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P. BERNARDO MERIZALDE DEL CARMEN

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IMPRENTA DEL ESTADO MAYOR GENERAL

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Residencia de Padres Agustinos Recoletos de Bog-ota - De oficio

Muy Reverendo Padre Provincial Fray Edmundo Goñi de la Vir- gen de ¡erusalén.

En cumplimiento y contestación al oficio en que se sirvió Vuestra Reverencia nombrarnos a los infrascritos censores de la obra que el Reverendo Padre Fray Bernardo Merizalde de la Virgen del Carmen piensa dar a la estampa con el título ESTU- DIO de la Costa Colombiana del Pacífico, le manifestamos que hemos leído con detenimiento el mencionado trabajo, y no he- mos encontrado en él nada que se oponga a la fe ni a las bue- nas costumbres. Antes creemos, por otro aspecto, que ha de ser su publicación de gran utilidad para esta República y de no pe- queña honra para nuestra religiosa Provincia de La Candelaria, por los datos geográficos, filológicos, etnográficos y religiosos de índole misionera que alli se exponen.

Dejamos así consignado nuestro humilde parecer sobre este asunto.

Dios guarde a Vuestra Reverencia muchos años.

Bogotá, 1.° de septiembre de 1921.

Fray RUFINO PÉREZ de San José Fray CÁNDIDO ARMENTIA de la Virgen del Carmen

Provinoialato de Agustinos Recoletos ele La Candelaria (Colombia) - De oficio

Fray Edmundo Goñi de la Virgen de /erusalén, Prior Provincial de Agustinos Recoletos de la provincia de Nuestra Señora de La Candelaria.

Visto el informe favorable de los censores y usando de las facultades que nos conceden nuestras leyes, por las presentes y por lo que a nos toca, autorizamos la impresión y publicación de la obra intitulada Estudio de la Costa Colombiana del PACIFICO, escrita por el Reverendo Padre Fray Bernardo Meri- zalde del Carmen, servatis de jure servandis.

Dadas en nuestra residencia de Bogotá, a 2 de septiembre de 1921.

Fray EDMUNDO GOÑI de la Virgen de Jerusalém Por mandato de nuestro Padre Prior Provincial,

Fray CÁNDIDO ARMENTIA de la Virgen del Carmen

Secretario Provincial.

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Bogotá, 26 de septiembre de 1921. Puede imprimirse.

^ BERNARDO

Arzobispo de Bogotá.

INTROD ÜCCIO

Nuestro Estudio de la Costa colombiana del Pacífico es una arenilla que ofrecemos a los intelectuales arquitectos que tratan de reconstruir la suntuosa basílica que guarda las preciosas joyas de la historia de la Patria. Insignes historiógrafos se han dado en los actuales tiempos a la tarea de escribir la verdadera historia de Colombia, rec- tificando errores preconcebidos y sacando a pública luz he- chos ignorados cuya veracidad la comprueban con fidedig- nos documentos hallados en nuestros archivos. En el jar- dín de los tiempos pretéritos, ellos como laboriosas abejas, liban de flor en flor el néctar de las virtudes cristianas de nuestros abuelos, el cual alimentará mañana a las futuras generaciones, dándoles sangre moza, robusta en amor a Dios y a la Patria.

Convencidos del apostolado que ejercen eficazmente en la juventud los historiadores que narran las acciones de hombres ilustres y del peso que lleva a la balanza de las investigaciones de los sabios un adarme de nuevos cono- cimientos científicos, nos consagramos con tesón, durante nuestra larga estadía en la Costa del Pacífico, al estudio de los archivos del Litoral, de los dialectos indígenas, de la etnografía, literatura, historia natural y geografía de la región, y procuramos allegar cuantos datos pudieran el día

6 Introducción

de mañana servirnos para pergeñar algunas líneas sobre la Costa.

A la sombra de los hechos llevados a cabo en el Ist- mo panameño y en el Litoral Pacífico por los Religiosos de la Orden Recoletana de San Agustín, encontrará el lec- tor en esta obra variados datos que si acaso interrumpen el hilo de la historia de las Misiones, sazonarán, por otro aspecto, la lectura y darán alguna idea de aquella descono- cida región.

Documentos antiguos y modernos ilustran estas pági- nas : unos corroboran con su autoridad nuestros asertos y son el cimiento de la narración ; otros nos hacen conocer la manera como se ha pensado de la Costa en diversos tiempos ; todos vienen a cristalizar el pensamiento que he- mos tenido de reunir en este trabajo, siquiera en síntesis, cuanto se haya escrito acerca del Litoral con el objeto de que nuestros Misioneros puedan perfeccionar esta obra, descartando de ella lo inútil y purificando en el crisol de la crítica severa las arenillas de oro que aquí se encuentren.

El croquis que presentamos de la parte de la Costa que abarcan nuestras Misiones, está muy lejos de ser una obra perfecta; él significa un esfuerzo que hemos hecho para rebelar a los colombianos el inmenso territorio en que ejercitan su espíritu de apostolado los Religiosos Agusti- nos Recoletos.

He aquí cuáles han sido nuestros deseos y lo que el lector encontrará en este modesto trabajo. Quiera el Cielo que nuestras aspiraciones no sean estériles y que estas lí- neas sirvan a los amantes de la historia y sean para la gloria de Dios, de la Orden Recoleta de San Agustín y de la amada Patria colombiana.

ÉMUfiiiMni '«mu iríiiniitaMIáMiaÉtrrBMí

Imagen tle San Aífustiii en la Iglesia, de Tumaco

CAPITULO I

Descubrimiento de Filipinas El Padre Andrés Urdanera Arribo al archipiélago de la primera Misión de los Agustinos Recoletos— Re- volución filipina Un documento del Katipuaam Salida de los Agustinos Recoletos de Filipinas.

El 28 de abril de 1565 izóse por vez primera en la isla de Cebú, una de las que forman el archipiélago magallánico, el es- tandarte de Castilla. Tomó posesión de ella don Miguel López de Legazpi, oriundo de Zumárraga, quien se había hecho a la vela en la nao San Pedro, de 500 toneladas, el 21 de noviembre de 1564, llevando consigo como verdadero jefe de la expedición al Padre Andrés Urdaneta de la Orden de San Agustín.

Este religioso benemérito nació el año de 1498 en Villafran- ca de Guipúzcoa, donde pasó los años de la infancia, consa- grándolos al estudio de las letras con el objeto de seguir la carrera eclesiástica que cambió, una vez muertos sus padres, por la de las armas, mereciendo ser nombrado capitán de infan- tería por el denuedo con que se distinguió entre los Tercios españoles que peleaban en Italia contra los franceses.

De regreso a la Patria acompañó, merced a sus conocimien- tos en Astronomía, Cosmografía y Náutica, al Comendador Frey G. Jofre de Loaisa, en la magna expedición que, zarpando de la Coruña en septiembre de 1525, atravesó el estrecho de Maga- llanes y llegó, no sin haber sufrido antes mil vaivenes de la fortuna, hasta las islas Marianas y Molucas.

La cesión de los hispanos derechos a aquellas regiones, hecha por el Emperador Carlos V en favor del Rey de Portu- gal determinó el retorno a la Península del capitán Urdaneta,

8 Costa colombiana

donde se personó en la corte para dar cuenta de su descubri- miento de la vuelta de las Molucas por la Nueva España y del de las Islas del Poniente y Nueva Guinea.

Urdaneta hubo de saborear en Madrid amargo cáliz cuando optó por irse a Méjico, donde, despreciando el nombramiento que le hizo el Virrey don Antonio de Mendoza, de general de la Armada que estaba para darse a la vela con derrotero a las islas del Poniente, vistió el 20 de marzo de 1552 el humilde sayal de los hijos de San Agustín.

Mas las dotes del Padre Urdaneta no eran para estar ocul- tas ni su actividad podía permanecer ociosa. He aquí la carta autógrafa que le dirigió el Rey don Felipe II, por la cual le confiaba la dirección científica en la Armada que tenía ordenada el Virrey de Nueva España don Luis de Velasco, para la con- quista de las Islas del Poniente:

«El Rey... Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la Orden de San Agustín: Yo he sido informado que vos, siendo seglar, fuisteis con la armada de Loaysa, y pasasteis el estrecho de Magallanes, y la Especería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y por que ahora habernos encargado a don Luis de Velasco, nuestro Virrey en esa Nueva España, que envíe dos navios al descubrimiento de las Islas del Poniente, hacia las Molucas y les di orden en lo que han de hacer, conforme a la instrucción que se le ha dado; y según la mucha noticia que vos dizque tenéis de las cosas de aquella tierra, y entender, como entendéis, las cosas de navegación de ellas, y ser buen cosmógrafo, sería de grande efecto que vos fuésedes en los di- chos navios; así para lo que toca a la dicha navegación, como para el servicio de nuestro Señor. Yo vos ruego y encargo que vayáis en los dichos navios, y hagáis lo que por el dicho nues- tro Virrey vos fuere ordenado, que demás del servicio que haréis a nuestro Señor, seré yo muy servido, y mandaré tener cuenta con ello, para que recibáis merced en lo que hubiere lugar: De Valladolid a 24 de septiembre de 1559 años.— YO EL REY. Por mandato de su Majestad, Francisco de Eraso.»

Al Padre Urdaneta lo acompañaron en su empresa los Pa- dres Martín de Rada, Diego de Herrera, más tarde primer Prior

del Pacifico 9

Provincial de la provincia del Santísimo nombre de Jesús, An- drés Aguirre y Pedro de Gamboa (1). Estos cinco religiosos fue- ron la simiente del secular árbol que había de cubrir bajo sus ramas y alimentar con sus frutos a los indios filipinos durante varias centurias.

La primera Misión de Padres Agustinos Recoletos, (2) auto- rizada por Real Cédula, otorgada en Madrid a tres de abril de 1605, salió de Cádiz bajo la presidencia del Padre Fr. Juan de San Jerónimo, el 12 de julio del mismo año. Diez meses más tarde, el 12 de mayo de 1606, surta en las marinas aguas de Cebú, apareció la nao Espíritu Santo, Allí, a su bordo, henchi- da el alma^ de celo y sacrificio, arribó a las Islas Filipinas la Misión de nuestros Apostólicos Recoletos.

Referir los ímprobos trabajos de los Religiosos de las dos ramas Agustinas en aquel archipiélago; narrar las obras que allí llevaron a cabo y seguirlos en sus correrías por mar y tierra; traer a cuento los nombres de quienes sucumbieron en aquellas playas, víctimas de su celo o de quienes unieron a la corona del apóstol la del martirio, derramando su sangre por Jesucristo, hasta que en 1898 tuvieron casi todos que abandonar el terri- torio que había sido en el espacio de tres siglos, testigo de sus legendarias hazañas, sería salimos del plan al cual debemos amoldar nuestra obra. La fundación de sociedades secretas, la debilidad de algunos gobernantes, y tal vez la traición, dieron al traste con el poderío de España en Filipinas, posándose en aquel suelo en lugar del noble León ibero las rapaces garras del águila yanque.

En los antros de la sociedad que se apellidó Katipunam, cuyas maquinaciones fueron descubiertas por el Padre Agustino Mariano Gil y confirmadas por las oportunas declaraciones del Padre Recoleto Mamerto de Lizasoain, fraguóse la revolución que estalló el 20 de agosto de 1896.

Cuál fuera el espíritu que animó la insurrección filipina, vése

(1) El Padre Urdaneta murió en el convento de San Agustín de Méjico el 3 de Junio de 1568.

(2) La Recolección Agustiniana fue iniciada en el capítulo de Toledo de los Padres Agustinos Observantes en 1588 ; formó provincia separada en 1602 ; fue erigida en congregación en 162 r y en verdadera Orden Religiosa en 1915.

10 Costa colombiana

a las claras en el siguiente documento publicado por el Consejo Supremo del Katipunam el 12 de junio de aquel año:

A. L. G. D. A. M. G. R. LOC. SUNT.

La comisión ejecutiva envía a los venerables Maestros D. DEG, O, O, T. y O, G, O, S, de las L, BOG, de la Obed.

L. T. M.

«Ven. Mest. y quer, herm. Después de nuestra circular de 28 de mayo último, parecía ocioso recordaros el más exacto cum- plimiento de aquellos puntos que la misma abarca, los cuales fue- ron aprobados por la gran Asamblea celebrada el 15 del mis- mo mes; pero, no obstante, como se haya asegurado el tiempo de nuestra causa y toda precisión es poca en los actuales mo- mentos, nos ha parecido muy del caso dirigiros esta otra circu- lar, para fijar más correctamente los puntos que han de ser ob- jeto de nuestro más exacto cumplimiento. Pasemos ahora a la enumeración de ellos.

Primero. Los triángulos llevarán a cabo estrictamente todas y cada una de las disposiciones dictadas por sus respectivos Presidentes y v, h. honorarios, no dejando de observar ni la más pequeña e insignificante, pues aun cuando no lo parezca de ntros, ven, herm, todos son de gran trascendencia.

La omisión más pequeña en esas disposiciones puede per- judicar en gran manera nuestros trabajos, fruto de muchos años de constancia y esperanza de un seguro triunfo.

Segundo. Una vez dada la señal convenida de H. 2 Sep, cada herm. cumplirá con el deber que esta G, R, Log, le ha im- puesto asesinando a todos los españoles, sus mujeres e hijos, sin consideraciones de ningún género, ni parentesco, amistad, gra- titud, etc.

Tercero. Los que por debilidad, cobardía y otras considera- ciones no cumplan con su deber, ya saben el tremendo castigo en que incurren por deslealtad y desobediencia a esta G, R, Log,

Cuarto. Dado el golpe contra el capitán general y demás autoridades esp, los leales atacarán los conventos y degollarán a sus infames habitantes, respetando las riquezas en ellos conteni- das, de las cuales se incautarán las comisiones nombradas al

del Pacifico 1 1

efecto por esta G, R, Log, sin que sea lícito a ninguno de ntros. hermn. apoderarse de lo que justamente pertenece al tesoro de la G, N, F.

Quinto. Los que contraviniesen a lo dispuesto en el párra- fo anterior, serán tenidos por malhechores y sujetos a castigo ejemplar por parte de esta G, R, Log.

Sexto. Al siguiente día, los hermn. que están designados da- rán sepultura a todos los cadáveres de los odiosos opresores en el campo de Bagumbayán, así como a los de sus mujeres e hijos, en cuyo sitio será levantado más adelante un monumento conmemorativo de la independencia de la G, N, F.

Séptimo. Los cadáveres de los frailes no deben ser enterra- dos, sino quemados en justo pago a las felonías que en vida cometieron contra los nobles filipinos durante los tres siglos de su nefanda dominación.

Y entretanto llega el día de nuestra redención, esta comisión ejecutiva irá dando la pauta segura que todos habremos de im- ponernos en presencia de los acontecimientos, a fin de que nin- guno de ntros. hermn. pueda llamarse inadvertido. En la G, R, Log. en Manil, a 12 de junio de 1896. La primera de tan de- seada independencia de Filipinas. El Presidente de la comisión ejecutiva, BOLÍVAR.— El G. Maest, GRADACIO BRUNO.— El Secret, Gal ileo.»

Y la revolución cumplió su cometido. Los frailes fueron en- carcelados, y durante luengos días el pan del dolor fue su co- mida; a muchos se les maltrató vilmente y no pocos murieron en la demanda. De los Padres Agustinos Calzados fueron sacri- ficados 15 religiosos y 4 murieron en los bosques. Los Agusti- nos Recoletos tuvieron hasta 36 víctimas.

Del remate de la guerra filipina, de la acción de Biac-ha- bató, del hundimiento del Maine, de la ruptura de hostilidades entre España y los Estados Unidos y de las lógicas consecuen- cias que de ahí se siguieron, no debemos hablar, ya que no po- dremos hacerlo sin exacerbarnos quienes hemos sido también víc- timas de la rapiña y de las vejaciones del Coloso del Norte,

12 Costa colombiana

El desmoronamiento del Alcázar castellano en el Archipiéla- go y el descaro con que los aleves revolucionarios arrojaron contra los frailes sus flechas venenosas, impulsaron a estos a salir en volandas de aquellas isjas con rumbo a otros países, en los cuales pudieran sin trabas darse a las obras de caridad y apostolado.

Al efecto, por determinación del 17 de agosto de 1898 se trasladó al Imperio de la China la mayor parte de la comuni- dad de Padres Calzados, residente en San Agustín; y el día 23 del mismo mes y año los Padres Recoletos Patricio Adell de San Macario, Marciano Landa del Rosario, Medardo Moleres del Sagrado Corazón de Jesús, Indalecio Ocio de San José, Cán- dido Pérez de la Virgen de Ujué, Gerardo Larrondo de San José, Fermín Catalán de San José y el Hermano de Obediencia Ángel Cemborain de San Sebastián, abandonaron la tierra que había sido la predilecta herencia de la provincia Agustiniana de San Nicolás y el campo fructífero donde hasta entonces se había desarrollado su actividad durante tres siglos.

