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UNIVERSITY OF
NORTH CAROLINA
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DIALECTIC AND PHILANTHROPIC
SOCIETIES
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UNIVERSITY OF N.C. AT CHAPEL I
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be renewed by bringing it to the library.
DUE RETURNED
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MAY 12
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ESTUDIO
DE LA
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P. BERNARDO MERIZALDE DEL CARMEN
Agr us tino Recoleto
BOG0TA-192Í
IMPRENTA DEL ESTADO MAYOR GENERAL
ESTUDIO
DE LA
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DEQ PACIFICO
P. BERNARDO MERIZALDE DEL CARMEN
.Vyriií-ii ino Recoleto
BOGOTA-1921
IMPRENTA DEL ESTADO MAYOR GENERAL
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University of North Carolina at Chapel Hill
http://www.archive.org/details/estudiodelacostaOOmeri
Residencia de Padres Agustinos Recoletos
de Bog-ota - De oficio
Muy Reverendo Padre Provincial Fray Edmundo Goñi de la Vir-
gen de ¡erusalén.
En cumplimiento y contestación al oficio en que se sirvió
Vuestra Reverencia nombrarnos a los infrascritos censores de la
obra que el Reverendo Padre Fray Bernardo Merizalde de la
Virgen del Carmen piensa dar a la estampa con el título ESTU-
DIO de la Costa Colombiana del Pacífico, le manifestamos que
hemos leído con detenimiento el mencionado trabajo, y no he-
mos encontrado en él nada que se oponga a la fe ni a las bue-
nas costumbres. Antes creemos, por otro aspecto, que ha de ser
su publicación de gran utilidad para esta República y de no pe-
queña honra para nuestra religiosa Provincia de La Candelaria,
por los datos geográficos, filológicos, etnográficos y religiosos
de índole misionera que alli se exponen.
Dejamos así consignado nuestro humilde parecer sobre este
asunto.
Dios guarde a Vuestra Reverencia muchos años.
Bogotá, 1.° de septiembre de 1921.
Fray RUFINO PÉREZ de San José
Fray CÁNDIDO ARMENTIA de la Virgen del Carmen
Provinoialato de Agustinos Recoletos ele La
Candelaria (Colombia) - De oficio
Fray Edmundo Goñi de la Virgen de /erusalén, Prior Provincial
de Agustinos Recoletos de la provincia de Nuestra Señora de
La Candelaria.
Visto el informe favorable de los censores y usando de las
facultades que nos conceden nuestras leyes, por las presentes y
por lo que a nos toca, autorizamos la impresión y publicación
de la obra intitulada Estudio de la Costa Colombiana del
PACIFICO, escrita por el Reverendo Padre Fray Bernardo Meri-
zalde del Carmen, servatis de jure servandis.
Dadas en nuestra residencia de Bogotá, a 2 de septiembre
de 1921.
Fray EDMUNDO GOÑI de la Virgen de Jerusalém
Por mandato de nuestro Padre Prior Provincial,
Fray CÁNDIDO ARMENTIA de la Virgen del Carmen
Secretario Provincial.
-»tja=?=t«f o ■♦■TTT^fo-
Bogotá, 26 de septiembre de 1921.
Puede imprimirse.
^ BERNARDO
Arzobispo de Bogotá.
INTROD ÜCCIO
Nuestro Estudio de la Costa colombiana del
Pacífico es una arenilla que ofrecemos a los intelectuales
arquitectos que tratan de reconstruir la suntuosa basílica
que guarda las preciosas joyas de la historia de la Patria.
Insignes historiógrafos se han dado en los actuales tiempos
a la tarea de escribir la verdadera historia de Colombia, rec-
tificando errores preconcebidos y sacando a pública luz he-
chos ignorados cuya veracidad la comprueban con fidedig-
nos documentos hallados en nuestros archivos. En el jar-
dín de los tiempos pretéritos, ellos como laboriosas abejas,
liban de flor en flor el néctar de las virtudes cristianas de
nuestros abuelos, el cual alimentará mañana a las futuras
generaciones, dándoles sangre moza, robusta en amor a
Dios y a la Patria.
Convencidos del apostolado que ejercen eficazmente
en la juventud los historiadores que narran las acciones de
hombres ilustres y del peso que lleva a la balanza de las
investigaciones de los sabios un adarme de nuevos cono-
cimientos científicos, nos consagramos con tesón, durante
nuestra larga estadía en la Costa del Pacífico, al estudio
de los archivos del Litoral, de los dialectos indígenas, de
la etnografía, literatura, historia natural y geografía de la
región, y procuramos allegar cuantos datos pudieran el día
6 Introducción
de mañana servirnos para pergeñar algunas líneas sobre
la Costa.
A la sombra de los hechos llevados a cabo en el Ist-
mo panameño y en el Litoral Pacífico por los Religiosos
de la Orden Recoletana de San Agustín, encontrará el lec-
tor en esta obra variados datos que si acaso interrumpen
el hilo de la historia de las Misiones, sazonarán, por otro
aspecto, la lectura y darán alguna idea de aquella descono-
cida región.
Documentos antiguos y modernos ilustran estas pági-
nas : unos corroboran con su autoridad nuestros asertos y
son el cimiento de la narración ; otros nos hacen conocer
la manera como se ha pensado de la Costa en diversos
tiempos ; todos vienen a cristalizar el pensamiento que he-
mos tenido de reunir en este trabajo, siquiera en síntesis,
cuanto se haya escrito acerca del Litoral con el objeto de
que nuestros Misioneros puedan perfeccionar esta obra,
descartando de ella lo inútil y purificando en el crisol de
la crítica severa las arenillas de oro que aquí se encuentren.
El croquis que presentamos de la parte de la Costa
que abarcan nuestras Misiones, está muy lejos de ser una
obra perfecta; él significa un esfuerzo que hemos hecho
para rebelar a los colombianos el inmenso territorio en que
ejercitan su espíritu de apostolado los Religiosos Agusti-
nos Recoletos.
He aquí cuáles han sido nuestros deseos y lo que el
lector encontrará en este modesto trabajo. Quiera el Cielo
que nuestras aspiraciones no sean estériles y que estas lí-
neas sirvan a los amantes de la historia y sean para la
gloria de Dios, de la Orden Recoleta de San Agustín y de
la amada Patria colombiana.
ÉMUfiiiMni '«mu iríiiniitaMIáMiaÉtrrBMí
Imagen tle San Aífustiii en la Iglesia,
de Tumaco
CAPITULO I
Descubrimiento de Filipinas — El Padre Andrés Urdanera — Arribo al
archipiélago de la primera Misión de los Agustinos Recoletos— Re-
volución filipina — Un documento del Katipuaam — Salida de los
Agustinos Recoletos de Filipinas.
El 28 de abril de 1565 izóse por vez primera en la isla de
Cebú, una de las que forman el archipiélago magallánico, el es-
tandarte de Castilla. Tomó posesión de ella don Miguel López
de Legazpi, oriundo de Zumárraga, quien se había hecho a la
vela en la nao San Pedro, de 500 toneladas, el 21 de noviembre
de 1564, llevando consigo como verdadero jefe de la expedición
al Padre Andrés Urdaneta de la Orden de San Agustín.
Este religioso benemérito nació el año de 1498 en Villafran-
ca de Guipúzcoa, donde pasó los años de la infancia, consa-
grándolos al estudio de las letras con el objeto de seguir la
carrera eclesiástica que cambió, una vez muertos sus padres,
por la de las armas, mereciendo ser nombrado capitán de infan-
tería por el denuedo con que se distinguió entre los Tercios
españoles que peleaban en Italia contra los franceses.
De regreso a la Patria acompañó, merced a sus conocimien-
tos en Astronomía, Cosmografía y Náutica, al Comendador Frey
G. Jofre de Loaisa, en la magna expedición que, zarpando de
la Coruña en septiembre de 1525, atravesó el estrecho de Maga-
llanes y llegó, no sin haber sufrido antes mil vaivenes de la
fortuna, hasta las islas Marianas y Molucas.
La cesión de los hispanos derechos a aquellas regiones,
hecha por el Emperador Carlos V en favor del Rey de Portu-
gal determinó el retorno a la Península del capitán Urdaneta,
8 Costa colombiana
donde se personó en la corte para dar cuenta de su descubri-
miento de la vuelta de las Molucas por la Nueva España y del
de las Islas del Poniente y Nueva Guinea.
Urdaneta hubo de saborear en Madrid amargo cáliz cuando
optó por irse a Méjico, donde, despreciando el nombramiento
que le hizo el Virrey don Antonio de Mendoza, de general de la
Armada que estaba para darse a la vela con derrotero a las
islas del Poniente, vistió el 20 de marzo de 1552 el humilde
sayal de los hijos de San Agustín.
Mas las dotes del Padre Urdaneta no eran para estar ocul-
tas ni su actividad podía permanecer ociosa. He aquí la carta
autógrafa que le dirigió el Rey don Felipe II, por la cual le
confiaba la dirección científica en la Armada que tenía ordenada
el Virrey de Nueva España don Luis de Velasco, para la con-
quista de las Islas del Poniente:
«El Rey... Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la
Orden de San Agustín: Yo he sido informado que vos, siendo
seglar, fuisteis con la armada de Loaysa, y pasasteis el estrecho
de Magallanes, y la Especería, donde estuvisteis ocho años en
nuestro servicio. Y por que ahora habernos encargado a don
Luis de Velasco, nuestro Virrey en esa Nueva España, que envíe
dos navios al descubrimiento de las Islas del Poniente, hacia las
Molucas y les di orden en lo que han de hacer, conforme a la
instrucción que se le ha dado; y según la mucha noticia que
vos dizque tenéis de las cosas de aquella tierra, y entender,
como entendéis, las cosas de navegación de ellas, y ser buen
cosmógrafo, sería de grande efecto que vos fuésedes en los di-
chos navios; así para lo que toca a la dicha navegación, como
para el servicio de nuestro Señor. Yo vos ruego y encargo que
vayáis en los dichos navios, y hagáis lo que por el dicho nues-
tro Virrey vos fuere ordenado, que demás del servicio que haréis
a nuestro Señor, seré yo muy servido, y mandaré tener cuenta
con ello, para que recibáis merced en lo que hubiere lugar:
De Valladolid a 24 de septiembre de 1559 años.— YO EL REY.
Por mandato de su Majestad, Francisco de Eraso.»
Al Padre Urdaneta lo acompañaron en su empresa los Pa-
dres Martín de Rada, Diego de Herrera, más tarde primer Prior
del Pacifico 9
Provincial de la provincia del Santísimo nombre de Jesús, An-
drés Aguirre y Pedro de Gamboa (1). Estos cinco religiosos fue-
ron la simiente del secular árbol que había de cubrir bajo sus
ramas y alimentar con sus frutos a los indios filipinos durante
varias centurias.
La primera Misión de Padres Agustinos Recoletos, (2) auto-
rizada por Real Cédula, otorgada en Madrid a tres de abril de
1605, salió de Cádiz bajo la presidencia del Padre Fr. Juan de
San Jerónimo, el 12 de julio del mismo año. Diez meses más
tarde, el 12 de mayo de 1606, surta en las marinas aguas de
Cebú, apareció la nao Espíritu Santo, Allí, a su bordo, henchi-
da el alma^ de celo y sacrificio, arribó a las Islas Filipinas la
Misión de nuestros Apostólicos Recoletos.
Referir los ímprobos trabajos de los Religiosos de las dos
ramas Agustinas en aquel archipiélago; narrar las obras que allí
llevaron a cabo y seguirlos en sus correrías por mar y tierra;
traer a cuento los nombres de quienes sucumbieron en aquellas
playas, víctimas de su celo o de quienes unieron a la corona
del apóstol la del martirio, derramando su sangre por Jesucristo,
hasta que en 1898 tuvieron casi todos que abandonar el terri-
torio que había sido en el espacio de tres siglos, testigo de sus
legendarias hazañas, sería salimos del plan al cual debemos
amoldar nuestra obra. La fundación de sociedades secretas, la
debilidad de algunos gobernantes, y tal vez la traición, dieron
al traste con el poderío de España en Filipinas, posándose en
aquel suelo en lugar del noble León ibero las rapaces garras
del águila yanque.
En los antros de la sociedad que se apellidó Katipunam,
cuyas maquinaciones fueron descubiertas por el Padre Agustino
Mariano Gil y confirmadas por las oportunas declaraciones del
Padre Recoleto Mamerto de Lizasoain, fraguóse la revolución
que estalló el 20 de agosto de 1896.
Cuál fuera el espíritu que animó la insurrección filipina, vése
(1) El Padre Urdaneta murió en el convento de San Agustín de Méjico el
3 de Junio de 1568.
(2) La Recolección Agustiniana fue iniciada en el capítulo de Toledo de
los Padres Agustinos Observantes en 1588 ; formó provincia separada en 1602 ;
fue erigida en congregación en 162 r y en verdadera Orden Religiosa en 1915.
10 Costa colombiana
a las claras en el siguiente documento publicado por el Consejo
Supremo del Katipunam el 12 de junio de aquel año:
A. L. G. D. A. M.
G. R. LOC. SUNT.
La comisión ejecutiva envía a los venerables Maestros D. DEG,
O, O, T. y O, G, O, S, de las L, BOG, de la Obed.
L. T. M.
«Ven. Mest. y quer, herm. — Después de nuestra circular de
28 de mayo último, parecía ocioso recordaros el más exacto cum-
plimiento de aquellos puntos que la misma abarca, los cuales fue-
ron aprobados por la gran Asamblea celebrada el 15 del mis-
mo mes; pero, no obstante, como se haya asegurado el tiempo
de nuestra causa y toda precisión es poca en los actuales mo-
mentos, nos ha parecido muy del caso dirigiros esta otra circu-
lar, para fijar más correctamente los puntos que han de ser ob-
jeto de nuestro más exacto cumplimiento. Pasemos ahora a la
enumeración de ellos.
Primero. Los triángulos llevarán a cabo estrictamente todas
y cada una de las disposiciones dictadas por sus respectivos
Presidentes y v, h. honorarios, no dejando de observar ni la
más pequeña e insignificante, pues aun cuando no lo parezca de
ntros, ven, herm, todos son de gran trascendencia.
La omisión más pequeña en esas disposiciones puede per-
judicar en gran manera nuestros trabajos, fruto de muchos años
de constancia y esperanza de un seguro triunfo.
Segundo. Una vez dada la señal convenida de H. 2 Sep,
cada herm. cumplirá con el deber que esta G, R, Log, le ha im-
puesto asesinando a todos los españoles, sus mujeres e hijos, sin
consideraciones de ningún género, ni parentesco, amistad, gra-
titud, etc.
Tercero. Los que por debilidad, cobardía y otras considera-
ciones no cumplan con su deber, ya saben el tremendo castigo
en que incurren por deslealtad y desobediencia a esta G, R, Log,
Cuarto. Dado el golpe contra el capitán general y demás
autoridades esp, los leales atacarán los conventos y degollarán a
sus infames habitantes, respetando las riquezas en ellos conteni-
das, de las cuales se incautarán las comisiones nombradas al
del Pacifico 1 1
efecto por esta G, R, Log, sin que sea lícito a ninguno de ntros.
hermn. apoderarse de lo que justamente pertenece al tesoro de la
G, N, F.
Quinto. Los que contraviniesen a lo dispuesto en el párra-
fo anterior, serán tenidos por malhechores y sujetos a castigo
ejemplar por parte de esta G, R, Log.
Sexto. Al siguiente día, los hermn. que están designados da-
rán sepultura a todos los cadáveres de los odiosos opresores
en el campo de Bagumbayán, así como a los de sus mujeres e
hijos, en cuyo sitio será levantado más adelante un monumento
conmemorativo de la independencia de la G, N, F.
Séptimo. Los cadáveres de los frailes no deben ser enterra-
dos, sino quemados en justo pago a las felonías que en vida
cometieron contra los nobles filipinos durante los tres siglos de
su nefanda dominación.
Y entretanto llega el día de nuestra redención, esta comisión
ejecutiva irá dando la pauta segura que todos habremos de im-
ponernos en presencia de los acontecimientos, a fin de que nin-
guno de ntros. hermn. pueda llamarse inadvertido. — En la G, R,
Log. en Manil, a 12 de junio de 1896. — La primera de tan de-
seada independencia de Filipinas. — El Presidente de la comisión
ejecutiva, BOLÍVAR.— El G. Maest, GRADACIO BRUNO.— El Secret,
Gal ileo.»
Y la revolución cumplió su cometido. Los frailes fueron en-
carcelados, y durante luengos días el pan del dolor fue su co-
mida; a muchos se les maltrató vilmente y no pocos murieron
en la demanda. De los Padres Agustinos Calzados fueron sacri-
ficados 15 religiosos y 4 murieron en los bosques. Los Agusti-
nos Recoletos tuvieron hasta 36 víctimas.
Del remate de la guerra filipina, de la acción de Biac-ha-
bató, del hundimiento del Maine, de la ruptura de hostilidades
entre España y los Estados Unidos y de las lógicas consecuen-
cias que de ahí se siguieron, no debemos hablar, ya que no po-
dremos hacerlo sin exacerbarnos quienes hemos sido también víc-
timas de la rapiña y de las vejaciones del Coloso del Norte,
12 Costa colombiana
El desmoronamiento del Alcázar castellano en el Archipiéla-
go y el descaro con que los aleves revolucionarios arrojaron
contra los frailes sus flechas venenosas, impulsaron a estos a
salir en volandas de aquellas isjas con rumbo a otros países, en
los cuales pudieran sin trabas darse a las obras de caridad y
apostolado.
Al efecto, por determinación del 17 de agosto de 1898 se
trasladó al Imperio de la China la mayor parte de la comuni-
dad de Padres Calzados, residente en San Agustín; y el día 23
del mismo mes y año los Padres Recoletos Patricio Adell de
San Macario, Marciano Landa del Rosario, Medardo Moleres
del Sagrado Corazón de Jesús, Indalecio Ocio de San José, Cán-
dido Pérez de la Virgen de Ujué, Gerardo Larrondo de San José,
Fermín Catalán de San José y el Hermano de Obediencia Ángel
Cemborain de San Sebastián, abandonaron la tierra que había
sido la predilecta herencia de la provincia Agustiniana de San
Nicolás y el campo fructífero donde hasta entonces se había
desarrollado su actividad durante tres siglos.
CAPITULO II
Descubrimiento del Océano Pacifico — V;isco Núñez Je Bniboa — Fun-
dación dei Convento de los Padres Agustinos Recoletos en Pana-
má— El pirata Morgan y el incendio de la ciudad — El nuevo Con-
vento— Sucesos acaecidos en el Convento — Estado de el en 1816 —
Independencia del Istmo — Adhesión de este a la Gran Colombia —
El asunto Russell — Datos que manifiestan la soberanía de la Nue-
va Granada en Panamá — El Convento abandonado.
El 25 de septiembre de 1513 las azuladas aguas del Océa-
no Pacífico presentáronse por vez primera ante los ojos de los
conquistadores, y el 29 del mismo mes Vasco Núñez de Balboa
jefe de aquella expedición, llevando en las manos una bandera
que tenía la imagen de la Virgen con el niño Dios y las armas
de Castilla y de León, penetró agua adentro en el mar, blandeó
la espada, y haciendo tremolar el estandarte, aclamó con entu-
siasmo a los Reyes de España, tomando posesión en su nombre
de aquel piélago que lo acariciaba con sus olas.
Balboa, que si de joven al servicio de don Pedro Portoca-
rrero en la Península fue un currutaco espadachín, de hombre
maduro conquistóse el respeto y amor de los soldados subalter-
nos y de los indios que moraban en las tierras aledañas a San-
ta María, la antigua del Darién, no logró dar vado al negocio
con que soñaba de gozar tranquilamente del gobierno de aque-
llas riquísimas regiones. El nombramiento de Gobernador, expe-
dido por Fernando el católico a favor de Pedro Arias Dávila,
llamado «el galán por su bizarro continente y cortesanía, y el
justador por su singular maestría en las justas y torneos», echó
por tierra los dorados castillos de Balboa.
Í4 Costa colombiana
Y al efecto, la sierpe de la envidia enroscada en el orgullo-
so corazón de Pedrarias, envenenó la vida de Vasco Núñez, y
dio por resultado la decapitación del pundonoroso descubridor
del Mar del Sur. Este Pedrarias fue el fundador de la ciudad
de Panamá, a donde se trasladó la de Santa María la Antigua en
agosto de 1519.
En aquella población, casi un siglo más tarde, durante la
administración episcopal de Fray Agustín de Carvajal que se
extendió de 1608 a 16H, el Padre Vicente Mallol dio principio
a la fundación de un Convento de Agustinos Recoletos bajo la
advocación de San José No entraremos a discutir nosotros, a
falta de un documento decisivo, la verdadera fecha de la funda-
ción y el lugar donde ésta se hizo primero; lo que está fuera
de duda es el establecimiento definitivo de nuestros Padres, des-
pués de varios contratiempos anejos a toda obra de Dios, en
uno de los puntos más céntricos de la población, hasta que ésta
fue víctima de la codicia de Morgan y pasto de las llamas en
el año de 1671.
Todavía están en pie las ruinas de nuestra antigua iglesia y
convento, y ante ellas siéntese el corazón conmovido y amargas
lágrimas humedecen los ojos. «Hay en el seno de la antigua
ciudad (de Panamá), escribe el señor Samuel Lewis, en la se-
gunda calle partiendo del mar, calle que se extiende de Este a
Oeste, una ruina, la más hermosa, la de mayores proporciones,
la más importante y la mejor conservada. Cubre 84.000 pies cua-
drados: en su parte oriental posee un patio de 50 pies por 196
con un pozo de apreciable capacidad en su extremo y otio pa-
tio más grande todavía en su porción occidental; el resto de la
manzana, excepto el tramo ocupado por la iglesia, la cual se le-
vanta al suroeste de la cuadra con entrada a la calle, está ro-
deada por los escombros de los que fueron magníficos edificios
de dos pisos con espesas y sólidas paredes.
Los muros de la iglesia, que se yerguen imponentes e- in-
tactos, en su mayor extensión, descuellan sobre las ruinas cir-
cunvecinas, y sus arcos hermosos y elegantes, acusan en su es-
tructura un sentimiento artístico más refinado que el que prece-
dió a la construcción de los otros templos, salvo sin embargo,
a la de la iglesia mayor, última obra de importancia llevada a
del Pacifico j5
cabo en la metrópoli.» El señor Lewis se refiere a las ruinas del
convento e iglesia de los. Padres Agustinos Recoletos.
En el nuevo Panamá, levantado en 1673 por don Antonio
Fernández de Córdoba, ocuparon los Agustinos uno de los me-
jores sitios de la ciudad, y, a pesar de su pobreza, en un lapso
de tiempo relativamente corto, llevaron a feliz término la cons-
trucción del Convento e Iglesia que llegó a ser la predilecta de
los habitantes istmeños.
El antiguo y nuevo convento pasaron por las mismas vici-
situdes que los demás del Nuevo Reino sobre los pleitos con
los Padres Calzados. Al antiguo, durante el priorato del Padre
Juan de San Agustín, lo anexó el Padre Francisco de la Resu-
rrección a la Descalcez de España en cumplimiento del Breve
Universalis Ecclesiae de Urbano VIII, expedido en Roma el 16 de
julio de 1629. Doce años antes se había sujetado este Convento
a la Obediencia del Provincial de Quito; y luego se había uni-
do a la provincia del Perú.
Importantes servicios prestaron los Recoletos a los habitan-
tes de la ciudad en todo tiempo, y principalmente en el de ca-
lamidades públicas. Cuando los temblores de 1621, la epidemia
de 1652 y el saqueo inglés e incendio de la ciudad, diez y nue-
ve años más tarde, ¡ cuánto celo desplegaron los Agustinos en
favor de los desvalidos y necesitados!
Y así fue progresando aquel claustro de los hijos del Sera-
fín de Hipona hasta el punto de poderse decir que la historia
de la Iglesia y Convento de San José está íntimamente unida a
la de Panamá por la influencia religiosa, política y social que
nuestros Padres tuvieron siempre en las principales familias de
la ciudad. Los informes que los gobernadores del Istmo dirigían
al Rey, en los que se habla con encomio de los Descalzos de
San Agustín, son una prueba de nuestro aserto.
En cuanto a la parte interna del convento, debemos decir
que sus medros en lo espiriual debieron de ser muchos, dada la
numerosa lista de los varones eximios en santidad y en ciencia,
que por sus claustros pasaron. Y así lo hubieron de juzgar los
superiores cuando permitieron recibir novicios en el conven-
to, formándose allí hombres de tanta santidad como el Padre Fray
Piego de la Ascensión, cuyo retrato se conserva en uno de los
i 6 Costa colombiana
claustros del Desierto de La Candelaria con esta inscripción :
«N. V. P. Fr. Diego de la Ascensión, natural de Panamá, muy
dado a la teología mística y con extremo a la oración, varón
extático y ejemplarísimo en la descalcez, fue Maestro de Novi-
cios, Prior de Panamá y Rector Provincial. Murió en opinión de
Santo en El Desierto de La Candelaria, año 1697.»
Entre los Religiosos que brillan en el cielo de la Provincia
de La Candelaria y santificaron los claustros de Panamá, fuera
del fundador Padre Vicente Mallol, figuran los Padres Alonso
de la Magdalena, Alonso Muñoz, José de la Circuncisión, Juan
de San Agustín, Esteban de San José, Salvador de San Miguel,
Manuel Montes de Oca de San Agustín y Manuel de San Ga-
briel, sin mencionar a otros muchos, cuya enumeración resulta-
ría demasiado prolija.
Tan apostólico fue el espíritu de los Agustinos de Panamá
que trataron de extender sus trabajos a otros lugares del Istmo,
como a Los Santos y a Portobelo. En la isla de Santa Catalina,
una de las que forman el archipiélago de San Andrés y Provi-
dencia, fundaron antes del año de 1644 una Misión nuestros Re-
ligiosos, empleándose en catequizar a los indígenas y en admi-
nistrar los Sacramentos a los moradores de un presidio que allí
tenían los colonizadores. Al hablar de los trabajos de los misio-
neros en aquella isla solitaria, en la que no pudo permanecer
ningún sacerdote del clero secular, nuestras crónicas generales
dedican un recuerdo especial al Padre Fray Bartolomé de San
Gregorio, quien con tanto empeño se entregó a los ejercicios del
ministerio que estuvo muchas veces a pique de perder la vida.
Según la nómina de la Provincia de La Candelaria en 1816,
el convento de Panamá habia quedado entonces reducido a cin-
co Padres, un Corista y un Lego. El Padre Provincial Fray Ve-
nancio de San José, se expresaba en carta de 9 de noviembre
de aquel año sobre la dicha casa, de la siguiente manera:
«El Convento de Panamá, como situado en un istmo, que
por la misericordia de Nuestro Señor se ha manifestado realista
y libre de toda insurrección, se conserva en un pie muy regular,
aun a pesar de las pérdidas que ha sufrido en sus principales,
a causa de los incendios que hasta por tres veces abrasaron la
mayor parte de aquella ciudad en el siglo pasado.»
18 Costa colombiana
de 1830 en que se juró la de Colombia, expedida en el Congreso
que se había reunido en Bogotá al comenzar el año: José María
Cucalón y Ramón Vallarino fueron en él los representantes por
el Istmo. En el Congreso de 1834, a cuyas sesiones acudieron
por Panamá Domingo Arroyo, José de Obaldía y Manuel Pardo,
se mandó por ley del 8 de mayo que el escudo colombiano lle-
vase en la parte inferior el Istmo y los mares del Atlántico y
del Pacífico.
Dos años más tarde, en la noche del 20 de enero de 1836,
ocurrió un suceso en Panamá digno de mención.
El Cónsul de la Gran Bretaña José Russell atacó e hirió al
ciudadano Justo Paredes, quien abofeteó al agresor, el cual reci-
bió también una herida en la cabeza de un garrotazo que le dio
el juez cantonal Juan Antonio Diez.
Las autoridades panameñas condenaron a Russell a seis
años de prisión por la herida a Paredes quien fue absuelto. Esta
sentencia tuvo resonancia en el Gabinete inglés y el Ministro
de Relaciones Exteriores, lord Palmerston, ordenó al representan-
te de la Gran Bretaña que solicitase del Gobierno granadino la
libertad de Russell a quien debían pagarse mil libras esterlinas
como indemnización, la remoción de las autoridades culpables y
la devolución de la oficina consular.
Habiéndose negado el Secretario Lino de Pombo a aceptar
las exigencias del representante Turner, la Gran Bretaña envió
un ultimátum a la Nueva Granada, la que se aprestó para la
defensa. Del mando militar del Istmo encargóse el general He-
rrán y dióse a organizar lo necesario para la guerra.
Los buques ingleses al mando del capitán Peiton declara-
ron en bloqueo a todos los puertos granadinos, y hubieran se-
guido las cosas adelante a no haber entablado negociaciones
con el marino inglés el general López, que estaba al frente de
las fuerzas de Cartagena. Terminado, merced a honroso pacto
este enojoso asunto, el general Herrán tornó al interior de la
República, donde fue nombrado poco después Gobernador de
Bogotá.
Cuando la Nueva Granada, una vez constituida, se dividió
en Departamentos, Panamá fue uno de ellos. Luego, al abolirse
los Departamentos, se crearon las Provincias, de las que entró
del Pacifico 153
también a formar parte el Istmo. El Congreso de 1855 expidió
el «Acto adicional de la Constitución» que decía en su artículo
1.°: «El territorio que comprende las provincias del Istmo de
Panamá, a saber, Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí, forma
un estado federal soberano, parte integrante de la Nueva Grana-
da, con el nombre de Estado de Panamá.»- Esta concesión del
gobierno granadino a favor del Istmo abrió la puerta a Ins ma-
les que la soberanía de los Estados acarreó a la Nación.
El 22 de mayo de 1858 quedó sancionada la Constitución
federal. En ella ze lee: Los Estados de Antioquia, Bo'ívar, Bo-
yacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá y Santander
«se confederan a perpetuidad, forman una nación soberana, li-
bre e independiente, bajo la denominación de Confederación
Granadina.»
La revolución del Estado del Cauca, dirigida por el general
Tomás C. de Mosquera conjuntamente con Obando, y que esta-
lló en mayo de 1860 anegó la República en sangre. No seguire-
mos al jefe de la guerra hasta su entrada en Bogotá el 18 de
junio de 1861, después de haber derrotado a los sostenedores
del gobierno legítimo, representado por el doctor Bartolomé Cal-
vo, encargado del Poder Ejecutivo, por haberse terminado el 1.°
de abril de dicho año el período constitucional del doctor Ma-
riano Ospina, bástanos saber que Mosquera una vez en la capi-
tal, arrogándose el título de Presidente Provisorio de los Estados
Unidos de la Nueva Granada y Supremo Director de la Guerra,
puso en ejecución siniestros pensamientos que se revolvían en
su mente contra la Iglesia Católica, a saber: la tuición de cul-
tos; el extrañamiento de los miembros de la Compañía de Jesús;
la desamortización de los bienes de manos muertas; la prisión
del Arzobispo Ilustrísímo señor doctor Antonio Herrán y la ex-
tinción de todos los conventos, monasterios y casas de religio-
sos de uno y otro sexo.
Panamá, que no quiso enviar Representantes al Congreso
que se reunió en Bogotá el 1.° de septiembre de 1861, porque
estaba por el legítimo gobierno de la Confederación, después de
la capitulación del general Canal en Pasto y del tratado del ca-
serío de Yojasa, dobló la cerviz ante los hechos consumados.
El 8 de mayo de 1863 el panameño justo Arosemena, Pre-
20 Costa colombiana
sidente en aquel día de la Convención de Rionegro, dijo en su
discurso al presentar la nueva Constitución:
«Es obra de un solo partido, el vencedor en la. lucha; hijo
de la idea federal triunfante, fruto de combates por afianzar los
dogmas liberales, y que así descansa sobre los principios de fe-
deración y libertad, proclamados por ese partido.»
En la Constitución de Rionegro, se estableció en su artícu-
lo 1.°:
«Los Estados soberanos de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cau-
ca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima se
unen y confederan a perpetuidad, consultando su seguridad ex-
terior y recíproco auxilio, y forman una nación libre, soberana
e independiente.»
Ya se puede comprender cuál seria el fin del Convento de
los Padres Agustinos Recoletos de Panamá en aquellos tiempos
de sectarismo antirreligioso. El semillero de santos que durante
más de doscientos años había presenciado los ocultos sacrificios
de los Hijos del Obispo de Hipona, víctima de la rapiña oficial,
vino a ser presa de manos profanas, que de tal modo clavaron
en él las uñas, que después de cincuenta años todavía no han
logrado recuperarlo sus legítimos y verdaderos dueños.
La Iglesia de San José quedó casi del todo abandonada:
sólo de vez en cuando algún sacerdote decía la Santa Misa o
celebraba alguna fiesta. Ya no adornaron de continuo los alta-
res los gallardetes y las flores, ni resonaron por las bóvedas
del templo la música del órgano y la salmodia religiosa: todo
él permaneció envuelto en fúnebres crespones y en las naves
sentó sus reales el silencio. Esperemos que los ángeles del Se-
ñor de nuevo extiendan sobre la iglesia agustiniana las protec-
toras alas de su misericordia.
CAPITULO III
Llegada de los Agustinos Recoletos y Calzados a Colombia — Ataques a
los Jrailes venidos de Filipinas — Defensa de don Miguel Antonio
Caro— El Ilustrísimo señor Peralta favorece a los Agustinos Reco-
letos en Panamá — Misiones en el Darién— Parroquia de David.
El 12 de noviembre de 1898 llegaron a Panamá, después
de haber tocado en los puertos de Macao, Nangasaki, Howay y
California, los ocho religiosos a quienes vimos en el capítulo I
salir de Filipinas con rumbo a América el 23 de agosto de aquel
año.
Un testigo ocular, el señor Santos Jorge, nos ha referido la
pobreza con que arribaron al Istmo los Padres Agustinos. El di-
nero les escaseó de tal manera que uno de los religiosos se vio
obligado a quedarse en la Aduana, como en rehenes, mientras
los demás conseguían lo necesario para cubrir varias cuentas de
consideración.
Afortunadamente por aquel tiempo regía la diócesis el Ilus-
trísimo señor Alejandro Peralta, quien con verdadero corazón de
padre, recibió a los religiosos en su palacio, los agasajó y obse-
quió cuanto le permitían las circunstancias, y les hizo halaga-
doras promesas. El Obispo comprendió que era una bendición
divina la llegada a la viña del Señor, desolada por falta de ope-
rarios, de ocho valientes campeones, curtidos en las lides que
durante largo tiempo habían librado en ultramarinas tierras con-
tra los enemigos del nombre cristiano.
A principios del año de 1899 llegaron también a Colombia,
con el objeto de restaurar la provincia de Nuestra Señora de
Gracia, los Padres Agustinos Calzados, Baldomero Real, Paulino
22 Costa colombiana
Díaz, Dionisio Ibáiiez, Rufino .Santos, Urbano Alvarez, Joaquín
Diez, Bartolomé Fernández, Marcelino Tones, Eknignu Díaz,
Wenceslao García y Urbano Solís. El Reverendo Padre Salazar,
provincial de la agonizante provincia, recibió en su casa de Fa-
catativa a los Padres, quienes encontraron decidido apoyo en
las autoridades eclesiásticas y civiles para llevar a feliz término
la restauración proyectada.
No se crea, sin embargo, que en todos los lugares de Co-
lombia fue recibida con igual entusiasmo la noticia de la venida
al territorio de frailes de Filipinas. Varios periódicos de Bogotá
y de Medellín se desataron con tal motivo en denuestos contra
las Ordenes Religiosas; se habló de una invasión frailuna y de
los males que había deéacarrear a la Nación. Varias plumas sa-
lieron a la defensa de los religiosos ultrajados, descollando en-
tre ellas la del sabio eminente y católico fervoroso, don Miguel
Antonio Caro. Su artículo «No más frailes», publicado en El
Orden, correspondiente al 22 de febrero de 1899, es una verda-
dera apología de las Ordenes Monásticas, y su poesía compues-
ta con este motivo y dedicada a! llustrísimo señor Obispo de
Adrianópolis y Vicario Apostólico de Casanare Fray Nicolás Ca-
sas, revela al cristiano de arraigadas creencias. Hela aquí:
DE FILIPINAS
«No más, no más monjes!» — Qué acento de ira,
Qué espíritu insano, qué mala pasión,
Decid, ese grito cobarde os inspira?
Mirad de do vienen, mirad quienes son.
Son estos aquellos que padres y hermanos
Y Patria dejaron siguiendo al Señor;
Son estos aquellos que a climas lejanos
Mensaje conducen de paz y de amor.
En islas selvosas del último Oriente
Miradles! Ya vence de Cristo la ley
El bárbaro rito; la tribu inclemente,
Se torna ¡Oh milagro! pacífica grey.
Doquiera que en alto la cruz resplandece
En torno se forma dichoso confín
del Pacifico 23
Al par con las almas el suelo florece,
Familia es el pueblo, la tierra un jardín.
Más súbito estalla rugido de guerra;
Aborto monstruoso el genio del mal
Oprime a los santos, las aras a tierra;
Inunda los campos de sangre un raudal.
Del hórrido azote los náufragos restos
A nuevas comarcas dirígense ya;
Algunos, por signos de Dios manifiestos,
Con rumbo al Poniente se inclinan acá.
Con dicha a estas costas salude esa nave!
Descansen tras tanto cruel padecer!
Brindarles cariño y asilo suave
Acción es hidalga, cristiano deber.
Y tú fiero, anhelas que el barco no arribe?
«Id» díjoles Cristo, mis gracias os di;
Aquel que os recibe también me recibe;
Aquel que os desprecia desprecíame a mí.»
Bien hayan dechados de santa pobreza;
Que el mundo soberbio, la impura ciudad,
Requieren ejemplos de heroica estrecheza,
De esfuerzo abnegado, de casta piedad!
El pobre, el enfermo que a Dios sólo imploran,
Pues falsa grandeza no mira hacia allá,
Las almas que sufren, los ojos que lloran,
Demandan consuelos que el monje les da.
Testigo perpetuo, apóstol sagrado
De aquel que por todos se inmola en la cruz;
A pechos soberbios reproche callado,
A pechos sencillos es bálsamo, es luz.
Venid misioneros; Colombia os abraza;
Vosotros del cielo lleváis bendición;
Si alguno os ofende, si alguno os rechaza....
Sublime esperanza! traedle el perdón.»
24 Costa colombiana
Ln primera obra que hizo el Ilustrísimo señor Peralta a favor
de ¡os Religk sos Agustinos Recoletos fue confiar a su cuidado
la Iglesia de San José y construir para su morada una casita
adyacente al templo. Al punto desplegaron los Religiosos todas
sus energías para establecer con pompa el culto; y a fin de re-
parar siquiera los daños más notables de la ruinosa iglesia, ven-
ciendo no pocos inconvenientes, lograron con las limosnas de
los fieles que acudieron al reclamo de los padres, hacer de San
José el templo aristocrático de la ciudad.
Pero los reducidos límites de Panamá no podían encerrar
el celo inmenso de quienes estaban acostumbrados a ejercerlo
en las extensas parroquias filipinas. Diversos lugares del Istmo
no tenían un sacerdote que bautizase a los niños, bendijese a
los esposos, auxiliase a los agonizantes e impulsase los pueblos
al progreso; y a esas regiones dirigieron sus pasos los Agusti-
nos Recoletos. Las tierras que habían sido testigos de los heroi-
cos sacrificios de los Agustinos Recoletos y que se habían em-
papado en la sangre de tres venerables mártires en el siglo
XVII, volvieron a presenciar las hazañas de los misioneros de
ogaño, de varoniles almas, templadas en el mismo horno de la
caridad cristiana, alimentada con los encendidos carbones de las
reglas del Obispo amantísimo de Hipona.
Durante diez años administraron los Agustinos las poblacio-
nes del Darién, con celo y abnegación. El clima deletéreo de h
región llevó a la sepultura a varios Padres y a otros los dejó
imposibilitados para el ministerio de por vida. Andaban aque-
llos Religiosos de una parte para otra en busca de la oveja des-
carriada para atraerla al redil de Cristo, de! niño para regene-
rarlo en las aguas bautismales, de los hogares ilegítimamente
constituidos a fin de unir las parejas al tenor de los divinos
preceptos, y de los moribundos con el objeto de administrarles
los últimos espirituales auxilios. Las iglesias fueron mejoradas
notablemente, y de manera especial la de Chepo; y se compra-
ron imágenes y ornamentos sagrados.
! Y cuántas amarguras íntimas tuvieron qne devorar los mi-
sioneros! Cuántos actos de heroísmo ejecutaron, que si el mun-
do los ignora, Dios debe tenerlos escritos con letras de oro en
su divino corazón.
del Pacífico 25
La escasez de personal y otras poderosas razones obligaron
al Padre Manuel Fernández a manifestar en diciembre de 1909
al llustrisimo señor Junguito, Obispo entonces de Panamá, por
conducto de los Reverendos Padres Marcos Bartolomé y Regino
Maculet, la imposibilidad en que se encontraba la provincia de
La Candelaria para hacerse cargo de las misiones del Darién,
administradas hasta entonces por Religiosos de la provincia de
San Nicolás de Tolentino.
En 1921, a causa de repetidas súplicas del llustrisimo señor
Rojas, quien sucedió al llustrisimo señor Junguito, para que
nuestros Religiosos tomasen la cura de la Parroquia de David,
el Padre Edmundo Goñi envió a ese lugar a los Padres Pedro
Cuartero y Pascual Zabalza. Después de un viaje muy penoso lle-
garon a la población, cuyos habitantes los recibieron fríamente.
Por alojamiento les dieron una casucha con sólo dos habitacio-
nes, a las que entraba el viento por los cuatro costados. Las
iglesias, una de las cuales queda a gran distancia de la casa,
están en pésimo estado, y casi nadie asiste a misa los domin-
gos, ni se acerca a recibir los sacramentos; el abandono espiri-
tual es completo.
Por mandamiento superior, a los dos mencionados Religio-
sos los han reemplazado los Padres Leoncio Lapuerta y Julián
Sagardoy, quienes se aprestan para la conquista espiritual de
aquel territorio. ¿Lograrán domeñar esas naturalezas rebeldes y
ganarlas para Cristo? Esperemos algún tiempo. La historia nos
dirá una vez más lo que pueden la gracia y el misionero cató-
lico.
CAPITULO IV
La guerra de 1899 — Fallecimiento de los Padres Cándido Pérez y Justo
Ecay — Independencia del Istmo —Protesta de Colombia ante el Go-
bierno de los Estados Unidos— Antiguos conatos de separatismo en
Panamá — Varias obras del Padre Bernardino García — Se encarga de
la Residencia la provincia de La Candelaria — Elogio del Padre
Bernardino.
A fines de 1899 estalló en Colombia la terrible guerra que
duró tres años. Un manto funerario se extendió entonces sobre
el Istmo, de los cañones resonaron los estampidos en los valles
y montañas, y la tierra se empapó en la sangre de sus hijos.
Los Agustinos Recoletos no permanecieron ociosos en aque-
llos días de luto. Acudir a los campos de batalla, recoger a los
heridos, ir a los hospitales en socorro de los enfermos, auxiliar
a los moribundos, consolar a los tristes y vigorizar a los pusi-
lánimes, he ahi algo de la titánica labor de nuestros Religiosos.
El Padre Bernardino García, nombrado Capellán del ejército por
el general Carlos Albán, hizo prodigios de abnegación. En la
-efriega habida en la capital istmeña, era de ver a los Agusti-
nos de aquí para allá, en actividad constante, sin temor a las
balas enemigas, derramando en los corazones de los agonizantes
el bálsamo de los postreros auxilios espirituales. El flagelo de
la. guerra trae frecuentemente consigo el de la peste. No es, pues,
de extrañar que la fiebre amarilla y otras muchas enfermedades
hiciesen estragos en Panamá.
El 18 de julio de 1900 falleció el R. P. Cándido Pérez de
la Virgen de Ujué y el 22 de julio de 1902 el R. P. Justo Ecay,
quien había ido al Istmo con el Padre Eusebio Larrainzar, acom-
del Pacífico 27
pañando al jefe de operaciones de aquella zona. El Padre Pérez
murió en nuestra residencia panameña y el Padre Ecay en el
hospital de la misma ciudad asistido por el capellán del estable-
cimiento y por el Hermano Ángel Cemborain de San Sebastián.
También entregó su alma a Dios el 20 de enero de 1902
el general Albán. Celebráronse las exequias en la catedral y
predicó la oración fúnebre el Padre Bernardino García. Quien
desee conocer la manera de este insigne orador sagrado, podrá
hacerlo pasando la vista por aquella pieza oratoria que anda
impresa para enseñanza y deleite de los literatos.
Después de tres años de sañudo batallar, la balanza de la
fortuna se inclinó a favor de las fuerzas del Gobierno, que pre-
sidía don José Manuel Marroquín, encargado de la presidencia
en lugar del anciano doctor Manuel Antonio Sanclemente, a par-
tir del 31 de julio de 1900.
Durante la administración del señor Marroquín se verifica-
ron en Panamá sucesos de magna trascendencia para Colombia:
la emancipación del Istmo, ayudada por los Estados Unidos. El
Hermano Luis Gonzaga cuenta este hecho de la siguiente mane-
ra: «El 3 de noviembre de 1903 algunos de Panamá ejecutaron
un motín y dieron vivas a la nueva República, mientras Esteban
Huertas, a la cabeza de tres compañías del batallón Colombia
reducía a prisión al general Juan B. Tovar y a las otras auto-
ridades de Panamá .... Ellos eran dueños de la capital porque no
había otra fuerza que oponerles, pues la otra compañía estaba
ausente de Panamá, y el batallón Tiradores fue detenido en Co-
lón, y los empleados del ferrocarril, que son yanquis, no quisie-
ron transportarlo, y la fuerza naval norteamericana estaba fon-
deada en aquel puerto y lista para prestar auxilio a los revolu-
cionarios. El jefe del batallón Tiradores a duras penas pudo
reembarcarse para Cartagena. Además, el almirante Cogían, con
cuatro acorazados, se puso frente a Colón, y el Almirante Glass,
con otros cuatro acorazados en el Pacífico, impidieron desembar-
car fuerzas colombianas en el Istmo, y el señor Roosevelt reco-
noció inmediatamente la independencia de Panamá.»
El día 4 el Consejo Municipal sentó el acta de emancipa-
ción. En ella se lee: «El Consejo Municipal del Distrito de Pa-
namá, fiel intérprete de los sentimientos de sus representados
28 Costa colombiana
declara en forma solemne que los pueblos de su jurisdicción se
separan desde hoy y para lo sucesivo de Colombia, para formar
con las demás poblaciones del Departamento de Panamá que
acepten la separación y se le unan, el Estado de Panamá, a fin
de constituir una República con Gobierno independiente, demo-
crático, representativo y responsable, que propenda a la felici-
dad de los nativos y de los demás habitantes del territorio del
Istmo.» El acta la firmaron los siguientes señores:
Demetrio H. Brid, R. Aizpurú, A. Arias F., Manuel J. Cu-
calón, P. Fabio Arosemena, Osear Mac-Kay, Alcides Domínguez,
Enrique Linares, J. M. Chiari, R. Darío Vallarino, S. Lewis, Ma-
nuel M. Méndez, Ricardo M. Arango y Ernesto Goti.
Transitoriamente se estableció un gobierno provisional, pre-
sidido por los señores José Agustín Arango, Federico Boyd y
Tomás Arias, y luego fue electo para Presidente de la nueva
República el doctor Amador Guerrero.
Colombia no reconoció la cesesión del Departamento de
Panamá; sometióse a la ineludible ley del más fuerte, pero pro-
testando enérgicamente y levantando siempre muy alto el pen-
dón inmaculado de sus derechos. En el memorial que una
misión especial, enviada por Colombia a Washington, presentó
al secretario de Estado de los Estados Unidos, se lee :
«Panamá se ha independizado, ha organizado gobierno, ha
conseguido que algunas potencias reconozcan, antes del tiempo
acostumbrado, su soberanía, ha usurpado derechos que no le
corresponden en ningún caso, porque el Gobierno de los Estados
Unidos lo ha querido; porque él mismo «invocando y poniendo
en práctica el derecho del más fuerte, nos ha quitado por con-
quista incruenta, pero siempre por conquista la parte más impor-
tante del territorio nacional. El respeto a la soberanía de la
Nación debe ser más atendido por quien se halla obligado, como
lo están los Estados Unidos, no solamente por preceptos inter-
nacionales, mas también por un tratado público en vigencia, del
cual han derivado indiscutibles ventajas.» No se crea, empero,
que la independencia de Panamá se fraguó de un momento a
otro. Los conatos de separatismo existieron siempre en el Istmo.
En agosto de 1830 el general Espinar, ejerciendo el cargo
de comandante general de Panamá, a pesar de la intimación que
del Pacifico 29
se le había hecho para que entregase el puesto al coronel Carlos
Robledo, o en su defecto a Juan de la Cruz Pérez, jefe de mili-
cias, proclamó en Cabildo abierto la independencia del Istmo,
si bien a los dos meses dio un decreto para volver a la obe-
diencia del Gobierno central, en vista de que el general Urda-
neta había sido reconocido por Presidente en la Nueva Granada.
En marzo de 1832 fue descubierta una conspiración, para
anexar el Istmo al Ecuador, y fueron fusilados el teniente Mel-
chor Duran y el alférez Casana. Los habitantes de Panamá estu-
vieron entonces divididos en tres partidos encabezados por Va-
llaríno, Mariano Arosemena y José de Obaldía, respectivamente.
El primero defendía la integridad de la Nueva Granada; el se-
gundo la unión con el Ecuador y el tercero la formación de una
República anseática protegida por Inglaterra y los Estados Unidos.
En 1840 Panamá volvió nuevamente a rebelarse, y en una
Asamblea popular, celebrada el 18 de noviembre, se expidió
una Acta en la que se hacía constar que el Istmo se erigía en
estado soberano, independiente de la Nueva Granada.
El 1.° de marzo del año siguiente la Asamblea constituyente,
convocada por el Gobierno revolucionario, dio un decreto en que
se lee :
«Artículo 1.° Los cantones de la antigua provincia de Pana-
má y Veraguas compondrán un estado independiente y soberano
que será constituido como tal por la presente convención bajo
el nombre de Estado del Istmo.
Artículo 2.° Si la organización que se diere a la Nueva
Granada fuere federal y conveniente a los intereses del pueblo
del Istmo, éste formará un estado de la federación.
Parágrafo único. En ningún caso se incorporará el Istmo a
la República de la Nueva Granada bajo el sistema central.»
El Congreso de 1855 de Bogotá, según lo hicimos constar
en el capítulo 2.°, creó el Estado soberano de Panamá, como
parte integrante de la Nueva Granada, quien tomó siempre a
pechos la conservación de aquella importante porción de la Re-
pública, y miró con especial celo por el progreso de ella y el
bienestar de sus hijos.
El desenlace final de los historiados conatos de rebelión,
fue la ya dicha independencia absoluta llevada a cabo el 3 de
30 Costa colombiana
noviembre. Veamos ahora lo que han hecho los Agustinos en Pa-
namá en tiempo de la República.
Durante la administración del doctor Amador Guerrero se
encargó el Padre Bernardino García de dictar algunas clases en
los establecimientos públicos, y poco después en el Colegio de
Marina, donde han bebido las aguas del .saber todas las seño-
ritas de la aristocracia panameña. A esta labor educacionista de
los Agustinos Recoletos, no interrumpida en veinte años, se debe
principalmente la influencia de que gozan en la alta sociedad
del Istmo.
El Padre *Bernardino tomó parte activa en todas las obras
piadosas llevadas a cabo en la ciudad durante su larga perma-
nencia en ella hasta 1910. En el Asilo de Bolívar para hombres
y mujeres inválidos, puso de relieve su espíritu de caridad, y se
valió de cuantos medios estuvieron a su alcance para ampliar
y engrandecer la casa. Al efecto formó una Junta que dirigiese
los destinos del asilo e influyese con las autoridades para el me-
joramiento de él, con tan buen resultado que el edificio se trans-
formó por completo de acuerdo con los preceptos arquitectóni-
cos e higiénicos.
La iglesia de San José que en el abandono a que se vio
reducida en los aciagos años que siguieron a la exclaustración,
había llegado a tal estado que amenazaba verdadera ruina, fue
objeto principal de los desvelos del Padre Bernardino, quien re-
paró las paredes laterales, rehizo el techo y lo abovedó, puso de
cemento el piso, colocó elegantes y cómodos escaños, y compró
muchos enseres necesarios al culto, sobresaliendo entre todos un
lujoso terno blanco. Por aquel tiempo el señor Eduardo kazü,
dueño del antiguo convento, cedió a los Padres un lote de terre-
no, donde se hallan la mitad de la sacristía, el patio, comedor
y cocina de la actual residencia.
En 1910 la provincia de San Nicolás cedió a la de La Can-
delaria la residencia de Panamá, a la cual fue enviado como
primer superior el Padre Pablo Planillo, religioso de excelentes
prendas, quien, con el Padre Doroteo Ocón, recibió la bandera
rccoletana que antiguamente había flotado allí gloriosa en las
manos de nuestros Religiosos de Tierra-firme, de las de los Pa-
dres Bernardino García y Celestino Falces, quienes marcharon
del Pacífico 31
con rumbo a España en marzo de aquel año. Ya en la Penín-
sula, el Padre Bernardino fue nombrado Secretario, primero del
Provincial de Santo Tomás y luego del Rmo. Prior General, car-
go que desempeñó hasta abril de 1921.
El Padre Bernardino merece una alabanza especialísima en
estos apuntes. El fue quien reanudó nuestras glorias en el Istmo
y su acción evangélica y social perdura allí a través de los tiem-
pos con caracteres indelebles. Su nombre en Panamá es pronun-
ciado con veneración; se recuerda al campeón en los amargos
días de la guerra, al trabajador incansable en el campo de la
beneficencia, al insinuante pedagogo, al orador .elocuente y al
confesor asiduo. Cuando murió el limo, señor Junguito, el nom-
bre del Padre Bernardino García sonó entre hombres conspicuos
en la política y en las letras panameñas, como digno candidato
para ocupar la silla episcopal de la ciudad. Todo se lo merece
el integérrimo Agustino que dejó a su paso por el Istmo una es-
tela de luz inextinguible.
CAPITULO V
El Padre Pablo Planillo —Visita del Rmo. Padre Enrique Pérez —Labor
de los Padres Ángel Vicente, Doroteo Ocón y Antonio Roy —Visita
Provincial del R. P. Edmundo Goñi — Religiosos que han estado en
la Residencia de Panamá — Inauguración del canal interoceánico.
Trabajos para la apertura de un canal en tiempo de la colonia - Leyes
de la República y contratos con el mismo objeto -Palabras del Go
bierno Americano en el contrato de 1846 —Construcción del ferro-
carril de Panamá — La compañía francesa — El tratado Herrán-Hay.
Nueve meses permaneció en Panamá el Padre Planillo, quien
proveyó a la residencia de lo necesario para el servicio domés-
tico e inició la reivindicación de la iglesia y de la casa, obliga-
do por la situación enojosa de los Padres respecto a la dióce-
sis gobernada por el limo, señor Javier Junguito.
El 9 de noviembre de 1910 se verificó un acontecimiento
en Panamá digno de ser marcado con piedra blanca en la his-
toria de los Agustinos Recoletos de la Provincia de La Candela-
ria: la llegada al Istmo del Rmo. Padre Enrique Pérez, Prior
General de la Orden, con su secretario el R. P. Segundo Ciñas
y con los Padres Fernando Mayandía, Provincial de San Nico-
lás y el Padre Francisco Lozares, secretario de éste.
El Rmo. Superior después de haber practicado en nuestra
residencia • la visita general y manifestado la complacencia que
sentía su corazón al haber por sí mismo palpado la magna labor
de sus hijos en el Istmo, se embarcó en Colón, con rumbo a
Puerto Colombia, llevando por compañero, además del secreta-
rio, al Hermano Ángel Cemborain. Los Padres Mayandía y Loza-
res tomaron la vía de Venezuela.
9
I
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del Pacifico 33
El Padre Doroteo, que se encargó de la residencia transi-
toriamente hasta el 12 de junio de 1911 que llegó a Panamá el
Padre Ángel Vicente, nombrado superior por el Capítulo Provin-
cial que se había celebrado en Bogotá en el mes de enero de
aquel año, reparó la torre de la iglesia de San José, deteriorada
por un rayo que había caído allí dos años antes y puso el
pararrayos.
Una de las primeras preocupaciones del Padre Ángel fue
la de activar el asunto sobre la propiedad y uso de la iglesia
y casa, y logró ver coronados sus esfuerzos con una resolución
de Roma del 8 de noviembre de 1911, en la que se ordenaba
al Obispo dejar a los Agustinos Recoletos in pacifica posessione.
Poco después el limo, señor Rojas hizo escritura de la casa a
favor de los Padres.
En diciembre de 1913 se inauguró el órgano, fabricado en
Barcelona. Bien se comprende cuánto contribuyó a la solemni-
dad majestuosa del culto esa mejora artística y grandiosa intro-
ducida en la iglesia de San José por el Padre Ángel Vicente,
quien hizo fabricar también la escalera de manipostería del coro
y de la torre y comenzó los preparativos para la decoración del
altar mayor, que se encontraba muy deteriorado.
En 1914 fue nombrado superior de Panamá el Padre Mar-
celino Ganuza, quien llegó a la ciudad hacia la mitad del año
con el Padre Cándido Armentia. La estadía de ambos en el Ist-
mo se redujo a un tiempo relativamente corto, porque tuvieron
que regresar a Colombia, el primero por enfermedad y el segun-
do por haber sido necesaria su presencia en otra casa de la
Provincia.
El Capítulo celebrado en Bogotá en el mes de abril de 1915,
expidió a favor del Padre Doroteo Ocón el nombramiento de
Vicario Provincial, por haber juzgado conveniente los capitulares
formar una Vicaría Provincial de las casas de la Costa del Pa-
cífico. El dicho Padre debía haber marchado a Tumaco, donde
el Capítulo ordenó que fuese la residencia del Vicario, pero ha-
biendo logrado por motivos de salud permanecer en Panamá,
entró a dirigir los destinos de aquella residencia en lugar del
Padre Marcelino.
3
34 Cosía colombiana
El trabajo del Padre Doroteo en Panamá ha sido grande y
fecundo. El dio feliz remate a la decoración del altar mayor,
que parece una ascua de oro y es la admiración de cuantos lo
contemplan; reparó cinco altares laterales; trajo de España otros
dos hermosísimos que colocó en las columnas del arco toral;
ornamentó los nichos con las imágenes barcelonesas, modelos
de escultura, de N. P. San Agustín, Nuestra Señora de la Can-
delaria, San Antonio y Santa Rita; retocó las de Nuestra Señora
del Socorro, de la Inmaculada, de la Dolorosa, de Jesús Naza-
reno y del Crucifijo; pintó la iglesia; puso veinte escaños nue-
vos y fabricó un elegantísimo pulpito, cuya bendición se hizo
en el mes de enero de 1919.
Actualmente el Padre Ocón tiene entre manos varias obras.
Piensa poner en el piso de la Iglesia baldosines de una fábrica
de Valencia, los que ya estuvieran colocados a no haberlo impe-
dido la guerra europea; reparar el frontispicio del templo; y
construir de nueva planta la casa, por ser la actual demasiado
incómoda.
Esto es algo del trabajo material llevado a cabo por los
Agustinos en Panamá. Y, ¿qué decir ahora de los frutos espiri-
tuales cosechados por ellos, merced a su infatigable celo e in-
cansable labor evangélica? Y cuenta que no solamente han aten-
dido a repartir entre los fieles el pan del espíritu y al esplendor
y majestad del culto en su propia iglesia, sino que han dado en
todo tiempo clases en diversos institutos de educación, acudido
al Lazareto del cual son capellanes, ayudado en el ministerio a
los clérigos de la ciudad y salido a los pueblos del interior de
la República a dar misiones.
Durante la guerra europea fue nombrado capellán de la cruz
roja panameña el Padre Ocón, y es consejero episcopal y exa-
minador sinodal. También los Agustinos han aportado a la bue-
na prensa el contingente de su labor literaria. En La Defensa
Social, por ejemplo, publicó asiduamente el Padre Valeriano Tan-
co, ya artículos propios, ya traducidos, con más frecuencia del
inglés.
Uno de los religiosos que más han trabajado en Panamá,
ha sido el Padre Antonio Roy, acuciosa abeja que, libando en
el pensil de la iglesia el néctar que encierran las diversas flores
■o
c
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del Pacifico 35
del apostolado, ha fabricado en su alma un panal que tiene la
miel de todas las virtudes.
En agosto de 1919 se verificó en Panamá la visita oficial
del R. P. Edmundo Goñi, a quien satisfizo el estado próspero
de la residencia y el espíritu apostólico de los Religiosos.
