor  Cortessi,  encargado  de  negocios  de  la 
Santa  Sede,  y  del  limo.  Señor  Medina,  Obispo  de  Pasto,  cam- 
biaron transitoriamente  la  residencia  oficial  de  Guapi  por  la  de 
Santa  Bárbara  de  Timbiquí,  a  causa  de  un  suceso  ocaecido 
en  aquella  población.  Estando  tranquilamente  durmiendo  el  Padre 
Antonio  Roy  en  su  habitación  de  la  casa  cural  le  arrojaron 
enorme  piedra  a  la  cabeza  que  le  hubiera  causado  sin  duda  la 
muerte,  si  Dios  no  hubiera  dispuesto  que  el  asesino  errara  el 
golpe,  toda  la  población  de  Guapi  fue  testigo,  porque  acudió  en 
masa  a  la  casa  cural  y  vio  la  piedra. 


del  Pacífico  205 

¿Pero  quién  la  arrojó  al  Padre?  ¿Puede  admitirse  que  lo  hi- 
cieran por  equivocación?  Era  para  robarle?  Una  cosa  es  cierta 
a  todas  luces:  la  virtud  inmaculada  del  Padre  Antonio,  religio- 
so de  austera  vida  y  relevantes  prendas,  quien  nunca  tuvo  en  la 
Costa  un  enemigo  conocido,  y  la  culpable  inercia  de  las  auto- 
ridades que  no  dieron  ni  un  solo  paso  en  la  averiguación  de 
ese  crimen  sacrilego.  Días  antes  de  este  acontecimiento  había  a- 
parecido  en  la  mitad  de  la  calle  con  ía  cabeza  triturada  el  ca- 
dáver del  señor  Abraham  Sayust;  y  los  ánimos  estaban  preocu- 
pados por  la  muerte  repentina  y  misteriosa  del  señor  Camilo 
Sanclemente. 

El  traslado  de  la  residencia  de  los  Padres  a  Santa  Bárbara 
excitó  los  ánimos  a  los  habitantes  de  la  población  que  llegaron 
a  cometer  arbitrariedades,  tales  como  la  de  no  entregar  a  los 
Padres  ni  aun  la  correspondencia  privada.  Con  este  motivo,  y 
el  del  atentado  ya  descrito,  se  hicieron  en  los  diferentes  pueblos 
de  la  Costa,  en  número  de  quince,  protestas  altamente  enco- 
miásticas para  el  Padre  Antonio,  en  las  que  se  ponía  de  relieve 
su  virtud  sin  tacha  y  se  execraba  a  los  que  habían  puesto  en 
él  sus  manos. 

En  el  mes  de  febrero  de  1916  la  residencia  se  trasladó  nueva- 
mente a  Guapi,  donde  durante  la  visita  oficial  del  Reverendo  Pa- 
dre Hilario  Sánchez,  entonces  Provincial,  en  marzo  del  año  dicho, 
hicieron  los  habitantes  de  la  población  una  manifestación  hermosí- 
sima a  favor  del  Padre  Antonio,  cuyo  original  se  guarda  en  el 
archivo  provincial  de  Bogotá. 

A  fines  de  1914  marchó  para  Bogotá  el  Reverendo  Padre  To- 
más Martínez,  nombrado  Definidor  Provin  ial,  y  llegó  por  el  mismo 
tiempo  a  la  misión  el   !>adre  Bernardo  Merizalde. 

En  el  mes  de  enero  de  1915  fue  trasladado  a  Tumaco,  y  luego 
a  Barbacoas,  el  Reverendo  Padre  Antonio  Roy.  Este  Padre  duran- 
te el  tiempo,  que  permaneció  en  Guapi  estuvo  dos  veces  grave- 
mente enfermo  de  fiebres;  y  el  Padre  Tomás  una  en  Santa  Bár- 
bara de  Timbiquí.  El  Padre  Antonio  se  vio  obligado  a  trasladar- 
se, para  mejorar  su  quebrantada  salmi,  la  primera  vez  a  Pana- 
má y  la  segunda  a  Tumaco. 

El  31  de  marzo  de  1916  llegó  a  Guapi  el  Reverendo  Padre  Fran- 
cisco Sola,  que  hasta  el  24  de  mayo  de  1920  trabajó  en  las  Misiones 


20ó  Costa  colombiana 

con  el  mismo  celo  que  sus  predecesores.  Son  obras  suyas,  el  hermo- 
so altar  gótico  de  la  iglesia  de  Guapi;  la  nueva  casa  de  la 
Misión,  cómoca  y  elegante;  la  compra  de  varios  ornamentos 
llevados  de  Valencia  y  de  Bogotá;  la  custodia  de  Santa  Bárba- 
ra de  Timbiquí;  la  reedificación  de  algunas  capillas  de  los  ríos, 
y  varios  trabajos  en  los  templos  de  Iscuandé  y  del  Charco; 
para  el  cual  se  compraron  en  Panamá  dos  campanas  en  febrero 
de  1917. 

Desde  el  7  de  octubre  de  1917  hasta  el  24  de  mayo  de  1918 
estuvo  al  frente  de  la  Misión  el  Padre  Antonio  Caballero;  de 
este  tiempo  hasta  mayo  de  1920  el  Padre  Francisco  Sola,  acom- 
pañado de  los  Padres  Leoncio  Lapuerta  y  Andrés  Echeverri.  El 
primero  permaneció  como  ocho  meses  solamente  en  la  Misión 
por  causa  de  enfermedad,  (1918),  y  el  segundo  que  había  llega- 
do a  Guapi  el  28  de  octubre  de  1919,  murió  víctima  de  una  fie- 
bre perniciosa,  el  13  de  marzo  de  1920  en  el  puerto  de  Buena- 
ventura. 

En  aquel  año  arribaron  a  Guapi  el  evangélico  Padre  Hilario, 
el  4  de  marzo,  y  el  Padre  Julián  Ciriza,  religioso  activo  y  ducho  en 
la  vida  laboriosa  del  misionero,  el  14  de  mayo.  Las  malignas 
fiebres  que  a  nadie  perdonan  en  la  Costa  atacaron  fuertemente 
a  este  Padre,  y  tuvo  que  salir  para  reponerse  al  sanatorio  de 
la  Cumbre,  donde  unos  meses  antes,  en  julio  de  1920,  había 
estado  de  muerte  el  Padre  Francisco   Sola. 

El  Padre  Hilario  regresó  a  Guapi  con  el  Padre  Hilarión  Uri- 
be,  joven  chiquinquireño  muy  dado  a  los  estudios  eclesiásticos, 
en  el  mes  de  enero  de  1921,  y  ambos  se  entregaron  con  la  ener- 
gía y  la  fervorosa  actividad  propia  de  los  hijos  de  San  Agustín 
a  los  ejercicios  del  ministerio. 

También  el  Padre  Hilario  Sánchez,  a  pesar  de  tener  ya  la 
cabeza  blanca,  de  las  canas  que  ha  ganado  en  sus  largos  años 
de  apostolado  en  la  Costa,  conserva  aún  intactas  sus  antiguas 
energías.  Así  lo  publican  las  correrías  que  emprendió  en  1920, 
émulas  de  las  que  hizo' en  el  tiempo  de    su  juventud. 

Transcribimos  unos  párrafos  de  una  carta  del  dicho  Padre, 
fechada  en  Chuare  el  26  de  abril  del  año  nombrado. 

«Me  ha  tocado  celebrar  Semana  Santa  en  este  caserío;  resultó 
muy  concurrida  y  sobre  todo  con  numerosas  confesiones  y  comu- 


del  Pacifico  207 

niones.  Hubo  también  abundantes  bautismos  y  varios  matrimo- 
nios. Todo  estuvo  muy  bien  y  en  orden;  gracias  a  Dios.  El  lu- 
nes de  pascua  continué  mi  excursión  río  arriba  directamente  hasta 
el  San  Juan.  Pobre  gente!  Qué  digna  de  lástima  es! ! !  Nadie  quedó 
sin  confesarse  y  comulgar;  pasé  allá  once  días,  gasté  subiendo 
cuatro  (1).  Pero  qué  corrientes  y  qué  saltos  tan  grandiosos!  im- 
ponentes, majestuosos,  y  también  tremendamente  peligrosos!  Hay 
que  arrastrar  muchas  veces  la  embarcación  por  las  orillas  y 
otras  por  fuera,  es  decir  por  tierra;  grandes  trechos  hay  que  ca- 
minarlos a  pie;  el  último  es  de  varias  horas.  De  allá  regresé  a 
esta  población  el  miércoles  para  celebrar  dos  fiestas.  Volveré 
a  subir  a  San  Miguel  el  29  para  la  Santa  Cruz  y  otras  fiestas  más. 
Pienso  visitar,  aunque  por  pocos  días,  a  Zaragoza  y  Trapiche, 
porque  me  dicen  que  no  tienen  por  ahora  fiestas  que  hacer,  pero  co- 
mo hay  escuelas,  me  resuelvo  a  tocar  en  esos  pueblos  por  los  niños. 
Tal  vez  se  aprovechen  también  algunas  otras  personas. 

Estoy  en  tratos  con  los  jefes  de  los  indios  de  Guangüí  para 
ver  si  logro  convengan  en  que  asista  yo  a  una  de  sus  fiestas 
cuando  se  reúnan  los  cholos  de  los  otros  ríos,  y  procurar  enseñar- 
les los  principales  misterios  de  nuestra  religión  y  administrarles 
los  santos  sacramentos.  Abrigo  también  la  idea  y  la  esperanza 
de  conseguir  establecer  entre  ellos,  al  menos  en  Guangüí,  una 
escuela  primaria;  lo  conseguiré?  Roguemos  a  Dios  para  que  se 
cristianicen  por  completo  esos  pobres  cholos.» 

Los  actuales  misioneros  de  Guapi  son,  pues,  celosos  após- 
toles. Sus  nombres,  desconocidos  entre  los  hombres  ,  deben  es- 
tar grabados  con  letras  de  oro  en  el  carazón  amantísimo  de  Je- 
sucristo. 


(l)      Del  mir  a  Churre  h  ijr  tres  di <s. 


CAPITULO    XXXI 

Sufrimientos  de  los  Padres  en    las    Misiones  —  Correrías   apostólicas; — En 
fermedades  y  peligros- — Descripciones  de  un  Misionero — Número  de 
poblaciones — El  ministerio  en  cada  una  de  ellas — Los  alimentos,  las 
canoas  y  otras  gangas  de  la  vida  costeña — Lo  que   le    sucedió    a    un 
Padre — Intimas  amarguras  del  Misionero. 


Innumerables  son  los  sacrificios  que  se  imponen  los  Reli- 
giosos de  la  Orden  Recoletana  de  San  Agustín  en  las  correrías 
apostólicas  por  la  Costa  del  Pacífico.  Lo  vasto  de!  territorio  que 
está  a  su  cargo,  donde  viven  70.000  almas  esparcidas  por  pla- 
yas, esteros  y  ríos,  hace  que  sea  difícil  en  sumo  grado  la  admi- 
nistración espiritual  de  la  Costa.  Que  los  negros  han  de  ir  a 
buscar  al  Padre  para  que  los  catequice  y  les  confiera  los  sacramen- 
tos, es  pensar  en  lo  irrealizable.  Se  necesita  buscarlos  en  sus 
madrigueras  de  los  ríos  y  ponerles  delante  de  los  ojos  en  copa 
de  oro,  el  licor  divino  para  que  lo  gusten;  es  menester  hablar- 
les e  instarles  para  que  dejen  la  vida  semisalvaje  y  de  pecado, 
y  vuelvan  los  ojos  a  Jesucristo,  fuente  de  la  civilización. 

Y  los  Padres  obran  de  esta  manera;  realizan  excursiones 
continuas  para  atraer  las  almas  a  Cristo.  ¡Pero  cuántos  sufrimientos 
les  ocasionan  esas  obras  de  caridad!  ¡Qué  trabajo  tan  ímprobo 
el  que  llevan  a  cuestas!  Tienen  que  luchar  con  el  mar,  con  las 
corrientes  de  los  ríos,  con  las  montañas  vírgenes,  con  las  nubes 
de  mosquitos,  con  los  reptiles  venenosos,  y  lo  que  es  peor,  con 
la  apatía  e  ignorancia  de  los  negros.  Las  vigilias  no  son  raras; 
las  hambres  frecuentes;  diarias  las  malas  comidas.  Los  zancudos 
les    inoculan  el  paludismo;  el  clima  los  enferma,  y  a  veces  gra- 


del  Pacifico  20'J 

vemente;  el  demasiado  trabajo  los    abruma    y    contribuye    a    la 
merma  de  su  salud. 

Todos  los -Padres,  sin  excepción,  que  han  hecho  correrías 
han  enfermado  y  varios  han  estado  a  las  puertas-  del  sepulcro; 
dos  jóvenes,  el  uno  de  23  años  y  el  otro  de  27  han  muerto. 