CAPITULO II

Descubrimiento del Océano Pacifico V;isco Núñez Je Bniboa Fun- dación dei Convento de los Padres Agustinos Recoletos en Pana- má— El pirata Morgan y el incendio de la ciudad El nuevo Con- vento— Sucesos acaecidos en el Convento Estado de el en 1816 Independencia del Istmo Adhesión de este a la Gran Colombia El asunto Russell Datos que manifiestan la soberanía de la Nue- va Granada en Panamá El Convento abandonado.

El 25 de septiembre de 1513 las azuladas aguas del Océa- no Pacífico presentáronse por vez primera ante los ojos de los conquistadores, y el 29 del mismo mes Vasco Núñez de Balboa jefe de aquella expedición, llevando en las manos una bandera que tenía la imagen de la Virgen con el niño Dios y las armas de Castilla y de León, penetró agua adentro en el mar, blandeó la espada, y haciendo tremolar el estandarte, aclamó con entu- siasmo a los Reyes de España, tomando posesión en su nombre de aquel piélago que lo acariciaba con sus olas.

Balboa, que si de joven al servicio de don Pedro Portoca- rrero en la Península fue un currutaco espadachín, de hombre maduro conquistóse el respeto y amor de los soldados subalter- nos y de los indios que moraban en las tierras aledañas a San- ta María, la antigua del Darién, no logró dar vado al negocio con que soñaba de gozar tranquilamente del gobierno de aque- llas riquísimas regiones. El nombramiento de Gobernador, expe- dido por Fernando el católico a favor de Pedro Arias Dávila, llamado «el galán por su bizarro continente y cortesanía, y el justador por su singular maestría en las justas y torneos», echó por tierra los dorados castillos de Balboa.

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Y al efecto, la sierpe de la envidia enroscada en el orgullo- so corazón de Pedrarias, envenenó la vida de Vasco Núñez, y dio por resultado la decapitación del pundonoroso descubridor del Mar del Sur. Este Pedrarias fue el fundador de la ciudad de Panamá, a donde se trasladó la de Santa María la Antigua en agosto de 1519.

En aquella población, casi un siglo más tarde, durante la administración episcopal de Fray Agustín de Carvajal que se extendió de 1608 a 16H, el Padre Vicente Mallol dio principio a la fundación de un Convento de Agustinos Recoletos bajo la advocación de San José No entraremos a discutir nosotros, a falta de un documento decisivo, la verdadera fecha de la funda- ción y el lugar donde ésta se hizo primero; lo que está fuera de duda es el establecimiento definitivo de nuestros Padres, des- pués de varios contratiempos anejos a toda obra de Dios, en uno de los puntos más céntricos de la población, hasta que ésta fue víctima de la codicia de Morgan y pasto de las llamas en el año de 1671.

Todavía están en pie las ruinas de nuestra antigua iglesia y convento, y ante ellas siéntese el corazón conmovido y amargas lágrimas humedecen los ojos. «Hay en el seno de la antigua ciudad (de Panamá), escribe el señor Samuel Lewis, en la se- gunda calle partiendo del mar, calle que se extiende de Este a Oeste, una ruina, la más hermosa, la de mayores proporciones, la más importante y la mejor conservada. Cubre 84.000 pies cua- drados: en su parte oriental posee un patio de 50 pies por 196 con un pozo de apreciable capacidad en su extremo y otio pa- tio más grande todavía en su porción occidental; el resto de la manzana, excepto el tramo ocupado por la iglesia, la cual se le- vanta al suroeste de la cuadra con entrada a la calle, está ro- deada por los escombros de los que fueron magníficos edificios de dos pisos con espesas y sólidas paredes.

Los muros de la iglesia, que se yerguen imponentes e- in- tactos, en su mayor extensión, descuellan sobre las ruinas cir- cunvecinas, y sus arcos hermosos y elegantes, acusan en su es- tructura un sentimiento artístico más refinado que el que prece- dió a la construcción de los otros templos, salvo sin embargo, a la de la iglesia mayor, última obra de importancia llevada a

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cabo en la metrópoli.» El señor Lewis se refiere a las ruinas del convento e iglesia de los. Padres Agustinos Recoletos.

En el nuevo Panamá, levantado en 1673 por don Antonio Fernández de Córdoba, ocuparon los Agustinos uno de los me- jores sitios de la ciudad, y, a pesar de su pobreza, en un lapso de tiempo relativamente corto, llevaron a feliz término la cons- trucción del Convento e Iglesia que llegó a ser la predilecta de los habitantes istmeños.

El antiguo y nuevo convento pasaron por las mismas vici- situdes que los demás del Nuevo Reino sobre los pleitos con los Padres Calzados. Al antiguo, durante el priorato del Padre Juan de San Agustín, lo anexó el Padre Francisco de la Resu- rrección a la Descalcez de España en cumplimiento del Breve Universalis Ecclesiae de Urbano VIII, expedido en Roma el 16 de julio de 1629. Doce años antes se había sujetado este Convento a la Obediencia del Provincial de Quito; y luego se había uni- do a la provincia del Perú.

Importantes servicios prestaron los Recoletos a los habitan- tes de la ciudad en todo tiempo, y principalmente en el de ca- lamidades públicas. Cuando los temblores de 1621, la epidemia de 1652 y el saqueo inglés e incendio de la ciudad, diez y nue- ve años más tarde, ¡ cuánto celo desplegaron los Agustinos en favor de los desvalidos y necesitados!

Y así fue progresando aquel claustro de los hijos del Sera- fín de Hipona hasta el punto de poderse decir que la historia de la Iglesia y Convento de San José está íntimamente unida a la de Panamá por la influencia religiosa, política y social que nuestros Padres tuvieron siempre en las principales familias de la ciudad. Los informes que los gobernadores del Istmo dirigían al Rey, en los que se habla con encomio de los Descalzos de San Agustín, son una prueba de nuestro aserto.

En cuanto a la parte interna del convento, debemos decir que sus medros en lo espiriual debieron de ser muchos, dada la numerosa lista de los varones eximios en santidad y en ciencia, que por sus claustros pasaron. Y así lo hubieron de juzgar los superiores cuando permitieron recibir novicios en el conven- to, formándose allí hombres de tanta santidad como el Padre Fray Piego de la Ascensión, cuyo retrato se conserva en uno de los

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claustros del Desierto de La Candelaria con esta inscripción : «N. V. P. Fr. Diego de la Ascensión, natural de Panamá, muy dado a la teología mística y con extremo a la oración, varón extático y ejemplarísimo en la descalcez, fue Maestro de Novi- cios, Prior de Panamá y Rector Provincial. Murió en opinión de Santo en El Desierto de La Candelaria, año 1697.»

Entre los Religiosos que brillan en el cielo de la Provincia de La Candelaria y santificaron los claustros de Panamá, fuera del fundador Padre Vicente Mallol, figuran los Padres Alonso de la Magdalena, Alonso Muñoz, José de la Circuncisión, Juan de San Agustín, Esteban de San José, Salvador de San Miguel, Manuel Montes de Oca de San Agustín y Manuel de San Ga- briel, sin mencionar a otros muchos, cuya enumeración resulta- ría demasiado prolija.

Tan apostólico fue el espíritu de los Agustinos de Panamá que trataron de extender sus trabajos a otros lugares del Istmo, como a Los Santos y a Portobelo. En la isla de Santa Catalina, una de las que forman el archipiélago de San Andrés y Provi- dencia, fundaron antes del año de 1644 una Misión nuestros Re- ligiosos, empleándose en catequizar a los indígenas y en admi- nistrar los Sacramentos a los moradores de un presidio que allí tenían los colonizadores. Al hablar de los trabajos de los misio- neros en aquella isla solitaria, en la que no pudo permanecer ningún sacerdote del clero secular, nuestras crónicas generales dedican un recuerdo especial al Padre Fray Bartolomé de San Gregorio, quien con tanto empeño se entregó a los ejercicios del ministerio que estuvo muchas veces a pique de perder la vida.

Según la nómina de la Provincia de La Candelaria en 1816, el convento de Panamá habia quedado entonces reducido a cin- co Padres, un Corista y un Lego. El Padre Provincial Fray Ve- nancio de San José, se expresaba en carta de 9 de noviembre de aquel año sobre la dicha casa, de la siguiente manera:

«El Convento de Panamá, como situado en un istmo, que por la misericordia de Nuestro Señor se ha manifestado realista y libre de toda insurrección, se conserva en un pie muy regular, aun a pesar de las pérdidas que ha sufrido en sus principales, a causa de los incendios que hasta por tres veces abrasaron la mayor parte de aquella ciudad en el siglo pasado.»

18 Costa colombiana

de 1830 en que se juró la de Colombia, expedida en el Congreso que se había reunido en Bogotá al comenzar el año: José María Cucalón y Ramón Vallarino fueron en él los representantes por el Istmo. En el Congreso de 1834, a cuyas sesiones acudieron por Panamá Domingo Arroyo, José de Obaldía y Manuel Pardo, se mandó por ley del 8 de mayo que el escudo colombiano lle- vase en la parte inferior el Istmo y los mares del Atlántico y del Pacífico.

Dos años más tarde, en la noche del 20 de enero de 1836, ocurrió un suceso en Panamá digno de mención.

El Cónsul de la Gran Bretaña José Russell atacó e hirió al ciudadano Justo Paredes, quien abofeteó al agresor, el cual reci- bió también una herida en la cabeza de un garrotazo que le dio el juez cantonal Juan Antonio Diez.

Las autoridades panameñas condenaron a Russell a seis años de prisión por la herida a Paredes quien fue absuelto. Esta sentencia tuvo resonancia en el Gabinete inglés y el Ministro de Relaciones Exteriores, lord Palmerston, ordenó al representan- te de la Gran Bretaña que solicitase del Gobierno granadino la libertad de Russell a quien debían pagarse mil libras esterlinas como indemnización, la remoción de las autoridades culpables y la devolución de la oficina consular.

Habiéndose negado el Secretario Lino de Pombo a aceptar las exigencias del representante Turner, la Gran Bretaña envió un ultimátum a la Nueva Granada, la que se aprestó para la defensa. Del mando militar del Istmo encargóse el general He- rrán y dióse a organizar lo necesario para la guerra.

Los buques ingleses al mando del capitán Peiton declara- ron en bloqueo a todos los puertos granadinos, y hubieran se- guido las cosas adelante a no haber entablado negociaciones con el marino inglés el general López, que estaba al frente de las fuerzas de Cartagena. Terminado, merced a honroso pacto este enojoso asunto, el general Herrán tornó al interior de la República, donde fue nombrado poco después Gobernador de

Bogotá.

Cuando la Nueva Granada, una vez constituida, se dividió en Departamentos, Panamá fue uno de ellos. Luego, al abolirse los Departamentos, se crearon las Provincias, de las que entró

del Pacifico 153

también a formar parte el Istmo. El Congreso de 1855 expidió el «Acto adicional de la Constitución» que decía en su artículo 1.°: «El territorio que comprende las provincias del Istmo de Panamá, a saber, Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí, forma un estado federal soberano, parte integrante de la Nueva Grana- da, con el nombre de Estado de Panamá.»- Esta concesión del gobierno granadino a favor del Istmo abrió la puerta a Ins ma- les que la soberanía de los Estados acarreó a la Nación.

El 22 de mayo de 1858 quedó sancionada la Constitución federal. En ella ze lee: Los Estados de Antioquia, Bo'ívar, Bo- yacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá y Santander «se confederan a perpetuidad, forman una nación soberana, li- bre e independiente, bajo la denominación de Confederación Granadina.»

La revolución del Estado del Cauca, dirigida por el general Tomás C. de Mosquera conjuntamente con Obando, y que esta- lló en mayo de 1860 anegó la República en sangre. No seguire- mos al jefe de la guerra hasta su entrada en Bogotá el 18 de junio de 1861, después de haber derrotado a los sostenedores del gobierno legítimo, representado por el doctor Bartolomé Cal- vo, encargado del Poder Ejecutivo, por haberse terminado el 1.° de abril de dicho año el período constitucional del doctor Ma- riano Ospina, bástanos saber que Mosquera una vez en la capi- tal, arrogándose el título de Presidente Provisorio de los Estados Unidos de la Nueva Granada y Supremo Director de la Guerra, puso en ejecución siniestros pensamientos que se revolvían en su mente contra la Iglesia Católica, a saber: la tuición de cul- tos; el extrañamiento de los miembros de la Compañía de Jesús; la desamortización de los bienes de manos muertas; la prisión del Arzobispo Ilustrísímo señor doctor Antonio Herrán y la ex- tinción de todos los conventos, monasterios y casas de religio- sos de uno y otro sexo.

Panamá, que no quiso enviar Representantes al Congreso que se reunió en Bogotá el 1.° de septiembre de 1861, porque estaba por el legítimo gobierno de la Confederación, después de la capitulación del general Canal en Pasto y del tratado del ca- serío de Yojasa, dobló la cerviz ante los hechos consumados.

El 8 de mayo de 1863 el panameño justo Arosemena, Pre-

20 Costa colombiana

sidente en aquel día de la Convención de Rionegro, dijo en su discurso al presentar la nueva Constitución:

«Es obra de un solo partido, el vencedor en la. lucha; hijo de la idea federal triunfante, fruto de combates por afianzar los dogmas liberales, y que así descansa sobre los principios de fe- deración y libertad, proclamados por ese partido.»

En la Constitución de Rionegro, se estableció en su artícu- lo 1.°:

«Los Estados soberanos de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cau- ca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y Tolima se unen y confederan a perpetuidad, consultando su seguridad ex- terior y recíproco auxilio, y forman una nación libre, soberana e independiente.»

Ya se puede comprender cuál seria el fin del Convento de los Padres Agustinos Recoletos de Panamá en aquellos tiempos de sectarismo antirreligioso. El semillero de santos que durante más de doscientos años había presenciado los ocultos sacrificios de los Hijos del Obispo de Hipona, víctima de la rapiña oficial, vino a ser presa de manos profanas, que de tal modo clavaron en él las uñas, que después de cincuenta años todavía no han logrado recuperarlo sus legítimos y verdaderos dueños.

La Iglesia de San José quedó casi del todo abandonada: sólo de vez en cuando algún sacerdote decía la Santa Misa o celebraba alguna fiesta. Ya no adornaron de continuo los alta- res los gallardetes y las flores, ni resonaron por las bóvedas del templo la música del órgano y la salmodia religiosa: todo él permaneció envuelto en fúnebres crespones y en las naves sentó sus reales el silencio. Esperemos que los ángeles del Se- ñor de nuevo extiendan sobre la iglesia agustiniana las protec- toras alas de su misericordia.

CAPITULO III

Llegada de los Agustinos Recoletos y Calzados a Colombia Ataques a los Jrailes venidos de Filipinas Defensa de don Miguel Antonio Caro— El Ilustrísimo señor Peralta favorece a los Agustinos Reco- letos en Panamá Misiones en el Darién— Parroquia de David.

El 12 de noviembre de 1898 llegaron a Panamá, después de haber tocado en los puertos de Macao, Nangasaki, Howay y California, los ocho religiosos a quienes vimos en el capítulo I salir de Filipinas con rumbo a América el 23 de agosto de aquel año.

Un testigo ocular, el señor Santos Jorge, nos ha referido la pobreza con que arribaron al Istmo los Padres Agustinos. El di- nero les escaseó de tal manera que uno de los religiosos se vio obligado a quedarse en la Aduana, como en rehenes, mientras los demás conseguían lo necesario para cubrir varias cuentas de consideración.

Afortunadamente por aquel tiempo regía la diócesis el Ilus- trísimo señor Alejandro Peralta, quien con verdadero corazón de padre, recibió a los religiosos en su palacio, los agasajó y obse- quió cuanto le permitían las circunstancias, y les hizo halaga- doras promesas. El Obispo comprendió que era una bendición divina la llegada a la viña del Señor, desolada por falta de ope- rarios, de ocho valientes campeones, curtidos en las lides que durante largo tiempo habían librado en ultramarinas tierras con- tra los enemigos del nombre cristiano.

A principios del año de 1899 llegaron también a Colombia, con el objeto de restaurar la provincia de Nuestra Señora de Gracia, los Padres Agustinos Calzados, Baldomero Real, Paulino

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Díaz, Dionisio Ibáiiez, Rufino .Santos, Urbano Alvarez, Joaquín Diez, Bartolomé Fernández, Marcelino Tones, Eknignu Díaz, Wenceslao García y Urbano Solís. El Reverendo Padre Salazar, provincial de la agonizante provincia, recibió en su casa de Fa- catativa a los Padres, quienes encontraron decidido apoyo en las autoridades eclesiásticas y civiles para llevar a feliz término la restauración proyectada.