Además de los Padres de nuestra provincia aquí nombra-
dos, han estado en la residencia de Panamá, aun cuando gene-
ralmente sólo de paso, los siguientes, que sepamos: Padies, Re-
gino Maculet, Marcos Bartolomé, Eusebio Larrainzar, Hilario Sán-
chez, Tomás Martínez, Alberto Fernández, Ramón Arenal, Manuel
Fernández, Francisco Sola, Ángel Marcos, Antonino Caballero,
Julián Sagardoy, Leonardo Azcona, Bernardo Merizalde, Samuel
Ballesteros, Ubaldo Ballesteros, Tomás Janices, Francisco Corral
y los hermanos Nicolás Guzmán, Jacinto Navarro, Gabriel Ara-
no, Francisco Arguello, Lorenzo Ortiz y Serafín Ancín.
A los religiosos de otras Ordenes que pasan frecuentemente
por Panamá, se les da en la residencia hospedaje, a pesar de la
pequenez de la casa.
Al hablar de Panamá no podemos pasar en silencio la gran-
de obra que los americanos llevaron a cabo en el Istmo: la aper-
tura del canal.
En 1914 el mundo se conmovió ante la estupenda noticia
de que el canal quedaba definitivamente abierto al servicio de
todas las naciones. El suntuoso programa que se repartió profu-
samente por todos los países no pudo cumplirse a consecuencia
de los trastornos que trajo consigo la guerra europea que esta-
lló el 2 de agosto de aquel año. La obra del canal es la mejor
dei mundo en su clase.
Los españoles, a raíz del fausto descubrimiento del Mar del
Sur, concibieron la idea magna de la comunicación de los dos
mares. En tiempo de Carlos V aquella idea tomó incremento, y
el regimiento de la ciudad de Panamá se dirigió al Juez Gama,
pidiéndole que se limpiara el río « Chagres hasta distancia de do
a Panamá se puede andar en carretera»; y Gaspar de Espinosa
escribió una carta al Emperador, fechada el 10 de octubre de
1533, en la que le dice: «Los indios de la provincia del Perú
son gente muy diestra en facer y abrir caminos e calzadas; po-
drán facerse acequias de agua de Chagre hasta la Mar del Sur,
e que se navegase; son como cuatro leguas de tierra llana.»
36 Costa colombiana
Carlos V, en 1534, comprendió sin duda con su clara inte-
ligencia la importancia de esta obra, y el año siguiente escribió
en Toledo al gobernador de Tierra-firme, Francisco de Barrio-
nuevo, una carta en que le decía: «Sabiendo que el río Chagre
se puede navegar en carabelas cuatro a cinco leguas y tres o
cuatro en barcas, y que abriendo canal desde allí hasta la Mar
de Sur, podría navegarse de un mar a otro, juntándose la del
Sur con dicho rio, vos mandó que tomando personas expertas,
yeáis qué forma podrá darse, para abrir dicha tierra y juntar
ambos mares. Entended en ello con diligencia como cosa que
tanto importa.»
Durante el tiempo que reinó Felipe II, no se pensó más en
la apertura del canal por el Istmo a causa de ios informes que
se recibían con frecuencia en la Península, los que de 1556 a
1584 llegaron hasta el númeto de 28, sobre el mal clima de Pa-
namá y la importancia de hacer el transporte de mercaderías por
Nicaragua. El Maestre de campo, Texeda y el ingeniero Anto-
nelli, en un memorial dirigido al Rey en 1591, hablan acerca de
que los trasbordos se establezcan de Puerto de Caballos a la
bahía de Fonseca, y había ya determinado antes la Casa de Con-
tratación de Sevilla que no se hiciese el trasbordo del Atlántico
al Mar del Sur por Panamá «en razón de los daños, pérdidas
de navios y gente, oro y plata, las muertes que acaecen, las mi-
serias y penalidades de la tierra »
Durante los siglos XVII y XVIII fueron muchas las tentati-
vas que se hicieron para la unión de los dos mares, ya por Te-
huantepec en México, donde pusieron manos a la obra del canal
los Virreyes, o por Nicaragua, ya también por Panamá o por el
Golfo de Urabá y el Atrato. En este último lugar el Párroco de
Nóvita en 1788 hizo que los indios abriesen una acequia por
donde en determinados tiempos del año era fácil el tránsito del
río San Juan que desemboca en el Pacífico, al Atrato, que rinde
sus aguas al Atlántico. A esta acequia se le dio el nombre de
Canal de la raspadura, y es un hecho que hasta principios del
siglo pasado por allí pasaban muchos artículos de Guayaquil a
Cartagena de Indias.
La comunicación interoceánica por el Istmo fue una de las
ideas magnas de Bolívar, y hasta se trató de formar una com-
del Pacífico 37
pañía colombiana que acometiese la obra, pero por entonces todo
quedó en ciernes.
Más tarde, en 1831 y 1833, se discutió en la Cámara Pro-
vincial de Panamá, la manera de atravesar el Istmo con una ca-
rretera, y el Congreso, por ley del 25 de mayo de 1834, autori-
zó al Gobierno para gestionar la apertura del mencionado cami-
no. En el artículo 2.° se lee:
«Se concederá a los empresarios abrir un camino carretero
o de carriles de hierro que atraviese el Istmo de Panamá del
Atlántico al Pacífico; y podrán usar los empresarios de algún
canal que en parte sirva para esta comunicación.»
El Congreso del año siguiente concedió el privilegio para la
construcción del canal al subdito francés Carlos, barón de Thie-
rry, quien los traspasó a Augusto Salomón y Joly de Sabia.
El Gobierno de los Estados Unidos, que en 1834 había he-
cho publicar en un periódico de Washington la ley granadina de
25 de mayo de aquel año sobre la construcción de un canal in-
teroceánico, envió al Istmo, con el objeto de estudiar si era prac-
ticable la comunicación entre los dos mares, al coronel Carlos
Biddle, quien habiéndose trasladado luego a Bogotá alcanzó del
Congreso de 1836 que se le otorgase el mencionado privilegio,
que fue objetado por el general Santander, por haberlo creído
perjudicial a la futura integridad nacional.
El 6 de junio el Congreso dio un decreto que concedía pri-
vilegio para un ferrocarril o carretero en Panamá y para el es-
tablecimiento de la navegación en el Chagres, caso de que el
barón de Thierry no trabajase en el canal. Una compañía gra-
nadina compuesta de los señores Vicente Azuero, Francisco Mon-
toya, Diego Davison, Joaquín Orrantia, Raimundo Santamaría,
José Hilario López, Joaquín Escobar, Juan Manuel Carrasquilla,
Ignacio Morales, Pedro Ignacio Valderrama, Diego Fernando Gó-
mez, Alejandro Mac Dowall, José de Obaldía y Miguel Saturni-
no Uribe, a quienes se había unido el coronel Biddle, obtuvie-
ron el 22 de junio la concesión del privilegio.
Joly de Sabia se presentó el 7 de junio de 1838 en el río
Chagres en un buque francés para dar comienzo a los trabajos
del canal, a lo que se opuso el gobernador panameño; y el Pre-
sidente de la República declaró el 22 de noviembre caducado el
38 Costa colombiana
contrato con el barón de Thierry, por haber espirado el 28 de
mayo el plazo que se le había concedido para iniciar la obra.
El Congreso de aquel mismo año hizo varias concesiones
a favor de la compañía granadina, que se había asociado con
Augusto Salomón y Compañía; y el general Herrán protestó con-
tra la apertura del canal de Nicaragua, patrocinado por el Rey
de Holanda, alegando la soberanía de la Nueva Granada en la
región de la Mosquitia.
En los Estados Unidos el Congreso de 1838 estudió el pro-
yecto de apertura del canal y los planos del Istmo, levantados
por el coronel Biddle y en el año siguiente ordenó al Presiden-
te que considerase la conveniencia de negociar con los países
interesados en la obra, la comunicación de los dos mares.
Del tratado que la Nueva Granada hizo en 1846 con la
Unión Americana, son las siguientes palabras:
«Los Estados Unidos garantizan positiva y eficazmente a la
Nueva Granada la perfecta neutralidad del ya conocido Istmo;
y de la misma manera los derechos de soberanía y propiedad
que la Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio.»
El general Herrán, que había sido nombrado Ministro en
Washington por el general Tomás C. de Mosquera, llevó a feliz
término un contrato con los señores Aspinwall, Steplens y Chaun-
cey para la construcción del ferrocarril de Panamá, el cual se
dio efectivamente al servicio el 5 de enero de 1855.
El derecho de las reservas de aquel ferrocarril, o sea el po-
der que tenía el Gobierno para rescatarle mediante ciertas con-
diciones, y el cual no quiso vender don Mariano Ospina, a
pesar de la crisis por la que atravesó la República en 1857, fue
cedido a la compañía en 1867 por el general Santos Acosta, de
acuerdo con el contrato celebrado entre él y Mr. George M.
Totten.
El 10 de enero de 1880 se dio el primer golpe de zapa en
la boca del Río Grande de Panamá, punto designado para ser
la entrada al canal, según los planos de los ingenieros de la
compañía francesa, que dos años antes había obtenido la con-
cesión de la excavación de la vía interoceánica del Congreso
colombiano. El proyecto había sido formulado por los ingenie-
ros Napoleón Bonaparte Wise, Armando Reclus y Pedro J. Sosa,
del Pacífico 39
y una vez constituida la compañía, fue nombrado Presidente de
ella M. de Lesseps, quien arribó a Colón el 31 de diciembre de
1879.
Terminados los estudios preliminares para la obra, se prin-
cipió formalmente la excavación, pero en 1889 se suspendieron
los trabajos a causa de haberse declarado en quiebra la com-
pañía. El liquidador nombrado por el Tribunal Civil del Sena
en París, después de vencidos múltiples inconvenientes, y alcan-
zado una prórroga del Gobierno colombiano, pudo formar una
nueva compañía con un capital de 65.000,000 de francos y rea-
nudar los trabajos.
Nada hemos de narrar acerca del tratado Herrán-Hay, no
aprobado por el Senado colombiano, ni del llevado a cabo por
los Estados Unidos con Panamá el 17 de noviembre de 1903,
una vez que Roosevelt hubo reconocido la independencia del
Istmo. Eruditas plumas han historiado estos acontecimientos y
sobre ellos la República ha derramado lágrimas de sangre. Sólo
diremos que el tratado hecho entre Colombia y los Estados Uni-
dos en 1914 «para el arreglo de sus diferencias provenientes de
los acontecimientos realizados en el Istmo de Panamá en noviem-
bre de 1903», fue aprobado por los dos países con algunas mo-
dificaciones, en 1921,
CAPITULO VI
Datos biográficos de religiosos ya muertos, que estuvieron en el Istmo —
P. Félix Guillen, Francisco Mallagaray, Benito Ojeda, Fr. Matías
Sanmartín, P. Cándido Pérez, P. Justo Ecay, P. Medardo Mole-
res, P. Miguel Lascarray, Hermano Nicolás Guzmán, P. Ángel Vi-
cente— Padres Julián Cisneros, León Ecay, Pedro San Vicente y Ce
lestino Falces — P. Patricio Adell.
Coloquemos en este capítulo corona de siemprevivas sobre
las tumbas de los heroicos religiosos, que después de haber ejer-
cido su apostolado en el Istmo, cayeron uno en pos de otro en
el campo de batalla, segados por la guadaña de la muerte. Dios,
que ofreció recompensar un vaso de agua dado por su amor al
sediento, habrá ceñido con la corona de la inmortalidad las sie-
nes de los Agustinos Recoletos que a costa de grandes sacrifi-
cios repartieron a manos llenas las gracias espirituales entre mi-
les de pobrecitas almas, abandonadas a merced de los propios
y ajenos apetitos.
He aquí algunos datos biográficos de ellos:
El Padre Félix Guillen, que murió en la residencia de Pa-
namá el 13 de junio de 1899 a causa de una fiebre maligna con-
traída en la región del Darién, había nacido en Monreal del
Campo, en España, el 12 de abril de 1846. Muy joven entró a
nuestra sagrada Orden y después de haber cursado los estudios
eclesiásticos en nuestros colegios de la Península y de recibir
las sagradas órdenes, pasó a las Islas Filipinas donde ejer-
ció por más de veinte años el sagrado ministerio, hasta el de 1899
en que se trasladó a Panamá. Fue Párroco en varios pueblos
de Filipinas, vicemaestro de novicios, vicerrector del colegio de
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del Pacifico 41
San Millán en España en el cuatrienio de 1878 a 1882, Prior
de los conventos de Manila y San Sebastián, definidor de Pro-
vincia y Vicario provincial del Norte de Bohol. Muy dado a las
ciencias naturales, llegó a poseer vastos conocimientos en medi-
cina. En el Archipiélago filipino hizo una colección de plantas y
hojas medicinales que obsequió a la Universidad zaragozana.
Fue también autor de varias obras en dialecto visaya.
Aún no habían acabado los Religiosos Agustinos de Pana-
má de enjugar sus lágrimas por la muerte del Padre Félix Gui-
llen, cuando vino a arreciar el dolor de sus almas la muerte del
Padre Francisco Mallagaray del Carmen, a quien una fiebre per-
niciosa condujo en breves días al sepulcro en las Misiones del
Darién. El Padre Mallagaray había venido al mundo en Berceo,
aldehuela de la provincia de Logroño, en España, el 30 de ene-
ro de 1865. Habiéndolo Dios llamado al claustro agustiniano,
hizo en él sus votos el 31 de mayo de 1881, y terminados los
estudios y recibidas las órdenes sagradas, ejerció el ministerio
en Filipinas, a donde había pasado en el vapor Isla de Panay
a fines del año de 1886. En Loon, Tubigon y Bohol dio cabida
en su alma a todas las virtudes y se inmoló en aras del sacri-
ficio por la salud de sus feligreses. Ya en Panamá, a donde
arribó a principios de 1899, se entregó de lleno a la evangélica
labor; y en aquellas Misiones, víctima de su celo, en todo el
vigor de la vida, a los 34 años, dio su cuerpo a la tierra y su
alma voló al cielo a recibir la doble corona del apóstol y del
mártir el 1.° de septiembre de 1899.
El día 10 de mayo del mismo año murió en Panamá el Pa-
dre Benito Ojeda, quien había llegado a la ciudad el 26 del mes
anterior con el limo, señor Fr. Ezequiel Moreno. El Padre Beni-
to nació el 5 del mes de diciembre de 1860. A los 19 años pro-
fesó en la Recolección. De 1884 a 1897 fue misionero en Filipi-
nas y luego dos años maestro de novicios en el Colegio de
Monteagudo en España. Al regresar en 1899 el limo, señor Mo-
reno, de Roma a Colombia, eligió por su compañero y capellán
al Padre Benito, a quien sorprendió la muerte en Panamá en la
fecha indicada.
Fr. Matías Sanmartín del Carmen nació en Anguta, pobla-
ción de Logroño, el 24 de febrero de 1878, e hizo los votos re-
42 Costa colombiana
ligiosos en nuestra Recolección el 26 de septiembre de 1894.
Terminados sus estudios les vino en voluntad a los Superiores
mandarlo a Panamá, y hacia aquellas tierras se encaminó inte-
grando la Misión presidida por el Padre José Cardona de Santa
Magdalena y que salió de Barcelona el 5 de abril de 1899. Sie-
te meses más tarde, el 16 de noviembre, entregó su alma a Dios
en Maracaibo, a donde se había trasladado a causa de una en-
fermedad que contrajo poco después de su arribo al Itsmo.
Otra víctima de las inclemencias de la tierra panameña fue
el Padre Cándido Pérez de la Virgen -de Ujué, quien falleció en
la residencia de San José el 18 de junio de 1900. El Padre Cán-
dido fue navarro, pues nació en Ujué el 3 de octubre de 1874.
A los diez y siete años hizo a Dios el sacrificio de sí mismo
por los votos religiosos, emitidos según los estatutos recoletanos
el 1.° de octubre de 1891. Cinco años más tarde pasó a Filipi-
nas y ejerció el sagrado ministerio en Subic, Antipolo, Caloocan,
Bagac y Morong hasta el año de 1898 que fue destinado a las
Misiones de América. El Padre Cándido Pérez floreció en las
virtudes propias de un verdadero religioso; su vida fue la de
un ángel, su muerte la de un mártir.
El Padre Justo Ecay de la Virgen del Rosario nació en
Abárzuza, población de Navarra en la Península Ibérica el 2 de
noviembre de 1873. Tomó el hábito agustiniano el 6 de noviem-
bre de 1889 y profesó al año siguiente. En 1895 se afilió a la
provincia de La Candelaria. En Colombia estuvo en Bogotá, El
Desierto, Manizales y Ráquira, al frente de cuya. Parroquia se
manifestó como un sacerdote modelo y sucesor digno de los
Religiosos que en tiempos anteriores habían apacentado aquella
porción del rebaño de Jesucristo, los Padres Domingo Díaz, Ne-
pomuceno Bustamante, Anacleto Jiménez y Marcelino Ganuza.
Al salir de la Parroquia en julio de 1899, hicieron los habitan-
tes del pueblo manifestaciones en favor del P. Ecay, y el Obis-
po de Tunja, limo, señor Perilla, le consagró frases muy lauda-
torias en oficio al R. P. provincial Fr. Santiago Matute. A peti-
ción del Gobierno legítimo el Superior nombró a los RR. PP.
Justo Ecay y Eusebio Larrainzar capellanes del ejército que a
órdenes del general Pompilio Gutiérrez se dirigió en 1902 al
Istmo, donde falleció, víctima de la fiebre amarilla el P. Ecay,
el 23 de julio de aquel mismo año. .
del Pacifico 43
El Padre Medardo Moleres del Sagrado Corazón de Jesús,
vio la primera luz en Arellano de la provincia de Navarra en
España el 8 de junio de 1866. Se consagró a Dios en la Reco-
lección mediante los votos religiosos a los diez y siete años, y
después de terminados los estudios y de haber sido profesor de
latín en el Convento de San Millán, se embarcó en el vapor
Santo Domingo el 20 de septiembre de 1890 con rumbo a Fili-
pinas, a donde arribó el 22 de octubre del mismo año. En Ma-
nila, Zambales y Cabangaan, puso de manifiesto los quilates de
su evangélico celo, traducido en obras de suma importancia du-
rante los ocho años que permaneció en el Archipiélago. En 1898
salió de Manila para Panamá, donde se empleó en el ministerio
sacerdotal con verdadera consagración de apóstol. Estuvo des-
pués en Venezuela y Trinidad, y el 1.° de enero de 1903 murió
trágicamente en Brooklyn, atropellado por un tren.
En julio de 1895 llegó a Manila en el vapor Isla de Minda-
nao el Padre Miguel Lascarray de San Luis Gonzaga, quien ha-
bía entrado a formar parte de la Recolección el 14 de octubre
de 1889, día que emitió los votos religiosos. Loon y Macao fue-
ron testigos del celo que desplegó el Padre Lascarray en Filipi-
nas; lo mismo que en el Istmo panameño a donde se trasladó
en febrero de 1899, la Misión de Chepo y la ciudad capital de
aquel Departamento colombiano, en la cual murió el 8 de abril
de 1904 a los 31 años no cumplidos. El Padre Lascarray había
nacido el 4 de agosto de 1873 en la población de Gainza, en
España.
El Hermano de obediencia Nicolás Guzmán de la Sagrada
Familia, nació en el Puente Nacional, Departamento de Santan-
der, en Colombia, el 22 de abril de 1884. Profesó en el Conven-
to del Desierto el 1.° de febrero de 1907, donde estuvo por al-
gún tiempo al frente del Colegio preparatorio y se empleó en
los demás ejercicios propios de su estado. En Panamá, a donde
lo mandó la Obediencia en 1910, contribuyó con su trabajo al
aumento del culto divino y buena marcha de la residencia. Mu-
rió en El Espinal el 26 de abril de 1913. El Hermano Nicolás
Guzmán fue humilde, observante, y no dudo afirmar que murió
víctima de la obediencia, pues lo condujo al sepulcro una enfer-
medad contraída en cumplimiento de un oficio que le había §n-
44 Costa colombiana
comendado el Superior. El R. P. Provincial Fr. Marcelino Ganu-
za, al dar cuenta a los Religiosos de la provincia del fallecimien-
to del Hermano Nicolás, dice que terminó sus días «con muerte
edificante, después de recibir los santos sacramentos y demás
auxilios espirituales.»
El Padre Ángel Vicente de la Concepción nació en Lumbier
de Navarra en España, el 5 de marzo de 1865. Hizo la profesión
religiosa el 13 de enero de 1884 y después de terminar los es-
tudios eclesiásticos y recibida la ordenación sacerdotal, salió de
Barcelona para Filipinas en el vapor Reina Mercedes el 21 de
de septiembre de 1888. En Balabac se estrenó en la vida apos-
tólica desde noviembre de 1889 hasta octubre de 1891 que re-
gresó a la madre Patria. Afiliado a la provincia de I^a Cande-
laria, marchó para Colombia en abril de 1892 y llegó el 4 de
mayo del mismo año a Bogotá, donde se entregó a todos los
ejercicios del ministerio con la actividad y tesón de un apóstol.
Fue Superior de Manizales en 1903, viajó por los países
centroamericanos en 1907, fue maestro de novicios en España
de 1908 a 1910, y en Panamá desde 1911 hasta 1917 brilló como
religioso observante de corazón de oro y sacerdote apostólico de
contextura de acero. El Padre Ángel falleció con la muerte de
los justos en Pamplona de España el 7 de diciembre de 1917.
El R. P. Ángel Marcos escribió con exquisita delicadeza y
lujo de curiosos detalles la biografía del R. P. Ángel Vicente.
Entre los Religiosos Agustinos Recoletos que trabajaron en
el Istmo, ya en la capital, ya en las Misiones del Darién, han
bajado a la tumba los .siguientes:
Julián Cisneros, el 9 de mayo de 1908; León Ecay, el 1.° de
junio de 1908; Patricio Adell, el 2 de agosto de 1908; Pedro
San Vicente, en 1915; y Celestino Falces, el 30 de diciembre de
1920.
Dediquemos antes de terminar este capítulo un recuerdo ca-
riñoso al R. P. Patricio Adell de San Macario, alma de las fun-
daciones de la provincia de San Nicolás de Tolentino en Amé-
rica.
El Padre Adell nació en Andorra el 17 de marzo de 1842
y se dedicó a Dios en la Recolección Agustiniana, para ser lus-
tre y honra de ella, el 3 de octubre de 1860, mediante los votos
religiosos.
del Pacifico 45
En septiembre de 1865 se ordenó de sacerdote en Manila,
a donde había llegado en abril de aquel año, y tomó a pechos
el ejercicio del ministerio sagrado en diversas poblaciones del
Archipiélago. Los Superiores lo condecoraron con honrosos títu-
los y le confiaron delicados puestos lo mismo en Filipinas que
en España, tales :omo Prior de Cavile y de San Sebastián, Rec-
tor de Monteagudo, Maestro de Novicios, Definidor provincial y
Vicario Provincial de Negros. Por motivo de la guerra filipina
salió de Manila el Padre Adell en compañía de siete Religiosos
el 2'ó de agosto de 1898 con rumbo a América, donde se abrie-
ron a su espíritu emprendedor nuevos horizontes halagadores y
risueños. Durante el tiempo que estuvo al frente de las Misio-
nes americanas se fundaron las siguientes casas que dan una
idea de la activa labor del Padre Adell: las de Panamá, Darién,
Tumaco, Maracaibo, Ciudad Bolívar, Soledad, Upata, San Félix,
Caura y San Antonio.
El Padre Adell fue nombrado en 1901 Definidor General de
la Orden con residencia en España, donde murió el 2 de agos-
to de 1908.
En el cielo rueguen por quienes todavía hemos de librar
duras batallas en la tierra, los abnegados Religiosos Agustinos
Recoletos que nos precedieron en los trabajos y en la recompen-
sa eterna.
3-
CAPITULO VII
Palabras del limo, señor Ezequiel Moreno — Los Agustinos Recoletos en
Tumaco — Descubrimiento de la Costa Colombiana del Pacífico —
Curioso documento.
El limo, señor Obispo de Pasto, Fr. Ezequiel Moreno y Díaz,
a cuya jurisdicción pertenecía parte de la Costa colombiana del
Pacífico, dio al dirigirse a Roma en 1898 una pastoral, en la que
al manifestar los motivos que tenía para su viaje a Europa, hace
mención entre otros del siguiente:
«Además de esos fines propios de la Visita ad limina, escri-
be, nos ocuparemos en nuestro viaje de otro importante asunto,
que será buscar sacerdotes de alguna comunidad o congregación
religiosa que vengan a administrar los pueblos de esta Diócesis
que comúnmente llamamos de la Costa. Estos pueblos se hallan
siempre o casi siempre mal administrados, por falta de sacerdo-
tes que se hallen en condiciones de poder vivir en aquellos te-
rritorios poco o nada sanos por una parte, y por otra solitarios
y faltos de recursos.»
A pesar de las gestiones del limo, señor Moreno en Espa-
ña para llevar misioneros a la Costa del Pacífico, no pudo con-
seguirlos de una manera fija, si bien los Superiores le dieron
esperanzas de lograr su intento en Panamá, donde se encentra-
ban muchos de los que habían salido de Filipinas por causa de
la guerra.
Muerto al pasar por el Istmo, el 10 de mayo de 1899, el
Padre Benito Ojeda, compañero del señor Moreno, lo reemplazó
el Padre Mariano Landa, con la anuencia del Vicario provincial,
Padre Bernardino García, quien, además, envió para Tumaco en
del Pacífico 47
compañía del Obispo con el fin de inspeccionar la costa, a los
Padres Melitón Martínez y Gerardo Larrondo. Asi lo escribió el
señor Moreno en una carta, fechada en Panamá el 5 de abril,
con estas palabras :
«Me acompañará el Padre Marciano. Me llevo además dos....
para que hagan una expedición por los pueblos de la Costa de
mi Diócesis para que vean lo que es aquello, por si hubiera ne-
cesidad de que fuesen.»
Antes de salir para el interior de la Diócesis el señor Obis-
po, confirió al Padre Melitón Martínez el nombramiento de Pá-
rroco de Tumaco, donde acababa de morir un joven sacerdote que
estaba al frente del curato; y le dio por compañero al Padre
Gerardo Larrondo. La primera partida que se halla en los libros
parroquiales, firmada por el Padre Melitón, es la de un bateo el
12 de mayo de 1899.
Mas no hablemos de la titánica labor de los Agustinos Re-
coletos en la Costa sin haber antes conocido el inmenso territo-
rio, donde abnegados Religiosos han ejercido el ministerio des-
de 1899 hasta el presente.
El descubrimiento de la Costa colombiana del Pacífico se
debe al adelantado Pascual de Andagoya y a Francisco de Pi-
zarro. Se desprende así de la descripción que hizo aquél sobre
«Los descubrimientos en el Mar del Sur.» Este documento se
conserva en el archivo general de Indias de Sevilla, entre los
papeles traídos de Simancas, y parece que tiene muchos visos
de original. Nos parece importante y curioso trasladar algunos
párrafos de él aquí, los cuales son del tenor siguiente:
«En el año de 22 (1522), siendo visitador general de los
Yndios salí yo de Panamá a visitar la tierra del Este, y llegado
al Golfo de San Miguel, pasé a visitar una provincia que se de-
cía Chochama bien poblada de gente y lengua de los de Cueva.
Aquí supe cómo por la mar venía cierta gente en canoas, a ha-
cerles guerra todas las lunas llenas, y tenían tanto miedo de
aquella gente los de aquella provincia que no osaban ir a la
mar a pescar; estos eran de una provincia que se dice Biru,
donde corrompido el nombre se llamó Pirú. Toda la gente de
allí en adelante era belicosa. Pidiéndome favor este chochame
para defenderse dellos, y por descurbrir lo que había de allí
48 Costa colombiana
adelante que hasta entonces no se había descubierto, envié a Pana-
má hacer más gente de la que tenía y venida, tomando aquel señor
y las lenguas y guías que él tenía camino seis a siete días has-
ta llegar aquella provincia que se dice Biru y subí un río gran-
de arriba cerca de veinte leguas donde hallé muchos señores y
pueblos y en la frontera una fortaleza a la junta de los ríos muy
fuerte y gente guardándola de guarnición y puestas las mugeres
y hacienda en salvo, la defendían bravamente. En fin entrado
en lo alto della fueron presto desbaratados, porque ellos pelea-
ban con paveses que les tomaban todo el cuerpo y lanzas cor-
tas, y como el sitio era pequeño, y a los primeros encuentros se
mezclaban con los españoles y con espadas y rodelas fácilmen-
te fueron desbaratados. Esta es una provincia muy poblada y
llega hasta donde agora está poblada la ciudad de San Juan,
que serán hasta cincuenta leguas. Desbaratada esta gente y to-
mada esta fortaleza no osaron más ponerse en armas, tratóse con
ellos toda verdad y con esta vinieron algunos señores de paz y
hechos los autos y ceremonias que se requerían para darse por
vasallos de S. M., vinieron otros y se pacificaron siete señores
muy principales que el uno era de todos ellos, y de otros mu-
chos como rey a quien todos tenían reconocimiento. En esta pro-
vincia supe y hube relación ansí de los señores como de merca-
deres, e intérpretes, que ellos tenían de toda la costa, de todo
lo que después se ha visto hasta el Cuzco particularmente de
cada provincia la manera y gente della porque estos alcanzaban
por vía de mercaduría mucha tierra, tomando estos intérpretes y
el señor principal de la tierra que quiso de su voluntad irme a
enseñar otras provincias de la costa que a él obedecían. Bajé a
la mar y corriendo la costa los navios apartados algo de tierra
y yo en una canoa descubriendo los puertos, en ella me anegué
de manera que si no fuera por el señor que llevaba conmigo
que me tomó en brazos y me echó encima de la canoa, yo me
ahogaba, y ansí estuve hasta que vino un navio a mi soco-
rrer, y puesto en él, estuve entretanto, que socorrieron a los de-
más, más de dos horas, mojado, y con un aire frío y muchas
aguas que había recebido, amanecí otro día tullido que no po-
día rodearme. Visto que yo no podía en persona andar en el
descubrimiento de la Costa, y que se perdería la jornada acor-
del Pacifico 49
dé de volver a Panamá con el señor e intérpretes que llevaba
y relaciones que tenía de toda la tierra. Esta tierra nunca había
sido descubierta ni por Catilla, ni por tierra del Golfo de San
Miguel adelante, y desta provincia se tomó el nombre de Pirú
que de Biru se corrompió la letra, y la llamamos Pirú que des-
te nombre no hay ninguna tierra. Visto Pedrarias tan gran noti-
cia como yo llevé e informado de médicos que yo no podría sanar
sino por curso de tiempo, y ansí estuve tres años que no pude
cabalgar a caballo, me rogó que diese la jornada a Pizarro y
Almagro, y al Padre Luque, que eran compañeros, porque tan
gran cosa no párese de seguirla, y que ellos me pagarían lo que
tenía gastado. E yo respondí que en lo de darles la jornada que
holgaba dello, pero en lo de la paga que yo no le quería dellos,
porque a pagarme a mí los gastos, no les quedaba a ellos con-
que comenzar la cosa, porque no tenían ellos en aquel tiempo
más de hasta seis mil pesos, y aún estos no todos en dinero;
y ansí Pedrarias y ellos tres, que fueron cuatro hicieron compa-
ñía cada uno por su cuarta parte, comenzaron con los intérpre-
tes y relación que yo les di en un navio y dos canoas a hacer
la jornada y avisado de mí el Pizarro cómo la había de inten-
tar; sospechoso de mí tomó el contrario parecer que yo le di,
y fue a aquella provincia que yo pacifiqué y de allí comenzó
haciendo su matalotaje y como se metió en aquel Ancón de la
Costa, y las sierras muy altas a pique de la mar no echaban
de sí terrales, para poder salir de la Costa, y los vientos a la
continua son allí al Oeste, y ansí estuvo allí en llegar a la Ysla
del Gallo por aquella Costa sin poder entrar en la tierra cerca
de cuatro años, donde se le murieron más de cuatrocientos hom-
bres por aquellas playas, y desbaratado arribó dos veces a esta
provincia del Biru donde se tornaba a rehacer de mantenimien-
tos; y de Panamá Pedrarias y Almagro le rehacían de la gente
que podían. Confinan con esta provincia del Biru la Costa ade-
lante dos señores extranjeros en aquella tierra, que habían veni-
do conquistando de hacia las espaldas del Darién y ganaron
aquella provincia, estos son caribes y flecheros de muy mala
yerba, dícense Capusigra y Tamasagra, ricos de oro: para la
resistencia destos y de sus flechas, los del Biru habían hecho
paveses que ninguna flecha los pasaba pero todavía en decir
4
50 Costa colombiana
que comían carne humana, los temían infinito, como en mi rela-
ción parecía que estos señores eran ricos. No embargante que
di por parecer que no tocase allí Pizarro porque se perdería,
sino que pasase adelante por alta mar desde Panamá, se fue
allí desde el Biru, y los indios saliéronle a la Costa muy en or-
den y quisieron tratar con él de paz, y vinieron al Real de los
españoles ciertos indios, diciendo que sí querían tratar mercade-
rías que ellos holgaban dello, y ansí comenzaron a pedir cosas
a los españoles de poco precio y ofrecían a dar mucho. Pizarro
no avisado de lo que convenía que hiciese, mandó so graves
penas que ninguno con ellos rescatase. Visto los indios que no
eran gente de mercaduría receláronse y ponen a punto sus ar-
mas; recogidos a su pueblo vinieron sobre el Pizarro, y él se
halló en un alto donde no pudieron ofendelle, y ciertos indios
que habían salido de los que llevaban los cristianos por yerba
para los caballos, los flecharon y dentro de doce días estaban
hinchados como toneles. Entendido Pizarro que había sido bien
aconsejado que no le convenía allí entrar, pasó adelante y llegó
a Yslas de Palmas, donde halló ocho o diez casas y maíz y
otros mantenimientos. Aquí estuvo algunos días y los indios vi-
nieron sobre él y le hirieron ciertos españoles. De aquí pasó
adelante sin tocar en el puerto de la Buenaventura, llegó a una
provincia que confina con el río de San Juan, que se dice los
Petres, que agora se dice el río de Santa María. En esta pro-
vincia le mataron los indios ciertos españoles, y no pudieron
entrar en la tierra; pasó el río de San Juan, donde a la boca
del hallaron un pueblo, y en él toparon once o doce mil caste-
llanos: robado este pueblo pasaron adelante sin tocar en la tie-
rra hasta la Ysla de la Gorgona, y como en esta no hallaron
poblado pasaron hasta la Ysla del Gallo, y hasta llegar a esta
Ysla estuvo los cuatro años que digo. En este tiempo fue a Pa-
namá por gobernador Pedro de los Ríos, y éste movido de co-
dicia por la jornada, quiso deshacer al Pizarro, envió un capi-
tán en su busca, y éste le halló en la Ysla del G?llo, y le tomó
la gente, mandando el Pedro de los Ríos que se volviesen a
Panamá. Y viéndose perdido Pizarro, determinó quedarse ailí con
diez hombres que le quisieron acompañar y con su navio envió
a descubrir con solo los marineros por la Costa adelante y es-
del Pacifico 51
tos llegaron hasta ver tierra rasa y llana. Y vuelto el navio a
la Ysla del Gallo donde quedaba Pizarro y estuvo siete o ocho
meses, volvió en el navio y descubrió a Tumbez y a Payta.»
Después de hacer Andagoya la descripción de la conquista del
Perú, narra cómo fue nombrado Gobernador en España, su viaje
hasta el Valle de Lili y varios pormenores curiosos de la Costa.
«La Gobernación de la Nueva Castilla, escribe, comienza
desde la provincia de Catanes, que es de Puerto Viejo al Norte,
y de allí hasta el río de San Juan. El año de 36 se dio en Go-
bernación al licenciado Gaspar de Espinosa el cual murió el año
de 37, en El Cuzco, habiendo ido a socorrer al Marqués don
Francisco Pizarro, y de allí ir a su Gobernación; la cual nueva
vino a esta corte, estando yo en ella en fin del año de 37; y a
mí se me hizo merced de la misma Gobernación con más de la
que hay desde la punta de San Juan hasta el Golfo de San Mi-
guel. Despácheme de Toledo el año de 38, y embarquéme en
San Lucar principio deste 39. Llevé de España hasta 60 hom-
bres. Llegué al Nombre de Dios el día de San Juan; adelante
comencé a hacer en Panamá mi armada, en que hice doscientos
hombres y estuve en la hacer hasta 15 de febrero deste año, y
fui a reconocer el cabo de Corrientes, y corrí la Costa hasta la
Ysla de Palmas, donde desembarqué toda la gente y caballos.
Hallé allí cinco casas de indios con algún maíz. De aquí envié
a descubrir los bergantines donde hubiese poblado, y la tierra
es allí tan áspera de montaña y anegadizos de esteros que en-
tran de la mar, que no se halló poblado, salvo aquellas cinco
casas, y estas salían de un río, que venían allí a hacer pesque-
rías. Ocho leguas de la Ysla se descubrió el puerto de la Buena
Ventura, y una montaña muy áspera salía un camino que baja-
ba a la mar de indios que venían a hacer sal, y estos pasaban
por aquella tierra y montaña que es la más áspera y alta que
se ha visto en Yndias. Dejando cincuenta hombres con el arma-
da entré por este camino con toda la otra gente y caballos, los
cuales llevé hasta nueve leguas de la mar con mucho trabajo;
y de allí adelante era y es tan áspera la tierra que muchos pe-
rros no pudiendo pasar tras la gente se volvieron a la mar. A
catorce leguas de la mar di, en una provincia que se dice Atun-
zeta, muy asperísima tierra y bien poblada. Salieron de guerra
5É Costa colombiana
los indios, a los cuales no haciendo caso dellos, y entrando por
sus pueblos sin robar ni prender a nadie vinieron todos de paz.
Aquí supe cómo a una provincia diez leguas de allí que se dice
Lili estaba un pueblo de cristianos que dejó allí Benalcázar cuan-
do salió de aquella tierra que se decía Cali el cual estaba por
el marqués don Francisco Pizarro. A diez de mayo en el año de
40, llegué a aquel pueblo y hallé en él 30 hombres, los 18, tu-
llidos.... Llegado yo a Lili visto que el camino que traía era tan
áspero que era imposible pasar por él caballos, envié luego a
descurbrir otro camino que desechase las sierras, y salió a la
Bahía de Ziuz y provincia de Yolo donde mandé poblar la pro-
vincia de Yolo o Buena Ventura: en la ribera abre un río gran-
de tres leguas de la Bahía que llegan los navios con toda la
carga a echar los caballos en la plaza del pueblo. Es tierra mon-
tuosa, fértil y de muchas frutas y caza de puercos. Esta ciudad
está 22 leguas de la de Lili en Este-Suoeste; y la de Lili de la
de Popayán 20 casi Norte-Sur; Popayán está del río de San
Juan 26 leguas.... En las diez leguas del camino a vuelta de Po-
payán hay otro señor de otra legua; y en estas diez leguas ha-
bía otro señor que se decía Jamandi y muchos pueblos de a 500
y 800 casas; desde este señor que se dice y comienza la lengua
de Xitirigiti por aquella cordillera de la mar a la parte del río
de San Juan y mar del Sur deste valle diez leguas corre aque-
lla de Xitirigiti aguas vertientes al valle porque de lo alto hacia
la mar esotra lengua diferente»....
«Enviando yo a un capitán a descubrir la Costa, entró con
dos bergantines un río arriba, a una vuelta del río había una
cruz grande acabada de poner quellos tenían espías para cuan-
do fuesen allí cristianos, bogaron los bergantines recio para des-
cubrir la vuelta del río y vieron ir una canoa con seis hombres
que acababan de poner la cruz, y yendo tras ella hallaron los
señores de la tierra con otras sesenta canoas esperándolos y como
vieron a los bergantines hicieron señal de paz y como el capi-
tán les respondió con ella, vino un señor en una canoa con cier-
tos mantenimientos que les trujo a los bergantines, y por seña-
les dijo que saltasen a tierra a una casa grande que allí estaba,
y en él salió con ellos y los aposentó en ella; y esta casa esta-
ba toda a la redonda cercada de cruces. Querido saber después
del Pacifico 53
la causa que estos hicieron este recibimiento siendo gente tan
belicosa porque está en la provincia de los Pesies.... fue que es-
tos confinan con los de Chasguio.... y de aquel señor Juangomo
(cacique convertido), y se tratan por vías de mercadurías; y pa-
reció que indios destos se hallaron en aquella conversión por
espías y vieron todo lo que hicieron en el adorar de la cruz. Y
por esta causa entendido todo lo que nosotros entendimos salie-
ron a recibirnos con ella.»
«Desde esta cordillera de sierras que está sobre la mar
aguas vertientes a ellas es toda montuosa y fraguosa y en ella
están las poblaciones hasta la mar; y desde el río de Santa Ma-
ría hasta cerca de la Ysla del Gallo, que hay cincuenta leguas
pueden ir los bergantines por dentro de la tierra sin salir a la
mar de un río en otro, porque van asidos que uno sale a otro
y todos están poblados, y las casas que en ellos hay son tres-
cientos pasos en largo, y de doscientos y ochenta y en cada
casa a lo menos hay cien vecinos casados; todos estos se andan
en sus canoas que no hay caminos por tierra; son ricos y de
mucha contratación de sal y de pesquería. La tierra adentro, en
el paraje de la Ysla del Gallo hay cierta provincia de ríos muy
poblados que las casas son fortalezas armadas en alto sobre ár-
boles o sobre pilares de madera muy altos y habitan en lo más
alto con escalera levadiza gente muy rica no hechos a la guerra
porque de una barca que vayan cinco o seis hombres no osan
aguardar en aquellas fortalezas. Junto a estas provincias hay un
valle que se dice Los Cedros así enfrente de la Ysla del Gallo,
que es muy poblado y muy rico, y en todas las más de las casas
tienen sus corrales de puercos de los naturales de allá y las mu-
jeres todos los brazos traían llenos de anillos de oro fino en gran
cantidad. Deste valle se ha tenido de la tierra adentro y de to-
das partes gran noticia de la riqueza della, la manera de la gen-
te y los ritos y ceremonias que tienen; no se ha sabido de cier-
to hasta agora que un capitán que yo envié a poblar a la pro-
vincia de Cataller donde está poblada, y no sé el nombre que
la puso, por eso no se pone aquí.»
«En este Mar del Sur hay muchas corrientes a cuya causa
esta Costa no se puede navegar, si no es junto a tierra, si no
es con dilación, y ansí se coge la Costa surgiendo cada tarde
54 Costa colombiana
y casi con mareas porque hay muchas piuntas que no puede el
viento contra la corriente. En el puerto de la Buena Ventura
mengua la mar más de media legua, y en la Ysla de Palmas y
Bahía de la Cruz mengua un tiro de cañón y es todo lo uno de
lo otro diez leguas y ocho leguas, y ansí en toda la Costa men-
gua más en una parte que en otra, conforme a la entrada de
la mar.» (1)
(i) Colección de documentos inéditos sobre la Geografía y la Historia de
Colombia recopilados por Antonio B. Cuervo, tomo II.
CAPITULO VIII
Generalidades sobre la Costa— Un documento de 1 605— Observaciones
del capitán Alejandro Malaspina - Ancón de Sardinas — Punta Man-
glares—Costa de la Gorgona — Golfo del Chocó— Una página del
geógrafo Montenegro, escrita en 1810— Descripción de F. J. Ver-
gara y Velasco en 1901 — Tres informes sobre el ferrocarril de Pasto
al Pacífico.
En un documento anónimo parece que del año 1605, guarda-
do en el Archivo de Sevilla, se lee una descripción de la Cos-
ta. De él tomamos lo siguiente :
«De Morro quemado a la anegada grande hay veinte leguas
en cuya distancia están todas las anegadas: esta costa muy
peligrosa de bancos anegadizos, no hay que arrimarse a ésta:
de la anegada grande, al río de Indios una legua, de ésta al río
Zamudio nueve leguas. De este pueblo de Limones tres, y de
éste a la Punta de las Salinas uno. De ésta al cabo de Corrien-
tes seis; de dicho a la boca del río de Bogobaes cuatro leguas:
éste se nombra Chirambira en cuya boca está una isla: de la
boca a la isla de Palmas tres leguas: de ésta a la bahía de San
Buenaventura dos leguas. El río de Indios es muy caudaloso y
hondable chupa mucho en su creciente: aquí se comieron los
indios el año de 47 la tripulación de un paquebot que por ha-
ber hecho mucha agua el barco arribaron a componerlo. En las
Salinas está el puerto de Linos, es bueno, y abrigado. Entre el
río de Indios y las Salinas está el río Zamudio igualmente cau-
daloso. De Cabo Corrientes al río Bogobay es costa baja a la
mar; pero tierra adentro alta. La isla de Palmas es baja y tiene
bajos al rededor; igualmente dos bocas de ríos, la una de San
56 Costa colombiana
Juan y la otra de San Buenaventura. De la isla al Farallón de
San Pedro tres leguas y entre el Farallón y la Punta de Arenas
se principia a sondar apartándose del placer que de baja mar
queda en seco. Del Farallón al fuerte donde desembarcan hay
seis leguas. Este río tiene en partes cuatro brazas y en otras
dos. De San Buenaventura al río Raposo ocho leguas. De éste
al de Cajambre tres. De éste a Turumangui seis; de aquí al de
Tagui cinco; al de Sarabia once, de éste a Iscuandé dos y de
San Buenaventura a la Gorgona veintiocho leguas, costa de
bancos y muchos ríos que chupan de creciente. En esta isla de
la Gorgona invernaron los conquistadores: tiene su puerto por
la parte de N. E.; hay agua, plátanos, etc. De esta isla a la
Punta de Guascama 13 leguas, costa baja y de muchos cayos
y ríos, y sus corrientes tiran mucho para sus bajos: no hay que
atracarse con poco viento. De Guascama a Timbiquí 4 leguas:
de dicho río Timbiquí a la Isla del Gallo 3 leguas costa menos
peligrosa y en la parte del N., de ella se puede fondear que
allí es el puerto de Salahonda. Aquí se ve un crucijijo con dos
lámparas, estando a distancia de cincuenta pasos, que más dis-
tante sólo se percibe un género de betún oleaginoso: aquí hay
agua, leña, etc., es costa más alta que la de la Gorgona y llue-
ve todo el año sin conocerse vera no. De la Isla del Gallo a Pun-
ta de Manglares diez leguas, costa baja a la mar y en su inter-
medio está Tumaco; es buen puerto y de toda providencia: en
él hay españoles e indios: para surgir en este puerto se necesita
avalizar la canal por ser variable: en este puerto hay toda pro-
videncia (menos pan, lo que sucede en todos desde Guayaquil
hasta Acapulco) y también muchos bajos y piedras de los que
abunda Punta de Manglares; por estos lugares se han perdido
varias embarcaciones y así cuidado con la sonda desde dos le-
guas a la mar. De Punta de Manglares sigue la gran ensenada
de Ancón de Sardinas la que tiene diez leguas de largo: es cos-
ta anegadiza y manglares con algunos bajos, y al remate está el
río Santiago.»
A fines de 1790 y principios de 1791 recorrió las Costas
colombianas del Pacífico una comisión científica, dirigida por el
capitán Alejandro Malaspina. Tomamos de su libro «Un viaje
científico al rededor del mundo», las siguientes observaciones
hechas en nuestro litoral:
-
v
-,
-
-
del Pacifico 57
- «Franqueada !a navegación, se lee allí, con el aprovecha-
miento de la virazón de la tarde, evadidos al día siguiente los
efectos de algunas turbonadas con mantenernos sobre poca vela
casi en una posición uniforme, ya en la tarde del 3 de noviem-
bre (1790), pudimos empezar de nuevo las tareas acostumbradas
al andar de la Costa. Debíamos atravesar ahora los límites cons-
tantemente lluviosos de las dos estaciones opuestas en aquellos
mares; debíamos luchar al mismo tiempo con las calmas, las co-
rrientes, las lluvias y las turbonadas que casi a porfía dominan
allí en todo el año; la Isla del Gallo, la Gorgona, la Bahía de
San Buenaventura, eran norrñres hasta entonces temidos con
mucha razón en aquellas inmediaciones, y sin embargo, debía-
mos reconocerlas y sujetarlas a observaciones exactas de latitud
y longitud; finalmente las costas a donde se dirigían ahora nues-
tros pasos, si bien sujetas a la monarquía, no podían menos de
reunir a nuestra vista en una sola perspectiva los sufrimientos
de los primeros navegantes españoles, las invasiones de los fili-
busteros y la despoblación natural de un país aún no desmon-
tado, y sujeto por la misma razón a unas lluvias y tempestades
tan duraderas.»
«Nunca la navegación nuestra fue más feliz que en los días....
en los cuales.... debíamos luchar con unos obstáculos tan cons-
tantes como difíciles de vencerse. Las lluvias, lo más frecuente-
mente, eran sólo copiosas durante la noche; y los días, al con-
trario, despejados, nos proporcionaban al mismo tiempo la vista
individual de las costas y la repetición necesaria de las obser-
vaciones.»
«Recorriéronse así y pudieron describirse con mucha exac-
titud las costas que desde el Cabo San Francisco corren por las
puntas de Mangles y Salahonda, por las Islas del Gallo y Gor-
gona y por la ensenada de San Buenaventura, hasta la Punta
de Chiramira y el Cabo Corrientes. En las inmediaciones del
cabo ya las tierras son bien altas, cesando los manglares que
vienen sin interrupción desde el Cabo San Francisco; no se
encuentra fondo a tres leguas de la Costa con cien brazas de
sondaleza. Finalmente, siguen allí muchos ríos de los que inun-
dan el Chocó, tributando al mar al mismo tiempo los despojos
de una vegetación siempre lozana y las arenas de oro, que con
58 Costa colombiana
su brillo engañoso atraen hasta aquellos bosques al hombre
codicioso.»
«Ancón de Sardinas. — La Punta Ostiones, que es el principio
de la costa baja, en parte anegadiza y de manglares forma una
ensenada algo profunda, poblada de indios a la cual llaman
Ancón de Sardinas, y la termina al norte la Punta de Mangla-
res de que está cubierta. Demoran las dos puntas al Nordeste,
cuya ensenada comprendida, la interrumpen varios ríos pequeños
que despiden algunos bajos cerca de la costa.
Punta Manglares.— La Punta Manglares situada en Io 36' 20"
de latitud Norte y 51' 25" de longitud Oriental, se presenta baja,
pero en sus inmediaciones se ven unas pequeñas alturas. Queda
aislada, como también un pedazo de la costa cercana por unos
brazos de mar que se internan; algunos ríos la bañan igual-
mente, y parecen subdividirla en otras islas menores.
Se encuentran sesenta brazas fondo a 25 millas al Sudoeste
de aquella punta a la cual no puede acercarse, por unos bajos
que se extienden de ella hasta una legua escasa a la mar.
En la dirección Nordeste corren seguidamente las puntas de
Manglares y de Guascama, distantes entre sí veinte leguas. Su
costa comprendida es aplacerada por los muchos ríos que des-
embocan en ella, extendiéndose mar afuera al bajo fondo desde
la primera punta nombrada hasta la Isla del Gallo, en cuyo tre-
cho es preciso navegar con cuidado y con repetidas sondas des-
de dos leguas a la mar. Entre las dos puntas se hace primero
visible una pequeña isla situada cerca de la Costa a diez millas
de la Punta Manglares, en la cual se forma el Morro de Tuma-
co, que es un monte muy alto, con un pico de árboles. A su
parte exterior y muy cerca, hállase un farallón llamado el Que-
sillo, y entre ella y la costa firme, donde se encuentra la pobla-
ción de Tumaco formada de españoles e indios, hay dos islas
menores de las cuales la más meridional es la Isla Viciosa. Ofre-
ce un buen puerto al norte del Morro Tumaco, para cuya entra-
da, rodeada de piedra, es preciso avalizar la canal que es a ve-
ces variable con fondo de seis a diez brazas: hállanse en él di-
ferentes especies de provisiones, si se exceptúa de pan, que no
se encuentra en toda la costa desde Guayaquil para el Norte.
Desde el Morro Tumaco hasta la Isla del Gallo que es otro
del Pacífico 59
objeto notable del pedazo de costa que vamos describiendo, for-
ma la costa firme una ensenada algo profunda llamada de Usmal,
por unas pequeñas lomas cubiertas de arboleda, que se levantan
cerca de la mar sobre un terreno anegadizo y de manglares. En
lo interior se ven las sierras de Barbacoas, que se distinguen
por su mayor elevación. El rio Rosario, bastante caudaloso, des-
emboca en este trecho, del cual se avanza a la mar poco más
de una legua El Viudo, islote pequeño rodeado de bajos que se
extienden bastante para afuera.
Isla del Gallo.— La Isla del Gallo se separa de la costa por
un pequeño estero: es de poca elevación, más elevada por la
parte Norte que por la del Sur, en cuya dirección próximamen-
te coge su mayor extensión que es de dos millas. Su fondeade-
ro es al Norte en ocho brazas arena, llamado puerto de Salahon-
da, por la pequeña ensenada, que le está inmediata, en que se
halla una población a la orilla del río de su nombre, con el cual
se distingue también la punta que termina la ensenada al Norte
en la que se eleva un morro de mediana altura, cubierto de ar-
boleda, y lo más alto de esta costa inmediata.
Sigue luego el terreno para el Norte, más bajo, no con tan-
ta arboleda, y en lo interior se ven algunos cerritos poco nota-
bles: lo interrumpen diferentes ríos, algunos de los cuales con-
siderables, y su fondo aplacerado permite fondear en diferentes
partes de la costa.
Punta de Guascama. — La Punta de Guascama, temible por
los bajos que la rodean, se extiende más de una legua a la mar:
es el principio de la Costa de la Gorgona, la cual hurta mucho
para el Este, y la forma un terreno bajo, lleno de manglares,
entrelazado de los muchos ríos y esteros, cuyas aguas despiden
muchos bajos y placeres. Al Nordeste de aquella punta, a ocho
y media millas de distancia, se cogen treinta y cinco brazas con-
chuela.
Isla de la Gorgona. — La isla de la Gorgona que le da el
nombre a su costa inmediata, queda situada a veinticuatro mi-
llas al Nordeste de la Punta Guascama y a diez millas de la
costa inmediata. Es de mediana altura cubierta de árboles, y
avistada al Nordeste 74. Este se presenta formando tres alturas
igualmente distantes, de las cuales la mayor es la del medio, y
60 Costa colombiana
le sigue luego por su elevación la del Sur: su mayor extensión
es de una legua escasa en la dirección del Norte pocos grados
para el Este. De esta isla se separa muy poco hacia el Nordes-
te un pequeño islote llamado el Flamenco, y al Sur de la mis-
ma poco más distante, hállase la Gorgonilla, que es una isleta
rodeada en gran parte de faralloncitos. Son muy ondables todos
los alrededores de estas islas, y al Este de la mayor ofrecen
"mejor fondeadero en veinte brazas de agua cerca de tierra, en
donde unas playas de arena facilitan el atracar a ella para pro-
veerse de agua de los varios arroyos que la bañan, como igual-
mente de leña y plátanos, pero sin otros auxilios que propor-
cionaría una población que allí hubiese. A diez millas por la
parte Oeste de la Gorgona no se halla fondo con cincuenta y
cinco brazas....
Costa de la Gorgona. — Volviendo de nuevo a la Costa de
la Gorgona diremos que el exacto conocimiento de ella, como-
de un gran trecho de la que corre al Sur, merece una descrip-
ción más prolija de la que podamos dar, y a la verdad intere-
sante, por los muchos ríos y esteros, varios de los cuales son
considerables. Los placeres despedidos por estas aguas, que se
creía enteramente avanzasen más a la mar, las diferentes corrien-
tes encontradas que forman los mismos ríos, la tierra baja y de
manglares, y las estaciones sujetas, o a muchas cerrazones, llu-
vias y turbonadas, o bien de los vientos de afuera, han sido
otros tantos estorbos para no tener unas descripciones exactas
y conformes de los que han emprendido estos reconocimientos
por partes. Ciñámonos, pues, a los objetos notables por su na-
vegación costanera y se reconocerá primero en la Costa de la
Gorgona unos pequeños saltos llamados Altos de la Tortuga, a
diez y ocho leguas de la isla de aquel nombre, poco distantes
de la orilla de la mar, de donde se extienden los bajos trias afue-
ra que en el resto de la costa, exceptuada la Punta de Guasca-
ma, y es a poco más de una legua. Al Noroeste de estos altos
se cogen cuarenta y una brazas lama, y a! Nordeste de los mis-
mos treinta y tres brazas igualmente lama, distante aquel fondo
de la costa inmediata veintiuna millas y éste veintitrés.
Golfo del Chocó.— De los Altos de la Tortuga hasta la isla
de la Palma compréndese el golfo del Chocó, en cuya costa se
del Pacifico 61
hacen visibles los altos del Mallorquín, que forman un morrito
en figura de pan de azúcar, antes de los cuales profundiza una
ensenada con varios ríos para contener la isla de los Camachos,
que se extiende cinco millas en circunferencia. Sigue al Norte
la bahía de San Buenaventura, rodeada de bajo fondo interna
una legua, y una igual distancia que abraza su boca, queda
terminada por la punta del Soldado al Sur aplacerada, y por la
de San Pedro al Norte, inmediata a dos islotes, cuyas puntas
demoran al Noroeste a una legua de distancia. Sirve de fondea-
dero para las embarcaciones pequeñas cerca de la Isla del Cas-
cajal, situada en medio de la bahía cuatro o cinco brazas arena
y para las grandes en la costa del Sur en ocho o nueve brazas
lama, frente de la playa del Soldado, la cual toma el nombre
de la punta ya citada, que determina su extremo occidental.
Forman esta bahía tierras bajas interrumpidas de algunos ríos
y esteros, pero en lo interior se ven montes de regular altura.
Desde la punta de San Pedro continúa la costa algo más
alta, de piedra un poco escarpada, con manchas blancas hasta
la bahía de Málaga, en donde desaguan y se entrelazan varios
ríos. No es de tanto placer su fondo, y en su medianía se ha-
llan Los Negrillos, así llamados a dos pedruscos bastante uni-
dos, que siempre velan y se separan poco más de dos millas
de la tierra firme, para formar una canal de ocho brazas, y por
fuerza de ellos, a diez millas se encuentran treinta y cinco bra-
zas lama suelta.»
«En el Chocó, escribe el geógrafo Montenegro, son por lo
común cenagosos los valles y sumamente feraces; una parte de
su litoral, desde el punto de Pinas hasta el cabo Corrientes,
pertenecía a la provincia llamada antiguamente de Biruquete;
entre dicho cabo y el seno del Chocó corría la costa de Nóvita,
cuya parte septentrional corresponde ahora al Chocó; la meri-
dional situada al S. de la embocadura del Noanama y sucesi-
vamente la del partido del Raposo hasta el río de Los Cedros,
y la del partido de Barbacoas hasta el río Mira, pertenecía a la
provincia de Buenaventura, de temperatura más ardiente que la
del Chocó y también más feraz; en ambas es muy rica la vege-
tación, pero carece el suelo de cultivos ;.... los partidos del Rapo-
so y Barbacoas, y la provincia de Pasto, eran antes parte del
62 Costa colombiana
Gobierno y provincia de Popayán, y Buenaventura, su puerto
principal; la provincia propia del Chocó se extendía desde las
cabeceras del Atrato hacia el Golfo de Urabá, limitada al Este
por la de Antioquia, al N. E. por una parte del Darién del Nor-
te agregada a Cartagena, al O. por la provincia de Biruquete
en el Chocó, y al N. O., por el resto del Darién, comprendido
en la provincia de Panamá.»
«Las poblaciones del Chocó y Buenaventura son todas na-
cientes y con caseríos generalmente de paja. Buenaventura, capi-
tal de la segunda provincia. ...se compone de unas cuantas casas
miserables, habitadas por descendientes de África, un cuartel
con una corta guarnición,' que cubre una pequeña batería, y ade-
más la casa del Gobernador y la Aduana, formadas de guadúas;
está situada en una pequeña isla, cubierta de yerba, espinas,
fango, serpientes y sapos ;....admite su bahía buques de todas
clases, que pueden entrar y salir a cualquiera hora sin peligro.»
He aquí ahora una descripción reciente de la Costa, hecha
en 1901 por F. J. Vergara y Velasco:
«Al pasar las colinas que cierran por el S. el valle de San
Juan se cae a la bahía del Chocó (Buenaventura), formada allí
donde el Pacífico se acerca más a la cordillera, haciendo que la
costa forme acentuado escalón que divide los dos Chocos. El
litoral del bajo Chocó, a partir de dicho seno, se inclina al S. W.,
de manera que si primero tiene relativamente cercanos los rema-
tes de los estribos de la cordillera, se aleja de ellos, lo que
permite que se ensanche la llanura litoral. Al llegar frente a la
isla Gorgona, cambia de ritmo y repentinamente retrocede hacin
el Ocaso a deshacer el escalón señalado en Buenaventura, con
lo cual las planicies tendidas al pie de la cordillera adquieren
su máxima anchura, luego apenas reducida un tanto por la en-
trada que se llama la bahía de Tumaco.