Algunos  Padres  han  corrido  peligro  de  perecer  durante 
sus  excursiones  marítimas  o  fluviales.  En  una  ocasión,  pasando 
el  Padre  Planillo  de  Salahonda  a  Tumaco,  no  se  ahogó  por  un 
milagro  de  Dios.  El  Padre  Tomás  Martínez  yendo  a  Buenaven- 
tura en  un  guardacostas  estuvo  éste  a  punto  de  estallar  y  luego 
apareció  treinta  millas  más  allá  de  Punta  de  Soldados.  A  otro 
Padre,  que  iba  embarcado  en  un  potrico  en  la  bahía  de  Sanquian- 
ga  para  sacramentar  a  un  enfermo  en  la  Vigía,  lo  atrapó  tan  es- 
pantosa tempestad  que  tuvo  que  desnudarse  para  poder  nadar 
en  caso  de  naufragio.  El  Padre  Francisco  Sola  en  la  misma  pla- 
ya presenció  un  vendaval  en  el  que  las  palmeras  se  inclinaban 
como  si  fueran  frágiles  cañas.  En  el  río  del  Rosario  se  le  volcó 
la  embarcación  a  un  misionero  que  de  una  manera  como  prodi- 
giosa pudo  salir  a  nado  a  la  orilla.  Estos  percances  no  son  ra- 
ros ;  el  Padre  Marcos  Bartolomé  nos  describe  dos  que  a  él  le 
pasaron  con  las  siguientes  palabras: 

«Mientras  disfrutábamos  de  la  suave   brisa    del    mar   en    la 
bocana  de  Yurumanguí,  se  formó  de  repente    una    terrible    tem- 
pestad, precedida  de  un  furioso  vendaval    que  animó    a  nuestro 
piloto  a  colocar  la  vela  con  el  fin  de  cruzar  pronto  una    exten- 
sa encenada,  porque  la  noche  se  nos  venía  encima.  Idéntica  co- 
sa hicieron  el  piloto  y  el  boga  de  otra    enbarcación  que,  desde 
la  bocana  resolvieron  acompañarnos.  La  tempestad,  empero,  iba 
arreciando  por  momentos  cada  vez  más;    y    en    vez    de    seguir 
nuestro  rumbo  la  embarcación  acompañante,  se  desvió  como  dos- 
cientos metros  hacia  el  interior  del  mar,  viniendo  a  ser  juguete  de 
las  olas.  Dimos  varios  gritos  de  alarma  que  se  perdieron    en  el 
aire;  el  peligro  crecía  más  y  más;  los  marineros  veíanse  imposi- 
bilitados   para  dar  nueva  dirección  a  la  nave,   porque  la  fuerza 
del  oleaje  anulaba  todas  sus  energías;  y  cuando  todos    nos  en- 
contrábamos  sobrecogidos    de    temor    y    espanto,    contemplando 
aquella  escena  triste  y  desgarradora,  una  grande    ola    inundó  el 
pequeño  bajel,  que  comenzó   a  hundirse   con  rapidez.    Entonces 

14 


210  Costa  colombiana 

los  marineros  y  tres  pasajeros  botáronse  al  mar  con  verdadero 
heroísmo,  y  de  una  manera  para  nosotros  desconocida,  dirigieron 
la  embarcación  hacia  nosotros.  Saliéronles  al  encuentro,  nadando, 
nuestros  bogas;  y,  entre  todos  lograron  traerla  hasta  una  playa,  y 
sacándole  toda  el  agua,  prosiguieron  su  viaje,  en  nuestra  compa- 
ñía. Pobres  gentes,  exclamamos  repetidas  veces;  en  un  instante  han 
perdido  el  sudor  del  trabajo  de  muchos   años». 

El   otro   percance  del  Padre  Marcos  fue  una   creciente   en   el 
río  de  Timbiquí. 

Una  hora  hacía  que  habíamos  salido  de  Santa  Bárbara,   escri- 
be, cuando  densos  y  negros  nubarrones  se  cernían    sobre   nuestras 
cabezas,  augurando  una  tempestad  grande  que  no  se  dejó  esperar 
por  mucho  tiempo,  descargando  agua  a  jarros   entre    ensordece- 
dores truenos  y    relámpagos,    capaces    de    hacer    temblar  a  los 
hombres  más  impávidos.  Duró  cinco  horas  con  la  misma  intensi- 
dad; yo  jamás  había  conocido  cosa  igual.  Los  bogas,  sin  embar- 
go, no  cesaron  de  trabajar  hasta  que  observaron  que  el  río  daba 
indicios  de  una  gran  bomba  o  creciente  que  se  nos  venía  encima, 
por  cuyo  motivo,  aprisa  y  corriendo,  arrimamos  a  la  casita  más 
próxima  para  no  ser  arrastrados,  como  por  desgracia,   aconteció 
a    un    pobre  hombre    que  se    ahogó  en    aquella    misma    tarde. 
Para  llegar  a    la    casita  los  bogas  tuvieron  que  cargarme,    por- 
que el  trayecto  que  mediaba  entre  el  río  y  ella  estaba  completa- 
mente inundado.  Al  subir  al  segundo  piso  por    un    palo,    cuyos 
peldaños  eran  unas  ranuras,  lo  primero  que  vi    fue    una    mujer 
elefancíaca  sentada  en  un  banco,  cubierta    parte  del  cuerpo  con 
una  raída  bayeta  y  con  una  de  las  piernas  casi   destrozada  por 
la  terrible  enfermedad.    En  frente  de  ella  hallábanse    tres    niños, 
uno  gateando  y  otros  dos  flacos  y  macilentos    acostados    sobre 
el  duro  suelo  y  envueltos  en  un  mosquitero  sucio  y  hecho  jiro- 
nes. A  su  lado  izquierdo  veíase  el  fogón  y  a  su  espalda  dos  es- 
pecies de  alcobas,  de  las  cuales    salía    un    hedor    insoportable, 
que  unido  al  que  salía  del  piso  bajo,  habitado  por  dos  puercos, 
nos  auguraba  una  noche  fatal.  La  abundancia    de  chinches    por 
otra  parte,  era  tan  grande,  que  los  mismos  bogas,    acostumbra- 
dos a  esa  plaga,  decían  que  estaban  insoportables.  Como  alum- 
brado colocaron  un  mechón  formado  de  brea  o  peramán.  Al  día 
siguiente  no  bien  aclaró  nos  pusimos    en    marcha,  y  en    menos 
de  dos  horas  estuvimos  en  Coteje». 


H 

(3 

O 

h 


Oí 


, 


del  Pacifico  211 

Los  pueblos  de  la  Costa  encomendada  a  los  Padres,  sin 
contar  los  diez  de  Barbacoas,  son  unos  sesenta:  treita  y  ocho 
de  Guapi  y  veintidós  de  Tumaco,  y  algunos  de  ellos  a  cuatro, 
cinco  y  seis  días  de  estas  poblaciones.  Además  hay  muchísimos 
caseríos,  donde  los  Padres  ejercen  el  ministerio  en  alguna  casa 
particular  por  no  haber  capillas.  Los  seis  misioneros  que  están 
permanentemente  en  la  Costa  visitan,  por  lo  menos,  dos  veces 
al  año  a  cada  uno  de  los  pueblos  y  permanecen  en  ellos  más 
o  menos  según  el  trabajo;  por  lo  que  se  comprenderá  que  las 
correrías  son  continuas,  a  lo  que  deben  añadirse  las  administra- 
ciones de  los  enfermos  en  el  campo. 

El  trabajo  que  hace  un  párroco  en  su  curato  durante  un  año 
tiene  que  ejecutarlo  el  Misionero  en  cada  pueblo  en  ocho  o 
diez  días  que  permanece  en  él,  predica  a  mañana  y  tarde,  ense- 
ña el  catecismo,  atiende  a  las  necesidades  de  los  feligreses, 
amista  a  los  esposos  desavenidos,  trata  de  la  bendición  de  las 
uniones  ilegítimas,  bautiza,  confirma,  casa,  confiesa,  hace  en  po- 
cos días  las  principales  fiestas  del  año  con  vísperas  cantadas, 
misa  solemne  y  procesión,  examina  las  cuentas  de  los  libros 
de  los  mayordomos,  visita  a  los  niños  de  las  escuelas,  etc.  etc. 
y  esto  un  día  y  otro  día  por  mes  y  medio  o  dos  meses  que 
dura  cada  correría  en  la  que  se  visitan  cinco  o  seis  pueblos:  a 
lo  que  debe  añadirse  el  escribir  en  los  libros  parroquiales,  de 
ciento  cincuenta  a  doscientas  partidas  de  bautismos,  después  de 
cada  una  de  las  uxcursiones. 

Pero,  por  lo  menos,  dirá  alguno,  tratarán  al  misionero  a 
cuerpo  de  rey  en  esos  pueblos.  Nada  más  distante  de  la  verdad. 
¿Qué  comida  podrán  aderezar  esas  pobres  negras  medio  salva- 
jes? Con  rarísimas  excepciones  la  alimentación  de  los  misioneros 
en  los  pueblos  de  la  Costa  es  mala,  y  sobre  todo  pésimamente 
cocinada. 

El  medio  ordinario  de  locomoción  no  puede  ser  más  rudi- 
mentario e  incómodo:  una  pequeña  canoa  con  un  rancho,  en 
que  generalmente  apenas  cabe  una  persona  sentada.  Y  allí 
pasa  el  Misionero  tres  o  cuatro  días  con  sus  noches,  aguantan- 
do los  soles  de  la  Costa  y  los  frecuentes  aguaceros  en  que  pa- 
rece que  se  desquicia  el  firmamento,  luchando  entre  las  olas  del 
mar  o  con  las  corrientes  de  los  ríos,  cocinando  muchas  veces  él 


212  Costa  colombiana 

mismo  como  se  pueda  y  cuando  se  pueda,  y  sujeto  a  la  a¡bi- 
traria  voluntad  del  negro  piloto.  Sabemos  de  Padres  que  han  pa- 
sado el  día  entero  sin  probar  bocado,  por  no  poderse  cocinar  en 
la  canoa,  ya  a  causa  del  movimiento  de  ella  en  el  mar,  ya  por 
los  aguaceros  o  los  vendavales  en  los  ríos.  Otros  han  sufrido 
aguda  y  prolongada  sed,  por  habérseles  terminado  el  agua  pota- 
ble. El  Padre  Francisco  Sola,  por  ejemplo,  resistió  ocho  días  en 
Mosquera  sin  probar  el  agua;  no  se  encontraba  entonces  otra 
que  la  pútrida  de  algunos  pozos. 

Hay  esteros  en  que  el  jején  y  el  zancudo  abundan  tanto 
que  los  mismos  bogas  se  embadurnan  el  cuerpo  con  barro  para 
evitar  las  picaduras;  y  en  algunas  playas  es  menester  pasearse 
hasta  para  comer.  Y  nada  queremos  decir  de  la  garrapatilla 
(coloradito),  que  hace  estragos  en  los  cuerpos  de  los  Misioneros, 
ni  de  los  pitos,  chinches,  etc. 

También  es  penoso  errar  el  rumbo  de  los  esteros.  Un  Pa- 
dre que  iba  de  Mosquera  al  Charco  en  un  potrillo  sin  rancho, 
estuvo  toda  una  noche  perdido  en  aquel  laberinto  recibiendo  so- 
bre su  cuerpo  un  aguacero  torrencial  y  sacando  con  un  pote  el 
agua  para  no  hundirse. 

En  el  mismo  lugar  se  perdió  una  canoa  en  que  viajaba 
otro  Padre: 

«Insultándose  en  prosa  y  en  verso,  escribe  éste,  fueron  aque- 
llos bogas  todo  el  día  remando  de  muy  mala  gana  y  poniendo 
a  prueba  nuestra  paciencia,  la  que  estuvo  al  punto  de  agotarse, 
cuando  a  las  cinco  de  la  tarde  advertimos  que  sobre  no  haber 
hecho  siquiera  la  mitad  de  una  razonable  jornada,  habían  equivo- 
cado el  rumbo  y  nos  habíamos  perdido.  No  sabían  dónde  está- 
bamos ni  para  dónde  íbamos.  Oh,  qué  triste  «es  perderse  uno» 
al  caer  la  tarde  en  aquella  red  intrincada  de  esteros  en  aquel  gi- 
gantesco tablero  de  damas!»  (1)  Y  hago  punto  final;  no  quiero 
tocar  el  fecundo  tema  de  los  sufrimientos  morales  del  Misionero, 
secuestrado  como  en  un  destierro,  de  la  sociedad,  solo  en  medio 
de  la  multitud,  lejos  del  hogar  querido,  de  la  familia  ausente, 
del  claustro  en  que,  libre  de  peligros,  pasó  horas  de  paz  y  de 
sosiego  y  aun  separado  de  sus  propios  hermanos   en    Religión, 


(i)  Apostolado  Domestico,    número  26^.. 


del  Pacifico 


213 


con  los  cuales  apenas  pasa  dulces  momentos  de  vez  en  cuando; 
y  perseguidos  por  los  mismos  a  quienes  trata  de  levantar  del 
lodazal  del  vicio,  y  atacados  por  los  heraldos  de  la  civilización  y 
del  progreso  que  escriben  tranquilamente  en  sus  bufetes,  donde 
no  los  mortifica  ni  el  zumbido  de  un  zancudo,  ni  los  saca  de 
quicios  el  agudo  pinchazo  de  venenoso  mosquito. 


CAPITULO  XXXII 

Biografías  de  algunos  Misioneros  ya  difuntos — El   Padre  Melitón  Martí- 
nez—  El   Hermano  Ignacio  Avala — El  Padre  Andrés  Echeverri. 

El  Padre  Melitón  Martínez  murió  de  enfermedad  contraída 
en  Tumaco,  al  trasladarse  de  Chepo  a  España  en  el  vapor  Isla 
de  Panay  el  13  de  agosto  de  1900. 

Era  alavés,  pues  había  nacido  en  Andoain  el  10  de  marzo 
de  1860.  A  los  veinticuatro  años  tomó  el  hábito  de  los  Recoletos 
de  San  Agustín  y  profesó  un  año  más  tarde,  el  17  de  septiembre 
de  1885.  La  obediencia  lo  destinó  a  las  misiones  d«  las  Islas  Fi- 
lipinas, y  salió  el  20  de  septiembre  de  1889  de  Barcelona  con 
rumbo  a  Manila,  donde,  en  el  Convento  de  San  Sebastián  termi- 
nó la  carrera  y  recibió  el  presbiterado.  Ejerció  el  ministerio  de 
Guingulman,  Corella,Jagna,  Valencia,  Bagauinis,  Tayasany  Macao. 

En  1899  fue  destinado  para  Panamá  en  compañía  de  doce 
Religiosos.  Embarcó  en  Hong-Kong  a  fines  de  febrero  del  dicho 
año,  y  arribó  al  Istmo  después  de  un  viaje  feliz. 

Al  pasar  por  Panamá  el  Ilustrísimo  señor  Ezequiel  Moreno, 
al  mes  de  haber  arribado  a  esa  población  el  Padre  Melitón,  pi- 
dió a  los  Superiores,  Misioneros  para  su  diócesis,  y  ellos  le  die- 
ron al  mencionado  sacerdote  y  a  los  Padres  Gerardo  Larrondo 
y  Marciano"  Landa.  Cuando  llegó  a  Tumaco  el  Prelado  encontró 
que  acababa  de  morir  el  Cura  de  la  Parroquia  de  fiebre  amarilla, 
y  resolvió  encomendarla  a  los  Padres  Melitón  y  Gerardo.  El  Pa- 
dre Landa  siguió  con  él  a  Pasto. 