No se crea, sin embargo, que en todos los lugares de Co- lombia fue recibida con igual entusiasmo la noticia de la venida al territorio de frailes de Filipinas. Varios periódicos de Bogotá y de Medellín se desataron con tal motivo en denuestos contra las Ordenes Religiosas; se habló de una invasión frailuna y de los males que había deéacarrear a la Nación. Varias plumas sa- lieron a la defensa de los religiosos ultrajados, descollando en- tre ellas la del sabio eminente y católico fervoroso, don Miguel Antonio Caro. Su artículo «No más frailes», publicado en El Orden, correspondiente al 22 de febrero de 1899, es una verda- dera apología de las Ordenes Monásticas, y su poesía compues- ta con este motivo y dedicada a! llustrísimo señor Obispo de Adrianópolis y Vicario Apostólico de Casanare Fray Nicolás Ca- sas, revela al cristiano de arraigadas creencias. Hela aquí:

DE FILIPINAS

«No más, no más monjes!» Qué acento de ira, Qué espíritu insano, qué mala pasión, Decid, ese grito cobarde os inspira? Mirad de do vienen, mirad quienes son.

Son estos aquellos que padres y hermanos Y Patria dejaron siguiendo al Señor; Son estos aquellos que a climas lejanos Mensaje conducen de paz y de amor.

En islas selvosas del último Oriente Miradles! Ya vence de Cristo la ley El bárbaro rito; la tribu inclemente, Se torna ¡Oh milagro! pacífica grey.

Doquiera que en alto la cruz resplandece En torno se forma dichoso confín

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Al par con las almas el suelo florece, Familia es el pueblo, la tierra un jardín.

Más súbito estalla rugido de guerra; Aborto monstruoso el genio del mal Oprime a los santos, las aras a tierra; Inunda los campos de sangre un raudal.

Del hórrido azote los náufragos restos A nuevas comarcas dirígense ya; Algunos, por signos de Dios manifiestos, Con rumbo al Poniente se inclinan acá.

Con dicha a estas costas salude esa nave! Descansen tras tanto cruel padecer! Brindarles cariño y asilo suave Acción es hidalga, cristiano deber.

Y fiero, anhelas que el barco no arribe? «Id» díjoles Cristo, mis gracias os di; Aquel que os recibe también me recibe; Aquel que os desprecia desprecíame a mí.»

Bien hayan dechados de santa pobreza; Que el mundo soberbio, la impura ciudad, Requieren ejemplos de heroica estrecheza, De esfuerzo abnegado, de casta piedad!

El pobre, el enfermo que a Dios sólo imploran, Pues falsa grandeza no mira hacia allá, Las almas que sufren, los ojos que lloran, Demandan consuelos que el monje les da.

Testigo perpetuo, apóstol sagrado

De aquel que por todos se inmola en la cruz;

A pechos soberbios reproche callado,

A pechos sencillos es bálsamo, es luz.

Venid misioneros; Colombia os abraza; Vosotros del cielo lleváis bendición; Si alguno os ofende, si alguno os rechaza.... Sublime esperanza! traedle el perdón.»

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Ln primera obra que hizo el Ilustrísimo señor Peralta a favor de ¡os Religk sos Agustinos Recoletos fue confiar a su cuidado la Iglesia de San José y construir para su morada una casita adyacente al templo. Al punto desplegaron los Religiosos todas sus energías para establecer con pompa el culto; y a fin de re- parar siquiera los daños más notables de la ruinosa iglesia, ven- ciendo no pocos inconvenientes, lograron con las limosnas de los fieles que acudieron al reclamo de los padres, hacer de San José el templo aristocrático de la ciudad.

Pero los reducidos límites de Panamá no podían encerrar el celo inmenso de quienes estaban acostumbrados a ejercerlo en las extensas parroquias filipinas. Diversos lugares del Istmo no tenían un sacerdote que bautizase a los niños, bendijese a los esposos, auxiliase a los agonizantes e impulsase los pueblos al progreso; y a esas regiones dirigieron sus pasos los Agusti- nos Recoletos. Las tierras que habían sido testigos de los heroi- cos sacrificios de los Agustinos Recoletos y que se habían em- papado en la sangre de tres venerables mártires en el siglo XVII, volvieron a presenciar las hazañas de los misioneros de ogaño, de varoniles almas, templadas en el mismo horno de la caridad cristiana, alimentada con los encendidos carbones de las reglas del Obispo amantísimo de Hipona.

Durante diez años administraron los Agustinos las poblacio- nes del Darién, con celo y abnegación. El clima deletéreo de h región llevó a la sepultura a varios Padres y a otros los dejó imposibilitados para el ministerio de por vida. Andaban aque- llos Religiosos de una parte para otra en busca de la oveja des- carriada para atraerla al redil de Cristo, de! niño para regene- rarlo en las aguas bautismales, de los hogares ilegítimamente constituidos a fin de unir las parejas al tenor de los divinos preceptos, y de los moribundos con el objeto de administrarles los últimos espirituales auxilios. Las iglesias fueron mejoradas notablemente, y de manera especial la de Chepo; y se compra- ron imágenes y ornamentos sagrados.

! Y cuántas amarguras íntimas tuvieron qne devorar los mi- sioneros! Cuántos actos de heroísmo ejecutaron, que si el mun- do los ignora, Dios debe tenerlos escritos con letras de oro en su divino corazón.

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La escasez de personal y otras poderosas razones obligaron al Padre Manuel Fernández a manifestar en diciembre de 1909 al llustrisimo señor Junguito, Obispo entonces de Panamá, por conducto de los Reverendos Padres Marcos Bartolomé y Regino Maculet, la imposibilidad en que se encontraba la provincia de La Candelaria para hacerse cargo de las misiones del Darién, administradas hasta entonces por Religiosos de la provincia de San Nicolás de Tolentino.

En 1921, a causa de repetidas súplicas del llustrisimo señor Rojas, quien sucedió al llustrisimo señor Junguito, para que nuestros Religiosos tomasen la cura de la Parroquia de David, el Padre Edmundo Goñi envió a ese lugar a los Padres Pedro Cuartero y Pascual Zabalza. Después de un viaje muy penoso lle- garon a la población, cuyos habitantes los recibieron fríamente. Por alojamiento les dieron una casucha con sólo dos habitacio- nes, a las que entraba el viento por los cuatro costados. Las iglesias, una de las cuales queda a gran distancia de la casa, están en pésimo estado, y casi nadie asiste a misa los domin- gos, ni se acerca a recibir los sacramentos; el abandono espiri- tual es completo.

Por mandamiento superior, a los dos mencionados Religio- sos los han reemplazado los Padres Leoncio Lapuerta y Julián Sagardoy, quienes se aprestan para la conquista espiritual de aquel territorio. ¿Lograrán domeñar esas naturalezas rebeldes y ganarlas para Cristo? Esperemos algún tiempo. La historia nos dirá una vez más lo que pueden la gracia y el misionero cató- lico.

CAPITULO IV

La guerra de 1899 Fallecimiento de los Padres Cándido Pérez y Justo Ecay Independencia del Istmo —Protesta de Colombia ante el Go- bierno de los Estados Unidos— Antiguos conatos de separatismo en Panamá Varias obras del Padre Bernardino García Se encarga de la Residencia la provincia de La Candelaria Elogio del Padre Bernardino.

A fines de 1899 estalló en Colombia la terrible guerra que duró tres años. Un manto funerario se extendió entonces sobre el Istmo, de los cañones resonaron los estampidos en los valles y montañas, y la tierra se empapó en la sangre de sus hijos.

Los Agustinos Recoletos no permanecieron ociosos en aque- llos días de luto. Acudir a los campos de batalla, recoger a los heridos, ir a los hospitales en socorro de los enfermos, auxiliar a los moribundos, consolar a los tristes y vigorizar a los pusi- lánimes, he ahi algo de la titánica labor de nuestros Religiosos. El Padre Bernardino García, nombrado Capellán del ejército por el general Carlos Albán, hizo prodigios de abnegación. En la -efriega habida en la capital istmeña, era de ver a los Agusti- nos de aquí para allá, en actividad constante, sin temor a las balas enemigas, derramando en los corazones de los agonizantes el bálsamo de los postreros auxilios espirituales. El flagelo de la. guerra trae frecuentemente consigo el de la peste. No es, pues, de extrañar que la fiebre amarilla y otras muchas enfermedades hiciesen estragos en Panamá.

El 18 de julio de 1900 falleció el R. P. Cándido Pérez de la Virgen de Ujué y el 22 de julio de 1902 el R. P. Justo Ecay, quien había ido al Istmo con el Padre Eusebio Larrainzar, acom-

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pañando al jefe de operaciones de aquella zona. El Padre Pérez murió en nuestra residencia panameña y el Padre Ecay en el hospital de la misma ciudad asistido por el capellán del estable- cimiento y por el Hermano Ángel Cemborain de San Sebastián.

También entregó su alma a Dios el 20 de enero de 1902 el general Albán. Celebráronse las exequias en la catedral y predicó la oración fúnebre el Padre Bernardino García. Quien desee conocer la manera de este insigne orador sagrado, podrá hacerlo pasando la vista por aquella pieza oratoria que anda impresa para enseñanza y deleite de los literatos.

Después de tres años de sañudo batallar, la balanza de la fortuna se inclinó a favor de las fuerzas del Gobierno, que pre- sidía don José Manuel Marroquín, encargado de la presidencia en lugar del anciano doctor Manuel Antonio Sanclemente, a par- tir del 31 de julio de 1900.

Durante la administración del señor Marroquín se verifica- ron en Panamá sucesos de magna trascendencia para Colombia: la emancipación del Istmo, ayudada por los Estados Unidos. El Hermano Luis Gonzaga cuenta este hecho de la siguiente mane- ra: «El 3 de noviembre de 1903 algunos de Panamá ejecutaron un motín y dieron vivas a la nueva República, mientras Esteban Huertas, a la cabeza de tres compañías del batallón Colombia reducía a prisión al general Juan B. Tovar y a las otras auto- ridades de Panamá .... Ellos eran dueños de la capital porque no había otra fuerza que oponerles, pues la otra compañía estaba ausente de Panamá, y el batallón Tiradores fue detenido en Co- lón, y los empleados del ferrocarril, que son yanquis, no quisie- ron transportarlo, y la fuerza naval norteamericana estaba fon- deada en aquel puerto y lista para prestar auxilio a los revolu- cionarios. El jefe del batallón Tiradores a duras penas pudo reembarcarse para Cartagena. Además, el almirante Cogían, con cuatro acorazados, se puso frente a Colón, y el Almirante Glass, con otros cuatro acorazados en el Pacífico, impidieron desembar- car fuerzas colombianas en el Istmo, y el señor Roosevelt reco- noció inmediatamente la independencia de Panamá.»

El día 4 el Consejo Municipal sentó el acta de emancipa- ción. En ella se lee: «El Consejo Municipal del Distrito de Pa- namá, fiel intérprete de los sentimientos de sus representados

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declara en forma solemne que los pueblos de su jurisdicción se separan desde hoy y para lo sucesivo de Colombia, para formar con las demás poblaciones del Departamento de Panamá que acepten la separación y se le unan, el Estado de Panamá, a fin de constituir una República con Gobierno independiente, demo- crático, representativo y responsable, que propenda a la felici- dad de los nativos y de los demás habitantes del territorio del Istmo.» El acta la firmaron los siguientes señores:

Demetrio H. Brid, R. Aizpurú, A. Arias F., Manuel J. Cu- calón, P. Fabio Arosemena, Osear Mac-Kay, Alcides Domínguez, Enrique Linares, J. M. Chiari, R. Darío Vallarino, S. Lewis, Ma- nuel M. Méndez, Ricardo M. Arango y Ernesto Goti.

Transitoriamente se estableció un gobierno provisional, pre- sidido por los señores José Agustín Arango, Federico Boyd y Tomás Arias, y luego fue electo para Presidente de la nueva República el doctor Amador Guerrero.

Colombia no reconoció la cesesión del Departamento de Panamá; sometióse a la ineludible ley del más fuerte, pero pro- testando enérgicamente y levantando siempre muy alto el pen- dón inmaculado de sus derechos. En el memorial que una misión especial, enviada por Colombia a Washington, presentó al secretario de Estado de los Estados Unidos, se lee :

«Panamá se ha independizado, ha organizado gobierno, ha conseguido que algunas potencias reconozcan, antes del tiempo acostumbrado, su soberanía, ha usurpado derechos que no le corresponden en ningún caso, porque el Gobierno de los Estados Unidos lo ha querido; porque él mismo «invocando y poniendo en práctica el derecho del más fuerte, nos ha quitado por con- quista incruenta, pero siempre por conquista la parte más impor- tante del territorio nacional. El respeto a la soberanía de la Nación debe ser más atendido por quien se halla obligado, como lo están los Estados Unidos, no solamente por preceptos inter- nacionales, mas también por un tratado público en vigencia, del cual han derivado indiscutibles ventajas.» No se crea, empero, que la independencia de Panamá se fraguó de un momento a otro. Los conatos de separatismo existieron siempre en el Istmo. En agosto de 1830 el general Espinar, ejerciendo el cargo de comandante general de Panamá, a pesar de la intimación que

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se le había hecho para que entregase el puesto al coronel Carlos Robledo, o en su defecto a Juan de la Cruz Pérez, jefe de mili- cias, proclamó en Cabildo abierto la independencia del Istmo, si bien a los dos meses dio un decreto para volver a la obe- diencia del Gobierno central, en vista de que el general Urda- neta había sido reconocido por Presidente en la Nueva Granada.

En marzo de 1832 fue descubierta una conspiración, para anexar el Istmo al Ecuador, y fueron fusilados el teniente Mel- chor Duran y el alférez Casana. Los habitantes de Panamá estu- vieron entonces divididos en tres partidos encabezados por Va- llaríno, Mariano Arosemena y José de Obaldía, respectivamente. El primero defendía la integridad de la Nueva Granada; el se- gundo la unión con el Ecuador y el tercero la formación de una República anseática protegida por Inglaterra y los Estados Unidos.

En 1840 Panamá volvió nuevamente a rebelarse, y en una Asamblea popular, celebrada el 18 de noviembre, se expidió una Acta en la que se hacía constar que el Istmo se erigía en estado soberano, independiente de la Nueva Granada.

El 1.° de marzo del año siguiente la Asamblea constituyente, convocada por el Gobierno revolucionario, dio un decreto en que se lee :

«Artículo 1.° Los cantones de la antigua provincia de Pana- má y Veraguas compondrán un estado independiente y soberano que será constituido como tal por la presente convención bajo el nombre de Estado del Istmo.

Artículo 2.° Si la organización que se diere a la Nueva Granada fuere federal y conveniente a los intereses del pueblo del Istmo, éste formará un estado de la federación.

Parágrafo único. En ningún caso se incorporará el Istmo a la República de la Nueva Granada bajo el sistema central.»

El Congreso de 1855 de Bogotá, según lo hicimos constar en el capítulo 2.°, creó el Estado soberano de Panamá, como parte integrante de la Nueva Granada, quien tomó siempre a pechos la conservación de aquella importante porción de la Re- pública, y miró con especial celo por el progreso de ella y el bienestar de sus hijos.

El desenlace final de los historiados conatos de rebelión, fue la ya dicha independencia absoluta llevada a cabo el 3 de

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noviembre. Veamos ahora lo que han hecho los Agustinos en Pa- namá en tiempo de la República.

Durante la administración del doctor Amador Guerrero se encargó el Padre Bernardino García de dictar algunas clases en los establecimientos públicos, y poco después en el Colegio de Marina, donde han bebido las aguas del .saber todas las seño- ritas de la aristocracia panameña. A esta labor educacionista de los Agustinos Recoletos, no interrumpida en veinte años, se debe principalmente la influencia de que gozan en la alta sociedad del Istmo.

El Padre *Bernardino tomó parte activa en todas las obras piadosas llevadas a cabo en la ciudad durante su larga perma- nencia en ella hasta 1910. En el Asilo de Bolívar para hombres y mujeres inválidos, puso de relieve su espíritu de caridad, y se valió de cuantos medios estuvieron a su alcance para ampliar y engrandecer la casa. Al efecto formó una Junta que dirigiese los destinos del asilo e influyese con las autoridades para el me- joramiento de él, con tan buen resultado que el edificio se trans- formó por completo de acuerdo con los preceptos arquitectóni- cos e higiénicos.

La iglesia de San José que en el abandono a que se vio reducida en los aciagos años que siguieron a la exclaustración, había llegado a tal estado que amenazaba verdadera ruina, fue objeto principal de los desvelos del Padre Bernardino, quien re- paró las paredes laterales, rehizo el techo y lo abovedó, puso de cemento el piso, colocó elegantes y cómodos escaños, y compró muchos enseres necesarios al culto, sobresaliendo entre todos un lujoso terno blanco. Por aquel tiempo el señor Eduardo kazü, dueño del antiguo convento, cedió a los Padres un lote de terre- no, donde se hallan la mitad de la sacristía, el patio, comedor y cocina de la actual residencia.

En 1910 la provincia de San Nicolás cedió a la de La Can- delaria la residencia de Panamá, a la cual fue enviado como primer superior el Padre Pablo Planillo, religioso de excelentes prendas, quien, con el Padre Doroteo Ocón, recibió la bandera rccoletana que antiguamente había flotado allí gloriosa en las manos de nuestros Religiosos de Tierra-firme, de las de los Pa- dres Bernardino García y Celestino Falces, quienes marcharon

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con rumbo a España en marzo de aquel año. Ya en la Penín- sula, el Padre Bernardino fue nombrado Secretario, primero del Provincial de Santo Tomás y luego del Rmo. Prior General, car- go que desempeñó hasta abril de 1921.