En toda la costa de Buenaventura, la tierra en una faja de
dos a cuatro leguas de anchura está anegada, forma un conti-
nuado archipiélago donde sólo puede prosperar el frondoso
mangle, y las travesías son insoportables, porque nubes de zan-
cudos, jejenes y mosquitos que también suben por los ríos, ator-
mentan sin cesar al pasajero.
Hacia el Sur hasta el Patía, la llanura litoral se ensancha,
y por ella alcanzan al mar numerosos ríos, algunos de caudal
del Pacífico 63
considerable, como el Micay y el Iscuandé, pero todos los cua-
les terminan por varias bocas, o se forman deltas cuyos caños
se unen y entrelazan de tal manera que en definitiva forman un
solo y prolongado delta, paralelo a la costa, y por lo mismo
de inapreciable valor, porque fuera de ella hay bajos y bancos
de arena que avanzan en el mar, y ya queden al descubierto
cuando este se retira, ya siempre ocultos impidan a las olas su
libre movimiento, producen una zona de rompientes temidísima
de los marinos que torna peligrosa y difícil la entrada de las
bocas de los ríos.
Los bancos de arena mencionados provienen del continuado
acarreo de los ríos y de la no interrumpida acumulación de las
arenas del mar, combatidas por los impulsos contrarios de las
olas y las corrientes fluviales. Empero, estos bancos de arena
que el mar ha ido dejando en toda la costa, son los únicos lu-
gares habitados del litoral.
Si dejamos la costa para internarnos en la llanura, hallare-
mos paralela a ella una faja de 30 a 40 kilómetros de anchura,
cortada por dondequiera por una multitud de caños, esteros y
brazos, y en la que domina sin rival el mangle que vive donde
las aguas saladas alternan con las dulces, y donde periódica-
mente, por virtud de las mareas, sus raíces gozan de la hume-
dad y de los ardores del sol. A la vez donde tal planta viva,
resulta, como es natural, un foco perenne de infección muy pe-
ligrosa para los que viven entre esos singulares bosques o a
sus inmediaciones.
Si avanzamos hacia el interior, encontraremos otra faja de
10 a 50 kilómetros de tierra llana y cubierta por árboles enor-
mes y elevadas palmeras, enlazados sus troncos por multitud de
bejucos, hasta constituirse una especie de selva rica en produc-
tos de toda clase. El suelo, de aluvión, es fértil y con tan sua-
ve declive, que se puede considerar como perfecto plano, pues
solo en uno que otro punto se alzan pequeños cenos o cortas
colinas de escasa altura. Los ríos que surcan la llanura son man-
sos y navegables en pequeñas barcas, y en la actualidad los
utilizan los negros que viven en sus orillas, y no se internan
en el bosque, refugio de las fieras, sino en persecución del saí-
no y del tatabro. En esta zona y en la análoga de más al N.
64 Costa colombiana
hay algunos pueblos pequeños a gran distancia entre sí, pero
que no progresan por la indolencia de la raza que los habita.
En fin, más adentro el suelo se levanta suavemente al prin-
cipio, pero pronto se encrespa y aparecen los estribos de la gran
cordillera, que se amontonan unos sobre otros hasta la región
fría en lo general, hasta la paramosa en el macizo de San Juan,
en su mayor parte desconocidos, cubiertos por un manto verde
obscuro, regados por aguas torrenciales y apenas cruzados por
el reciente camino del Micay, que guía a Popayán, y por la tro-
cha de Ramos, que conduce a la llanura intercordillerana del
Patía.
Alguna variación ofrece el terreno en las llanuras que ocu-
pan los brazos del delta del Patía, y por la enorme saliente cur-
va que allí presenta el litoral, y que a primera vista parece re-
sultado de una mayor masa de aluviones transportada quizá por
un cataclismo, pero que en realidad no debe su origen sino a
las mismas causas que produjeron el ensanche de la vertiente
en el Ecuador, sólo que por ser. aquí más plano el suelo, las
corrientes marítimas pudieron luego roerlo en el punto más dé-
bil para formar la bahía de Tumaco. Lo que sí parece probable
es que el Patía.... ha divagado en esta llanura y no siempre ha
mezclado sus aguas a las del Telembí; corrió primero por La-
guna Brava y el Tapaje N. W., luego por el Sanquianga, des-
pués por el largo cauce llamado Patía viejo, y últimamente por
el lecho actual. Entre esos dos extremos desplazamientos se ven
en plena llanura algunas alturitas y cerritos continuación de los
.señalados atrás, alzados al frente de donde la cordillera avanza
al Ocaso a modo de baluarte (entre Cacanegro y Sotoinayor), al
pie W. de los cuales hay una serie de lagunas, en arco, origen
de varios ríos que cruzan una llanura semejante a la descrita
anteriormente.
Al sur del Patía se encuentra la ensenada de Tumaco con
el puerto de ese nombre, el más frecuentado del litoral chocoa-
no. En fin, más al Sur sobre el río Mira, hay algunos caseríos
de fundación reciente.
Tierra adentro sobre el navegable Telembí está Barbacoas,
que se comunica fácilmente con Tumaco, que un buen camino
enlaza hoy a Túquerres.»
M. R. P. EX-PROVINCFAt
Fray EüMTJIVDO GOÑI
DE LA VIRGEN DE JERUSALEN
del Pacifico 65
Los siguientes informes hechos por los ingenieros que han
estudiado el trazado de una vía férrea entre Pasto y el mar, nos
suministran preciosos documentos sobre el litoral.
«EXPLORACIÓN DE LA COSTA COLOMBIANA DEL PACIFICO ENTRE
GUAPI Y TUMACO, PRACTICADA POR LA COMISIÓN DEL
FERROCARRIL DE NARIÑO. 1913 Y 1914.
(jefe, Ricardo Pérez)
Bahía de Guapí.— La entrada está obstruida por rompientes
que dejan tan sólo seis pies de agua en bajamar. La mayor pro-
fundidad utilizable dentro de la bahía es de 18 pies. (Las pro-
fundidades están definidas a aguas bajas). La barra se extiende
más de doce kilómetros mar adentro y el dragaje sería poco es-
table. Los sondíos practicados coinciden con los de las cartas
marítimas de 1885.
El río presenta antes de llegar a la población puntos que
bajan a seis pies.
La población de Guapí dista unos quince kilómetros de la
bahía. El terreno es firme a partir de ahí hacia el interior. Un
ingeniero francés, M. Vanin, acaba de abrir una trocha entre
Guapí y Popayán. Igual cosa se puede hacer hacia Pasto llegan-
do a la región de Sanabria y tomando el Patia.
Entre la bahía y Guapí se interponen unos quince kilóme-
tros de manglares .y de esteros importantes.
Bahía de Tapaje. — Profundidad mínima en la barra 2 bra-
zas (12 pies); longitud de la barra 8 kilómetros.
Profundidad útil dentro de la Bahía, cinco brazas en canal
angosto. No ha sufrido alteración sensible, teniendo en cuenta
las cartas, pero las playas, especialmente la Sur o playa-Reyes,
se hundió en gran parte, con el terremoto de 1906.
Es el fondeadero más apropiado después de Sanquianga.
El río tiene tres brazas hasta poco antes de la población
del Charco en donde mide 2.
Entre el fondo de la bahía y el Charco se interponen unos
treinta y cinco kilómetros de manglares y tres grandes esteros.
Del Charco hacia el interior hay tierra firme menos sólida
que en Guapí.
La dirección general del trazado sería la misma que la línea
a Guapí. 5
66 Costa colombiano
Bahía de Iscuandé. — Situada entre las dos anteriores ofrece
mayores dificultades que ningún otro punto para la entrada de
buques. La comunicación con tierra firme presenta las mismas
condiciones que la de Tapaje. El trazado a partir de Iscuandé
sería el mismo de Guapí.
Sanquianga. — La bahía es superior a todas las demás. Ba-
rra de cinco brazas. Profundidad útil de diez. El terremoto de
1906 modificó la bahía haciendo más larga la barra pero más
amplio el canal y más franca la entrada. La forma de las pla-
yas ha cambiado notablemente habiéndose unido una milla la
playa Sur y cerca de dos la playa Norte. Vapores de 8000 tone-
ladas pueden entrar en aguas bajas y andar a poca distancia de
las costas, donde el muelle sería poco costoso. Franqueando la
bahía el río ofrece un fondo de doce brazas que sube gradual-
mente a 7 a una distancia de 25 kilómetros. Esta bahía que ofre-
ce las mejores condiciones para el fondo, es la más inaccesible
del continente. El río navegable por buques de alto bordo hasta
25 kilómetros de su desembocadura y hasta 35 kilómetros por
vapores fluviales en todo tiempo, corre entre extensos manglares
hasta su confluencia con el río Sa-tinga, de modo que una línea
a la costa atravesaría 35 kilómetros de manglar y tres esteros
de 100 a 200 metros de anchura e innumerables de menor
cuantía.
A partir de Satinga el río no es navegable. Las orillas es-
tán formadas por dos fajas de tierra que sobresalen de medio
metro a cuatro metros sobre el nivel del río (prácticamente el
del mar), de tierra blanda y detrás de los cuales sólo existen
manglares y terrenos pantanosos. Cuarenta kilómetros al menos
de tal naturaleza serían necesarios para tomar el Patía en su
parte baja. Las orillas mencionadas son gran parte desbordadas
por las grandes avenidas del río y están además atacadas por
la corriente en toda su longitud.
Cascajal. — La punta de Cascajal cierra al Norte la ensenada
de Tumaco y forma una pequeña bahía de poca profundidad.
Frente a la casa que mira al Sur encontré un canal amplio no
indicado en las cartas marinas, que tiene en las partes menos
profundas cinco brazas y presenta magnífico fondeadero. La bahía
no es bien cerrada, de modo que el mar se agita ligeramente,
del Pacífico (37
pero sería muy fácil construir un bajamar a poco precio. Los
muelles serían de poca longitud. Además presenta las siguientes
ventajas: No se necesita de ningún trabajo de dragaje para re-
cibir buques de 800 toneladas. Hay facilidad para ensanchar el
puerto en lo futuro. La entrada es franca. No hay arenas ni co-
rrientes que modifiquen el fondo. El frente sobre el mar está
formado por un muro de rocas que forman una defensa natural
y un punto estratégico. El puerto está unido al continente por
tierra firme.
Tumaco.— La barra de la bahía es de dos brazas, de modo
que los vapores de más de mil toneladas sólo la franquean con
aguas altas. Sigue luego un canal sinuoso y angosto de modo
que es peligroso hacerlos girar dentro del puerto. El muelle se-
ría costoso y el dragaje considerable e instable por causa de la
destrucción de las islas bajas de arena que lo rodean. La comu-
nicación con el continente exige un rodeo de cuarenta kilóme-
tros por manglares y esteros.
Terminaré haciendo observar que un kilómetro de carrilera
en los manglares costaría al rededor de $ 50.000 oro sin contar
las obras de arte necesarias para cruzar los esteros.
Tumaco, junio 25 1913.»
«Informe relativo a la vía entre Pasto y el Pacífico por la
hoya del río Patía.
Puntos principales del trazado:
Bahía de Sanquianga Nivel del mar
Parte del río Satinga sometido
a las mareas Nivel del mar
Camino del Cuil 30 metros aproximadamente
Hoja'arga (río Patía) 100 „
Nulpí (río Patía) 150 „
La Guasca (río Patía) 550
Horqueta de don Juan 1700 „
Depresión de Nariño 2500 ,,
Pasto... 2500 „
Desarrollo de la línea
Sanquianga al río Satinga 35 kls. nivel
68 Costa colombiana
Río Satinga al camino del
Cuil 20 ,, nivel
Camino del Cuil a Hoja-
larga 45 ,, pendientes menores 1%
Hojalarga a la Guasca
(río Patía) 120 „ pendientes hasta del 1%
La Guasca a Nariño 65 „ 3% subiendo
Nariño a Pasto 20 „ pendiente hasta del 1%
Total 305 kilómetros.
Terrenos, — Del camino del Cuil al río Patía hay pequeñas
cordilleras de 50 a 80 metros de elevación, formadas por rocas
sedimentarias y depósitos aluviales.
El Patía ofrece terrenos blandos en 40 kilómetros desde Ho-
jalarga; después rocas primitivas descubiertas por la erosión de
la corriente, hasta llegar a la Guasca.
El costo de la línea sería de $ 12.000.000 oro.»
«Del informe del señor Julio Gómez rendido al Ministerio
de Obras Públicas en abril de 1920, tomamos lo siguiente :
Línea Pasto, Ipiales, Cuimangual, el mar.
Pasto, Ipiales, Cuimangual 139 ks. a $ 40.000 cu. $ 5.560.000
Cuimangual, Páramo, el
mar 151 ks. a $ 40.000 $ 6.040.000
Total 290 kilómetros $ 11.600.C00
Línea Pasto, Túquerres, Cuimangual, el mar.
Pasto, Túquerres, Cuiman-
gual 111 ks. a $ 41.000 c/u. $ 4.550.000
Cuimangual, Páramo, el
mar 151 ks. a $ 40.000 c/u. $ 6.040.000
Total 262 kilómetros $ 10.590.000
Las vías practicables son tres :
1.a Pasto, Patía, Sanquianga.
2.a Pasto, Patía, Isla del Gallo o Cascajal.
3.a Pasto, Guáitara, Cuimangual, Guabo, Rosario, Tumaco,
o desviando en Altaquer por Yambí, Timbiquí, Isla del Gallo.»
Actualmente los representantes de Daniel E. Wright estu-
dian un trazado definitivo entre Pasto y el Pacífico. He aquí el
del Pacífico 69
informe rendido el 18 de mayo de 1921 por Joseph T. Luttrell,
Director del ferrocarril de Nariño al señor Director General dp
Obras Públicas:
« Para corresponder a las atentas insinuaciones de usted, me
complazco en consignar por escrito algunos datos que ya los he
comunicado a usted verbalmente, referentes a los trabajos del
trazado del ferrocarril de Nariño en sus dos ramales Pasto-Pací-
fico y Pasto-Popayán, que me ha sido encomendado como Inge-
niero jefe de las distintas comisiones organizadas para ejecutarlo
y en representación del contratista mister Daniel E. Wright.
Doce ingenieros repartidos en tres comisiones trabajan acti-
vamente en el trazado referido. Componen la primera los seño-
res O. A. Pritchett, I. S. Pickens, M. M. de la Espriella y V.
Ramírez.
Esta comisión fue organizada y empezó a trabajar el 15 de
octubre del año pasado y ha trazado hasta hoy 118 kilómetros
tomando a Guachucal, en la provincia de Obando, como centro,
y en alineamientos hacia Ipiales, Chambú y el Estrecho del
Guáitara, donde actualmente cruza a dicho río la carretera del
Sur. Esta última línea viene de Guachucal hacia las afueras de
la ciudad de Túquerres y de allí sigue en busca de la hoya
del río Sapuyes hasta su confluencia con el Guáitara donde do-
bla— por la Gallera — a encontrar el paso del Guáitara en el
punto indicado. Suspendió allí sus trabajos la comisión para
llevar el trazado desde la Cruz de Amarillo, depresión de la
cordillera en la parte oriental de la ciudad de Pasto, la que se
halló con mejores ventajas sobre la otra depresión conocida con
el nombre de El Páramo, por su menor altura y porque da
lugar a un mejor desarrollo por la hoya de los ríos Bobo y
Guapuscal, hasta la desembocadura de éste en el Guáitara. Esta
comisión trabaja actualmente en las cercanías de Taugua y
empalmará el trazado en el Estrecho del Guáitara a fines del
presente mes.
Integran la segunda comisión los Ingenieros A. G. Robertson,
E. Dastan y F. Horner. Principió a trabajar en el mes de enero
de este año, de Tumaco hacia el interior, y hasta hoy ha traza-
do 32 kilómetros al Este del citado puerto. Esta comisión ha
estado encargada no sólo de practicar el trazado sino de hacer
70 Costa colombiana
el estudio completo de la bahía de Tumaco, y ha resuelto el
problema de defensa de la isla de manera satisfactoria, por me-
dio de rellenos poco costosos, que a la vez que han de contri-
buir para detener las corrientes del mar, servirán de viaducto
para el trayecto de vía férrea entre la isla y el continente. Este
sistema de defensa, por ser más práctico y económico, es supe-
rior al que se proyectaba anteriormente y que consistía en el
amurallamiento de la isla.
La tercera comisión la componen los ingenieros L. Ott, M.
M. Bucheli, E. F. Davis, H. Dorado y F. R. Molther. Tomó
como punto de partida la depresión Cruz de Amarillo ya citada
y ha trazado 17 kilómetros en descenso a esta ciudad por las
haciendas de Miraflores, Botana y El Tejar. Entra a Pasto por
el Ejido y Avenida Colombia y lo cruza por la calle de Antio-
quía hasta su terminación cerca del Cementerio, siguiendo de
allí por Paudiaco, Toro, Briceño, El Rosal y Genoy a la depre-
sión El Motilón sobre la población de Nariño. Continúa por el
Barranco, Cacique, Los Robles, a encontrar el paso del río Patía
en la Guasca. Los trabajos están localizados hoy en la quebrada
de Cacique a unos 5 kilómetros al noroeste de la población de
La Florida. Hasta Cacique ha trazado esta comisión 50 kilóme-
tros contados desde la Cruz de Amarillo.
Debo hacer notar a usted que al propio tiempo que se hace
el trazado se calculan y dibujan los planos y perfiles de la línea
general.
El total del trazado ejecutado hasta hoy es aproximada-
mente de 200 kilómetros, o sea la tercera parte de la línea que
comprende los dos ramales Pasto - Pacífico y Pasto-Popayán.
La gradiente máxima empleada en todo el trazado es de áx¡2 %.
la cual permite adaptar la vía a tracción a vapor o a tracción
eléctrica. En caso de adoptarse esta última, hemos encontrado
una poderosa ciída de agua dentro de la misma vía del ferro-
carril, formada por el río Bobo en la hacienda de San Luis, la
cual fue cuidadosamente estudiada y calculada por nosotros y
puede desarrollar de siete a ocho mil caballos de fuerza. Exis-
ten también otras caídas de agua en la hoya del río Guabo que
podrán aprovecharse como auxiliares en caso necesario.
Dejo aquí constancia del agradecimiento que debo a todas
del Pacífico 71
las autoridades y aun a los particulares que me han prestado
su valioso apoyo en lo relativo al funcionamiento de las diver-
sas comisiones que dejo enunciadas.»
Al cotejar las descripciones antiguas de la costa con las de
ahora se advierten importantes variaciones hechas portel mar
de un siglo a esta parte; en unos lugares ha quitado arena y
en otros puesto; ha robado al continente luengas playas y ha
hecho surgir de su fondo nuevos islotes.
A fines del siglo pasado la marina inglesa levantó el plano
de la costa, y es lo más completo que se ha hecho sobre el
particular, si bien sólo comprende con exactitud la costa baja;
es decir: las orillas del mar.
También hace pocos años se levantó el plano de los bos-
ques de tagua del Municipio de Tumaco y el de esta isla. Exis-
ten algunos trabajos de ingenieros de minas acerca de lugares
determinados, y los de quienes han estudiado el trazado de la
vía férrea de Pasto a la Costa. Conocemos también algunos cro-
quis y ei mapa de Nariño, levantado por la oficina de longi-
tudes.
**--
CAPITULO IX
El río Naya — El río Micav — El valle de San Juan — San Miguel — Chua-
re — San Isidro — Zaragoza — Los indios salvajes del Micay — Devo-
ción a Nuestra Señora del Pilar — Los indios y la guerra de 1841 —
El Trapiche — Bocas del Micay— Camino de Popayán — Proyectos
sobre el telégrafo — Adjudicación de las minas del Micay a don Fran-
cisco Jerónimo de Torres — Revalidación de los títulos de posesión a
favor de la familia Arboleda.
Ciñendo nuestro estudio únicamente al territorio que abar-
can las misiones de los Padres Agustinos Recoletos, en la Cos-
ta del Pacífico, decimos que los límites de ellas son actualmente
por el Norte, el río Naya, por el Sur, el río Mataje : o sea has-
ta las lindes con el Ecuador; por el Oriente, la cordillera occi-
dental y por el Occidente el mar.
El río Naya tiene su origen, como casi todos los que rin-
den sus aguas al Pacífico, en la cordillera occidental. Es nave-
gable por vapores fluviales de regular calado hasta el pueblo de
San Francisco, ubicado en la orilla derecha del río, que es el
límite entre los Departamentos del Valle y del Cauca, y las pro-
vincias de Buenaventura y del Micay. Eclesiásticamente la orilla
derecha del Naya pertenece a la Parroquia de Buenaventura y
la izquierda a la Misión de los Padres Agustinos.
«El Micay, notable por lo extenso de su hoya (200 leguas)
y lo raro del relieve de ésta, en verdad no se llama tal sino
cuando ya se han reunido todas las corrientes nacidas dentro de
una U formada al E. del cerro San Juan y que llevan rumbo
W, o sea siguiendo el eje del Chuare, que nace en cerro Naya.
En el fondo de la U surgen San Juan y Guachito, que corren
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del Pacifico 73
(N. W.) buen trecho paralelos al pie del Timbiquí antes de jun-
tarse, tras el cual giran al N. y por la D., reciben el Mechen-
gue, el Aguaclara, y el Siguí, éste formado por dos brazos pa-
ralelos al Chuare; el otro nacido entre las serranías de Siguí y
Aguaclara, y el Mechengue, el mayor de todos, resulta de su
unión con el San Joaquín, que delinea ángulo que envuelve la
serranía de aquel nombre. El San Joaquín se prolonga antes y
hacia el Sur, con el San Joaquincito, por lo cual forma surco
Sur a Norte al pie del cerro Picacho. En fin, al W del ramal de
Timbiquí hasta el Jolí, (S. a N., al respaldo del Saija). Desde
cuya boca son navegables estas aguas (12 leguas); el Micay y
San Joaquín recorren 175 kilómetros.»
El hermoso valle a que da su nombre el rio San Juan está
enclavado en la cordillera. Lo rodean cerros más o menos altos
y lo cruzan varios riachuelos de cristalinas aguas, en gran ma-
nera ricos en oro.
Al llegar los españoles a este lugar, lo encontraron bastante
poblado y no fue poco el valor que tuvieron que desplegar para
sofocar la belicosidad acérrima de los indios y las continuas
rebeliones, tanto, que en una de ellas en el campo quedaron
varios colonos y el sacerdote doctrinero.
A las orillas del río los españoles fundaron una población
que llamaron San Juan y construyeron un camino de herradura
para comunicar el valle con el interior. Todavía se ven las rui-
nas del pueblo y en la montaña se encuentran de trecho en
trecho los restos del camino. Hoy ios habitantes, en poco núme-
ro, viven esparcidos aquí y allá, y el pueblecito está formado
por míseras casuchas con una destartalada capillita. Viven inco-
municados la mayor parte del año y es más frecuente su trato
con los moradores del interior que con los de la costa, debido
a la fragosidad inmensa de las montañas y a la impetuosa
corriente de los ríos que apenas son navegables en los meses
de verano y en diminutas embarcaciones. Antiguamente hubieron
de cultivar en grande escala allí el cacao, a juzgar por los bos-
ques de cacaotales que parecen haber sido sembrados en aque-
llos parajes adrede en orden.
El pequeño caserío de Mechengue está situado en el río
del mismo nombre, y carece de importancia.
74 Costa colombiana
San Miguel, cebecera del Municipio que del Trapiche fue
trasladado a él hace poco tiempo, está pintorescamente situado
en el ángulo que forma el arroyo, que toma el nombre del pue-
blo al desembocar en la parte derecha de Micay. En un cerrito
que domina la población ha sido levantada recietemente la capi-
lla de madera, cubierta de paja. Nosotros propusimos a los habi-
tantes en 1917 traer de los Estados Unidos una capilla de plan-
chas de zinc, y nuestra idea, que fue acogida con entusiasmo,
según lo manifestaron por carta los señores Eurípides Calonje,
Cecilio Hermán y S. Ríaseos, se hubiera realizado a no haberlo
impedido la guerra europea.
En San Miguel hay cementerio, casa municipal, escuela de
varones y de niñas; y sus moradores tienen la buena cualidad,
que juzgo digna de emeomio, de soñar continuamente con el
engrandecimiento del pueblo. De ahí salió en 1915 una petición
al Congreso para que se crease el Departamento del Litoral
Pacífico.
San Miguel en sus principios estuvo situado en la margen
derecha del riachuelo de Jolí, como una milla antes de confundir
sus aguas con las del Micay en la parte izquierda. En el local
del antiguo pueblo se han hallado enormes depósitos de platino.
Para encontrar el origen de este pueblo debemos remontar-
nos a los tiempos coloniales y recordar que los amos de las
minas congregaban a los esclavos en casas levantadas cerca de
las suyas propias, ya para comunicar sus órdenes con más como-
didad, ya para obligarlos a cumplir con sus deberes de cristia-
nos. Este, que no otro, debemos señalar por comienzo a las po-
blaciones de la región alta de la Costa.
A una hora escasa de San Miguel, en canoa río abajo
desemboca a la derecha el arroyo de Chua're. Fronterizo a él en
un terreno quebrado se levantan las casas del pueblito que lleva
el mismo nombre del arroyo. En un promontorio, separado por
un riachuelo del pueblo y unido a éste por dos puentes, se en-
cuentran la capilla y la casucha cural, que es una fábrica de
madera, sostenida por guayacanes, la cual comprende un pasillo
de unos seis metros cuadrados que hace de sala, despacho, y
comedor, y una pequeña alcoba, amén de una cocinilla; y cata
que de esta laya son las más suntuosas residencias de los sacer-
del Pacifico 75
dotes en los pueblos de los ríos, con muy contadas y honrosas
excepciones.
San Isidro, reunión de algunas casas cuyos vecinos constru-
yeron una bonita capilla de madera, queda en la orilla izquier-
da del río, y parece que no haya de ser muy risueño su porve-
nir, porque las aguas día tras día van socavando el terreno por
la parte del caserío.
Numerosas habitaciones tienen los indios salvajes entre San
Isidro y Zaragoza, población situada en la margen derecha del
río en terreno plano con una regular capilla, casa cural, cemen-
terio y escuela. En el lugar donde se levanta hoy Zaragoza
encontraron los españoles un caserío de indios bastante crecido,
con su lengua propia, distinta de la de las Provincias limítrofes.
Allí residía el cacique a quien rendían vasallaje los habitantes
de la región. Por lo que se me alcanza, quien puso al pueblo el
nombre de Zaragoza debió de ser un aragonés, tanto por lo que
significa el nombre en sí, como por haberle dado por Patrona a
Nuestra Señora del Pilar; y de tal modo se arraigó por aquellos
contornos esta devoción que todavía los indios salvajes, aun
cuando sin saber lo que dicen, llaman a la Virgen: Nuestra
Madre del Pilar; y a una imagen de la Inmaculada que veneran
en su capilla de Guanguí, le dan el mismo título a que nos
hemos referido.
Los restos de cristianismo que los indios del Micay en sus
corazones conservan, nos dan base para juzgar que fueron cate-
quizados por sacerdotes de España. Abandonados en la indepen-
dencia los indios, volvieron pronto a sus antiguas usanzas, si
bien conservaron no poco de la Religión católica, en sus cultos
supersticiosos e idolátricos.
Los indios señorearon a Zaragoza y a las tierras aledañas
hasta el año de 1841 en que se vieron obligados a dejar el pue-
blo y a dispersarse por los ríos y bosques a causa de la ma-
tanza que en ellos hicieron los soldados que estaban por el Go-
bierno legítimo.
La chispa que comenzó a cebarse en Pasto en 1841, con-
virtióse en voraz incendio que abrazó al Cauca y aun a toda la
República. Obando fue la verdadera alma de la revolución en el
Sur, y su voz tuvo eco poderoso en la Costa. Los negros escla-
76 Costa colombiana
vos se insurreccionaron, capitaneados por el astuto y fogoso
Manuel de Jesús Zamora, y consigo arrastraron a los indios.
Los jefes legitimistas Cabal y Guerrero tuvieron que obrar enér-
gicamente, y después de la reñida batalla de Guapí, que dio
remate a la guerra en la Costa, fusilaron en este pueblo a mu-
chos negros y en Zaragoza, con un rigor que a la clara luz de
la historia puede calificarse de extremado, quitaron la vida a
numerosos indios.
Y como es cierto que «de los escarmentados nacen los avi-
sados», los indios dejaron el pueblo a merced de los negros y
huyeron a los bosques, pero ellos todavía se creen los verdade-
ros dueños de él, y tanto así que varias veces han ido a Popa-
yán a tratar este asunto con los Gobernadores; y recordamos
que en la noche del 12 de octubre de 1916, animados por la
jarana y bebidos, fueron varios a la casa cural a gritar que eran
los amos de Zaragoza.
En Popayán se falló a favor de los indios un pleito sobre
la imagen de la Inmaculada Concepción y las campanas, que
reclamaron como suyas.
La situación del pueblo del Trapiche en la desembocadura
del arroyuelo del mismo nombre en la margen izquierda del
Micay, es pintoresca. Hay capilla, casa cural y escuela. Fue cabe-
cera del Municipio que se trasladó a San Miguel, y de la anti-
gua parroquia del Micay. Los últimos sacerdotes seculares que
la administraron fueron los Padres Arias y Calonje.
El río Micay desemboca por tres bocas: la de Guananito a
la derecha hacia Naya, y las de la Candelaria y el Cocal. En
estos tres deltas hay grandes y hermosas playas.
Cerca de San Miguel parte el camino de herradura para
Popayán, en el cual se invirtió mucho dinero sin fruto de nin-
guna clase. En la actualidad está casi abandonado, tanto por las
dificultades que ofrece el paso de la montaña hasta San Antonio
como por no ser navegable el Micay en todo su curso, pues
únicamente pueden llegar los vapores fluviales hasta Zaragoza.
La bodega que se había fabricado a las orillas del río, donde
comienza el camino, se destruyó por completo: el zinc fue des-
tinado para la escuela de San Miguel.
En Popayán se pensó, por los años de 1913, poner el telé-
del Pacífico 77
grafo entre la Costa y el interior; se destinaron algunos rollos
de alambre que estuvieron camino de San Miguel; se habló
mucho y a la postre no se hizo nada. Y es en verdad para la-
mentar que esta obra bienhechora no se hubiese llevado a efecto,
porque la juzgamos en la actualidad la más necesaria y benéfica
para la Costa.
A fines del siglo XVIII se presentó en Santa Fé de Bogotá
don José Camilo de Torres ante don José Ezpeleta, pidiendo que
se le adjudicasen los terrenos minerales del río de Micay; a lo
que accedió el Virrey, y al efecto dio un auto el 4 de junio de
1796. El Regidor perpetuo de Popayán don Jerónimo Francisco
de Torres, en nombre propio y en el de su esposa doña María
Teresa Tenorio suplicó al Gobernador de Popayán, Diego Nieto
el 23 de febrero de 1798, que de acuerdo con el auto del Virrey
se le diese posesión de las minas del Micay, de las cuales
habían sido los dueños sus antepasados. El mismo día comisio-
nó para este objeto al Juez de aquel partido Joaquín de Ayala;
y el 2 de marzo el pretendiente nombró por sus apoderados a
Pedro Fermín Mambuscay y a Eusebio Magín, a quienes dio
posesión el delegado payanes de los ríos Naita, Mechengue,
Agua clara, Jolí, Siguí, Chuare y Santa Bárbara, afluentes del
San Juan y del Micay; y de éstos desde su nacimiento hasta
su desembocadura en el mar, ante los testigos Agustín Molano,
Silvestre Vásquez, Carlos Plaza y Policarpo Ayala. El tiempo
transcurrido en estas diligencias fue desde el 13 de julio hasta el
6 de agosto de 1798. En popayán el 31 de julio de 1865 y el
18 de noviembre de 1887 se revalidó ante las autoridades com-
petentes el título de amos de las minas del Micay a favor de
los Arboledas y demás descendientes de don Jerónimo Francisco
de Torres y de doña María Teresa Tenorio.
CAPITULO X
Río Saija — Santa Rosa — La Iglesia — Las fiestas religiosas — Excursión al
río Patía — Descripción de Guanguí — Los indios salvajes — Sus eos
tumbres : Viajes, labores, moralidad, fiestas, bailes— Ideas teogóni-
cas — Procesión con la imagen de la Virgen — Oficios fúnebres — En-
fermedades— Camino de Guanguí a Joli.
En las vertientes de la Cordillera Occidental se encuentra
el origen del río Saija, que corre generalmente hacia Occidente,
salvo cerca al mar que tuerce al Norte para volver luego sobre
el Sur. Rinde sus aguas al Pacífico por dos grandes bocas. La
diestra avanza hacia el Cocal, y es la vía para el Micay; la
siniestra sirve de camino para Timbiquí. Numerosos riachuelos
tributan el homenaje de sus aguas al río Saija ; el de Llantín en
la margen izquierda en la parte alta y el de Patía en la derecha
en la baja, son dignos de mención, por los numerosos negros
que habitan en sus riberas.
Relativamente convecino al mar, antes de la bifurcación del
río hay en la orilla del Norte un caserío de nombre Tumaquiío.
A un día en canoa de este lugar en la margen derecha, sobre
una colina, se levanta la población de Santa Rosa, asiento de
remota minería. La vetusta iglesia de cal y canto, ensanchada
por los Religiosos Agustinos en 1917 con cemento, llama la aten-
ción por aquellos contornos, donde son todos los edificios de
madera. Santa Rosa es la cabecera del corregimiento de Saija
y pertenece al Municipio de Timbiquí. La casa cural y la escue-
la son buenas para aquellas tierras. Los habitantes diseminados
en número de 3000 por las orillas del río y de sus afluentes,
se congregan en Santa Rosa, del 28 de agosto al 10 de septiem-
del Pacifico 79
bre para sus fiestas religiosas y cuando los Misioneros hacen la
visita anual.
En el verano escalan muchos saijeños los peldaños de la
Cordillera, donde se hacen con oro a manta, sin que ésto quiera
decir que en el mismo río no se les venga también a las manos.
Se dedican algo a la agricultura y mucho a la pesca.
Las aguas del río Patia son quizá las más cristalinas que
hemos visto en la Costa; parecen ondulante cristal a cuyo tra-
vés brillan, irisadas por los rayos del sol, las nítidas arenillas
del fondo.
Del pueblo de Santa Rosa parte hacia el río Patia un sen-
dero más para cabras que para hombres. Es menester andar
seis horas por entre el agua de arroyos, o por barrizales y pre-
cipicios. El 7 de marzo de 1916 para auxiliar a un enfermo,
hicimos este camino lloviendo a cántaros, y así, hechos una sopa,
nos vimos precisados a permanecer toda la noche por estar
repleto de gente el tugurio donde nos tuvimos que hospedar.
Al día siguiente celebramos la santa misa y nos acompañaron
por el río hasta veinte embarcacioncillas de negros, para quie-
nes era un prodigio nuestra presencia en aquellas tierras, vírge-
nes de las plantas de un sacerdote, porque no había memoria
de que hubiese estado por allí, ni en tiempos remotos, alguno.
En la desembocadura del Guanguí en el Patia, en la ribera
siniestra de aquel, aparece pintorescamente situado el pueblo de
los indios salvajes, la mansión del cacique, el centro de sus
holgorios y jaranas. En Guanguí el solado es vistoso, de con-
chas marinas; las casas, en alto, amplias; la del cacique tiene
unos cincuenta metros de longitud por diez de latitud ; la capi-
Ilita con una escultura de la Inmaculada, que antes se veneraba
en Zaragoza del Micay, y numerosas vitelas de santos, merca-
das por los indios en Guapí y Tumaco, es un dije incrustado
en el corazón de aquella naturaleza exuberante.
Al Occidente, en la cima de una colina, a la que se ascien-
de por una rampa caracoleada, se yerge una capillita que guar-
da las cenizas de los ascendientes del cacique en línea recta.
Es para los indios un lugar sagrado ; la morada augusta del si-
lencio y del misterio, donde dicen que reposan los mortales des-
pojos de sus mayores y que vagan sus almas que miran por la
prosperidad y crecimiento de la tribu.
80 Costa colombiana
Las casas tienen solamente un gran salón con tarimas a iz-
quierda y derecha, que hacen de camas, y en el extremo una
cocina. Los indios respetan al cacique y ponen en sus manos
un tributo anual, en víveres y en dinero. El viejo Pioquinto, de
imborrable recuerdo en Guanguí, tuvo solamente una hija, la
niña María, quien a los quince años contrajo matrimonio con un
tal Jacinto, que gobierna actualmente la tribu, por muerte de su
esposa fallecida en 1905. Los indios equiparan a los sacerdotes
católicos a su cacique; así nos lo han manifestado varias veces.
Los hombres son regordetes, de color bronceado, ojos mo-
runos, narices romas y negras guedejas hasta la mitad de los
pabellones de los oídos, que los llevan horadados, con aretes
de oro y de flores naturales.
Las mujeres son de regular cuerpo, garrido continente, na-
riz corva como pico de alcón, rostro ovalado, curtido por el sol,
y luenga cabellera. Su vestido, a la usanza de los antiguos sal-
vajes, es una bayeta que baja hasta las rodillas, anudada alre-
dedor de la cintura; y el de los hombres un pañuelo pendiente
de la misma guisa. A las veces las mujeres se cubren el pecho
con un lenzuelo, y al caminar llevan al crío terciado a la espal-
da. Se pintan la cara, los brazos, pechos y piernas con achote
y se ponen collares de colmillos de fieras, a manera de amule-
tos, y de monedas argénteas. Es de verse al cacique, sobre todo
en las fiestas, que no puede casi menearse del peso de las mo-
nedas que penden, como una red, de su cuerpo.
En tiempo ordinario los indios pasan la vida mano sobre
mano en sus casas dispersas por las orillas de los ríos. Se dan,
sin embargo, al laboreo de la tierra: especialmente al cultivo del
plátano. Las mujeres tejen canastillas de mimbre y petacas de
paja. Los hombres se internan en las montañas en busca de caza
o pezcan en los ríos. Son andariegos, y emprenden a veces lar-
gos viajes en sus canoas, donde tranquilamente hacen todos los
menesteres de la vida: cocinan, duermen, etc.
La base de la manutención es el plátano, condimentado con
zumo de coco. Son vesánicos por el aguardiente, el guarapo y
el tabaco en hoja para fumarlo en pipa.
Son castísimos. Las mujeres ni por pienso se mezclan con
hombres que no sean de su tribu; y si alguna tiene un desliz
del Pacífico 81
queda anatematizada entre ellos. Solamente conozco un caso de
mujer que tuvo un hijo de negro. Se casan muy jóvenes; el
hombre envía su mosquitero a la casa de la novia, lo que se
toma por señal de matrimonio. La luna de miel suelen pasarla
en la canoa, porque después del enlace matrimonial hacen viaje
de recreo de días y días.
Cuando les viene en voluntad hacer lo que refiere Cervan-
tes en el capítulo XX de la primera parte del Quijote que hizo
Sancho, a mitad de la noche, muy cerca de su amo, se entran
al río y allí en el agua practican esas diligencias.
A fines de agosto y a principios de septiembre, y en la se-
mana santa se reúnen en Guanguí todos los salvajes del Micay,
Saija y aun muchos del alto Chocó y de los Cayapas del Ecua-
dor. El fuerte de las fiestas consiste en bailes y borracheras. Co-
locan varios cántaros de guarapo en el salón destinado para las
danzas; y beben hasta quedar perfectamente beodos y caer en
el suelo rendidos por el mucho licor y el cansancio de las co-
reográficas grescas.
En septiembre de 1916 presenciamos algunos de estos bai-'
les. Se colocan en círculo, primero los hombres, uno en pos de
otro, y luego las mujeres; y al monótono son de los tamborci-
Ilos y de lúgubres cantos, anda la rueda velozmente de la dere-
cha a la izquierda o viceversa, según la voz de aviso Guayi-ya-
cusa (den la vuela) del que dirige la danza, quien entona solo
tristes cantares como el que principia Eri verira Tachojone irute
barandie te, interrumpidos por los demás indios que repiten de
vez en cuando este estribillo: Cari-Chipari. A ciertas señales dan
fuertes golpes en el suelo, palmean y prorrumpen desaforadamen-
te en estentóreos gritos y en estridentes silbos.
Tienen otra danza exacta a la anterior, con la diferencia de
que en ella se mezclan hombres y mujeres y hacen cabriolas y
grotescos meneos.
También se alinean los unos en pos de los otros, los hom-
bres a la vanguardia, y a compás andan para adelante y para
atrás con la misma algazara que en los anteriores bailes.
Y al tenor de lo descrito son las demás danzas y juegos.
Nosotros al contemplar aquellos indios con las greñas al
desgaire, por cuyas frentes, pechos y espaldas corría en abun-
6
82 Costa colombiana
dancia el sudor, casi embriagados, que zapateaban y voceaban
enajenados, sentimos que nuestro corazón se llenaba de compa-
sión hacia aquella mísera gente y nos avergonzamos de que en
Colombia hubiera todavía hombres sumidos en los profundos si-
los de la ignorancia y de la barbarie.
Las actuales ideas teogónicas de los indios son una mezco-
lanza de cristianismo y paganismo. Tienen vagas nociones de
un supremo Ser (Tachajonne), cuya acción única es el gobierno
del mundo. Lo invocan en sus cuitas y quebrantos y rezan a
diario unas como letanías para que aparte de ellos las lluvias,
inundaciones y terremotos.
En indio nació (Jirabaidodi) de un gran río (pannía), y se-
ñoreó la tierra hasta que vinieron los libres (todo el que no es
indio), hijos del sol y les robaron sus posesiones. Sobre los an-
tiguos tiempos nada saben, pues fuera de la familia del cacique
no conservan recuerdo ni de quiénes fueron sus abuelos.
Ya sea por el roce continuo con los negros, ya, lo más pro-
bable, por haber sido adoctrinados en los tiempos coloniales por
sacerdotes venidos de la Península, huelgan los indios de que
sus hijos sean bautizados cuantas veces pueden para mediar así
a la sombra de los muchos compadres; contraen, sin resistencia,
matrimonio, según el rito católico; invocan a la Virgen del Pi-
lar y a Dios muerto en el leño (Tachajonne pa cruso obecipo);
rinden homenaje en su capilla a la imagen de la Inmaculada y
a las de varios Santos y en la plazuela del pueblo se encuen-
tra enhiesta una cruz.
En las fiestas dan a la imagen de la Virgen untamiento de
achote y procesionalmente la llevan en unas andas al río, donde
el cacique la baña y la monda, mientras los acompañantes can-
tan desapaciblemente. Al regreso los cuatro indios que portan
las andas comienzan a bailar en la plaza al son de los tambo-
res, y los demás al rededor de ellos forman, entrelazados con
las manos, un gran círculo y lo imitan en las danzas. No hay
para qué describir la irreverente y pagana zambra que allí se
arma.
Viajando en el río Saija una vez, oímos hacia la mitad de
la noche, en la orilla, gritos que semejaban maullidos gatunos.
Ordenamos a los bogas atracar en el lugar de donde salía al
del Pacífico 83
parecer la quejumbre, y encontramos allí una casa de indios
que se mesaban los cabellos y gemían y lloraban a moco ten-
dido por la muerte de un tal Virgilio, mozo de apuesta figura,
cuyo cadáver estaba en el suelo entre varios hachones.
Cuando fenece un indio se reúnen todos los vecinos, exte-
riorizan el duelo con paroxismos y ayes y lágrimas, velan al
muerto con lúgubres cantos, lo llevan en una canoa al próximo
cementerio y allí lo sepultan. Acto continuo sacan de la casa
los utensilios precisos y la abandonan por el espacio de unos
dos meses; al cabo de ese tiempo regresan a ella y la varean:
lo mismo ejecutan con los árboles y malezas del contorno a fin
de ahuyentar a los espíritus que se llevaron el alma del muerto.
Las enfermedades cutáneas son mortíferas para los indios.
El sarampión hizo entre ellos estragos en 1 91 6 : perecieron
ciento y más. Actualmente no llegan a ochocientos los indios;
las dos antiguas tribus de Saija y del Micay forman hoy una
sola. Entrambas tienen las mismas usanzas y maneras. Todos
son de carácter apático y asaz dados a las supersticiones y bru-
jerías.
Los indios viajan de Saija al Micay por una senda terrestre
por la cual pasamos en una ocasión. Se emplean cinco horas de
Guangui al riachuelo de Jolí, pero debe adveitirse que allí no
hay en realidad senda ni cosa que se le parezca: solamente se
encuentran barrizales y precipicios vertiginosos en los cuales
lleva uno la vida pendiente de un hilo.
CAPITULO XI
Filólogos modernos — Etnogenia india — Lenguas monosilábicas, agluti-
nantes y de flexión — Grupo americano dhjrástico, incorporante o poli-
sintético— El dialecto saijeño es aglutinante — Nociones de su cons-
trucción gramatical — Observaciones curiosas — Fonética — Numera-
ción— Breve vocabulario.
Espléndidos horizontes se han abierto a los estudios filoló-
gicos en los últimos tiempos, y Colombia no va a la zaga de
los países europeos en esta clase de investigaciones.
A los nombres de tantos antiguos religiosos que nos lega-
ron gramáticas y vocabularios de la lengua chibcha, guajira, ceo-
na, páez, diarienita, urabeña, etc., debemos sumar los de mo-
dernos investigadores, Duquesne, Zerda, Uricoechea, Cuervo
Márquez, Restrepo, Marcos Bartolomé, Fernández, Fabo, Uterca,
Triana, Girón y varios otros.
El confrontamiento de unos dialectos con otros de los ha-
blados en la inmensa región americana, han corroborado la te-
sis católica del monogenismo y dado luces clarísimas sobre la
etnogenia de nuestros pueblos y sus relaciones con los egipcios,
fenicios y otros países asiáticos, y, aun acaso como quieren al-
gunos, con los europeos, dadas las afinidades morfológicas y
hasta ciertas semejanzas genealógicas entre algunas voces de
dialectos americanos y otras del sajón, del danés y del flamenco.
La clasificación de los idiomas en lenguas monosilábicas,
aglutinantes y de flexión, es hoy admitida por todos los filólo-
gos, y no podía ser de otra suerte, ya que esa división está ba-
sada en la misma esencia de la génesis, construcción y régimen
de las palabras. Pertenecen a las monosilábicas las lenguas cu-
del Pacifico 85
yas palabras de una sílaba son a un mismo tiempo raíces; a
las aglutinantes las que tienen raíces que se elevan a la catego-
ría de palabras distintas, merced a los afijos y prefijos y a las
de flexión las que «además de raíces, afijos y sufijos, tienen
fundidos en una sola palabra sintética los elementos que desig-
nan la significación y la relación.»
No han faltado modernos filólogos que a la manera que se
han reunido en una sola familia denominada indogermánica o
indoeuropea las lenguas que se hablan desde el Ganges hasta
el Atlántico, han pretendido hacer de las americanas un grupo
llamado olofrástico incorporante o polisintético ; pero esto ha
sido rechazado por sabios lingüistas a causa de no ser exclusi-
vo de los idiomas de nuestro continente la incorporación y el
polisintetismo.
En la Costa Colombiana del Pacífico los aborígenes de la
región que estudiamos hablan el dialecto del Micay o el de Sai-
ja, según que pertenezcan al uno o al otro río. El segundo es
el popular entre todos aquellos indios: a él concretaremos algu-
nas ligeras observaciones, y aplazamos para más tarde, si Dios
quiere, un estudio completo de los dos dialectos. Y digo en pri-
mer lugar que el saijeño pertenece al grupo de lenguas agluti-
nantes, porque en él permanecen invariables las raíces a las que
se anteponen, intercalan o posponen ciertas partículas que for-
man las palabras, muchas de las cuales incluyen en sí mismas
el sujeto, el verbo y el atributo, y por esta razón debe también
adjudicarse al dialecto costeño el carácter de incorporante.
La conjugación de los verbos es simplísima, y se caracte-
riza por la yuxtaposición de ciertas partículas ; lo propio suce-
de con el género y número de sustantivos y adjetivos. Las raí-
ces por lo general, como hemos indicado, son invariables.
La construcción es similar a la de otras lenguas america-
nas. El sujeto paciente antecede al verbo, máxime en las inte-
rrogaciones, y la oración determinada a la determinante. Tienes
mujer? Güera parabuja? (Mujer tienes?). Quieres comer mañana
pescado? Nunc chijo necodde quiniembuja? (Mañana pescado co-
mer quieres?).
Frecuentemente se suprimen las preposiciones. Emborrachar-
se con aguardiente, ituapa pirubu (aguardiente emborracharse).
86 Costa colombiana
A los vocablos castellanos para pronunciarlos a su manera
saijeña, les añaden las partículas te o toije. Baúl, baulte. Vino,
vinotoije.
El vocabulario es pobre; abarca solamente los nombres de
las cosas que los indios tienen a la mano y carecen casi por
completo de palabras que corresponden a ideas abstractas. El
sufijo es el alma del vocablo, le da varias significaciones y aun
a veces hasta contrarias. Querer, quinieja. Querer?, quiniembu-
ja? No, quiniee. Sí, quiniembu.
Es cosa curiosa encontrar en el dialecto que estudiamos al-
gunas palabras, como Nunc, mañana. Jiña, pierna. Cuanto sig-
nifica bueno, hermoso, bizarro, se forma de la raíz pia: piabu,
piabucu, piabuja.
En la lengua de los cumanagotes, mujer se decía huericha y
en la saijeña mujer es güera y niña güerachaque. En varios idio-
mas de América y de Asia la raíz de hombre y de mujer es gua,
güe, gui, hua, hue.
En cuanto a las cualidades fonéticas del saijeño debemos
confesar que es dulce en sumo grado. Se usan de preferencia
los sonidos guturales. Los indios modulan muy bien las palabras
y las pronuncian como silabeando; se distingue perfectamente el
sonido de todas las letras. La / suena como la H alemana en
Jund, perro, Behalten, detener. Por ejemplo: Jadpenna, hermano.
Patajote, comer. La 5 debe pronunciarse como la S sibilante de
oiseau, pájaro en francés: Pasa. La D es equivalente al sonido
inglés en there: Tajode, bautismo. Miajainde, matrimonio. La M,
la iVy la F en medio de palabra tienden a duplicarse: Tomme,
escalera. Sopenna, sombrero. Peffema, abanico. La ch suena fuer-
te como en castellano. Algunas lenguas, como la china, y otras
monosilábicas, rehusan la composición de varias consonantes en
una sílaba, lo que también se observa en el saijeño, en el que
sólo se encuentra la combinación Tr: Putrumbú, venir. Tuatría,
vara. Triutau, viga. La L que no tiene casi uso en el chibcha,
hay que descartarla del alfabeto saijeño; lo mismo debe hacer-
se con la Ñ. La R por el contrario, que sólo es empleada en
otros dialectos americanos a manera de onomatopeya, priva fre-
cuentemente en el nuestro. Itabarre, fogón. Pubarrana, hijo.
Para la recta pronunciación debe tenerse en cuenta, que ex-
cepción hecha de tal cual palabra de origen micaisefio, termina-
del Pacífico
87
da en vocal débil, que es aguda: Piitrumbú, venir; todas las del
dialecto de Saija son graves. Palabras esdrújulas no existen.
La tabla numérica de los indios llega únicamente hasta cin-
co, y hacen las adiciones y restas con estos guarismos. Un tres;
dos cuatros.
He aquí los números: Aba, uno; Orne, dos; Ompea, tres;
Quinani, cuatro; Oisoma, cinco. Antes de poner punto final a
este capítulo de ligeras observaciones, brindo a los aficionados
a la filología algunas palabras y frases que entresacamos del vo-
cabulario que hemos recogido de las mismas bocas de los indios.
Abanico
Peffema
Carne
Nechiera
Acabar
Impaji
Cabeza
Pou
Amar
Pusa
Candela
Tuputau
Aire
Naum
Cielo
Paja. Tachajo
Aguardiente
Ituapa
ne
Acostarse
Jainde
Cinco
Oisoma
Anzuelo
Tua
Comer
Necodde. Pata-
Alegre
Bupe
jote.
Ayer
Nuguedda
Conversar
Pedepatam
Abrirse
Jetea
Cuanto
Jumma
Arremangar
Huete
Cuchara
Cusarra
Agua
Pi
Cuando
Sapay
Bautismo
Tajode
Cruz
Cruso
Bajar
Tuda
Dar
Yacusa
Barbacoa
Baragua
Defender
Taijaipase
Blanco
Jappunna
Dios
Tachajone
Bombo
Tondoa
Día
Ibari
Bonito
Piabú
Dos •
Orne
Boca
Itay
Dueño
Chiparipa
Bueno
Piabucu
Diente
Gigda
Caer
Tudiuvay
Encima
Quenon
Casa
Te
Emborracharse
Pirubu
Caldo
Nemba
Escalera
Tomme
Caminar
Guani
Frente
Tautunna
Canalete
. Toy
Fogón
Itabarre
Cama
Juiparu
Hombre
Mujina
Canasto
Cora
Hermano
Jadpenna
Casarse
Miajainde
Hermano mayor
Michiempa
88
Costa colombiana
Hijo
Barrana
Pescado
Chijo
Hoy
Iddi
Perro
Usa
Huevo
Eterreum
Pelo
Puda
Infierno
Tajura
Petaca
Peta
Lengua
Giname
Pierna
Jinu
Luna
Attam. Mura-
Pie
Jrucum
jonne
Pita
Chu
Levantarse
Jirabaidadi
Querer
Quinieja
Llover
Joy
Río
Pannía
Madre de Dios
Quiraunau
Red
Jru
Mano
Jua
Rodilla
Jiru
Mañana
Nunc
Ropa
Uta
Matrimonio
Miajainde
Sal S
Ja
Mes
Atañe
Sábalo
Aparra
Mujer
Güera
Sentarse
Jibida
No
Quiniee
Sí
• Quiniembú
Nariz
Quin
Sol
Pisía. Jarium
Niño
Guarra
Sombrero
Sopenna
Niña
Güerachaque
Tres
Ompea
Olla
Jurú
Tener
Parabuja
Ojo
Tau
Trueno
Pa
Palanca
Taje
Tortuga
Sibi
Palo
Triutau
Venir
Cheji. Putrum-
Padre
Pare. Murajon-
bu. Jiniendae
ne. Papa
Vino
Vinotoija
Paja
Quirú o Te-
Vara
Tuatría
quirú
Viga
Triutau
Pecho
Tua
Yo
Pai.
Pequeña canoa
Japa
Yo soy
Guanip.
Venga; conversamos en la casa
Chipdi; Guangui giname pa te
en lengua de Guanguí.
pedepatam.
Siéntese; no tenga miedo.
Jibidaja; guoguenase.
Está bueno?
Japúa pie
buja ?
Estoy bien (alegre, gordo)
Oía bupe.
Cuándo vino?
Sapay che
jima?
Ayer.
Nuguedda.
del Pacifico
89
Cuándo se va?
Mañana.
Es casado? (Tiene mujer?)
No soy casado, Padre.
Cuántos hijos tiene?
Ocho (Dos cuatros).
Si no te casas te vas al infier-
no (te lleva el diablo, el ene-
migo)
Quieres vino?
Si el dueño me da.
Coma carne de sábalo.
Esto no más; ya es tarde.
Se va; vayase.
Baja la embarcación. Traiga la
petaca, el canalete, la palanca
y el anzuelo.
Sapay guani?
Nunc.
Güera parabuja?
Miajainde quiniee, Pare.
Guarra juma pai irubu?
Orne quinani.
Unata unieppuna netuara pai.
Vinotoija quiniembuja?
Chiparipa tera toyppe.
Aparra tachinagui necodde.
Naugou pay atey ; qui bara
parú.
Girapoto; chubamase.
Baruma barrea; peta, toy, taje,
tua putrumbú.
DEPRECACIÓN INDÍGENA
Dios murió en la cruz por sus hijos. Oh padre, defiende a
tus hijos; perdona el pecado a tus hijos; de rodillas pedimos,
oh padre; envía el sol; envía los aires; envía la lluvia, etc.
Tachajone pa cruso obecipo si barrana etea netora chepi
amapa. A papa tai jai pase pu barrana, putai pase atai pecau-
jaindi pu barrana. Jarium jiniendae, papa jiru, Naum jiniendae.
Jupu jiniendae.
Tachajone truepía debujapue pía chitonuco. Tachajone pu-
trumbú, Tachajone trupiede namma pecaujaindi taina ata becipu.
CAPITULO XII
Buguey — El río de Timbiquí — Origen de Santa Bárbara — San José y
Coteje — Peligros en la navegación — San Vicente de Timbiquí —
Nacimiento de don Julio Arboleda — Compañía francesa para la ex-
plotación de las minas de oro — El río de Guafuí — San Antonio y la
Concepción — El Cuerval y El Bajito — La Lora — El Sargento Ful-
gencio Caicedo.
Entre las bocas de Saija y Timbiquí desagua en el mar un
arroyuelo de corto curso habitado por indios de los de Guanguí,
que lleva el nombre de Buguey. En las tierras se encuentran
platanares y casas dispersas; no hay pueblo.
El río de Timbiquí, estrecho y de mucha corriente, sigue
una dirección de Oriente a Occidente. Su curso es relativamente
corto. Cerca al mar se abre en dos pequeños brazos. En la pla-
ya norte de la bahía en que desemboca hubo una máquina de
aserrar madera, que perteneció al señor Rafael Cuevas.
Los vapores sólo pueden navegar en un trecho muy redu-
cido. En el siglo XVIII se adjudicó el río de Timbiquí a las
familias Mosquera y Arboleda, las que importaron negros para
el laboreo de las minas de oro. Parece que muchas de las per-
sonas establecidas ahí de antaño no miraron con buenos ojos el
advenimiento de los amos payaneses, por lo cual emigraron a
Iscuandé y a la población de Santa Bárbara. Los Arboledas, para
conjurar el problema que se les presentaba con la despoblación
de Timbiquí, cedieron a quienes permanecieron en el río el te-
rreno comprendido entre el riachuelo de Zúrzula y el de Alonso
para la fundación de un pueblo. Este fue el principio de Santa
Bárbara de Timbiquí, risueño pueblecito, donde actualmente hay
del Pacífico 91
una capilla bastante buena, casa cural de reciente construcción,
escuelas para varones y mujeres y cuatro o cinco almacenes
regularmente provistos.
Santa Bárbara es cabecera de Municipio actualmente.
En la margen izquierda del río se hallan otros dos pueblos:
San José y Coteje; el segundo en la desembocadura del riachuelo
que le da nombre al caserío. Ambos tienen capilla, casa cural
y escuela. En la parte alta del Coteje hay un camino terrestre
a Llantín del Micay.
La navegación desde Coteje hasta Sesé ofrece no pocos
peligros a causa de la impetuosa corriente del río. Se hace en
embarcaciones menores y con bogas muy duchos para subir o
bajar saltos y chorros; pero aún así y todo se lamentan frecuen-
tes desgracias. El punto de residencia de los antiguos dueños de
aquellas tierras se llamaba San Vicente en el riachuelo de Sesé.
La población se denominó primero Pueblo Viejo y después
Velásquez.
Cuando Sámano se enseñoreó del territorio sur de la Nueva
Granada, don Rafael Arboleda y su esposa doña Matilde Pombo
y O'Donell se refugiaron en su casa de San Vicente de Timbi-
quí, donde nació el 9 de julio de 1817 don Julio. Los Arboledas
y Mosqueras vendieron sus derechos a las minas, que han sido
explotadas por dos compañías extranjeras, una en pos de otri.
Al presente es la población de Santa María en Sesé una de las
mejores de la Costa. La compañía francesa posee algunas casas,
no faltas de comodidad, para los empleados. Por término medio
trabajan unos doscientos obreros en las minas, que rinden
comúnmente a sus amos pingües ganancias. Los medios emplea-
dos en el laboreo minero son rudimentarios. Las tierras, como
todas las de la Costa, abundan en oro de aluvión.
Los franceses y los habitantes de Santa Bárbara están siem-
pre en continua lucha, porque aquellos tienen el monopolio del
comercio en Santa María y no permiten a nadie entrar en la
población donde — sea dicho de paso hay autoridades colombia-
nas,— sin permiso del señor Director de la Compañía. Esta me-
dida la toman los dueños de las minas para evitar, según dicen,
el robo del oro. Nosotros hemos oído las continuas querellas de
los habitantes de Santa Bárbara al respecto. Sin absolver ni
92 Cosía colombiana
condenar a nadie, lamentamos la triste situación de los morado-
res del río de Timbiquí.