No  puede  explicarse  cuánto  trabajó  en  Tumaco  el  Padre 
Melitón  y  cuántos  fueron  los  sufrimientos  que  sobrellevó  con  in- 
creíble paciencia  durante  los  días   aciagos  de  la  guerra  civil.  A 


del  Pacífico  215 

consecuencia  de  ellos  enfermó  gravemente,  y  los  Superiores  lo 
trasladaron  a  la  residencia  de  Chepo  con  el  objeto  de  atender  a 
su  quebrantada  salud. 

Su  muerte  fue  llorada  en  Tumaco,  donde  el  Padre  Gerardo 
celebró  solemnes  oficios  fúnebres. 

Sus  cenizas  reposan  en  Puerto  Cabello. 

El  R.  P.  Rufino  Pérez  de  San  José  nació  en  Peralta,  pobla- 
ción de  la  Provincia  de  Navarra  en  España  el  16  de  noviembre 
de  1875. 

A  los  diecisiete  años  tomó  el  santo  hábito  de  Agustino  Re- 
coleto en  el  Convento  de  Monteagudo,  donde  profesó  el  4  de 
agosto  de  1893.  Cursó  teología  en  los  colegios  de  San  Millán 
y  Marcilla,  y  una  vez  ordenado  de  sacerdote  fue  enviado  a  Co- 
lombia con  otros  doce  Religiosos,  a  quienes  hizo  pomposo  reci- 
bimiento en  Bogotá  el  30  de  noviembre  de  1898  el  Provincial 
de  la  Provincia  de  Nuestra  Señora  de  la  Candelaria  R.  P.  San- 
tiago Matute. 

El  Padre  Pérez  residió  algún  tiempo  en  el  Desierto  de  la 
Candelaria  y  luego  partió  para  Casanare.  En  Nunchía  estuvo  al 
frente  de  la  escuela  de  niños  y  allí  se  encontraba  cuando  en 
marzo  de  1900  recibió  mandamiento  de  ir  a  Orocué,  lo  que  el 
Padre  ejecutó  a  pesar  del  peligro  que  corría  a  causa  de  la  revo- 
lución triunfante  entonces  en  Casanare. 

Las  vejaciones  y  escarnios  de  que  fue  víctima  el  Padre  en 
Orocué,  su  destierro  a  Venezuela,  el  largo  y  penoso  viaje  en  pe- 
queña canoa  por  el  Orinoco  y  su  estadía  durante  ocho  meses  en 
Cantaura  hasta  que  regresó  a  B<¡gotá  el  15  de  junio  de  1901,  se 
encuentran  descritos  detalladamente  en  los  capítulos  XI  y  XII  del 
libro  que  lleva  por  mote:  Liberaladas. 

Después  de  permanecer  algún  tiempo  en  Bogotá  el  Padre 
Pérez,  volvió  a  Casanare,  una  vez  debeleda  la  revolución,  y  se 
consagró  al  ministerio  en  Nunchía,  donde  coadyuvó  a  la  edifi- 
cación de  una  casa  para  las  Hermanas  de  la  Caridad. 

En  1911  el  Padre  recibió  orden  superior  para  trasladarse  de 
Casanare  a  Tumaco,  de  cuya  pairoquia  tomó  posesión  en  di- 
ciembre del  año  dicho.  Las  obras  que  el  Padre  Pérez  empren- 
dió y  coronó  allí  quedan  ya  consignadas  en  estas  páginas. 

Dos  rasgos  que  pintan  el  celo  apostólico  de  nuestro  biogra- 
fiado; 


¿16  Costa  colombiana 

En  1912  se  encontraba  el  Padre  enfermo  cuando  fue  llama- 
do a  confesar  un  moribundo  en  San  Juan  de  Mira.  La  enferme- 
dad no  lo  arredró  para  cumplir  con  su  deber  y  se  embarcó  para 
aquel  lugar,  sito  a  dos  jornadas  largas  de  Tumaco,  lo  que  lo 
agravó  de  tal  manera  que  estuvo  a  las  puertas  de  la  muerte  y  fue 
menester  al  regreso  llevarlo  en  un  guando  (camilla)  de  Mira  a 
Chaguí,  y  de  allí  a  la  isla  tumaqueña. 

En  1914,  durante  el  tiempo  que  la  fiebre  amarilla  azotó  la 
Costa  se  manejó  como  un  héroe  el  Padre  Rufino,  porque  aun 
cuando  los  médicos  le  prohibieron  asistir  a  los  infestados  a 
causa  de  hallarse  predispuesto  para  contraer  la  enfermedad  y 
lo  conminaron  con  una  segura  muerte,  dio  rienda  suelta  a  su 
fervor  y  no  hubo  enfermo  a  quien  no  administrase  los  últimos 
auxilios  espirituales. 

El  mal  clima  de  la  región  mermó  el  primitivo  vigor  del  Pa- 
dre y  tuvo  que  sufrir  penosas  fiebres,  accidentes  epidérmicos  y 
beriberi. 

En  el  Capítulo  Provincial  de  1915  fue  nombrado  Prior  del 
Convento  de  Sos  en  España,  en  el  de  1916  Definidor  Provincial 
y  en  el  de  1921  había  sido  elegido  Superior  de  Manizales, 
cuado  la  muerte  lo  sorprendió  la  víspera  de  emprender  viaje  para 
aquel  lugar  el  21  de  septiembre  del  año  dicho. 

En  la  iglesia  de  la  Candelaria  de  Bogotá  se  le  hicieron  so- 
lemnísimas exequias  y  su  muerte  fue  llorada  por  todos  cuantos 
lo-  trataron  y  conocieron.  En  varios  periódicos  de  Colombia  y 
en  las  revistas  Apostolado  Doméstico  y  Boletín  de  la  Provincia 
de  la  Candelaria,  se  escribieron  sentidos  artículos  necrológicos 
que  hacen  honor  al  Padre  Rufino    Pérez. 

El  Hermano  Ignacio  Ayala  nació  en  Corella  el  31  de  julio 
de  1891.  Su  padre,  don  Benigno  Ayala  lo  educó  en  el  ejercicio 
de  las  virtudes  cristianas.  En  los  años  de  la  infancia  estudió 
en  la  escuela  de  la  Parroquia  de  San  Miguel  y  certifican  sus 
condiscípulos  que  era  notoria  su  modestia  y  religiosidad.  Cuan- 
do salió  de  la  escuela  donde  aprendió  las  primeras  letras,  se 
dedicó  a  la  agricultura;  mas  no  iba  al  campo  sin  haber  antes  ali- 
mentado el  espíritu  con  la  gracia  del  cielo,  asistiendo  a  la  santa 
misa  en  la  iglesia  parroquial.  Por  las  noches,  a  pesar  de  la  fa- 
tiga consiguiente  a  la  faena  diaria,  acudía  a  la  escuela  nocturna; 


del  Pacifico  217 

tanto  era  su  apetito  de  instruirse!  Los  días  festivos  no  los  mal- 
gastaba en  francachelas  con  los  mozos  de  su  edad;  rodrigaba 
al  sacristán  en  los  oficios  de  la  iglesia,  y  en  el  desempeño  de 
ellos  las    horas  se  le  deslizaban  suavemente. 

Un  espíritu  de  esa  naturaleza:  humilde,  sencillo  y  fervoroso, 
no  era  planta  que  pudiera  arraigar  en  el  mundo:  Dios  lo  llevó 
al  jardín  de  los  Hijos  de  San   Agustín. 

Durante  dos  años  se  entregó  a  los  estudios  de  nuestro  Co- 
legio de  Sos  y  durante  uno  en  el  convento,  a  los  quehaceres  de 
hermano  lego.  El  7  de  diciembre  de  1910  recibió  el  hábito  y 
al  año  siguiente  profesó  con  general  contentamiento. 

Fue  hortelano  algún  tiempo  y  luego   sacristán  y  sastre. 

En  el  año  de  1914  partió  para  las  misiones  de  la  Costa 
colombiana  del  Pacífico  por  mandamiento  del  R.  P.  Marcelino 
Ganuza,  Provincial  de  la  Provincia  de  la  Candelaria,  a  la  que 
pertenecía  el    Hermano. 

Embarcó  en  Barcelona  el  9  del  mes  ya  dicho  y  llegó  el  10 
de  septiembre  a  Panamá,  de  donde  marchó  para  Tumaco  a  los 
doce  días: 

El  Hermano,  activo  y  laborioso,  en  llegando  a  la  Costa,  se 
entregó  a  los  trabajos  manuales  de  la  residencia.  El  último  ofi- 
cio que  ejecutó  fue  el  de  lavar  un  tanque  de  sinc,  de  donde 
salió  con  una  enfermedad  que  los  médicos  diagnosticaron  fiebre 
amarilla. 

El  Padre  Hilario  Sánchez  le  administró  los  santos  Sacramen- 
tos, que  recibió  con  edificante  fervor,  y  el  24  de  octubre  entre- 
gó su  alma  a  Dios. 

En  el  cementerio  de  Tumaco,  bajo  una  cruz  por  la  que  tre- 
pa una  enredadera,  descansan  los  restos  del  Hermano  Ignacio 
Ayala  de  la  Virgen  del  Carmen. 

Dios  habrá  premiado  sus  virtudes;  que  él  ruegue  en  el  cie- 
lo por  la  tierra  donde  murió 

También  prematuramente  cortó  la  parca  el  hilo  de  la  pre- 
ciosa vida  del  R.  P.  Andrés  Echeverri,  joven  de  grandes  espe- 
ranzas para  la  Provincia  de  la  Candelaria.  Cuando  sólo  contaba 
27  años,  una  fiebre  maligna  lo  arrebató  de  nuestra  conpañía; 
estaba  maduro  para  el  cielo  y  la  tierra  no  era  digna  de  él. 

Por  las  venas  del  Padre  Echeverri  corría  sangre  antioqueña, 

15 


218  Costa  colombiana 

la  raza  más  vigorosa  y  fuerte  de  Colombia.  Fueron  sus  padres 
don  Juan  Andrés  Echeverri  y  la  señora  Dolores  Arias,  nació  en 
Santa  Rosa  el  17  de  julio  de  1892.  Tuvo  siete  hermanos:  Clara, 
hoy  religiosa  de  la  Presentación;  Pastora,  Daniel,  Josué,  Pedro, 
Enrique  y  Vicente:  el  Padre  Andrés  ocupaba  el  quinto  lugar. 

Siendo  niño  don  Juan  Andrés  trasladó  su  morada  a  Mani- 
zales,  donde  se  deslizaron  plácidamente  los  años  infantiles  de 
nuestro  biografiado,  entre  las  caricias  del  hogar  y  los  estudios 
primarios  de  la  escuela. 

Nueve  años  tenía  el  Padre  Andrés  cuando  en  Manizales  se 
establecieron  los  Padres  Agustinos  Recoletos,  a  quienes  quizo 
de  corazón.  Visitaba  frecuentemente  la  nueva  residencia  y  ayu- 
daba al  Hermano  Cirilo  Bellino  en  los  oficios  de  la  sa- 
cristía. 

Su  natural  bueno  lo  inclinaba  al  estado  religioso;  por  lo 
que  pidió  su  admisión  en  la  Orden  Agustiniana  al  Padre  Manuel 
Fernández,  Provincial  en  1904,  a  fines  del  cual  año  salió  para 
el  Desierto  de  la  Candelaria. 

En  el  colegio  preparatorio  manifestó  muchas  veces  una  ino- 
cencia y  sencillez  admirables,  que  conservó  toda  la  vida.  Fue- 
ron sus  catedráticos  de  humanidades  los  Padres  Paulo  Planillo, 
Pedro  Fabo,  Ángel  Marcos  y  Luciano  Ganuza. 

Entró  al  Noviciado  el  18  de  julio  de  1907  y  profesó  el  19 
de  julio  de  1908.  El  Padre  Francisco  Sola  fue  su  maestro  de 
novicios. 

Durante  la  carrera,  a  la  par  que  el  Padre  Andrés  modelaba 
su  alma  en  el  Divino  Maestro,  medraba  su  formación  intelectual 
a  la  sombra  de  los  sabios  profesores  que  le  cupieron  en  suerte 
durante  los  estudios,  de  los  cuales  sólo  traeré  a  cuenta  al  R. 
Padre  Juan  Aranzay,  ya  finado,  sujeto  de  aguda  inteligencia  y  de 
prodigiosa  memoria,  Catedrático  de  Sagrada  Teología. 

En  1914  recibió  el  Padre  Andrés  las  órdenes  menores  y  el 
subdiaconado  en  el  Desierto,  en  marzo  de  1915  el  diaconado  en 
Tunja,  y  el  17  de  julio  del  mismo  año,  el  presbiterado  en  Lei- 
va.  El  limo.  Señor  Eduardo  Maldonado  Calvo  le  confirió  las  sa- 
gradas órdenes. 

El  Padre  Andrés,  con  la  debida  licencia,  cantó  su  primera 
misa  en  Manizales  el  15  de  agosto.  El  Correo  de  Caldas  dio 
cuenta  de  ese  hecho  con  las  siguientes  palabras: 


d¿l  Pacifico  21í* 

«El  domingo  último  15  del  mes  en  curso,  cantó  su  primera 
misa  el  R.  Padre  Andrés  Echeverri,  sacerdote  de  la  venerable 
Orden  Agustiniana.  Muy  solemne  estuvo  la  fiesta,  y  le  dieron 
peculiar  realce  la  excelente  ejecución  del  coro:  el  bellísimo  ser- 
món predicado  por  el  R.  Padre  Eusebio  Larrainzar  y  la  numero- 
sa concurrencia  que  colmó  el  templo.  Fueron  padrinos  el  R.  Pa- 
dre Bernardo  Merizalde  y  el  General  Jesús  María  Arias,  digno 
tío  del  consagrado,  quienes  pronunciaron  elocuentes  discursos 
en  el  banquete  con  que  éste  fue  obsequiado  en  ese  día. 

Es  el  nuevo  levita,  hijo  de  don  Juan  Andrés  Echeverri  y  de 
doña  Dolores  Arias,  dignos  jefes  de  un  hogar  perfumado  por  las 
más  bellas  virtudes  cristianas. 

Manizales  está  de  plácemes  por  el  fausto  acontecimiento. 

Nuestros  parabienes,  para  la  sociedad,  para  la  Orden  Agusti- 
niana, para  el  nuevo  ministro  de  Cristo,  y  para  sus  venturosos 
padres  y  demás  miembros  de  familia. 