El Padre Bernardino merece una alabanza especialísima en estos apuntes. El fue quien reanudó nuestras glorias en el Istmo y su acción evangélica y social perdura allí a través de los tiem- pos con caracteres indelebles. Su nombre en Panamá es pronun- ciado con veneración; se recuerda al campeón en los amargos días de la guerra, al trabajador incansable en el campo de la beneficencia, al insinuante pedagogo, al orador .elocuente y al confesor asiduo. Cuando murió el limo, señor Junguito, el nom- bre del Padre Bernardino García sonó entre hombres conspicuos en la política y en las letras panameñas, como digno candidato para ocupar la silla episcopal de la ciudad. Todo se lo merece el integérrimo Agustino que dejó a su paso por el Istmo una es- tela de luz inextinguible.

CAPITULO V

El Padre Pablo Planillo —Visita del Rmo. Padre Enrique Pérez —Labor de los Padres Ángel Vicente, Doroteo Ocón y Antonio Roy —Visita Provincial del R. P. Edmundo Goñi Religiosos que han estado en la Residencia de Panamá Inauguración del canal interoceánico. Trabajos para la apertura de un canal en tiempo de la colonia - Leyes de la República y contratos con el mismo objeto -Palabras del Go bierno Americano en el contrato de 1846 —Construcción del ferro- carril de Panamá La compañía francesa El tratado Herrán-Hay.

Nueve meses permaneció en Panamá el Padre Planillo, quien proveyó a la residencia de lo necesario para el servicio domés- tico e inició la reivindicación de la iglesia y de la casa, obliga- do por la situación enojosa de los Padres respecto a la dióce- sis gobernada por el limo, señor Javier Junguito.

El 9 de noviembre de 1910 se verificó un acontecimiento en Panamá digno de ser marcado con piedra blanca en la his- toria de los Agustinos Recoletos de la Provincia de La Candela- ria: la llegada al Istmo del Rmo. Padre Enrique Pérez, Prior General de la Orden, con su secretario el R. P. Segundo Ciñas y con los Padres Fernando Mayandía, Provincial de San Nico- lás y el Padre Francisco Lozares, secretario de éste.

El Rmo. Superior después de haber practicado en nuestra residencia la visita general y manifestado la complacencia que sentía su corazón al haber por mismo palpado la magna labor de sus hijos en el Istmo, se embarcó en Colón, con rumbo a Puerto Colombia, llevando por compañero, además del secreta- rio, al Hermano Ángel Cemborain. Los Padres Mayandía y Loza- res tomaron la vía de Venezuela.

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El Padre Doroteo, que se encargó de la residencia transi- toriamente hasta el 12 de junio de 1911 que llegó a Panamá el Padre Ángel Vicente, nombrado superior por el Capítulo Provin- cial que se había celebrado en Bogotá en el mes de enero de aquel año, reparó la torre de la iglesia de San José, deteriorada por un rayo que había caído allí dos años antes y puso el pararrayos.

Una de las primeras preocupaciones del Padre Ángel fue la de activar el asunto sobre la propiedad y uso de la iglesia y casa, y logró ver coronados sus esfuerzos con una resolución de Roma del 8 de noviembre de 1911, en la que se ordenaba al Obispo dejar a los Agustinos Recoletos in pacifica posessione. Poco después el limo, señor Rojas hizo escritura de la casa a favor de los Padres.

En diciembre de 1913 se inauguró el órgano, fabricado en Barcelona. Bien se comprende cuánto contribuyó a la solemni- dad majestuosa del culto esa mejora artística y grandiosa intro- ducida en la iglesia de San José por el Padre Ángel Vicente, quien hizo fabricar también la escalera de manipostería del coro y de la torre y comenzó los preparativos para la decoración del altar mayor, que se encontraba muy deteriorado.

En 1914 fue nombrado superior de Panamá el Padre Mar- celino Ganuza, quien llegó a la ciudad hacia la mitad del año con el Padre Cándido Armentia. La estadía de ambos en el Ist- mo se redujo a un tiempo relativamente corto, porque tuvieron que regresar a Colombia, el primero por enfermedad y el segun- do por haber sido necesaria su presencia en otra casa de la Provincia.

El Capítulo celebrado en Bogotá en el mes de abril de 1915, expidió a favor del Padre Doroteo Ocón el nombramiento de Vicario Provincial, por haber juzgado conveniente los capitulares formar una Vicaría Provincial de las casas de la Costa del Pa- cífico. El dicho Padre debía haber marchado a Tumaco, donde el Capítulo ordenó que fuese la residencia del Vicario, pero ha- biendo logrado por motivos de salud permanecer en Panamá, entró a dirigir los destinos de aquella residencia en lugar del

Padre Marcelino.

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34 Cosía colombiana

El trabajo del Padre Doroteo en Panamá ha sido grande y fecundo. El dio feliz remate a la decoración del altar mayor, que parece una ascua de oro y es la admiración de cuantos lo contemplan; reparó cinco altares laterales; trajo de España otros dos hermosísimos que colocó en las columnas del arco toral; ornamentó los nichos con las imágenes barcelonesas, modelos de escultura, de N. P. San Agustín, Nuestra Señora de la Can- delaria, San Antonio y Santa Rita; retocó las de Nuestra Señora del Socorro, de la Inmaculada, de la Dolorosa, de Jesús Naza- reno y del Crucifijo; pintó la iglesia; puso veinte escaños nue- vos y fabricó un elegantísimo pulpito, cuya bendición se hizo en el mes de enero de 1919.

Actualmente el Padre Ocón tiene entre manos varias obras. Piensa poner en el piso de la Iglesia baldosines de una fábrica de Valencia, los que ya estuvieran colocados a no haberlo impe- dido la guerra europea; reparar el frontispicio del templo; y construir de nueva planta la casa, por ser la actual demasiado incómoda.

Esto es algo del trabajo material llevado a cabo por los Agustinos en Panamá. Y, ¿qué decir ahora de los frutos espiri- tuales cosechados por ellos, merced a su infatigable celo e in- cansable labor evangélica? Y cuenta que no solamente han aten- dido a repartir entre los fieles el pan del espíritu y al esplendor y majestad del culto en su propia iglesia, sino que han dado en todo tiempo clases en diversos institutos de educación, acudido al Lazareto del cual son capellanes, ayudado en el ministerio a los clérigos de la ciudad y salido a los pueblos del interior de la República a dar misiones.

Durante la guerra europea fue nombrado capellán de la cruz roja panameña el Padre Ocón, y es consejero episcopal y exa- minador sinodal. También los Agustinos han aportado a la bue- na prensa el contingente de su labor literaria. En La Defensa Social, por ejemplo, publicó asiduamente el Padre Valeriano Tan- co, ya artículos propios, ya traducidos, con más frecuencia del inglés.

Uno de los religiosos que más han trabajado en Panamá, ha sido el Padre Antonio Roy, acuciosa abeja que, libando en el pensil de la iglesia el néctar que encierran las diversas flores

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del apostolado, ha fabricado en su alma un panal que tiene la miel de todas las virtudes.

En agosto de 1919 se verificó en Panamá la visita oficial del R. P. Edmundo Goñi, a quien satisfizo el estado próspero de la residencia y el espíritu apostólico de los Religiosos.

Además de los Padres de nuestra provincia aquí nombra- dos, han estado en la residencia de Panamá, aun cuando gene- ralmente sólo de paso, los siguientes, que sepamos: Padies, Re- gino Maculet, Marcos Bartolomé, Eusebio Larrainzar, Hilario Sán- chez, Tomás Martínez, Alberto Fernández, Ramón Arenal, Manuel Fernández, Francisco Sola, Ángel Marcos, Antonino Caballero, Julián Sagardoy, Leonardo Azcona, Bernardo Merizalde, Samuel Ballesteros, Ubaldo Ballesteros, Tomás Janices, Francisco Corral y los hermanos Nicolás Guzmán, Jacinto Navarro, Gabriel Ara- no, Francisco Arguello, Lorenzo Ortiz y Serafín Ancín.

A los religiosos de otras Ordenes que pasan frecuentemente por Panamá, se les da en la residencia hospedaje, a pesar de la pequenez de la casa.

Al hablar de Panamá no podemos pasar en silencio la gran- de obra que los americanos llevaron a cabo en el Istmo: la aper- tura del canal.

En 1914 el mundo se conmovió ante la estupenda noticia de que el canal quedaba definitivamente abierto al servicio de todas las naciones. El suntuoso programa que se repartió profu- samente por todos los países no pudo cumplirse a consecuencia de los trastornos que trajo consigo la guerra europea que esta- lló el 2 de agosto de aquel año. La obra del canal es la mejor dei mundo en su clase.

Los españoles, a raíz del fausto descubrimiento del Mar del Sur, concibieron la idea magna de la comunicación de los dos mares. En tiempo de Carlos V aquella idea tomó incremento, y el regimiento de la ciudad de Panamá se dirigió al Juez Gama, pidiéndole que se limpiara el río « Chagres hasta distancia de do a Panamá se puede andar en carretera»; y Gaspar de Espinosa escribió una carta al Emperador, fechada el 10 de octubre de 1533, en la que le dice: «Los indios de la provincia del Perú son gente muy diestra en facer y abrir caminos e calzadas; po- drán facerse acequias de agua de Chagre hasta la Mar del Sur, e que se navegase; son como cuatro leguas de tierra llana.»

36 Costa colombiana

Carlos V, en 1534, comprendió sin duda con su clara inte- ligencia la importancia de esta obra, y el año siguiente escribió en Toledo al gobernador de Tierra-firme, Francisco de Barrio- nuevo, una carta en que le decía: «Sabiendo que el río Chagre se puede navegar en carabelas cuatro a cinco leguas y tres o cuatro en barcas, y que abriendo canal desde allí hasta la Mar de Sur, podría navegarse de un mar a otro, juntándose la del Sur con dicho rio, vos mandó que tomando personas expertas, yeáis qué forma podrá darse, para abrir dicha tierra y juntar ambos mares. Entended en ello con diligencia como cosa que tanto importa.»

Durante el tiempo que reinó Felipe II, no se pensó más en la apertura del canal por el Istmo a causa de ios informes que se recibían con frecuencia en la Península, los que de 1556 a 1584 llegaron hasta el númeto de 28, sobre el mal clima de Pa- namá y la importancia de hacer el transporte de mercaderías por Nicaragua. El Maestre de campo, Texeda y el ingeniero Anto- nelli, en un memorial dirigido al Rey en 1591, hablan acerca de que los trasbordos se establezcan de Puerto de Caballos a la bahía de Fonseca, y había ya determinado antes la Casa de Con- tratación de Sevilla que no se hiciese el trasbordo del Atlántico al Mar del Sur por Panamá «en razón de los daños, pérdidas de navios y gente, oro y plata, las muertes que acaecen, las mi- serias y penalidades de la tierra »

Durante los siglos XVII y XVIII fueron muchas las tentati- vas que se hicieron para la unión de los dos mares, ya por Te- huantepec en México, donde pusieron manos a la obra del canal los Virreyes, o por Nicaragua, ya también por Panamá o por el Golfo de Urabá y el Atrato. En este último lugar el Párroco de Nóvita en 1788 hizo que los indios abriesen una acequia por donde en determinados tiempos del año era fácil el tránsito del río San Juan que desemboca en el Pacífico, al Atrato, que rinde sus aguas al Atlántico. A esta acequia se le dio el nombre de Canal de la raspadura, y es un hecho que hasta principios del siglo pasado por allí pasaban muchos artículos de Guayaquil a Cartagena de Indias.

La comunicación interoceánica por el Istmo fue una de las ideas magnas de Bolívar, y hasta se trató de formar una com-

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pañía colombiana que acometiese la obra, pero por entonces todo quedó en ciernes.

Más tarde, en 1831 y 1833, se discutió en la Cámara Pro- vincial de Panamá, la manera de atravesar el Istmo con una ca- rretera, y el Congreso, por ley del 25 de mayo de 1834, autori- zó al Gobierno para gestionar la apertura del mencionado cami- no. En el artículo 2.° se lee:

«Se concederá a los empresarios abrir un camino carretero o de carriles de hierro que atraviese el Istmo de Panamá del Atlántico al Pacífico; y podrán usar los empresarios de algún canal que en parte sirva para esta comunicación.»

El Congreso del año siguiente concedió el privilegio para la construcción del canal al subdito francés Carlos, barón de Thie- rry, quien los traspasó a Augusto Salomón y Joly de Sabia.

El Gobierno de los Estados Unidos, que en 1834 había he- cho publicar en un periódico de Washington la ley granadina de 25 de mayo de aquel año sobre la construcción de un canal in- teroceánico, envió al Istmo, con el objeto de estudiar si era prac- ticable la comunicación entre los dos mares, al coronel Carlos Biddle, quien habiéndose trasladado luego a Bogotá alcanzó del Congreso de 1836 que se le otorgase el mencionado privilegio, que fue objetado por el general Santander, por haberlo creído perjudicial a la futura integridad nacional.

El 6 de junio el Congreso dio un decreto que concedía pri- vilegio para un ferrocarril o carretero en Panamá y para el es- tablecimiento de la navegación en el Chagres, caso de que el barón de Thierry no trabajase en el canal. Una compañía gra- nadina compuesta de los señores Vicente Azuero, Francisco Mon- toya, Diego Davison, Joaquín Orrantia, Raimundo Santamaría, José Hilario López, Joaquín Escobar, Juan Manuel Carrasquilla, Ignacio Morales, Pedro Ignacio Valderrama, Diego Fernando Gó- mez, Alejandro Mac Dowall, José de Obaldía y Miguel Saturni- no Uribe, a quienes se había unido el coronel Biddle, obtuvie- ron el 22 de junio la concesión del privilegio.

Joly de Sabia se presentó el 7 de junio de 1838 en el río Chagres en un buque francés para dar comienzo a los trabajos del canal, a lo que se opuso el gobernador panameño; y el Pre- sidente de la República declaró el 22 de noviembre caducado el

38 Costa colombiana

contrato con el barón de Thierry, por haber espirado el 28 de mayo el plazo que se le había concedido para iniciar la obra.

El Congreso de aquel mismo año hizo varias concesiones a favor de la compañía granadina, que se había asociado con Augusto Salomón y Compañía; y el general Herrán protestó con- tra la apertura del canal de Nicaragua, patrocinado por el Rey de Holanda, alegando la soberanía de la Nueva Granada en la región de la Mosquitia.

En los Estados Unidos el Congreso de 1838 estudió el pro- yecto de apertura del canal y los planos del Istmo, levantados por el coronel Biddle y en el año siguiente ordenó al Presiden- te que considerase la conveniencia de negociar con los países interesados en la obra, la comunicación de los dos mares.

Del tratado que la Nueva Granada hizo en 1846 con la Unión Americana, son las siguientes palabras:

«Los Estados Unidos garantizan positiva y eficazmente a la Nueva Granada la perfecta neutralidad del ya conocido Istmo; y de la misma manera los derechos de soberanía y propiedad que la Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio.»

El general Herrán, que había sido nombrado Ministro en Washington por el general Tomás C. de Mosquera, llevó a feliz término un contrato con los señores Aspinwall, Steplens y Chaun- cey para la construcción del ferrocarril de Panamá, el cual se dio efectivamente al servicio el 5 de enero de 1855.

El derecho de las reservas de aquel ferrocarril, o sea el po- der que tenía el Gobierno para rescatarle mediante ciertas con- diciones, y el cual no quiso vender don Mariano Ospina, a pesar de la crisis por la que atravesó la República en 1857, fue cedido a la compañía en 1867 por el general Santos Acosta, de acuerdo con el contrato celebrado entre él y Mr. George M. Totten.

El 10 de enero de 1880 se dio el primer golpe de zapa en la boca del Río Grande de Panamá, punto designado para ser la entrada al canal, según los planos de los ingenieros de la compañía francesa, que dos años antes había obtenido la con- cesión de la excavación de la vía interoceánica del Congreso colombiano. El proyecto había sido formulado por los ingenie- ros Napoleón Bonaparte Wise, Armando Reclus y Pedro J. Sosa,

del Pacífico 39

y una vez constituida la compañía, fue nombrado Presidente de ella M. de Lesseps, quien arribó a Colón el 31 de diciembre de

1879.

Terminados los estudios preliminares para la obra, se prin- cipió formalmente la excavación, pero en 1889 se suspendieron los trabajos a causa de haberse declarado en quiebra la com- pañía. El liquidador nombrado por el Tribunal Civil del Sena en París, después de vencidos múltiples inconvenientes, y alcan- zado una prórroga del Gobierno colombiano, pudo formar una nueva compañía con un capital de 65.000,000 de francos y rea- nudar los trabajos.