De Santa María se puede pasar por tierra a Caunapí, afluente
del Guapí, y a un riachuelo que tributa sus aguas a Guafuí,
río de corto curso, que desemboca en el mar. En la margen
izquierda de aquel aparece a los ojos la población de San Anto-
nio. La capilla y la casa cural quedan al Oriente en una colina;
al pie se extiende el caserío, a cuya calle principal y casi única,
ribereña al río, no le faltan hechizos, a lo menos para aquellos
lugares. Sirve la escuela una señorita.
La Concepción está situada en un ribazo, a la derecha del
río. La capilla es pobre; el aspecto del pueblo nada tiene de
agradable.
Los habitantes de Guafuí se dedican a la agricultura y a la
minería.
Entre Timbiquí y Guafuí se encuentran dos playas de algu-
na consideración: en la primera hay un caserío, en la segunda
una hacienda con plantíos de cocoteros y pastos donde se crían
algunas cabezas de ganado mayor.
Fronterizo al Cuerval, hacia el mar, recibe el nombre de
El Bajito un rancherío de pescadores, sito en una elevación de
arena de reciente formación.
Cerca a la desembocadura de Guafuí desagua en el mar el
arroyuelo de Lora, poco habitado.
Oriundo del río de Guafuí era el Sargento Fulgencio Caice-
do, quien peleó a las órdenes de Sucre en Ayacucho.
CAPITULO XIII
Río de Guapí — Balsitas, San Vicente, Rosario y Naranjo — Ríos de Napi
y de San Francisco — Belén, San Agustín y Callelarga — El Padre
Buenaventura Perlaza y las familias Castro y Grueso — Un recuerdo.
Limones— Origen de Guapí — Misiones en 1773 — Don Manuel de
Valverde — Jura de Fernando VII — La independencia — La Rosa de
los Andes— Varios sucesos — Guerras de 1841 y 1861 en Guapí —
Terremoto de 1838 — Acontecimientos eclesiásticos — Curas de la
Parroquia —Guerra de 1899— Muere don Ramón Payan — Incendio
en 1914— La provincia del Micay - La Aduana.
El río de Guapí, que es uno de los más poblados y ricos
de la Costa, lleva con pequeñas variantes una dirección de Orien-
te a Occidente. Numerosos riachuelos tributan a él sus aguas;
son los más notables de la cordillera hacia el mar los siguien-
tes: en la margen derecha, Nulpe, Llantín, Napi, Sansón y Cha-
món; en la izquierda, Aguaclara, El Tigre, Temuey, Barroblan-
co, Diablo y Cantadelicia. Desaguan en el mar por tres grandes
bocas: Guapí al Sur, Quiroga y Limones. El delta que encierran
tiene 24 kilómetros de largo. En la parte superior, en el lugar
llamado El Salto, hay un camino terrestre para Iscuandé.
La población de Balsitas, ya cercana a la cordillera, queda
en la margen derecha del río. Tiene pésima capilla, casa cural
por el estilo y Escuela.
En el punto denominado Los tres ríos, el caserío tiene si-
tuación risueña. De San Vicente, Rosario y Naranjo, pintorescas
poblaciones en la ribera derecha del río, deben mencionarse las
capillas, casas cúrales y escuelas, no porque sobresalgan entre
las demás de su clase, sino porque es lo único digno de tener-
94 Costa colombiana
se en cuenta. San Vicente es un lugar a donde acude multitud
de gentes en las fiestas.
Los Arboledas fueron los dueños de las minas, cuyo labo-
reo dio origen a las poblaciones, de que se acaba de hacer me-
moria.
Al Guapí afluyen las aguas del río de Napi, y a éste las
del San Francisco. En el primero están situadas las poblaciones
de Belén, San Agustín y Callelarga; en el segundo las de La
Calle o Pausada y Cascajal o San Francisco. Todas tienen ca-
pilla y casa cural.
La fundación de Belén se debe al Padre Buenaventura Per-
laza, hombre benigno y de sólidas virtudes, quien trató caritati-
vamente a los indios y dejó en libertad a los esclavos por los
años de 1750. Por el mismo tiempo se establecieron en el río
de Napi dos familias españolas de apellido Castro y Grueso y
fundaron las poblaciones de San Agustín y Callelarga, como
centros mineros. Callelarga, a mi parecer, es la única población
de la Costa que aún conserva cierto aspecto colonial.
Recordamos que en este lugar nos hallamos el 20 de junio
de 1916 con un ataque de fiebres palúdicas sin tener quién nos
socorriese. Por fin, a las mil y cuarenta conseguimos que un
negrazo, vestido sólo con pampanilla, nos proporcionase en míse-
ra totuma un poco de agua caliente con limón ; y entretanto
llegaban a nosotros los ecos de la marimba, y los conucos, y
los gritos de: «A la plaza! A jugar a la vaca-loca!.... El Cura
está dormido ! »
El río de Napi es de impetuosa corriente. Hasta la desem-
bocadura de él pueden navegar en el Guapí los vapores fluviales.
En el brazo de Limones hay un pueblo con Escuela y va-
rios almacenes. En dos ocasiones los habitantes del rio pusieron
manos a la obra para levantar una capilla, pero pronto decayó
el entusiasmo, y se quedó la empresa en ciernes. Guapí está si-
tuado en la orilla izquierda del río, a unos 10 kilómetros del
mar y es la población principal de la Costa baja, en cuanto a
Iglesia, edificios y habitantes. El comercio es activo, si bien no
tanto como en el Charco.
- En el punto donde hoy está la población existía hacia la
mitad del siglo XVIII una ranchería, llamada El Barro, donde
del Pacífico 95
los Padres Fernando Larrea, Pedro Momia y Mariano Villalba
de la Orden Franciscana y de la provincia de Quito, dieron una
misión en la que cosecharon opimos frutos. No he podido ave-
riguar la fecha fija de este acontecimiento, pero tuvo que ser
antes de 1773, año, en que murió en Cali el Padre Larrea.
Por aquel tiempo era la persona de visos en el lugar Juan
Orobio, y muerto él, en 1780 su esposa.
A fines del siglo XVIII las autoridades iscuandereñas dieron
la comisión para la fundación de una población porteña en el
río de Guapí al español Manuel de Valverde, quien se trasladó
a él y escogió para llevar a cabo su cometido el sitio donde
vivían la mujer de Orobio y algunas otras familias. Allí hizo el
desmonte, señaló solares a los vecinos para sus casas particula-
res, y dio principio a la edificación de la Iglesia y del cabildo.
La posición estratégica de la nueva población para el comer-
cio atrajo a muchos españoles que se avecinaron en ella; lo que
produjo envidias y malquerencias de parte de los habitantes de
Iscuandé. Este antagonismo de los dos pueblos duró luengos
años, pero al fin triunfó Guapí en la demanda.
Valverde recibió jurisdicción civil sobre los habitantes de la
región comprendida desde Micay hasta Guapí, y trabajó con te-
són por el engrandecimiento y progreso de esa parte del país.
Era hidalgo y generoso y holgaba de hacer justas y torneos que
diesen renombre a Guapí. Una de las principales festividades
fue la jura de Fernando VII en los primeros días de noviembre
de 1808. Mucha gente acudió al reclamo de Valverde, quien se
encargó en persona de tremolar el pendón real y hacer la jura.
Luego arrojó con prodigalidad monedas al pueblo y organizó
danzas y otros divertimientos.
El grito de independencia tuvo eco en la Costa del Pacífico,
y en los primeros meses de 1811 Guapí fue atacada por algu-
nos patriotas,, comandados por don Manuel de Olaya. Valverde
había levantado un cuerpo de guarnición y se aprestó a la de-
fensa, pero la plaza fue tomada por los patriotas y él huyó al
Ecuador. Dos años más tarde, cuando Sámano se apoderó de
la provincia de Popayán, Valverde pensó en regresar a Guapí,
y efectivamente se puso en camino, pero lo sorprendió la muer-
te en Coquimba. El jefe español era dueño de varias minas de
Tapaje.
96 Costa colombiana
En 1819 la corbeta La Rosa de los Andes, comandada por
el inglés Juan Ilingworth hizo un desembarque en Guapí, ocu-
pada por realistas. Mientras la corbeta permaneció en la boca
del río, atacó al puerto una chalupa a cuyo frente iba el capitán
Desereines. La población fue saqueada. La señora María Cara-
balí, apellidada en Guapí, la saijeña, rescató las campanas y
otros enseres de la iglesia por la suma de $ 150 plata. Cuando
la chalupa bajaba el río se fue a pique en la boca de Chamón.
Años más tarde sacó de allí el casco Francisco Orobio.
En 1838 fue ejecutada en la plaza de Guapí Ildelfonsa
Montano por haber dado muerte a la hija de la concubina de
su esposo. También se condenó a la pena capital en 1870 al
salteador Domingo Torres, jefe de una pandilla de bandidos que
infestaron por aquel tiempo la región.
En Guapí se dio carta de emancipación a los esclavos que
habitaban desde Guapí hasta Yurumanguí. Hubo con este motivo
en la población pomposas fiestas.
En la guerra de 1841 la goleta Thequendama atacó a Guapí
comandada por Manuel de Jesús Zamora. El teniente de fragata
Augusto María Cabal hizo fusilar a • varios de los insurgentes.
En 1861 hubo también una refriega en el puerto. Juan An-
tonio Borrero, entregóse a los revolucionarios en la boca de
Napi, y el intrépido Gayuso fue allí mismo fusilado por no ha-
ber querido rendirse.
El terremoto de 1838 causó desastres en Guapí: se cayeron
algunas casas y sufrió el frontis de la iglesia.
La Parroquia de Guapí, que dependía hasta 1834 del Obispo
de Quito, pasó a la jurisdicción del Obispo de Popayán por
convenio entre los dos Prelados: reintegración que sancionó el
Gobierno granadino en 1836.
Los siguientes Obispos han visitado la población: limo, se-
ñor Riaño, de paso para el destierro; Francisco Cuero y Caicedo
en 1844, regentada la iglesia por el Padre Ortiz; los Obispos
de Pasto, Ignacio León Velasco en 1885 y Fr. Ezequiel Moreno
en 1896 y en 1903.
Párrocos o Coadjutores de Guapí han sido los siguientes
sacerdotes: Padres Lugo; Santacruz; Cabezas, que murió en la
población; Ortiz, en tres distintas ocasiones; Jiménez; Córdoba;
del Pacífico 97
Marcelino Domínguez; Juan de Dios Rodríguez; Laso; Fernando
Urbano; Fr. Federico Vitellis O. P.; Francisco Javier Campiño;
Daniel Caicedo; Teófilo Albán ; Hilario Sánchez; José María
Mera; Fr. Rufino Pérez; Fr. Tomás Martínez; Fr. Antonio Roy;
Fr. Francisco Sola; Fr. Bernardo Merizalde; Fr. Antonino Caba-
llero; Fr. Andrés Echeverri; Fr. Julián Ciriza y Fr. Hilarión
Uribe.
En 1884 dieron misiones en Guapí los Padres capuchinos,
Fr. Melchor y Fr. Manuel; en 1893 los Padres filipenses José
María Cabrera, Manuel Santacruz, y Aristides Gutiérrez; en 1896
los Padres capuchinos Gaspar de Cebrones y Ángel Aviñonet
y en 1903 los Padres Heliodoro de Túquerres, Justo de Tulcán
y el filipense Peregrino Santacruz; los cinco últimos compañeros
del señor Moreno. Desde 1902 la evangélica labor de los Padres
Agustinos Recoletos en Guapí ha sido una continua misión.
Los ascendientes de don Vicente Arboleda cedieron a la
iglesia la tierra comprendida entre la población de Guapí y el
mar. Así lo reconoció dicho señor en cartas al R. P. Hilario
Sánchez y al señor José María Velasco y Caldas del 4 de febrero
de 1907. Hoy la iglesia disfruta sólo un reducido terreno a las
orillas del riachuelo del Diablo.
En la guerra de 1899 el Gobierno puso en Guapí como
guarnición, bajo las órdenes del capitán Nicolás Becerra a 25
hombres del batallón 16 de Cali, quienes permanecieron ahí hasta
el 16 de marzo de 1900 en que los liberales comandados por el
coronel Heladio Pérez tomaron la plaza, aun cuando sólo por
breves días gozaron de la victoria, porque el 25 del mismo mes
fueron atacados y derrotados por el batallón 3.° de Cali, cuyo
jefe era el coronel Rubén Muñoz, y por el vapor Boyacá. Estas
fuerzas partieron luego para Buenaventura, pero fueron captura-
das en la playa de Chacón por las del vapor Gaitán. A los
prisioneros se les llevó a Guapí y de allí se les remitió a
Tumaco.
Más tarde las fuerzas liberales retiráronse El Charco al lle-
gar a la plaza el batallón 5.° del Gobierno.
El 29 de julio de 1903 murió el señor Ramón Payan, bene-
factor de la población.
98 Costa colombiana
El 19 de julio de 1914 la mitad de la población fue pasto
de las llamas; el incendio comenzó en la casa de la señora
Ernestina Cifuentes, a causa de una chispa que cayó en el techo.
La actuación bienhechora del Padre Tomás Martínez, A. R. y
del señor Aristides Baraya, alcalde entonces del Distrito, los so-
corros suministrados por los comerciantes de Buenaventura y de
Tumaco y la exención de los derechos de artículos de cons-
trucción otorgada por el Gobierno a favor del puerto, fueron
poderoso factor para disminuir las penalidades y amarguras de
los damnificados.
En el documento más antiguo del pobrísimo archivo de
Guapí, y que es de 1872, figura la población como cabecera
de la alcaldía.
Han sido autoridad en el lugar los siguientes señores: Ma-
nuel de Valverde, Pedro Gori, José Delgado, Miguel de los Re-
yes, Antonio Delgado, Manuel Santiago Payan, Domingo Mer-
cado, Manuel Góngora, José María Payan, Esteban Solís, Mag-
daleno Palma, Ramón Payan, Joaquín Gómez, Manuel José Palma,
Gaspar Cobo y Luis Obando, a los cuales deben sumarse los
gobernantes modernos que aún viven.
Por la ordenanza número 103 de 1911, de la Asamblea del
Cauca se creó la provincia del Micay y se le dio por capital a
Guapí. En las fiestas que se hicieron con este motivo, pronunció
un discurso, rebosante de entusiasmo, el señor Aristides Baraya,
la personalidad más saliente de la región.
El Gobierno habilitó el puerto de Guapí por Ley número 39
de 1910.
Esta población es el centro de la Misión de los RR. PP.
Agustinos Recoletos.
La iglesia actual fue levantada por el Padre Hilario Sánchez.
La región del río de Guapí tiene aproximadamente 9000
habitantes.
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CAPITULO XIV
Isla de Gorgona — Topografía de la isla — Temperatura media — Gorgoni-
11a —El Viudo y El Horno — Las bahías de Trinidad y Puerto Piza-
rro — Varios buques que han estado anclados allí — Vegetación — Un
pintoresco lugar — Agua dulce — Pesca de ballenas — Trabajos de bu-
cería — Orfebrería indígena — Actuales dueños de la isla — Resolu-
ción del Poder Ejecutivo en 1853 — El Sargento Mayor Federico
D'Croz— Posición estratégica de la Gorgona.
A 24 millas de la Punta de Quiroga en la desembocadura
del río de Guapí en dirección a N. O. y a 15 millas de la Pun-
ta de los Reyes, casi a igual distancia entre Buenaventura y Tu-
maco, se levanta hasta 1200 pies sobre el nivel del mar, la Isla
de Gorgona, donde la Naturaleza ha sido pródiga en manifestar
toda la exhuberancia y riqueza de la zona tropical.
A un solo golpe de vista se presentan ante el espectador
árboles seculares, peñascos multiformes, como ruinas ciclópeas
de castillos medioevales, y el mar sin límites, cuyas olas, for-
man enormes cascadas de blanca espuma e irisadas perlas al
chocar contra los arrecifes y rocas, y producen estridentes deto-
naciones que repercuten a manera de cañonazos en un campo
de batalla en los cerros de la isla.
La configuración de la Gorgona es montañosa y tiene tres
altos principales: El Rabo, Trinidad y Punta Brava. En la base
occidental del segundo existe una grieta de unos 100 metros de
longitud y cinco pulgadas de latitud por donde salen substan-
cias sulfúricas y donde se ve en la pleamar que el agua hierve.
Según el capitán Henry Rellet, inspector de la marina real
inglesa y el comandante James Wood, que midieron la isla en
100 Costa colombiana
1847, su longitud es de cuatro millas y media y su latitud en
la parte que más se dilata, entre La Trinidad y Punta Brava,
de milla y media.
El clima de la isla es de 26° del centígrado. Por las maña-
nas soplan vientos del Este y del Sur; y después del medio día
del Suroeste, Oeste y Noroeste. En la época del verano, enero,
febrero, marzo y abril, reinan los vientos del Norte. En octubre
suele haber tempestades y llueve constantemente de mayo a di-
ciembre.
Las playas de la isla son verdaderamente hermosas. Las
hay de cascajo, grueso y menudo, de arenas grises y de espu-
ma de mar (silicato hidratado de magnesia); estas últimas son
de color blanco matizado con arenillas negras, lo que les da un
bellísimo y singular aspecto. El mar arroja permanentemente a
esas playas innumerables conchas y caracoles de los más varia-
dos tintes y formas. Las aguas que circundan la isla son muy
cristalinas y se puede ver el fondo hasta una profundidad míni-
ma de seis metros.
Al Oeste de Gorgona queda la Isla de Gorgonilla, que tiene
180 pies de altura sobre el nivel del mar. Es corta la distancia
de la una a la otra, y en la bajamar se puede transitar por la
canal a pie enjuto. Hay también dos cayos próximos a la isla:
El Viudo y El Horno; el primero se yergue al Norte y el se-
gundo al Sur.
En todo el perímetro de la isla hay buenos fondeaderos
para barcos de cualquier calado ; pero los puntos que ofrecen
mayor fondo y mejor abrigo son las bahías de La Trinidad y
Puerto Pizarro. Allí han estado fondeados sin ningún peligro bu-
ques de regular calado como el Juana Martina de 2500 tonela-
das y el Bremen, crucero alemán de 8000 toneladas con 40 y 60
metros de cadena respectivamente.
Una barca peruana llamada la Máncora encalló hace unos
32 años al N. E. de Gorgona, en viaje de Buenaventura al río
de Tapaje.
En la noche del 1 1 de diciembre de 1901 el vaporcito Pa-
dilla que había fondeado en la bahía de Puerto Pizarro, pero
fuera del abrigo de su bienhechora comba, se fue al garete. A
los vapores Gaitán y Panamá, anclados con 15 metros de cade-
del Pacífico 101
na allí mismo, no les pasó nada a pesar del temporal produci-
do por viento del S. S. O., de aquella noche. Este acontecimien-
to dice mucho a favor de la hondura de aquellas ensenadas,
pues justamente lo que le sucedió al vaporcito fue por haber
estado fondeado en un lugar demasiado profundo para su tama-
ño, pues sólo tenía 680 toneladas de registro. Estos vapores con-
ducían a Panamá la expedición revolucionaria que había forma-
do en Tumaco el general Benjamín Herrera.
En dirección de Gorgona, hacia el cabo de Guascama, el
fondo marino es de rocas. ¿No estaría antiguamente la isla unida
al continente?
En los bosques de la isla crecen árboles de variadas espe-
cies como jigua, laurel, caimitillo, pichicande, roble, níspero ma-
charde, tangaré y pacora. La fauna se reduce a monos, guatines,
iguanas y pericos ligeros. Los ofidios abundan. Al Norte de la
isla don Ramón Payan levantó una hacienda con buen éxito,
pero fue talada en la revolución de 1899 por las fuerzas del Go-
bierno que estuvieron allí dos veces y por las de los liberales,
quienes permanecieron en una ocasión doce días en número de
1100 hombres. Hoy sólo se encuentra en este lugar una casa de
habitación.
Al Sur, el cumplido caballero don Leopoldo D'Croz ha co-
locado el nido risueño de sus amores y se ha dado al cultivo
de la tierra y embellecimiento de su morada. No quiero descri-
bir la hermosura que encierra aquel rinconcito con la casa en-
tre flores, y las plantaciones de cocoteros, y los prados verdísi-
mos en que pace el ganado a la orilla del mar, y las playas
donde se reflejan en las conchas y madréporas todos los colo-
res del iris y donde por miles se ven las gaviotas blanquecinas
y las garzas de plumaje polícromo.
Cuarenta arroyuelos de agua potable, fresca y límpida bajan
de los altos cerros y van a tributar al mar, después de recorrer
en diversas direcciones, como los rayos de una estrella, las are-
nosas playas. De éstos los principales son La Trinidad y Las
Mercedes.
En las diáfanas aguas del mar nadan a la vista desde los
dorados y argentinos pececillos hasta los grandes cetáceos. A
nuestra memoria acude la impresión que nos causaban, sobre
102 Costa colombiana
todo, los inmensos pulpos que abundan en esas aguas, donde
también caen pargos, bravos, salmonete, corbinas, espejuelos, sar-
dinatas, sierras, atunes, lisas, pámpanos y otros muchos peces,
en los anzuelos de los pescadores. Después de cada plenilunio
se cogen por la noche con la mayor facilidad dos mil a tres mil
agujas.
Desde los polos hacen viaje a las templadas aguas de los
trópicos en los meses de junio a septiembre las ballenas, cuya
pesca es en extremo interesante,
Con este objeto hasta hace pocos años arribaban a Gorgona
por aquel tiempo varios buques de una compañía noruega esta-
blecida en Chile.
Otra cosa interesante en la Gorgona es la extracción de
conchas madreperlas, que se practica por medio de buzos con
escafandro.
En el sur de la isla se han encontrado anzuelos y braza-
letes de oro y restos de vasijas de barro.
Actualmente son dueños de la Gorgona don Fidel D'Croz
y los herederos del señor Ramón Payan.
El 24 de febrero de 1853 el juez parroquial del partido de
las playas, por mandato del juez del segundo circuito de Bar-
bacoas, dio al Sargento Mayor Federico D'Croz la posesión de
las islas de Gorgona y Gorgonilla por resolución del Poder
Ejecutivo, que es del tenor siguiente:
«Adjudícanse al Sargento Mayor Federico D'Croz los terre-
nos baldíos de las islas Gorgona y Gorgonilla, cantón de Iscuan-
dé, en virtud del derecho a novecientas sesenta (960) fanegadas
que el Poder Legislativo le declaró como comprendido entre
los militares agraciados en Decreto de 2 de mayo de 1846.»
Federico D'Croz hijo legítimo de Emanuel D'Croz y Eliza-
bet Deccazi, nació en Hamburgo el año de 1798; militó a las
órdenes de Napoleón I y en la derrota de Waterloo se pasó de
incógnito a Inglaterra donde se incorporó en la expedición del
coronel Ramón Nonato Pérez, con quien vino a Venezuela para
unirse al ejército libertador comandado por Bolívar. Sobresalió
por su valor en la campaña de la magna guerra y sirvió a la
República hasta el año de 1852, que se retiró del ejército. Vivió
en la Gorgona con su familia 25 años.
del Pacifico 103
En la inauguración de los trabajos del ferrocarril de Bue-
naventura, se designó al Sargento Mayor D'Croz para dar la
primera azadonada.
A edad muy avanzada, querido y respetado en toda la Costa,
murió en el puerto de Buenaventura el señor D'Croz. En el
testamento, otorgado en dicho lugar, dejó como herederos a
sus hijos, uno de los cuales vendió la parte norte de la Gor-
gona al señor Ramón Payan.
La isla de Gorgona es un lugar verdaderamente estratégico.
Su posición equidistante de los puertos de Buenaventura y de
Tumaco la constituye en señora de toda la Costa sur de Co-
lombia.
Juzgamos que el Gobierno de la Nación debe preocuparse
por hacer, a lo menos, acto de presencia en la isla. Si Gorgona
continúa como hasta el presente olvidada por completo entre
las olas del Pacífico, no deberemos extrañar que el día de ma-
ñana venga a ser presa de extranjeras manos.
CAPITULO XV
Río de Iscuandé — Hidrografía — Minas de Sanabria — El Carrizo -La
población de Iscuandé - Su decadencia — Abandono del Archivo —
Derrota de Tacón en Rodea -Encalladura de La Rosa de Los An-
des— Suicidio del Coronel Francisco García en 1 83 1 — El Acta de
Iscuandé en 1830 — Pronunciamiento a favor del Ecuador — Jura de
la Constitución Política de la Nueva Granada — Varias leyes del
Congreso — El Cantón de Iscuandé apoya a Obando — Naufragio de
algunos buques en los bajos de Iscuandé — Ayer y hoy.
El río de Iscuandé, impetuoso en la parte superior, manso y
tranquilo en la inferior, de rumbo Occidente, Norte, Occidente,
nace en la cordillera, juntamente con el Iscuandecito. Entre los
dos queda el bosque de Támar, al Occidente. El Iscuandé en su
curso de 150 kilómetros recibe las aguas de 150 leguas cuadra-
das desde Cacanegro a San Juan. Los principales afluentes son
el Munchique por la derecha, y la Junta, Matambí y San Luis
por la izquierda. Cerca de la desembocadura del Munchique hay
un salto, del cual parte el camino para el río de Guapí. Los
puntos principales desde este lugar hacia el mar son: San José,
Buga, El Alto, Arenal, Caimanes, La Quinta, La Fragua, La Loma,
Vueltalarga, Parmiño, Iscuandé, Pital, Sequihonda, Rodea y El
Pueblito. Desemboca el Iscuandé «por seis brazos que llevan
al mar 3000 metros cúbicos por segundo.» (1)
En la boca del brazo o estero de Chanzará al Norte, hay
una playa de nombre Chico-Pérez, y en el de Quigupí quedan
Las Vaquitas. El arroyuelo de Sequihonda está unido con el de
(1) Nueva Geografía de Colombia, página 2jy.
del Pacifico 105
Pato, afluente del Tapaje , por el estero de La Angostura. Tam-
bién une a los dos ríos el estero de El Barco. « El río es nave-
gable por embarcaciones menores unos 60 kilómetros.» (1)
En las cabeceras del río se encuentran las renombradas minas
de Sanabria, de oro corrido; y perdidos en medio de la montaña
hay tres pequeños caseríos.
La población de Iscuandé que primitivamente estuvo situada
en el puerto de El Carrizo, de donde por los asaltos de los piratas
fue retirada siete leguas adentro, al lugar que hoy ocupa, fue fun-
dada por Francisco Parada y tiene actualmente cincuenta y dos
casas, una iglesia bastante buena, que posee algunas tierras en
Tapaje, casa cural y dos edificios para escuelas de varones y de
mujeres.
Iscuandé, que fue la población principal de nuestro litoral
Pacífico en los tiempos coloniales, se encuentra ahora en perfecta
decadencia debido a la posición, río adentro, que el pueblo tiene.
Si Iscuandé hubiese permanecido en El Carrizo hoy sería el pri-
mer puerto de la Costa. Primeramente Guapí y después El Charco
arrebatáronle el comercio, y sus habitantes se vieron obligados
a trasladarse a aquellas plazas que les brindaban maneras múl-
tiples de ganar la vida.
El Archivo de Iscuandé es verdaderamente rico; ¡pero en qué
estado se encuentra! Los documentos relativos a la colonia fue-
ron trasladados a Tumaco y los que se refieren a la República
yacían hasta 1918 hacinados en el suelo de un cuarto de la
casa municipal, víctimas de los ratones. ¡Cuál será el fin de este
archivo en un lugar tan húmedo como Iscuandé, donde se ignora
lo que significan esos papeles ininteligibles, carcomidos por el
tiempo y cubiertos de polvo! Nosotros tratamos repetidas veces
de que se pusiesen los medios para la conservación y arreglo
del archivo, pero nadie se curó de hacernos caso; ¿por qué, si
permanece en el mismo lamentable estado, la Academia Nacio-
nal de Historia no pone manos en este asunto?
Cerca a Iscuandé se encuentra la isla de Rodea donde Tacón
fue derrotado por los patriotas.
En el estero de El Barco encalló La Rosa de los Andes,
(i) Nueva Geografía de Colombia, página 279.
106 Costa colombiana
cuando se internó en el río de Iscuandé para salvarse de la
fragata española llamada La Prueba con la que había sostenido
por dos días a la altura de Punta Galera un reñido combate el
16 de mayo de 1820.
Sucre, cuando se dirigía en 1821 de Buenaventura a Gua-
yaquil, envió de Iscuandé a ocupar la isla de Tumaco al coman-
dante Ángel María Várela.
El 24 de marzo de 1831, después de la capitulación de Is-
cuandé, gracias a las fuerzas mandadas por López, de Cali a
Buenaventura, se quitó la vida en aquella población, abrumado
por el desastre, el coronel Francisco García, quien fue con Manuel
de Jesús Zamora, capitán de la goleta mercante La Rosa, alma
primero del separatismo, y luego, desengañado con los desór-
denes del Ecuador, de la unión del Litoral pacífico al centro.
El 29 de agosto de 1830 se había firmado en Iscuandé la
célebre Acta, por la que dicha capital se unía al Estado del Sur.
En ella se apellidaba a Zamora Gobernador y a García coman-
dante de armas. Los cantones de Guapí y Micay siguieron el
ejemplo de su capital. Raposo permaneció unido al interior.
En 1832, cuando por nuevas intrigas de Flores, se pronun-
ció a favor del Ecuador la provincia de Buenaventura, Zamora
reunió alguna tropa en Iscuandé para ayudar al venezolano Fruc-
tuoso Oses que estaba en el puerto de Buenaventura, donde fue-
ron derrotadas las fuerzas que comandaba el sargento mayor Vi-
llamarín, quien perdió la vida en la refriega. Después de la toma
del puerto por el coronel Córdoba y de la aprobación de los tra-
tados entre las dos Repúblicas, todavía tardaron dos meses lar-
gos las autoridades ecuatorianas en evacuar el territorio de la
provincia de Buenaventura. No faltaron por esos días en el can-
tón de Iscuandé algunos desmanes cometidos a nombre del Ecua-
dor¡por'Zamora y Manuel Tarazano, contra quienes ejerció san-
ción el comandante militar de Guapí.
Después de la reincorporación de los cantones de la provin-
cia_ de;¡Buenaventura al centro, don Nicolás Caycedo y Cuero
tomó"posesión de la Gobernación en Iscuandé el 10 de febrero
de 1833 y procedió inmediatamente a la jura de la Constitución
política de la Nueva Granada.
El cuarto Congreso Constitucional de la República que se
reunió en Bogotá el 1,° de marzo de 1836 dio un decreto el 19
del Pacífico 107
de mayo sobre privilegio hasta el 1.° de junio de 1880 a una
compañía de Pnpayán para abrir un camino de esa población a
Iscuandé, cuya aduana fue suprimida por Ley 19 de 1860. Más
tarde, el 21 de noviembre de 1894, por la Ley 24 se hicieron ex-
tensivas a Iscuandé y Mosquera las rebajas de los derechos de
importación concedidas a Tumaco por la Ley 21 del 21 de octu-
bre de 1890.
En 1840 los cantones de Iscuandé y Micay apoyaron la re-
belión de Obando. En los bajos de Iscuandé se han ido a pique
algunos veleros como La Juana Martina y La Villa de Bilbao.
Generalmente en todas las guerras liberales Iscuandé ha
contribuido con un contingente poderoso a fomentar las revolu-
ciones, comoquiera que la mayoría de sus habitantes pertenecen
al partido mencionado.
I Lo que son las vicisitudes que se registran en las monogra-
fías de las poblaciones! Iscuandé que ayer, como quien dice, era
la señora de la Costa, asiento de la Gobernación, emporio de ri-
queza, centro de educación, hoy vive sólo de recuerdos, reduci-
da a un mísero corregimiento, sin sacerdote fijo y con poquísi-
mos habitantes que vegetan entre sus ruinas, en pobreza relati-
va ciertamente, pero con almas donde se anidan grandes pensa-
mientos y estupendos proyectos sobre el porvenir de la pobla-
ción. Hago votos al cielo para que se realicen.
CAPITULO XVI
El río de Ta paje — Comercio — -Agricultura — Lugares importantes — Be-
llavista — Don Manuel de Olaya — Don Carlos Olaya — Curiosas me-
nudencias— Playagranda y El Rosario — Fundación de El Charco —
Importancia comercial de El Charco — Don Fidel D'Croz.
Los varios arroyuelos que forman el río de Tapaje tienen sus
orígenes en los cerrillos de San Luis y en Laguna Brava. Su cur-
so es de 90 kilómetros en dirección del S. E. a N. W. Propiamen-
te ningún verdadero río desemboca en Tapaje, a no ser un brazo
del Iscuandé que le tributa. El arroyuelo del Cuil es importante
porque por él es muy fácil la comunicación con el Patía viejo.
Al abrir un canal entre los dos ríos, cosa muy factible, ganaría
inmensamente la región de Tapaje. Antiguamente iba por esa vía
el correo de Iscuandé a Barbacoas.
Tapaje es sin duda alguna el río más comercial y rico de
esa parte de la Costa. Está muy habitado y en él hay verdadera
agricultura en cuanto lo permite el terreno. Semanalmente salen
de El Charco veleros o canoas para Buenaventura, Tumaco u otros
ríos, cargados de cocos, plátanos, caucho, etc. Viajan también
los veleros a Panamá y al Perú. El comercio con Paita es activo.
De allá se importa la sal, y en cambio se exportan plátanos,
cascara de mangle y maderas de construcción. En varios puntos
de las riberas del río hay pequeños hatos, que tal vez con el
tiempo sean una fuente de riqueza. Los nombres de los principales
lugares de la cordillera hacia el mar son los siguientes: El Palo,
Bellavista, Cuil, El Brazo, Blayagrande, El Castigo, El Rosario,
El Hojal, Montealto, Banguela, Arenal, Guayaquil, El Hormiguero,
El Mero, La Capilla, El Charco, Llanzal, El Barco, Las Islas,
Venecia y Domingo Ortiz.
51 .
del Pacifico 109
La población de San José de Pulvuza, que ya no existe,
en el arroyuelo de su nombre y las de El Palo, Bellavista y
El Brazo, fueron fundadas como centros mineros por don Manuel
de Valverde. La capilla de El Palo en la margen derecha del río
está en ruinas. Allí fue sepultado un sacerdote pastuso a quien
hace unos cuarenta años envenenaron en ese lugar el mismo día
que celebraba la fiesta de la Asunción de la Virgen.
La capilla de Bellavista se encuentra también al presente en
estado ruinoso y la casa cural es un cuchitril plagado por todas
partes de bichos. No era así antiguamente. En Bellavista vivió
don Manuel de Olaya después de haber comprado las minas de
Valverde, y más tarde su hijo don Carlos. Don Manuel fue casa-
do en Cali con doña María Manuela Salazar. A principios del
siglo XVIII pasó a Iscuandé y luego a Tapaje, donde se consagró
al laboreo de las minas de oro. Durante la guerra de la indepen-
dencia contribuyó con su dinero y con su persona a la causa de
la emancipación; murió en Iscuandé. Don Carlos nació en Cali
en 1801 y después de terminar sus estudios en el seminario de
Popayán fue a la Costa y se estableció en Iscuandé; más tarde
pasó de allí a la mina de Bellavista, donde vivió luengos años.
La historia de Tapaje está íntimamente unida a la del señor
Olaya por haber sido el alma del río durante unos cincuenta años.
Fue el dueño del río y de la playa de Sanquianga, de Sa-
tinga, Sequihonda, Aguacatal, Nerete, Sanabria, Pulvuza, y Ta-
paje, desde Supí hasta las cabeceras; tuvo numerosos esclavos y
llegó a reunir una cantidad fabulosa de oro. En el archivo de
Iscuandé se encuentran varios documentos que confirman las
riquezas del señor Olaya. En uno, por ejemplo, se lee que las
autoridades hicieron en Barbacoas un empréstito a don Carlos
por $ 5000 oro, «de grado o a la fuerza», y en otro que el
dicho señor había pagado lo que le correspondía anualmente por
los mil esclavos que íenía en sus minas. En 1860 subieron cua-
renta ladrones a la mina, suspendieron de una viga a Olaya y a
su hijo Víctor y le saquearon la casa. José María Arroyo persi-
guió a los bandidos y logró rescatar parte de lo robado. En
Sanquianga también fue víctima el señor Olaya de otro robo
hecho por determinadas personas, cuyos nombres callamos por
respeto a sus descendientes, que son personas muy estimables.
ílO Costa colombiana
Don Carlos hacía frecuentes viajes al Perú a vender oro; y a
Bellavista subían con el objeto de negociar con él acaudalados
comerciantes del Litoral. Semanalmente daba don Carlos sesenta
plátanos a cada esclavo, de donde viene la costumbre establecida
hoy en toda la costa de vender aquel fruto por raciones. Cada
una tiene sesenta plátanos.
Es de justicia confesar que el señor Olaya contribuyó pode-
rosamente a fomentar las riquezas, con los trabajos de agricultura
y ganadería.
Don Carlos testó en 1866 a favor de sus nueve hijos natu-
rales, y murió al año siguiente en la playa de Sanquianga.
Playagrande tiene un siglo de existencia. Pedro José Vaca
cedió el sitio para la fundación del pueblo en 1820 y a instan-
cias del Padre Cipriano Gutiérrez levantaron la capilla Gregorio
Hurtado, Elias Castro y Gabriel Montano. El Rosario es de hoy.
El Padre José María Mera dio principio a la iglesita, que puede
ser con el tiempo la mejor del río.
La fundación del Charco se debe al señor Fidel D'Croz,
nieto del procer Federico D'Croz, porque él cedió un sitio de
240 metros de frente por 240 de fondo para levantar la pobla-
ción, en un terreno que había comprado a Severina Campaz,
viuda de Hermenegildo Olmedo, el 22 de julio de 1890 y donde
se había establecido el 19 de abril de 1899.
Federico Archer y Nicolás Martán, que por aquel tiempo
vivían en la margen izquierda del río también pensaron en fun-
dar una población, pero nada hicieron para dar cima a su idea.
A fines de 1903 fue a Iscuandé a practicar la visita oficia!
don Heladio Polo, y, al ver la decadencia del pueblo, pensó en
dirigirse a la Asamblea para pedir la incorporación de aquel
distrito al de Mosquera, mas varió de parecer a causa de la
cesión del terreno hecha por don Fidel y trabajó en el sentido,
digno de loa, de trasladar la cabecera municipal a El Charco.
Efectivamente, el 12 de junio de 1904 la Asamblea dio la
siguiente ordenanza:
«Artículo único. Trasládase la cabecera del Distrito de Iscuan-
dé, provincia de Núñez, a la población denominada El Charco.»
En el mes de enero de 1905 se dio cumplimiento a la orde-
nanza.
del Pacifico \\\
Actualmente de Buenaventura a Tumaco, El Charco es la
población más importante de la Costa. El comercio aumenta de
día en día; y no puede ser de otra suerte, dado el céntrico
lugar que ocupa el pueblo, camino obligado para las embarca-
ciones que viajan por aquellas costas.
La iglesia está en construcción. Hay escuelas para varones
y para niñas.
Merece una mención encomiástica el honorable anciano don
Fidel D'Croz, quien ha trabajado sin cesar por el engrandeci-
miento de El Charco; lo mismo han hecho sus hijos don Emilio,
don Leopoldo y don Aníbal.
En una velada literaria que hubo en El Charco en diciem-
bre de 1916, lanzó la idea uno de los oradores de cambiarle a
la población el nombre por el de D'Croz en atención a los méri-
tos del procer de la independencia don Federico D'Croz y a los
de su hijo don Fidel, fundador y alma del poblado. Muchas per-
sonas trataron de que se realizase aquella idea, pero otras, más
por enemistades personales que por sólidas razones, dieron con
ella en tierra.
Ojalá más tarde, cuando obre el patriotismo y no la pasión
lugareña, se haga justicia a los méritos del noble y digno ciu-
dadano don Fidel D'Croz.
CAPITULO XVII
Una red de esteros — La Tola y Sanquianga — Varias Playas — Mosquera.
El río Patía y sus afluentes — Laguna de Chimbuza — Posibilidad de
un canal — Bocas del Patía— Leyes del Congreso para establecer la
navegación en el Patía — Primer vapor que surcó las aguas del río —
Agricultura — Salahonda — Opiniones del sabio Caldas sobre el Patía.
Fronterizo a El Charco parte el estero de Martínez, unido al de
Torres, y éste al del Aguacatal; y así continúa una ciénaga,
cuyos caños reciben diversos nombres y que ocupa una exten-
sión inmensa: desde el Tapaje hasta el Patía. Los ríos principa-
les son la Tola y Sanquianga. En el primero hay dos pueblos
La Tola y La Tolita y en el segundo Sanquianga, y El Carmen en
uno de los brazos o esteros de la desembocadura en el mar.
Debemos también mencionar a Satinga en el río de este nombre
afluente del Sanquianga y al Calabazal, pequeño caserío. En
todos funcionan escuelas y capillas.
Hay también varias playas dignas de mención: Domingo Or-
tiz, en la margen derecha del Tapaje y la Punta de los Reyes
en la izquierda, Bazán, Boquerones, Amarales, Mulatos y la Vigía,
tal vez el único lugar de la costa donde todos los habitantes
son blancos.
El Sanquianga nace en la hermosa laguna de su nombre,
«situada a 15 kilómetros de la orilla derecha del curso inferior
del Patía, 45 kilómetros arriba de la desembocadura del Telembí.»
La comarca recorrida por el Sanquianga es bastante plana y la
bahía donde rinde sus aguas al mar amplia y profunda. Según
el dictamen de peritos ingenieros es relativamente fácil la comu-
nicación del interior al litoral por la vía de Sanquianga.
del Pacifico ¿13
El pueblo de Mosquera en el estero del mismo nombre,
llamado antiguamente San Francisco de Tierra Firme, parece que
en otro tiempo tuvo alguna importancia; hoy es un pobre case-
río sin movimiento y sin vida. Los mosquitos abundan tanto, que
para celebrar la santa misa es necesario tener en el altar a uno
y otro lado braseros que den humo para ahuyentarlos.
El nombre actual del pueblo data de época reciente en me-
moria del general Tomás Cipriano de Mosquera.
La iglesita nueva es regular: tiene 25 metros de longitud
por 8 de anchura. Hay escuela.
«El Patja es el segundo río de este litoral por la masa de
sus aguas, pero el primero por la magnitud e importancia de su
hoya; se divide en dos porciones, litoral la una, intercordille-
rana la otra, más rica y poblada. Al Patía afluyen por la izquier-
da riachuelos sin importancia, en tanto que por la opuesta banda
le caen dos grupos considerables de afluentes. El primero lo
constituye el Dosríos, formado por el Guachicono y el San Jorge,
que se juntan en la llanura poco antes de morir: el Guachicono
que describe un arco acentuadísimo, recoge las aguas paralelas
que entre angostas cuchillas surcan las tierras que median entre
la Sierra y el páramo de Almaguer; el San Jorge hace lo propio
con las nacidas en la tierra no menos quebrada, pero que en
otra forma se dilata de ese páramo a la montaña de Bateros.
El segundo grupo lo forman el Mayo y el Juanambú, célebres
en los anales militares de Colombia, y cuyas bocas no distan
una legua: ios dos nacen muy cercanos, ambos formados por
dos ramas principales, y corren más francamente de E. a N.
por grietas-valles que separa la montaña del Arenal, que las
aleja bastante hacia la mitad de su surco, recibiendo el Jna-
nambú por la izquierda el tributo de las aguas que riegan las
breñas de Pasto.
En la boca del Juanambú, el Patía principia la acentuada cur-
va que lo lleva largo trecho al N. W., y en cuyo trayecto franquea
la cordillera del Chocó por la formidable hoz que dominan los
cerros Cacanegro y Sotomayor, vulgarmente denominada estrecho
de Minamá.
El Patía recibe muy cerca del Juanambú El Guáitara conoci-
do por lo salvaje de su lecho y lo precipitado de su curso y el
8
i 14 Costa colombiana
cual en 100'kilómetros de su longitud baja unos 3000 metros sin
un trecho de reposo, porque su cauce no es sino una enorme grie-
ta entre escarpas de 800 a 1000 metros, abierta en la cordillera
por los mismos fenómenos que le dieron el ser, de suerte que es
el rasgo tectónico originario de !a actual cuenca hidrográfica del
Patía o sea el tlialweg de la comarca, antes de la aparición de las
traquitas. El Guáitara, que nace en el Chiles y se llama Carchi en
sus primeros kilómetros engloba en su parte alta las altiplanicies
de Túquerres, ayudado por el Sapuyes que le tributa no lejos del
Angasmayo quizá el río más salvaje de Colombia, y en la baja por
medio del Bobo y de varios torrentes, la mayor parte de las del
Volcán Galeras, frente al cual lo engrosa el Pascual, el más largo
de sus afluentes. Así engrosado el Patía, ya gran río, penetra en
los desfiladeros de la cordillera del Chocó, buscando la lianura
que baña el Pacífico, en la cual ha divagado su lecho, gira al S.
W. y recibe el Telembi.
A partir de la boca del Telemb', el Patía con exagerada an-
chura tuerce al N. W. y avanza majestuoso en largos giros surcan-
do tierras bajas llenas de pantanos y ciénagas, pero con algunos
oteros y altozanos.
Es, pues, el Patia una corriente considerable cuyo curso se
divide en alto y bajo. Por desgracia, presta poca utilidad como
camino, a pesar de reunir el tributo de 80 ríos y 400 arroyos, por
culpa de esa división.» (1)
El Patía recibe en la parte baja, antes de la confluencia con
el Telembi, los siguientes ríos: Llanada, Mansalví e Ingüí con su
afluente el Guanambí, donde están situadas las poblaciones de Jet-
semaní y Payan. También hay que hacer mención del Patía Viejo,
abajo del Telembi y del arroyo de Pirí.
La laguna de Chimbuza es digna de mención porque el día
que se abriese un canal entre ella y el río Chagui se facilitaría
inmensamente la comunicación con Barbacoas. Esta obra es difí-
cil porque el istmo de Chapul tiene próximamente legua y media
de anchura. Sin embargo el 5 de abril de 1836 la Cámara de la
provincia de Pasto decretó la ejecución de la obra; y el Con-
greso llamó a licitación para realizarla por decreto de 4 de oc-
(1) Nueva Geogr fía de Cr'lomb;;, i:'g a 279
del Pacifico 1 1 5
tubre del mismo año y ofreció conceder privilegio por 20 años
y permitir el cobro de 2 a 8 reales por cada bulto de mercan-
cías extranjeras, y de 1 a 4 por los de frutos del país que por
el canal transitasen.
El Patía tributa al mar por cinco grandes bocas: Brazo
largo, Hoja blanca, Santa Rosa, San Ignacio y Guandipa. Las
bahías del Guinú y Caballos tienen amplitud y profundidad.
Las playas de El Cocal, La Tasquita, San Ignacio y San Juan
son grandes y hermosas; en la última hay un pequeño caserío
con escuela y capilla.
Los brazos del Patía están unidos entre sí por muchos este-
ros, por donde viajan las embarcaciones menores. El delta que
forma el Patía tiene 65 kilómetros en la costa por 25 de Guan-
dipa al mar.
En el Patía bajo hay algunos pasos peligrosos para las
embarcaciones como los remolinos grandes y chiquitos. En aqué-
llos naufragó el vapor Nariño hace poco tiempo. Además e¿ de
advertir que en los tiempos de verano el río es innavegable a
vapor. Las partes más difíciles en tiempo de verano son: las
Vueltas del Gallo, Guandipa, el Guaco, Pateros, Conde, Limo-
nes, Pumbí y Purí.
El Gobierno se ha preocupado frecuentemente por la nave-
gación en el Patía para facilitar la comunicación de la Costa
con el interior. En noviembre de 1869 se concedió en Pasto
privilegio al señor Roberto B. White, para establecer la nave-
gación a vapor en el Patía y en el Telembí. El Gobierno con-
cedía a White sesenta hectáreas de tierras baldías y el uso del
privilegio exclusivo por cuarenta y nueve años. Este debía dar
una fianza de $ 2000 y cumplir el compromiso en el plazo de
cuatro años, además aquel se reservaba el derecho de tomar el
veinticinco por ciento de las acciones.
La ley de 14 de mayo de 1882 mandó fomentar la navega-
ción a vapor en el río de Patía.
Terminados los cuatro años del privilegio otorgado a White
y no habiendo dado cumplimiento a sus compromisos, algunos
comerciantes de Pasto trataron de establecer por su cuenta la
navegación fluvial a vapor entre Tumaco y Barbacoas; por lo
cu U la ley 57 del 29 de septiembre, expedida por el Congreso
116 Costa colombiana
de 1887, concedió la subvención de $ 80 mensuales durante
cinco años a quien llevase el primer vapor. El Colombia, des-
graciadamente de efímera existencia, porque voló el 1.° de marzo
de 1886, surcó por primera vez las aguas del Patía. Después
siguieron La República y muchos otros.
Antiguamente había en el Patía grandes plantaciones de
cacao; pero desde la guerra de la independencia fueron aban-
donadas. Todavía se recoge, sin embargo, algo del precioso
fruto, aunque en verdad en poca escala, a lo menos en el bajo
Patía. Actualmente se encuentran buenos arrozales, platanares y
cañaverales.
Algunos señores como don Vicente Micolta, han tratado con
tesón digno de loa de dar empuje a la agricultura en el Patía,
pero creemos por lo que hemos visto con nuestros propios ojos
que sus bríos y buenos propósitos se han estrellado contra la
apatía de los negros y las inclemencias del clima. Cuanto los
historiadores antiguos dicen de las riquezas del Patía, debe en-
tenderse de la parte alta o del valle, porque ingenuamente con-
fesamos que no creemos que en la parte baja hubiese en tiempo
de la conquista muchos moradores. Ciertamente hubo a las ori-
llas del río algunos caseríos, de los cuales el principal estaba
ubicado en la isla del Gallo, donde se fundó la población de
Salahonda que fue algo en los tiempos coloniales; ahora está en
manifiesta decadencia. Tiene iglesita, dos escuelas y es la cabe-
cera del distrito. El archivo parroquial, que data sólo de 1830,
se guarda en Tumaco. Las embarcaciones menores para no pasar
por los peligrosos bajos que hay en la desembocadura del Patía,
transitan por un canal que une al río con la ensenada tumaqueña.
El sabio Francisco José de Caldas emite estas opiniones
acerca del Patía en su Memoria sobre el estado de la geografía
del Virreinato de Santa Fe de Bogotá.
«Del Valle de Pasto y sus cercanías descienden ríos con-
siderables (Guáitara, Juanambú y Mayo) que se reúnen al Patía
y de que vamos a tratar inmediatamente, y dudo que hasta hoy
se haya hecho alguna tentativa para reconocerlos. Los pastos
tienen el pésimo camino de Barbacoas, y no se ha pensado en
mejorarlo en 300 años de existencia. Se cree que el terreno no
permite otro mejor; pero, ¿se ha buscado pjr algún iníeügente?
del Pacifico 117
¿Sobre qué hechos se funda esta aserción voluntaria? En fin,
Popayán que parece el país más cerrado de la Nueva Granada,
tiene el recurso del Patía, río caudaloso y el más bien situado
de toda la cordillera para establecer una pronta comunicación
con todas las provincias marítimas del Sur. Los habitantes de
esta ciudad hasta hoy no han fijado su atención sino sobre la
cordillera. Todos sus esfuerzos se han dirigido a montar ese
soberbio muro, a dirigir sus rutas al ocaso, sin principios y sin
luces. Si en lugar de vaguear sobre la cima de los Andes hu-
bieran reconocido el curso del Patía, tal vez se hallarían en
posesión de un camino expedito y cómodo, que llevase sus
frutos a Barbacoas, a Tumaco y a todos los puntos de la Costa.
El Valle de los Patías es de los más bajos, y en él se reúnen
las aguas de más de 40 leguas de la cordillera. Los ríos de Timbío
y Quilcasé lo bañan por el Norte y lo atraviesan de Norte a
Sur; por aquí se descargan en su fondo Guachicono y San Jorge
y van a unirse, con los primeros en la parte más austral de
este valle abrasador. Pocas leguas más abajo recibe por el
Sudeste a Mayo, Juanambú y Guáitara, ríos caudalosos y que
no se vadean en ningún tiempo del año. Hasta hoy ignoramos
los que recibe por el poniente, que bajan de las montañas de
Sandagua.
Cuando vi en 1801 el caudal de todos estos ríos, cuando el
barómetro me enseñó su nivel, cuando he reflexionado sobre todo
el curso del Patía, no he podido dejar de concebir fundadas
esperanzas de que algún día los moradores de Popayán, y prin-
cipalmente los propietarios de este fecundo valle, hagan esfuer-
zos para salir de la cordillera que los mantiene confinados. La
navegación del Patía es muy interesante, no sólo a Popayán,
sino también a Pasto, a Los Pastos, a Barbacoas y a la costa,
y merece que entremos en algunos pormenores. En la emboca-
dura del Guáitara (por Io 28' latitud boreal) ha recogido el
Patía las aguas de 75 leguas de Norte a Sur, y 25 de Oriente
a Poniente, es decir, las aguas de un área de 1875 leguas cua-
dradas. Este es justamente el punto en que comienza a cortar
la cordillera para salir a bañar las llanuras de Barbacoas. Qué
caudal de aguas tan asombroso no se habrá reunido en este
lugar. Pregunto: ¿será navegable en esta latitud el Patía? El
118 Costa colombiana
baiómetro se suspendió en las orillas del Guachicono, 5 leguas
antes de su desembocadura en Quilcasé, en 313. 3 líneas cuando
el termómetro indica 20° de Reamur. Esta presión atmosférica
con esta temperatura nos dice que el valle de los Patías y las
"■'fr- ? del Guacbicorma están sobre el nivel del Océano Pacífico
816 varas castellanas solamente. ¿Cuánto habrán bajado de este
nivel hasta la reunión de todos los ríos del valle? El curso del
Patía, contado desde el lugar de mi observación hasta su embo-
cadura en el 0:éano, tiene 65 leguas de 20 al grado. De aquí
se infiere legítimamente que las aguas de este río caudaloso
corren sobre un plano inclinado que tiene 429.650 varas de largo
y sólo 816 de altura. Las más sencillas nociones de la hidráulica
bastan para conocer que el Patía no puede correr con una ve-
locidad que se oponga a la navegación, ni puede presentar ya
salto ni cataratas que la interrumpan sin recurso. Puede ser que
tenga algunos lugares estrechos y que allí acelere su velocidad;
puede ser que algunas piedras en su lecho, y que el arte puede
remover, dificulten el paso en algunos puntos. Yo termino este
particular ya demasiado largo aconsejando a los moradores de
Popayán, que reunidos formen una expedición para reconocer el
curso del Patía desde la confluencia de Guachicono y Quilcasé
hasta Barbacoas; que esta empresa debe confiarse a unas manos
inteligentes; que se ha de temer mucho de los charlatanes, que
la harían abortar en su cuna ; que cierren los oídos a las decla-
maciones de los que prefieren sus intereses a los del público ;
y, en fin, que animados con las grandes esperanzas de hacer
variar el aspecto y los intereses de su patria, sostengan el pro-
yecto con la firmeza y la constancia que hacen el fondo de su
carácter.»
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CAPITULO XVIII
El río de Telembí y sus afluentes San José y Pambana — Las antiguas
poblaciones de Málaga y Madrigal — Fundación de Barbacoas — Las
minas de oro en los tiempos coloniales — Encantos del Telembí — El
oro de Barbacoas — Época de la independencia — Varios aconteci-
mientos— Guerras civiles — Hombres notables —Decadencia de la
región— Camino actual de Barbacoas a Túquerres- Esfuerzos del
Gobierno colonial para unir el interiora la Costa — Conatos de li
República con el mismo objeto — La senda vieja — Proyecto sobre un
camino carretero — Conveniencia de él.
El río Telembí en su curso ordinario no es tan cauda-
loso como lo pintan algunos escritores que aseguran que lleva
tanta agua como el mismo Patía. Los arroyuelos que le tributan
son Teraimbe, (D), Nambí, Telpí, Guagüí, Guebnambí, Inguam-
bí e Ispí.
En la desembocadura del Telembí hay una capilla, y cerca
relativamente de aquélla está la población de San José; río
arriba queda el caserío de Pambana. Antiguamente en las cabe-
ceras del Telembí existió la población de Málaga, que fundó
por mandamiento de Belalcázar en 1541 Jerónimo de Aguado
como centro minero. También hubo en las aguas del río un
pueblo de nombre Chapanchica o Madrigal.
El piloto Bartolomé Ruiz al llegar a Tacames en su primer
viaje encontró muchos indios «que tenían las casas sembradas
de clavos de oro sacado de Barbacoas» y Cieza de León dice
refiriéndose a Telembí:
«En la tierra de adentro hacia el Poniente había mucho
poblado, y ricas minas y mucha gente.» .
120 Costa colombiana
Con el objeto de proteger los centros mineros del Patía y
del Telembí amenazados por los indios, bajaron de Pasto con
gente armada en 1534 y en 1587 don Juan de Acosta, don Fer-
nando Pérez de Rúa y los capitanes Cristóbal Delgado y Diego
Galíndez.
También trató, aun cuando sin éxito, de fundar asiento para
el laboreo de las minas y domeñar las tribus indígenas el Go-
bernador payanes en 1590. Diez años más tarde el capitán
Francisco de Peralta fundó en la orilla del Telembí, en la desem-
bocadura del Guangüí, un centro minero, donde en 1640, según
don Sergio Arboleda, el Gobernador Francisco Sarmiento puso
los cimientos de la población de Santa María del puerto de Bar-
bacoas y se le dio el nombre de Nuestra Señora del Puerto de
Nuevo Toledo.
Don Juan Montalvo escribe:
«El Telembí es el río más bello quizás que abrigan las sel-
vas ignoradas del Nuevo Mundo. Un barranco altísimo que pa-
rece muralla del jardín de las Hespérides, le tiene a raya por el
frente de la ciudad; barranco que es una peña viva de esme-
ralda por el verde profundo de mil plantas que le cubren. Para
tomar un baño en esta caudalosa vena de los bosques, las Ná-
yades del Elfe dejaron sus grutas y pasaron de mundo a mundo
en encantado viaje. El pueblo a cuyas plantas corre manso el
Telembí, está lleno de gente principal que profesa benevolencia
y cortesía con los extranjeros, comerciantes y mineros opulentos;
no conocen la agricultura; mas a fuerza de oro tienen cuanto ha
menester el hombre civilizado. Allá van a dar los hijos de la
sierra con los esquilmos de sus labranzas, y se vuelven con los
vestidos y los adornos de sus esposas y de sus hijos.»
Solamente por los derechos reales del oro beneficiado en
Barbacoas, produjeron las minas en 1686 la suma de 3692 cas-
tellanos.
En el arroyuelo de Alpud explotaron los españoles en el
siglo XVIII, y más tarde una compañía mejicana, una mina bas-
tante rica.
En Carlosama derrotó en julio de 1811 a don Pedro Mon-
túfar que se dirigía de Quito a Pasto, con 800 hombres, Tacón,
quien de ahí marchó para Popayán, y desde Almaguer para
Barbacoas por el Patía.
del Pacífico 121
El comandante Ángel María Várela, a quien había enviado
Sucre de Iscuandé a Tumaco y Barbacoas, saqueó la iglesia y
Jas casas de las personas acomodadas y dio tormento a algunos
esclavos, como a los del señor Fernando Ángulo, para que re-
velasen el lugar donde ocultaban sus amos las riquezas: lo que
trajo por consecuencia que lo arrojaron los habitantes del terri-
torio con el auxilio del teniente coronel Vicente Parra, a quien
había enviado por el Patía, después de la expedición a Popa-
yán, don Basilio García.
Llevada a feliz término la capitulación de Berruecos del 6
de junio de 1822, Bolívar dejó en Pasto de comandante militar
al coronel Antonio Obando, quien inmediatamente envió fuerzas
a Barbacoas, donde se libró una batalla más tarde entre éstas
y las del célebre indio Agualongo, el cual fue fusilado en Popa-
yán el 13 de julio de 1824.
En 1814 el coronel Fábrega, que había llegado a Barbacoas
de Panamá con fuerzas realistas, se ocupó en explotar algunas
minas, como la del Tigre, cuyos dueños eran los Arboledas,
donde 117 soldados comandados por el jefe Hiera estuvieron
algún tiempo sacando oro.
El Congreso ordenó establecer en Barbacoas «una casa de
rescate y ensaye» con dos rescatadores y dos reductores, por
decreto del 28 de junio de 1823. Algunas personas enviaron de
Barbacoas a Bolívar en 1828 una valiosa remesa de oro, de la
que se apoderaron los rebeldes que comandados por Obando se
habían levantado contra el Libertador, quien perdonó este grave
hecho en la amnistía de marzo de 1829.