En  la  Hojita  Parroquial  de  Cali  se  publicaron  entonces  los 
siguientes  versos: 

AL  R.  PADRE  ANDRÉS  ECHEVERRI 

EN  EL  DÍA  DE  SU  PRIMERA  MISA 

Hoy  lágrimas  brotaron  de  mis  ojos, 
Al  orar  ante  el  Dios  de  mis   amores 

Y  contemplar  de  hinojos 

A  la  luz  de  los  cirios,  entre  flores 

Y  blancos  espirales  del  incienso, 
A  mi  hermano  querido 

En  grave  sacerdote  convertido 
Sosteniendo  al  Señor  de  los  cristianos 
En  sus  trémulas  manos 
Con  el  amor  inmenso 

Y  la    dulce  sonrisa 

Conque  una  tierna  madre  se  embelesa 
Cuando  la  frente  de  su  niño  besa. 

Jesús  por  vez  primera  cuando  vino 
Del  sagrario  a  tu  pecho  ¡oh  sacerdote! 


220  Costa  colombiana 

En  tu  alma  infundió  germen  divino 
De  aliento  celestial;  y  cada  día 
Tú  al  celebrar  el  sacrificio  incruento 
Al  Señor  en  la  Santa  Eucaristía 
La  vida  le  darás  del  Sacramento. 

¿Qué  le  dijiste  a  Dios  cuando  en  tus  manos 
Trémulas  le  tuviste? 
Extático  de  amor  no  le  ofreciste 
Ir  a  pueblos  lejanos 
De  rústicas  misiones 
A  ganar  para  Dios  los  corazones 
De  los  malos  cristianos? 

Labrarás  con  virtudes  tu  guirnalda. 
Por  la  verde  esmeralda 
Cambiarás  de  los  mares 
A  la  perla  del  Ruiz;  el  amor  tierno 
Del  corazón  materno 
Por  el  odio  profundo 
De  las  gentes  del  mundo; 
Y  tendrás  como  lares 
Pobre  choza,  do  en  vida   solitaria, 
De  algunos  pobres  indios    rodeado, 
Al  cielo,  cual  incienso,  tu  plegaria 
Subirá  de  tu  pecho  inmaculado. 

Y  cuando  al  rededor  de  tu  cabeza 
Sus  negras  alas  bata  la  tristeza 
Con  el  recuerdo  del  hogar  querido 
En  la  capilla  de  la  humilde  aldea 
O  en  la  campiña  entre  las  gayas  flores 
Que  a  la  mañana  el  céfiro  menea, 
Bajo  las  ramas  de  frondoso  arbusto, 
En  el  altar  portátil,  el  augusto 
Sacrificio  celebra;  y   cuando    eleve 
Tu  mano  el  Pan  más  albo  que  la  nieve, 
Dirige  las  miradas  de  tu  alma 
A  Jesús  escondido. . . 


del  Pacifico  221 

Y  él  enviará  la  calma 
Al  mar  embrabecido. 

Y  en  el  pecho  amoroso   recostado 
De  tu  divino  dueño, 
Quedarás  extasiado 
En  un  eterno  y  regalado  sueño. 

Si  en  nuestro  pecho  la  tristeza  impera 
Al  fin  de  la  jornada 
Dulcísimo  consuelo  nos  espera 
En  la  regia  morada 
Que  el  Redentor  nos  tiene  preparada. 

Boguemos  por  el  mar  de  la  esperanza 
De  la  vida  en  la  mísera  barquilla;...  ... 

El  puerto  se  divisa  en  lontananza 
En  la  lejana  orilla. 

No  lloren  nuestros  ojos, 
Que  en  alígero  vuelo 
Del  mundo  cambiaremos  los  enojos 
Por  los  plácidos  cármenes  del  cielo. 

En  septiembre  salió  el  Padre  Andrés  de  Manizales  con  rum- 
bo a  los  Llanos  de  Casanare,  donde  permaneció  cuatro  años  en 
las  misiones  de  Támara,  Manare  y  Chámeza.  Dios  le  habrá  pa- 
gado con  creces  los  sufrimientos  que  tuvo  que  soportar  en  esos 
lugares  de  abnegación  y  sacrificio. 

Después  de  haber  permanecido  transitoriamente  dos  meses 
en  el  Espinal,  salió  el  Padre  Andrés  de  Bogotá  en  agosto  de 
1919  para  la  Costa  del  Pacífico  por  Manizales,  donde  se  despi- 
dió de  sus  padres  y  hermanos  hasta  la  eternidad.  Nosotros  lo 
acompañamos  de  Cali  a  Buenaventura,  donde  se  embarcó  el 
mismo  día  que  llegamos  en  una  pequeña  canoa  a  las  doce  de 
la  noche  con  un  aguacero  torrencial.  Confesamos  que  al  mo- 
mento de  la  despedida  se  apoderó  de  nosotros,  que  habíamos 
experimentado  la  vida  amarguísima  de  la  Costa,  una  tristeza 
profunda.  ¿Qué  sentirá  mañana  el  Padre,  pensábamos,  cuando 
al  amanecer  se  vea  en  el  mar  en  esa  embarcacioncilla?  Se  ma- 
reará? Cuánto  habrá  de  sufrir!  Cuántos  trabajos  le  esperan! 


222  Costa  colombiana 

Cuatro  días  empleó  en  el  viaje,  y  llegó  a  Guapi,  con  fie- 
bres, el  27  de  octubre.  En  diciembre  estuvo  en  Iscuandé,  y  alií 
hizo  las  fiestas  de  Navidad.  En  el  Charco  permaneció  un  mes, 
viendo  de  gestionar  manera  de  dar  remate  a  la  construcción  de 
la   iglesia. 

Debemos  decir  que  más  o  menos  el  Padre  Andrés  tuvo  sus 
fiebrecitas  en  los  cuatro  meses  que  permaneció  en  la  Costa.  En 
marzo  de  1920  se  vio  obligado  a  guardar  cama.  El  Padre  Francis- 
co Sola  que  lo  acompañaba  no  creyó  que  la  enfermedad  fuese  gra- 
ve, pero  optó  por  llevarlo  al  sanatorio  de  la  Cumbre.  El  día  antes 
de  la  partida  el  enfermo  se  confesó  con  el  Padre  Hilario  Sán- 
chez y  recibió  la  Sagrada  Eucaristía.  El  10  por  la  noche  levó 
anclas  el  velero  Oriente,  del  señor  Elcías  Martán;  a  bordo  de 
él  iban  el  Padre  Andrés,  el  Padre  Francisco  Sola  y  el  señor 
César  Pajuelo  de  La  Torre,  como  enfermero.  A  las  siete  de  la 
noche  del  11  llegaron  a  Buenaventura,  y  el  Padre  Andrés,  ya 
gravemente  enfermo,  lo  trasladaron  al  hotel.  Pero  qué  sucedió? 
Después  de  estar  acomodado  el  pobrecito  paciente,  lo  arrojaron 
de  la  casa  ignominiosamente.  El  Padre  Francisco  Sola  anduvo 
aquella  noche  de  la  seca  a  la  meca  para  conseguir  un  rincón 
dónde  colocar  al  Padre  Andrés,  que  fue  al  fin  llevado  a  un  ca- 
sino. Los  doctores  Luque  e  Isaac  lo  examinaron  y  declararon  el 
estado  gravísimo  en  que  se  encontraba.  El  Padre  Francisco  qui- 
so llevarlo  a  la  Cumbre  el  12,  pero  tropezó  con  el  inconvenien- 
te de  que  en  ese  día  no  hubo  tren  de  pasajeros, y  que  el  de  car- 
ga salió  antes  del  tiempo  anunciado. 

La  manera  como  los  habitantes  de  Buenaventura  se  maneja- 
ron con  el  moribundo  Padre  Andrés  no  quiero  ni  mencionarla, 
porque  sería  poner  un  estigma  horripilante  sobre  la  frente  de 
una  población  a  la  que  nosotros  hemos  amado  y  servido.  Fuera 
de  contadísimas  personas,  nadie  hizo  un  servicio  al  Padre,  y  lo 
dejaron  morir  casi  solo  y  abandonado,  ¡a  pesar  de  que  en  el 
puerto  se  encontraban  entonces  habitantes  de  la  costa  baja,  que 
habían  recibido  grandes  favores  de  los  Padres  Agustinos!  El 
dueño  de  la  casa  en  que  agonizaba  el  Padre  Echeverri  quiso 
también  arrojarlo  de  ella,  y  lo  hubiese  ejecutado  al  no  haberse 
Dios  compadecido  de  él,  porque  murió  a  la  una  de  la  mañana 
el  12,  asistido  solamente  del  Padre  Francisco  Sola  y  del  señor 
de  La  Torre, 


del  Pacífico  223 

Ei  cadáver  fue  trasladado  inmediatamente  a  la  iglesia,  donde  a 
las  7  le  hizo  los  oficios  fúnebres  el  Padre  Francisco,  sin  más 
asistentes  que  los  niños  de  la  escuela,  quienes  únicamente  lo  acom- 
pañaron también  al  cementerio. 

Tres  días  se  vio  obligado  a  permanecer  en  Buenaventura  el 
Padre  Francisco  Sola,  a  quien  trataron  peor  que  a  un  infestado, 
aun  personas  que  parece  increíble  que  se  condujeran  así.  No  en- 
contraba quién  le  diese  posada,  y  lo  despacharon  de  un  lugar 
en  que  ya  lo  habían  admitido. 

Consignamos  con  verdadera  satisfacción  los  nombres  de  los 
señores  Manuel  Caicedo,  José  María  Velasco  y  Caldas,  el  Maestro 
Buenaventura,  que  prestaron  sus  servicios  al  Padre  Francisco  Sola, 
así  como  algunas  negritas  del  barrio  de  Calima. 

El  Padre  Julián  Ciriza  puso  una  lápida  sobre  la  tumba  del 
Padre  Andrés  un  mes  después  de  su  muerte. 

Tanto  la  familia  Echeverri  como  los  Padres  Agustinos,  reci- 
bieron numerosos  telegramas  y  cartas  de  condolencia,  y  la  prensa 
publicó  sentidos  artículos  necrológicos,  de  los  cuales  transcribi- 
remos dos,  publicados  en  El  Apostolado  Doméstico  de  Manizales 
y  en  Cultura  Recoleta,  revista  mensual  de  los  Coristas  del  De- 
sierto de  la  Candelaria;  y  una  carta  escrita  a  don  Juan  Andrés 
Echeverri. 

«/?.  P.  Andrés  Echeverri,  A.  R. 

«Prematuramente  y  cuando  no  era  de  esperarse  tuvimos  no- 
ticia de  la  gravedad  del  Padre  Andrés  en  Buenaventura  y  dos 
días  de  espera  no  más  para  recibir  el  siguiente  despacho:  «Fatal 
desenlace,  acaba  fallecer  Padre  Andrés».  Dolorosamente  nos  sor- 
prendió tan  infausto  desenlace,  pues  lleno  de  vida  lo  despedimos 
para  la  Costa  del  Pacífico  hace  no  más  que  cuatro  meses  a  donde 
iba  destinado  por  la  obediencia  a  trabajar,  como  sus  buenos  her- 
manos, en  la  evangelización  de  los  negros.  No  parece  sino  que 
el  deseo  del  sacrificio  lo  animase,  pues  en  tres  veces  pidió  aquí 
al  Superior  de  la  casa  activase  su  viaje.  Y  en  carta  que  escribió 
a  su  hermana  Pastora  pocos  días  antes  de  morir,  le  decía  que 
ya  no  se  verían  más  en  este  mundo.  Bien  se  le  puede  aplicar  lo 
de  la  Escritura:  «Consummatus  in  brevi  explevit  témpora  multa*. 
Porque   mucho   hizo  el  lamentado  Padre  Andrés  en  bien  de  las 


224  _  Costa  colombiana 

almas.  Cuatro  años  de  Misionero  por  Casanare,  y  encariñado  de 
su  labor  iba  a  desplegar  su  celo  apostólico  por  las  insanas 
Costas  del  Pacífico  el  único  hijo  de  Manizales  que  habíamos  lo- 
grado formar  para  nuestra  esclarecida  Provincia. 

Padre  de  entusiasmos  religiosos,  genio  afable  y  jovial,  cari- 
ñoso con  sus  hermanos,  corazón  de  oro,  animoso  para  toda  em- 
presa arriesgada,  sin  decepciones  ni  hieles  en  el  corazón,  todo 
lo  componía  y  arreglaba;  y  la  Providencia  fincando  en  él  sus  es- 
peranzas y  secundando  su  celo,  le  había  confiado  la  catequiza- 
ción  de  aquella  inmensísima  región.  Que  la  muerte  lo  sorprendió 
en  pleno  trabajo,  nos  lo  dice  este  parrafito  de  carta  recibida  des- 
pués de  su  muerte  'Acabo  de  llegar  de  Tapaje;  un  mes  perma- 
necí en  el  Charco  trabajando  por  ver  si  terminan  esa  iglesia;  pero 
dudo  mucho,  me  parece  que  primero  se  acaba  el  jején  que  aca- 
barse de  construir  ese  edificio;  simpático  sí  es  el  pueblo,  pero 
todo  se  vuelve  comercio,  hasta  la  religión  de  Cristo ' 

Y  como  el  fruto  se  sazonó  el  cielo  se  lo  llevó. 

No  hemos  intentado  escribir  su  biografía,  sino  depositar  sobre 
su  memoria  la  flor  del  cariño  y  de  la  gratitud  y  hacer  somera- 
mente el  exponente  de  sus  virtudes  religiosas  y  de  su  celo  apos- 
tólico. Mientras  se  llega  el  día,  a  la  vez  que  lamentamos  su  pron- 
ta desaparición  de  entre  nosotros,  enviamos  la  expresión  más 
sincera  de  condolencia  a  la  atribulada  familia  de  don  Juan  Andrés 
Echeverri  y  a  la  culta  sociedad  manizaleña.  R.  I.  P.»  (1) 

«El  /?.  P.  Andrés  Echeverri  de  la  Sagrada  Familia.—  Víctima 
de  su  celo  por  la  salvación  de  las  almas  y  de  su  dedicación 
evangelizadora,  ha  caído  al  pie  del  cañón  en  el  campo  de  batalla, 
segado  en  flor  por  la  hoz  de  la  Parca  implacable  e  insaciable, 
el  religioso  cuyo  nombre  ponemos  al  frente  de  este  artículo  ne- 
crológico, que  dedicamos  a  perpetuar  la  memoria  del  .llorado  her- 
mano, como  último  testimonio  del  carino  fraternal  que  le  profe- 
samos. 