Nada hemos de narrar acerca del tratado Herrán-Hay, no aprobado por el Senado colombiano, ni del llevado a cabo por los Estados Unidos con Panamá el 17 de noviembre de 1903, una vez que Roosevelt hubo reconocido la independencia del Istmo. Eruditas plumas han historiado estos acontecimientos y sobre ellos la República ha derramado lágrimas de sangre. Sólo diremos que el tratado hecho entre Colombia y los Estados Uni- dos en 1914 «para el arreglo de sus diferencias provenientes de los acontecimientos realizados en el Istmo de Panamá en noviem- bre de 1903», fue aprobado por los dos países con algunas mo- dificaciones, en 1921,

CAPITULO VI

Datos biográficos de religiosos ya muertos, que estuvieron en el Istmo P. Félix Guillen, Francisco Mallagaray, Benito Ojeda, Fr. Matías Sanmartín, P. Cándido Pérez, P. Justo Ecay, P. Medardo Mole- res, P. Miguel Lascarray, Hermano Nicolás Guzmán, P. Ángel Vi- cente— Padres Julián Cisneros, León Ecay, Pedro San Vicente y Ce lestino Falces P. Patricio Adell.

Coloquemos en este capítulo corona de siemprevivas sobre las tumbas de los heroicos religiosos, que después de haber ejer- cido su apostolado en el Istmo, cayeron uno en pos de otro en el campo de batalla, segados por la guadaña de la muerte. Dios, que ofreció recompensar un vaso de agua dado por su amor al sediento, habrá ceñido con la corona de la inmortalidad las sie- nes de los Agustinos Recoletos que a costa de grandes sacrifi- cios repartieron a manos llenas las gracias espirituales entre mi- les de pobrecitas almas, abandonadas a merced de los propios y ajenos apetitos.

He aquí algunos datos biográficos de ellos:

El Padre Félix Guillen, que murió en la residencia de Pa- namá el 13 de junio de 1899 a causa de una fiebre maligna con- traída en la región del Darién, había nacido en Monreal del Campo, en España, el 12 de abril de 1846. Muy joven entró a nuestra sagrada Orden y después de haber cursado los estudios eclesiásticos en nuestros colegios de la Península y de recibir las sagradas órdenes, pasó a las Islas Filipinas donde ejer- ció por más de veinte años el sagrado ministerio, hasta el de 1899 en que se trasladó a Panamá. Fue Párroco en varios pueblos de Filipinas, vicemaestro de novicios, vicerrector del colegio de

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San Millán en España en el cuatrienio de 1878 a 1882, Prior de los conventos de Manila y San Sebastián, definidor de Pro- vincia y Vicario provincial del Norte de Bohol. Muy dado a las ciencias naturales, llegó a poseer vastos conocimientos en medi- cina. En el Archipiélago filipino hizo una colección de plantas y hojas medicinales que obsequió a la Universidad zaragozana. Fue también autor de varias obras en dialecto visaya.

Aún no habían acabado los Religiosos Agustinos de Pana- má de enjugar sus lágrimas por la muerte del Padre Félix Gui- llen, cuando vino a arreciar el dolor de sus almas la muerte del Padre Francisco Mallagaray del Carmen, a quien una fiebre per- niciosa condujo en breves días al sepulcro en las Misiones del Darién. El Padre Mallagaray había venido al mundo en Berceo, aldehuela de la provincia de Logroño, en España, el 30 de ene- ro de 1865. Habiéndolo Dios llamado al claustro agustiniano, hizo en él sus votos el 31 de mayo de 1881, y terminados los estudios y recibidas las órdenes sagradas, ejerció el ministerio en Filipinas, a donde había pasado en el vapor Isla de Panay a fines del año de 1886. En Loon, Tubigon y Bohol dio cabida en su alma a todas las virtudes y se inmoló en aras del sacri- ficio por la salud de sus feligreses. Ya en Panamá, a donde arribó a principios de 1899, se entregó de lleno a la evangélica labor; y en aquellas Misiones, víctima de su celo, en todo el vigor de la vida, a los 34 años, dio su cuerpo a la tierra y su alma voló al cielo a recibir la doble corona del apóstol y del mártir el 1.° de septiembre de 1899.

El día 10 de mayo del mismo año murió en Panamá el Pa- dre Benito Ojeda, quien había llegado a la ciudad el 26 del mes anterior con el limo, señor Fr. Ezequiel Moreno. El Padre Beni- to nació el 5 del mes de diciembre de 1860. A los 19 años pro- fesó en la Recolección. De 1884 a 1897 fue misionero en Filipi- nas y luego dos años maestro de novicios en el Colegio de Monteagudo en España. Al regresar en 1899 el limo, señor Mo- reno, de Roma a Colombia, eligió por su compañero y capellán al Padre Benito, a quien sorprendió la muerte en Panamá en la fecha indicada.

Fr. Matías Sanmartín del Carmen nació en Anguta, pobla- ción de Logroño, el 24 de febrero de 1878, e hizo los votos re-

42 Costa colombiana

ligiosos en nuestra Recolección el 26 de septiembre de 1894. Terminados sus estudios les vino en voluntad a los Superiores mandarlo a Panamá, y hacia aquellas tierras se encaminó inte- grando la Misión presidida por el Padre José Cardona de Santa Magdalena y que salió de Barcelona el 5 de abril de 1899. Sie- te meses más tarde, el 16 de noviembre, entregó su alma a Dios en Maracaibo, a donde se había trasladado a causa de una en- fermedad que contrajo poco después de su arribo al Itsmo.

Otra víctima de las inclemencias de la tierra panameña fue el Padre Cándido Pérez de la Virgen -de Ujué, quien falleció en la residencia de San José el 18 de junio de 1900. El Padre Cán- dido fue navarro, pues nació en Ujué el 3 de octubre de 1874. A los diez y siete años hizo a Dios el sacrificio de mismo por los votos religiosos, emitidos según los estatutos recoletanos el 1.° de octubre de 1891. Cinco años más tarde pasó a Filipi- nas y ejerció el sagrado ministerio en Subic, Antipolo, Caloocan, Bagac y Morong hasta el año de 1898 que fue destinado a las Misiones de América. El Padre Cándido Pérez floreció en las virtudes propias de un verdadero religioso; su vida fue la de un ángel, su muerte la de un mártir.

El Padre Justo Ecay de la Virgen del Rosario nació en Abárzuza, población de Navarra en la Península Ibérica el 2 de noviembre de 1873. Tomó el hábito agustiniano el 6 de noviem- bre de 1889 y profesó al año siguiente. En 1895 se afilió a la provincia de La Candelaria. En Colombia estuvo en Bogotá, El Desierto, Manizales y Ráquira, al frente de cuya. Parroquia se manifestó como un sacerdote modelo y sucesor digno de los Religiosos que en tiempos anteriores habían apacentado aquella porción del rebaño de Jesucristo, los Padres Domingo Díaz, Ne- pomuceno Bustamante, Anacleto Jiménez y Marcelino Ganuza. Al salir de la Parroquia en julio de 1899, hicieron los habitan- tes del pueblo manifestaciones en favor del P. Ecay, y el Obis- po de Tunja, limo, señor Perilla, le consagró frases muy lauda- torias en oficio al R. P. provincial Fr. Santiago Matute. A peti- ción del Gobierno legítimo el Superior nombró a los RR. PP. Justo Ecay y Eusebio Larrainzar capellanes del ejército que a órdenes del general Pompilio Gutiérrez se dirigió en 1902 al Istmo, donde falleció, víctima de la fiebre amarilla el P. Ecay, el 23 de julio de aquel mismo año. .

del Pacifico 43

El Padre Medardo Moleres del Sagrado Corazón de Jesús, vio la primera luz en Arellano de la provincia de Navarra en España el 8 de junio de 1866. Se consagró a Dios en la Reco- lección mediante los votos religiosos a los diez y siete años, y después de terminados los estudios y de haber sido profesor de latín en el Convento de San Millán, se embarcó en el vapor Santo Domingo el 20 de septiembre de 1890 con rumbo a Fili- pinas, a donde arribó el 22 de octubre del mismo año. En Ma- nila, Zambales y Cabangaan, puso de manifiesto los quilates de su evangélico celo, traducido en obras de suma importancia du- rante los ocho años que permaneció en el Archipiélago. En 1898 salió de Manila para Panamá, donde se empleó en el ministerio sacerdotal con verdadera consagración de apóstol. Estuvo des- pués en Venezuela y Trinidad, y el 1.° de enero de 1903 murió trágicamente en Brooklyn, atropellado por un tren.

En julio de 1895 llegó a Manila en el vapor Isla de Minda- nao el Padre Miguel Lascarray de San Luis Gonzaga, quien ha- bía entrado a formar parte de la Recolección el 14 de octubre de 1889, día que emitió los votos religiosos. Loon y Macao fue- ron testigos del celo que desplegó el Padre Lascarray en Filipi- nas; lo mismo que en el Istmo panameño a donde se trasladó en febrero de 1899, la Misión de Chepo y la ciudad capital de aquel Departamento colombiano, en la cual murió el 8 de abril de 1904 a los 31 años no cumplidos. El Padre Lascarray había nacido el 4 de agosto de 1873 en la población de Gainza, en España.

El Hermano de obediencia Nicolás Guzmán de la Sagrada Familia, nació en el Puente Nacional, Departamento de Santan- der, en Colombia, el 22 de abril de 1884. Profesó en el Conven- to del Desierto el 1.° de febrero de 1907, donde estuvo por al- gún tiempo al frente del Colegio preparatorio y se empleó en los demás ejercicios propios de su estado. En Panamá, a donde lo mandó la Obediencia en 1910, contribuyó con su trabajo al aumento del culto divino y buena marcha de la residencia. Mu- rió en El Espinal el 26 de abril de 1913. El Hermano Nicolás Guzmán fue humilde, observante, y no dudo afirmar que murió víctima de la obediencia, pues lo condujo al sepulcro una enfer- medad contraída en cumplimiento de un oficio que le había §n-

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comendado el Superior. El R. P. Provincial Fr. Marcelino Ganu- za, al dar cuenta a los Religiosos de la provincia del fallecimien- to del Hermano Nicolás, dice que terminó sus días «con muerte edificante, después de recibir los santos sacramentos y demás auxilios espirituales.»

El Padre Ángel Vicente de la Concepción nació en Lumbier de Navarra en España, el 5 de marzo de 1865. Hizo la profesión religiosa el 13 de enero de 1884 y después de terminar los es- tudios eclesiásticos y recibida la ordenación sacerdotal, salió de Barcelona para Filipinas en el vapor Reina Mercedes el 21 de de septiembre de 1888. En Balabac se estrenó en la vida apos- tólica desde noviembre de 1889 hasta octubre de 1891 que re- gresó a la madre Patria. Afiliado a la provincia de I^a Cande- laria, marchó para Colombia en abril de 1892 y llegó el 4 de mayo del mismo año a Bogotá, donde se entregó a todos los ejercicios del ministerio con la actividad y tesón de un apóstol.

Fue Superior de Manizales en 1903, viajó por los países centroamericanos en 1907, fue maestro de novicios en España de 1908 a 1910, y en Panamá desde 1911 hasta 1917 brilló como religioso observante de corazón de oro y sacerdote apostólico de contextura de acero. El Padre Ángel falleció con la muerte de los justos en Pamplona de España el 7 de diciembre de 1917.

El R. P. Ángel Marcos escribió con exquisita delicadeza y lujo de curiosos detalles la biografía del R. P. Ángel Vicente.

Entre los Religiosos Agustinos Recoletos que trabajaron en el Istmo, ya en la capital, ya en las Misiones del Darién, han bajado a la tumba los .siguientes:

Julián Cisneros, el 9 de mayo de 1908; León Ecay, el 1.° de junio de 1908; Patricio Adell, el 2 de agosto de 1908; Pedro San Vicente, en 1915; y Celestino Falces, el 30 de diciembre de 1920.

Dediquemos antes de terminar este capítulo un recuerdo ca- riñoso al R. P. Patricio Adell de San Macario, alma de las fun- daciones de la provincia de San Nicolás de Tolentino en Amé- rica.

El Padre Adell nació en Andorra el 17 de marzo de 1842 y se dedicó a Dios en la Recolección Agustiniana, para ser lus- tre y honra de ella, el 3 de octubre de 1860, mediante los votos religiosos.

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En septiembre de 1865 se ordenó de sacerdote en Manila, a donde había llegado en abril de aquel año, y tomó a pechos el ejercicio del ministerio sagrado en diversas poblaciones del Archipiélago. Los Superiores lo condecoraron con honrosos títu- los y le confiaron delicados puestos lo mismo en Filipinas que en España, tales :omo Prior de Cavile y de San Sebastián, Rec- tor de Monteagudo, Maestro de Novicios, Definidor provincial y Vicario Provincial de Negros. Por motivo de la guerra filipina salió de Manila el Padre Adell en compañía de siete Religiosos el 2'ó de agosto de 1898 con rumbo a América, donde se abrie- ron a su espíritu emprendedor nuevos horizontes halagadores y risueños. Durante el tiempo que estuvo al frente de las Misio- nes americanas se fundaron las siguientes casas que dan una idea de la activa labor del Padre Adell: las de Panamá, Darién, Tumaco, Maracaibo, Ciudad Bolívar, Soledad, Upata, San Félix, Caura y San Antonio.

El Padre Adell fue nombrado en 1901 Definidor General de la Orden con residencia en España, donde murió el 2 de agos- to de 1908.

En el cielo rueguen por quienes todavía hemos de librar duras batallas en la tierra, los abnegados Religiosos Agustinos Recoletos que nos precedieron en los trabajos y en la recompen- sa eterna.

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CAPITULO VII

Palabras del limo, señor Ezequiel Moreno Los Agustinos Recoletos en Tumaco Descubrimiento de la Costa Colombiana del Pacífico Curioso documento.

El limo, señor Obispo de Pasto, Fr. Ezequiel Moreno y Díaz, a cuya jurisdicción pertenecía parte de la Costa colombiana del Pacífico, dio al dirigirse a Roma en 1898 una pastoral, en la que al manifestar los motivos que tenía para su viaje a Europa, hace mención entre otros del siguiente:

«Además de esos fines propios de la Visita ad limina, escri- be, nos ocuparemos en nuestro viaje de otro importante asunto, que será buscar sacerdotes de alguna comunidad o congregación religiosa que vengan a administrar los pueblos de esta Diócesis que comúnmente llamamos de la Costa. Estos pueblos se hallan siempre o casi siempre mal administrados, por falta de sacerdo- tes que se hallen en condiciones de poder vivir en aquellos te- rritorios poco o nada sanos por una parte, y por otra solitarios y faltos de recursos.»

A pesar de las gestiones del limo, señor Moreno en Espa- ña para llevar misioneros a la Costa del Pacífico, no pudo con- seguirlos de una manera fija, si bien los Superiores le dieron esperanzas de lograr su intento en Panamá, donde se encentra- ban muchos de los que habían salido de Filipinas por causa de la guerra.

Muerto al pasar por el Istmo, el 10 de mayo de 1899, el Padre Benito Ojeda, compañero del señor Moreno, lo reemplazó el Padre Mariano Landa, con la anuencia del Vicario provincial, Padre Bernardino García, quien, además, envió para Tumaco en

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compañía del Obispo con el fin de inspeccionar la costa, a los Padres Melitón Martínez y Gerardo Larrondo. Asi lo escribió el señor Moreno en una carta, fechada en Panamá el 5 de abril, con estas palabras :

«Me acompañará el Padre Marciano. Me llevo además dos.... para que hagan una expedición por los pueblos de la Costa de mi Diócesis para que vean lo que es aquello, por si hubiera ne- cesidad de que fuesen.»

Antes de salir para el interior de la Diócesis el señor Obis- po, confirió al Padre Melitón Martínez el nombramiento de Pá- rroco de Tumaco, donde acababa de morir un joven sacerdote que estaba al frente del curato; y le dio por compañero al Padre Gerardo Larrondo. La primera partida que se halla en los libros parroquiales, firmada por el Padre Melitón, es la de un bateo el 12 de mayo de 1899.

Mas no hablemos de la titánica labor de los Agustinos Re- coletos en la Costa sin haber antes conocido el inmenso territo- rio, donde abnegados Religiosos han ejercido el ministerio des- de 1899 hasta el presente.