En 1838 se mandó por decreto legislativo abrir en Barba-
coas una casa de moneda, y parece que la de Quito se proveía
de oro en aquella población en 1840.
En octubre de 1831 fuerzas quiteñas a órdenes de Otamendi
persiguieron al sargento Miguel Arboleda que comandaba una
columna del batallón Vargas hasta Barbacoas.
Debe notarse que durante las pretensiones de Flórez acerca
de nuestro territorio del Sur, Barbacoas guardó fidelidad al Go-
bierno de Bogotá.
En 1860 al levantarse Mosquera contra el Gobierno de la
Nación, Payan sejipoderó de* Barbacoas por medio de la tropa
que comandaba el coronel Jacinto Solano.
122 Costa colombiana
El doctor José Francisco Zarama, intendente de Pasto, man-
dó fuerzas para tomar a Barbacoas, donde estaba por Goberna-
dor Aníbal Mosquera hijo del general Tomás C. de Mosquera
quien huyó a Iscuandé. Cuando don Manuel María Gallo derrotó
a los revolucionarios en Punta de Mira, Mosquera hijo pidió
indulto y se entregó a los señores José Rivas y José Polit, en-
viados por Zarama.
En 1862 el general Payan quiso de Tumaco pasar a Barba-
coas, pero se lo impidió en el Arrastradero el intendente Zara-
ma, con fuerzas pastusas.
En la revolución conservadora de 1875 una de las primeras
providencias que tomó Barrera, a raíz de su triunfo sobre el
jefe municipal del Sur, fue la de apoderarse del puerto de Bar-
bacoas.
En las revoluciones de 1895 y de 1899, también fue activo
factor la población de Barbacoas.
Y en ella han nacido hombres que han ilustrado la historia
de Colombia, ya como políticos y militares, ya en el campo de
las letras. Nombraremos al misionero Marcos Calderón, al niño
Rafael Hurtado Rodríguez, pianista a los cinco años, y, al pre-
sente, a los señores Ildefonso del Castillo y Francisco Albán.
Desgraciadamente la preponderancia antigua de Barbacoas
va de capa caída. Muchos de los principales habitantes de la
población se han ido a vivir a Pasto y los moradores de los
ríos emigran a otros lugares continuamente. Las minas de oro
se explotan en pequeña escala. Lo que únicamente permanece
activo es el intercambio de los frutos de! interior por los de la
Costa. En una palabra: la apertura de un camino al interior,
distinto del que parte actualmente de Barbacoas, sería la muerte
de la población.
El camino que une a Túquerres con Barbacoas merece po-
nerse en primera línea entre todos los de la Nación. Lo cons-
truyó por contrato el señor Ignacio Muñoz en 1892, quien puso
al frente de los trabajos como ingeniero al señor Julián Uribe,
conocedor del terreno y entusiasta por aquella vía, a cuya aper-
tura había ya antes contribuido activamente.
En los tiempos coloniales preocupó vivamente a los Gober-
nantes de Quito y Popayán la comunicación del interior al Pací-
del Pacifico 123
fico. Prueba de ello son los esfuerzos que para abrir un camino
hicieron entre otros el capitán Juai de Céspedes, el capitán
Dieg) Gilíndez, don Miguel Cabello y Balboa, cura de Funes,
(1577), don Diego López de Z'íñiga, don Miguel Ibarra, don
Cristóbal de Troya (1507), don Pablo Durango Delgadillo (1621),
don Francisco Pérez Menacho (1626), don Juan Vicencio Justi-
niani y don Hernando de Soto Calderón (1713).
Después de la independencia el Gobierno republicano de la
Nueva Granada expidió también varias leyes con el objeto de
abrir un camino de Pasto al Pacífico. Así lo hicieron la Cámara
Provincial de Pasto por decretos del 2 de octubre de 1834 y 5
de octubre de 1843, y el Congreso Nacional en 1841, 1846, 1864,
1872, 1876, 1881, 1882, 1883, 1888.
Es menester confesar que, a pesar de los esfuerzos del Go-
bierno, la región de Pasto permaneció aislada por completo del
resto de la República hasta el año de 1892; porque la senda
que antes de este año existía del mar al interior, era, según las
pavorosas descripciones que nos han legado quienes por ella
transitaron, una bóveda sombría de cincuenta centímetros de
ancha, cuyo suelo estaba constituido por lodazales perpetuos y
la techumbre por las entrelazadas ramas de árboles seculares,
albergue de horribles ofidios y de toda clase de sabandijas.
Actualmente se trabaja con entusiasmo para comunicar el
interior de Nariño con la Costa por un camino carretero. Y a fe
que esta obra es de vital interés para Colombia, a fin de evitar
que el Ecuador se apodere de todo el comercio del interior de
Nariño.
CAPITULO XIX.
La ensenada de Tumaco — Puntos principales — Los ríos Chagüí y Rosario
Varias playas — La Isla de Tumaco- Hu tpa-Capac en la Costa —
El corsario Eduardo David — La población en 1789 — Sucesos durante
la guerra magna — Anexión a la Provincia de Pasto — La aduana de
Tumaco — Cesión al Ecuador — La parroquia de Tumaco — Leyes na-
cionales que fomentaron el comercio del Puerto — Medidas tomadas
para la defensa de la Isla — Contrato con la Compañía Británica— La
Isla en las guerras intestinas Tumaco y el Ecuador — Provincia de
Núñez —Importación y exportación — Apuntes sobre la sal —La ciu
dad moderna — La instrucción pública.
Entre los ríos Patía y Mira se abre el seno de Tumaco, cuya
boca mide 40 kilómetros. En él desaguan muchos riachuelos ge-
neralmente de poca importancia. Los puntos más notables son
Llanaje, Curay, Colorado, Chagüí, Tablones, Mejicano, El Rosa-
rio, El Trapiche, Inguapí del Guayabo, Inguapí del Guadual, Ingua-
picito, Las Varas y Chilví. Los ríos Chagüí y Rosario merecen
especial mención; por el primero se hace con relativa prontitud
el viaje a Barbacoas, y en el segundo rematará el camino que
se proyecta de Altaquer al Pacífico. Tiene este río dos poblaciones
con sus capillas y escuelas, Santa María y San Francisco; y otra
en el riachuelo de Caunapí, tributario de aquél. En San Fran-
cisco hay oficina telegráfica.
Pilví que también desagua en El Rosario, no carece de im-
portancia. El río tiene dos bocas, Gualajo y Rosario.
Entre los riachuelos hay numerosos esteros que forman una
verdadera red.
Del informe rendido por el señor Joaquín Fonseca al Minis-
o
l
r.
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:
2
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x
H
del Pacifico 123
tro de Obras Públicas el 30 de junio de 1919 sobre caminos
nacionales, desglosamos lo siguiente que se refiere al del Rosario:
"El otro camino, sobre el que quiero atraer también la aten-
ción de Su Señoría, es la carretera de Pasto a Barbacoas.
Esta carretera tiene por objeto dar salida y desarrollo al co-
mercio de Pasto, y en general al Departamento de Nariño, cir-
cunstancia suficiente para comprender la importancia de esta vía.
El puerto de Barbacoas punto terminal de la carretera, queda
sobre el río Telembí, en donde principia el tráfico por navega-
ción en dicho río, para tomar luego el Patía y salir por el Brazo
Largo a Salahonda, sobre el litoral, de donde se dirigen los bar-
cos a Tumaco, saliendo mar afuera, como lo requiere la nave-
gación en las costas. Barbacoas se encuentra situada a una dis-
tancia itineraria de 240 kilómetros de Tumaco y a 21 metros
sobre el nivel del mar.
Como es natural, los transportes deben hacerse en embar-
caciones que, pudiendo entrar por los ríos arriba indicados, sean
adaptables a la navegación marítima; por tanto, requieren ciertos
tamaños y costos que no están al alcance de todos y que oca-
sionan un promedio del valor del tonelaje comercial bastante alto.
Todos estos inconvenientes han traído al convencimiento de
la necesidad de un nuevo camino, y al efecto, por iniciativa del
gobierno departamental se practicó un estudio de exploración
por una comisión de Ingenieros, compuesta de los señores Justino
Garavito y Tomás Aparicio, quienes rindieron su informe a la
Gobernación con fecha 20 de noviembre de 1918, informe del
cual he tomado los apartes que transcribo y que creo son sufi-
cientes argumentos para llevar al ánimo de Su Señoría al con-
vencimiento de lo conveniente que es adoptar la nueva ruta,
transformando la ley en ese sentido y dejando un ramal a Barba-
coas para que no reciba perjuicio esa región.
El proyecto de variación parte de Altaquer, que es un punto
del camino actual, y de éste a Barbacoas hay una distancia
aproximada de 60 kilómetros, y por tanto, hasta Tumaco, la dis-
tancia itineraria alcanza a 300 kilómetros; por el proyecto, si bien
es cierto que hay mayor distancia en carretera (95 kilómetros
aproximadamente), como se verá adelante, hasta Tumaco sola-
mente habrá 141 en distancia itineraria, o sean 169 kilómetros
menos en el recorrido total.
i2o Costa colombiano
Los apartes del informe a que me he referido, son los si-
guientes:
«.... Por su naturaleza topográfica la zona explorada pue-
de dividirse en tres secciones. La primera está caracterizada por
cuchillas desprendidas de la mole principal de la cordillera que
desciende hacia el N. O. y desaparece cerca de El Diviso des-
pués de dividirse en ramales y contrafuertes, dando origen a
pequeñas fuentes de agua que corren por los thalwegs interme-
dios. Los contrafuertes que se prolongan hacia el sur terminan
en la hoya del río Guisa en espolones abruptos y rocallosos;
la segunda sección comprendida entre El Diviso y el sitio de
Pilvirico, es una planada de escaso relieve, apenas interrumpida
por las cañadas de los ríos Pilón y Pulgande, con pendiente ge-
neral del 1 por 100 en descenso hacia el N. O. Colinas pequeñas,
independientes, de taludes suaves que no obedecen a dirección ni
sistema alguno, determinan la tercera sección. Estas colinas dejan
entre sí cuellos o pequeños valles y terminan en las cercanías de
San Francisco, en donde principia una pianada de poca altura so-
bre el nivel del mar, que se prolonga hasta la ensenada de Tu-
moco, bastante pantanosa, cruzada por los ríos Rosario -y Caunapí,
por quebradas y esteros.
" La línea de reconocimiento, desde Altaquer hasta San Fran-
cisco, tiene una longitud de 95 kilómetros 279 metros; la diferen-
cia de costas entre puntos extremos es de 997,23 metros, lo cual
demuestra que en conjunto no hay problemas de pendiente y que
el trazado definitivo puede hacerse con pendientes suaves que no
pasen del 5 por ICO, sujetando su distribución a condiciones de
economía.
.. . De otro lado, la topografía del terreno permite la adop-
ción de curvas amplias no menores de 30 metros de radio. Es, pues,
posible cumplir sin dificultad ni mucho costo las condiciones téc-
nicas impuestas por disposiciones oficiales referentes al trazado de
carreteras.
"La línea de reconocimiento cruzó 107 pequeñas aguadas, 21
quebradas y los ríos Nembí y Pilví en su parte superior, cursos
de agua que implican la construcción de alcantarillas y pontones
pero ninguna obra de arte de importancia. La línea atravesó so-
lamente dos trayectos de terreno pantanoso (guaduales) de 264 y
286 metros de longitud, que se pueden evitar en la localización
del Pacífico 12?
de la vía, aun cuando nunca serían obstáculo insuperable para la
construcción.
"Los datos obtenidos y el conocimiento del terreno nos lle-
va a afirmar que el trazo definitivo debe partir de Altaquer si-
guiendo próximamente la hoya del río Guisa hasta El Diviso. De
El Diviso a San Francisco, creemos no sería difícil seguir sensi-
blemente en gran trayecto la recta de unión entre estos dos pun-
tos, con lo cual conseguiría una disminución considerable en dis-
tancia.
"....El río Rosario tiene corto curso, de unos 75 kilómetros y
desemboca en la ensenada de Tumaco. En su parte baja, o sea
en 32 kilómetros, debido a su desnivel casi nulo, el movimien-
to de sus aguas está sujeto al flujo y reflujo del mar. Por los son-
dajes que practicamos en su curso desde San Francisco hasta su
desembocadura, se vino en conocimiento de que la profundidad mí-
nima del canal, en la baja, es de 2 l¡2 brazas inglesas, 4 metros
5. En San Francisco pudimos notar que la oscilación media del
nivel del río es de 3 metros, entre la alta y baja marea. En con-
secuencia, el río Rosario es navegable en todo tiempo por los bu-
ques que hacen actualmente la correría entre Tumaco y Barbacoas,
y puede ser navegable por los buques de la compañía inglesa, de
800 toneladas y 20 pies de calado, que tocan en Tumaco, apro-
vechando la marea alta.
".... Cinco kilómetros más abajo, en el sitio de El Coco, el
río presenta buenas condiciones para este objeto, tanto por su pro-
fundidad como por su amplitud — 110 metros— y curvatura; ade-
más, la ribera ofrece terreno alto, plano y seco, propio para la
fundación de una población y facilidades para las obras del puerto.
De El Coco a Tumaco, por el río y la ensenada, hay 41 kilóme-
tros, que sería la longitud de la navegación.
« Como resultado del estudio de exploración se ha llega-
do al conocimiento ds que la vía de Altaquer al Rosario es prac-
ticable para carretera, en buenas condiciones técnicas y con cos-
to bastante menor que el norma! (el costo medio por kilómetro
de las carreteras en Colombia ha sido de $ 8.000 oro); además
se han recogido los datos necesarios para proceder al trazado de-
finitivo sin vacilaciones, por la mejor ruta.
«La vía del Rosario, por su- menor longitud, comparada con
1^8 Costa colombiana
la de Barbacoas, de Altaquer a Tumaco, por el Rosario, hay
141 kilómetros y por Barbacoas 300.»
Chilví es un río muy poblado y bastante rico.
En la ensenada tumaqueña hay varias playas importantes:
Curay, Trujillo, Nereté, Cocal, Pital y también está la islita del
Cenizo.
Al llegar los conquistadores a la isla de Tumaco la cual tiene
1852 metros de largo por 700 de ancho, encontraron en ella un
pueblo de indios que vivían principalmente de la pezca (1). Al-
gunos españoles se establecieron allí, pero en realidad aquella
población no tuvo verdadera importancia comercial en tiempo de
la colonia, y aún puede asegurarse que su progreso y preponde-
rancia en la Costa colombiana del Pacífico data de los últimos
tiempos.
Se dice que Huana-Capac estuvo en Tumaco y quiso apode-
rarse de la Costa, pero tuvo que retirarse derrotado por los ha-
bitantes de aquella región. También pisaron la tierra tumaqueña
Pizarro, Almagro y el piloto Gabriel de Rojas, compañero de
Alvarado.
En 1684 el corsario Eduardo David atacó a Tumaco y saqueó
la población, todo lo llevó a sangre y fuego sin respetar ni aun
a las mujeres, a quienes transportó consigo como trofeo de su
rapiña.
Francisco Silvestre, en la descripción que hizo del Nuevo
Reino de Santa Fe de Bogotá en 1789, dice: "en la isla de Tu-
maco hay algunos mestizos y mulatos, que componen una muy
corta población, que no tiene otro comercio que alguna pita para
cordaje, brea y madera de construcción."
Durante la guerra magna, Tumaco fue un punto muy apete-
cido tanto por los realista como por los patriotas, a causa de su
posición verdaderamente estratégica.
Tacón' hizo esfuerzos inauditos para conservarlo por el rey
en 1811. Con la goleta Rosa de los Andes tomó la isla e,; 1819
el corsario inglés Illingrowth. Ángel María Várela, enviado por
(i) Algunos historiadoies dicen que a Tumaco lo fundó en 1794 el Caci-
que de la tribu de los turnas que hibiuba en las orillas de la desembocadura
del Mira.
^ry-T'/. c/lí Bátala ^¡ajor <¡
del Pacífico 129
Sucre de Iscuandé, desembarcó en el puerto en abril de 1821, y
el mismo Sucre estuvo en la isla al dirigirse al Ecuador.
Luego, en cumplimiento de órdenes de don Basilio García,
se apoderó de la isla el teniente coronel Vicente Parra, quien
fue arrojado a su vez de allí por el inglés Henderson, Comandan-
te del bergantín El Cauca, y defendida más tarde por fuerzas que
mandó Sucre, después del triunfo de Pichincha. Envió también
una guarnición de Pasto a Tumaco el Comandante Militar, co-
ronel Antonio Obando: y el mismo Libertador, antes del movi-
miento de don Benito Boves, despachó de Guayaquil para nues-
tra isla algunas tropas a órdenes del capitán Farrera en el ber-
gantín Ana Bolívar.
El Congreso de 1835 desmembró de la Provincia de Buena-
ventura los cantones de Barbacoas y Tumaco, y los anexó a la
de Pasto.
Por decreto del Congreso de 16 de marzo de 1836 fue es-
tablecida la aduana de Tumaco, el cual puerto fue cedido al
Ecuador en el convenio habido entre Mosquera y Flores, represen-
tado aquél por el coronel Posada Gutiérrez, el 3 de noviembre
de 1840. Un año más tarde, el 2 de junio de 1841, la derrota de
Obando en La Chanca, decidió en nuestro favor las querellas con
el Ecuador y libró el territorio nacional de los invasores extran-
jeros. La Parroquia de Tumaco, que con las del Trapiche del
Micay, Saija, Timbiquí, Guapí, Iscuandé, Salahonda, San José y
Barbacoas, era gobernada por el Prelado quiteño, pasó nueva-
mente a la diócesis de Popayán.
El Congreso de 1842, por decreto de 19 de junio eximió del
pago de los derechos de aduana a los artículos que llegasen a
la isla para el consumo de sus habitantes. Nuestros legisladores
se han preocupado frecuentemente por fomentar el comercio en
Tumaco, con la exención de los derechos y con otras sabias me-
didas, tomadas al efecto. Asi lo demuestran las leyes del 10 de
abril de 1852, 29 de abril de 1860, 28 de mayo de 1870, 16 de
abril de 1875, 31 de enero de 1888, 27 de noviembre de 1888,
21 de octubre de 1890, y otras de los últimos tiempos, actual-
mente en vigencia.
Por la ley del 5 de marzo de 1876 el Congreso autorizó rJ
Ejecutivo para conceder por 25 años privilegio para construir un
9
130 Costa colombiana
muelle en Tumaco; y por la ley 22 de noviembre de 1890 el
Cuerpo legislativo concedió para la defensa de la isla $ 12.000
para la construcción de un muelle y de una muralla que libre a
Tumaco de ser destruida por el mar, se han hecho en distintas
épocas tentativas infructuosas, Parece, sin embargo, que ahora
aquel pensamiento está en vía de realizarse por completo. Actual-
mente ha hecho un importante estudio sobre el amurallamiento
de la isla el señor Vilaroca, importante ingeniero español.
El 11 de marzo de 1860 llegó a Tumaco por primera vez
un vapor mercante, el Amme, en virtud de un contrato que el
Gobierno había hecho con la Compañía Británica el 30 de octu-
bre del año anterior. El 28 de abril de 1869 celebróse un nuevo
contrato para que los vapores condujesen el correo y tocasen
dos veces por mes en la isla.
En 1860 el general Payan se apoderó de Tumaco, en nom-
bre de Mosquera con las goletas Clío y Vigilante, pero los re-
volucionarios fueron derrotados por las fuerzas que envió de
Pasto el doctor José Francisco Zarama.
Don Julio Arboleda ocupó después a Tumaco y nombró al
general Juan Freile Comandante Militar del puerto; pero en 1862
volvió nuevamente a ser tomada por Payan.
En la guerra de 1875, Barrera, una vez debelado el jefe mu-
nicipal del Sur, trató de someter a Tumaco, y al efecto se hizo
al puerto sin muchas dificultades.
Tumaco ha sido el lugar de refugio de los revolucionarios
ecuatorianos. Allí se salvaron, por ejemplo, el general Eloy Al-
faro y varios de sus compañeros de armas en 1884. Dos años
antes el vapor Olmedo había hecho algunas reparaciones a su
maquinaria en nuestro puerto, donde se presentó el Manaví a re-
clamarlo en nombre del Gobierno ecuatoriano, al que lo entrega-
ron las autoridades colombianas por orden expresa de Bogotá.
En las últimas revoluciones Tumaco ha sido también el asilo
de muchas familias de Limones y Esmeraldas.
Los graves hechos acaecidos en Tumaco durante la revolución
de 1899, están demasiado recientes para relatarlos. Todavía no
se han cicatrizado muchas heridas, aún corre en abundancia la
sangre Pero vendrá día en que saldrán a pública luz todos los
acontecimientos que allí se verificaron.
del Pacifico i3l
La ley 49 de 16 de noviembre de 1894 ordenó la creación
de la Provincia de Núñez, y durante la administración del Ge-
neral Reyes, Tumaco gozó por breve tiempo de los honores de
capital de un departamento.
Tumaco exporta varios artículos pero los principales son ta-
gua, caucho, maderas y cacao.
En la actualidad el comercio se hace casi en su totalidad con
los Estados Unidos, de donde se importan mercancías para la
Costa y el interior de Nariño.
Varios buques de vela viajan a Panamá y al Perú, de donde
traen la sal que se consume en el puerto, si bien ahora tiene
bastante aceptación la de la costa atlántica. En la isla de la Vi-
ciosa se levantaron en 1917 maquinarias para elaborar la sal, pero
desgraciadamente parece que no dieron todo el resultado que se
esperaba. Al Gobierno lo ha preocupado con frecuencia el asun-
to de la sal en el Pacífico. De allí las leyes que reglamentan su
elaboración o introducción, como son las de 13 de marzo de 1883,
24 de abril de 1866, 24 de abril de 1867, 20 de febrero de 1886
y 14 de noviembre de 1862 entre varias otras.
Actualmente Tumaco es una población de verdadera impor-
tancia por su activo comercio y la riqueza de sus habitantes.
La ciudad, cuyo plano fue levantado en 1830 por el Gobernador
Tomás España, tiene calles rectas y amplias, con aceras de ce-
mento. Los edificios son de madera, pero hay algunos que harían
honor a cualquier ciudad, como la casa de gobierno, el colegio
de las Madres Betlemitas y el colegio pedagógico, que costó
$ 50.C00 oro.
El parque se encuentra muy bien arreglado, y hay varios
monumentos en diversas partes de la población: las columnas a
la Pola y Rosa Zarate y la estatua de la Libertad.
Tumaco tiene dos iglesias, hospital, cementerio, luz eléctrica
y varias fábricas.
La instrucción está bastante bien servida, pues existen es-
cuelas públicas y privadas y un colegio para señoritas regentado
por Religiosas Betlemitas. Los Padres Agustinos recoletos han
hecho magnos esfuerzos por establecer un colegio superior para
jóvenes, y al efecto han querido llevar a la ciudad Hermanos
Maristas o hacerse ellos mismos cargo de la regencia de aquél,
132
Costa colombiana
pero han encontrado ruda oposición en varios señores que se ima-
ginan que los frailes han de llevar a las inteligencias de sus hi-
jos doctrinas retrógradas y oscurantistas.
La población de Tumaco tiene según el último censo 15.000
habitantes.
CAPITULO XX
La isla de la Viciosa — La isla del Morro —Un romancillo— Hoya hidro-
gráfica del Mira — Varias poblaciones — Los ríos de Nulpe y Guisa.
Indios coaiqueres — Indios cayapas — Agricultura — El río de Ma-
taje.
Dos islas defienden a Tumaco de los continuos embates de
las olas: El Morro y La Viciosa. Esta es un banco de arena que
va siendo invadida por el mar, aquélla posee hechizos indecibles
que nosotros sintetizamos en este romancillo que transcribimos así
como salió un día de nuestra pluma con sus defectos y todo:
Es un paraíso
el Morro; las casas,
dormidas en nidos
de verde esmeralda,
semejan de aves
hermosa bandada,
cuando en las arenas
de aurífera playa
contemplan los mares
y costas lejanas....
O cuando en las tardes
su vuelo levantan,
y en el horizonte
de azul y escarlata,
se quedan flotando
mirando extasiadas
su imagen esbelta
copiada en las aguas.
Cual góticas torres
de iglesias cristianas,
las altas palmeras
se elevan bizarras,
y mecen sus frondas
las cálidas auras,
y forman unidas
las rústicas ramas
el techo de un templo
que en sus naves guarda
misterios profundos
de innúmeras almas
134
Costa colombiana
y acaso promesas
selladas con lágrimas.
Comida al ganado
le brinda la pampa
y en los verdes árboles
los pájaros hallan
su ¡echo prendido
de móviles ramas
y opípara mesa
de frutas variadas.
Las piedras semejan
visiones fantásticas
al verse en los huecos
henchidos de agua
conchas, caracoles
y peces que nadan.
Y vienen las olas
cual niveas montañas,
y en pos una de otra
al cerro se lanzan,
formando al romperse
de perlas cascadas;
y, luego, ligeras,
de nuevo se apartan
con grato murmurio,
dejando en la playa
regueros de espuma
y conchas de nácar.
El cerro se eleva
cual bíblico alcázar
que el céfiro besa
y arrullan las aguas.
Las criptas, guaridas
talvez de alimañas,
evocan historias
de edades pasadas,
y tienen letreros
las peñas que guardan
mejor los recuerdos
quizá que las almas.
Los cerros terminan
con una muralla
de vetustas piedras
y cima ondeada,
do a una palmera
la besan las auras,
y forma la hiedra
tejida en las ramas,
fantástico encaje,
color de esmeralda,
en que hacen sus nidos
las aves acuáticas....
El arco parece
la entrada al alcázar,
de hermosas nereidas
suntuosa morada.
Y El Viudo semeja
— la roca tan blanca
que tiene en sus sienes
de nieve guirnalda
y lujosa túnica
de musgo y parásitas, —
estatua del genio
que espera con calma
lo mismo las risas
del mar en bonanza
que el grito que viene
con ecos de rabia
si el ábrego acaso
agita las aguas.
del Pacífico 135
Quisiera en El Morro do siempre las ondas
poner, solitaria, me dieran sus lágrimas
sobre el verde cerro y tristes gemidos
mi dulce morada, las tórtolas pardas,
cual nido pajizo
de aquellas torcazas Y allí si encontrase
que mezclan al ruido mi tumba mañana
del mar sus tonadas. alguno de aquellos
amigos que me aman,
Quisiera al morirme le pido que eleve
que allí me enterraran por mi una plegaria
en cripta sin nombre que brote a sus labios
cercana a la playa, del fondo del alma.
La Viciosa tiene 1389 metros de largo por 463 de ancho y
El Morro 2704 metros por 2315. El canal que separa a Tumaco
de El Morro tiene 926 metros de anchura mínima.
El río Mira, que nace en los Andes del Ecuador, es colom-
biano desde su confluencia con el San Juan. Su dirección es la
de S. N. W. En el Descolgadero, 25 kilómetros antes de su desem-
bocadura, se divide en dos grandes brazos: el Mira al norte, y
al sur el Guabal, que desaguan en Tumaco y en Ancón de Sar-
dinas. El brazo Manglares divide al cabo del mismo nombre en
dos partes. Las bocas del Mira son: Guabal, Manglares, Papagal,
Purún, Güinmero, Bocagrande y Matapala. El delta del río entre
los brazos Mira y Guabal tiene 60 kilómetros cuadrados. El Mira
en su curso superior tiene una profundidad de 3 a 10 metros y
es navegable unos 60 kilómetros. Es de notarse que las ramifi-
caciones de la Cordillera Occidental llegan hasta la desemboca-
dura del Guisa en el Mira.
El Bajito, Bocagrande, Cabo Manglares, Descolgadero, Peña-
colorada, San José y San Juan, a 24 kilómetros arriba de la isla
Porquera, son poblaciones con sus correspondientes capillas. Las
tres primeras están situadas en los deltas del Mira, las dos si-
guientes en el propio río, y la última en el San Juan.
En Cambubí y en Nulpe hay restos de tribus de salvajes; y
en el valle del río de Guaiquer, el cual tributa al Guabo, parte
superior del Guisa, residen los indios coaiqueres en número de
unos seiscientos con su dialecto propio y costumbres indígenas.
136 Costa colombiano
También acuden frecuentemente a Tumaco los cayapas del
Ecuador. Esta tribu, numerosa y rica, habita en el río Cayapa.
Tiene dialecto propio; los indios son trabajadores, muy dados a
la agricultura, religiosos y llenos de supersticiones. Les place que
sus hijos sean bautizados y casarse católicamente, lo que ejecu-
tan en la parroquia de Tumaco, donde mercan mil baratijas para
adornarse y los enseres necesarios para la vida.
En las márgenes del río Mira hay magníficas haciendas.
Las tierras son excelentes para el cacao.
El río Mataje nace en la Cordillera Occidental, a una altura
de 395 metros sobre el nivel del mar. Su curso no pasa de 60 ki-
lómetros. Los puertos principales son: Tortuga, Mataje, pequeño
caserío y El Salto. La dirección del río es S. N. W: corre paralelo
al Mira y desemboca en Ancón de Sardinas. Casasviejas es la al-
dea fronteriza más cercana al Ecuador.
Es de notarse que los habitantes de la región de Piaguapí,
Sardinas y Limones se proveen generalmente en lo espiritual y
en lo temporal de Tumaco.
Según el Tratado colombo-ecuatoriano de 1916, la línea de
frontera entre Colombia y el Ecuador es la siguiente:
«Partiendo de la boca del río Mataje, en el Océano Pacífico,
aguas arriba de dicho río, hasta encontrar sus fuentes en la cum-
bre del gran ramal de los Andes que separa las aguas tributarias
del río Santiago de las que van al Mira : sigue la línea de fron-
tera por la mencionada cumbre hasta las cabeceras del río Qa-
numbí, y por este río, aguas abajo, hasta su boca en el Mira ;
éste, aguas arriba, hasta su confluencia con el río San Juan; por
este río, aguas arriba, hasta la boca del arroyo o quebrada Agua
Hedionda, por ésta hasta su origen en el volcán de Chiles; si-
gue por la cumbre de éste hasta encontrar el origen principal
del río Carchi ; por este río, aguas abajo, hasta la boca de la
quebrada Tejes o Teques; y por esta quebrada, hasta el cerro
de la Quinta, de donde sigue la línea al cerro de Troya, y las
cumbres de éste hasta el Llano de los Ricos; toma después la que-
brada de Pun desde su origen hasta su desembocadura en el
Chingual (o Chunquer, según algunos geógrafos); de allí una línea
a la cumbre, de donde vierte la fuente principal del río San Mi-
guel; este río aguas abajo, hasta el Sucumbios, y éste hasta su
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del Pacifico 137
desembocadura en el Puíumayo; de esta boca en dirección Sud-
oeste al divortium aquanim entre el Putumayo y el Ñapo, y por
este divortium aquarum hasta el origen de río Ambiyacu, y por el
curso de este río hasta su desembocadura en el Amazonas; siendo
entendido que los territorios situados en la margen septentrional
del Amazonas y comprendidos entre esta línea de frontera y el
límite con el Brasil, pertenece a Colombia, la cual por su parte
deja en salvo los posibles derechos de terceros.»
Algunos de los puntos anteriores los rectificó la Comisión
mixta de límites, como lo notará quien leyere.
«Partiendo de ia boca del río Mataje en el Océano Pacífico,
aguas arriba del dicho río, hasta el punto marcado con un mojón,
cuya latitud N. es la misma de la desembocadura de la quebra-
da Yarumal en el río Mira; esto es, un grado diez y seis minu-
tos, cero segundos (1.° 16' 0"); de dicho punto, una línea recta
a la mencionada desembocadura; de ésta, ai río Mira, aguas arri-
ba, hasta su confluencia con el San Juan. Desde la confluencia
del río San Juan con el Mira, aguas arriba por el San Juan hasta
el punto que, en su ribera izquierda, se le une una pequeña que-
brada, inmediatamente al N. E. de la boca del río Chilmá en el
mismo río San Juan, quebrada que corre de S. E. a N. W. al
S. del caserío de Mayasquer; sigúese esta quebrada hasta su ori-
gen, y de éste, con dirección E. astronómico hasta interceptar el
rio Cainacán, hasta su origen, de allí a la cima del cerro de La
Oreja; de dicha cima a la del nevado de Chiles, siguiendo el di-
vortium aquarum que las une; de la cima del nevado de Chiles
se desciende hasta el origen principal del río Carchi, que es el
llamado Alumbre o Játiva ; sigúese el río Carchi, aguas abajo,
hasta la boca de la quebrada El Morro, que es la segunda que
se encuentra por la ribera derecha, abajo del puente de Rumi-
chaca; esta quebrada, aguas arriba, hasta su origen, que es el
punto en que brotan dos ojos de agua, entre los cuales se pon-
drá un mojón con las siguientes coordenadas: 0o 47' 26" lati-
tud N., 77° 41' 37'' al Oeste de Greenwich; de este punto se
sigue el rumbo verdadero, 92° 26' 0", hasta encontrar la quebra-
da denominada Tejes o Teques (que en su parte superior se
llama también Pulcas), en la boca de una pequeña quebrada que
se le une en la margen izquierda ; desde la intersección indicada,
138 Costa colombiana
punto en que se pondrá un mojón con las coordenadas 0o 47'
24" latitud N„ y 77° 40' 43" al Oeste de Greenwich, aguas arri-
ba por la quebrada Tejes o Teques hasta el pie del cerro de la
Quinta, donde se pondrá un mojón con las coordenadas 0o 45'
30" latitud N., y 77° 42' 28" al Oeste de Greenwich; sigúese
luego por la cresta que allí forma el mencionado cerro, hasta su
cumbre más alta, donde se colocará un mojón con las coordena-
das 0o 45' 5" de latitud N., y 77° 42' 31" al Oeste de Green-
wich ; desde allí a la cumbre del cerro de Troya, por el divor-
tium aquarum que las une, cumbre donde se pondrá un mojón
con las coordenadas 0o 44' 25" latitud N., y 77° 42' 50" al Oes-
te de Greenwich; desde la cumbre de Troya continúa la línea por
el divortium aquarum que lleva una dirección aproximada E. S.
E. y se prolonga hasta la cabecera de la quebrada de El Pun,
formada por dos quebradas pequeñas que nacen respectiva-
mente de los llanos marcados en el plano con los números 1 y 2,
de manera que estos llanos quedan separados por dicho divor-
tium, perteneciendo el número 2 al Ecuador y el número 1 a Co-
lombia ; desde la unión de estas dos pequeñas quebradas que
forman la de El Pun, sigue la línea por esta última hasta su des-
embocadura en el Chingual o Chunquer.»
CAPITULO XXI.
Geología de la Costa — La región del Pacífico descrita por el sabio Caldas.
Las millas — Meteorología —Las mareas -Termométrica — Higro-
metría — Coordenadas — Cuadros formados por los Almirantazgos in-
glés v americano y por A. Codazzi — Riqueza aurífera.
El señor R. B. White, ingeniero de minas, describe de la
siguiente manera la zona geológica de la Costa:
«La costa pacífica, del Mira al San Juan, se compone en la
llanura litoral de dilatados depósitos terciarios, en algunas par-
tes alterados y aun cambiados por el calor (?). Dichos depósitos
consisten en gravas y lechos de conglomerados formados de arena,
arcilla y marga. En la parte alta aparecen las rocas primarias y
secundarias, principalmente pizarras y micasquistos jurácitos y
micasquistos micácicos y hormbléndicos silúricos; en ambos hay
aluviones auríferos. En la formación terciaria se encuentran don-
de quiera arenas auríferas equivalentes a las de California. El
aspecto de muchos cerros hace creer sean de rocas porfidíticas y
otras ígneas, y en su vecindad se hallan aluviones auríferos. El
conocimiento geológico de la región, aún deja qué desear si del
conjunto se pasa a los detalles.»
El sabio Caldas describe la región andina del Pacífico así:
Las islas del Morro y del Gallo son de origen continental. La
base de aquélla y parte de la superficie están formadas de roca blan-
da, y de la isla del Gallo parte un lomo submarino rocalloso
hacia el cabo de Guascama. Codazzi atribuye a Gorgona la for-
• mación terciaria, pero el dato antes apuntado echa por tierra esa
hipótesis.
140 Costa colombiana
«Llueve la mayor parte del año. Ejércitos inmensos da nubes
se lanzan en la atmósfera del seno del Océano Pacífico ; el viento
oeste, que reina constantemente en estos mares, las arroja dentro
del continente; los Andes las detienen en mitad de la carrera;
aquí se acumulan y dan a esas montañas un aspecto sombrío y
amenazador; el cielo desaparece; por todas partes no se ven sino
nubes pesadas y negras que amenazan a todo viviente; una cal-
ma sofocante sobreviene; este es el momento terrible; ráfagas de
viento dislocadas arrancan árboles enormes; explosiones eléctricas,
truenos espantosos ; los ríos salen de sus lechos, el mar se en-
furece, olas inmensas vienen a estrellarse sobre las costas; el
cielo se confunde con la tierra, y todo parece que anuncia la
ruina del universo. En medio de este conflicto el viajero pali-
dece cuando el habitante de la región duerme tranquilo en el
seno de su familia. Una larga experiencia le ha enseñado que las
consecuencias de estas convulsiones de la naturaleza son pocas
veces funestas, que todo se reduce a luz, agua, ruido, y que den-
tro de pocas horas se restablece el equilibrio y la serenidad.
«En medio de este país hay una zona o capa de cascajo, de
arena, de piedras, de arcillas diferentes, paralelas al horizonte,
y encerrada entre límites bien estrechos. El término inferior comien-
za a 80, o cuando más a 100 varas, el superior acaba a 800
u 820 sobre el nivel del Océano, y su grueso, como se ve es
de unas 720 varas, poco más o menos. Dentro de estos lími-
tes se halla la región de oro, y ellos constituyen, por decirlo
así, los confines de la patria de este precioso metal, mezclado
siempre con el platino indomable por tantos años. Encima o bajo
el nivel de esta famosa capa nunca se ha hallado un grano de oro,
y jamás se ha visto un átomo de platino. La zona de oro, para-
lela al horizonte, corre sobre toda el arca de estos países, y so-
bre ella descansan los Andes occidentales. Por consiguiente, a
proporción que se retira del mar, se hunde más y más en la base
de la cordillera, y se hace más difícil la extracción del oro y del
platino. El terreno está de tal modo dispuesto, que esta capa se
presenta a la superficie en un espacio de 10 a 12 leguas de an-
cho. Los esfuerzos de muchos millares de negros no han basta-
do para agotar esta parte desde el descubrimiento de este rico
país. La riqueza de esta zona no es constante; en unas partes
9
■O
s
9
5
3
1 42 Costa colombiana
Almirantazgos ingles y americano
Lugares Longitudes Latitudes (TV).
W . de Greenwich.
Guápi. 77° 53' 0" 2o 42' 0"
Reyes 78 8 50 2 41 25
Mulato 78 19 17 2 39 32
Guascama 78 24 50 2 36 25
Caballos 78 34 0 2 26 50
San Ignacio 78 41 45 2 10 40
Tumaco (Morro chi-
co; Pueblo) 78 45 29 1 49 36
Bocagrande 78 50 50 1 49 30
Mangles 79 3 0 1 36 50
Casavieja 78 53 1 28 30
Mataje 78 47 1 22 20
Gorgona (isla; pun-
ta S.) 78 12 30 2 56 30
Gorgona (punta N.).. 78 10 40 3 1
A. Codazzi. 1551-59
Tumaco 78° 47' 40" Io 49' 15"
Salahonda 78 40 2 3
Iscuandé 77 59 25 2 31 35
Guapi 77 50 2 35 30
Timbiquí 77 45 2 41
Micay... 77 34 25 2 0 5
LA OFICINA DE LONGITUDES
Lugares Longitudes al Long. del Mr id. Alt. S . el Obs.
Norte de Bogotá n. del M.
Barbacoas. ... Io 41' 22" 8 o° 59' 8" 70 W. 36 Mt?. Plaza
Cabo Mangla
res. Io 36' 55" o 4o 56' 42" o W. 6 Mar Pauíico
Tumaco i° 43' 24" o 40 41' 00" 4 W. 6
Casasviejas Io 27' 00" o ^0 45' 4S" 4 W. Costa Mar Pa-
cífico
del Pacifico 143
R. Nulpe en
R. Mira (des-
embocadura)
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El oro abunda en la Costa del Pacífico. Desgraciadamente,
fuera de la Compañía francesa de Timbiquí, en ningún río hay
trabajos bien establecidos. Antiguamente los dueños de las mi-
nas obligaban a los esclavos a trabajar; pero en la actualidad
los negros, perezosos e indolentes por naturaleza, se contentan con
extraer al año algunas onzas de oro, lo estrictamente necesario
para comprar en las fiestas anuales los menesteres indispensables
para la vida.
Las minas de Barbacoas, Sanabria, en las cabeceras de Is-
cuandé, Tapaje, Mechengue y San Juan en el Micay son ricas
en extremo. En cualquier lugar de la Costa basta escarbar un
poquito la tierra de los cerros o las arenas de los lechos de los
ríos para recoger oro. Aquellas minas están esperando que se mon-
ten maquinarias modernas dirigidas por hombres inteligentes y
laboriosos para manifestar hasta dónde llegan los tesoros que ocul-
tan sus entrañas. ¿No será la minería la redención de la Costa?
\.
CAPITULO XXII
Filología — Nombres de varios árboles —Propiedades características de al-
gunos de ellos — Agricultura — Horticultura — Los hatos — Zoología.
Mamíferos — Aves — Insectos — Reptil- s — Peces — Moluscos.
Cuan exuberante se presenta la vegetación en la Costa del
Pacífico! Arboles que entrelazan sus ramas forman enmarañada
selva, majestuosa e imponente. En la Costa baja ocupan inmensas
zonas de terreno el mangle (Rizopora mangle), cuyas raíces uni-
das semejan una red de esqueletos de gigantes que son bañados
a diario por las aguas del Océano; el castaño (Matisia casta-
ño), y el zapatolongo (Pachira acuática).
En los bosques de la parte alta hay multitud de árboles que
serán una fuente de riqueza el día que se exploten. He aquí al-
gunos de ellos con sus nombres vulgares.
Nomenclatura Altura en metros Diámetro
Sande 60 2,50
Palomulato 55 3,
Caimitopopa 50 1,50
Quinde 50 0,50
Zancaaraña 50 0,50
Sebo 48 2,
Querrés 45 1,
Anime 40 3,
Cháquiro 40 2,
Caimitillo 50 2,50
Aceitemaría 50 lj
Fangaré 40 2
del Pacífico 145
Nomenclatura Altura en metros Diámetro
Chachajo 40 1,50
Chachajill 40 1,50
Jiguanegro • 40 1,50
Caraña 40 2,
jigua 35 8,50
Guabillo 35 1,
Jigualaurel 30 1,
Jiguanabde 30 1,50
Jiguacanelo 30 0,50
Jigua 30 0,50
Masearé 30 3,
Guayacán 30 1,
Chucurita 30 0,90
Peinemón 30 2,
Caimitosilbado 35 0,70
Jiguababaso de 25 a 30 metros 1,15
Jiguarrastrojo 25 1,15
Perdiz 25 1,
Huasea 22 ••• 1,
Jiguapava 20 0,50
Higuerón 20 1,
Doblamarimba 20 0,90
Carbonero 20 0,90
Carbonero-cuerosano 20 0,90
Costillocanabón ' 25 1,
Monterrillo 20 0,90
Cándelo 20 0,90
Caimito 15 0,90
Caimitoguitarra 20 1,
Zapotillo 15 0>50
Cusnique 15 0,70
Mare 15 °.50
Matapalo •••• 15 0,40
Paco 10 0,70
Tostado 12 0,70
Guayabillo 8 0.50
10
146 Costa colombiana
Nomenclatura Altura en metros Diámetro
Gaimiio 10 0,90
Molinillo 8 0,30
Tachuelo 8 1,50
Pisogue 8 0,20
Rayado 6 0,50
Veneno 6 0,50
Casaca 6 0,50
Mandinga 6 0,30
Chipero 5 0,50
Cuerovaca 4 0,30
Cuabotacuano 4 0,50
Hormigo 3 0,30
Paleto 2 0,05
Anisillo 2 0,05
La madera del jijuapiedra es durísima e incorruptible.
El anisillo, cusnique, guayacán, matapalo, haraña, higuerón
y anime tienen excelentes propiedades medicinales.
Merecen especial atención por la finura de su madera el jigua-
canelo, jiguanable, jigua, palomulato, zapotillo, cháquira, mare,
monterillo y caimitopopa. Este último suministra, además, una fru-
ta, y láctex que se utiliza para pintar.
También es buena para el trabajo la madera de chachajo,
jiguanegro, jigualaurel, jiguarrastrojo, jiguababaso, jiguapava, cai-
mitoliso, caimitosilbado, quinde, frangaré, anime y querrés.
Las cortezas del chachajillo y veneno tienen propiedades ve-
nenosas.
El guabillo, el chachajo y el masearé se emplean en la cons-
trucción de embarcaciones.
El carbonero y el carbonero-cuerosano proporcionan excelente
madera para hacer carbón.
La madera del rayado es muy buena para vigas, y el cai-
mitillo y el anime suministran resina.
La agricultura está muy atrasada en la Costa. En las playas
hay plantaciones de palmeras de cocos, y de chontaduros; en la
parte alta, a las orillas de los ríos y en Tierra adentro, platane-
del Pacífico 147
ras y cauchales, y en determinados lugares, como en el Mira,
cacaotales. En las márgenes del Patía se cultiva el arroz.
La principal riqueza de Tumaco es la tagua, que antes de
la guerra europea se exportaba en grandes cantidades, principal-
mente a Alemania, y ahora a los Estados Unidos, y es la que
mejor precio tiene en los mercados extranjeros.
En las cercanías de Guapi se hicieron plantaciones de algo-
dón, pero sin resultado a causa de las continuas lluvias.
La caña de azúcar se da regularmente en la parte alta ; lo
mismo que el maíz.
En cuanto a los árboles frutales, se encuentran naranjos, li-
moneros, aguacates, mangos, especialmente en el cabo de Man-
glares, nísperos, y otros propios de los climas cálidos.
En ciertas casas particulares se cultivan con mucho trabajo,
por causa de los destructores insectos, algunas hortalizas.
En la Costa no hay un verdadero hato, si bien actualmente
tratan de establecerlo en regla algunos hacendados. Por ese mo-
tivo, fuera de Tumaco, es muy difícil conseguir la leche. Gana-
do caballar y mular casi no se conoce. ¿Habrá diez caballos en
toda la Costa? Sólo recordamos haber visto cinco.
Lo que no falta en las casas de los negros son los cerdos y
numerosas aves de corral, amén de varios perros, en general ca-
zadores, y un gato por lo menos.
En las salvajes selvas de la Costa se encuentran monos de
variadas familias, zorros, guatís, comadrejas, saíno, cafuches, vena-
dos, ardillas, conejos, armadillos, etc.
Debemos confesar que fuera de las aves acuáticas, garzas
gaviotas, patos, etc. no vimos casi otras en la Costa, a no ser
algunas bandadas de loros, y por la noche, las lechuzas y mo-
chuelos.
En cambio abundan los insectos: de los coleópteros se en-
cuentran escarabajos, y gorgojos de varias especies; de los ortóp-
teros, saltamontes y cucarachas; de los himenópteros, hormigas;
délos hemípteros, chinches; de los dípteros, tábanos, mosquitos
y moscas de numerosas clases; de los miriápodos, cientopies; y
de los arácnidos, arañas, alacranes y aradores.
En los ríos se hallan ejemplares de los queloníos y saurios,
como tortugas y caimanes, y en los bosques reinan los ofidios de
148 Costa colombiana
innumerables especies, muchas de ellas sin clasificar, a mi humil-
de parecer.
Por lo que hace a los peces bien se deja comprender que
los hay de todas clases en los ríos y en el mar: salmón, salmo-
nete, sardinas, anguilas, tiburones y rayas. Se encuentran también
cetáceos: delfines, cachalotes y ballenas en determinados tiempos
del año.
Entre los moluscos, innumerables y sobre toda ponderación
hermosos, mencionaré solamente de los acéfalos, las ostras y la
madreperla de la isla de Gorgona, donde se hallan también ma-
dréporas. Los crustáceos abundan en las aguas saladas y dulces.
¡Cuánto bien hará a la Patria quien haga un estudio comple-
to de la zoología y filología de la Costa ! Quiera el cielo que al-
gunos de nuestros religiosos que se han consagrado al estudio
de la Historia Natural en Colombia, puedan algún día dar cima
a la sublime obra de hacernos conocer las riquezas que encierra
la privilegiada zona que lleva el nombre de Costa colombiana
del Pacífico.
CAPITULO XXIII
Etnografía — Costumbres de los negros — Habitaciones — Manutención.
Caminos fluviales — Trabajos ordinarios — Vestidos — Joyas y adornos.
Holgazanería — La música —Bailes y orgías — Suceso curioso — Bau-
tismos, chigua/os y velorios de santos — Juegos — Matrimonios — Reci-
bimiento a los Misioneros — La banda — Fiestas — Divertimientos.
Procesiones fluviales— Moralidad — Los albinos — Manera de contar el
tiempo — Supersticiones — Amuletos — Curanderos — Admirables efec-
tos de una oración a Nuestra Señora del Carmen —Nosografía.
Los negros se introdujeron a la Costa para el laboreo de las
minas (1). Los amos que no respetaban a sus esclavas, algunos
comerciantes hispanos que acudían a aquellas tierras y los mis-
mos indios, que desaparecieron casi en su totalidad absorbidos
por la raza negra, dieron origen a buena parte de los habitantes
de la Costa que tienen todos los caracteres del mulato.
La raza negra se conserva intacta, en gran mayoría; la india
pura en mínima proporción en Nulpe, Guisa, Saija y Micay; y
la blanca en Tumaco, Barbacoas y otras poblaciones importantes
del litoral, y en algunas playas como en la Vigía.
Los indios son descendientes de los caribes y de los mayas
que entraron por el Norte, como puede comprobarse por la ana-
logía de las raíces de los dialectos.
Cotegemos brevemente algunas palabras del dialecto de los
(i) «Para fomentar las minas (de la Costa) se formó un proyecto en el ac-
tual Gobierno de introducir negros por cuenta de la Real Hacienda, para ven-
derlos a los mineros. Para su ejecución fue comisionado el Sr. Fiscal Yáñez.»
Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá hecha en 1 7^9*
152 Costa colombiana
pos ordinarios las mujeres se rodean la cintura con una faja de
bayeta, y se cubren más pudorosas el pecho con un lienzo, a lo
menos en presencia de personas extrañas. Los hombres entre
pierna y pierna se colocan un pañuelo anudado atrás y adelante
con una cuerda; y aun las mismas mujeres estilan semejante ves-
tidura en los trabajos de min?, si bien no es lo común. Los ni-
ños de ambos sexos andan generalmente hasta los diez o doce
años en el traje que la naturaleza les dio.
Las mujeres se adornan el cuello con monedas argénteas, con
pedazos de oro en bruto, y con valiosas joyas. De éstas la ma-
yor parte, son antiguas. Llaman la atención los voluminosos zar-
cillos y los luengos rosarios de pepas de oro con hermosas cru-
ces de filigrana. En distintos puntos de la Costa, y con especia-
lidad en Barbacoas, se hacen preciosos trabajos en orfebrería.
A las negras les fascinan los vestidos chillones, y atarse los
cuatro ensortijados pelillos de la cabeza con cintas aparatosas.
Nada más gráfico ni digno de consideración y risa que ver a las
negras cuando se peinan o tratan de peinarse. Allí es cuando ma-
nifiestan la vanidad innata en la mujer, elevada en ellas al céntuplo.
Los negros son por naturaleza limpios, y especialmente en la
Costa, donde se bañan varias veces al día, o por mejor decir,
viven casi en el agua.
A los costeños les gusta mucho andar, y por quítame allá
esas pajas emprenden viajes de días y días. Bien se deja enten-
der que no tienen verdadera noción del tiempo; de ahí que lo
malgasten tranquilamente en dormir las horas muertas, en charlas
insulsas, en viajes sin rumbo fijo y a las veces en otras cosas
de peor ralea.
Los negros tienen sonora voz y buen oído. La música de la
Costa, importada en pasados tiempos de los desiertos del África,
aún conserva algo de los gemidos de los desterrados esclavos
que suspiraban por su lejana patria. Las tonadas lúgubres del
boga resuenan en las selvas seculares durante las noches como
los ayes de ultratumba; las décimas que medio cantan o medio
recitan, impregnan el alma de melancolía.
La marimba, el instrumento característico de los negros, con-
siste en varias teclas de macana, atravesadas en listones transver-
sales y paralelos. Las teclas a las que el tañedor imprime el so-
del Pacifico 153
nido, al pulsarlas con varitas que rematan en bolas de caucho,
tienen distintas dimensiones, y bajo cada una de ellas hay un
tubo de guadúa, más o menos largo, a manera de caja de re-
sonancia.
La marimba, la tambora y el conano (tamborcillo en forma
de cono), es imposible que falten en las casas de alguna impor-
tancia; y al son de ellos se forman las más salvajes zambras. Al
principio los bailes se hacen con cierto orden, pero a medida que
los negros van ingiriendo aguardiente, se convierten las danzas
en saltos desaforados; los cantos en gritos estrindentes; la mú-
sica en sonidos broncos y destemplados. No pocas veces los bai-
les terminan en puñetazos, palos y cuchilladas. Los bailes coste-
ños recuerdan los usados en el África ; como en éstos se ven con
frecuencia en aquéllos toda clase de piruetas y cabriolas. Según
los saltos, curvas y círculos que describen los danzantes reciben
los nombres de caderona, agualarga, aguachica, tiguaranda, la ma-
drugada etc.
Un baile dura generalmente dos o tres días con sus corres-
pondientes noches. Son frecuentísimos y en muchas partes se-
manales.
En Tumaco, en la Puntilla, existía en 1917 una casa que
alquilaba una mujer cualquiera quien llevaba músicos y aguar-
diente; y lo mismo era comenzar a sonar la marimba que lle-
narse los salones de negros danzantes. La mujer pagaba los mú-
sicos y alquiler de la casa con el producto del aguardiente ven-
dido. Estos bailes duraban desde el sábado por la tarde hasta el
lunes por la mañana.
El baile de los negros costeños es de lo más vulgar y sal-
vaje que hemos podido ver. Cuando por acaso en un río en que
hay un baile aparece una canoa que lleve a un misionero, cesan
instantáneamente la música y la gritería ; y si el Padre sube a la
casa la encontrará perfectamente vacía, porque todos los de la
parranda se han arrojado por las ventanas y han huido al mon-
te. Este hecho lo hemos presenciado varias veces; y ello prueba
que los negros no ignoran lo que han trabajado los sacerdotes
para extirpar esas abominables orgías.
En la costa alta se hace un buen baile el día que se les
pone el agua a los niños; y cuando por vez primera les cortan
154 Costa colombiana
las uñas; para el uno y el otro acto nombran hasta veinte pares
de padrinos.
Cuando muere un niño los padres hacen el chigualo al te-
nor de los velorios de Cundinamarca y Boyacá. Cubren al muer-
tecito de flores, y al rededor de él bailan, cantan y juegan al
chocolate, trapiche, tres, yare, zapajo, zapatico, florón, vaca pinta-
da etc. Claro está que durante el chigualo no escasea el aguar-
diente, como tampoco falta en los velorios de los santos que son
fiestas domésticas establecidas en honor de algunos de los bien-
aventurados, y que consisten principalmente en rezar ante una
imagen el rosario y ciertas oraciones, en cantar determinadas le-
trillas, y en tomar licor y bailar recio y tendido. Mas sépase que
esto último se ejecuta en lugar distinto del en que se encuentra
el santo, y que el más venerado de la manera dicha es el bendi-
to San Antonio.
A los negros les basta cualquier pretexto para entablar un
baile. ¿Que amasan en una casa? Pues ahí está la muñeca de pan
a cuyo bautismo con aguardiente acuden los negros para formar
con este motivo el baile. ¿Se mató en un lugar un cerdo? No hay
cuidado ; no faltarán comensales y danzantes. Fumar también les
agrada a los costeños ; a ninguno le falta la cachimba (pipa).
Para los matrimonios los hombres se visten correctamente,
y las mujeres se engalanan con toda clase de perifollos y colores
sin omitir los zapatos, los que algunas se los quitan sentadas en
el suelo de la calle al salir de la iglesia por no poder resistir por
más tiempo tormento semejante. La comitiva de los convidados
lleva a la iglesia a los novios procesionalmente, con música y con
paraguas abierto, llueva o haga sol. Al regresar a la casa de la
boda, son de ceremonia los versos que les espeta en la calle el
padrino sobre los deberes del matrimonio. Luego no falta la olla
podrida bien sazonada, con aguardiente, bailes y algazara.
En los días de la semana santa la regla costeña ordena sucu-
lentas y abundantes comilonas ; principalmente de fríjoles, hasta
hartarse.
Cuando el misionero visita un río y hace las fiestas, es la
única ocasión en que todos los negros salen de sus madrigueras
de los ríos y acuden al pueblo. Al Padre lo reciben con banda com-
puesta de varios tambores, algunas flautas y chirimías, y aun he-
del Pacífico 155
mos visto hasta un violín con cuerdas de pita. La banda toca por
la noche, a la hora del alba, al medio día y en las procesiones.
A los instrumentos dichos debe añadirse en las fiestas solemnes
un acordeón.
Durante estos días los fiesteros o alféreces atruenan el cielo
con los disparos de pedreros lo que debía prohibirse porque fre-
cuentemente hay desgracias.
Por las noches nunca falta la vaca loca, cuyo oficio es de-
fender el guarapo que se coloca en vasijas, bajo un torreón o
castillo, levantado en la plaza, de los negros que armados de to-
tumas tratan de penetrar en aquél para pillar unos sorbos del
apetecible líquido.
A ciertos santos los velan o arrollan en la iglesia toda la
noche con monótonos cantos.
Cuando le hacen la fiesta a un santo cuya imagen conservan
en una de sus casas, levantan un altar en una gran balsa, lo ador-
nan con flores y gallardetes, en él colocan la estatua; y así lo
traen al pueblo en compañía de mucha gente que arrulla con cantos,
y al son de la música y de los disparos de los pedreros. Estas
procesiones fluviales son verdaderamente poéticas. Los negros tie-
nen mucha fe, y al sacerdote, a lo menos en la Costa alta, lo
respetan y veneran; en la baja ya es otra cosa.
Todavía existe mucha inmoralidad en la Costa, a pesar de
la transformación innegable que se ha realizado de veinte años a
esta parte, merced al trabajo constante e incansable de los mi-
sioneros.
La ignorancia es completa; lo que se debe a la falta de es-
cuelas suficientes, a las grandes distancias a que viven los ne-
gros y a la incuria de los padres por el bien de sus hijos.
En algunos lugares de la Costa, y sobre todo en el río Mi-
cay, se encuentran casos frecuentes de albinos, o sea individuos
de cabello ensortijado y blanco, piel áspera y blanquísima que
en los niños tira a colorada, y ojos azules, aunque hijos de dos
negros de pura raza.
Los habitantes de la Costa, son navegantes excelentes y se
orientan y conocen las alternativas de los tiempos como por ins-
tinto, innato en los hijos de las aguas.
Cuando un negro trata de relatar algún hecho o formar Iti—
156 Costa colombiano
nerarios lo hace refiriéndose a las mareas ; nos iremos, dice, a
la media marea, con la vaciante ; murió el enfermo con la llena.
Los negros son supersticiosos en extremo. En diversos lugares se
imaginan que asustan y que habitan los espíritus malignos. A
pie juntillas creen cuanto se les refiera incomprensible y miste-
rioso por extravagante que sea. La patasola es un duende que
tiene un mero pie a manera de molinillo, la cual corre a la gen-
te en los bosques, travesea en las casas y se lleva a los niños;
en las playas se ven frecuentemente sus huellas. Las brujas abun-
dan; y hay personas que ojean (aojan) a la gente y a los ani-
males. Las enfermedades producidas por el aojo sólo pueden cu-
rarse con saliva de ciertas personas privilegiadas, untada en el
ombligo del doliente.
Las madres ponen al cuello de sus hijos colmillos de anima-
les y pepas de algunos árboles para librarlos de las visiones. Y
no faltan agoreros que vaticinen y digan que, merced al zumo de
cierta yerba, ven, como tras un cristal, el seno de la tierra, y en
él las guacas, el oro y las piedras preciosas. Estos mismos sue-
len dárselas de médicos que ciertamente embarcan a muchos para
la otra vida a pesar de poseer lo que llaman su piedra fi-
losofal, que hemos tenido en la mano con la cual lo saben todo,
y dicen que a través de ella ven los órganos internos del cuerpo
y las enfermedades que los aquejan. Hay negras que intentan
verdaderos maleficios amatorios. No logran su intento, pero sí es
cierto que hacen a no pocos incautos víctimas de sus venenosas
hierbas.