Si  a  los  pocos  días  de  recibida  la  infausta  noticia  Dios  no 
nos  consolara  superabundantemente,  dándonos  ocho  nuevos  sacer- 
dotes que  dignamente  llenarán  el  vacío  grande  que  ha  dejado  en 
nuestras   filas  el  malogrado  Padre  Echeverri,  no  habría  término 


(i)  Apostelado    Doméstico,  pág.  464 


del  Pacífico  225 

a  nuestro  llanto  en  la  pérdida  de  este  joven  sacerdote  y  hermano 
nuestro  porque  no  habría  para  él  remedio  humano.  Pero,  ¡ben- 
dito sea  el  Señor  que  el  día  2  de  abril  nos  dio  ocho  sacerdotes, 
como  compensación  del  que  nos  arrebató  el   13  de  marzo! 

Pérdida  grande  para  nuestra  amada  Provincia  de  la  Cande- 
laria, tan  necesitada  como  escasa  de  personal,  representa  la  des- 
aparición de  cualquiera  de  nuestros  hermanos;  pero  lo  es  do- 
blemente cuando  el  desaparecido  reúne  las  condiciones  de  nues- 
tro llorado  y  malogrado  Padre  Echeverri.  Buen  religioso,  carácter 
franco  y  jovial,  emprendedor,  enemigo  de  ociosidad  y  de  la  pe- 
reza, amador  de  nuestras  glorias,  fué  el  R.  P.  Andrés  echeverri 
heredero  legítimo  del  espíritu  de  aquellos  ilustres  misioneros  re- 
coletos que  llenaron  de  gloria  las  páginas  de  nuestra  luminosa 
historia.  El  R.  P.  Echeverri  le  añadió  a  esa  historia  muchos  ca- 
pítulos en  pocos  años:  cinco  escasos  hacía  que  era  sacerdote,  y 
sus  labores  apostólicas  eran  ya  conocidas  y  admiradas  en  las 
dilatadas  y  distantes  regiones  de  los  llanos  de  Casanare  y  de 
la  Costa  del  Pacífico.  Consumado  en  poco  tiempo,  llenó  mu- 
chos días  de  obras  santas  y  gloriosas.  Por  lo  mucho  que  hizo 
en  esos  pocos  años  de  su  vida  apostólica  puede  muy  bien  de- 
ducirse cuánta  gloria  diera  a  Dios  y  a  la  Orden  en  su  vida  más 
larga. 

Mas  plugo  a  Nuestro  Señor  llevárselo  tan  presto,  porque  lo 
encontró  sin  duda  maduro  y  lleno  de  frutos  para  premiarle  sus 
muchos  méritos.  ¡Adoremos  los  juicios  de  Dios,  tan  santos  como 
inescrutables!  En  pos  de  sí  deja  nuestro  hermano  luminosa  es- 
tela que  debemos  seguir,  y  hermosos  ejemplos  que  han  de  imi- 
tar nuestros  jóvenes  y  futuros  misioneros.  Cúpole  a  nuestro  llo- 
rado Padre  Andrés  la  dicha  y  gloria  envidiable  de  ser  la  pri- 
mera víctima  de  nuestras  misiones,  mejor  dicho,  de  nuestros  mi- 
sioneros de  la  Costa  del  Pacífico.  Esta  muerte  prematura  ha  de 
causar  envidia  en  vez  de  temor  a  nuestros  jóvenes;  y  debe  en- 
cenderlos en  santo  celo,  que  los  mueva  a  suspirar  por  la  envi- 
diable suerte  de  morir  por  la  gloria  de  Dios  y  de  la  Orden  y 
y  por  la  salvación  de  las  almas,  en  cuya  empresa  murió  prime- 
ro que  todos  nuestro  Maestro  y  Salvador  Jesús.  No  ha  de  ser 
el  discípulo  más  que  el  Maestro.  Los  buenos  Soldados  se  enar- 
decen y  luchan  con    más  bravura  y  denuedo  cuando  ven  caer  a 


226  Costa  colombiana 

sus  conmilitones  segados  por  la  metralla;  y  con  mayor  razón  to- 
davía, si  ven  caer  a  su  jefe.  Que  es  mejor  visto  el  soldado,  ha 
dicho  Cervantes,  muerto  en  el  campo  de  batalla  que  sano  en  la 
fuga.  Feliz  el  que  da  su  vida  por  aquel  que  primero  la  dio  por 
nosotros! 

Testigos  presenciales  de  los  méritos  y  trabajos  del  R.  P. 
Andrés  Echeverri  de  la  Sagrada  Familia,  queremos  dejar  pe- 
renne, aunque  modesto  testimonio  de  nuestra  admiración  por 
ellos  en  estas  líneas  que  le  dedicamos  y  vamos  a  completar  con 
algunos  datos  biográficos. 

Nació  el  Padre  Andrés  en  Santa  Rosa  de  Cabal,  Departa- 
mento de  Caldas,  el  17  de  julio  de  1892;  pero  su  infancia  la 
pasó  en  Manizales,  en  donde  recibió  educación  cristiana  de  sus 
buenos  Padres.  De  Manizales  vino  al  Desierto  de  la  Candelaria 
pidiendo  el  santo  hábito  a  principios  de  1905  con  otros  tres  her- 
manos suyos,  ninguno  de  los  cuales  perseveró;  circunstancias 
que  acrecen  el  mérito  personal  de  nuestro  amado  muerto.  En  el 
Desierto  permaneció  diez  años  hasta  1915,  dedicado  con  apro- 
vechamiento al  estudio  y  a  la  oración,  y  a  la  formación  del  co- 
razón y  la  ilustración  del  entendimiento,  a  prepararse  en  una 
palabra  para  la  vida  apostólica  de  misionero.  De  este  seminario, 
de  esta  cuna  de  sabios  y  de  santos  bien  era  de  esperarse  que 
saldría  un  verdadero  apóstol  cual  se  reveló  en  cinco  años  esca- 
sos de  ministerio.  El  18  de  julio  de  1915  recibió  el  presbitera- 
do en  la  histórica  villa  de  Leiva  de  manos  del  limo,  señor  doc- 
tor Eduardo  Maldonado  Calvo,  Obispo  de  Tunja;  y  en  septiem- 
bre del  mismo  año  fue  destinado  a  las  Misiones  de  Casanare, 
y  ejerció  el  ministerio  en  todos  los  pueblos  de  aquel  vastísimo 
Vicariato  Apostólico.  En  agosto  de  1919  fue  trasladado  a  las  mi- 
siones de  la  Costa  del  Pacífico;  y  comenzaba  a  trabajar  con  fru- 
to en  aquella  porción  de  la  viña  del  Señor  cuando  el  dueño  de 
la  viña  le  llamó  a  que  rindiera  cuenta  de  su  administración.  Es- 
taba de  misionero  de  Guapi  cuando  le  visitó  maligna  enferme- 
dad que  suponemos  sería  alguna  fiebre  perniciosa.  En  estado 
grave  fue  trasladado  a  Buenaventura,  para  poderle  prodigar  los 
recursos  de  la  ciencia;  pero  murió  en  dicha  ciudad  al  día  si* 
guíente  de  llegar  a  ella,  el  13  de  marzo  de  1920. 


del  Pacifico       -  227 

Descanse  en  paz  el  hermano  del  alma.»  (1) 

«El  Desierto,  abril  5  de  1921. — Señor  don  Juan  Andrés  Eche- 
verri. — Manizales. 

Estimado  señor  y  apreciado  amigo:  Con  el  dolor  que  siente 
el  corazón  a  la  desaparición  de  quien  formaba  parte  de  él  mismo, 
le  escribo  estas  líneas. 

Si  la  muerte  del  Padre  Andrés  ha  sido  mortal  herida  para 
la  Provincia  Agustiniana  de  la  Candelaria,  a  mí  indigno  miem- 
bro de  ella,  me  ha  de  una  manera  especialísima  afectado,  por- 
que el  finado  era,  amén  de  mi  hermano,  mi  amigo  queridísimo. 

A  Buenaventura  escribí  a  una  familia,  que  me  honra  con 
su  amistad,  suplicándole  que  mire  la  tumba  del  Padre  Andrés 
cual  si  fuera  la  mía  propia,  y  que  la  visite  con  frecuencia  y  siem- 
bre, junto  a  la  losa,  blancas  flores  cuyos  cálices  dejen  caer  so- 
bre ella,  como  lágrimas,  perlas  de  rocío,  y  los  que,  cuando  las 
marinas  brisas  los  deshojen,  la  cubran  con  sus  pétalos  de  nieve. 

El  Padre  Andrés  no  ha  fenecido.  Era  un  botón  aún  no  abier- 
to, que  encerraba  intacto  el  perfume  de  la  inocencia,  y  fue  tras- 
plantado a  los  cármenes  celestes  por  el  Cordero  que  se  apacien- 
ta entre  blancos  lirios.  Era  un  arroyo  cristalino  que  se  deslizaba 
en  el  cauce  de  la  existencia  sobre  los  guijarros  de  la  mortifica- 
ción, y  la  Providencia,  secando  la  fuente,  hizo  que  rindiese  sus 
aguas  al  piélago  insondable  de  la  eternidad,  no  para  que  él  las 
absorviese  sino  para  que  recibiesen  un  nuevo  germen  de  perpe- 
tua vida. 

Feliz  el  soldado  valeroso  que  siguiendo  las  huellas  ensan- 
grentadas de  Jesús  cayó  camino  del  Gólgota,  herido  por  el  dardo 
de  la  muerte,  envuelto  en  la  bandera  del  hábito  agustiniano  li- 
brando la  buena  batalla,  y  apurando  la  copa  de  las  amarguras 
de  la  vida  en  un  trago  último  de  rendida  obediencia  y  de  he- 
roico sacrificio!  Felices  los  padres  de  quien  tuvo  en  la  tierra  co- 
razón de  paloma  con  vuelos  de  águila  y  candideces  de  niño  con 
pujantes  acciones  de  hombre  maduro;  y  de  quien  el  alma  ahora 
goza  en  los  cielos  entre  los  coros  de  los  santos  vírgenes  con  la 
corona  del  justo  en  las  sienes  y  en  la  mano  la  palma  del  már- 


(i)  Cultura  Recoleta,  número  13. 


228  Costa  colombiana 

tir!  Que  las  olas  del  Océano  Pacífico  al  morir  en  las  playas 
costeñas  del  Valle  sean  como  un  canto  que  arrulle,  con  ecos  de 
lúgubre  acento,  los  restos  mortales  del  amigo  del  alma,  cuyo  es- 
píritu voló  para  siempre  al  lugar  del  cual  yo  mismo  le  hablé  en 
la  casa  de  usted,  el  15  de  agosto  de  1915,  presentándoselo  como 
el  consuelo  de  nuestra  vida  con  estas  estrofas  : 

Si   en  nuestro  pecho  la  tristeza  impera 

Al  fin  de  la  jornada 

Dulcísimo  consuelo   nos  espera 

En  la  regia'morada 

Que  el  Redentor  nos  tiene  preparada. 

No  lloren  nuestros  ojos 

Que  en  alígero  vuelo 

Del  mundo  cambiaremos  los  abrojos 

Por  los  plácidos  cármenes  del  cielo 

Dígnese,  don  Juan    Andrés,    presentar    mis  sentimientos  de 
profundo  pésame  a  su  familia. 

Ud.  mande,  a  su  affmo.  amigo  y  S.  S.  X.» 


CAPITULO  XXXIII 

Las  Misiones  antiguas  —  El  campo  desolado —  Los  Agustinos  Re- 
coletos  Síntesis  de  su  labor—  Lo  que  en  la  Costa  deben  hacer  la  igle- 
sia y  el    Gobierno Un  futuro    luminoso —  A  la  Costa  Colombiana  del 

Pacífico. 


En  los  tiempos  coloniales  administraron  la  región  de  Tuma- 
co  los  Padres  Mercedarios  de  cuya  labor  subsisten  indelebles 
huellas,  y  la  de  Guapi  los  Religiosos  Franciscanos  de  Propagan- 
da Fide.  Pero  vino  la  independencia  americana,  y  con  ella  el 
desconcierto  de  las  Misiones  católicas  al  frente  de  las  cuales  es- 
taban sacerdotes  españoles.  En  la  Costa  del  Pacífico  puso  el  de- 
monio sus  reales;  cayeron  por  tierra  las  obras  de  los  Misione- 
ñeros  y  el  simún  abrasador  del  vicio  agostó  el  campo  en  que 
hubo  de  florecer  la  virtud. 

No  culparemos  a  los  Obispos  que  gobernaron  en  el  siglo 
XIX  las  diócesis  de  Popayán  y  de  Pasto.  Ellos  trataron  de  en- 
viar sacerdotes  que  tuviesen  la  cura  de  almas  en  las  parroquias 
costeñas;  ¿pero  no  hubiera  sido  mejor  haber  dejado  el  Litoral 
abandonado?  ¿Qué  podían  obrar  aquellos  sacerdotes  completamen- 
te solos  en  esa  vastísima  región  semisalvaje? 

A  fines  del  pasado  siglo  la  Costa  era  un  campo  desolado, 
espiritual  y  materialmente.  El  indiferentismo  religioso,  la  pasión 
sin  freno,  se  enroscaban  como  víboras,  en  los  corazones  y  aho- 
gaban todo  regenerador  pensamiento.  Las  cataratas  de  la  igno- 
rancia cegaban  los  entendimientos;  los  jóvenes  se  formaban  sin 
Dios  y  sin  Patria.  Las  iglesias  estaban  destartaladas  y  en  ruinas; 
los  sagrados  vasos  tomados  de  orín  y  los  ornamentos  roídos  de 


í%  Costa  colombiana 

la  polilla.  Eso  fue  lo  que  encontraron  en  casi  toda  la  Costa 
a  fines  del  pasado  siglo  los  Religiosos  Agustinos  Recoletos. 

Mas  pasemos  algunas  hojas  de  esta  triste  historia,  y  encon- 
traremos en  páginas  de  oro  narradas  acciones  fehacientes  que 
obligan  a  vislumbrar  los  rosicleres  de  la  aurora  que  se  acerca, 
preparando  el  camino  a  días  de  paz  y  de  ventura. 