El descubrimiento de la Costa colombiana del Pacífico se debe al adelantado Pascual de Andagoya y a Francisco de Pi- zarro. Se desprende así de la descripción que hizo aquél sobre «Los descubrimientos en el Mar del Sur.» Este documento se conserva en el archivo general de Indias de Sevilla, entre los papeles traídos de Simancas, y parece que tiene muchos visos de original. Nos parece importante y curioso trasladar algunos párrafos de él aquí, los cuales son del tenor siguiente:

«En el año de 22 (1522), siendo visitador general de los Yndios salí yo de Panamá a visitar la tierra del Este, y llegado al Golfo de San Miguel, pasé a visitar una provincia que se de- cía Chochama bien poblada de gente y lengua de los de Cueva. Aquí supe cómo por la mar venía cierta gente en canoas, a ha- cerles guerra todas las lunas llenas, y tenían tanto miedo de aquella gente los de aquella provincia que no osaban ir a la mar a pescar; estos eran de una provincia que se dice Biru, donde corrompido el nombre se llamó Pirú. Toda la gente de allí en adelante era belicosa. Pidiéndome favor este chochame para defenderse dellos, y por descurbrir lo que había de allí

48 Costa colombiana

adelante que hasta entonces no se había descubierto, envié a Pana- má hacer más gente de la que tenía y venida, tomando aquel señor y las lenguas y guías que él tenía camino seis a siete días has- ta llegar aquella provincia que se dice Biru y subí un río gran- de arriba cerca de veinte leguas donde hallé muchos señores y pueblos y en la frontera una fortaleza a la junta de los ríos muy fuerte y gente guardándola de guarnición y puestas las mugeres y hacienda en salvo, la defendían bravamente. En fin entrado en lo alto della fueron presto desbaratados, porque ellos pelea- ban con paveses que les tomaban todo el cuerpo y lanzas cor- tas, y como el sitio era pequeño, y a los primeros encuentros se mezclaban con los españoles y con espadas y rodelas fácilmen- te fueron desbaratados. Esta es una provincia muy poblada y llega hasta donde agora está poblada la ciudad de San Juan, que serán hasta cincuenta leguas. Desbaratada esta gente y to- mada esta fortaleza no osaron más ponerse en armas, tratóse con ellos toda verdad y con esta vinieron algunos señores de paz y hechos los autos y ceremonias que se requerían para darse por vasallos de S. M., vinieron otros y se pacificaron siete señores muy principales que el uno era de todos ellos, y de otros mu- chos como rey a quien todos tenían reconocimiento. En esta pro- vincia supe y hube relación ansí de los señores como de merca- deres, e intérpretes, que ellos tenían de toda la costa, de todo lo que después se ha visto hasta el Cuzco particularmente de cada provincia la manera y gente della porque estos alcanzaban por vía de mercaduría mucha tierra, tomando estos intérpretes y el señor principal de la tierra que quiso de su voluntad irme a enseñar otras provincias de la costa que a él obedecían. Bajé a la mar y corriendo la costa los navios apartados algo de tierra y yo en una canoa descubriendo los puertos, en ella me anegué de manera que si no fuera por el señor que llevaba conmigo que me tomó en brazos y me echó encima de la canoa, yo me ahogaba, y ansí estuve hasta que vino un navio a mi soco- rrer, y puesto en él, estuve entretanto, que socorrieron a los de- más, más de dos horas, mojado, y con un aire frío y muchas aguas que había recebido, amanecí otro día tullido que no po- día rodearme. Visto que yo no podía en persona andar en el descubrimiento de la Costa, y que se perdería la jornada acor-

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de volver a Panamá con el señor e intérpretes que llevaba y relaciones que tenía de toda la tierra. Esta tierra nunca había sido descubierta ni por Catilla, ni por tierra del Golfo de San Miguel adelante, y desta provincia se tomó el nombre de Pirú que de Biru se corrompió la letra, y la llamamos Pirú que des- te nombre no hay ninguna tierra. Visto Pedrarias tan gran noti- cia como yo llevé e informado de médicos que yo no podría sanar sino por curso de tiempo, y ansí estuve tres años que no pude cabalgar a caballo, me rogó que diese la jornada a Pizarro y Almagro, y al Padre Luque, que eran compañeros, porque tan gran cosa no párese de seguirla, y que ellos me pagarían lo que tenía gastado. E yo respondí que en lo de darles la jornada que holgaba dello, pero en lo de la paga que yo no le quería dellos, porque a pagarme a los gastos, no les quedaba a ellos con- que comenzar la cosa, porque no tenían ellos en aquel tiempo más de hasta seis mil pesos, y aún estos no todos en dinero; y ansí Pedrarias y ellos tres, que fueron cuatro hicieron compa- ñía cada uno por su cuarta parte, comenzaron con los intérpre- tes y relación que yo les di en un navio y dos canoas a hacer la jornada y avisado de el Pizarro cómo la había de inten- tar; sospechoso de tomó el contrario parecer que yo le di, y fue a aquella provincia que yo pacifiqué y de allí comenzó haciendo su matalotaje y como se metió en aquel Ancón de la Costa, y las sierras muy altas a pique de la mar no echaban de terrales, para poder salir de la Costa, y los vientos a la continua son allí al Oeste, y ansí estuvo allí en llegar a la Ysla del Gallo por aquella Costa sin poder entrar en la tierra cerca de cuatro años, donde se le murieron más de cuatrocientos hom- bres por aquellas playas, y desbaratado arribó dos veces a esta provincia del Biru donde se tornaba a rehacer de mantenimien- tos; y de Panamá Pedrarias y Almagro le rehacían de la gente que podían. Confinan con esta provincia del Biru la Costa ade- lante dos señores extranjeros en aquella tierra, que habían veni- do conquistando de hacia las espaldas del Darién y ganaron aquella provincia, estos son caribes y flecheros de muy mala yerba, dícense Capusigra y Tamasagra, ricos de oro: para la resistencia destos y de sus flechas, los del Biru habían hecho paveses que ninguna flecha los pasaba pero todavía en decir

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que comían carne humana, los temían infinito, como en mi rela- ción parecía que estos señores eran ricos. No embargante que di por parecer que no tocase allí Pizarro porque se perdería, sino que pasase adelante por alta mar desde Panamá, se fue allí desde el Biru, y los indios saliéronle a la Costa muy en or- den y quisieron tratar con él de paz, y vinieron al Real de los españoles ciertos indios, diciendo que querían tratar mercade- rías que ellos holgaban dello, y ansí comenzaron a pedir cosas a los españoles de poco precio y ofrecían a dar mucho. Pizarro no avisado de lo que convenía que hiciese, mandó so graves penas que ninguno con ellos rescatase. Visto los indios que no eran gente de mercaduría receláronse y ponen a punto sus ar- mas; recogidos a su pueblo vinieron sobre el Pizarro, y él se halló en un alto donde no pudieron ofendelle, y ciertos indios que habían salido de los que llevaban los cristianos por yerba para los caballos, los flecharon y dentro de doce días estaban hinchados como toneles. Entendido Pizarro que había sido bien aconsejado que no le convenía allí entrar, pasó adelante y llegó a Yslas de Palmas, donde halló ocho o diez casas y maíz y otros mantenimientos. Aquí estuvo algunos días y los indios vi- nieron sobre él y le hirieron ciertos españoles. De aquí pasó adelante sin tocar en el puerto de la Buenaventura, llegó a una provincia que confina con el río de San Juan, que se dice los Petres, que agora se dice el río de Santa María. En esta pro- vincia le mataron los indios ciertos españoles, y no pudieron entrar en la tierra; pasó el río de San Juan, donde a la boca del hallaron un pueblo, y en él toparon once o doce mil caste- llanos: robado este pueblo pasaron adelante sin tocar en la tie- rra hasta la Ysla de la Gorgona, y como en esta no hallaron poblado pasaron hasta la Ysla del Gallo, y hasta llegar a esta Ysla estuvo los cuatro años que digo. En este tiempo fue a Pa- namá por gobernador Pedro de los Ríos, y éste movido de co- dicia por la jornada, quiso deshacer al Pizarro, envió un capi- tán en su busca, y éste le halló en la Ysla del G?llo, y le tomó la gente, mandando el Pedro de los Ríos que se volviesen a Panamá. Y viéndose perdido Pizarro, determinó quedarse ailí con diez hombres que le quisieron acompañar y con su navio envió a descubrir con solo los marineros por la Costa adelante y es-

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tos llegaron hasta ver tierra rasa y llana. Y vuelto el navio a la Ysla del Gallo donde quedaba Pizarro y estuvo siete o ocho meses, volvió en el navio y descubrió a Tumbez y a Payta.»

Después de hacer Andagoya la descripción de la conquista del Perú, narra cómo fue nombrado Gobernador en España, su viaje hasta el Valle de Lili y varios pormenores curiosos de la Costa.

«La Gobernación de la Nueva Castilla, escribe, comienza desde la provincia de Catanes, que es de Puerto Viejo al Norte, y de allí hasta el río de San Juan. El año de 36 se dio en Go- bernación al licenciado Gaspar de Espinosa el cual murió el año de 37, en El Cuzco, habiendo ido a socorrer al Marqués don Francisco Pizarro, y de allí ir a su Gobernación; la cual nueva vino a esta corte, estando yo en ella en fin del año de 37; y a se me hizo merced de la misma Gobernación con más de la que hay desde la punta de San Juan hasta el Golfo de San Mi- guel. Despácheme de Toledo el año de 38, y embarquéme en San Lucar principio deste 39. Llevé de España hasta 60 hom- bres. Llegué al Nombre de Dios el día de San Juan; adelante comencé a hacer en Panamá mi armada, en que hice doscientos hombres y estuve en la hacer hasta 15 de febrero deste año, y fui a reconocer el cabo de Corrientes, y corrí la Costa hasta la Ysla de Palmas, donde desembarqué toda la gente y caballos. Hallé allí cinco casas de indios con algún maíz. De aquí envié a descubrir los bergantines donde hubiese poblado, y la tierra es allí tan áspera de montaña y anegadizos de esteros que en- tran de la mar, que no se halló poblado, salvo aquellas cinco casas, y estas salían de un río, que venían allí a hacer pesque- rías. Ocho leguas de la Ysla se descubrió el puerto de la Buena Ventura, y una montaña muy áspera salía un camino que baja- ba a la mar de indios que venían a hacer sal, y estos pasaban por aquella tierra y montaña que es la más áspera y alta que se ha visto en Yndias. Dejando cincuenta hombres con el arma- da entré por este camino con toda la otra gente y caballos, los cuales llevé hasta nueve leguas de la mar con mucho trabajo; y de allí adelante era y es tan áspera la tierra que muchos pe- rros no pudiendo pasar tras la gente se volvieron a la mar. A catorce leguas de la mar di, en una provincia que se dice Atun- zeta, muy asperísima tierra y bien poblada. Salieron de guerra

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los indios, a los cuales no haciendo caso dellos, y entrando por sus pueblos sin robar ni prender a nadie vinieron todos de paz. Aquí supe cómo a una provincia diez leguas de allí que se dice Lili estaba un pueblo de cristianos que dejó allí Benalcázar cuan- do salió de aquella tierra que se decía Cali el cual estaba por el marqués don Francisco Pizarro. A diez de mayo en el año de 40, llegué a aquel pueblo y hallé en él 30 hombres, los 18, tu- llidos.... Llegado yo a Lili visto que el camino que traía era tan áspero que era imposible pasar por él caballos, envié luego a descurbrir otro camino que desechase las sierras, y salió a la Bahía de Ziuz y provincia de Yolo donde mandé poblar la pro- vincia de Yolo o Buena Ventura: en la ribera abre un río gran- de tres leguas de la Bahía que llegan los navios con toda la carga a echar los caballos en la plaza del pueblo. Es tierra mon- tuosa, fértil y de muchas frutas y caza de puercos. Esta ciudad está 22 leguas de la de Lili en Este-Suoeste; y la de Lili de la de Popayán 20 casi Norte-Sur; Popayán está del río de San Juan 26 leguas.... En las diez leguas del camino a vuelta de Po- payán hay otro señor de otra legua; y en estas diez leguas ha- bía otro señor que se decía Jamandi y muchos pueblos de a 500 y 800 casas; desde este señor que se dice y comienza la lengua de Xitirigiti por aquella cordillera de la mar a la parte del río de San Juan y mar del Sur deste valle diez leguas corre aque- lla de Xitirigiti aguas vertientes al valle porque de lo alto hacia la mar esotra lengua diferente»....

«Enviando yo a un capitán a descubrir la Costa, entró con dos bergantines un río arriba, a una vuelta del río había una cruz grande acabada de poner quellos tenían espías para cuan- do fuesen allí cristianos, bogaron los bergantines recio para des- cubrir la vuelta del río y vieron ir una canoa con seis hombres que acababan de poner la cruz, y yendo tras ella hallaron los señores de la tierra con otras sesenta canoas esperándolos y como vieron a los bergantines hicieron señal de paz y como el capi- tán les respondió con ella, vino un señor en una canoa con cier- tos mantenimientos que les trujo a los bergantines, y por seña- les dijo que saltasen a tierra a una casa grande que allí estaba, y en él salió con ellos y los aposentó en ella; y esta casa esta- ba toda a la redonda cercada de cruces. Querido saber después

del Pacifico 53

la causa que estos hicieron este recibimiento siendo gente tan belicosa porque está en la provincia de los Pesies.... fue que es- tos confinan con los de Chasguio.... y de aquel señor Juangomo (cacique convertido), y se tratan por vías de mercadurías; y pa- reció que indios destos se hallaron en aquella conversión por espías y vieron todo lo que hicieron en el adorar de la cruz. Y por esta causa entendido todo lo que nosotros entendimos salie- ron a recibirnos con ella.»

«Desde esta cordillera de sierras que está sobre la mar aguas vertientes a ellas es toda montuosa y fraguosa y en ella están las poblaciones hasta la mar; y desde el río de Santa Ma- ría hasta cerca de la Ysla del Gallo, que hay cincuenta leguas pueden ir los bergantines por dentro de la tierra sin salir a la mar de un río en otro, porque van asidos que uno sale a otro y todos están poblados, y las casas que en ellos hay son tres- cientos pasos en largo, y de doscientos y ochenta y en cada casa a lo menos hay cien vecinos casados; todos estos se andan en sus canoas que no hay caminos por tierra; son ricos y de mucha contratación de sal y de pesquería. La tierra adentro, en el paraje de la Ysla del Gallo hay cierta provincia de ríos muy poblados que las casas son fortalezas armadas en alto sobre ár- boles o sobre pilares de madera muy altos y habitan en lo más alto con escalera levadiza gente muy rica no hechos a la guerra porque de una barca que vayan cinco o seis hombres no osan aguardar en aquellas fortalezas. Junto a estas provincias hay un valle que se dice Los Cedros así enfrente de la Ysla del Gallo, que es muy poblado y muy rico, y en todas las más de las casas tienen sus corrales de puercos de los naturales de allá y las mu- jeres todos los brazos traían llenos de anillos de oro fino en gran cantidad. Deste valle se ha tenido de la tierra adentro y de to- das partes gran noticia de la riqueza della, la manera de la gen- te y los ritos y ceremonias que tienen; no se ha sabido de cier- to hasta agora que un capitán que yo envié a poblar a la pro- vincia de Cataller donde está poblada, y no el nombre que la puso, por eso no se pone aquí.»

«En este Mar del Sur hay muchas corrientes a cuya causa esta Costa no se puede navegar, si no es junto a tierra, si no es con dilación, y ansí se coge la Costa surgiendo cada tarde

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y casi con mareas porque hay muchas piuntas que no puede el viento contra la corriente. En el puerto de la Buena Ventura mengua la mar más de media legua, y en la Ysla de Palmas y Bahía de la Cruz mengua un tiro de cañón y es todo lo uno de lo otro diez leguas y ocho leguas, y ansí en toda la Costa men- gua más en una parte que en otra, conforme a la entrada de la mar.» (1)

(i) Colección de documentos inéditos sobre la Geografía y la Historia de Colombia recopilados por Antonio B. Cuervo, tomo II.

CAPITULO VIII

Generalidades sobre la Costa— Un documento de 1 605— Observaciones del capitán Alejandro Malaspina - Ancón de Sardinas Punta Man- glares—Costa de la Gorgona Golfo del Chocó— Una página del geógrafo Montenegro, escrita en 1810— Descripción de F. J. Ver- gara y Velasco en 1901 Tres informes sobre el ferrocarril de Pasto al Pacífico.