Podríamos citar numerosas oraciones a que atribuyen los ne-
gros efectos infalibles; las cuales recitan a diario y llevan escri-
tas en papeles pendientes del cuello; pero lo haremos únicamente
con una a la Virgen del Carmen, comunísima en la Costa, y cu-
riosa por lo que a la explicación de los resultados de ella se
refiere.
«Oración a Nuestra Señora del Carmen.
«Virgen purísima, que diste a luz al Salvador del mundo,
hermosa azucena más que la flor y que la maravilla del mundo.»
«Eficacia de esta oración. Cogieron a un hombre, le colga-
ren la oración, y lo maniataron y lo arrajaron al mar; se fue
o
—
x
"i
V
-
—
—
es
del Pacifico Í57
rebalsando por encima del agua y no se ahogó; de manera que
las gentes de ese lugar se quedaron espantadas de ver ese gran
suceso. Por acabar de probarla se la pusieron a un perro; lo ma-
niataron le amarraron cien ladrillos y lo arrojaron al mar. Pasó
lo mismo: fue rebalsándose por encima del agua y no se ahogó.
Le ouitaron la santa oración y se ahogó fácilmente. Si alguna
mujer hubiese de parto y no pudiese dar a luz se le podrá po-
ner esta santa oración en el pecho y alumbrará sin peligro. Ven-
drá la Santísima Vigen a echarle su santísima bendición o sea
la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.
«Si algún enfermo hubiese de muerte y no pudiese morir, se
le podrá poner esta santa oración sobre la barriga y se le arran-
cará el alma; retirará al diablo seis leguas mar afuera; vendrá
la Santísima Virgen a echarle su santísima bendición que será la
de Dios padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.
«Así es que el que sabe esta santa oración no será perse-
guido de ningunas visiones, ni de las justicias. No creas en ora-
ción del enemigo. Cree en esta santa oración : que si crees en
ella y así lo hicieres, te verás gloriado.
«En la casa donde saben esta santa oración no caerán rayos,
ni centellas; quien la rece no muere en guerras, ni muere con
balas, ni muere ahogado, ni tendrá muerte de repente, ni muere
desauxiliado. Vendrá la Santísima Virgen a cogerlo en sus bra-
zos echándole su santísima bendición que será la de Dios Padre,
y la de Dios Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.»
A pesar de la vida antihigiénica de los negros, que se ali-
mentan mal, pasan en los viajes cuatro o cinco días sin dormir;
cuando trabajan lo hacen rudamente, se bañan acalorados, aguan-
tan a la intemperie continuas lluvias etc., alcanzan muchos a la
senectud y viven sanos y robustos.
Las enfermedades que se sufren en la Costa son las siguien-
tes: el paludismo, que ataca a los blancos más que a los negros,
la furunculosis, la eczema, la psoriasis, la cloasma el beriberi,
la elefantíasis, la sífilis y el carate. En algunos puntos, como en
Tumaco, la tuberculosis hace estragos; pero lo que pide un pronto
remedio es la sífilis en sus diversas manifestaciones, extendidí-
sima entre los negros.
La fiebre amarilla parece que ha desaparecido; no así la
perniciosa, que se manifiesta de vez en cuando, y empuja al ce-
menterio a muchas victimas.
CAPITULO XXIV
La poesía popular — Algunas reflecciones sobre ella — La poesía y la músi-
ca— Cantares de la poesía costeña — Algo de Fonética — Influencias
ajenas en los cantares costeños.
En la Costa del Pacífico la poesía se manifiesta vigorosa
con aquella enjundia y sabor que le da el alma popular. Esos
negros, que moran como disgregados en un rincón de la tierra
del resto de los hombres, que apasientan sus entendimientos
con las obras de modernos versos ¡quien lo creyera! son verdade-
ros poetas. No lo serán para aquellos que hacen consistir la
poesía en hermosas frases, vacías de sentido, para quienes sa-
crifican el fondo a la forma, para los que no saben componer
una estrofa sin traer a colación a los dioses de Grecia, a los
héroes de Roma y a las sultanas de los harenes turcos, lo que
a la mayoría de los hombres les importa un comino. La poesía
que canta a la propia tierruca, a la casita situada a las orillas
de los caudalosos ríos o en las playas que besan las olas del
mar, a las barquillas que se desusan sobre las aguas en las
tardes crepusculares o en las noches de luna, a los bosques de
árboles seculares, a la novia a quien se le entrega el corazón.
a las serenas diversiones caseras, a los niños a quienes arreba-
tó la muerte, al divino infante Jesús y a su madre María San-
tísima; la poesía que traduce los sentimientos del alma popular,
es la propia de los negritos costeños. No vayamos a buscar en
aquella pleve, divorciada por naturaleza de lo erudito, cantares
de corte moderno, versos pulidos de alabastro, peregrinas pala-
brejas sacadas de las entrañas del diccionario, cuando no forma-
das en las canteras de las hablas extranjeras, porque nada de
del Pacífico I59
esto encontraremos; pero en cambio nos llegarán hasta el alma
deliciosas ternezas nacidas espontáneamente del fondo de los co-
razones, como las florecillas que brotan de los bosques.
¿Cuándo nos convenceremos de que el pueblo es un riquí-
simo venero de verdadera poesía? La poesía popular es uno de
los factores más poderosos para conocer la idiosincracia y las
costumbres de los habitantes de una región. Porque ella, como
el niño, dice lo que siente; manifiesta el estado del alma triste,
sano o enfermizo sin embajes, con absoluta espontaneidad. Por
eso en los cantares populares de la Costa se nota la salvajez
del negro que vive entre las vírgenes selvas de los trópicos y
la melancólica nostalgia del pobre desterrado que añora a la
originaría patria ausente. •
Los negros transportados a nuestro litoral pacífico del África
vivieron en esta zona consagrados al laboreo de las minas, ais-
lados del resto del país causa de la extraña situación topográfica
de una región situada entre el mar y la cordillera occidental; y
justamente por este motivo han conservado su espíritu netamente
africano que se trasluce en sus cantares, impregnados de melancolía.
Al negro le fascina cantar. En los velorios a los santos, en
los bailes, en los matrimonios, en los natalicios, en las reuniones,
es imprescindible entonar las cancioncillas, sin las cuales no tie-
nen razón las fiestas y se hacen las horas enfadosas y las conver
saciones desapasibles.
¿Qué significa aquélla voz que repercute con melodioso
acento en la inmensidad silenciosa del bosque? Es la negrilla
que canta en la mina mientras lava el oro. Y aquellos ecos
apagados que llegan hasta las casas ribereñas interrumpiendo el
silencio de la noche son de las canciones que en las barcas
modulan al compás de los remos, los bogas que transitan por
los ríos. El mar lleva sobre sus olas a grandes distancias las
barcarolas de los pescadores; en los campos y en los hogares
se recitan décimas o temas y en las playas cerca a una casa se
oyen los madrigales del galán enamorado.
En los pueblos incipientes la poesía y la música andan
juntas; se alimentan de un pecho; son hermanas gemelas, hijas
del mismo seno. En la Costa, aun los versos que los negros
llaman décimas, los recitan semitonados, por decirlo así..
160 Costa colombiana
La estructura de las estrofas de los cantares costeños tie-
ne cierta selvatiquez, algo de enmarañado, propio de aquellas
tierras bravias.
El romance, como adecuado para vaciar en él todo el al-
ma, lo manejan los negros a su albedrío, sin doblegarse ante
reglas cuya existencia ignoran, de donde se originan la mezcla
de asonantes y consonantes o el uso exclusivo de los segundos,
la falta de métrica muchas veces y la no carencia de otras co-
allas que los críticos anatematizan con justicia, pero que merecen
indulgencia en el vulgo por lo que vale el fondo recio y pu-
jante unas veces, jocoso otras, sencillo y tierno siempre.
El amor y las grandes pasiones inspiran a los trovadores
costeños, y si acaso manifiestan sus#sentimientos de una mane-
ra si se quiere hasta grocera, debe tenerse presente lo que in-
fluye en el ánimo de lo que se llama el medio y lo que son
aquellas naturalezas sin domeñar, fuertes como los robles de
sus bosques, e impetuosas como los torrentes de sus ríos.
Hemos visto negros que sin saber leer ni escribir improvi-
saban largas composiciones y las conservaban en la memoria.
En ciertos cantos, en los chigualos y en los arrollos al
Niño Dios, tres o cuatro personas cantan los solos y toda la
gente el coro o los estribillos. En los chigualos se encuentran
versos verdaderamente sentimentales y en los villancicos hay ri-
queza de espirituales melodías.
Al estudiar la poesía popular debe tenerse en cuenta la fo-
nología de la región, lo que influye directamente en la mayor o
menor armonía del verso. Para nosotros hay lugares en que la
modalidad fonética de los negros no es otra cosa que la de las
lenguas africanas que hablaron sus mayores. Los sonidos son
perfectamente guturales, duros y estridentes. La S, aun en mi-
tad de palabra la pronuncian como la /; Crijto, no como la an-
tigua H aspirada en castellano, sino como algo que parece
un desapasible chirrido. Esto, sin embargo, no es lo común; se
conserva en la parte alta de ciertos ríos; es decir, en los sitios
en que no ha existido roce con extrañas gentes.
La supresión de la 5 y de las consonantes finales, el cambio
propio de Andalucía de la Z por la S, de la Ll por la Y; y también
de la D por la /?, es bastante ordinario. El fenómeno de la S lo
dzí Pacifico
161
encontramos aun en las gentes de pro. En el género picaresco se
nota en la Costa la influencia ecuatoriana.
Para confirmación de lo que llevamos dicho y entreteni-
miento y solaz de los literatos, aportamos al caudaloso río de
la colección de los cantares populares colombianos, el límpido
y murmurador riachuelo de algunos del litoral Pacífico, recogi-
dos por nosotros aquí y allá de las bocas de los negros.
CAPITULO XXV
Colección de cantares de los indios costeños (1)
CH IGUALO
Que dichoso ete angelito
Que para el cielo nació!
Más dichosa fue su madre
Que para el cielo parió.
Chigualito, chigualito,
Qué dichoso ete angelito!
Madre, como no llora?
Padre, como no sentí?
Que ya me voy ausenta
De la patria en que nací.
Chigualito, chigualito,
Qué dichoso ete angelito,
Angelito- ándate al cielo,
Anda compone el camino,
Pa cuando vayan allá
Tu madrina y tu padrino.
Chigualito, chigualón,
Para amante corazón.
A los ángeles del cielo
Les he mandao a pedí
Una pluma de tus ala
Para podé ecribí.
Chigualito, chigualón,
Para amante corazón.
Los angele en el cielo,
También tienen alegría,
Cuando les llega de nuevo
Una grande compañía.
Chigualito, chigualón,
Para amante corazón.
Ejta playa ejtá mojada
Y aguacero no ha llovió,
Lágrima de mi niñito
Que me tiene aquí perdió.
Chigualito, chigualito,
Que dichoso ejte angelito,
Que para el cielo naciój
Más dichosa fue su madre
Que para el cielo parió.
En el matrimonio.
Ya te casaste;
Tuviste razón;
Ahora complirés
Con tu obligación.
Todas las mañanas
Te has de levanta
A barrer la casa
Y a hacer de almorzá.
No salgas a la calle
Sin dar de almorzá,
(i) Hemos dejado en los versos algunas letras que los negros no pronun-
cian, en gracia a la claridad y armonía.
La Madre Enoarn.aoión
FUNDADORA DE LAS RELIGIOSAS >BETLEMlTAS
del Pacifico
163
Porque tus amiga
Te han de murmura.
No tendrás amiga
En la vecindá
Porque son cuchillo
Que te han de mata.
A tu marido .
Lo has de cuida,
No cuides a otro
Porque has de peca.
Quiere a los hijos
Si Dio te lo da,
Y el mismo cielo
Te bendecirá.
CANTARES
De lo hijo de mi madre,
Yo fui el que nací el primero
Yo fui el que arranqué la espada
Donde clavó Olivero.
El santo papa de Roma
Se propuso a consagra;
Los serafine le cantan
En el coro celetiá.
La boca de ejte angelito
Cuando viene de dormí,
Parece un botón de rosa
Acabadito de abrí.
Ya salió la luna al aire
Alumbrando lo potrero;
Onde nacieron lo burro,
Nacieron lo conservero.
Ya salió la luna al aire
Alumbrando naranjale,
Onde nació Jesucrijto
Nacieron lo libérale.
Buen amigo, le pregunto,
Quiero que me dé razón:
Cómo podré yo viví
Sin que hable de mi opinión?
De los hijos de mi padre, Para arriba corre el agua,
Yo fui el que naci varón. Para abajo a borbollón,
Yo fui el que arranqué la espada Así correrá mi fama
Donde clavó Sansón. En vana conversación.
Buena noche gran amigo,
Aunque no le sé su nombre,
Porque estoy recién bajao
De la montaña de Londre.
El chocolate es un santo,
Que de rodilla se muele,
Con la mano e que se bate,
Mirando al cielo se bebe.
Al infierno me bajé
Solo con mi escapulario.
Al diablo lo hice reza
El santísimo rosario.
Por el pretil de una iglesia
Yo vide a mi Dio paseando,
Y para mayó grandeza
Vide otro Dios consagrando.
Debajo de Crijto ejtán
Las cinco letra vocale;
Dime si fueron iguale
Las doce en que pecó Adán,
Abajo la cinta verde,
Arriba la colorada,
Abajo lo mochoroco
Con las espada parada.
Dame los brazo; odió,
Que me vengo a despedí;
No llorará mi muerte;
Yo nací para morí.
La muerte te ejtá llamando,
No le quiere responde
Y ella te ha de da un palo
Que no te pueda mové.
Cuando te vas a baña
Llevaré cuchillo y lanza,
Poque están los conservero
Como perros en matanza.
Mucho me acuerdo de ti,
Mucho lloro por tu ausencia.
Tú no te acuerda de mí;
Que ingrata correspondencia!
164
Costa colombiana
Ven a mora con migo
Oh niña de lo mare;
Lloro a diario por ti
Con mi padre y mi madre.
Para boga en; los río
Me bajta mi canalete,
Y en mi casa una morena
Que me abrace y que me bese.
Matica de allajatica.
Matizada con romero,
Sólo de tan bella boca
La contestación espero.
La blanca no me ha querío
Y me miran de reojo;
Pero quiero a mi morena
Con su boquita y sus ojo.
Para mira tu hermosura
He venío de muy lejo;
Hace mese que en los río
De día y noche navego.
Por tu ceja vivo ancioso;
Por tu color singulá;
Tus ojos son de crista;
Tus pestañas laboriada;
Y tu carita engastada
No me canso de mira.
Esta noche he de salí
Para ver a mi morena,
Cuando la luna se dentre
Y su madre ya se duerma.
Dende que tu me miraste
Me dejaste enamorao;
Dende entonce ya no como
Y me siento acongojao.
Yo te vide conversando
En la playa con un mozo;
Cuidadito no me engañes,
Cuidadito que te cojo.
Con mi chinchorro he cogió
Mucho peje para tí;
Y plátano del colino
Con rascadera y ají.
Como caen todo lo peje
En la punta del anzuelo,
Han de caer la mujere
En lo hondo del infierno.
Para mí no hay sol ni luna,
Noche, mañana ni día;
Pue sólo en ti vida mía,
Pensando estoy a la una:
A la do con atención;
A la tre dice mi suerte,
Vida mía que por quererte
Qué larga la hora son.
Cuando en las agua del má
Voy remando en la canoa,
Si amaina la brisa canto
Mis décima y mis loa.
Cuando en las aguas del río
Me ataca alguna visión,
La auyento con lo cantare
Que mi mama me ensenó
Como dueño de la flore
Te pusiera en un juardín.
Y adorara lo primore
De mi bello serajuín.
Esa persona exquisita
No me canso de admira;
Aquí tenéis, señorita,
Un esclavo a quien manda.
Todo el mundo lo he andado
Desde la seca a la meca;
Y no he podido encontré
Coteja pa mi muñeca.
Desde el vientre de mi madre
Nací con mi enteligencia,
Para no rendirme a naide
En cualesquera pendecia.
Yo anduve en la mar del norte,
En Lima y en el Callao;
He cantado con dolores
Y a mí no me han rebajao.
Adonde ejtá ese que salió
Con tan grande atrevimiento
Sin hacerme acatamiento
Sabiendo que aquí ejtoy yo?
No quiero sombrero blanco
Porque no soy caballero,
del Pacífico
165
Con mi sombrerito negro
Me paso por donde quiero.
Yo tengo el alma oprimida
Como las agua del mar,
Y tú la tiene tan dulce
Como el agua de toma.
Yo ejtuve en la serranía
Y lloraba por volvé
A la playa de la cojta
Donde el rna me vio nace.
Cuando venga de Tumaco
Cosita te he de trae,
Cinta para tu cabeza,
Botine para tu pie.
Te pusiera una corona
Y bajara a ser cautiva;
Te hiciera dueña del mundo,
Aunque es poco lo que diga.
Yo vivo como los peje
En las agua de la ma;
Yo estuve en el Ecuador,
En el Chocó y Panamá.
Tus ojos me dieron lú.
Tus labio me dieron vida,
Y bailo con tigo sola
Si me tocan la marimba.
Arr olios
Arrollo mi niño
Arrollo mi Dio,
Tiritando nace
Divino Señó.
Po qué llora el niño
Decidno pastore
Será po nosotro
Pobre pecadore?
Niñito querío,
Niñito adorao,
Nosotro te queremo,
Nosotro te adoramo.
Oh recién nacido
Recibe lo done;
Nosotro te ofrecemo
Nuejtro corazone.
Arrollo mi niño,
Y arrollo mi Dio,
Tiritando nace
Divino Señó.
Arrollen, arrollen al Niño Dio,
Esta noche es noche buena
Y arrollen al Niño Dio,
Es noche de no dormí,
Y arrollen al Niño Dio,
Está la Virgen de parto,
Y arrollen al Niño Dio,
Y a las doce ha de parí;
Y arrollen al Niño Dio,
Y ha de parí un infante
Y arrollen al Niño Dio,
Blanco, rubio y colorao,_
Y arrollen al Niño Dio,
Han de decí que es pastor,
Y arrollen al Niño Dio,
Para guarda su ganao,
Arrollen, arrollen al Niño Dio.
Arrollen, arrollen al Niño Dio
Esta sí que es noche buena
Y arrollen al niño Dio,
Noche de tanta alegría,
Y arrollen al Niño Dio
Caminaba San José,
Y arrollen al Niño Dio,
En compañía de María,
Y arrollen al Niño Dio,
Vamos a Belén, pastore,
Y arrollen al Niño Dio,
Que en Belén la gloria está
Y arirollen al Niño Dio,
Vamos a ver a María,
Y arrollen al Niño Dio,
Hincadita en el portal,
Y arrollen al Niño Dio,
Vamos a ver al infante,
Y arrollen al Niño Dio,
Que nos ha nacido yaL
Arrollen, arrollen al Niño Dio,
Décimas o temas
Si me oyeras sospirar,
Mi bien por ti tan de veras,
Lástima te había de dar
Aunque amor no me tuvieras.
Desde aquel funesto día
Que tus ojos me juartaron,
166
Tres cosas se me alejaron;
Gusto, placer y alegría.
Es tanta la pena mía
Que te puedo asegurar,
Que a un bronce hiciera llorar
Y a la más serpiente fiera;
Y tu pecho enterneciera,
Si me oyeras sospirar.
Tengo vista una paloma
Y la rama en que se asienta;
De este mes para adelante
Cuidao con el libro e cuenta.
Voy a junta un rialito
Pa compra mi cuchillito
Y mi caja e fulminante,
Pólvora también bajtante,
Para anda de loma en loma
Con mi ponchito de lona.
Poque aquí en este paí
Tengo vista una paloma
Y la rama en que se asienta,
Cuidao con el libro e cuenta
Le dé un palo y me la coma.
Salió un pobre una mañana;
A la casa de un rico entró
A pedí una limosna:
Señó po el amó de Dio.
El rico desque lo vido
Hizo que se sonrió,
El rico le contestó;
Qué vení hace aqui?
A vé: hurta pa come.
Y entonce le respondió:
Ese no es mi procede
Ni meno mi condición;
Manque estoy en carne humana
Es muy grande mi podé,
Todo lo puede el trabajo;
Yo no soy Lucifé.
Una vez pedí posada;
Me la dieron muy ligero,
Poque siempre el foratero
De domi tiene en la sala.
Y eto no petañaba,
Po que siempre me presino,
Me levanté con gran tino,
Y eso me previno
Róbame en la petañaa
Una vela del alta.
Costa colombiana
Yo, pue, era hombre dañino,
Yo, que la taba encendiendo,
Se alevanta el dueño e.casa;
Amigo que qué ta haciendo;
Hora verá lo que pasa,
Yo me taba persuadiendo
Que me decía si sos vo
Que te roba tan veló
La vela del Redentó.
Quién con Jesucrijto habló,
Quién fué el que fue a pregunta,
Quien fue el que vino diciendo
Que el mundo se iba acaba?
El primero fue el cometa
Que el ocho había de salí,
Y cómo íbamo a dormí
En el cambio del planeta?
La luz que nos elumina
Ya se nos quiere oculta,
Ya vemo las escurana,
Ya el sol no quiere alumbra,
Poque el santo sacerdote
De la playa se no va.
Dio manda angele del Cielo
Vetido de sacerdote
Que con luz de su inocencia
Aclaran tanta tiniebla
Y a alacrane y culebra
Les hacen busca su cueva.
El sacerdote del pueblo
A blanca, morena y negra
Las mandó a cargar cascajo
Pa la obra de la iglesia.
Varia blanca enfurecida
Les causó mucha impresión
Poque las bia comparado
Con las pobres negrecita.
Y el Padre en la confesión
No daba la absolución
Si no se iban al trabajo
A cargar también cascajo.
Una ocasión en Patía
Iba con mi machetico;
Topé un grande dominico,
Oh qué buena la ocasión!
Aunque me digan ladró,
Cojorruto sin segundo,
Con mi machete iracundo
Limpié too un plataná,
Poque es bonito roba
Y es habilidá en el mundo.
del Pacífico
167
En el cementerio
Aquí estoy considerando
Mi sepultura y entierro
Y ete pie de tierra ocupo
Que a mí mesmo me da miedo.
El corazón se me abrasa.
Me sacan amortajao
A la mitad de eta casa.
Me han de saca a vela;
Por ser la última ve,^
Vénganme a acompaña,
Eso que nos acompaña.
Eso será nuestra madre,
Eso serán los del duelo,
Y eso no lo sabe naide.
Ni dé su brazo a toreé,
Que aquí estoy considerando
El fin que fiemo de tené.
El fin que hemo de tené
Solamente Dio lo sabe
Con su infinito podé;
Sálvete Dio, reina y madre.
Quien enseñó esta verdá
fue aquel Padre Misionero;
Ejta palabra bajaron
Del mesmo Dios verdadero.
Me llaman el bebedor (l)
Porque bebo aguardiente,
El aguardiente emborracha
Y el dulce bota los dientes;
Más vale vivir borracho
Y no mi boca sin dientes.
El aguardiente me gusta
Tenerlo un rato en la boca,
Y les tengo que decir
Que el hombre no se provoca
Porque al más valeroso
Pronto le tapo la boca.
El aguardiente y la leche
Me los dan por alimento
Quisiera que al instante
Me tuvieran hecha y hecho.
El aguardiente lo bebo
Pero no lo sé sacar
Y tengo el encargo hecho
Donde Julio Salazar.
El Cristo
Con el Cristo B, A, C, D,
D, G, H, con J
S, Z, R, con P.
Cantador, tú no te metas
Si te sientes poquitico,
Porque yo aprendí el Cristíco
Antes que fueras poeta.
Yo soy el centro de letras,
La tabla de Moisés,
Soy el segundo Ezequiel
El que ha fijado en tablillas.
Cuidau te ponga en cartilla
Con el Cristo A, B, C, D._
Cantador, tú por qué gruñes
Habiendo cantar conmigo ?
Sabiendo que soy castigo,
Porqué tan alto te subes?
Soy el verano de octubre
La brisa del mes de abril,
A mí habéis de pedir
Alianza para cantar
Para que puedas versiar
S, P, H, con J.
Dime si poeta eres
O entiendes de teología
Dime cómo fue María
Escogida entre mujeres;
Cuántos fueron los placeres
Que San Gabriel le anunció,
Cómo fue que concibió
Sin la sombra del pecado.
Contestó moralizado
S, Z, R, con P.
Por ser la primera vez
Que en esta casa yo canto,
Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
Gloria al Espíritu Santo.
Buenas tarde, buen amigo,
Pa servirle, cómo está?
Responda las buenas tardes
Que su amigo se las da.
Adoremos esta casa
Y al albañil que la hizo
Que por dentro está la gloria
Y por fuera el paraíso.
(i) Estas 4'ecimas o temds y los siguientes cantares fueron recolectados por
el R. P. Regino Maculet.
63
Costa colombiana
Bota la cabuya al agua
Dale buelta al guayacán,
Veres las cosas del mundo
Qué diferentes están.
Soy hombre compositor
Pa retratar mi persona
Y pónete una corona
Con su décima decente,
Soy el mar y soy el fin,
Soy el que aforra las bombas,
Y sólo con susprirar hago
Hago temblar a Colombia,
Si desenvaino mi espada
Y me paro a lo discreto
Hago temblar a Colombia
Y dejo el mundo revuelto.
Si desemvaino mi espada
Y hecho mano al estoque
Ningún músico me cante
Ningún tocador me toque.
Si el Gobierno no me estima
Ni me da lo que deseo
Me le altivo, me le alceo,
Me alzo y me voy encima.
Dicen que robé un cáliz,
Jesúsi qué mentira esa;
Desde que me bautizaron
No dentro más a la iglesia.
Desde diciembre hasta enero,
Como todo el mundo dice
No sabe este caballero
Donde lleva las narices.
Señores los que me oyeron
No me murmuren la voz,
Que me ha dado romadizo
Y hoy no canto méjó.
El negro y el gallinazo
Al sentarse en la barranca,
Aquél blanquea los ojos
Y el gallinazo las zancas.
El ser negro no es afrenta,
Ni color que quita fama,
Pues el zapatito negro
Le luce a la mejor dama.
Si el ser negro fuera afrenta
No hubiera santo en pintura,
Ni habría renglones negros
En la sagrada Escritura.
Ya cantamos a lo humano
Cantemos a lo divino,
Para que la Virgen pura
Nos guíe por buen camino.
Qué bonita asucenita
Toda llena de rocío;
Yo la quisiera coger
Pero, yo cuándo, Dios mío?
Para adorar con belleza
La que fue madre de Dios,
La que en el pafto quedó
Pura, limpia, blanca, bella.
CAPITULO XXVI
Labor de los Agustinos Recoletos en Tumaco — Los Reverendos Padres
Melitón Martínez y Gerardo Larrondo — Estado religioso y moral
de la Costa en 1899 — Luchas y triunfos —Viaje del Padre Larron-
do a Pasto —Sufrimientos de los Padres durante la guerra civil.
Don Francisco Benítez — Fundación del Colegio de señoritas — Va-
rias obras — El Padre Julián Moreno — El 31 de enero de 1906.
Un suceso admirable.
Conocido el inmenso territorio que el Ilustrísimo señor Mo-
reno confió al celo de los Religiosos Agustinos Recoletos, vea-
mos, siquiera de una manera sumaria, la evangélica labor lleva-
da a cabo por ellos en aquella región.
Los Reverendos Padres Melitón Martínez y Gerardo Larron-
do, encargados en mayo de 1899 de la Parroquia de Tumaco,
se dedicaron al ministerio con admirables energías.
La costa se encontraba religiosa y moralmente en un estado
lamentable. Si bien existía un pequeño grupo de personas pia-
dosas, la mayor parte de los habitantes de la población no cum-
plían ni con los más elementales deberes que impone el cristianis-
mo. Oír misa los días de precepto, confesarse y 'comulgar una vez
al año, eran letra muerta no sólo para todos los hombres, sino
también para muchas mujeres. Del estado moral de la población
es mejor no hablar; que bien se comprende lo que es un pueblo
cuando no regula sus actos por los sanos principios que Dios
ha grabado en la conciencia y que la Religión impone.
He ahí el campo que encontraron nuestos Religiosos en la
Costa: un yermo donde arraigaban árboles seculares de veneno-
sos frutos; una tierra en que se desarrollaba frondosa la maleza
del pecado.
170 Costa colombiana
Pero los Padres Martínez y Larrondo, armados con la segur
de la divina palabra, emprendieron la tarea de talar aquel
bosque de indiferentismo e irreligiosidad y de plantar en su lugar
las flores fragantes de las virtudes cristianas.
Fue penosa la lucha. El demonio revolvióse en sus* antros
ante el ánimo esforzado y laborioso de nuestros Misioneros y
concitó contra ellos las iras infernales; pero a pesar de las viles
persecuciones, de las enfermedades y aun de la muerte, cayeron
los ídolos paganos de la Perla del Pacífico, y en lugar de ellos
se levanta ahora majestuoso, entre los pliegues de la tricolor
bandera de la Patria el leño sacrosanto de la cruz de Cristo,
que impera en los hogares y en los corazones de los coste-
ños.
La esplendidez en el culto divino fue una de las primeras
preocupaciones de nuestros Religiosos, para lo cual trataron de
restaurar la iglesia y de dar vida a las Congregaciones del Co-
razón de Jesús y de las Hijas de María.
El abandono espiritual en que se encontraban los habitantes
de los ríos hizo nacer en los Padres la idea laudabilísima de
organizar correrías por toda la extensión del Litoral; y en Tu-
maco se tomaron medidas que tendían a la moralización del
pueblo.
A fin de obrar sin extraviarse, los Padres resolvieron con-
sultar con el Prelado pastopolitano sus proyectos de conquista
espiritual en la Costa, para lo cual se dirigió a la capital de la
Diócesis el Padre Larrondo, quien habiendo recibido sabias ins-
trucciones del señor Moreno, regresó al Litoral con nuevos bríos,
decidido a trabajar sin interrupción en viña del Señor.
Y a la tarea evangélica se había dado sin reposo cuando
estalló la terrible guerra que duró tres años y que tan graves
consecuencias tuvo en los destinos políticos de la Costa, cuyos ha-
bitantes se levantaron en armas a favor de los revolucionarios,
en su mayoría.
Sin embargo a los Padres Martínez y Larrondo no les arre-
dró el peligro que corrían a causa de la guerra, si no desistían
de su trabajo antirrevolucionario de cristianizar la Costa; conti-
nuaron impávidos en su labor que era sin duda asaz benéfi-
ca para los habitantes de aquella región.
del Pacifico 171
Pero cuántas amarguras tuvieron que devorar en ese tiem-
po. Bien puede comprenderlo quien se haya encontrado alguna
vez en peligro de caer en manos de enemigos sin conciencia y
sin religión. ¿Cómo contar los sobresaltos, los días amargos y
noches de vigilia, pasados por los dos Misioneros Agustinos Re-
coletos en Tumaco durante la guerra? Y que no discurrían a humo
de pajas, lo prueba la manera como la revolución triunfante
se manejó con el Padre Larrondo, a quien después de tratar
vilmente, desterró de la isla como a elemento pernicioso. El Pa-
dre pasó a Cali, y luego a Panamá.
Antes se había visto constreñido a salir para el Istmo el
Padre Martínez con una grave enfermedad, contraída a causa de
los muchos trabajos que le sobrevinieron en Tumaco. En vía de
reposición estuvo algunos días en la residencia de Chepo, y luego
se embarcó en el vapor Isla de Panay con rumbo a España, pero
no bien había levado anclas el barco cuando se agravó muchí-
simo, y espiró el 13 de agosto de 1900, poco antes de arribar
a Puerto Cabello, donde fue sepultado. Al Padre Martínez pue-
de considerársele como a la primera víctima de nuestras misio-
nes en el sur de la Costa Colombiana del Pacifico.
Cuando las fuerzas del Gobierno se apoderaron nuevamente
de Tumaco, el Padre Larrondo regresó con el Padre Hilario Sán-
chez, en agosto de 1901, a la isla, donde fue cordialmente reci-
bido por las personas buenas que veían en él a un mártir de la
fe de Cristo.
Y a la verdad que acreditó este título con su comportamien-
to valeroso cuando, segunda vez triunfante la revolución, se le
hizo comparecer ante un tribunal militar, de donde se le arrojó por
la escalera a empellones, se le dio por cárcel un tugurio, se le
arrancaron los hábitos sagrados, con la misma violencia se le
pusieron arreos militares; en este traje se le paseó por las calles
de Tumaco, se le obligó a servir de guardia en el cuartel, en el
Morro se le encepó y se le condenó a sufrir la pena de un buen
número de palos. (1) La Providencia divina quiso que este úl-
(i) A una persona que vitoreó al Padre cuando lo llevaban por la plaza
vescido de soldado, el Jefe revolucionurio mandó azotarla. Quien desee saber
los nombres de los que autorizaron estos atropellos, puede verlos en el periódi-
co El Conservador, de Pasto, número 31, correspondiente al 10 de abril de
1902.
172 Costa colombiana
timo sacrilegio no se perpetrase, porque los soldados a quie-
nes se había comunicado la criminal orden no se atrevieron a
cumplirla.
Pero todavía hay más; durante los días de la guerra al Pa-
dre lo insultaron repetidas veces en la calle, y públicamente,
una partida de negros, azuzados por ciertos jefes, vociferaron
contra él calumnias y denuestos.
Pacificada felizmente la Nación, el Padre Larrondo se entre-
gó a los ejercicios del ministerio apostólico en la ciudad y en
los núcleos rurales de población, sin descuidar cuanto pudiese
tener afinidad con el progreso material de la Costa. No hubo
obra que se acometiese por aquel tiempo en pro de la región,
en la que el Padre no hubiese tomado activa parte.
El señor Francisco Benítez, de imperecedera memoria, fue
el brazo derecho del Padre Gerardo en las obras que hizo, por-
que le ayudó eficazmente con abundantes y crecidas limos-
nas.
A entrambos se debe la fundación del Colegio para señori-
tas: don Francisco aportó para la obra $ 25,000 y el Padre ges-
tionó el asunto y lo coronó con felicidad.
La fundación de un plantel en que pudiesen recibir esme-
rada educación las jóvenes, era de imperiosa necesidad en Tu-
maco. El Padre Larrondo lo comprendió así, y por esto no cejó
de trabajar hasta conseguir que las religiosas Betlemitas de Pas-
to hiciesen la fundación en Tumaco. El Colegio comenzó a fun-
cionar en 1908. El edificio, de madera, es amplio, higiénico y ele-
gante; los salones vastos y cómodos; la enseñanza de acuerdo
con las modernas leyes pedagógicas.
El fruto cosechado por las Madres Betlemitas puede sinte-
tizarse en en estas cortas palabras; han regenerado a la mujer
tumaqueña. Y efectivamente la joven educada por las madres
Betlemitas une a la instrucción del entendimiento la formación
de un corazón verdaderamente cristiano, consciente de sus debe-
res para con la sociedad y con la Patria.
Aun cuando el Padre Larrondo no hubiera hecho en Tuma-
co otra cosa que fundar el Colegio de señoritas, su nombre de-
bía ser pronunciado con veneración y cariño por los habitantes
de la isla; pero además de esto él mejoró la iglesia, llevó algu-
Iltistvíisiiiio seíiov Fray
EZEQUIEL MORENO
del Pacifico 1 73
ñas imágenes del extranjero, compró numerosos ornamentos sa-
grados y construyó la casa cural. En las capillas de los pueblos
su acción fue también fecunda. Y en lo moral, ¡cuánto fue el fru-
to recogido por el Padre! Basta ver los libros parroquiales para
convencerse de ello.
Pero al trabajo del Padre Larrondo es menester que sume-
mos el del Padre Julián Moreno, incansable operario, que coad-
yuvó a la magna obra de la salvación de las almas en el Litoral,
durante el tiempo que se lo permitió la obediencia.
Justamente el Padre Julián se encontraba en Tumaco el 31
de enero de 1906, día verdaderamente aciago para la Costa, por
el tremendo terremoto que durante varios minutos se sintió en
toda ella; el que causó la destrucción de crecido número de casas. La
isla de Tumaco se estremeció a tal extremo que las imágenes
cayeron a tierra y las campanas sonaron como si alguna persona
las hubiese estado tañendo. Hubo terrenos como el del Charco
y Mosquera que se hundieron hasta un metro. Pero lo que produjo
en realidad estragos no fue el terremoto propiamente, sino la es-
pantosa avenida del mar sobre la Costa. El agua subió hasta
treinta millas por los ríos, causando desgracias sin cuento. Va-
rias playas, como la de los Reyes, desaparecieron, y poblaciones
costeñas, como la de San Juan, quedaron sepultadas entre el agua.
No hubo familia de las que moraban cerca al mar que no perdiese
algún miembro en la catástrofe. Una señora, por ejemplo, per-
dió a su madre, a su hermana y a su hija; otra a su esposo y a
cinco h'jos; en muchos hogares no se salvó nadie; a un boga
que navegaba en el mar con un francés de la Compañía de Tim-
biquí, lo arrojó la ola a la playa y quedó colgado de las ramas
de la copa de un mangle que fue su admirable salvamento. En
las mismas poblaciones de los ríos la gente huyó despavorida a
los montes y muchos trataron de buscar un refugio en los árbo-
les más elevados.
Después de esta terrible anegación no es posible describir
el espectáculo de la Costa: madres que a gritos llamaban a los
hijos desaparecidos, árboles tronchados, casas derruidas, cadáve-
res entre las malezas, y llenas las playas de conchas y peces
muertos.
lf4 Costa colombiana
En la isla tumaqueña que está a nivel del mar, es fácil
comprender cuál sería el terror que se apoderó de los habitantes
al ver que el mar como una montaña altísima se dirigía a pa-
sos de gigante hacia la isla. En las calles las gentes se arre-
molinaban pidiendo misericordia o se dirigían espotáneamente a
la iglesia, inclusive los incrédulos e indiferentes. El Padre La-
rrondo en aquel inminente peligro se lanzó precipitadamente a
la iglesia por entre la multitud que se arrodillaba ante él para
que le impartiese la absolución sacramental, y consumió en el
santo altar las formas consagradas, menos una que dejó en el
copón, con el cual se dirigió hacia la playa seguido por la muche-
dumbre, rebosante de fe a la vista de Jesús Sacramentado, a
quien seguían las imágenes de los santos llevadas en hombros de
personas que en otras ocasiones se avergonzaban hasta de acer-
carse a la iglesia pero que entonces despreciaban los humanos
respetos ante el temor de la trágica muerte que los amenazaba.
Ya en la playa, el Padre penetró mar adentro y aguardó impá-
vido a la encrespada ola que se acercaba, amagando sepultar a
Tumaco en su vórtice. Pero ¡oh suceso prodigioso! cuando la
multitud creyó que iba a ser devorada por la ola, el Padre per-
maneció firme e impertérrito en la arena, levantó la Hostia sa-
crosanta y trazó con ella la señal de la cruz; y al mismo ins-
tante se retiró el mar habiendo humedecido al sacerdote hasta
la cintura. Lo que esto fue, nosotros no entraremos a discutir-
lo; pero del hecho, tal como queda narrado, fueron testigos todos
los habitantes de Tumaco, quienes lo atribuyeron a un favor es-
pecial de la divina Omnipotencia. Y tanto es así que desde aquel
tiempo hasta ahora, todos los años, el treinta y uno de enero
hay en la iglesia de Tumaco, solemne fiesta de acción de gra-
cias a Jesús Sacramentado. Nuestros Misioneros han querido
levantar en el lugar en que trazó la cruz con el copón el Padre
Larrondo, un monumento, en honor del Santísimo Sacramento
del Altar en la isla Tumaqueña.
El Padre Fabo cantó el prodigio eucarístico en una compo-
sición que corre impresa en libros y revistas. De buen grado
la transcribimos aquí como un homeaje a Jesús Sacramen-
tado.
del Pacifico ÍV5
Negra se pone la comba
Del cielo, con raudo empuje,
El rayo cruza, rimbomba
El trueno horrísono y ruge
Cual eco de inmensa bomba.
El mar en sombras se encierra,
Como titánico ariete.
Contra las orillas cierra,
Tan fiero les arremete,
Que hace retemblar la tierra.
Manojos de rayos rajan
El aire, aumetan los truenos;
Las nubes se desencajan;
Hínchanse del mar los senos;
Los cantiles se descuajan;
Ruge el abismo; se agrieta
La roca; silba, rebrama
La ola, a los vientos reta,
Y su espuma desparrama
Arrojándola; y aprieta
El rayo, el ciclón, el lodo,
El fragor, la sombra, el tumbo,
Remedando aquel período
En que acabará su rumbo
El Ponto, la tierra y todo,
Del puerto huyendo las naves
Mar adentro se abalanzan,
Y crujen, sueltan los trabes,
Que ya se abisman, ya se alzan
Como pescadoras aves,
Mientras los esquiles son
Juguetes del oleaje
Y en hórrida confusión
Se rompen, todo el blindaje
De trizas hecho un montón.
1?6 Costa colombiana
Olas tras olas avanzan,
Semejan cerros flotantes
Que a la población alcanzan,
O culebrones rampantes
Que hacia la presa se lanzan.
No hay playa ni puerto ya,
Con indómito coraje
Tragándoselos está
El insaciable oleaje,
Del pueblo ¿qué quedará?
Como rebaño espantado
La gente se agita y huye,
Que cada vez más hinchado
El océano, destruye
Las viviendas del poblado.
Transido de dolor ve la desgracia
De su grey desolada el Padre Cura;
Si atajar el océano es locura,
El no querer huir es más que audacia.
Soberano Señor— suplica lleno
De sentimientos de humildad intensa
¡Perdón, perdóni Vuestra bondad inmensa
Al mar le ponga omnipotente frenoi
¿No sois el misino que partió el Mar Rojo
En dos, abriendo transversal camino
Porque un pueblo que andaba peregrino
Quedase libre del tirano enojo?
Y el humilde Religioso,
Henchido de confianza,
A la iglesia se dirige
Sin sentir temor a nada;
Abre el Sagrario, en las manos
Toma la Forma Sagrada,
Y sale hacia el mar, algunos
Que lo ven desde las casas
Dicen:— El Padre está loco;
¡Es un santo! otros exclaman.
del Pacifico 177
Mas él, tranquilo, sereno,
Avanza hacia el mar, avanza,
Que lleva la Omnipotencia
En sus manos abreviada.
Llega al borde, eleva el Vaso
Sagrado, una cruz traza
En el aire, y el mar presto
Sus recios embates calma
Y se alejan aquietándose
Sus vórtices, adelanta
El sacerdote unos pasos
Y se retiran las aguas
Como la fiera que cede
Ante el domador que amaga.
Y sigue el Padre adelante
Y retrocede el mar hasta
Que se reduce a los términos
Que el Creador le trazara,
Quedándose liso y fúlgido
Cual de acero, inmensa lámina.
Un rayo de sol triunfante
Rompe las nubes opacas
Y alfombra con tapiz áureo
La vía recién mojada
Por donde vuelve el ministro
Con la Hostia Sacrosanta.
Todo para Dios, ¡qué gloria!
Dios para todo, ¡qué gracia!
40+-
12
CAPITULO XXVII
El fundador de nuestras misiones en la Costa — Una página del Padre An-
gel Aviñonet — Celo del Ilustrísimo señor Ezequiel Moreno — Varios
sucesos durante su visita pastoral de 1896 en Iscuandé, Guapi v Pa
tía —La visita de 1903 — Sacrilegio en Tumaco — El Obispo en la
Costa en 1906 —Muerte del señor Moreno.
El verdadero fundador de nuestras misiones en la Costa, fue
el Ilustrísimo señor Fray Ezequiel Moreno, religioso de la Orden
de Agustinos Recoletos y Obispo de Pasto. El abandono es-
piritual en que vivían los habitantes de la Costa a causa de la
escasez de abnegados operarios que pudiesen enterrarse vivos
en esas malsanas regiones únicamente por la salvación de sus
hermanos, fue una continua pesadilla para el señor Moreno en
los primeros años de su episcopado. Por lo cual trató de con-
fiar la Costa a Religiosos que la administrasen con verdadero
celo en forma de misiones. Los de la Orden Agustiniana, tanto
para complacer al Obispo como para beneficiar con la ca-
tequización y civilización de mucha gente a la Iglesia Católica y
a la patria colombiana, se hicieron cargo de aquella porción de
la grey cristiana. El Obispo se había dado cuenta de la necesi-
dad apremiante de esta medida en la visita pastoral de 1896.
El Padre Ángel Aviñonet, compañero del señor Moreno en
esta visita que duró cerca de cuatro meses, relata algunos suce-
sos de ella, que consignamos aquí por tratarse de un Obispo
agustino:
«Eran los afanes del Obispo procurar el bien espiritual de
sus diocesanos; la sed de salvar almas se notaba en él muy mar-
cada siendo como un fuego que le consumía el corazón. En los
I
o
-
m
—
del Pacifico 179
ríos y esteros, cuando pasábamos por enfrente de alguna casa,
lo primero que preguntaba si había algún enfermo, para auxi-
liarlo con los santos sacramentos; y esto repetía al llegar a algún
punto donde habíamos de pasar la noche. Uno de los pensamien-
tos que más preocupaba al señor Moreno era cimentar bien la
fe en el pueblo, y apartarlo de cuanto pudiese menoscabarla.
Sabía que las gentes de la Costa del Pacífico están muy expues-
tas a perder la fe a causa de los muchos aventureros descreídos
que acuden allá de direfentes puntos para sus negocios, y que
con frecuencia son personas entregadas a todos los vicios. Por
esto no se cansaba el celoso Obispo de inculcar a t^dos que huye-
sen de la compañía de semejantes hombres.
No hubo caserío alguno en toda la Costa del Pacífico que
perteneciese a su diócesis que el Prelado no visitara, exhortando
a todos a permanecer firmes en la fe y en el servicio de Dios.
En cada uno estaba tres o cuatro días, según las circunstancias;
y después de haberles administrado los sacramentos y santificar
con el matrimonio cristiano las uniones ilegítimas, pasaba a otra
parte. Como aquellas gentes son, en general, muy pobres, no te-
nían a veces ni sillas, y veíamos a nuestro Obispo sentado so-
bre un tronco de árbol, dirigiendo desde allí la palabra sagrada
a los asistentes, con grande edificación de todos. No era raro
que, en estas pláticas familiares personas faltas de educación y
sobradas de necedad o malicia, interrumpiesen al Prelado, como
sucedió con cierta mujer muy petulante, que se permitió hacer
de doctora hasta que el señor Obispo hubo de decirle: «Hija,
no eres tú quien debes enseñar a tu Prelado y Pastor; soy yo
quien debo enseñarte a ti lo que te conviene para salvarte. Se-
pas que ni tú, ni el más distinguido doctor pueden enseñarme
a mí lo que debe saber un cristiano para ir al cíelo; yo debo en-
señar esto a todos, como maestro y pastor que soy de los cris-
tianos de mi diócesis».
Al oír esto dos negros que estaban sentados a mi lado, di-
jeron: «Mejor se callara aquella malcriada de mujer». Y el Obis-
po continuó su instrucción a las gentes.
Estando en Iscuandé, un mulato atrevido quiso disputar y
aun confundir al señor Obispo, según él decía. Como el Prela-
do, en su humildad, siempre vistió el hábito de su Orden, con
IgQ Costa colombiana
un sencillo pectoral que le habían dado en Bogotá, no manifesta-
ba realmente lo que era; de suerte que algunas veces era preci-
so advertir a la gente que él era el Obispo, y no ninguno de
nosotros. Esto sin duda había visto el -pobre mulato, y se había
formado un concepto muy bajo de la persona del Prelado. Vino,
pues, a la casa de posada, y dijo al que escribe estas líneas:
«Necesito hablar con el Obispo». «Fui a darle el recado al se-
ñor Moreno, y éste en el acto contestó: «Que venga». Yo me re-
tiré, y apenas hube salido del cuarto, el torpe del hombre, sin
preámbulos ni saludos, dijo: «Vengo a disputar con usted». El
señor Obispo tomó una silla y se la brindó añadiendo luego y
con cierto tono: «Supongo yo que trato con un sabio, muy sa-
bict. ¿No es así?» Bastó esto para dejar desconcertado al sober-
bio mulato; de modo que no hubo forma de sostener con él una
corta conversación. Corrido y aterrado el hombre, no encontra-
ba la puerta de la habitación para salirse.
Era tanta la bondad con que trataba a sus diocesanos, es-
pecialmente a la gente pobre y desvalida, que todos celebraban
tanta humildad, llaneza y afabilidad. Al salir de Iscuandé, pue-
blo de la Costa, venía por el río, y detrás de la canoa en que
yo iba (la del señor Obispo marchaba adelante un cuarto de mi-
lla), una familia que en su embarcación regresaba a su casa.
Pregunté que si habían hecho confirmar a una niñita y me di-
jeron que sí. ¿Qué tal os ha parecido el Obispo? les pregunté;
y me respondieron: Oh Padre, nunca habíamos visto un Obispo
como éste. Qué trato! Qué bondad! Qué humildad;
Al regreso de la visita de la Costa, y subiendo por el río
Patía pernoctamos en una casa de la playa. Al día siguiente,
cuando ya todo estaba arreglado para seguir viaje y parte de los
compañeros navegaban ya adelante, llegó a la canoa en que es-
taba el señor Obispo una negra muy fatigada y sudando. Sin
saludar a nadie se dirigió a mí y me dijo: «Cuan desgraciada
soy! toda la noche he remado para alcanzar al señor Obispo y
confesarme con él, y ahora que estaba para conseguir mi deseo,
veo que se van». Estaban ya desatadas las amarras de la canoa
y los bogas comenzaban a bogar, cuando el Obispo, que había
oído las quejas de la negra, mandó atracar la canoa a la orilla
y amarrarla de nuevo. Llamó a la negra, y habiendo saltado a
del Pacífico 181
tierra todos los que estábamos en la canoa, el Obispo se sentó
sobre un barril, y allí a la vista del gentío de la playa, oyó con
toda paciencia y mansedumbre la confesión de dicha negra. Una
vez despachada, rebosando alegría, daba mil y mil gracias al se-
ñor Obispo, deseándole un feliz viaje; y diciendo y haciendo se
embarcó en su canoíta y se fue río abajo; nosotros bogamos río
arriba.
Mucho nos edificaba el señor Moreno con su paciencia. Va-
rias veces nos sucedió llegar a caseríos tan pobres, que no te-
nían apenas cosa alguna para comer, a no ser un poco de arroz
y plátano. Pues bien; fuese como quisiera la comida, desabrida
o mal condimentada, nunca se quejó; antes bien, la comía como
si fuera vianda muy sabrosa.
Al llegar a las casas para pernoctar allí, gustaba mucho de
la enseñanza del catecismo, al que asistía siempre personalmen-
te, sentado en cualquier asiento rústico, y a veces en el suelo.
Una noche, después del catecismo, nos dijo: esta noche sí que
he gozado porque estos pobres morenitos, han aprendido lo ne-
cesario, necessitate medii, para salvarse.
Predicó el señor Moreno en Guapi sobre la muerte y lo in-
cierto que es ella. Yo estaba presente y oí que decía: «Quién
sabe si yo que os predico no bajaré de este pulpito! Quién
sabe si alguno de los. que me escuchan esta noche no podrá lle-
gar a su casa!» Cosa rara! En aquel mismo momento se apartó
un hombre del auditorio; pasó rozando conmigo que estaba en
la puerta de la iglesia para hacer guardar el orden; fuese ha-
cia la plaza, y antes que el señor Obispo hubiese terminado el
sermón, aquel hombre estaba ya muerto. Al día siguiente vol-
vió el señor Obispo a repetir las mismas palabras, y añadiendo
la relación del día anterior, dijo: Quién sabe si alguno llegará a
su casa. Estad prevenidos, porque en la hora menos pensada
compareceremos delante de Dios, a darle cuenta de nuestra vida!»
Y al salir de la iglesia un hombre que había venido de la pla-
ya, fue a tomar su embarcación para regresar a su casa; cae,
da con la cabeza contra la proa, y queda muerto allí mismo....
Al saber esto, dije yo al señor Obispo: »Talvez sería prudente
no decirlo más». Respondió él: «No lo diré más».
Al final de la visita el Prelado y yo estuvimos muy enfer-
mos con fiebres del río Patía» .
182 Costa colombiana
En abril de 1903 salió nuevamente el Ilustrísimo señor Mo-
reno para la Costa del Pacífico a practicar la santa visita pas-
toral. De ella mencionaremos únicamente el horrible sacrilegio
que se cometió en Tumaco el 12 de julio, según todos los visos,
con la deliberada voluntad de ofender al Prelado. El mismo re-
fiere este acontecimiento en carta pastoral que dirigió al Clero
y a los fieles de la Diócesis, fechada el 17 de aquel mes:
«En la madrugada del domingo próximo pasado, 12 del mes
actual, íbamos a la iglesia en compañía del Reverendo Padre
Gerardo Larrondo, que, con permiso de sus superiores, hace la
gran caridad de trabajar en esta población en bien de las al-
mas. Los muchachos que ayudan en la iglesia se habían adelan- .
tado a nosotros como unos ocho minutos; así que, al llegar nos-
otros a la puerta de la iglesia, lo primero que nos dijo el ma-
yor de ellos fue esto: «Han robado el sagrario, y han tirado los
ramos de flores y otras cosas.»
«Pueden figurarse, amados hijos, lo fuerte, doloroso y amar-
go de la impresión recibida al oír esas palabras. No creímos lle-
gara a tanto la cosa, y corrimos al altar, y, ...cuál no sería nues-
tro espanto y nuestra pena al ver que en efecto, habían sacado
el sagrario del altar y se lo habían llevado? Busquemos, le dije
al Padre, busquemos por todas partes para ver si encontramos al-
go. Recorrimos y registramos la sacristía; subió el Padre por el
retablo del altar mayor; recorrimos las naves de la iglesia, y
nada se encontraba. Mientras el Padre subía al coro y a la torre,
yo me dirigía al extremo de la nave del evangelio, punto, por
donde con poco esfuerzo se podía entrar a la iglesia, cerrada
con tabla. Allí vi el sagrario en el suelo con sus adornos sepa-
rados, y me llené de angustia pensando que estuviera roto y que
se hubieran llevado el copón con las sagradas formas. Llamé al
Padre y a los muchachos que iban con él; levantamos el sagra-
rio, y ¡oh alegría indecible! Estaba sin rotura alguna y cerrada
la portezuela, lo que daba la seguridad que estaba dentro el di-
vino tesoro. Lo llevamos al altar, lo abrimos y allí encontramos
al divino Jesús Sacramentado, pero, cómo? El copón estaba
abierto, el capillo del copón y el corporal que se pone en el sa-
grario, revueltos, y las sagradas formas derramadas y metidas
entre el corporal y el capillo, y algunas pegadas a una de las
paredes del altar del sagrario. Todo indicaba que el sagrario ha-
del Pacífico 183
bía sido sacudido con violencia, y el sitio donde se encontró
daba a entender que se trató de sacarlo, pues estaba debajo del
agujero que abrieron para entrar, y por el cual el sagrario que
es algo grande, no cupo. Este fue el horrible sacrilegio cometido
contra Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado.
Ultrajaron también, a la Santísima Virgen, en su imagen del
Carmen, que se hallaba en el altar mayor con motivo de la no-
vena que se le estaba haciendo. Le robaron un broche de poco
valor que tenía en el manto, permitiéndolo así su hijo santísimo
para que por ese broche descubriesen los criminales, como así
ha sucedido; pues al poco rato de sabido el suceso por el señor
Alcalde, éste se presentó en casa de un sospechoso. Estaba dur-
miendo el individuo, y al despertarlo y ver que era la autoridad,
lo primero que hizo fue sacar el broche del bolsillo y querer
ocultarlo. La autoridad observó lo que hacía y recogió el broche.
Se encontraron además algunos ramos de flores deshechos,
y los crucifijos de los altares puestos boca abajo».
Estos sacrilegios cometidos en la iglesia tumaqueña cau-
saron profunda pena a los habitantes de la ciudad, se prepara-
ron a repararlos con un solemne triduo. Cosa admirable! Las
mismas personas que días antes habían faltado al respeto al Pre-
lado en una reunión de las hermanas del Sagrado Corazón de
Jesús, de la que se salieron incivilmente y aun arrojaron la cin-
ta de la hermandad por el suelo, fueron las primeras en con-
moverse profundamente y en ayudar a las solemnidades que se
llevaron a efecto en desagravio. Nos atrevemos a sostener que
la verdadera conversión de muchas personas muy dadas ahora
a los ejercicios de piedad y al culto divino, data del 12 de ju-
nio de 1903, porque Dios sabe sacar bienes de los males.
El solemne triduo remató con una procesión que describe
así el señor Obispo: «En el último día sacamos y paseamos en
triunfo a Jesús Sacramentado, para dar a entender a sus enemi-
gos que a cada blasfemia y a cada ultraje que lanzaban contra
él, sus fieles servidores responden con miles de alabanzas y miles
de actos de desagravios. Las señoras habían levantado cuatro lu-
josísimos y bonitos altares, donde se colocó la custodia y se
cantaron motetes. Todas las niñas de la escuela iban con elegan-
tísimos trajes blancos, y algunas vestidas de ángeles.
Hay que hacer constar también que las autoridades y em-
184 Costa colom l
picados con varios otrcs stñoies, vinieron a la casa cuial en
el mismo día del domingo a manifestarnos su pena y sentimien-
to por los tristes sucesos ocurridos».
En el mes de enero de 1906 volvió a Tumaco de paso pa-
ra España el señor Moreno, herido por la grave enfermedad que
lo llevó en ese mismo año al sepulcro.
El biógrafo del santo Obispo nos refiere así la llegada:
«Bajo un sol abrasador que mortificaba no poco al paciente,
entraron muy acompañados del párroco, autoridades civiles e in-
menso gentío que, luciendo sus mejores preseas, celebraban el*
día de Pascua, en Barbacoas, y el 26 por la noche se embarca-
ron en el Telembí, navegando hasta el atardecer del día siguien-
te y durmiendo cerca de donde había que pasar un trozo de
monte a fin de evitar la entrada en el mar en la afluencia del
río Patía. En una silla colocaron al señor Obispo, que, con har-
to pesar suyo, se vio precisado a aceptar el vehículo, y a espal-
das de un hombre se atravesó el fangoso camino embarcándose
de nuevo para Tumaco. Mas como había que esperar la marea
alta, aprovecharon el tiempo para tomar una comida que el so-
lícito Padre Gerardo Larrondo les llevó. Recostóse el señor Obis-
po porque sentía mucha fatiga, subió uno de los peones a un
troje y se le cayó una botella yendo a dar en la frente del en-
fermo. Todos se alarmaron y reprendieron al hombre, pero el
señor Obispo les tranquilizó y amparó al pobre peón, aunque el
golpe fue dolorosísimo por haber dado en la parte más delicada.
Se detuvieron en Tumaco hasta el día 6 de enero, examinándo-
le allí un médico norteamericano que calificó la enfermedad de
cáncer lupus o benigno, y, por lo tanto, curable; opinión que fue
también 'la de otro doctor en Panamá. El Padre Custodio de los
Capuchinos tuvo que quedarse en Tumaco por enfermo, y el se-
ñor Obispo salió en el vapor Manavi con rumbo a Panamá. (1)
El 19 de agosto de 1906 murió en el convento de los Pa-
dres Agustinos Recoletos de Monteagudo en España el Prelado
modelo, el celoso Obispo que tanto se preocupó durante el epis-
copado por la prosperidad y bienestar déla Costa del Pacífico,
el limo. Señor Ezequiel Moreno, cuya causa de beatificación se
activa en la curia romana.
(i) Biografía del limo. Señor Moreno. Páginas 185, 268 y 311.
CAPITULO XXVIII
El Padre Larroudo sale para Espaila — El Padre Hilario Sánchez — Expe-
dición de los Padres Marcos Bartolomé y Reguío Maculet — La Pro-
vincia de la Candelaria se hace cargo de las Misione. — Correrías
de los Padies Marcos Bartolomé y Tomás Martínez — Palabras del
doctor Ramón Bejarano — Facultades concedidis a los Misione-
ros— El Padre Rufino Pérez — El Hospital — La Sociedad Rosa Za-
rate— En el centenario de Policarpa Salabai-rieta — Bienhechores del
Hospital.
Habiendo nombrado el Capítulo de la Provincia de Santo
Tomás de Villanueva, maestro de novicios al R. Padre Gerardo
Larrondo, salió para España en el año de 1909 (1). Y va un da-
toque pinta la idiosincracia costeña; al abnegado Misionero que
durante once años había administrado la Parroquia tumaqueña,
sólo unas tres personas salieron a despedirlo el día de la par-
tida. Felices los que no reciben merced de los hombres, porque
la recibirán de Dios superabundantemente!