Los  Agustinos  Recoletos  en  veintidós  años  de  labor  han  es- 
crito estos  nuevos  hechos  con  lágrimas  de  sus  ojos  y  sangre  de 
sus  venas. 

No  diremos  que  han  descuajado  los  seculares  árboles  de 
venenosos  frutos;  no  sostendremos  que  la  luz  evangelizadora  haya 
disipado  por  completo  las  tinieblas  del  error  y  que  se  haya  en- 
cendido el  fuego  de  la  caridad  en  todos  los  corazones;  pero  cla- 
maremos a  voz  en  cuello  que  nuestros  Misioneros  han  sido  en 
la  Costa  los  ángeles  de  la  paz  y  del  consuelo  cristiano;  los  sol- 
dados que  se  han  batido  titánicamente  para  destruir  el  reinado 
del  pecado  y  asentar  el  de  la  moralidad;  los  obreros  incansables 
de  la  Religión  y  de  la  Patria;  y  defenderemos  que  merced  a  su 
labor,  si  no  ha  llegado  para  la  Costa  el  día  de  bienandanza  en 
toda  su  plenitud,  sí  brilla  en  ella  espléndida  aurora  precursora 
de  él. 

¡Cuánto  se  ha  logrado  en  un  tiempo  relativamente  corto!  ¡Qué 
cambio  tan  radical  se  nota  en  las  costumbres!  Los  miles  de  per- 
sonas que  anualmente  reciben  la  sagrada  comunión,  dicen  mucho 
en  pro  del  fervor  religioso.  En  los  libros  que  se  guardan  en  los 
archivos,  figuran  más  de  20,000  confirmaciones,  65,000  bautizos 
y  5,000  matrimonios  administrados  por  los  Padres,  quienes  han 
levantado,  además,  las  iglesias  de  Tumaco  y  Guapi,  las  capillas 
de  veintitrés  pueblos  y  reedificado  las  de  otros.  Se  han  traído 
hermosas  imágenes  de  España:  dos  de  San  Antonio  para  Guafuí 
y  Timbiquí;  una  de  San  Francisco  para  San  Francisco  de  Napi; 
una  de  San  Nicolás  de  Tolentino  para  Playagrande;  una  de  Nues- 
tra Señora  de  la  Consolación,  regalo  del  limo,  señor  Pueyo,  una 
de  San  Agustín,  una  de  la  Virgen  de  las  Mercedes  y  otra  de  la 
Inmaculada  para  Tumaco.  Anteriormente  el  Padre  Gerardo  había 
llevado  varias.  En  el  País  se  han  comprado  más  de  veinte  y  se 
han  retocado  otras  tantas. 

Los  ornamentos  comprados  para  las  capillas  son  numerosos, 
así  como  los  vasos  sagrados  y  demás  utensilios  del  culto. 


del  Pacifico  2ál 

Sin  reposo  han  desplegado  los  Misioneros  las  alas  del  celo 
en  la  instrucción  pública,  velando  por  la  educación  religiosa,  mo- 
ral y  científica  de  la  juventud  costeña. 

Y  en  el  progreso  material  de  la  Costa  su  actividad  no  ha  sido 
mezquina:  a  Guapi  introdujeron  una  lancha  de  motor;  han  toma- 
do parte  principal  en  la  apertura  de  caminos  y  han  gestionado 
con  el  Gobierno  cuanto  atañe  al  adelantamiento  del  territorio. 

Pero  todavía  falta  mucho   por  obrar. 

Eclesiásticamente,  para  el  mejor  gobierno  de  aquella  inmen- 
sa región,  para  poder  tomar  parte  más  inmediata  en  la  instruc- 
ción pública,  a  fin  de  hacerse  con  más  facilidad  el  apoyo  oficial, 
a  causa  de  las  mil  dificultades  con  que  los  Misioneros  tropiezan  a 
cada  paso,  y  por  multitud  de  razones  que  son  obvias,  es  de  nece- 
sidad urgente  la  creación  de  un  Vicariato  Apostólico. 

Políticamente,  el  Gobierno  debe  ante  todo  enviar  a  la  Costa 
buenos  empleados;  coadyuvar  a  la  apertura  de  caminos  que  unan  el 
interior  al  mar;  salvar  a  Tumaco  por  medio  de  una  muralla  antes 
de  que  la  devore  el  océano;  arreglar  el  canal  de  la  ensenada  y 
fabricar  un  muelle  en  que  puedan  cómodamente  atracar  los  vapo- 
res; sacar  al  Charco,  a  Guapi  y  Timbiquí  de  su  aislamiento  con 
una  línea  telegráfica  y  con  el  arribo  de  buques  a  estos  puertos, 
siquiera  de  vez  en  cuando;  propender  al  desarrollo  de  la  mine- 
ría y  a  la  explotación  de  las  riquezas  de  los  bosques;  y  en  fin 
acordarse,  de  ese  inmenso  territorio  que  por  su  estratégica  si- 
tuación está  llamado  a  ser  emporio  de  civilización  y  de  pro- 
greso. 

Así  lo  creemos  firmemente;  y  se  han  de  realizar,  Dios  me- 
diante, algún  día  nuestras  halagüeñas  esperanzas.  Mientras  tanto 
allí  permanecerán  los  Religiosos  Agustinos  Recoletos,  infatigables 
en  la  lid,  implantando  en  la  Costa  Colombiana  del  Pacífico,  sin 
más  armas  que  la  cruz,  el  reinado  social  de  Jesucristo,  fuente  de 
la  verdadera   civilización. 

La  Costa  espera  ansiosa  ese  día  nuevo  de  luz  y  de  ventura, 
y  sabe  que  vendrá,  porque  tiene  conciencia  de  sí  misma:  posee 
riqueza,  hermosura  y  exuberante  vida  tropical. 

Algo  de  ésto  decimos  en  las  siguientes  estrofas  que  compu- 
simos en  1916,  una  tarde,  a  las  orillas  del  Tapaje,  y  con  las 
cuales  damos  remate  a  nuestra  modesta  obra  : 


232  Costa  colombiana 

A  la  Costa  Colombiana  del  Pacífico. 

De  niño  en  mis  ensueños  delirantes 
La  ilusión  me  formaba 
De  conocer  el  marco  de  diamantes 
Que  a  mi  Patria  los  límites  le  daba. 

Y  hoy  el  vate  inspirado,  cuando  mira 
La  Costa  y  del  Pacífico  los  mares, 

Al  son  emocionante  de  la  lira 
Les  dedica  dulcísimos  cantares. 

Mas  ¿cómo  la  avecilla  pasajera 
Describirá  en  su  vuelo 
El  sublime  del  águila  altanera 
Que  se  remonta  al  cielo? 

Cuando  cuanto  quisiera 
Poseer  de  las  fuentes  el  murmullo, 
De  las  cascadas  los  sonidos  graves, 
De  las  ondas  marinas  el  arrullo 
y  el  armónico  trino  de  las  aves. 

¡  Oh  Costa  del  Pacífico,  tesoro 
Más  rico  que  las  vegas  de  Granada 

Y  los  regios  alcázares  del  moro!. . . . 
Tierra  priviligiada, 

Tú  encierras  los  jardines 
En  que  pintó  Virgilio 

De  los  sagales  el   grandioso  idilio 

Asia  de  Homero,  y  urbe  de  topacio 

Soñada  por  Horacio; 

Paraíso  de  Milton;  la  comarca 

Do  hubieran  puesto,  a  su  Beatriz  el  Dante 

Y  a  su  Laura  el  Petrarca; 
Florido  pensil  ante 

El  cual  las  Musas  doblan  la  rodilla; 
Cármenes  de  Zorrilla; 

Y  de  Selgas  vergeles  de  jazmines; 

Y  de  Galán  los  campos  de  Castilla: 


del  Pací/ico  233 

«Los  de  las  pardas  onduladas  cuestas, 
Los  de  las  castas  soledades  hondas," 

Y  el  Dorado  de  playas  y  florestas 
De  cielo  azul  y  de  aromadas  frondas, 
De  arenas  de  oro  y  de  marinas  ondas. 

De  las  límpidas  linfas 

De  los  ríos  undosos 

Nacen  las  castas  ninfas 

Que  vagan  por  los  bosques  deleitosos, 

Y,  al  son  del  arpa,  con  la  voz  sonora, 

Al  despuntar  la  aurora 

Y  cuando  el  sol  incendia  la  natura 

Y  luego  de  arreboles  la  colora 

Y  en  las  tinieblas  de  la  noche  oscura, 
Te  cantan  aclamándote  sultana 

Y  reina  de  la  tierra  colombiana. 

Allá  en  la  lejanía 

Cual  muro  colosal  la  cordillera 

Es  el  baluarte  de  la  Patria  mía. . . . 

Y  sirve  de  almohada 

A  la  Costa,  que  en  ella  reclinada, 
Entre  los  pliegues   de  sus  áureos  velos 
Tiende  la  cabellera 
De  fuentes  y  arroyuelos. 

A  los  tibios  reflejos  de  la  luna 

Las  raudas  barquichuelas 

Cuando  las  ondas  azuladas  hienden 

Teniendo  henchidas  las  nevadas  velas, 

Parecen  como  una 

Bandada  de  palomas  argentinas 

Que  en  el  azul  del  horizonte  extienden 

Las  alas  blanquecinas.... 

Y  semeja  su  arrullo 

El  son  de  los  proeros  y  pilotos, 
Mientras  del  remo  al  rústico  murmullo 
Dejan  oír  sus  cánticos  ignotos. 

16 


234  Costa  colombiana 

En  las  chozas  sencillas, 

Las  que  se  miran  en  las  aguas  puras, 

que  murmuran,  oh  Costa,  en  tus  orillas, 

Hay  idilios  de  amores, 

Escenas  de  ternuras, 

Y  églogas  de  zagales  soñadores, 

Castas  como  los  lampos 

De  las  nieves  y  rústicas  cual  flores 

De  tus  incultos  campos. 

De  mis  amores  suelo, 

Tú  guardas  la  ambrosía 

A  los  dioses  olímpicos  del  cielo 

Brindada  en  copas,  en  que  el  bardo  escancia 

Bucólicos  placeres  de  fragancia 

Que  trascienden  a  sus  versos. 

Tú  eres  viola, 
Néctar  de  malvasía, 

Flor  de  rosal,  maceta 

De  grácil  amapola; 

Fontana  inspiradora  del  poeta: 

Pedazo  de  mi  tierra,  do  tremola, 

Cual  abanico  de  la  enhiesta  palma 

Recibiendo  las  brisas  del  océano, 

La  tricolor  bandera,  imán  del  alma 

Del  pueblo  colombiano. 

Sigue,  oh  Costa  de  campos  de  esmeraldas 

Y  ríos,  cual  Tapaje  y  el  Patía, 
Coronando  tus  sienes  de  guirnaldas 

Y  escribiendo  en  el  libro  de  la  historia 
Más  páginas  de  gloria 

Pero  si  extraña  gente  llega  un  día, 

Y  acaso  de  Colombia  el  suelo  oprime, 
Pido  al  Eterno  que  la  mar  bravia, 
Saliendo  de  sus  términos  se  extienda 
Por  el  suelo   ultrajado, 

Y  el  valiente  costeño  en  la  contienda, 
Antes  que  ser  esclavo  del  malvado, 


del  Pacifico 


¿35 


Entre  las  verdes  olas;  en  sublime 

Sacrificio  sucumba, 

AI  pabellón  libérrimo  abrazado, 

Llevando  hasta  la  tumba 

La  frente  limpia  y  el  honor  salvado. 


A.  M.  D.  G. 


«« 


EL  PADRE  HILARIÓN  URIBE 


El  13  de  febrero  de  1922  murió  en  Guapi,  víctima  de  las 
fiebres,  el  R.  P.  Hilarión  Uribe  del  Sagrado    Corazón  de   Jesús. 

El  P.  Hilarión  fue  oriundo  del  Socorro,  donde  nació  el  21 
de  octubre  de  1890. 

Los  años  de  la  niñez  los  pasó  en  Chiquinquirá  donde  co- 
noció a  los  Padres  Agustinos  Recoletos. 

En  1905  ingresó  en  la  Orden  en  el  Convento  del  Desierto, 
donde  hizo  los  estudios  eclesiásticos  y  cantó  la  primera  misa  el 
29  de  junio  de  1915. 

Ejerció  el  ministerio  sacerdotal  en  El  Espinal,  Manizales  y 
en  las  Misiones  de  Casanare  y  Costa  del  Pacífico,  donde  murió 
confortado  con  los  auxilios  espirituales. 

El  elogio  del  Padre  Hilarión  lo  ha  hecho  el  Boletín  de  la 
Provincia  de  la  Candelaria  con  las  siguientes  palabras: 

«El  Padre  Uribe  fue  siempre  un  religioso  ejemplar,  de  cos- 
tumbres severas  e  intachables:  jamás  dio  motivo  para  la  repren- 
sión. Y  como  buen  religioso  fue  también  buen  estudiante  y  ha 
sido  después  buen  -sacerdote  y  celoso  misionero.  Su  amor  a  los 
libros  rayaba  en  pasión,  parecía  locura,  fue  excesivo,  si  en  ello 
cabe  el  exceso;  no  hemos  conocido  hombre  que  leyera  y  estu- 
diara más  que  él.  Ese  excesivo  amor  a  los  libros  lo  retraía  del 
trato  con  los  hombres,  aun  tratándose  de  sus  hermanos  los  re- 
ligiosos. Quien  no  lo  conociera,  creyera  ser  en  él  misantropía 
lo  que  era  amor  a  la  ciencia  y  a  la  virtud.  Y  a  eso  se  deben 
los  grandes  tesoros  que  acumuló  de  la    una  y  de  la  otra.  Vivió 


del  Pacífico  237 

mucho  en  poco  tiempo,  llenando  sus  cortos  días  con  muchas 
obras  buenas.  Era  justo  que  descansara  pronto  el  que  tanto  se 
desveló  por  trabajar;  y  que  recibiera  de  Dios  el  galardón  quien 
por  Dios  se  sacrificó.» 

Paz  en  la    tierra  al    mártir   del  celo    y  de  la    obediencia;  y 
que  él  ruegue  por  nosotros  en  la  Bienaventuranza. 


INFORME  DE  LA  ACADEMIA  NACIONAL  DE  HISTORIA 
SOBRE  LA  PRESENTE  OBRA 


Bogotá,  octubre  15  de  1921 

Señor  Presidente  de  la  Academia  de  Historia  y  Antigüedades—Presente. 