En un documento anónimo parece que del año 1605, guarda- do en el Archivo de Sevilla, se lee una descripción de la Cos- ta. De él tomamos lo siguiente :

«De Morro quemado a la anegada grande hay veinte leguas en cuya distancia están todas las anegadas: esta costa muy peligrosa de bancos anegadizos, no hay que arrimarse a ésta: de la anegada grande, al río de Indios una legua, de ésta al río Zamudio nueve leguas. De este pueblo de Limones tres, y de éste a la Punta de las Salinas uno. De ésta al cabo de Corrien- tes seis; de dicho a la boca del río de Bogobaes cuatro leguas: éste se nombra Chirambira en cuya boca está una isla: de la boca a la isla de Palmas tres leguas: de ésta a la bahía de San Buenaventura dos leguas. El río de Indios es muy caudaloso y hondable chupa mucho en su creciente: aquí se comieron los indios el año de 47 la tripulación de un paquebot que por ha- ber hecho mucha agua el barco arribaron a componerlo. En las Salinas está el puerto de Linos, es bueno, y abrigado. Entre el río de Indios y las Salinas está el río Zamudio igualmente cau- daloso. De Cabo Corrientes al río Bogobay es costa baja a la mar; pero tierra adentro alta. La isla de Palmas es baja y tiene bajos al rededor; igualmente dos bocas de ríos, la una de San

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Juan y la otra de San Buenaventura. De la isla al Farallón de San Pedro tres leguas y entre el Farallón y la Punta de Arenas se principia a sondar apartándose del placer que de baja mar queda en seco. Del Farallón al fuerte donde desembarcan hay seis leguas. Este río tiene en partes cuatro brazas y en otras dos. De San Buenaventura al río Raposo ocho leguas. De éste al de Cajambre tres. De éste a Turumangui seis; de aquí al de Tagui cinco; al de Sarabia once, de éste a Iscuandé dos y de San Buenaventura a la Gorgona veintiocho leguas, costa de bancos y muchos ríos que chupan de creciente. En esta isla de la Gorgona invernaron los conquistadores: tiene su puerto por la parte de N. E.; hay agua, plátanos, etc. De esta isla a la Punta de Guascama 13 leguas, costa baja y de muchos cayos y ríos, y sus corrientes tiran mucho para sus bajos: no hay que atracarse con poco viento. De Guascama a Timbiquí 4 leguas: de dicho río Timbiquí a la Isla del Gallo 3 leguas costa menos peligrosa y en la parte del N., de ella se puede fondear que allí es el puerto de Salahonda. Aquí se ve un crucijijo con dos lámparas, estando a distancia de cincuenta pasos, que más dis- tante sólo se percibe un género de betún oleaginoso: aquí hay agua, leña, etc., es costa más alta que la de la Gorgona y llue- ve todo el año sin conocerse vera no. De la Isla del Gallo a Pun- ta de Manglares diez leguas, costa baja a la mar y en su inter- medio está Tumaco; es buen puerto y de toda providencia: en él hay españoles e indios: para surgir en este puerto se necesita avalizar la canal por ser variable: en este puerto hay toda pro- videncia (menos pan, lo que sucede en todos desde Guayaquil hasta Acapulco) y también muchos bajos y piedras de los que abunda Punta de Manglares; por estos lugares se han perdido varias embarcaciones y así cuidado con la sonda desde dos le- guas a la mar. De Punta de Manglares sigue la gran ensenada de Ancón de Sardinas la que tiene diez leguas de largo: es cos- ta anegadiza y manglares con algunos bajos, y al remate está el río Santiago.»

A fines de 1790 y principios de 1791 recorrió las Costas colombianas del Pacífico una comisión científica, dirigida por el capitán Alejandro Malaspina. Tomamos de su libro «Un viaje científico al rededor del mundo», las siguientes observaciones hechas en nuestro litoral:

- v -,

- -

del Pacifico 57

- «Franqueada !a navegación, se lee allí, con el aprovecha- miento de la virazón de la tarde, evadidos al día siguiente los efectos de algunas turbonadas con mantenernos sobre poca vela casi en una posición uniforme, ya en la tarde del 3 de noviem- bre (1790), pudimos empezar de nuevo las tareas acostumbradas al andar de la Costa. Debíamos atravesar ahora los límites cons- tantemente lluviosos de las dos estaciones opuestas en aquellos mares; debíamos luchar al mismo tiempo con las calmas, las co- rrientes, las lluvias y las turbonadas que casi a porfía dominan allí en todo el año; la Isla del Gallo, la Gorgona, la Bahía de San Buenaventura, eran norrñres hasta entonces temidos con mucha razón en aquellas inmediaciones, y sin embargo, debía- mos reconocerlas y sujetarlas a observaciones exactas de latitud y longitud; finalmente las costas a donde se dirigían ahora nues- tros pasos, si bien sujetas a la monarquía, no podían menos de reunir a nuestra vista en una sola perspectiva los sufrimientos de los primeros navegantes españoles, las invasiones de los fili- busteros y la despoblación natural de un país aún no desmon- tado, y sujeto por la misma razón a unas lluvias y tempestades tan duraderas.»

«Nunca la navegación nuestra fue más feliz que en los días.... en los cuales.... debíamos luchar con unos obstáculos tan cons- tantes como difíciles de vencerse. Las lluvias, lo más frecuente- mente, eran sólo copiosas durante la noche; y los días, al con- trario, despejados, nos proporcionaban al mismo tiempo la vista individual de las costas y la repetición necesaria de las obser- vaciones.»

«Recorriéronse así y pudieron describirse con mucha exac- titud las costas que desde el Cabo San Francisco corren por las puntas de Mangles y Salahonda, por las Islas del Gallo y Gor- gona y por la ensenada de San Buenaventura, hasta la Punta de Chiramira y el Cabo Corrientes. En las inmediaciones del cabo ya las tierras son bien altas, cesando los manglares que vienen sin interrupción desde el Cabo San Francisco; no se encuentra fondo a tres leguas de la Costa con cien brazas de sondaleza. Finalmente, siguen allí muchos ríos de los que inun- dan el Chocó, tributando al mar al mismo tiempo los despojos de una vegetación siempre lozana y las arenas de oro, que con

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su brillo engañoso atraen hasta aquellos bosques al hombre codicioso.»

«Ancón de Sardinas. La Punta Ostiones, que es el principio de la costa baja, en parte anegadiza y de manglares forma una ensenada algo profunda, poblada de indios a la cual llaman Ancón de Sardinas, y la termina al norte la Punta de Mangla- res de que está cubierta. Demoran las dos puntas al Nordeste, cuya ensenada comprendida, la interrumpen varios ríos pequeños que despiden algunos bajos cerca de la costa.

Punta Manglares.— La Punta Manglares situada en Io 36' 20" de latitud Norte y 51' 25" de longitud Oriental, se presenta baja, pero en sus inmediaciones se ven unas pequeñas alturas. Queda aislada, como también un pedazo de la costa cercana por unos brazos de mar que se internan; algunos ríos la bañan igual- mente, y parecen subdividirla en otras islas menores.

Se encuentran sesenta brazas fondo a 25 millas al Sudoeste de aquella punta a la cual no puede acercarse, por unos bajos que se extienden de ella hasta una legua escasa a la mar.

En la dirección Nordeste corren seguidamente las puntas de Manglares y de Guascama, distantes entre veinte leguas. Su costa comprendida es aplacerada por los muchos ríos que des- embocan en ella, extendiéndose mar afuera al bajo fondo desde la primera punta nombrada hasta la Isla del Gallo, en cuyo tre- cho es preciso navegar con cuidado y con repetidas sondas des- de dos leguas a la mar. Entre las dos puntas se hace primero visible una pequeña isla situada cerca de la Costa a diez millas de la Punta Manglares, en la cual se forma el Morro de Tuma- co, que es un monte muy alto, con un pico de árboles. A su parte exterior y muy cerca, hállase un farallón llamado el Que- sillo, y entre ella y la costa firme, donde se encuentra la pobla- ción de Tumaco formada de españoles e indios, hay dos islas menores de las cuales la más meridional es la Isla Viciosa. Ofre- ce un buen puerto al norte del Morro Tumaco, para cuya entra- da, rodeada de piedra, es preciso avalizar la canal que es a ve- ces variable con fondo de seis a diez brazas: hállanse en él di- ferentes especies de provisiones, si se exceptúa de pan, que no se encuentra en toda la costa desde Guayaquil para el Norte.

Desde el Morro Tumaco hasta la Isla del Gallo que es otro

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objeto notable del pedazo de costa que vamos describiendo, for- ma la costa firme una ensenada algo profunda llamada de Usmal, por unas pequeñas lomas cubiertas de arboleda, que se levantan cerca de la mar sobre un terreno anegadizo y de manglares. En lo interior se ven las sierras de Barbacoas, que se distinguen por su mayor elevación. El rio Rosario, bastante caudaloso, des- emboca en este trecho, del cual se avanza a la mar poco más de una legua El Viudo, islote pequeño rodeado de bajos que se extienden bastante para afuera.

Isla del Gallo.— La Isla del Gallo se separa de la costa por un pequeño estero: es de poca elevación, más elevada por la parte Norte que por la del Sur, en cuya dirección próximamen- te coge su mayor extensión que es de dos millas. Su fondeade- ro es al Norte en ocho brazas arena, llamado puerto de Salahon- da, por la pequeña ensenada, que le está inmediata, en que se halla una población a la orilla del río de su nombre, con el cual se distingue también la punta que termina la ensenada al Norte en la que se eleva un morro de mediana altura, cubierto de ar- boleda, y lo más alto de esta costa inmediata.

Sigue luego el terreno para el Norte, más bajo, no con tan- ta arboleda, y en lo interior se ven algunos cerritos poco nota- bles: lo interrumpen diferentes ríos, algunos de los cuales con- siderables, y su fondo aplacerado permite fondear en diferentes partes de la costa.

Punta de Guascama. La Punta de Guascama, temible por los bajos que la rodean, se extiende más de una legua a la mar: es el principio de la Costa de la Gorgona, la cual hurta mucho para el Este, y la forma un terreno bajo, lleno de manglares, entrelazado de los muchos ríos y esteros, cuyas aguas despiden muchos bajos y placeres. Al Nordeste de aquella punta, a ocho y media millas de distancia, se cogen treinta y cinco brazas con- chuela.

Isla de la Gorgona. La isla de la Gorgona que le da el nombre a su costa inmediata, queda situada a veinticuatro mi- llas al Nordeste de la Punta Guascama y a diez millas de la costa inmediata. Es de mediana altura cubierta de árboles, y avistada al Nordeste 74. Este se presenta formando tres alturas igualmente distantes, de las cuales la mayor es la del medio, y

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le sigue luego por su elevación la del Sur: su mayor extensión es de una legua escasa en la dirección del Norte pocos grados para el Este. De esta isla se separa muy poco hacia el Nordes- te un pequeño islote llamado el Flamenco, y al Sur de la mis- ma poco más distante, hállase la Gorgonilla, que es una isleta rodeada en gran parte de faralloncitos. Son muy ondables todos los alrededores de estas islas, y al Este de la mayor ofrecen "mejor fondeadero en veinte brazas de agua cerca de tierra, en donde unas playas de arena facilitan el atracar a ella para pro- veerse de agua de los varios arroyos que la bañan, como igual- mente de leña y plátanos, pero sin otros auxilios que propor- cionaría una población que allí hubiese. A diez millas por la parte Oeste de la Gorgona no se halla fondo con cincuenta y cinco brazas....

Costa de la Gorgona. Volviendo de nuevo a la Costa de la Gorgona diremos que el exacto conocimiento de ella, como- de un gran trecho de la que corre al Sur, merece una descrip- ción más prolija de la que podamos dar, y a la verdad intere- sante, por los muchos ríos y esteros, varios de los cuales son considerables. Los placeres despedidos por estas aguas, que se creía enteramente avanzasen más a la mar, las diferentes corrien- tes encontradas que forman los mismos ríos, la tierra baja y de manglares, y las estaciones sujetas, o a muchas cerrazones, llu- vias y turbonadas, o bien de los vientos de afuera, han sido otros tantos estorbos para no tener unas descripciones exactas y conformes de los que han emprendido estos reconocimientos por partes. Ciñámonos, pues, a los objetos notables por su na- vegación costanera y se reconocerá primero en la Costa de la Gorgona unos pequeños saltos llamados Altos de la Tortuga, a diez y ocho leguas de la isla de aquel nombre, poco distantes de la orilla de la mar, de donde se extienden los bajos trias afue- ra que en el resto de la costa, exceptuada la Punta de Guasca- ma, y es a poco más de una legua. Al Noroeste de estos altos se cogen cuarenta y una brazas lama, y a! Nordeste de los mis- mos treinta y tres brazas igualmente lama, distante aquel fondo de la costa inmediata veintiuna millas y éste veintitrés.

Golfo del Chocó.— De los Altos de la Tortuga hasta la isla de la Palma compréndese el golfo del Chocó, en cuya costa se

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hacen visibles los altos del Mallorquín, que forman un morrito en figura de pan de azúcar, antes de los cuales profundiza una ensenada con varios ríos para contener la isla de los Camachos, que se extiende cinco millas en circunferencia. Sigue al Norte la bahía de San Buenaventura, rodeada de bajo fondo interna una legua, y una igual distancia que abraza su boca, queda terminada por la punta del Soldado al Sur aplacerada, y por la de San Pedro al Norte, inmediata a dos islotes, cuyas puntas demoran al Noroeste a una legua de distancia. Sirve de fondea- dero para las embarcaciones pequeñas cerca de la Isla del Cas- cajal, situada en medio de la bahía cuatro o cinco brazas arena y para las grandes en la costa del Sur en ocho o nueve brazas lama, frente de la playa del Soldado, la cual toma el nombre de la punta ya citada, que determina su extremo occidental. Forman esta bahía tierras bajas interrumpidas de algunos ríos y esteros, pero en lo interior se ven montes de regular altura. Desde la punta de San Pedro continúa la costa algo más alta, de piedra un poco escarpada, con manchas blancas hasta la bahía de Málaga, en donde desaguan y se entrelazan varios ríos. No es de tanto placer su fondo, y en su medianía se ha- llan Los Negrillos, así llamados a dos pedruscos bastante uni- dos, que siempre velan y se separan poco más de dos millas de la tierra firme, para formar una canal de ocho brazas, y por fuerza de ellos, a diez millas se encuentran treinta y cinco bra- zas lama suelta.»

«En el Chocó, escribe el geógrafo Montenegro, son por lo común cenagosos los valles y sumamente feraces; una parte de su litoral, desde el punto de Pinas hasta el cabo Corrientes, pertenecía a la provincia llamada antiguamente de Biruquete; entre dicho cabo y el seno del Chocó corría la costa de Nóvita, cuya parte septentrional corresponde ahora al Chocó; la meri- dional situada al S. de la embocadura del Noanama y sucesi- vamente la del partido del Raposo hasta el río de Los Cedros, y la del partido de Barbacoas hasta el río Mira, pertenecía a la provincia de Buenaventura, de temperatura más ardiente que la del Chocó y también más feraz; en ambas es muy rica la vege- tación, pero carece el suelo de cultivos ;.... los partidos del Rapo- so y Barbacoas, y la provincia de Pasto, eran antes parte del

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Gobierno y provincia de Popayán, y Buenaventura, su puerto principal; la provincia propia del Chocó se extendía desde las cabeceras del Atrato hacia el Golfo de Urabá, limitada al Este por la de Antioquia, al N. E. por una parte del Darién del Nor- te agregada a Cartagena, al O. por la provincia de Biruquete en el Chocó, y al N. O., por el resto del Darién, comprendido en la provincia de Panamá.»

«Las poblaciones del Chocó y Buenaventura son todas na- cientes y con caseríos generalmente de paja. Buenaventura, capi- tal de la segunda provincia. ...se compone de unas cuantas casas miserables, habitadas por descendientes de África, un cuartel con una corta guarnición,' que cubre una pequeña batería, y ade- más la casa del Gobernador y la Aduana, formadas de guadúas; está situada en una pequeña isla, cubierta de yerba, espinas, fango, serpientes y sapos ;....admite su bahía buques de todas clases, que pueden entrar y salir a cualquiera hora sin peligro.»

He aquí ahora una descripción reciente de la Costa, hecha en 1901 por F. J. Vergara y Velasco:

«Al pasar las colinas que cierran por el S. el valle de San Juan se cae a la bahía del Chocó (Buenaventura), formada allí donde el Pacífico se acerca más a la cordillera, haciendo que la costa forme acentuado escalón que divide los dos Chocos. El litoral del bajo Chocó, a partir de dicho seno, se inclina al S. W., de manera que si primero tiene relativamente cercanos los rema- tes de los estribos de la cordillera, se aleja de ellos, lo que permite que se ensanche la llanura litoral. Al llegar frente a la isla Gorgona, cambia de ritmo y repentinamente retrocede hacin el Ocaso a deshacer el escalón señalado en Buenaventura, con lo cual las planicies tendidas al pie de la cordillera adquieren su máxima anchura, luego apenas reducida un tanto por la en- trada que se llama la bahía de Tumaco.

En toda la costa de Buenaventura, la tierra en una faja de dos a cuatro leguas de anchura está anegada, forma un conti- nuado archipiélago donde sólo puede prosperar el frondoso mangle, y las travesías son insoportables, porque nubes de zan- cudos, jejenes y mosquitos que también suben por los ríos, ator- mentan sin cesar al pasajero.

Hacia el Sur hasta el Patía, la llanura litoral se ensancha, y por ella alcanzan al mar numerosos ríos, algunos de caudal

del Pacífico 63

considerable, como el Micay y el Iscuandé, pero todos los cua- les terminan por varias bocas, o se forman deltas cuyos caños se unen y entrelazan de tal manera que en definitiva forman un solo y prolongado delta, paralelo a la costa, y por lo mismo de inapreciable valor, porque fuera de ella hay bajos y bancos de arena que avanzan en el mar, y ya queden al descubierto cuando este se retira, ya siempre ocultos impidan a las olas su libre movimiento, producen una zona de rompientes temidísima de los marinos que torna peligrosa y difícil la entrada de las bocas de los ríos.

Los bancos de arena mencionados provienen del continuado acarreo de los ríos y de la no interrumpida acumulación de las arenas del mar, combatidas por los impulsos contrarios de las olas y las corrientes fluviales. Empero, estos bancos de arena que el mar ha ido dejando en toda la costa, son los únicos lu- gares habitados del litoral.