En lugar del R. Padre Larrondo quedó en Tumaco el Pa-
dre Hilario Sánchez, quien tuvo el consuelo de abrazar allí a
los R R. Padres Regino Maculet y Marcos Bartolomé, que
fueron a la Costa comisionados por el Definitorio agustinia-
no de Bogotá, para rendir a los superiores un informe acerca
del estado y disposición de las Misiones a fin de hacerse la
Provincia de la Candelaria cargo de ellas, como efectivamente se
hizo a fines de 1919, mediante un tratado que más tarde se llevó
(i) El Padre Larrondo es actualmente Provincial de la Provincia de Santo
Tomás de Villanueva en Andalucía,
1B6 Costa colombiana
a cabo por el R. Padre Marcelino Ganuza y los Obispos de Cali
y de Pasto, en el que se estipularon ciertas condiciones harto ve-
néficas para las diócesis, no siendo la menor el poder estar los
Prelados tranquilos al dejar en expertas manos un territorio que
había sido hasta entonces quebradero de cabezas episcopales. Es-
te convenio fue aprobado en Roma.
Los PP. Regino Maculet y Marcos Bartolomé emplearon tres
meses en la correría evangélica desde Tumaco hasta Guapi. El
fruto espiritual fue abundante; lo que debió ser una satisfacción
para ellos, dados los trabajos que tuvieron que soportar, pues,
fuera de los inherentes a toda misión en la Costa, el Padre Ma-
culet enfermó en el Charco de las fiebres palúdicas.
De regreso a Tumaco, los Padres dieron durante la cua-
resma de 1910, misiones y retiros espirituales que todavía se re-
cuerdan allá con entusiasmo.
Los primeros religiosos enviados por la Provincia de la
Candelaria a la Costa de una manera permanente fueron los
Padres Rufino Pérez, Víctor Labiano y Antonio Roy, a fines de
1910. La permanencia del segundo en Tumaco no duró mucho
porque enfermó de cuidado.
En 1911 practicaron una correría de cuatro meses, desde
Buenaventura hasta Timbiquí, los Padres Marcos Bartolomé y
Tomás Martínez. En aquella población, a la que llegaron el 3
de julio del dicho año, permanecieron diez y siete días que em-
plearon en dar una misión y en otras obras del ministerio. El
Doctor Ramón Bejarano, cura párroco del puerto, dio las gra-
cias a los Padres en la iglesia el 16 de julio con las siguientes
palabras:
"Os supliqué RR. PP. vinieseis a derramar en estos cam-
pos sedientos la semilla del bien. Bañada en luz la mente y
henchido de caridad el corazón empesasteis a sembrar. Abriéndo-
se blandamente los corazones anhelosos de la paz celestial, ora
con las tremendas amenazas que fulminaba en Babilonia Ezequiel,
ora con las halagüeñas promesas que dejaba caer Ageo sobre
las gentes desoladas de los hijos de Jacob, lograste que 1,100 al-
mas se lavasen en las fuentes salvadoras de la penitencia cris-
tiana; más de 2,000 hostias distribuísteis en diez días a la ávi-
da muchedumbre. Os doy las gracias, hijos del celebérrimo
del Pacífico 187
Agustín y herederos de la heroica sangre del valentísimo Pelayo.
La iglesia está contenta; el cielo os sonríe; los ángeles que ve-
lan por la buena ventura de este pueblo, os tejen sendas guir-
naldas. Bien las merecéis. Y yo, que represento aquí al Pre-
lado, que conmigo os suplicó también la misión, os doy los
parabienes por los grandes favores que habéis hecho a la isla del
Seráfico doctor Bagnarea.
Pueblos lejanos os están esperando.
Propagadores de la civilización, volad a verter torrentes de
consuelo y luz.
Heraldos del Dios de paz, id a decir a esas gentes, que
se reconcilien con el Padre celestial. Oh! Despertad a los que
duermen el sueño secular de la ignorancia y del error.
Vientos, soplad ahora serenos; inmenso mar, no alborotéis
vuestras olas, sino meced la nave que lleva a los verdaderos
bienhechores de la humanidad. Bosques solitarios, estremeceos
de placer; islas del Pacífico, recibidles ufanas; os obsequian
con la ciencia divina, los consuelos verdaderos y las supremas es-
peranzas. He ahí el progreso; he ahí la luz; he ahí la vida que
os llevan los que sí aman al pueblo y se compadecen de él».
Los Padres emplearon cuatro días en llegar a San Fran-
cisco de Naya y estuvieron a pique de perecer en la boca de
Yurumanguí, donde se desató una terrible tempestad que hundió
una pequeña embarcación que les acompañaba, sin ahogarse
ninguno de los tripulantes, gracias a su pericia en la necesaria
arte natatoria.
La misión duró diez días; de allí pasaron los Padres a
Micay, donde las fiebres atacaron al Padre Martínez, a Timbi-
quí; y luego a Yurumanguí y Cajambre. En el primer pueblo
de este río les dieron a los misioneros por alojamiento la cárcel
sin más mobiliario que un cepo. Y allí terminaron las misiones,
porque el Padre Marcos enfermó tan gravemente que fue me-
nester llevarlo a Buenaventura, y de ahí a Cali y a Maní-
zales.
El fruto cosechado por los dos misioneros en los cuatro
meses de correría fue el siguiente: 7200 confesione; 564 bautis-
mos; 2300 confirmaciones; 158 matrimonios.
El limo, señor Francisco Ragonessi, Delegado Apostólico en
188 Costa colombiana
Colombia, concedió a los Misioneros de la Costa el 1.° de marzo
de 1911, amplias facultades para la administración délos sacra-
mentos, cosa justísima, dadas las múltiples dificultades con que
tienen que tropezar a cada paso.
Según ellas, todos los misioneros podían dispensar varios
impedimentos matrimoniales y administrar el sacramento de la
confirmación.
El Padre Hilario Sánchez permaneció al frente de la Parro-
quia de Tumaco desde agosto de 1909 hasta septiembre de
1911 en que se encargó de ella el Padre Alberto Fernández y
luego en diciembre el Padre Rufino Pérez, quien llevó a feliz re-
mate la magna obra de la fundación de un hospital. Con este
objeto se fundó una junta de beneficencia, cuyo presidente fue
el Padre Rufino, quien tuvo que sostener polémicas verdadera-
mente candentes aun con miembros de la misma junta p3ra sacar
avante el proyecto, combatido, sobre todo, en su parte religiosa.
Tras porfiadas luchas el Municipio votó una cantidad para
comprar una casa que sirviese de hospital y un tanto por
ciento del producto de la renta de la tagua para montarlo y sos-
tenerlo. La casa que se compró fue la en que murió don Fran-
cisco Benítez, a un precio relativamente bajo, gracias a las ges-
tiones del Padre Rufino; de los Estados Unidos se llevó instru-
mental; se trató con la Visitadora de las Hijas de la Caridad,
residente en la capital del Valle, la consecución de algunas Her-
manas que regentasen el Hospital y lo sirviesen; se nombró mé-
dico al doctor Antonio Jesé Castro y Capellán al Párroco de
Tumaco. Todo listo, se inauguró solemnemente el Hospital el 8
de septiembre de 1915, con misa campal y sermón del R. Pa-
dre Antonio Caballero, encargado entonces de la Parroquia.
Los servicios que el Hospital ha prestado a los habitan-
tes de Tumaco, de los campos costeños y de las tierras ecuato-
rianas, limítrofes a Colombia, no son para describirlos. La ca-
ridad extraordinaria de las Hermanitas para con los enfermos y
la consagración del doctor Castro, contribuyeron eficazmente a
la fama que adquirió con justicia el hospital, donde se han prac-
ticado numerosas operaciones de alta cirugía.
En cuanto a lo espiritual, los Padres Agustinos visitan dia-
riamente a los enfermos, se dice misa frecuentemente en la capilla
Iglesia nueva tle Tuiuaco
del Pacifico 189
del hospital y acorren a él cuantas veces hay que administrar
los sacramentos.
Para acudir a las necesidades imperiosas del hospital y
especialmente con el fin de levantar una sala de maternidad se
formó una junta de señoras tumaqueñas, que se llamó Rosa Za-
rate, en memoria de la heroína sacrificada en la independecia
por la Patria. Entre los medios pue se idearon para allegar fon-
dos, fue uno la rifa de cierta suma, a manera de lotería, loque
dio buenos resultados. Los Padres coadyuvaron a esta obra, efi-
cazmente, y aún hubo Misionero que fue de puerta en puerta
por las casas y almacenes de Guapi y del Charco, con el objeto
de entusiasmar a las gentes para que aportasen su óbolo a esa
obra de beneficencia con la compra de boletas de la lotería. En
el centenario del sacrificio de Policarpa Salabarrieta, el 18 de
noviembre de 1917 se colocó en el Hospital el primer pilar para
la sala de maternidad. Lo bendijo el Párroco y pronunció otro
da los Padres un discurso del cuil transcribimos algunas fra-
ces:
«Sublime pensamiento: rendir homenaje a la Patria, cuna
de la sociedad, honrando en la hija predilecta, la Pola, a la
mujer madre fuente de las familias que componen la Repú-
blica.
Las iniciadoras de esta obra son las damas tumaqueñas,
cuya sangre vigorizada por el sol de los trópicos, a la amplitud
y energía de la idea, unen la ternura del corazón, iluminado
por el faro esplendoroso de la fe y caldeado en el horno deifico
de la caridad.
«Ved que del oriente se levanta nebulosa blanquecina, se
acerca, son fúlgidas estrellas que derraman sobre la perla del
Pacífico mar de luz, fecundizando la tierra de cuyo seno brota
árbol majestuoso. Bajo sus frescas bombras se acogen los heri-
dos en el Sahara de la vida por el dolor profundo. Las estre-
llas se acercan más, y, al contacto sidéreo, el árbol siente que
se estremece la sabia de sus venas y que se cubre de gayas
flores, cuyas corolas guardan el corazón de una madre y la
cuna de un niño.
Conoce el pueblo de Tumaco su deber, y por ende coad-
yuvará a tan bienhechora obra, iniciada por las damas de la so-
Í90 Costa colombiana
ciedad Rosa Zarate, a quienes bendecirán las generaciones futu-
ras, venidas al mundo en la cuna por ellas hoy comenzada a
preparar.
Mas no basta para una obra de beneficencia ayudar con
una fría moneda, no; señores, que sea vuestro corazón el factor
principal en la heroica labor de aliviar los humanos dolores, y
a la obra hoy comenzada podremos ceñirle pronto en las sienes la
corona del triunfo.
Y caso extraño; entre tanto que- parte de la vieja Europa
se derrumba, nosotros emprendemos obras de soberbio empuje
y hemos con un solo corazón conmemorado el sacrificio de la
más grande heroína de la Patria. Y en buen hora hemos cele-
brado el sacrificio de la Pola. Cuando la tromba de la guerra
quiere asolar también nuestro país y se hace presión para que
la balanza se incline al lado en que figuran nuestros encarniza-
dos enemigos, los que conculcaron nuestro honor, ultrajaron nues-
tra bandera, desmembraron el territorio, y tienen los ávidos ojos
puestos en las partes más pingües del Litoral; como una visión del
cielo aparece la imagen de la Pola, sacrificándose por no ir en
pos de sus enemigos e impávida gritando desde el patíbulo a
quienes los seguían aquellas palabras que debiéramos tenerlas
grabadas en el fondo del alma: «Viles americanos, volved esas
armas contra los enemigos de la Patria.»
Mártir heroica, levanta del altar del sacrificio tu vuelo a
la región celeste.
Cóndor de los Andes no nacido para revolotear sobre la
tierra vil, duerme en las alturas de la gloria sobre la tricolor
bandera de la Patria, extiende sobre nosotros tus alas y en tu
pico enseñándonos el olivo de la paz. Tu obra está hecha; la
enérgica labor regada con la sangre de tus venas fecundizó el
pensamiento engendrador de nueva era.
Nuestro suelo, tras un siglo de lucha, arrullado ahora en
la cuna de la paz, se prepara a darnos el néctar de su pecho y
los frutos opimos de su seno; y tú, heroína en cuyo honor he-
mos hoy comenzado está obra de beneficencia, sigue enviándo-
nos en el cénit del colombiano cielo cual sol esplendoroso, luz,
energía y ejemplos de patriotismo y de virtudes cívicas.»
Debemos consignar aquí los nombres de las Hermanas Ma-
del Pacifico 1Ó1
ría Luisa Salcedo y María Josefa hijas de la caridad, de las se-
ñoras de Nalsar, Márquez, Escruceria, Ricaurte, Benítez y Débo-
ra Aparicio de Lemos, presidenta y alma de la sociedad Rosa
Zarate, de los doctores Genaro Payan, Maximiliano Bueno Paz
y Antonio José Castro, quienes trabajaron, cada uno en su es-
fera, por la prosperidad y engrandecimiento del hospital, del
cual han sido partidarios todos los tumaqueños porque, si ha
tenido algunos enemigos, éstos lo han sido más del elemento
religioso que en él predomina que de la obra en sí misma.
En 1916 se colocó un retrato a lápiz del fundador del hos-
pital R. Padre Rufino Pérez, en la sala principal de él.
Loor a quienes socorren a los enfermos, los medicinan con
espíritu de caridad y derraman sobre sus corazones el bálsamo
del consuelo; bien hayan los que ayudan con sus limosnas a
las obras de beneficencia. Dios los bendiga a todos.
Yíp>*
CAPITULO XXIX
Muere el Hermano Ignacio Ayala— La iglesia nueva de Tumaco — La-
bor de los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez— Las misiones
elevadas a Vicaría Provincial — Acontecimientos dignos de men-
ción—Trabajos del Padre Pablo Planillo— Gestiones délos Padres
para establecer un Colegio de jóvenes — Un director Provincial
de Instrucción Pública — E! cementerio nuevo — La casa parro
quial — Varios Misioneros — Improbo trabajo de los Padres.
En octubre de 1914 nuestros Religiosos de Tumaco tuvie-
ron la pena de ver descender al sepulcro al Hermano Ignacio
Ayala, víctima de la fiebre amarilla. Tenía sólo veinticuatro años
cuando murió.
Por motivo de ser la iglesia parroquial demasiado pequeña,
los Padres Rufino Pérez e Hilario Sánchez emprendieron la edi-
ficación de otra en el centro de la isla, de acuerdo con un pla-
no hecho en Pasto. No pueden calcularse las fatigas y desvelos
que costó al Padre Sánchez la edificación de la nueva iglesia.
Mientras el Padre Pérez ditigía técnicamente la obra, el Padre
Sánchez recorría los caseríos en busca de fondos para llevarla
a cabo. No hubo rincón de la Parroquia que el Padre no visi-
tase, ni casucha a la que no penetrase, pidiendo una limosna
para la construcción de la iglesia. Aquí le daban una gallina,
allá una libra de caucho, acullá un poco de tagua; y así de ma-
ravedí en maravedí pudo reunir cerca de $ 40,000, (plata,), que
se invirtieron en las paredes, torres, techumbre y pavimento del
templo.
En marzo de 1918 se dio al culto público la nueva iglesia
con una solemne procesión presidida por el Ilustrísimo señor
del Pacifico 193
Antonio María Pueyo, Obispo de Pasto, quien predicó un elo-
cuentísimo sermón; en él encareció a los tumaqueños la necesi-
dad imperiosa de llevar a feliz término la obra comenzada y puso
el nuevo templo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Con-
solación, Madre y Patrona de la Orden Agustiniana. Al acto
acudieron todos los habitantes de la población.
Pero debemos hacer constar que la iglesia se ha construido
y se mantiene en pie contra viento y marea, porque se le ha he-
cho cruda y descarada guerra. No queremos aducir las mil ra-
zones que hemos oído en pro y en contra.
Las segundas son dictadas por el espíritu divino, por el
mundano o el diabólico. ¿Hay razones poderosas para destruir
un templo que se ha levantado con las limosnas de los pobre-
citos y con los sacrificios heroicos de venerables sacerdotes? ¿Las
propuestas que se han hecho para esto son aceptables? ¿Los pro-
yectos que elaboran las fantasías se realizarán? Acatamos lo que
dispongan al respecto los superiores eclesiásticos; pero consigna-
mos en estas páginas la viva esperanza que tenemos en la di-
vina Providencia, en la generosidad de los costeños y en el tesón
de los Misioneros, de ver terminado por completo el grandioso
templo tumaqueño.
Los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez introdujeron impor-
tantes mejoras en la iglesia parroquial. El primero consiguió que el
Municipio votase una suma para construir una artística torre y
comprar el reloj que se colocó en ella; y el segundo arregló las
naves del templo y puso andenes de cemento al rededor de él.
Al Padre Rufino le tocaron las enojosas cuestiones que se
originaron a causa de la dudosa ortodoxia de los Profesores del
Colegio de jóvenes, cuya existencia fue efímera.
El Padre Pérez fundó en Tumaco los talleres de Santa Rita,
y en 1914, durante la epidemia de la fiebre amarilla, se manejó
como un héroe, asistiendo a los enfermos con peligro de su pro-
pia vida y contra el dictamen de los médicos.
En noviembre de 1914 marchó para Bogotá el Reverendo
Padre Hilario Sánchez, donde el Capítulo Agustiniano de abril
de 1915 le otorgó el honroso nombramiento de Provincial.
En la misma venerable asamblea se nombró Prior del Convento de
Sos, en España, al Reverendo Padre Rufino Pérez, quien salió de
13
194 Costa colombiana
Tumaco para el lugar de su destino a últimos de junio; y se ele-
varon las Misiones de la Costa al rango de Vicaría Provincial
y para ese puesto se eligió al Reverendo Padie Doroteo Ocón
de San Luis Gonzaga, que por motivos de salud residió en Pa-
namá durante los tres años de su gobierno y solamente hizo en
febrero de 1916 una visita a la perla del Pacífico y a Barba-
coas.
A reemplazar a los Padres Sánchez y Pérez, arribaron a Tu-
maco en junio de 1915 los Padres Antonio Caballero, quien se
encargó de la Parroquia, Tomás Martínez, Ubaldo, Samuel Ba-
llesteros y Pablo Planillo. Los dos últimos fueron enviados a la
nueva Misión de Barbacoas, incluida en la Vicaria Provincial en
el contrato celebrado con el Obispo de Pasto; y el Padre Tomás
a Guapi.
El 8 de septiembre llegó a Tumaco el Padre Bernardo Me-
rizalde, quien halló al Padre Ubaldo postrado en cama, suma-
mente enfermo de fiebres; y éstas fueron tan persistentes y te-
naces que los doctores Castro y Paz manifestaron la necesidad
urgente de sacar al Padre de la Costa, como en realidad se efec-
tuó en el mes de octubre. El Padre Merizalde acompañó al en-
fermo hasta Cali, de donde éste siguió para Manizales y aquél
regresó a Tumaco.
Los días 8, 9 y 10 de diciembre de aquel año quedaron gra-
bados en los corazones costeños con indelebles caracteres. Con
motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción se dieron re-
tiros espirituales, hicieron la primera Comunión 500 niños, hubo
Cuarenta Horas solemnísimas y se entronizó en las escuelas al
Corazón de Jesús, cuya imagen fue llevada pomposamente de la
iglesia parroquial a los respectivos locales, acompañada, fuera de
los adultos de 1,000 y más niños, vestidos de blanco, uniforme-
mente, con baderolas y estandartes y cantando unísonos el him-
no eucarístico de Madrid. Aquellas fiestas fueron un verdadero
triunfo católico en la isla. Con razón pudo exclamar uno de los
Padres en el discurso que pronunció en la escuela de varo-
nes :
«La juventud se ha ganado para Cristo; luego el porvenir
es nuestro!»
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del Pacifico 195
No pretendemos describir las numerosas fiestas religiosas
hechas por nuestros misioneros en Tumaco, pues nos haríamos
interminables, pero conste que ellas son muchas y pomposas y
que en la Navidad y las Mercedes los alféreces hacen derroche
de lujo.
En abril de 1916 llegó a Tumaco, en son de visita oficial
el Reverendo Padre Provincial Hilario Sánchez, quien encomen-
dó la Parroquia al Reverendo Padre Pablo Planillo, religioso de
excelentes prendas, cuya acción en Tumaco, durante cinco años,
fue óptima y fecunda.
Con su don de gentes el Padre Pablo ha sabido conquis-
tarse las simpatías de la población, si bien a sufrido con fre-
cuencia rudos golpes de los enemigos de la Religión quienes
sin embargo, han admirado su entereza y valentía. Así, por ejem-
plo, sucedió cuando el Municipio quiso hacer un cementerio lai-
co, y con motivo de repetidos ataques de la prensa anticris-
tiana.
El protestantismo que tiene en Tumaco sus defensores, más
por motivos de nómina que de conciencia, ha encontrado en el
Padre Planillo un baluarte del catolicismo. Y, cosa curiosa! Un
señor de Tumaco, a quien se le ha dado el título de ministro
protestante, nunca falta a los sermones dominicales.
Los Padres Agustinos, reconociendo el bien que haría en
Tumaco un Colegio de jóvenes, con un buen cuerpo de compe-
tentes profesores, trataron repetidas veces de llevar a la isla
Hermanos Maristas o Cristianos, pero no fue posible vencer las
dificultades que se presentaron para realizar ese proyecto salva-
dor. En la visita Provincial que hizo el Reverendo Padre Ed-
mundo Goñi con su secretario Reverendo Padre Cándido Armen-
tía a la Costa, en septiembre de 1919, ordenó al Padre Planillo
que elevase un memorial al Consejo Municipal de Tumaco, pi-
diendo que se entregase a los Padres Agustinos el edificio del
Colegio Pedagógico para establecer en él por cuenta de la Orden
un plantel de educación en regla.
El Padre Planillo en carta del 20 de marzo de 1920, nos
decía :
«Comisionado por nuestro Padre Provincial me dirigí al
Concejo, solicitando el local que ocupamos, para establecer un-
1Q6 Costa colombiana
Colegio. Esto ha causado, como es natural, los efectos de una
bomba; los campos se han deslindado; hay opinión en pro y
en contra; en general a todos sonríe la idea. Creo que elevarán
solicitudes al Concejo muchos señores, señoras y pueblo bajo.
Ayer hablé sobre eso en e! pulpito; salieron entusiasmadísimos.
Hay en contra la solicitud hecha por algunos Padres de familia
a Max Seidel, para establecer una escuela, pero parece que co-
bra muy caro y que no vendrá. El Concejo no sé qué hará. Ocu-
rre esto: que los padres de familia ignoraban mi solicitud, la que
¡coincidencia rara! se leyó en la misma sesión que la de ellos;
circunstancia aquélla que hará inclinar la opinión de algunos en
favor del Colegio, más bien que de la escuela.»
El Ilustrísimo señor Pueyo recibió con entusiasmo la noticia
del proyectado Colegio, lo mismo que todas las personas aman-
tes de la instrucción. ¿Pero cuál fue la respuesta del Concejo?
Una fría negativa, inspirada únicamente en el espíritu sectario
y anticlerical. He aquí, en confirmación de lo dicho algunos pá-
rrafos de un artículo publicado en Doctrina liberal, número 85 :
«La Danza Agustiniana. El tema palpitante ha sido en estos
días, si se da o no el suntuoso edificio municipal de la escuela
superior pedagógica a los Padres Agustinos para que monten
un instituto fanatizador y desadecuado a la época que lo que
produciría sería una juventud muerta espiritualmente, carcomida
por los perjuicios de una teología que produce ciervos pero nun-
ca hombres capaces de vencer en esta vida de máquinas y hie-
rro. La España decadente, es un viejo ejemplo; la teología arcai-
ca, esa teología mistificadora y entorpecedora, pasó; es una vieja
máquina que trituró espíritus y esclavizó conciencias, a cuyo
imperio muchos miles de inocentes fueron quemados vivos, Jua-
na de Arco fue quemada viva por esa teología; el Obispo de
Beauvais firmó y ordenó cumplir la inicua sentencia. ¿Para qué
más casos?
«Empero la danza agustina requiere algo más. El señor Pla-
nillo, Cura Párroco, ofreció por encima de todo traer a sus con-
géneres para que fundaran un Colegio, y al efecto pidió el edi-
ficio a que nos referíamos arriba. El Concejo, por razones pode-
rosas, entre otras por salvar su edificio, pues sabido es que
en casa donde entran los friles no la sueltan sino a golpes de
del Pacifico 197
balas dum dum le negó lo que pidió y en cambio, dio tal edificio
a una junta autónoma, fundada mediante escritura pública, para
que funde un Colegio privado regentado por el conocido profesor
alemán Max Seidel
«.... ...Hay algo verdaderamente consolador como final de
esta danza agustiniana, y es que Tumaco se ha civilizado; eso
por una parte, por otra, el tonsurado ha recibido algunas leccio-
nes. La quiebra ha sido total, la clerecía absorvente ha sentido
el frío que produce el abandono de la opinión pública, y es
que una corriente vigorosa se filtra en el país, los vientos de la
civilización nos llegan y ya es inútil pensar que a la sombra de
una religión que niega con sus actos van a lograr acrecentar
sus bienes materiales. Eso es imposible.
«La hora de los frailecitos pasó. No habiendo a quien em-
baucar, están de más los embaucadores.»
Sea dicho, sin embargo, en honor de la Isla que en los pe-
riódicos católicos se publicaron protestas en defensa de los Re-
ligiosos ultrajados.
¿Y aquellos señores que juzgaban que los Agustinos habían
de montar un instituto fanatizador y desadecuado a la época han
logrado establecer un colegio en que se dé siquiera la en-
señanza secundaria? Y mientras el Concejo pone obstáculos para
establecer en la Isla un colegio en toda forma donde se educa-
rían los jóvenes tumaqueños, porque los profesores habían de
ser religiosos, los ricos envían a sus hijos al seminario de Pasto,
regentado por los Jesuítas o al instituto de Yanaconas en Cali;
dirigido por los Hermanos Maristas (1); y entre tanto los pobres
se quedan en las tinieblas de la ignorancia.
Convencido el gobierno departamental del interés que el Pa-
dre Planillo tomaba por la educación, extendió a su favor el
nombramiento de Director Provincial de Instrucción Pública. ¿Y
cómo desempeñó el Padre su cometido? Se desveló por organi-
zar los estudios, de acuerdo con los métodos pedagógicos; hizo
un llamamiento a los padres de familia para que matriculasen a
sus hijos en las escuelas; colocó maestros que ofreciesen toda
clase de garantías y varias veces visitó los establecimientos de
(i) En 1919 había en Yanaconas 19 costeño^.
198 Costa colombiana
educación de la Provincia, lo que le costó alguna vez sufrir una
enfermedad de cuidado.
«Hicimos, escribe el Padre, la visita de las escuelas, Estu-
ve en Iscuandé, Charco, El Carmen, La Vigía, Sanquianga, Mos-
quera, San Juan y Salahonda, teatros de sus apostólicas corre-
rlas. En Salahonda enfermé gravemente; las fiebres biliosas con
incesantes vómitos, durante seis dias me pusieron al borde de
la sepultura. A los cuatro días me hice traer a Tumaco en ca-
noa y convertido el mar en una furia. Al día siguiente me tras-
ladaron al hospital, donde estoy hace veinticinco días, apren-
diendo a caminar.»
¿Y qué era el cementerio de Tumaco hace pocos años? No
creemos ofender a nadie con decir que un potrero cercado con
alambre, indigno de una población civilizada. Pero ahora gracias
a las gestiones del Padre Planillo, el cementerio a cambiado por
completo. Lo rodea una elegante verja de hierro, regalo de don
Francisco Márquez, y la vista puede contemplar varios camello-
nes siempre limpios, flores, árboles, artísticas sepulturas y aun
algunos suntuosos mausoleos.
La fachada actual de la iglesia parroquial, de elegante ar-
quitectura, es obra del Padre Planillo. También él levantó me-
tro y medio las naves laterales, puso elegante cielo raso, tiran-
tas de hierro de pared a pared en lugar de las que existían de
madera, colocó bancas uniformes y cómodas, arregló el altar,
llevó de Barcelona hermosas imágenes, compró en Valencia pre-
ciosos temos e hizo pintar artísticamente toda la iglesia.
El Padre Pablo, como presidente de la junta de beneficen-
cia, ha influido eficazmente en las obras materiales del hospital
y aun nos atrevemos a decir que en momentos de crisis él lo
ha sostenido y que ha medrado a la sombra de su auspicio pa-
ternal. En lo moral, las Hermanas encontraron en él un sabio di-
rector y los enfermos un amigo que ha diario se acercaba a sus
lechos y les prodigaba consoladoras palabras ungidas con el óleo
de la caridad cristiana.
La antigua casa cural, que estaba situada en un lugar dis-
tante de la iglesia, fue vendida en tiempo del Padre Planillo, con
las debidas licencias, al cumplido caballero don Luis Escrucería.
El dinero de la venta se invirtió en la compra de un lote de
del Pacífico 199
terreno, pintorescamente situado a las orillas del mar, donde se
edificó una casa-convento, que honra a la población de Tumaco.
Los Padres vivieron, mientras duró la obra de la construcción de la
casa, en el Colegio pedagógico.
Otro de los medios empleados per el Padre Pablo para la
moralización de Tumaco, ha sido el de las buenas lecturas, como
lo prueban los numerosos folletos y hojitas de propaganda que
se han repartido con profusión; y el apoyo dado a la buena pren-
sa, aun con la colaboración activa en algunos periódicos, como
El Pueblo y El Ideal.
Bien se comprende que en todas estas obras que ha lleva-
do el Padre Planillo a feliz término, ha tenido en los Padres
que lo han acompañado eficaz cooperación, de modo que ha ellos
les corresponde también mucha gloria y una mención asaz hon-
rosa. Los Padres Antonio Caballero, Tomás Martínez, Leoncio La-
puerta, Valeriano Tanco, Julián Sagardoy y Antonio Roy, llevan
ceñidas las sienes con guirnaldas de laureles ganadas en la Pa-
rroquia tumaqueña, cuya administración es difícil y penosa, pues
comprende más de veintidós caseríos o centros de misión, desde
el río de Patía hasta el de Mataje en los límites con el Ecua-
dor.
El Reverendo Padre Tomás Martínez, nombrado Vicario Pro-
vincial de la Costa en el Capítulo de 1919, gobernó con tino y
acierto las misiones hasta 1921. Durante su trienio recorrió va-
rias veces la Costa desde Micay hasta Mira, lo que implica un
trabajo indecible, y revela un espíritu de apóstol, acrisolado en
la mortificación.
El Padre Antonio permaneció en Tumaco desde junio de
1915 hasta septiembre de 1917; el Padre Leoncio desde julio de
1918 hasta noviembre del mismo año; el Padre Tanco, desde
diciembre de 1918 hasta mayo de de 1919; el Padre Julián Sa-
gardoy cerca de un año a contar desde agosto de 1919. Los dos
primeros pasaron a la Misión de Guapi y los dos últimos se vieron
obligados a partir para Cali y Panamá, respectivamente, por mo-
tivos de salud. También ha cooperado activamente en las Misio-
nes desde 1918 hasta el presente el Hermano Francisco Argue-
llo, quien lleva en Tumaco el peso del despacho parroquial, des-
empeña los oficios de sacristán, enseña la doctrina a los niños
y a veces acompaña a los Padres a los campos,
200 Costa colombiana
Fuera de la administración de las veintidós capillas de los ríos
y de acudir a auxiliar a los enfermos del campo, los Padres tie-
nen a su cargo en la población las dos iglesias — donde hay es-
tablecidas las cofradías de Nuestra Señora de la Consolación,
del Carmen, del Rosario, de las Hijas de María y de las Her-
manas del Corazón de Jesús, — el Hospital y la Capilla de las Ma-
dres Betlemitas.
Quien sepa cuáles son los quehaceres y negocios que re-
quiere la administración de una parroquia pequeña, podrá con-
siderar los que pesan sobre los hombros de los Padres Agusti-
nos en Tumaco, y no extrañará el que frecuentemente se les vea
por las noches rendidos de cansancio por el trabajo que han te-
nido durante el día.
En el Capítulo provincial celebrado en Bogotá, en septiem-
bre de 1921, fue nombrado Vicario provincial de la Costa, con
residencia en Tumaco, el Reverendo Padre Hilario Sánchez.
CAPITULO XXX
Barbacoa? — Obras dtl Padre Samuel Ballesteros — La Misión de Gua-
pi — El Padre Hilario Sánchez y sus correrías evangélicas — Sus- tra-
bajos— El Padre Manuel María Mera — Labor de los Padres Tomas
Martínez y Antonio Roy — Varios episodios — Lo que hizo el Padre
Francisco Sola — -Muerte del Padre Andrés Echeverri — Los Padres
Julián Ciriza e Hilarión Uribe — Otra vez el Padre Hilario Sáchez.
La Misión de Barbacoas estuvo a cargo de los Padres Agus-
tinos Recoletos desde 1915 hasta 1920, en que por especiales ra-
zones pasó a manos de un sacerdote secular. El Padre Samuel
Ballesteros fue durante ese período Párroco, y tuvo por compa-
ñeros a los Padres Pablo Planillo (1915), Antonio Roy (1916)
y Leoncio Lapuerta (1917 y 1918). En el mes de enero de 1916
estuvo de muerte el Reverendo Padre Antonio Roy a causa de las
fiebres adquiridas en una correría, por lo cual tuvo que trasladar-
se a Panamá.
El Padre Samuel Ballesteros es demasiado conocido en toda la
República de Colombia para que sea menester que hagamos su apo-
logía. Apóstol de las buenas lecturas, fue el fundador del Aposto-
lado Doméstico de Manizales y de la Cruzada Nacional de la
Buena Prensa de Bogotá; propagador infatigable del Reina-
do del Corazón de Jesús, ha ejercido el ministerio en las lla-
nuras de Casanare y en las grandes urbes de Colombia, de va-
rios países de Centro América y de los Estados unidos; lucha-
dor por temperamento, ha salido a la arena cuantas veces ha
sido necesario a defender los fueros del Catolicismo; organiza-
dor infatigable, ha dejado luminosas huellas en todos los luga-
202 Costa colombiana
res por donde ha pasado; su influencia en los altos círculos
eclesiásticos y políticos es bien notoria.
¿Y qué hizo en Barbacoas el Padre Samuel? Dio impulso a
las obras de la iglesia y de la casa cural en construcción; fabri-
có el atrio del templo; trató del adelanto de la población e ideó
medios para impedir una decadencia futura; y fundó una Socie-
dad de Fomento, calurosamente alabada por el Gobierno de Bo-
gotá. Añádanse a estas obras vistosas muchísimas llevadas a cabo
en las capillas de los ríos, y se comprenderá por qué los habi-
tantes de la Parroquia hicieron fervorosas manifestaciones en fa-
vor de la permanencia del Padre y de los Agustinos en aquel
lugar, y su desconsuelo al no ser por justas razones escu-
chados.
Pero la región, tal vez, en que más han trabajado los Pa-
dres a causa del abandono en que se encontraba y de la ex-
tensión de ella, es en la Misión de Guapi.
En marzo de 1902 llegó a aquel lugar el Reverendo Padre Hila-
rio Sánchez, en cuyas alabanzas bien pudiéramos llenar muchas pá-
ginas sin temor de que se nos tachara de pródigos en ellas, ni
de incurrir en la nota de exagerados por mucho que dijéramos:
Itánto es lo que ha trabajado el Padre en la región de Guapi!
¿Qué decir de sus correrías evangélicas? ¿Qué de lamanera como
las hacía? En todo punto en que vive en la Costa un ser huma-
no, allí ha estado el Padre Hilario. A él no lo han detenido ni
los viajes en míseras embarcacioncillas; ni las olas del mar; ni
los ríos impetuosos; ni las jornadas a pie por lodazales; riscos
y montañas; ni las nubes de zancudos y jejenes; ni el peligro
de las víboras; ni las enfermedades malignas; todo ¡o ha despre-
ciado con tal de ganar almas para Jesucristo. Lo mismo los ne-
gros de las playas que los que habitan en las minas de la cor-
dillera, lo primero que le preguntan a un Misionero después de
saludarlo, es por el Padre Hilario; lo que indica el bien que hi-
zo en sus almas ese apostólico sacerdote y la popularidad de
que goza en la Costa.
En la imposibilidad en que nos encontramos de seguir al
Padre en todas sus correrías, describiremos únicamente algunos
rasgos de la que hizo a las montañas de Sanabria. Movido su
corazón por el abandono en que se encontraban los habitantes
del Pacifico 203
de aquella región, que acaso no había sido visitada nunca por
algún sacerdote, resolvió ir el Padre Hilario para instruirlos en
la doctrina cristiana y administrarles los santos sacramentos.
Embarcado en diminuta canoa duró varios días subiendo el
río Iscuandé, navegación peligrosísima en la parte alta, a causa
de los impetuosos chonos y de los frecuentes saltos, que en el
ánimo producen el vértigo de quien lleva la vida pendiente de
un hilo. Las viandas tenía que comerlas medio crudas y frías, y
por las noches dormía en infelices ranchos plagados de chinches.
Desde el punto en donde dejó la embarcación hasta el pueblo
empleó tres días, caminando a pie por aquellas montañas inac-
cesibles y sustentándose por haberse agotado los alimentos que
llevaba de lo que cazaban los negros en el monte, hasta el
punto de que el hambre lo obligó a comer carne de mono, por
no tener otra cosa. El segundo día de viaje a las horas de la
tarde cayó desmayado de fatiga en los brazos de los que lo
acompañaban, quienes creyeron que se moría. Lo acostaron en el
suelo sobre un lecho de ramas, lo frotaron con aguardiente, le
hicieron algún otro remedio y después de un sueño reparador,
pudo emprender nuevamente su camino. Las noches las pasó a
la intemperie, bajo un cobertizo improvisado y hubo ocasión de
tener que huarecerse bajo la copa de un árbol para librarse al-
go de los tremendos aguaceros de la montaña. El estado lamenta-
ble en que encontró a los habitantes de los tres caseríos de Sa-
nabria, le arrancó lágrimas amargas: jóvenes de quince años sin
recibir el santo bautismo; uniones ilegítimas; ignorancia y bar-
barie.
El padre invocó sobre aquellas gentes, en los días que allí
permaneció, al Dios de las misericordias y en su nombre derra-
mó a manos llenas las divinas gracias.
Al regreso tampoco le faltaron peripecias en el camino:
hambre, sed, mojadas, y peligros al bajar el caudaloso río.
La iglesia de Guapi es obra del Padre Hilario. Con el fin
de allegar fondos para construirla, en los días que le quedaban
libres de las correrías se iba desde el punto de la mañana a '
una pequeña finca vecina, de la que es propietario el templo,
y en ella trabajaba como un negro. Plantó cañaverales, caucha-
les y platanales y puso un trapiche; con su producto dio feliz
término a la iglesia en 1908,
204 Costa colombiana
También compró el Padre Hilario muchas imágenes y or-
namentos para la iglesia y mejoró notablemente la casa parro-
quial de Guapi. Su labor material y moral en las treinta y siete
capillas, concernientes a la Misión, fue algo sobrehumano. Y a
fe que uno se llena de admiración al pasar la vista por los li-
bros parroquiales y contemplar los numerosos bautismos y matri-
monios celebrados por el dicho Padre.
En 1908 quedó transitoriamente en Guapi el Padre Manuel
María Mera, sacerdote de gran fondo, que merece recordarse por
la campaña que hizo contra los salvajes bailes de los negros cos-
teños. En el mes de enero de 1910 estando él de Cura, se efec-
tuaron las misiones dadas por los Padres Marcos Bartolomé y
Regino Maculet, quienes permanecieron desde el 10 hasta el
18 en la población.
A fines del mismo año llegaron a Guapi los Padres Rufino
Pérez y Antonio Roy; el primero regresó a Tumaco en diciem-
bre de 1911, y fue reemplazado por el Padre Tomás Martínez,
que hizo obras tan importantes como la casa cural de Santa
Bárbara de Timbiquí y la reedificación de varias capillas de los
ríos. El Padre Antonio secundó las empresas del Padre Tomás,
y puso mano en otras de su propio cuño y no es la menor el
haber trabajado par levantar un censo, abundante en pormeno-
res, de los habitantes de la Costa. El tiempo que permanecieron
estos dos Padres en la Costa, es notable por la actividad que
desplegaron en las misiones a las capillas de los ríos. Perma-
nentemente estaban de una parte para otra; el Padre Tomás de
Naya a Guafuí, y el Padre Antonio, de este río a la playa de
San Juan. Con razón se dijo que las casas cúrales de los Padres
eran los ranchos de las canoas. En julio de 1915 los Padres con la
aprobación de Monseñor Cortessi, encargado de negocios de la
Santa Sede, y del limo. Señor Medina, Obispo de Pasto, cam-
biaron transitoriamente la residencia oficial de Guapi por la de
Santa Bárbara de Timbiquí, a causa de un suceso ocaecido
en aquella población. Estando tranquilamente durmiendo el Padre
Antonio Roy en su habitación de la casa cural le arrojaron
enorme piedra a la cabeza que le hubiera causado sin duda la
muerte, si Dios no hubiera dispuesto que el asesino errara el
golpe, toda la población de Guapi fue testigo, porque acudió en
masa a la casa cural y vio la piedra.
del Pacífico 205
¿Pero quién la arrojó al Padre? ¿Puede admitirse que lo hi-
cieran por equivocación? Era para robarle? Una cosa es cierta
a todas luces: la virtud inmaculada del Padre Antonio, religio-
so de austera vida y relevantes prendas, quien nunca tuvo en la
Costa un enemigo conocido, y la culpable inercia de las auto-
ridades que no dieron ni un solo paso en la averiguación de
ese crimen sacrilego. Días antes de este acontecimiento había a-
parecido en la mitad de la calle con ía cabeza triturada el ca-
dáver del señor Abraham Sayust; y los ánimos estaban preocu-
pados por la muerte repentina y misteriosa del señor Camilo
Sanclemente.
El traslado de la residencia de los Padres a Santa Bárbara
excitó los ánimos a los habitantes de la población que llegaron
a cometer arbitrariedades, tales como la de no entregar a los
Padres ni aun la correspondencia privada. Con este motivo, y
el del atentado ya descrito, se hicieron en los diferentes pueblos
de la Costa, en número de quince, protestas altamente enco-
miásticas para el Padre Antonio, en las que se ponía de relieve
su virtud sin tacha y se execraba a los que habían puesto en
él sus manos.
En el mes de febrero de 1916 la residencia se trasladó nueva-
mente a Guapi, donde durante la visita oficial del Reverendo Pa-
dre Hilario Sánchez, entonces Provincial, en marzo del año dicho,
hicieron los habitantes de la población una manifestación hermosí-
sima a favor del Padre Antonio, cuyo original se guarda en el
archivo provincial de Bogotá.
A fines de 1914 marchó para Bogotá el Reverendo Padre To-
más Martínez, nombrado Definidor Provin ial, y llegó por el mismo
tiempo a la misión el !>adre Bernardo Merizalde.
En el mes de enero de 1915 fue trasladado a Tumaco, y luego
a Barbacoas, el Reverendo Padre Antonio Roy. Este Padre duran-
te el tiempo, que permaneció en Guapi estuvo dos veces grave-
mente enfermo de fiebres; y el Padre Tomás una en Santa Bár-
bara de Timbiquí. El Padre Antonio se vio obligado a trasladar-
se, para mejorar su quebrantada salmi, la primera vez a Pana-
má y la segunda a Tumaco.
El 31 de marzo de 1916 llegó a Guapi el Reverendo Padre Fran-
cisco Sola, que hasta el 24 de mayo de 1920 trabajó en las Misiones
20ó Costa colombiana
con el mismo celo que sus predecesores. Son obras suyas, el hermo-
so altar gótico de la iglesia de Guapi; la nueva casa de la
Misión, cómoca y elegante; la compra de varios ornamentos
llevados de Valencia y de Bogotá; la custodia de Santa Bárba-
ra de Timbiquí; la reedificación de algunas capillas de los ríos,
y varios trabajos en los templos de Iscuandé y del Charco;
para el cual se compraron en Panamá dos campanas en febrero
de 1917.
Desde el 7 de octubre de 1917 hasta el 24 de mayo de 1918
estuvo al frente de la Misión el Padre Antonio Caballero; de
este tiempo hasta mayo de 1920 el Padre Francisco Sola, acom-
pañado de los Padres Leoncio Lapuerta y Andrés Echeverri. El
primero permaneció como ocho meses solamente en la Misión
por causa de enfermedad, (1918), y el segundo que había llega-
do a Guapi el 28 de octubre de 1919, murió víctima de una fie-
bre perniciosa, el 13 de marzo de 1920 en el puerto de Buena-
ventura.
En aquel año arribaron a Guapi el evangélico Padre Hilario,
el 4 de marzo, y el Padre Julián Ciriza, religioso activo y ducho en
la vida laboriosa del misionero, el 14 de mayo. Las malignas
fiebres que a nadie perdonan en la Costa atacaron fuertemente
a este Padre, y tuvo que salir para reponerse al sanatorio de
la Cumbre, donde unos meses antes, en julio de 1920, había
estado de muerte el Padre Francisco Sola.
El Padre Hilario regresó a Guapi con el Padre Hilarión Uri-
be, joven chiquinquireño muy dado a los estudios eclesiásticos,
en el mes de enero de 1921, y ambos se entregaron con la ener-
gía y la fervorosa actividad propia de los hijos de San Agustín
a los ejercicios del ministerio.
También el Padre Hilario Sánchez, a pesar de tener ya la
cabeza blanca, de las canas que ha ganado en sus largos años
de apostolado en la Costa, conserva aún intactas sus antiguas
energías. Así lo publican las correrías que emprendió en 1920,
émulas de las que hizo' en el tiempo de su juventud.
Transcribimos unos párrafos de una carta del dicho Padre,
fechada en Chuare el 26 de abril del año nombrado.
«Me ha tocado celebrar Semana Santa en este caserío; resultó
muy concurrida y sobre todo con numerosas confesiones y comu-
del Pacifico 207
niones. Hubo también abundantes bautismos y varios matrimo-
nios. Todo estuvo muy bien y en orden; gracias a Dios. El lu-
nes de pascua continué mi excursión río arriba directamente hasta
el San Juan. Pobre gente! Qué digna de lástima es! ! ! Nadie quedó
sin confesarse y comulgar; pasé allá once días, gasté subiendo
cuatro (1). Pero qué corrientes y qué saltos tan grandiosos! im-
ponentes, majestuosos, y también tremendamente peligrosos! Hay
que arrastrar muchas veces la embarcación por las orillas y
otras por fuera, es decir por tierra; grandes trechos hay que ca-
minarlos a pie; el último es de varias horas. De allá regresé a
esta población el miércoles para celebrar dos fiestas. Volveré
a subir a San Miguel el 29 para la Santa Cruz y otras fiestas más.
Pienso visitar, aunque por pocos días, a Zaragoza y Trapiche,
porque me dicen que no tienen por ahora fiestas que hacer, pero co-
mo hay escuelas, me resuelvo a tocar en esos pueblos por los niños.
Tal vez se aprovechen también algunas otras personas.
Estoy en tratos con los jefes de los indios de Guangüí para
ver si logro convengan en que asista yo a una de sus fiestas
cuando se reúnan los cholos de los otros ríos, y procurar enseñar-
les los principales misterios de nuestra religión y administrarles
los santos sacramentos. Abrigo también la idea y la esperanza
de conseguir establecer entre ellos, al menos en Guangüí, una
escuela primaria; lo conseguiré? Roguemos a Dios para que se
cristianicen por completo esos pobres cholos.»
Los actuales misioneros de Guapi son, pues, celosos após-
toles. Sus nombres, desconocidos entre los hombres , deben es-
tar grabados con letras de oro en el carazón amantísimo de Je-
sucristo.
(l) Del mir a Churre h ijr tres di <s.
CAPITULO XXXI
Sufrimientos de los Padres en las Misiones — Correrías apostólicas; — En
fermedades y peligros- — Descripciones de un Misionero — Número de
poblaciones — El ministerio en cada una de ellas — Los alimentos, las
canoas y otras gangas de la vida costeña — Lo que le sucedió a un
Padre — Intimas amarguras del Misionero.
Innumerables son los sacrificios que se imponen los Reli-
giosos de la Orden Recoletana de San Agustín en las correrías
apostólicas por la Costa del Pacífico. Lo vasto de! territorio que
está a su cargo, donde viven 70.000 almas esparcidas por pla-
yas, esteros y ríos, hace que sea difícil en sumo grado la admi-
nistración espiritual de la Costa. Que los negros han de ir a
buscar al Padre para que los catequice y les confiera los sacramen-
tos, es pensar en lo irrealizable. Se necesita buscarlos en sus
madrigueras de los ríos y ponerles delante de los ojos en copa
de oro, el licor divino para que lo gusten; es menester hablar-
les e instarles para que dejen la vida semisalvaje y de pecado,
y vuelvan los ojos a Jesucristo, fuente de la civilización.
Y los Padres obran de esta manera; realizan excursiones
continuas para atraer las almas a Cristo. ¡Pero cuántos sufrimientos
les ocasionan esas obras de caridad! ¡Qué trabajo tan ímprobo
el que llevan a cuestas! Tienen que luchar con el mar, con las
corrientes de los ríos, con las montañas vírgenes, con las nubes
de mosquitos, con los reptiles venenosos, y lo que es peor, con
la apatía e ignorancia de los negros. Las vigilias no son raras;
las hambres frecuentes; diarias las malas comidas. Los zancudos
les inoculan el paludismo; el clima los enferma, y a veces gra-
del Pacifico 20'J
vemente; el demasiado trabajo los abruma y contribuye a la
merma de su salud.
Todos los -Padres, sin excepción, que han hecho correrías
han enfermado y varios han estado a las puertas- del sepulcro;
dos jóvenes, el uno de 23 años y el otro de 27 han muerto.
Algunos Padres han corrido peligro de perecer durante
sus excursiones marítimas o fluviales. En una ocasión, pasando
el Padre Planillo de Salahonda a Tumaco, no se ahogó por un
milagro de Dios. El Padre Tomás Martínez yendo a Buenaven-
tura en un guardacostas estuvo éste a punto de estallar y luego
apareció treinta millas más allá de Punta de Soldados. A otro
Padre, que iba embarcado en un potrico en la bahía de Sanquian-
ga para sacramentar a un enfermo en la Vigía, lo atrapó tan es-
pantosa tempestad que tuvo que desnudarse para poder nadar
en caso de naufragio. El Padre Francisco Sola en la misma pla-
ya presenció un vendaval en el que las palmeras se inclinaban
como si fueran frágiles cañas. En el río del Rosario se le volcó
la embarcación a un misionero que de una manera como prodi-
giosa pudo salir a nado a la orilla. Estos percances no son ra-
ros ; el Padre Marcos Bartolomé nos describe dos que a él le
pasaron con las siguientes palabras:
«Mientras disfrutábamos de la suave brisa del mar en la
bocana de Yurumanguí, se formó de repente una terrible tem-
pestad, precedida de un furioso vendaval que animó a nuestro
piloto a colocar la vela con el fin de cruzar pronto una exten-
sa encenada, porque la noche se nos venía encima. Idéntica co-
sa hicieron el piloto y el boga de otra enbarcación que, desde
la bocana resolvieron acompañarnos. La tempestad, empero, iba
arreciando por momentos cada vez más; y en vez de seguir
nuestro rumbo la embarcación acompañante, se desvió como dos-
cientos metros hacia el interior del mar, viniendo a ser juguete de
las olas. Dimos varios gritos de alarma que se perdieron en el
aire; el peligro crecía más y más; los marineros veíanse imposi-
bilitados para dar nueva dirección a la nave, porque la fuerza
del oleaje anulaba todas sus energías; y cuando todos nos en-
contrábamos sobrecogidos de temor y espanto, contemplando
aquella escena triste y desgarradora, una grande ola inundó el
pequeño bajel, que comenzó a hundirse con rapidez. Entonces
14
210 Costa colombiana
los marineros y tres pasajeros botáronse al mar con verdadero
heroísmo, y de una manera para nosotros desconocida, dirigieron
la embarcación hacia nosotros. Saliéronles al encuentro, nadando,
nuestros bogas; y, entre todos lograron traerla hasta una playa, y
sacándole toda el agua, prosiguieron su viaje, en nuestra compa-
ñía. Pobres gentes, exclamamos repetidas veces; en un instante han
perdido el sudor del trabajo de muchos años».
El otro percance del Padre Marcos fue una creciente en el
río de Timbiquí.
Una hora hacía que habíamos salido de Santa Bárbara, escri-
be, cuando densos y negros nubarrones se cernían sobre nuestras
cabezas, augurando una tempestad grande que no se dejó esperar
por mucho tiempo, descargando agua a jarros entre ensordece-
dores truenos y relámpagos, capaces de hacer temblar a los
hombres más impávidos. Duró cinco horas con la misma intensi-
dad; yo jamás había conocido cosa igual. Los bogas, sin embar-
go, no cesaron de trabajar hasta que observaron que el río daba
indicios de una gran bomba o creciente que se nos venía encima,
por cuyo motivo, aprisa y corriendo, arrimamos a la casita más
próxima para no ser arrastrados, como por desgracia, aconteció
a un pobre hombre que se ahogó en aquella misma tarde.
Para llegar a la casita los bogas tuvieron que cargarme, por-
que el trayecto que mediaba entre el río y ella estaba completa-
mente inundado. Al subir al segundo piso por un palo, cuyos
peldaños eran unas ranuras, lo primero que vi fue una mujer
elefancíaca sentada en un banco, cubierta parte del cuerpo con
una raída bayeta y con una de las piernas casi destrozada por
la terrible enfermedad. En frente de ella hallábanse tres niños,
uno gateando y otros dos flacos y macilentos acostados sobre
el duro suelo y envueltos en un mosquitero sucio y hecho jiro-
nes. A su lado izquierdo veíase el fogón y a su espalda dos es-
pecies de alcobas, de las cuales salía un hedor insoportable,
que unido al que salía del piso bajo, habitado por dos puercos,
nos auguraba una noche fatal. La abundancia de chinches por
otra parte, era tan grande, que los mismos bogas, acostumbra-
dos a esa plaga, decían que estaban insoportables. Como alum-
brado colocaron un mechón formado de brea o peramán. Al día
siguiente no bien aclaró nos pusimos en marcha, y en menos
de dos horas estuvimos en Coteje».
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,
del Pacifico 211
Los pueblos de la Costa encomendada a los Padres, sin
contar los diez de Barbacoas, son unos sesenta: treita y ocho
de Guapi y veintidós de Tumaco, y algunos de ellos a cuatro,
cinco y seis días de estas poblaciones. Además hay muchísimos
caseríos, donde los Padres ejercen el ministerio en alguna casa
particular por no haber capillas. Los seis misioneros que están
permanentemente en la Costa visitan, por lo menos, dos veces
al año a cada uno de los pueblos y permanecen en ellos más
o menos según el trabajo; por lo que se comprenderá que las
correrías son continuas, a lo que deben añadirse las administra-
ciones de los enfermos en el campo.
El trabajo que hace un párroco en su curato durante un año
tiene que ejecutarlo el Misionero en cada pueblo en ocho o
diez días que permanece en él, predica a mañana y tarde, ense-
ña el catecismo, atiende a las necesidades de los feligreses,
amista a los esposos desavenidos, trata de la bendición de las
uniones ilegítimas, bautiza, confirma, casa, confiesa, hace en po-
cos días las principales fiestas del año con vísperas cantadas,
misa solemne y procesión, examina las cuentas de los libros
de los mayordomos, visita a los niños de las escuelas, etc. etc.
y esto un día y otro día por mes y medio o dos meses que
dura cada correría en la que se visitan cinco o seis pueblos: a
lo que debe añadirse el escribir en los libros parroquiales, de
ciento cincuenta a doscientas partidas de bautismos, después de
cada una de las uxcursiones.
Pero, por lo menos, dirá alguno, tratarán al misionero a
cuerpo de rey en esos pueblos. Nada más distante de la verdad.
¿Qué comida podrán aderezar esas pobres negras medio salva-
jes? Con rarísimas excepciones la alimentación de los misioneros
en los pueblos de la Costa es mala, y sobre todo pésimamente
cocinada.
El medio ordinario de locomoción no puede ser más rudi-
mentario e incómodo: una pequeña canoa con un rancho, en
que generalmente apenas cabe una persona sentada. Y allí
pasa el Misionero tres o cuatro días con sus noches, aguantan-
do los soles de la Costa y los frecuentes aguaceros en que pa-
rece que se desquicia el firmamento, luchando entre las olas del
mar o con las corrientes de los ríos, cocinando muchas veces él
212 Costa colombiana
mismo como se pueda y cuando se pueda, y sujeto a la a¡bi-
traria voluntad del negro piloto. Sabemos de Padres que han pa-
sado el día entero sin probar bocado, por no poderse cocinar en
la canoa, ya a causa del movimiento de ella en el mar, ya por
los aguaceros o los vendavales en los ríos. Otros han sufrido
aguda y prolongada sed, por habérseles terminado el agua pota-
ble. El Padre Francisco Sola, por ejemplo, resistió ocho días en
Mosquera sin probar el agua; no se encontraba entonces otra
que la pútrida de algunos pozos.
Hay esteros en que el jején y el zancudo abundan tanto
que los mismos bogas se embadurnan el cuerpo con barro para
evitar las picaduras; y en algunas playas es menester pasearse
hasta para comer. Y nada queremos decir de la garrapatilla
(coloradito), que hace estragos en los cuerpos de los Misioneros,
ni de los pitos, chinches, etc.
También es penoso errar el rumbo de los esteros. Un Pa-
dre que iba de Mosquera al Charco en un potrillo sin rancho,
estuvo toda una noche perdido en aquel laberinto recibiendo so-
bre su cuerpo un aguacero torrencial y sacando con un pote el
agua para no hundirse.
En el mismo lugar se perdió una canoa en que viajaba
otro Padre:
«Insultándose en prosa y en verso, escribe éste, fueron aque-
llos bogas todo el día remando de muy mala gana y poniendo
a prueba nuestra paciencia, la que estuvo al punto de agotarse,
cuando a las cinco de la tarde advertimos que sobre no haber
hecho siquiera la mitad de una razonable jornada, habían equivo-
cado el rumbo y nos habíamos perdido. No sabían dónde está-
bamos ni para dónde íbamos. Oh, qué triste «es perderse uno»
al caer la tarde en aquella red intrincada de esteros en aquel gi-
gantesco tablero de damas!» (1) Y hago punto final; no quiero
tocar el fecundo tema de los sufrimientos morales del Misionero,
secuestrado como en un destierro, de la sociedad, solo en medio
de la multitud, lejos del hogar querido, de la familia ausente,
del claustro en que, libre de peligros, pasó horas de paz y de
sosiego y aun separado de sus propios hermanos en Religión,
(i) Apostolado Domestico, número 26^..
del Pacifico
213
con los cuales apenas pasa dulces momentos de vez en cuando;
y perseguidos por los mismos a quienes trata de levantar del
lodazal del vicio, y atacados por los heraldos de la civilización y
del progreso que escriben tranquilamente en sus bufetes, donde
no los mortifica ni el zumbido de un zancudo, ni los saca de
quicios el agudo pinchazo de venenoso mosquito.
CAPITULO XXXII
Biografías de algunos Misioneros ya difuntos — El Padre Melitón Martí-
nez— El Hermano Ignacio Avala — El Padre Andrés Echeverri.
El Padre Melitón Martínez murió de enfermedad contraída
en Tumaco, al trasladarse de Chepo a España en el vapor Isla
de Panay el 13 de agosto de 1900.
Era alavés, pues había nacido en Andoain el 10 de marzo
de 1860. A los veinticuatro años tomó el hábito de los Recoletos
de San Agustín y profesó un año más tarde, el 17 de septiembre
de 1885. La obediencia lo destinó a las misiones d« las Islas Fi-
lipinas, y salió el 20 de septiembre de 1889 de Barcelona con
rumbo a Manila, donde, en el Convento de San Sebastián termi-
nó la carrera y recibió el presbiterado. Ejerció el ministerio de
Guingulman, Corella,Jagna, Valencia, Bagauinis, Tayasany Macao.
En 1899 fue destinado para Panamá en compañía de doce
Religiosos. Embarcó en Hong-Kong a fines de febrero del dicho
año, y arribó al Istmo después de un viaje feliz.
Al pasar por Panamá el Ilustrísimo señor Ezequiel Moreno,
al mes de haber arribado a esa población el Padre Melitón, pi-
dió a los Superiores, Misioneros para su diócesis, y ellos le die-
ron al mencionado sacerdote y a los Padres Gerardo Larrondo
y Marciano" Landa. Cuando llegó a Tumaco el Prelado encontró
que acababa de morir el Cura de la Parroquia de fiebre amarilla,
y resolvió encomendarla a los Padres Melitón y Gerardo. El Pa-
dre Landa siguió con él a Pasto.