El  R.  P.  Fray  Bernardo  Merizalde  presentó  a  la  Academia 
el  original  de  la  historia  de  las  Misiones  en  las  regiones  del 
Pacífico  en  el  Sur  de  Colombia,  y  ese  honorable  cuerpo  nos 
hizo  el  honor  de  pasárnoslo  para  estudiarlo  e  informar. 

Empieza  la  obra  del  P.  Merizalde  con  la  historia  somera  de 
la  Orden  de  San  Agustín  en  las  Islas  Filipinas  y  de  las  perse- 
cuciones que  allí  sufrió;  habla  después  más  detenidamente  del 
establecimiento  de  la  Orden  en  Panamá  y  sus  dependencias, 
hasta  que  fue  expulsada  en  1863;  de  sus  labores  en  aquellas 
regiones  y  en  el  Chocó;  de  los  principales  acontecimientos  ocu- 
rridos entonces  en  el  país,  que  pudieran  relacionarse  de  algún 
modo  con  los  misioneros;  y  aun  de  los  diferentes  proyectos  de 
apertura  de  un  canal  para  poner  en  comunicación  los  dos  mares, 

Cuando  ya  se  concreta  a  hablar  de  las  Misiones  en"  nues- 
tras costas  del  Sur,  contiene  el  libro  noticias  muy  detalladas  de 
lo  que  eran  aquellas  regiones  completamente  abandonadas  antes 
por  las  autoridades  civil  y  eclesiástica,  y  hoy  en  vía  de  mora- 
lización, instrucción  y  aun  progreso  material,  debido  en  su  ma- 
yor parte  a  los  esfuerzos  de  aquellos  nobles  y  benéficos  misio- 
neros. Hace  la  descripción  de  los  ríos,  montañas,  costas  y  bos- 
ques de  la  región,  de  las  costumbres  de  sus  habitantes,  negros 


238  Costa  colombiana 

e  indígenas,  y  la  historia  del  descubrimiento  de  la  costa  por  los 
españoles. 

Contiene  también  las  biografías  de  todos  los  principales  hi- 
jos de  San  Agustín  que  de  cualquier  modo  han  intervenido  en 
la  obra  civilizadora  de  la  Comunidad  en  Colombia,  y  un  estudio 
interesante  sobre  la  lengua  de  los  indígenas. 

Además  inserta,  tomados  de  las  obras  de  nuestros  principa- 
les geógrafos  y  viajeros,  todos  aquellos  datos  que  sirven  para 
que  el  lector  pueda  darse  cuenta  de  lo  que  es  la  región  en  que 
han  desarrollado  su  apostólica  y  civilizadora  labor  los  Misio- 
neros. 

La  obra  del  P.  Merizalde  es  de  grande  interés,  especial- 
mente para  los  habitantes  de  las  costas  del  Pacífico  y  para  to- 
dos los  amigos  de  los  estudios  históricos.  Está  escrita  en  estilo 
muy  sencillo,  y  no  le  encontramos  más  defecto  sustancial  que 
algunas  expresiones  poco  suaves  al  comentar  ciertos  aconteci- 
mientos. 

Es  el  P.  Merizalde  muy  joven,  miembro  de  familia  de  Bo- 
gotá muy  distinguida  por  sus  antecedentes  y  virtudes  de  todo 
linaje,  y  su  primer  ensayo  como  historiador  promete  una  labor 
de  grande  importancia  para  el  porvenir,  por  lo  cual,  como  estí- 
mulo, y  porque  su  obra  lo  hace  acreedor  a  ello,  proponemos  lo 
siguiente: 

La  Academia  de  Historia  felicita  al  R.  P.  Fray  Ber- 
nardo Merizalde  por  su  Historia  de  las  Misiones  en  el 
Sur  de  Colombia,  y  lo  acepta  como  miembro  correspon- 
diente. 

Vuestra  Comisión, 

Eduardo  Posada— Rufino  Gutiérrez 


Academia  Nacional  de   Historia— Secretaría — Bogotá,  16 
de  marzo  de  1922 

En  sesión  de  ayer  fue  aprobada    la  conclusión  del    anterior 
informe. 

Luis  Augusto  Cuervo 


del  Pacifico  239 

BIBLIOGRAFÍA 

Documentos  inéditos  para  la  historia  de  Colombia.  General 
Cuervo. 

Nueva  Geografía  de  Colombia.    F.  J.  Vergara  y  Velasco. 

Historia  contemporánea  de  Colombia.  Gustavo  Arboleda. 

Historia  de  Colombia.  Henao  y  Arrubla. 

Monografías.  Rufino  Gutiérrez. 

Revolución  de  la  República  de  Colombia.  J.  M.  Restrepo. 

Catálogo  de  los  Religiosos  Agustinos  Recoletos  de  S.  Nico- 
lás de  Tolentino.  P.  Francisco  Sádaba. 

Restauración  de  la  Provincia  de  la  Candelaria.  P.  Pedro 
Fabo. 

Historia  de  la  Provincia  de  la  Candelaria.  P.  Pedro  Fabo. 

Apuntes  históricos  de  la  Provincia  Agusiiniana  del  Santísimo 
Nombre  de  Jesús.   P.  Bernardo  Martínez. 

El  Filibusterismo.  José  María  del  Castillo  y  Jiménez. 

Biografía  del  limo.  Sr.  D.  Fr.  Ezequiel  Moreno  y  Díaz  por 
el  limo.  Sr.  Toribio  Minguella,  Obispo  de  Sigüenza. 

Apuntes  para  la  Historia.  P.  Santiago  Matute. 

Historia  de  los  Agustinos  Recoletos.    Padre  Pedro  Fabo. 

Los  intereses  católicos  en  América.  José  Ignacio  Víctor  Iza- 
guirre. 

Bahías  de  Málaga  y  Buenaventura.  General  Paulo  Emilio 
Escobar. 


FE  DE  ERRATAS 

A  causa  de  no  haber  podido  el  autor  de  la  presente  obra  corregir  perso- 
nalmente las  pruebas,  se  deslizaron  en  ella  no  pocos  errores,  de  los  cuales  los 
principales  son  los  siguientes: 

Página         Línea  Dice  Debe  decir 

Katipu/iam 
Refriega, 
alcanzada 


7 

3 

Katipuoam 

6 

12 

efriega 

9 

9 

alcanzado 

240 


Costa  colombiana 


PÁGINA 


LÍNEf 


Dice 


Di 


47 

5 

Mariano 

+9 

11 

párese 

52 

'9 

legua 

56 

22 

verano 

77 

26 

popayán 

80 

3' 

pezcan 

81 

24 

vuela 

81 

33 

alinean 

82 

12 

en 

86 

6 

corresponden 

87 

1 1 

peffema 

97 

3+ 

retiráronse  El  Charco 

128 

3° 

realista 

130 

3 

para 

130 

21 

tomada 

144 

1 

filología 

146 

23 

de 

14.6 

13 

filología 

'5° 

30 

7,000 

152 

2 

mas  pudorosas 

159 

16 

causa 

iS9 

23 

razón 

160 

»4 

grocera 

163 

*9 

clavó 

163 

29 

adió 

170 

28 

en  viña 

175 

13 

aumetan 

'83 

«9 

se  prepararon 

185 

16 

1919 

186 

3  5 

lograste 

187 

7. 

Bagnarea 

188 

29 

Antonio 

190 

28 

tus  alas  y  en 

194 

9 

Antonio 

194 

3i 

baderolas 

»95 

12 

a 

195 

3« 

Consejo 

196 

38 

friles 

198 

*5 

a 

198 

32 

ha 

Marciano 
parase, 
lengua 
vera  no 
Poparán 
pescan 
vuelta 
alinean 
el 

correspondan 
paffema 

retiráronse  a  El  Charco 
realistas 
.  Para 
tomado 
fitología 
.del 

fitología 
70,000 

las  más  pudorosas 
a  causa, 
sazón 
grosera 
la  clavó 
odio 

en  la  viña 
aumentan 
que  se  prepararon 
1909 
lograsteis 
de  Bagnarea 
Antonino 
tus   alas  en 
Antonino 
banderolas 
ha 

Concejo 
frailes 
ha 


241 


Debe  decir 

Antonino 
Antonino 

guarecerse 

;  toda 

Antonino 

H 

treinta 
excursiones 
perseguido 
atacado 
en 

debelada 
en 

abrojos 
al 
al 
forjaba 

Otras  erratas  y  principalmente  las  de  puntuación  fácilmente  puede  com- 
prenderlas el  lector. 

Por  la  misma  razón  antes  apuntada  se  omitieron  en  el  mapa  de  la  Costa 
algunos  ríos  y  aparecen  cambiados  los  nombres  de  otros.  Las  equivocaciones 
más  notorias  de  Norte  a  Sur  son  las  siguientes: 


del  Pacífico 

PÁGINA 

LÍNEA 

Dice 

I99 

.6 

Antonio 

I99 

28 

Antonio 

203 

22 

huarecerse 

2O4. 

38 

toda 

206 

IO 

Antonio 

209 

r 
3 

23 

21  í 

2 

treita 

21  I 

25 

uscursiones 

213 

2 

perseguidos 

2'3 

3 

atacados 

2I4 

¡0 

de 

2.5 

3' 

debeleda 

217 

8 

de 

121 

18 

enojos 

222 

16 

el 

231 

11 

el 

232 

2 

formaba 

Dice 

Chuari 

Temoi 

Sequionda 

Guinul 

Hoya  Blanca 

Cascaja 

Mangles 

Casavieja 

Mongui 

Mansarvi 

Terambue 

Jguambú 

Guelembi 


Debe  decir 

Chitare 

Temuey 

Sequibonda 

Guinú 

Hoja  Blanca 

Cascajal 

Cabo  Manglares 

Cásasviejas 

Maguí 

Mansalvi 

Teraimbué 

Iguamb'i 

Guelmambi 


En  el  río  Micay  las  poblaciones  deben  localizarse  así:  San  Miguel,  Puetto 
Sergio,  Chuare,  San  Isidro,  Zaragoza,  El  Trapiche: 


inoiCE 


Págs. 

Introducción 5 

CAPITULO  I 

Descubrimiento  de  Filipinas.  El  Padre  Andrés  Urdaneta.  Arribo 
al  Archipiélago  de  la  primera  Misión  de  los  Agustinos  Reco- 
letos. Revolución  filipina.  Un  documento  del  Katipunam. 
Salida  de  los  Religiosos 7 

CAPITULO  II 

Descubrimiento  del  Océano  Pacífico.  Vasco  Núñez  de  Balboa. 
Fundación  del  Convento  de  los  Padres  Agustinos  Recoletos 
en  Panamá.  El  pirata  Morgan  y  el  incendio  de  la  ciudad. 
El  nuevo  Convento.  Acción  de  los  Agustinos  recoletos  en  él. 
Estado  del  Convento  en  1816.  Independencia  del  Istmo. 
Adhesión  de  éste  a  la  Gran  Colombia  El  asunto  Russell. 
Datos  que  manifiestan  la  soberanía  de  la  Nueva  Granada  en 
Panamá.    El  Convento  abandonado 13 

CAPITULO  III 

Llegada  de  los  Agustinos  Recoletos  y  Calzados  a  Colombia. 
Ataques  a  los  frailes  venidos  de  Filipinas.  Defensa  de  don  Mi- 
guel Antonio  Caro.  El  limo,  señor  Peralta  favorece  a  los 
Agustinos  Recoletos  en  Panamá.  Misiones  en  el  Darién-  Pa- 
rroquia de  David 21 

CAPITULO  IV 

La  guerra  de  1899.  Fallecimiento  de  los  Padres  Cándido  Pérez, 
y  Justo  Ecay.  Independencia  del  Istmo.  Protesta  de  Colombia 
ante  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos.    Antiguos  conatos 


del  Pacifico  243 

Págs. 

de  separatismo  en  Panamá.  Las  obras  del  Padre  Bernardo 
García.  Se  encarga  de  la  Residencia  la  Provincia  de  la  Can- 
delaria     26 

CAPITULO  V 

El  Padre  Pablo  Planillo.  Visita  del  Rmo.  Padre  Enrique  Pérez 
Labor  de  los  Padres  Ángel  Vicente,  Doroteo  Ocón  y  Anto- 
nio Roy.  Visita  Provincial  del  Rdo.  Padre  Edmundo  Goñi. 
Religiosos  que  han  estado  en  la  residencia  de  Panamá.  Inau- 
guración del  canal.  Trabajos  para  la  apertura  de  un  canal  en 
tiempo  de  la  colonia.  Leyes  de  la  República  y  contratos  con 
el  mismo  objeto.  Palabras  del  Gobierno  americano  en  el  con- 
trato de  1846.  Construcción  del  ferrocarril  de  Panamá.  La 
Compañía  francesa  y  el  tratado  Herrán 32 

CAPITULO  VI 

Datos  biográficos  de  Religiosos  ya  muertos,  que  estuvieron  en  el 
Istmo.  Los  Padres  Félix  Guillen,  Francisco  Mallagaray  y  Be- 
nito Ojeda.  Fr.  Matías  Sanmartín.  Padre  Cándido  Pérez. 
Padre  Justo  Ecay.  Padre  Medardo  Moleres.  Padre  Miguel 
Lascaray.  Hermano  Nicolás  Guzmán.  Padre  Ángel  Vicente 
Padres  Julián  Cisneros,  León  Ecay,  Pedro  San  Vicente  y 
Celestino  Falces.    Padre  Patricio  Adell...., 40 

CAPITULO  Vil 

Palabras  del  limo,  señor  Ezequiel  Moreno.  Los  Agustinos  Reco- 
letos en  Tumaco.  Descubrimiento  de  la  Costa  colombiana  del 
Pacífico.    Curioso  documento 46 

CAPITULO  VIII 

Generalidades  sobre  la  Costa.  Un  documento  de  1605.  Obser- 
vaciones del  Capitán  Alejandro  Malaspina.  Ancón  de  Sardi- 
nas. Punta  Manglares.  Costa  de  la  Gorgona.  Golfo  del 
Chocó.  Una  página  del  geógrafo  Montenegro  escrita  en  1810 
Descripción  de  F.  J.  Vergara  y  Velasco,  en  1901.  Tres  informes 
sobre  el  ferrocarril  de  Pasto  al  Pacífico 55 

CAPITULO  IX 

El  río  de  Naya.  El  río  de  Micay.  El  valle  de  San  Juan.  San 
Miguel.    Chuare.    San  Isidro.    Zaragoza.    Los  indios  salvajes 


244  Costa  colombiana 

Págs. 

Devoción  a  Nuestra  Señora  del  Pilar.  Los  indios  y  la  guerra 
de  1841.  El  Trapiche.  Bocas  del  Micay.  Camino  de  Popa- 
yán.  Proyecto  sobre  el  telégrafo.  Adjudicación  de  las  mi- 
nas del  Micay  a  don  Francisco  Jerónimo  de  Torres.  Revali- 
dación de  los  títulos  de  posesión  a  favor  de  la  familia  Arbo- 
leda     72 

CAPITULO  X 

Río  de  Saija.    Santa    Rosa.    La   iglesia.    Las  fiestas  religiosas. 
Excursión  al  río  Patía.    Descripción  de  Guangui.    Los  indios  , 
salvajes.    Sus  costumbres    Viajes.    Labores,  moralidad.   Fies- 
tas y  bailes.    Ideas  teogónicas.    Procesión  de  la  Virgen.    Ofi- 
cios fúnebres.    Enfermedades.    Camino  de  Guangui  o  Joli 78 

CAPITULO   XI 

Filólogos  modernos.  Etnogenia  india.  Lenguas  monosilábicas, 
aglutinantes  y  de  flexión.  Grupo  americano  «olofrástico,  in- 
corporante o  polisintético».  El  dialecto  saijeño  es  aglutinante. 
Nociones  de  su  construcción  gramatical.  Voces  curiosas.  Fo- 
nética.    Numeración.    Breve  vocabulario 84 

CAPITULO  XII 

El  río  de  Timbiquí.  Origen  de  Santa  Bárbara.  San  José  y  Coteje. 
Peligros  en  la  navegación.  San  Vicente  de  Timbiquí.  Naci- 
miento de  don  Julio  Arboleda.  Compañía  francesa  para  la  ex- 
plotación de  las  minas  de  oro.  El  río  de  Guafuí.  San  Antonio 
La  Comcepción.  El  Cuerval.  La  Lora.  El  Sargento  Fulgencio 
Caicedo 90 

CAPITULO  XIII 

Río  de  Guapi.  Balsitas,  San  Vicente,  Rosario  y  Naranjo.  Ríos  de 
Napi  y  de  San  Francisco.  Belén,  San  Agustín  y  Callelarga.  El 
Padre  Buenaventura  Perlaza  y  las  familias  Castro  y  Grueso.  Un 
recuerdo.  Limones.  Origen  de  Guapi.  Misiones  antes  de  1773 
Don  Manuel  de  Valverde.  Jura  de  Fernando  VII.  La  indepen- 
dencia. La  Rosa  de  los  Andes.  Varios  sucesos.  Guerras  de 
1841  y  1861  en  Guapi.  Terremoto  en  1838.  Acontecimientos  ecle- 
siásticos. Curas  de  la  Parroquia.  Guerra  de  1899.  Don  Ramón 
Payan.  Incendio  de  1914.  La  Provincia  del  Micay.  La  Aduana.    93 


del  Pacífico  245 

Págs. 

CAPITULO  XIV 

Isla  de  Gorgona.  Topografía.  Temperatura  media.  Gorgonilla.  El 
Viudo  y  El  Horno.  Las  bahías  de  Trinidad  y  Puerto  Pizarro. 
Varias  embarcaciones  que  han  estado  ancladas  allí.  Vegetación. 
Un  pintoresco  lugar.  Agua  dulce.  Pesquería  de  ballenas.  Tra- 
bajos de  bucería.  Orfebrería  indígena.  Actuales  dueños  de  la 
Isla.  Resolución  del  poder  ejecutivo  en  1853.  El  Sargento  Ma- 
yor Federico  D'Croz.  Posición  estratégica  de  la  Gorgona 99 

CAPITULO  XV 

Río  de  Iscuandé.  Hidrografía.  Minas  de  Sanabria.  El  Carrizo.  La 
población  de  Iscuandé.  Su  decadencia.  Abandono  del  Archivo. 
Derrota  de  Tacón  en  Rodea.  Encalladura  de  la  Rosa  de  los 
Andes.  Suicidio  del  Coronel  Francisco  García  en  1831.  El  Acta 
de  Iscuandé  en  1830.  Pronunciamiento  a  favor  del  Ecuador. 
Jura  de  la  Constitución  política  de  la  Nueva  Granada.  Varias 
leyes  del  Congreso.  El  cantón  de  Iscuandé  apoya  a  Obando. 
Naufragio  de  algunos  buques  en  los  bajos  de  Iscuandé.  Ayer 
y  hoy 104 

CAPITULO  XVI 

El  río  de  Tapaje.  Comercio.  Agricultura.  Lugares  importantes.  Be- 
llavista.  Don  Manuel  de  Olaya.  Don  Carlos  Olaya.  Curiosas 
menudencias.  Playagrande  y  el  Rosario.  Fundación  de  El  Charco. 
Importancia  comercial  de  El  Charco    Don  Fidel  D'Croz 108 

CAPITULO    XVII 

Una  red  de  esteros.  La  Tola  y  Sanquianga.  Varias  playas.  Mos- 
quera. El  río  de  Patía.  Laguna  de  Chimbuza.  Posibilidad  de 
un  canal.  Bocas  del  Patía.  Leyes  del  Congreso  para  establecer 
la  navegación  en  el  Patía.  Primer  vapor  que  surcó  las  aguas 
del  río.  Agricultura.  Salahonda.  Opiniones  del  sabio  Caldas 
sobre  el  Patía 1 12 

CAPITULO  XVIII 

El  río  de  Timbiquí  y  sus  afluentes.  San  José  y  Pambana.  Las 
antiguas  poblaciones  de  Málaga  y  Madrigal.  Las  minas  de  oro 
en  los  tiempos  coloniales.  Encantos  del  Telembí.  El  oro  de 
Barbacoas.  Época  de  la  independencia.  Varios  acontecimientos. 
Guerras  civiles.   Hombres  notables.   Decadencia  de  la  región 


246  Costa  colombiana 

Págs. 

Camino  actual  de  Barbacoas  a  Túquerres.  Esfuerzos  -del  Go- 
bierno colonial  para  unir  el  interior  a  la  Costa.  Conatos  de 
la  República  con  el  mismo  objeto.  La  senda  vieja.  Proyecto 
sobre  un  camino  carretero 119 

CAPITULO  XIX 

La  ensenada  de  Tumaco.  Puntos  principalas.  Los  ríos  de  Cha- 
güí  y  Rosario.  Varias  playas.  La  isla  de  Tumaco.  Huana-Ca- 
pac  en  la  Costa.  El  corsario  Eduardo  David.  La  población  en 
1789.  Sucesos  durante  la  guerra  magna.  Anexión  a  la  Provin- 
cia de  Pasto.  La  aduana  de  Tumaco.  Cesión  al  Ecuador.  Pa- 
rroquia de  Tumaco.  Leyes  nacionales  que  fomentaron  el  co- 
mercio del  puerto.  Medidas  tomadas  para  la  defensa  de  la  isla. 
Contrato  con  la  compañía  Británica.  La  isla  en  las  guerras  intes- 
tinas. Tumaco  y  el  Ecuador.  Provincia  de  Núñez.  Importación 
y  exportación.  Apuntes  sobre  la  sal.  La  ciudad  moderna.  La 
instrucción  pública 124 

CAPITULO  XX 

La  isla  de  la  Viciosa.  La  isla  del_Morro.  Un  romancillo.  Oya  hidro- 
gráfica del  Mira.  Varias  poblaciones.  Los  ríos  del  Nulpe  y 
y  Guisa.  Indios  coaiqueres.  Indios  cayapas.  Agricultura.  El  río 
de  Mataje 133 

CAPITULO  XXI 

Geología  de  la  Costa.  La  región  del  Pacífico  descrita  por  el  sabio 
Caldas.  Las  minas.  Meteorología.  Las  Mareas.  Termométrica. 
Higrométrica.  Coordenadas.  Cuadros  formados  por  los  Almi- 
rantazgos inglés  y  americano,  y  por  A.  Codazzi.  Riqueza  au- 
rífera   139 

CAPITULO  XXII 

Fitología.  Nombres  de  varios  árboles.  Propiedades  características 
de  algunos  de  ellos.  Agricultura.  Horticultura.  Los  hatos.  Zoo- 
logía. Mamíferos.  Aves.    Insectos.  Reptiles.   Peces.  Moluscos.  144 

CAPITULO   XXIII 

Etnografía.  Costumbres  de  los  negros.  Habitaciones.  Manutención. 
Caminos  fluviales.  Trabajos  ordinarios.  Vestidos.  Joyas  y  ador- 
r.os.  Holgazanería,  La  música.  Bailes  y  horgías.  Suceso  curioso. 


del  Pacifico  247 

Págs. 

Bautismos  chigualos  y  velorios  de  santos.  Juegos.  Matrimonios. 
Comilonas.  Recibimiento  a  -los  Misioneros.  La  banda.  Fiestas. 
Divertimientos.  Procesiones  fluviales.  Moralidad.  Los  albinos. 
Manera  de  contar  el  tiempo.  Supersticiones.  Amuletos.  Curan- 
deros. Oración  a  Nuestra  Señora  del  Carmen.  Nosografía 149 

CAPITULO  XXIV 

La  poesía  popular.  Algunas  reflexiones  sobre  ella.  La  poesía  y  la 
música.  Caracteres  de  la  poesía  costeña.  Algo  de  fonética.  Aje- 
nas influencias  en  los  cantares  costeños 158 

CAPITULO  XXV 

Colección  de  cantares  de  los   indios  costeños 162 

CAPITULO   XXVI 

Labor  de  los  Agustinos  Recoletos  en  Tumaco.  Los  Rvdos.  Padres 
Melitón  Martínez  y  Gerardo  Larrondo.  Estado  religioso  y  mo- 
ral de  la  Costa  en  1899.  Luchas  y  triunfos.  Viaje  del  Padre 
Larrondo  a  Pasto.  Sufrimientos  de  los  Padres  durante  la  guerra 
civil.  Don  Francisco  Benítez.  Fundación  del  Colegio  de  seño- 
ritas. Varias  obras.  El  Padre  Julián  Moreno.  El  31  de  enero 
de  1906.  Un  suceso  admirable 16& 

CAPITULO  XXVII 

El  Fundador  de  nuestras  Misiones  en  la  Costa.  Una  página  del 
Padre  Ángel  Aviñot.  Celo  del  Siervo  de  Dios  limo,  señor  Fr. 
Ezequiel  Moreno.  Varios  sucesos  durante  su  visita  pastoral  de 
1896  en  Iscuandé,  Guapi  y  Patía.  La  visita  de  1903.  Sacrilegio 
en  Tumaco.  El  Obispo  en  la  Costa  en  1906.  Muerte  del  señor 
Moreno 178 

CAPITULO   XXVIII 

El  Padre  Larrondo  sale  para  España.  El  Padre  Hilario  Sánchez. 
Expedición  de  los  Padres  Marcos  Bartolomé  y  Regino  Macu- 
let.  La  Provincia  de  la  Candelaria  se  hace  cargo  de  la  Misión. 
Correría  de  los  Padres  Marcos  Bartolomé  y  Tomás  Martínez. 
Palabras  del  doctor  Ramón  Bejarano.  Facultades  concedidas  a 
los  Misioneros.  El  Padre  Rufino  Pérez.  El  Hospital.  La  Socie- 
dad Rosa  Zarate.  El  centenario  de  Policarpa  Salabarrieta.  Bien- 
hechores del  Hospital 185 


¿4s  Costa  colombiana 

Págs. 

CAPITULO   XXIX 

Muere  el  Hermano  Ignacio  Ayala.  La  iglesia  nueva  de  Tumaco. 
Labor  de  los  Padres  Hilario  Sánchez  y  Rufino  Pérez.  Las  Mi- 
siones elevadas  a  Vicaría  Provincial.  Acontecimientos  dignos 
de  mención.  Trabajos  del  Padre  Pablo  Planillo.  Gestiones  de 
los  Padres  para  establecer  un  Colegio  de  jóvenes.  Un  Direc- 
tor Provincial  de  Instrucción  Pública.  El  cementerio  nuevo.  La 
casa  parroquial.  Varios  Misioneros.  Improbo  trabajo  de  los 
Padres 192 

CAPITULO  XXX 

Barbacoas.  Obras  del  Padre  Samuel  Ballesteros.  Misión  de  Guapi. 
El  Padre  Hilario  Sánchez  y  sus  correrías  evangélicas.  Sus  tra- 
bajos. El  Padre  Manuel  María  Mera.  Labor  de  los  Padres  To- 
más Martínez  y  Antonio  Roy.  Varios  episodios.  Lo  que  hizo 
el  Padre  Francisco  Sola.  Muerte  del  Padre  Andrés  Echeverri. 
Los  Padres  Julián  Ciriza  e  Hilarión  Uribe.  Otra  vez  el  Padre 
Hilario  Sánchez 2j1 

CAPITULO  XXXI 

Sufrimientos  de  los  Padres  en  las  Misiones.  Correrías  apostólicas. 
Enfermedades  y  peligros.  Descripciones  de  un  Misionero.  Nú- 
mero de  poblaciones.  El  ministerio  en  cada  una  de  ellas.  Los 
alimentos,  las  canoas  y  otras  gangas  de  la  vida  costeña.  Lo 
que  le  sucedió  a  un  Padre.  Intimas  amarguras  del  Misionero.  208 

CAPITULO  XXXII 

Biografías  de  algunos  Misioneros  ya  difuntos.  El  Padre  Melitón 
Martínez.  El  Hermano  Ignacio  Ayala.  El  Padre  Andrés  Eche- 
verri   214 

CAPITULO   XXXIII 

Las  Misiones  antiguas.  El  campo  desolado.  Los  Agustinos  Reco- 
letos. Síntesis  de  su  labor.  Lo  que  en  la  Costa  deben  hacer 
la  Iglesia  y  el  Gobierno.  Un  futuro  luminoso.  A  la  Costa  Co- 
lombiana del  Pacífico 229 

Apéndice 236 

^Bibliografía 239 


W%  m 


■  *'\