No puede explicarse cuánto trabajó en Tumaco el Padre
Melitón y cuántos fueron los sufrimientos que sobrellevó con in-
creíble paciencia durante los días aciagos de la guerra civil. A
del Pacífico 215
consecuencia de ellos enfermó gravemente, y los Superiores lo
trasladaron a la residencia de Chepo con el objeto de atender a
su quebrantada salud.
Su muerte fue llorada en Tumaco, donde el Padre Gerardo
celebró solemnes oficios fúnebres.
Sus cenizas reposan en Puerto Cabello.
El R. P. Rufino Pérez de San José nació en Peralta, pobla-
ción de la Provincia de Navarra en España el 16 de noviembre
de 1875.
A los diecisiete años tomó el santo hábito de Agustino Re-
coleto en el Convento de Monteagudo, donde profesó el 4 de
agosto de 1893. Cursó teología en los colegios de San Millán
y Marcilla, y una vez ordenado de sacerdote fue enviado a Co-
lombia con otros doce Religiosos, a quienes hizo pomposo reci-
bimiento en Bogotá el 30 de noviembre de 1898 el Provincial
de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria R. P. San-
tiago Matute.
El Padre Pérez residió algún tiempo en el Desierto de la
Candelaria y luego partió para Casanare. En Nunchía estuvo al
frente de la escuela de niños y allí se encontraba cuando en
marzo de 1900 recibió mandamiento de ir a Orocué, lo que el
Padre ejecutó a pesar del peligro que corría a causa de la revo-
lución triunfante entonces en Casanare.
Las vejaciones y escarnios de que fue víctima el Padre en
Orocué, su destierro a Venezuela, el largo y penoso viaje en pe-
queña canoa por el Orinoco y su estadía durante ocho meses en
Cantaura hasta que regresó a B<¡gotá el 15 de junio de 1901, se
encuentran descritos detalladamente en los capítulos XI y XII del
libro que lleva por mote: Liberaladas.
Después de permanecer algún tiempo en Bogotá el Padre
Pérez, volvió a Casanare, una vez debeleda la revolución, y se
consagró al ministerio en Nunchía, donde coadyuvó a la edifi-
cación de una casa para las Hermanas de la Caridad.
En 1911 el Padre recibió orden superior para trasladarse de
Casanare a Tumaco, de cuya pairoquia tomó posesión en di-
ciembre del año dicho. Las obras que el Padre Pérez empren-
dió y coronó allí quedan ya consignadas en estas páginas.
Dos rasgos que pintan el celo apostólico de nuestro biogra-
fiado;
¿16 Costa colombiana
En 1912 se encontraba el Padre enfermo cuando fue llama-
do a confesar un moribundo en San Juan de Mira. La enferme-
dad no lo arredró para cumplir con su deber y se embarcó para
aquel lugar, sito a dos jornadas largas de Tumaco, lo que lo
agravó de tal manera que estuvo a las puertas de la muerte y fue
menester al regreso llevarlo en un guando (camilla) de Mira a
Chaguí, y de allí a la isla tumaqueña.
En 1914, durante el tiempo que la fiebre amarilla azotó la
Costa se manejó como un héroe el Padre Rufino, porque aun
cuando los médicos le prohibieron asistir a los infestados a
causa de hallarse predispuesto para contraer la enfermedad y
lo conminaron con una segura muerte, dio rienda suelta a su
fervor y no hubo enfermo a quien no administrase los últimos
auxilios espirituales.
El mal clima de la región mermó el primitivo vigor del Pa-
dre y tuvo que sufrir penosas fiebres, accidentes epidérmicos y
beriberi.
En el Capítulo Provincial de 1915 fue nombrado Prior del
Convento de Sos en España, en el de 1916 Definidor Provincial
y en el de 1921 había sido elegido Superior de Manizales,
cuado la muerte lo sorprendió la víspera de emprender viaje para
aquel lugar el 21 de septiembre del año dicho.
En la iglesia de la Candelaria de Bogotá se le hicieron so-
lemnísimas exequias y su muerte fue llorada por todos cuantos
lo- trataron y conocieron. En varios periódicos de Colombia y
en las revistas Apostolado Doméstico y Boletín de la Provincia
de la Candelaria, se escribieron sentidos artículos necrológicos
que hacen honor al Padre Rufino Pérez.
El Hermano Ignacio Ayala nació en Corella el 31 de julio
de 1891. Su padre, don Benigno Ayala lo educó en el ejercicio
de las virtudes cristianas. En los años de la infancia estudió
en la escuela de la Parroquia de San Miguel y certifican sus
condiscípulos que era notoria su modestia y religiosidad. Cuan-
do salió de la escuela donde aprendió las primeras letras, se
dedicó a la agricultura; mas no iba al campo sin haber antes ali-
mentado el espíritu con la gracia del cielo, asistiendo a la santa
misa en la iglesia parroquial. Por las noches, a pesar de la fa-
tiga consiguiente a la faena diaria, acudía a la escuela nocturna;
del Pacifico 217
tanto era su apetito de instruirse! Los días festivos no los mal-
gastaba en francachelas con los mozos de su edad; rodrigaba
al sacristán en los oficios de la iglesia, y en el desempeño de
ellos las horas se le deslizaban suavemente.
Un espíritu de esa naturaleza: humilde, sencillo y fervoroso,
no era planta que pudiera arraigar en el mundo: Dios lo llevó
al jardín de los Hijos de San Agustín.
Durante dos años se entregó a los estudios de nuestro Co-
legio de Sos y durante uno en el convento, a los quehaceres de
hermano lego. El 7 de diciembre de 1910 recibió el hábito y
al año siguiente profesó con general contentamiento.
Fue hortelano algún tiempo y luego sacristán y sastre.
En el año de 1914 partió para las misiones de la Costa
colombiana del Pacífico por mandamiento del R. P. Marcelino
Ganuza, Provincial de la Provincia de la Candelaria, a la que
pertenecía el Hermano.
Embarcó en Barcelona el 9 del mes ya dicho y llegó el 10
de septiembre a Panamá, de donde marchó para Tumaco a los
doce días:
El Hermano, activo y laborioso, en llegando a la Costa, se
entregó a los trabajos manuales de la residencia. El último ofi-
cio que ejecutó fue el de lavar un tanque de sinc, de donde
salió con una enfermedad que los médicos diagnosticaron fiebre
amarilla.
El Padre Hilario Sánchez le administró los santos Sacramen-
tos, que recibió con edificante fervor, y el 24 de octubre entre-
gó su alma a Dios.
En el cementerio de Tumaco, bajo una cruz por la que tre-
pa una enredadera, descansan los restos del Hermano Ignacio
Ayala de la Virgen del Carmen.
Dios habrá premiado sus virtudes; que él ruegue en el cie-
lo por la tierra donde murió
También prematuramente cortó la parca el hilo de la pre-
ciosa vida del R. P. Andrés Echeverri, joven de grandes espe-
ranzas para la Provincia de la Candelaria. Cuando sólo contaba
27 años, una fiebre maligna lo arrebató de nuestra conpañía;
estaba maduro para el cielo y la tierra no era digna de él.
Por las venas del Padre Echeverri corría sangre antioqueña,
15
218 Costa colombiana
la raza más vigorosa y fuerte de Colombia. Fueron sus padres
don Juan Andrés Echeverri y la señora Dolores Arias, nació en
Santa Rosa el 17 de julio de 1892. Tuvo siete hermanos: Clara,
hoy religiosa de la Presentación; Pastora, Daniel, Josué, Pedro,
Enrique y Vicente: el Padre Andrés ocupaba el quinto lugar.
Siendo niño don Juan Andrés trasladó su morada a Mani-
zales, donde se deslizaron plácidamente los años infantiles de
nuestro biografiado, entre las caricias del hogar y los estudios
primarios de la escuela.
Nueve años tenía el Padre Andrés cuando en Manizales se
establecieron los Padres Agustinos Recoletos, a quienes quizo
de corazón. Visitaba frecuentemente la nueva residencia y ayu-
daba al Hermano Cirilo Bellino en los oficios de la sa-
cristía.
Su natural bueno lo inclinaba al estado religioso; por lo
que pidió su admisión en la Orden Agustiniana al Padre Manuel
Fernández, Provincial en 1904, a fines del cual año salió para
el Desierto de la Candelaria.
En el colegio preparatorio manifestó muchas veces una ino-
cencia y sencillez admirables, que conservó toda la vida. Fue-
ron sus catedráticos de humanidades los Padres Paulo Planillo,
Pedro Fabo, Ángel Marcos y Luciano Ganuza.
Entró al Noviciado el 18 de julio de 1907 y profesó el 19
de julio de 1908. El Padre Francisco Sola fue su maestro de
novicios.
Durante la carrera, a la par que el Padre Andrés modelaba
su alma en el Divino Maestro, medraba su formación intelectual
a la sombra de los sabios profesores que le cupieron en suerte
durante los estudios, de los cuales sólo traeré a cuenta al R.
Padre Juan Aranzay, ya finado, sujeto de aguda inteligencia y de
prodigiosa memoria, Catedrático de Sagrada Teología.
En 1914 recibió el Padre Andrés las órdenes menores y el
subdiaconado en el Desierto, en marzo de 1915 el diaconado en
Tunja, y el 17 de julio del mismo año, el presbiterado en Lei-
va. El limo. Señor Eduardo Maldonado Calvo le confirió las sa-
gradas órdenes.
El Padre Andrés, con la debida licencia, cantó su primera
misa en Manizales el 15 de agosto. El Correo de Caldas dio
cuenta de ese hecho con las siguientes palabras:
d¿l Pacifico 21í*
«El domingo último 15 del mes en curso, cantó su primera
misa el R. Padre Andrés Echeverri, sacerdote de la venerable
Orden Agustiniana. Muy solemne estuvo la fiesta, y le dieron
peculiar realce la excelente ejecución del coro: el bellísimo ser-
món predicado por el R. Padre Eusebio Larrainzar y la numero-
sa concurrencia que colmó el templo. Fueron padrinos el R. Pa-
dre Bernardo Merizalde y el General Jesús María Arias, digno
tío del consagrado, quienes pronunciaron elocuentes discursos
en el banquete con que éste fue obsequiado en ese día.
Es el nuevo levita, hijo de don Juan Andrés Echeverri y de
doña Dolores Arias, dignos jefes de un hogar perfumado por las
más bellas virtudes cristianas.
Manizales está de plácemes por el fausto acontecimiento.
Nuestros parabienes, para la sociedad, para la Orden Agusti-
niana, para el nuevo ministro de Cristo, y para sus venturosos
padres y demás miembros de familia.
En la Hojita Parroquial de Cali se publicaron entonces los
siguientes versos:
AL R. PADRE ANDRÉS ECHEVERRI
EN EL DÍA DE SU PRIMERA MISA
Hoy lágrimas brotaron de mis ojos,
Al orar ante el Dios de mis amores
Y contemplar de hinojos
A la luz de los cirios, entre flores
Y blancos espirales del incienso,
A mi hermano querido
En grave sacerdote convertido
Sosteniendo al Señor de los cristianos
En sus trémulas manos
Con el amor inmenso
Y la dulce sonrisa
Conque una tierna madre se embelesa
Cuando la frente de su niño besa.
Jesús por vez primera cuando vino
Del sagrario a tu pecho ¡oh sacerdote!
220 Costa colombiana
En tu alma infundió germen divino
De aliento celestial; y cada día
Tú al celebrar el sacrificio incruento
Al Señor en la Santa Eucaristía
La vida le darás del Sacramento.
¿Qué le dijiste a Dios cuando en tus manos
Trémulas le tuviste?
Extático de amor no le ofreciste
Ir a pueblos lejanos
De rústicas misiones
A ganar para Dios los corazones
De los malos cristianos?
Labrarás con virtudes tu guirnalda.
Por la verde esmeralda
Cambiarás de los mares
A la perla del Ruiz; el amor tierno
Del corazón materno
Por el odio profundo
De las gentes del mundo;
Y tendrás como lares
Pobre choza, do en vida solitaria,
De algunos pobres indios rodeado,
Al cielo, cual incienso, tu plegaria
Subirá de tu pecho inmaculado.
Y cuando al rededor de tu cabeza
Sus negras alas bata la tristeza
Con el recuerdo del hogar querido
En la capilla de la humilde aldea
O en la campiña entre las gayas flores
Que a la mañana el céfiro menea,
Bajo las ramas de frondoso arbusto,
En el altar portátil, el augusto
Sacrificio celebra; y cuando eleve
Tu mano el Pan más albo que la nieve,
Dirige las miradas de tu alma
A Jesús escondido. . .
del Pacifico 221
Y él enviará la calma
Al mar embrabecido.
Y en el pecho amoroso recostado
De tu divino dueño,
Quedarás extasiado
En un eterno y regalado sueño.
Si en nuestro pecho la tristeza impera
Al fin de la jornada
Dulcísimo consuelo nos espera
En la regia morada
Que el Redentor nos tiene preparada.
Boguemos por el mar de la esperanza
De la vida en la mísera barquilla;... ...
El puerto se divisa en lontananza
En la lejana orilla.
No lloren nuestros ojos,
Que en alígero vuelo
Del mundo cambiaremos los enojos
Por los plácidos cármenes del cielo.
En septiembre salió el Padre Andrés de Manizales con rum-
bo a los Llanos de Casanare, donde permaneció cuatro años en
las misiones de Támara, Manare y Chámeza. Dios le habrá pa-
gado con creces los sufrimientos que tuvo que soportar en esos
lugares de abnegación y sacrificio.
Después de haber permanecido transitoriamente dos meses
en el Espinal, salió el Padre Andrés de Bogotá en agosto de
1919 para la Costa del Pacífico por Manizales, donde se despi-
dió de sus padres y hermanos hasta la eternidad. Nosotros lo
acompañamos de Cali a Buenaventura, donde se embarcó el
mismo día que llegamos en una pequeña canoa a las doce de
la noche con un aguacero torrencial. Confesamos que al mo-
mento de la despedida se apoderó de nosotros, que habíamos
experimentado la vida amarguísima de la Costa, una tristeza
profunda. ¿Qué sentirá mañana el Padre, pensábamos, cuando
al amanecer se vea en el mar en esa embarcacioncilla? Se ma-
reará? Cuánto habrá de sufrir! Cuántos trabajos le esperan!
222 Costa colombiana
Cuatro días empleó en el viaje, y llegó a Guapi, con fie-
bres, el 27 de octubre. En diciembre estuvo en Iscuandé, y alií
hizo las fiestas de Navidad. En el Charco permaneció un mes,
viendo de gestionar manera de dar remate a la construcción de
la iglesia.
Debemos decir que más o menos el Padre Andrés tuvo sus
fiebrecitas en los cuatro meses que permaneció en la Costa. En
marzo de 1920 se vio obligado a guardar cama. El Padre Francis-
co Sola que lo acompañaba no creyó que la enfermedad fuese gra-
ve, pero optó por llevarlo al sanatorio de la Cumbre. El día antes
de la partida el enfermo se confesó con el Padre Hilario Sán-
chez y recibió la Sagrada Eucaristía. El 10 por la noche levó
anclas el velero Oriente, del señor Elcías Martán; a bordo de
él iban el Padre Andrés, el Padre Francisco Sola y el señor
César Pajuelo de La Torre, como enfermero. A las siete de la
noche del 11 llegaron a Buenaventura, y el Padre Andrés, ya
gravemente enfermo, lo trasladaron al hotel. Pero qué sucedió?
Después de estar acomodado el pobrecito paciente, lo arrojaron
de la casa ignominiosamente. El Padre Francisco Sola anduvo
aquella noche de la seca a la meca para conseguir un rincón
dónde colocar al Padre Andrés, que fue al fin llevado a un ca-
sino. Los doctores Luque e Isaac lo examinaron y declararon el
estado gravísimo en que se encontraba. El Padre Francisco qui-
so llevarlo a la Cumbre el 12, pero tropezó con el inconvenien-
te de que en ese día no hubo tren de pasajeros, y que el de car-
ga salió antes del tiempo anunciado.
La manera como los habitantes de Buenaventura se maneja-
ron con el moribundo Padre Andrés no quiero ni mencionarla,
porque sería poner un estigma horripilante sobre la frente de
una población a la que nosotros hemos amado y servido. Fuera
de contadísimas personas, nadie hizo un servicio al Padre, y lo
dejaron morir casi solo y abandonado, ¡a pesar de que en el
puerto se encontraban entonces habitantes de la costa baja, que
habían recibido grandes favores de los Padres Agustinos! El
dueño de la casa en que agonizaba el Padre Echeverri quiso
también arrojarlo de ella, y lo hubiese ejecutado al no haberse
Dios compadecido de él, porque murió a la una de la mañana
el 12, asistido solamente del Padre Francisco Sola y del señor
de La Torre,
del Pacífico 223
Ei cadáver fue trasladado inmediatamente a la iglesia, donde a
las 7 le hizo los oficios fúnebres el Padre Francisco, sin más
asistentes que los niños de la escuela, quienes únicamente lo acom-
pañaron también al cementerio.
Tres días se vio obligado a permanecer en Buenaventura el
Padre Francisco Sola, a quien trataron peor que a un infestado,
aun personas que parece increíble que se condujeran así. No en-
contraba quién le diese posada, y lo despacharon de un lugar
en que ya lo habían admitido.
Consignamos con verdadera satisfacción los nombres de los
señores Manuel Caicedo, José María Velasco y Caldas, el Maestro
Buenaventura, que prestaron sus servicios al Padre Francisco Sola,
así como algunas negritas del barrio de Calima.
El Padre Julián Ciriza puso una lápida sobre la tumba del
Padre Andrés un mes después de su muerte.
Tanto la familia Echeverri como los Padres Agustinos, reci-
bieron numerosos telegramas y cartas de condolencia, y la prensa
publicó sentidos artículos necrológicos, de los cuales transcribi-
remos dos, publicados en El Apostolado Doméstico de Manizales
y en Cultura Recoleta, revista mensual de los Coristas del De-
sierto de la Candelaria; y una carta escrita a don Juan Andrés
Echeverri.
«/?. P. Andrés Echeverri, A. R.
«Prematuramente y cuando no era de esperarse tuvimos no-
ticia de la gravedad del Padre Andrés en Buenaventura y dos
días de espera no más para recibir el siguiente despacho: «Fatal
desenlace, acaba fallecer Padre Andrés». Dolorosamente nos sor-
prendió tan infausto desenlace, pues lleno de vida lo despedimos
para la Costa del Pacífico hace no más que cuatro meses a donde
iba destinado por la obediencia a trabajar, como sus buenos her-
manos, en la evangelización de los negros. No parece sino que
el deseo del sacrificio lo animase, pues en tres veces pidió aquí
al Superior de la casa activase su viaje. Y en carta que escribió
a su hermana Pastora pocos días antes de morir, le decía que
ya no se verían más en este mundo. Bien se le puede aplicar lo
de la Escritura: «Consummatus in brevi explevit témpora multa*.
Porque mucho hizo el lamentado Padre Andrés en bien de las
224 _ Costa colombiana
almas. Cuatro años de Misionero por Casanare, y encariñado de
su labor iba a desplegar su celo apostólico por las insanas
Costas del Pacífico el único hijo de Manizales que habíamos lo-
grado formar para nuestra esclarecida Provincia.
Padre de entusiasmos religiosos, genio afable y jovial, cari-
ñoso con sus hermanos, corazón de oro, animoso para toda em-
presa arriesgada, sin decepciones ni hieles en el corazón, todo
lo componía y arreglaba; y la Providencia fincando en él sus es-
peranzas y secundando su celo, le había confiado la catequiza-
ción de aquella inmensísima región. Que la muerte lo sorprendió
en pleno trabajo, nos lo dice este parrafito de carta recibida des-
pués de su muerte 'Acabo de llegar de Tapaje; un mes perma-
necí en el Charco trabajando por ver si terminan esa iglesia; pero
dudo mucho, me parece que primero se acaba el jején que aca-
barse de construir ese edificio; simpático sí es el pueblo, pero
todo se vuelve comercio, hasta la religión de Cristo '
Y como el fruto se sazonó el cielo se lo llevó.
No hemos intentado escribir su biografía, sino depositar sobre
su memoria la flor del cariño y de la gratitud y hacer somera-
mente el exponente de sus virtudes religiosas y de su celo apos-
tólico. Mientras se llega el día, a la vez que lamentamos su pron-
ta desaparición de entre nosotros, enviamos la expresión más
sincera de condolencia a la atribulada familia de don Juan Andrés
Echeverri y a la culta sociedad manizaleña. R. I. P.» (1)
«El /?. P. Andrés Echeverri de la Sagrada Familia.— Víctima
de su celo por la salvación de las almas y de su dedicación
evangelizadora, ha caído al pie del cañón en el campo de batalla,
segado en flor por la hoz de la Parca implacable e insaciable,
el religioso cuyo nombre ponemos al frente de este artículo ne-
crológico, que dedicamos a perpetuar la memoria del .llorado her-
mano, como último testimonio del carino fraternal que le profe-
samos.
Si a los pocos días de recibida la infausta noticia Dios no
nos consolara superabundantemente, dándonos ocho nuevos sacer-
dotes que dignamente llenarán el vacío grande que ha dejado en
nuestras filas el malogrado Padre Echeverri, no habría término
(i) Apostelado Doméstico, pág. 464
del Pacífico 225
a nuestro llanto en la pérdida de este joven sacerdote y hermano
nuestro porque no habría para él remedio humano. Pero, ¡ben-
dito sea el Señor que el día 2 de abril nos dio ocho sacerdotes,
como compensación del que nos arrebató el 13 de marzo!
Pérdida grande para nuestra amada Provincia de la Cande-
laria, tan necesitada como escasa de personal, representa la des-
aparición de cualquiera de nuestros hermanos; pero lo es do-
blemente cuando el desaparecido reúne las condiciones de nues-
tro llorado y malogrado Padre Echeverri. Buen religioso, carácter
franco y jovial, emprendedor, enemigo de ociosidad y de la pe-
reza, amador de nuestras glorias, fué el R. P. Andrés echeverri
heredero legítimo del espíritu de aquellos ilustres misioneros re-
coletos que llenaron de gloria las páginas de nuestra luminosa
historia. El R. P. Echeverri le añadió a esa historia muchos ca-
pítulos en pocos años: cinco escasos hacía que era sacerdote, y
sus labores apostólicas eran ya conocidas y admiradas en las
dilatadas y distantes regiones de los llanos de Casanare y de
la Costa del Pacífico. Consumado en poco tiempo, llenó mu-
chos días de obras santas y gloriosas. Por lo mucho que hizo
en esos pocos años de su vida apostólica puede muy bien de-
ducirse cuánta gloria diera a Dios y a la Orden en su vida más
larga.
Mas plugo a Nuestro Señor llevárselo tan presto, porque lo
encontró sin duda maduro y lleno de frutos para premiarle sus
muchos méritos. ¡Adoremos los juicios de Dios, tan santos como
inescrutables! En pos de sí deja nuestro hermano luminosa es-
tela que debemos seguir, y hermosos ejemplos que han de imi-
tar nuestros jóvenes y futuros misioneros. Cúpole a nuestro llo-
rado Padre Andrés la dicha y gloria envidiable de ser la pri-
mera víctima de nuestras misiones, mejor dicho, de nuestros mi-
sioneros de la Costa del Pacífico. Esta muerte prematura ha de
causar envidia en vez de temor a nuestros jóvenes; y debe en-
cenderlos en santo celo, que los mueva a suspirar por la envi-
diable suerte de morir por la gloria de Dios y de la Orden y
y por la salvación de las almas, en cuya empresa murió prime-
ro que todos nuestro Maestro y Salvador Jesús. No ha de ser
el discípulo más que el Maestro. Los buenos Soldados se enar-
decen y luchan con más bravura y denuedo cuando ven caer a
226 Costa colombiana
sus conmilitones segados por la metralla; y con mayor razón to-
davía, si ven caer a su jefe. Que es mejor visto el soldado, ha
dicho Cervantes, muerto en el campo de batalla que sano en la
fuga. Feliz el que da su vida por aquel que primero la dio por
nosotros!
Testigos presenciales de los méritos y trabajos del R. P.
Andrés Echeverri de la Sagrada Familia, queremos dejar pe-
renne, aunque modesto testimonio de nuestra admiración por
ellos en estas líneas que le dedicamos y vamos a completar con
algunos datos biográficos.
Nació el Padre Andrés en Santa Rosa de Cabal, Departa-
mento de Caldas, el 17 de julio de 1892; pero su infancia la
pasó en Manizales, en donde recibió educación cristiana de sus
buenos Padres. De Manizales vino al Desierto de la Candelaria
pidiendo el santo hábito a principios de 1905 con otros tres her-
manos suyos, ninguno de los cuales perseveró; circunstancias
que acrecen el mérito personal de nuestro amado muerto. En el
Desierto permaneció diez años hasta 1915, dedicado con apro-
vechamiento al estudio y a la oración, y a la formación del co-
razón y la ilustración del entendimiento, a prepararse en una
palabra para la vida apostólica de misionero. De este seminario,
de esta cuna de sabios y de santos bien era de esperarse que
saldría un verdadero apóstol cual se reveló en cinco años esca-
sos de ministerio. El 18 de julio de 1915 recibió el presbitera-
do en la histórica villa de Leiva de manos del limo, señor doc-
tor Eduardo Maldonado Calvo, Obispo de Tunja; y en septiem-
bre del mismo año fue destinado a las Misiones de Casanare,
y ejerció el ministerio en todos los pueblos de aquel vastísimo
Vicariato Apostólico. En agosto de 1919 fue trasladado a las mi-
siones de la Costa del Pacífico; y comenzaba a trabajar con fru-
to en aquella porción de la viña del Señor cuando el dueño de
la viña le llamó a que rindiera cuenta de su administración. Es-
taba de misionero de Guapi cuando le visitó maligna enferme-
dad que suponemos sería alguna fiebre perniciosa. En estado
grave fue trasladado a Buenaventura, para poderle prodigar los
recursos de la ciencia; pero murió en dicha ciudad al día si*
guíente de llegar a ella, el 13 de marzo de 1920.
del Pacifico - 227
Descanse en paz el hermano del alma.» (1)
«El Desierto, abril 5 de 1921. — Señor don Juan Andrés Eche-
verri. — Manizales.
Estimado señor y apreciado amigo: Con el dolor que siente
el corazón a la desaparición de quien formaba parte de él mismo,
le escribo estas líneas.
Si la muerte del Padre Andrés ha sido mortal herida para
la Provincia Agustiniana de la Candelaria, a mí indigno miem-
bro de ella, me ha de una manera especialísima afectado, por-
que el finado era, amén de mi hermano, mi amigo queridísimo.
A Buenaventura escribí a una familia, que me honra con
su amistad, suplicándole que mire la tumba del Padre Andrés
cual si fuera la mía propia, y que la visite con frecuencia y siem-
bre, junto a la losa, blancas flores cuyos cálices dejen caer so-
bre ella, como lágrimas, perlas de rocío, y los que, cuando las
marinas brisas los deshojen, la cubran con sus pétalos de nieve.
El Padre Andrés no ha fenecido. Era un botón aún no abier-
to, que encerraba intacto el perfume de la inocencia, y fue tras-
plantado a los cármenes celestes por el Cordero que se apacien-
ta entre blancos lirios. Era un arroyo cristalino que se deslizaba
en el cauce de la existencia sobre los guijarros de la mortifica-
ción, y la Providencia, secando la fuente, hizo que rindiese sus
aguas al piélago insondable de la eternidad, no para que él las
absorviese sino para que recibiesen un nuevo germen de perpe-
tua vida.
Feliz el soldado valeroso que siguiendo las huellas ensan-
grentadas de Jesús cayó camino del Gólgota, herido por el dardo
de la muerte, envuelto en la bandera del hábito agustiniano li-
brando la buena batalla, y apurando la copa de las amarguras
de la vida en un trago último de rendida obediencia y de he-
roico sacrificio! Felices los padres de quien tuvo en la tierra co-
razón de paloma con vuelos de águila y candideces de niño con
pujantes acciones de hombre maduro; y de quien el alma ahora
goza en los cielos entre los coros de los santos vírgenes con la
corona del justo en las sienes y en la mano la palma del már-
(i) Cultura Recoleta, número 13.
228 Costa colombiana
tir! Que las olas del Océano Pacífico al morir en las playas
costeñas del Valle sean como un canto que arrulle, con ecos de
lúgubre acento, los restos mortales del amigo del alma, cuyo es-
píritu voló para siempre al lugar del cual yo mismo le hablé en
la casa de usted, el 15 de agosto de 1915, presentándoselo como
el consuelo de nuestra vida con estas estrofas :
Si en nuestro pecho la tristeza impera
Al fin de la jornada
Dulcísimo consuelo nos espera
En la regia'morada
Que el Redentor nos tiene preparada.
No lloren nuestros ojos
Que en alígero vuelo
Del mundo cambiaremos los abrojos
Por los plácidos cármenes del cielo
Dígnese, don Juan Andrés, presentar mis sentimientos de
profundo pésame a su familia.
Ud. mande, a su affmo. amigo y S. S. X.»
CAPITULO XXXIII
Las Misiones antiguas — El campo desolado — Los Agustinos Re-
coletos Síntesis de su labor— Lo que en la Costa deben hacer la igle-
sia y el Gobierno Un futuro luminoso — A la Costa Colombiana del
Pacífico.
En los tiempos coloniales administraron la región de Tuma-
co los Padres Mercedarios de cuya labor subsisten indelebles
huellas, y la de Guapi los Religiosos Franciscanos de Propagan-
da Fide. Pero vino la independencia americana, y con ella el
desconcierto de las Misiones católicas al frente de las cuales es-
taban sacerdotes españoles. En la Costa del Pacífico puso el de-
monio sus reales; cayeron por tierra las obras de los Misione-
ñeros y el simún abrasador del vicio agostó el campo en que
hubo de florecer la virtud.
No culparemos a los Obispos que gobernaron en el siglo
XIX las diócesis de Popayán y de Pasto. Ellos trataron de en-
viar sacerdotes que tuviesen la cura de almas en las parroquias
costeñas; ¿pero no hubiera sido mejor haber dejado el Litoral
abandonado? ¿Qué podían obrar aquellos sacerdotes completamen-
te solos en esa vastísima región semisalvaje?
A fines del pasado siglo la Costa era un campo desolado,
espiritual y materialmente. El indiferentismo religioso, la pasión
sin freno, se enroscaban como víboras, en los corazones y aho-
gaban todo regenerador pensamiento. Las cataratas de la igno-
rancia cegaban los entendimientos; los jóvenes se formaban sin
Dios y sin Patria. Las iglesias estaban destartaladas y en ruinas;
los sagrados vasos tomados de orín y los ornamentos roídos de
í% Costa colombiana
la polilla. Eso fue lo que encontraron en casi toda la Costa
a fines del pasado siglo los Religiosos Agustinos Recoletos.
Mas pasemos algunas hojas de esta triste historia, y encon-
traremos en páginas de oro narradas acciones fehacientes que
obligan a vislumbrar los rosicleres de la aurora que se acerca,
preparando el camino a días de paz y de ventura.
Los Agustinos Recoletos en veintidós años de labor han es-
crito estos nuevos hechos con lágrimas de sus ojos y sangre de
sus venas.
No diremos que han descuajado los seculares árboles de
venenosos frutos; no sostendremos que la luz evangelizadora haya
disipado por completo las tinieblas del error y que se haya en-
cendido el fuego de la caridad en todos los corazones; pero cla-
maremos a voz en cuello que nuestros Misioneros han sido en
la Costa los ángeles de la paz y del consuelo cristiano; los sol-
dados que se han batido titánicamente para destruir el reinado
del pecado y asentar el de la moralidad; los obreros incansables
de la Religión y de la Patria; y defenderemos que merced a su
labor, si no ha llegado para la Costa el día de bienandanza en
toda su plenitud, sí brilla en ella espléndida aurora precursora
de él.
¡Cuánto se ha logrado en un tiempo relativamente corto! ¡Qué
cambio tan radical se nota en las costumbres! Los miles de per-
sonas que anualmente reciben la sagrada comunión, dicen mucho
en pro del fervor religioso. En los libros que se guardan en los
archivos, figuran más de 20,000 confirmaciones, 65,000 bautizos
y 5,000 matrimonios administrados por los Padres, quienes han
levantado, además, las iglesias de Tumaco y Guapi, las capillas
de veintitrés pueblos y reedificado las de otros. Se han traído
hermosas imágenes de España: dos de San Antonio para Guafuí
y Timbiquí; una de San Francisco para San Francisco de Napi;
una de San Nicolás de Tolentino para Playagrande; una de Nues-
tra Señora de la Consolación, regalo del limo, señor Pueyo, una
de San Agustín, una de la Virgen de las Mercedes y otra de la
Inmaculada para Tumaco. Anteriormente el Padre Gerardo había
llevado varias. En el País se han comprado más de veinte y se
han retocado otras tantas.
Los ornamentos comprados para las capillas son numerosos,
así como los vasos sagrados y demás utensilios del culto.
del Pacifico 2ál
Sin reposo han desplegado los Misioneros las alas del celo
en la instrucción pública, velando por la educación religiosa, mo-
ral y científica de la juventud costeña.
Y en el progreso material de la Costa su actividad no ha sido
mezquina: a Guapi introdujeron una lancha de motor; han toma-
do parte principal en la apertura de caminos y han gestionado
con el Gobierno cuanto atañe al adelantamiento del territorio.
Pero todavía falta mucho por obrar.
Eclesiásticamente, para el mejor gobierno de aquella inmen-
sa región, para poder tomar parte más inmediata en la instruc-
ción pública, a fin de hacerse con más facilidad el apoyo oficial,
a causa de las mil dificultades con que los Misioneros tropiezan a
cada paso, y por multitud de razones que son obvias, es de nece-
sidad urgente la creación de un Vicariato Apostólico.
Políticamente, el Gobierno debe ante todo enviar a la Costa
buenos empleados; coadyuvar a la apertura de caminos que unan el
interior al mar; salvar a Tumaco por medio de una muralla antes
de que la devore el océano; arreglar el canal de la ensenada y
fabricar un muelle en que puedan cómodamente atracar los vapo-
res; sacar al Charco, a Guapi y Timbiquí de su aislamiento con
una línea telegráfica y con el arribo de buques a estos puertos,
siquiera de vez en cuando; propender al desarrollo de la mine-
ría y a la explotación de las riquezas de los bosques; y en fin
acordarse, de ese inmenso territorio que por su estratégica si-
tuación está llamado a ser emporio de civilización y de pro-
greso.
Así lo creemos firmemente; y se han de realizar, Dios me-
diante, algún día nuestras halagüeñas esperanzas. Mientras tanto
allí permanecerán los Religiosos Agustinos Recoletos, infatigables
en la lid, implantando en la Costa Colombiana del Pacífico, sin
más armas que la cruz, el reinado social de Jesucristo, fuente de
la verdadera civilización.
La Costa espera ansiosa ese día nuevo de luz y de ventura,
y sabe que vendrá, porque tiene conciencia de sí misma: posee
riqueza, hermosura y exuberante vida tropical.
Algo de ésto decimos en las siguientes estrofas que compu-
simos en 1916, una tarde, a las orillas del Tapaje, y con las
cuales damos remate a nuestra modesta obra :
232 Costa colombiana
A la Costa Colombiana del Pacífico.
De niño en mis ensueños delirantes
La ilusión me formaba
De conocer el marco de diamantes
Que a mi Patria los límites le daba.
Y hoy el vate inspirado, cuando mira
La Costa y del Pacífico los mares,
Al son emocionante de la lira
Les dedica dulcísimos cantares.
Mas ¿cómo la avecilla pasajera
Describirá en su vuelo
El sublime del águila altanera
Que se remonta al cielo?
Cuando cuanto quisiera
Poseer de las fuentes el murmullo,
De las cascadas los sonidos graves,
De las ondas marinas el arrullo
y el armónico trino de las aves.
¡ Oh Costa del Pacífico, tesoro
Más rico que las vegas de Granada
Y los regios alcázares del moro!. . . .
Tierra priviligiada,
Tú encierras los jardines
En que pintó Virgilio
De los sagales el grandioso idilio
Asia de Homero, y urbe de topacio
Soñada por Horacio;
Paraíso de Milton; la comarca
Do hubieran puesto, a su Beatriz el Dante
Y a su Laura el Petrarca;
Florido pensil ante
El cual las Musas doblan la rodilla;
Cármenes de Zorrilla;
Y de Selgas vergeles de jazmines;
Y de Galán los campos de Castilla:
del Pací/ico 233
«Los de las pardas onduladas cuestas,
Los de las castas soledades hondas,"
Y el Dorado de playas y florestas
De cielo azul y de aromadas frondas,
De arenas de oro y de marinas ondas.
De las límpidas linfas
De los ríos undosos
Nacen las castas ninfas
Que vagan por los bosques deleitosos,
Y, al son del arpa, con la voz sonora,
Al despuntar la aurora
Y cuando el sol incendia la natura
Y luego de arreboles la colora
Y en las tinieblas de la noche oscura,
Te cantan aclamándote sultana
Y reina de la tierra colombiana.
Allá en la lejanía
Cual muro colosal la cordillera
Es el baluarte de la Patria mía. . . .
Y sirve de almohada
A la Costa, que en ella reclinada,
Entre los pliegues de sus áureos velos
Tiende la cabellera
De fuentes y arroyuelos.
A los tibios reflejos de la luna
Las raudas barquichuelas
Cuando las ondas azuladas hienden
Teniendo henchidas las nevadas velas,
Parecen como una
Bandada de palomas argentinas
Que en el azul del horizonte extienden
Las alas blanquecinas....
Y semeja su arrullo
El son de los proeros y pilotos,
Mientras del remo al rústico murmullo
Dejan oír sus cánticos ignotos.
16
234 Costa colombiana
En las chozas sencillas,
Las que se miran en las aguas puras,
que murmuran, oh Costa, en tus orillas,
Hay idilios de amores,
Escenas de ternuras,
Y églogas de zagales soñadores,
Castas como los lampos
De las nieves y rústicas cual flores
De tus incultos campos.
De mis amores suelo,
Tú guardas la ambrosía
A los dioses olímpicos del cielo
Brindada en copas, en que el bardo escancia
Bucólicos placeres de fragancia
Que trascienden a sus versos.
Tú eres viola,
Néctar de malvasía,
Flor de rosal, maceta
De grácil amapola;
Fontana inspiradora del poeta:
Pedazo de mi tierra, do tremola,
Cual abanico de la enhiesta palma
Recibiendo las brisas del océano,
La tricolor bandera, imán del alma
Del pueblo colombiano.
Sigue, oh Costa de campos de esmeraldas
Y ríos, cual Tapaje y el Patía,
Coronando tus sienes de guirnaldas
Y escribiendo en el libro de la historia
Más páginas de gloria
Pero si extraña gente llega un día,
Y acaso de Colombia el suelo oprime,
Pido al Eterno que la mar bravia,
Saliendo de sus términos se extienda
Por el suelo ultrajado,
Y el valiente costeño en la contienda,
Antes que ser esclavo del malvado,
del Pacifico
¿35
Entre las verdes olas; en sublime
Sacrificio sucumba,
AI pabellón libérrimo abrazado,
Llevando hasta la tumba
La frente limpia y el honor salvado.
A. M. D. G.
««
EL PADRE HILARIÓN URIBE
El 13 de febrero de 1922 murió en Guapi, víctima de las
fiebres, el R. P. Hilarión Uribe del Sagrado Corazón de Jesús.
El P. Hilarión fue oriundo del Socorro, donde nació el 21
de octubre de 1890.
Los años de la niñez los pasó en Chiquinquirá donde co-
noció a los Padres Agustinos Recoletos.
En 1905 ingresó en la Orden en el Convento del Desierto,
donde hizo los estudios eclesiásticos y cantó la primera misa el
29 de junio de 1915.
Ejerció el ministerio sacerdotal en El Espinal, Manizales y
en las Misiones de Casanare y Costa del Pacífico, donde murió
confortado con los auxilios espirituales.
El elogio del Padre Hilarión lo ha hecho el Boletín de la
Provincia de la Candelaria con las siguientes palabras:
«El Padre Uribe fue siempre un religioso ejemplar, de cos-
tumbres severas e intachables: jamás dio motivo para la repren-
sión. Y como buen religioso fue también buen estudiante y ha
sido después buen -sacerdote y celoso misionero. Su amor a los
libros rayaba en pasión, parecía locura, fue excesivo, si en ello
cabe el exceso; no hemos conocido hombre que leyera y estu-
diara más que él. Ese excesivo amor a los libros lo retraía del
trato con los hombres, aun tratándose de sus hermanos los re-
ligiosos. Quien no lo conociera, creyera ser en él misantropía
lo que era amor a la ciencia y a la virtud. Y a eso se deben
los grandes tesoros que acumuló de la una y de la otra. Vivió
del Pacífico 237
mucho en poco tiempo, llenando sus cortos días con muchas
obras buenas. Era justo que descansara pronto el que tanto se
desveló por trabajar; y que recibiera de Dios el galardón quien
por Dios se sacrificó.»
Paz en la tierra al mártir del celo y de la obediencia; y
que él ruegue por nosotros en la Bienaventuranza.
INFORME DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
SOBRE LA PRESENTE OBRA
Bogotá, octubre 15 de 1921
Señor Presidente de la Academia de Historia y Antigüedades—Presente.
El R. P. Fray Bernardo Merizalde presentó a la Academia
el original de la historia de las Misiones en las regiones del
Pacífico en el Sur de Colombia, y ese honorable cuerpo nos
hizo el honor de pasárnoslo para estudiarlo e informar.
Empieza la obra del P. Merizalde con la historia somera de
la Orden de San Agustín en las Islas Filipinas y de las perse-
cuciones que allí sufrió; habla después más detenidamente del
establecimiento de la Orden en Panamá y sus dependencias,
hasta que fue expulsada en 1863; de sus labores en aquellas
regiones y en el Chocó; de los principales acontecimientos ocu-
rridos entonces en el país, que pudieran relacionarse de algún
modo con los misioneros; y aun de los diferentes proyectos de
apertura de un canal para poner en comunicación los dos mares,
Cuando ya se concreta a hablar de las Misiones en" nues-
tras costas del Sur, contiene el libro noticias muy detalladas de
lo que eran aquellas regiones completamente abandonadas antes
por las autoridades civil y eclesiástica, y hoy en vía de mora-
lización, instrucción y aun progreso material, debido en su ma-
yor parte a los esfuerzos de aquellos nobles y benéficos misio-
neros. Hace la descripción de los ríos, montañas, costas y bos-
ques de la región, de las costumbres de sus habitantes, negros
238 Costa colombiana
e indígenas, y la historia del descubrimiento de la costa por los
españoles.
Contiene también las biografías de todos los principales hi-
jos de San Agustín que de cualquier modo han intervenido en
la obra civilizadora de la Comunidad en Colombia, y un estudio
interesante sobre la lengua de los indígenas.
Además inserta, tomados de las obras de nuestros principa-
les geógrafos y viajeros, todos aquellos datos que sirven para
que el lector pueda darse cuenta de lo que es la región en que
han desarrollado su apostólica y civilizadora labor los Misio-
neros.
La obra del P. Merizalde es de grande interés, especial-
mente para los habitantes de las costas del Pacífico y para to-
dos los amigos de los estudios históricos. Está escrita en estilo
muy sencillo, y no le encontramos más defecto sustancial que
algunas expresiones poco suaves al comentar ciertos aconteci-
mientos.
Es el P. Merizalde muy joven, miembro de familia de Bo-
gotá muy distinguida por sus antecedentes y virtudes de todo
linaje, y su primer ensayo como historiador promete una labor
de grande importancia para el porvenir, por lo cual, como estí-
mulo, y porque su obra lo hace acreedor a ello, proponemos lo
siguiente:
La Academia de Historia felicita al R. P. Fray Ber-
nardo Merizalde por su Historia de las Misiones en el
Sur de Colombia, y lo acepta como miembro correspon-
diente.
Vuestra Comisión,
Eduardo Posada— Rufino Gutiérrez
Academia Nacional de Historia— Secretaría — Bogotá, 16
de marzo de 1922
En sesión de ayer fue aprobada la conclusión del anterior
informe.
Luis Augusto Cuervo
del Pacifico 239
BIBLIOGRAFÍA
Documentos inéditos para la historia de Colombia. General
Cuervo.
Nueva Geografía de Colombia. F. J. Vergara y Velasco.
Historia contemporánea de Colombia. Gustavo Arboleda.
Historia de Colombia. Henao y Arrubla.
Monografías. Rufino Gutiérrez.
Revolución de la República de Colombia. J. M. Restrepo.
Catálogo de los Religiosos Agustinos Recoletos de S. Nico-
lás de Tolentino. P. Francisco Sádaba.
Restauración de la Provincia de la Candelaria. P. Pedro
Fabo.
Historia de la Provincia de la Candelaria. P. Pedro Fabo.
Apuntes históricos de la Provincia Agusiiniana del Santísimo
Nombre de Jesús. P. Bernardo Martínez.
El Filibusterismo. José María del Castillo y Jiménez.
Biografía del limo. Sr. D. Fr. Ezequiel Moreno y Díaz por
el limo. Sr. Toribio Minguella, Obispo de Sigüenza.
Apuntes para la Historia. P. Santiago Matute.
Historia de los Agustinos Recoletos. Padre Pedro Fabo.
Los intereses católicos en América. José Ignacio Víctor Iza-
guirre.
Bahías de Málaga y Buenaventura. General Paulo Emilio
Escobar.
FE DE ERRATAS
A causa de no haber podido el autor de la presente obra corregir perso-
nalmente las pruebas, se deslizaron en ella no pocos errores, de los cuales los
principales son los siguientes:
Página Línea Dice Debe decir
Katipu/iam
Refriega,
alcanzada
7
3
Katipuoam
6
12
efriega
9
9
alcanzado
240
Costa colombiana
PÁGINA
LÍNEf
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Mariano
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Otras erratas y principalmente las de puntuación fácilmente puede com-
prenderlas el lector.
Por la misma razón antes apuntada se omitieron en el mapa de la Costa
algunos ríos y aparecen cambiados los nombres de otros. Las equivocaciones
más notorias de Norte a Sur son las siguientes:
del Pacífico
PÁGINA
LÍNEA
Dice
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Dice
Chuari
Temoi
Sequionda
Guinul
Hoya Blanca
Cascaja
Mangles
Casavieja
Mongui
Mansarvi
Terambue
Jguambú
Guelembi
Debe decir
Chitare
Temuey
Sequibonda
Guinú
Hoja Blanca
Cascajal
Cabo Manglares
Cásasviejas
Maguí
Mansalvi
Teraimbué
Iguamb'i
Guelmambi
En el río Micay las poblaciones deben localizarse así: San Miguel, Puetto
Sergio, Chuare, San Isidro, Zaragoza, El Trapiche:
inoiCE
Págs.
Introducción 5
CAPITULO I
Descubrimiento de Filipinas. El Padre Andrés Urdaneta. Arribo
al Archipiélago de la primera Misión de los Agustinos Reco-
letos. Revolución filipina. Un documento del Katipunam.
Salida de los Religiosos 7
CAPITULO II
Descubrimiento del Océano Pacífico. Vasco Núñez de Balboa.
Fundación del Convento de los Padres Agustinos Recoletos
en Panamá. El pirata Morgan y el incendio de la ciudad.
El nuevo Convento. Acción de los Agustinos recoletos en él.
Estado del Convento en 1816. Independencia del Istmo.
Adhesión de éste a la Gran Colombia El asunto Russell.
Datos que manifiestan la soberanía de la Nueva Granada en
Panamá. El Convento abandonado 13
CAPITULO III
Llegada de los Agustinos Recoletos y Calzados a Colombia.
Ataques a los frailes venidos de Filipinas. Defensa de don Mi-
guel Antonio Caro. El limo, señor Peralta favorece a los
Agustinos Recoletos en Panamá. Misiones en el Darién- Pa-
rroquia de David 21
CAPITULO IV
La guerra de 1899. Fallecimiento de los Padres Cándido Pérez,
y Justo Ecay. Independencia del Istmo. Protesta de Colombia
ante el Gobierno de los Estados Unidos. Antiguos conatos
del Pacifico 243
Págs.
de separatismo en Panamá. Las obras del Padre Bernardo
García. Se encarga de la Residencia la Provincia de la Can-
delaria 26
CAPITULO V
El Padre Pablo Planillo. Visita del Rmo. Padre Enrique Pérez
Labor de los Padres Ángel Vicente, Doroteo Ocón y Anto-
nio Roy. Visita Provincial del Rdo. Padre Edmundo Goñi.
Religiosos que han estado en la residencia de Panamá. Inau-
guración del canal. Trabajos para la apertura de un canal en
tiempo de la colonia. Leyes de la República y contratos con
el mismo objeto. Palabras del Gobierno americano en el con-
trato de 1846. Construcción del ferrocarril de Panamá. La
Compañía francesa y el tratado Herrán 32
CAPITULO VI
Datos biográficos de Religiosos ya muertos, que estuvieron en el
Istmo. Los Padres Félix Guillen, Francisco Mallagaray y Be-
nito Ojeda. Fr. Matías Sanmartín. Padre Cándido Pérez.
Padre Justo Ecay. Padre Medardo Moleres. Padre Miguel
Lascaray. Hermano Nicolás Guzmán. Padre Ángel Vicente
Padres Julián Cisneros, León Ecay, Pedro San Vicente y
Celestino Falces. Padre Patricio Adell...., 40
CAPITULO Vil
Palabras del limo, señor Ezequiel Moreno. Los Agustinos Reco-
letos en Tumaco. Descubrimiento de la Costa colombiana del
Pacífico. Curioso documento 46
CAPITULO VIII
Generalidades sobre la Costa. Un documento de 1605. Obser-
vaciones del Capitán Alejandro Malaspina. Ancón de Sardi-
nas. Punta Manglares. Costa de la Gorgona. Golfo del
Chocó. Una página del geógrafo Montenegro escrita en 1810
Descripción de F. J. Vergara y Velasco, en 1901. Tres informes
sobre el ferrocarril de Pasto al Pacífico 55
CAPITULO IX
El río de Naya. El río de Micay. El valle de San Juan. San
Miguel. Chuare. San Isidro. Zaragoza. Los indios salvajes
244 Costa colombiana
Págs.
Devoción a Nuestra Señora del Pilar. Los indios y la guerra
de 1841. El Trapiche. Bocas del Micay. Camino de Popa-
yán. Proyecto sobre el telégrafo. Adjudicación de las mi-
nas del Micay a don Francisco Jerónimo de Torres. Revali-
dación de los títulos de posesión a favor de la familia Arbo-
leda 72
CAPITULO X
Río de Saija. Santa Rosa. La iglesia. Las fiestas religiosas.
Excursión al río Patía. Descripción de Guangui. Los indios ,
salvajes. Sus costumbres Viajes. Labores, moralidad. Fies-
tas y bailes. Ideas teogónicas. Procesión de la Virgen. Ofi-
cios fúnebres. Enfermedades. Camino de Guangui o Joli 78
CAPITULO XI
Filólogos modernos. Etnogenia india. Lenguas monosilábicas,
aglutinantes y de flexión. Grupo americano «olofrástico, in-
corporante o polisintético». El dialecto saijeño es aglutinante.
Nociones de su construcción gramatical. Voces curiosas. Fo-
nética. Numeración. Breve vocabulario 84
CAPITULO XII
El río de Timbiquí. Origen de Santa Bárbara. San José y Coteje.
Peligros en la navegación. San Vicente de Timbiquí. Naci-
miento de don Julio Arboleda. Compañía francesa para la ex-
plotación de las minas de oro. El río de Guafuí. San Antonio
La Comcepción. El Cuerval. La Lora. El Sargento Fulgencio
Caicedo 90
CAPITULO XIII
Río de Guapi. Balsitas, San Vicente, Rosario y Naranjo. Ríos de
Napi y de San Francisco. Belén, San Agustín y Callelarga. El
Padre Buenaventura Perlaza y las familias Castro y Grueso. Un
recuerdo. Limones. Origen de Guapi. Misiones antes de 1773
Don Manuel de Valverde. Jura de Fernando VII. La indepen-
dencia. La Rosa de los Andes. Varios sucesos. Guerras de
1841 y 1861 en Guapi. Terremoto en 1838. Acontecimientos ecle-
siásticos. Curas de la Parroquia. Guerra de 1899. Don Ramón
Payan. Incendio de 1914. La Provincia del Micay. La Aduana. 93
del Pacífico 245
Págs.
CAPITULO XIV
Isla de Gorgona. Topografía. Temperatura media. Gorgonilla. El
Viudo y El Horno. Las bahías de Trinidad y Puerto Pizarro.
Varias embarcaciones que han estado ancladas allí. Vegetación.
Un pintoresco lugar. Agua dulce. Pesquería de ballenas. Tra-
bajos de bucería. Orfebrería indígena. Actuales dueños de la
Isla. Resolución del poder ejecutivo en 1853. El Sargento Ma-
yor Federico D'Croz. Posición estratégica de la Gorgona 99
CAPITULO XV
Río de Iscuandé. Hidrografía. Minas de Sanabria. El Carrizo. La
población de Iscuandé. Su decadencia. Abandono del Archivo.
Derrota de Tacón en Rodea. Encalladura de la Rosa de los
Andes. Suicidio del Coronel Francisco García en 1831. El Acta
de Iscuandé en 1830. Pronunciamiento a favor del Ecuador.
Jura de la Constitución política de la Nueva Granada. Varias
leyes del Congreso. El cantón de Iscuandé apoya a Obando.
Naufragio de algunos buques en los bajos de Iscuandé. Ayer
y hoy 104
CAPITULO XVI
El río de Tapaje. Comercio. Agricultura. Lugares importantes. Be-
llavista. Don Manuel de Olaya. Don Carlos Olaya. Curiosas
menudencias. Playagrande y el Rosario. Fundación de El Charco.
Importancia comercial de El Charco Don Fidel D'Croz 108
CAPITULO XVII
Una red de esteros. La Tola y Sanquianga. Varias playas. Mos-
quera. El río de Patía. Laguna de Chimbuza. Posibilidad de
un canal. Bocas del Patía. Leyes del Congreso para establecer
la navegación en el Patía. Primer vapor que surcó las aguas
del río. Agricultura. Salahonda. Opiniones del sabio Caldas
sobre el Patía 1 12
CAPITULO XVIII
El río de Timbiquí y sus afluentes. San José y Pambana. Las
antiguas poblaciones de Málaga y Madrigal. Las minas de oro
en los tiempos coloniales. Encantos del Telembí. El oro de
Barbacoas. Época de la independencia. Varios acontecimientos.
Guerras civiles. Hombres notables. Decadencia de la región
246 Costa colombiana
Págs.
Camino actual de Barbacoas a Túquerres. Esfuerzos -del Go-
bierno colonial para unir el interior a la Costa. Conatos de
la República con el mismo objeto. La senda vieja. Proyecto
sobre un camino carretero 119
CAPITULO XIX
La ensenada de Tumaco. Puntos principalas. Los ríos de Cha-
güí y Rosario. Varias playas. La isla de Tumaco. Huana-Ca-
pac en la Costa. El corsario Eduardo David. La población en
1789. Sucesos durante la guerra magna. Anexión a la Provin-
cia de Pasto. La aduana de Tumaco. Cesión al Ecuador. Pa-
rroquia de Tumaco. Leyes nacionales que fomentaron el co-
mercio del puerto. Medidas tomadas para la defensa de la isla.
Contrato con la compañía Británica. La isla en las guerras intes-
tinas. Tumaco y el Ecuador. Provincia de Núñez. Importación
y exportación. Apuntes sobre la sal. La ciudad moderna. La
instrucción pública 124
CAPITULO XX
La isla de la Viciosa. La isla del_Morro. Un romancillo. Oya hidro-
gráfica del Mira. Varias poblaciones. Los ríos del Nulpe y
y Guisa. Indios coaiqueres. Indios cayapas. Agricultura. El río
de Mataje 133
CAPITULO XXI
Geología de la Costa. La región del Pacífico descrita por el sabio
Caldas. Las minas. Meteorología. Las Mareas. Termométrica.
Higrométrica. Coordenadas. Cuadros formados por los Almi-
rantazgos inglés y americano, y por A. Codazzi. Riqueza au-
rífera 139
CAPITULO XXII
Fitología. Nombres de varios árboles. Propiedades características
de algunos de ellos. Agricultura. Horticultura. Los hatos. Zoo-
logía. Mamíferos. Aves. Insectos. Reptiles. Peces. Moluscos. 144
CAPITULO XXIII
Etnografía. Costumbres de los negros. Habitaciones. Manutención.
Caminos fluviales. Trabajos ordinarios. Vestidos. Joyas y ador-
r.os. Holgazanería, La música. Bailes y horgías. Suceso curioso.
del Pacifico 247
Págs.
Bautismos chigualos y velorios de santos. Juegos. Matrimonios.
Comilonas. Recibimiento a -los Misioneros. La banda. Fiestas.
Divertimientos. Procesiones fluviales. Moralidad. Los albinos.
Manera de contar el tiempo. Supersticiones. Amuletos. Curan-
deros. Oración a Nuestra Señora del Carmen. Nosografía 149
CAPITULO XXIV
La poesía popular. Algunas reflexiones sobre ella. La poesía y la
música. Caracteres de la poesía costeña. Algo de fonética. Aje-
nas influencias en los cantares costeños 158
CAPITULO XXV
Colección de cantares de los indios costeños 162
CAPITULO XXVI
Labor de los Agustinos Recoletos en Tumaco. Los Rvdos. Padres
Melitón Martínez y Gerardo Larrondo. Estado religioso y mo-
ral de la Costa en 1899. Luchas y triunfos. Viaje del Padre
Larrondo a Pasto. Sufrimientos de los Padres durante la guerra
civil. Don Francisco Benítez. Fundación del Colegio de seño-
ritas. Varias obras. El Padre Julián Moreno. El 31 de enero
de 1906. Un suceso admirable 16&
CAPITULO XXVII
El Fundador de nuestras Misiones en la Costa. Una página del
Padre Ángel Aviñot. Celo del Siervo de Dios limo, señor Fr.
Ezequiel Moreno. Varios sucesos durante su visita pastoral de
1896 en Iscuandé, Guapi y Patía. La visita de 1903. Sacrilegio
en Tumaco. El Obispo en la Costa en 1906. Muerte del señor
Moreno 178
CAPITULO XXVIII
El Padre Larrondo sale para España. El Padre Hilario Sánchez.
Expedición de los Padres Marcos Bartolomé y Regino Macu-
let. La Provincia de la Candelaria se hace cargo de la Misión.
Correría de los Padres Marcos Bartolomé y Tomás Martínez.
Palabras del doctor Ramón Bejarano. Facultades concedidas a
los Misioneros. El Padre Rufino Pérez. El Hospital. La Socie-
dad Rosa Zarate. El centenario de Policarpa Salabarrieta. Bien-
hechores del Hospital 185
¿4s Costa colombiana
Págs.
CAPITULO XXIX
Muere el Hermano Ignacio Ayala. La iglesia nueva de Tumaco.
Labor de los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez. Las Mi-
siones elevadas a Vicaría Provincial. Acontecimientos dignos
de mención. Trabajos del Padre Pablo Planillo. Gestiones de
los Padres para establecer un Colegio de jóvenes. Un Direc-
tor Provincial de Instrucción Pública. El cementerio nuevo. La
casa parroquial. Varios Misioneros. Improbo trabajo de los
Padres 192
CAPITULO XXX
Barbacoas. Obras del Padre Samuel Ballesteros. Misión de Guapi.
El Padre Hilario Sánchez y sus correrías evangélicas. Sus tra-
bajos. El Padre Manuel María Mera. Labor de los Padres To-
más Martínez y Antonio Roy. Varios episodios. Lo que hizo
el Padre Francisco Sola. Muerte del Padre Andrés Echeverri.
Los Padres Julián Ciriza e Hilarión Uribe. Otra vez el Padre
Hilario Sánchez 2j1
CAPITULO XXXI
Sufrimientos de los Padres en las Misiones. Correrías apostólicas.
Enfermedades y peligros. Descripciones de un Misionero. Nú-
mero de poblaciones. El ministerio en cada una de ellas. Los
alimentos, las canoas y otras gangas de la vida costeña. Lo
que le sucedió a un Padre. Intimas amarguras del Misionero. 208
CAPITULO XXXII
Biografías de algunos Misioneros ya difuntos. El Padre Melitón
Martínez. El Hermano Ignacio Ayala. El Padre Andrés Eche-
verri 214
CAPITULO XXXIII
Las Misiones antiguas. El campo desolado. Los Agustinos Reco-
letos. Síntesis de su labor. Lo que en la Costa deben hacer
la Iglesia y el Gobierno. Un futuro luminoso. A la Costa Co-
lombiana del Pacífico 229
Apéndice 236
^Bibliografía 239
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