Si dejamos la costa para internarnos en la llanura, hallare- mos paralela a ella una faja de 30 a 40 kilómetros de anchura, cortada por dondequiera por una multitud de caños, esteros y brazos, y en la que domina sin rival el mangle que vive donde las aguas saladas alternan con las dulces, y donde periódica- mente, por virtud de las mareas, sus raíces gozan de la hume- dad y de los ardores del sol. A la vez donde tal planta viva, resulta, como es natural, un foco perenne de infección muy pe- ligrosa para los que viven entre esos singulares bosques o a sus inmediaciones.

Si avanzamos hacia el interior, encontraremos otra faja de 10 a 50 kilómetros de tierra llana y cubierta por árboles enor- mes y elevadas palmeras, enlazados sus troncos por multitud de bejucos, hasta constituirse una especie de selva rica en produc- tos de toda clase. El suelo, de aluvión, es fértil y con tan sua- ve declive, que se puede considerar como perfecto plano, pues solo en uno que otro punto se alzan pequeños cenos o cortas colinas de escasa altura. Los ríos que surcan la llanura son man- sos y navegables en pequeñas barcas, y en la actualidad los utilizan los negros que viven en sus orillas, y no se internan en el bosque, refugio de las fieras, sino en persecución del saí- no y del tatabro. En esta zona y en la análoga de más al N.

64 Costa colombiana

hay algunos pueblos pequeños a gran distancia entre sí, pero que no progresan por la indolencia de la raza que los habita. En fin, más adentro el suelo se levanta suavemente al prin- cipio, pero pronto se encrespa y aparecen los estribos de la gran cordillera, que se amontonan unos sobre otros hasta la región fría en lo general, hasta la paramosa en el macizo de San Juan, en su mayor parte desconocidos, cubiertos por un manto verde obscuro, regados por aguas torrenciales y apenas cruzados por el reciente camino del Micay, que guía a Popayán, y por la tro- cha de Ramos, que conduce a la llanura intercordillerana del Patía.

Alguna variación ofrece el terreno en las llanuras que ocu- pan los brazos del delta del Patía, y por la enorme saliente cur- va que allí presenta el litoral, y que a primera vista parece re- sultado de una mayor masa de aluviones transportada quizá por un cataclismo, pero que en realidad no debe su origen sino a las mismas causas que produjeron el ensanche de la vertiente en el Ecuador, sólo que por ser. aquí más plano el suelo, las corrientes marítimas pudieron luego roerlo en el punto más dé- bil para formar la bahía de Tumaco. Lo que parece probable es que el Patía.... ha divagado en esta llanura y no siempre ha mezclado sus aguas a las del Telembí; corrió primero por La- guna Brava y el Tapaje N. W., luego por el Sanquianga, des- pués por el largo cauce llamado Patía viejo, y últimamente por el lecho actual. Entre esos dos extremos desplazamientos se ven en plena llanura algunas alturitas y cerritos continuación de los .señalados atrás, alzados al frente de donde la cordillera avanza al Ocaso a modo de baluarte (entre Cacanegro y Sotoinayor), al pie W. de los cuales hay una serie de lagunas, en arco, origen de varios ríos que cruzan una llanura semejante a la descrita anteriormente.

Al sur del Patía se encuentra la ensenada de Tumaco con el puerto de ese nombre, el más frecuentado del litoral chocoa- no. En fin, más al Sur sobre el río Mira, hay algunos caseríos de fundación reciente.

Tierra adentro sobre el navegable Telembí está Barbacoas, que se comunica fácilmente con Tumaco, que un buen camino enlaza hoy a Túquerres.»

M. R. P. EX-PROVINCFAt

Fray EüMTJIVDO GOÑI

DE LA VIRGEN DE JERUSALEN

del Pacifico 65

Los siguientes informes hechos por los ingenieros que han estudiado el trazado de una vía férrea entre Pasto y el mar, nos suministran preciosos documentos sobre el litoral.

«EXPLORACIÓN DE LA COSTA COLOMBIANA DEL PACIFICO ENTRE

GUAPI Y TUMACO, PRACTICADA POR LA COMISIÓN DEL

FERROCARRIL DE NARIÑO. 1913 Y 1914.

(jefe, Ricardo Pérez)

Bahía de Guapí.— La entrada está obstruida por rompientes que dejan tan sólo seis pies de agua en bajamar. La mayor pro- fundidad utilizable dentro de la bahía es de 18 pies. (Las pro- fundidades están definidas a aguas bajas). La barra se extiende más de doce kilómetros mar adentro y el dragaje sería poco es- table. Los sondíos practicados coinciden con los de las cartas marítimas de 1885.

El río presenta antes de llegar a la población puntos que bajan a seis pies.

La población de Guapí dista unos quince kilómetros de la bahía. El terreno es firme a partir de ahí hacia el interior. Un ingeniero francés, M. Vanin, acaba de abrir una trocha entre Guapí y Popayán. Igual cosa se puede hacer hacia Pasto llegan- do a la región de Sanabria y tomando el Patia.

Entre la bahía y Guapí se interponen unos quince kilóme- tros de manglares .y de esteros importantes.

Bahía de Tapaje. Profundidad mínima en la barra 2 bra- zas (12 pies); longitud de la barra 8 kilómetros.

Profundidad útil dentro de la Bahía, cinco brazas en canal angosto. No ha sufrido alteración sensible, teniendo en cuenta las cartas, pero las playas, especialmente la Sur o playa-Reyes, se hundió en gran parte, con el terremoto de 1906.

Es el fondeadero más apropiado después de Sanquianga.

El río tiene tres brazas hasta poco antes de la población del Charco en donde mide 2.

Entre el fondo de la bahía y el Charco se interponen unos treinta y cinco kilómetros de manglares y tres grandes esteros.

Del Charco hacia el interior hay tierra firme menos sólida que en Guapí.

La dirección general del trazado sería la misma que la línea a Guapí. 5

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Bahía de Iscuandé. Situada entre las dos anteriores ofrece mayores dificultades que ningún otro punto para la entrada de buques. La comunicación con tierra firme presenta las mismas condiciones que la de Tapaje. El trazado a partir de Iscuandé sería el mismo de Guapí.

Sanquianga. La bahía es superior a todas las demás. Ba- rra de cinco brazas. Profundidad útil de diez. El terremoto de 1906 modificó la bahía haciendo más larga la barra pero más amplio el canal y más franca la entrada. La forma de las pla- yas ha cambiado notablemente habiéndose unido una milla la playa Sur y cerca de dos la playa Norte. Vapores de 8000 tone- ladas pueden entrar en aguas bajas y andar a poca distancia de las costas, donde el muelle sería poco costoso. Franqueando la bahía el río ofrece un fondo de doce brazas que sube gradual- mente a 7 a una distancia de 25 kilómetros. Esta bahía que ofre- ce las mejores condiciones para el fondo, es la más inaccesible del continente. El río navegable por buques de alto bordo hasta 25 kilómetros de su desembocadura y hasta 35 kilómetros por vapores fluviales en todo tiempo, corre entre extensos manglares hasta su confluencia con el río Sa-tinga, de modo que una línea a la costa atravesaría 35 kilómetros de manglar y tres esteros de 100 a 200 metros de anchura e innumerables de menor cuantía.

A partir de Satinga el río no es navegable. Las orillas es- tán formadas por dos fajas de tierra que sobresalen de medio metro a cuatro metros sobre el nivel del río (prácticamente el del mar), de tierra blanda y detrás de los cuales sólo existen manglares y terrenos pantanosos. Cuarenta kilómetros al menos de tal naturaleza serían necesarios para tomar el Patía en su parte baja. Las orillas mencionadas son gran parte desbordadas por las grandes avenidas del río y están además atacadas por la corriente en toda su longitud.

Cascajal. La punta de Cascajal cierra al Norte la ensenada de Tumaco y forma una pequeña bahía de poca profundidad. Frente a la casa que mira al Sur encontré un canal amplio no indicado en las cartas marinas, que tiene en las partes menos profundas cinco brazas y presenta magnífico fondeadero. La bahía no es bien cerrada, de modo que el mar se agita ligeramente,

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pero sería muy fácil construir un bajamar a poco precio. Los muelles serían de poca longitud. Además presenta las siguientes ventajas: No se necesita de ningún trabajo de dragaje para re- cibir buques de 800 toneladas. Hay facilidad para ensanchar el puerto en lo futuro. La entrada es franca. No hay arenas ni co- rrientes que modifiquen el fondo. El frente sobre el mar está formado por un muro de rocas que forman una defensa natural y un punto estratégico. El puerto está unido al continente por tierra firme.

Tumaco.— La barra de la bahía es de dos brazas, de modo que los vapores de más de mil toneladas sólo la franquean con aguas altas. Sigue luego un canal sinuoso y angosto de modo que es peligroso hacerlos girar dentro del puerto. El muelle se- ría costoso y el dragaje considerable e instable por causa de la destrucción de las islas bajas de arena que lo rodean. La comu- nicación con el continente exige un rodeo de cuarenta kilóme- tros por manglares y esteros.

Terminaré haciendo observar que un kilómetro de carrilera en los manglares costaría al rededor de $ 50.000 oro sin contar las obras de arte necesarias para cruzar los esteros.

Tumaco, junio 25 1913.»

«Informe relativo a la vía entre Pasto y el Pacífico por la hoya del río Patía.

Puntos principales del trazado:

Bahía de Sanquianga Nivel del mar

Parte del río Satinga sometido

a las mareas Nivel del mar

Camino del Cuil 30 metros aproximadamente

Hoja'arga (río Patía) 100

Nulpí (río Patía) 150

La Guasca (río Patía) 550

Horqueta de don Juan 1700

Depresión de Nariño 2500 ,,

Pasto... 2500

Desarrollo de la línea Sanquianga al río Satinga 35 kls. nivel

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Río Satinga al camino del Cuil 20 ,, nivel

Camino del Cuil a Hoja- larga 45 ,, pendientes menores 1%

Hojalarga a la Guasca (río Patía) 120 pendientes hasta del 1%

La Guasca a Nariño 65 3% subiendo

Nariño a Pasto 20 pendiente hasta del 1%

Total 305 kilómetros.

Terrenos, Del camino del Cuil al río Patía hay pequeñas cordilleras de 50 a 80 metros de elevación, formadas por rocas sedimentarias y depósitos aluviales.

El Patía ofrece terrenos blandos en 40 kilómetros desde Ho- jalarga; después rocas primitivas descubiertas por la erosión de la corriente, hasta llegar a la Guasca.

El costo de la línea sería de $ 12.000.000 oro.»

«Del informe del señor Julio Gómez rendido al Ministerio de Obras Públicas en abril de 1920, tomamos lo siguiente :

Línea Pasto, Ipiales, Cuimangual, el mar. Pasto, Ipiales, Cuimangual 139 ks. a $ 40.000 cu. $ 5.560.000 Cuimangual, Páramo, el

mar 151 ks. a $ 40.000 $ 6.040.000

Total 290 kilómetros $ 11.600.C00

Línea Pasto, Túquerres, Cuimangual, el mar.

Pasto, Túquerres, Cuiman- gual 111 ks. a $ 41.000 c/u. $ 4.550.000

Cuimangual, Páramo, el

mar 151 ks. a $ 40.000 c/u. $ 6.040.000

Total 262 kilómetros $ 10.590.000

Las vías practicables son tres :

1.a Pasto, Patía, Sanquianga.

2.a Pasto, Patía, Isla del Gallo o Cascajal.

3.a Pasto, Guáitara, Cuimangual, Guabo, Rosario, Tumaco, o desviando en Altaquer por Yambí, Timbiquí, Isla del Gallo.»

Actualmente los representantes de Daniel E. Wright estu- dian un trazado definitivo entre Pasto y el Pacífico. He aquí el

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informe rendido el 18 de mayo de 1921 por Joseph T. Luttrell, Director del ferrocarril de Nariño al señor Director General dp Obras Públicas:

« Para corresponder a las atentas insinuaciones de usted, me complazco en consignar por escrito algunos datos que ya los he comunicado a usted verbalmente, referentes a los trabajos del trazado del ferrocarril de Nariño en sus dos ramales Pasto-Pací- fico y Pasto-Popayán, que me ha sido encomendado como Inge- niero jefe de las distintas comisiones organizadas para ejecutarlo y en representación del contratista mister Daniel E. Wright.

Doce ingenieros repartidos en tres comisiones trabajan acti- vamente en el trazado referido. Componen la primera los seño- res O. A. Pritchett, I. S. Pickens, M. M. de la Espriella y V. Ramírez.

Esta comisión fue organizada y empezó a trabajar el 15 de octubre del año pasado y ha trazado hasta hoy 118 kilómetros tomando a Guachucal, en la provincia de Obando, como centro, y en alineamientos hacia Ipiales, Chambú y el Estrecho del Guáitara, donde actualmente cruza a dicho río la carretera del Sur. Esta última línea viene de Guachucal hacia las afueras de la ciudad de Túquerres y de allí sigue en busca de la hoya del río Sapuyes hasta su confluencia con el Guáitara donde do- bla— por la Gallera a encontrar el paso del Guáitara en el punto indicado. Suspendió allí sus trabajos la comisión para llevar el trazado desde la Cruz de Amarillo, depresión de la cordillera en la parte oriental de la ciudad de Pasto, la que se halló con mejores ventajas sobre la otra depresión conocida con el nombre de El Páramo, por su menor altura y porque da lugar a un mejor desarrollo por la hoya de los ríos Bobo y Guapuscal, hasta la desembocadura de éste en el Guáitara. Esta comisión trabaja actualmente en las cercanías de Taugua y empalmará el trazado en el Estrecho del Guáitara a fines del presente mes.

Integran la segunda comisión los Ingenieros A. G. Robertson, E. Dastan y F. Horner. Principió a trabajar en el mes de enero de este año, de Tumaco hacia el interior, y hasta hoy ha traza- do 32 kilómetros al Este del citado puerto. Esta comisión ha estado encargada no sólo de practicar el trazado sino de hacer

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el estudio completo de la bahía de Tumaco, y ha resuelto el problema de defensa de la isla de manera satisfactoria, por me- dio de rellenos poco costosos, que a la vez que han de contri- buir para detener las corrientes del mar, servirán de viaducto para el trayecto de vía férrea entre la isla y el continente. Este sistema de defensa, por ser más práctico y económico, es supe- rior al que se proyectaba anteriormente y que consistía en el amurallamiento de la isla.

La tercera comisión la componen los ingenieros L. Ott, M. M. Bucheli, E. F. Davis, H. Dorado y F. R. Molther. Tomó como punto de partida la depresión Cruz de Amarillo ya citada y ha trazado 17 kilómetros en descenso a esta ciudad por las haciendas de Miraflores, Botana y El Tejar. Entra a Pasto por el Ejido y Avenida Colombia y lo cruza por la calle de Antio- quía hasta su terminación cerca del Cementerio, siguiendo de allí por Paudiaco, Toro, Briceño, El Rosal y Genoy a la depre- sión El Motilón sobre la población de Nariño. Continúa por el Barranco, Cacique, Los Robles, a encontrar el paso del río Patía en la Guasca. Los trabajos están localizados hoy en la quebrada de Cacique a unos 5 kilómetros al noroeste de la población de La Florida. Hasta Cacique ha trazado esta comisión 50 kilóme- tros contados desde la Cruz de Amarillo.

Debo hacer notar a usted que al propio tiempo que se hace el trazado se calculan y dibujan los planos y perfiles de la línea general.

El total del trazado ejecutado hasta hoy es aproximada- mente de 200 kilómetros, o sea la tercera parte de la línea que comprende los dos ramales Pasto - Pacífico y Pasto-Popayán. La gradiente máxima empleada en todo el trazado es de áx¡2 %. la cual permite adaptar la vía a tracción a vapor o a tracción eléctrica. En caso de adoptarse esta última, hemos encontrado una poderosa ciída de agua dentro de la misma vía del ferro- carril, formada por el río Bobo en la hacienda de San Luis, la cual fue cuidadosamente estudiada y calculada por nosotros y puede desarrollar de siete a ocho mil caballos de fuerza. Exis- ten también otras caídas de agua en la hoya del río Guabo que podrán aprovecharse como auxiliares en caso necesario.

Dejo aquí constancia del agradecimiento que debo a todas

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las autoridades y aun a los particulares que me han prestado su valioso apoyo en lo relativo al funcionamiento de las diver- sas comisiones que dejo enunciadas.»

Al cotejar las descripciones antiguas de la costa con las de ahora se advierten importantes variaciones hechas portel mar de un siglo a esta parte; en unos lugares ha quitado arena y en otros puesto; ha robado al continente luengas playas y ha hecho surgir de su fondo nuevos islotes.

A fines del siglo pasado la marina inglesa levantó el plano de la costa, y es lo más completo que se ha hecho sobre el particular, si bien sólo comprende con exactitud la costa baja; es decir: las orillas del mar.

También hace pocos años se levantó el plano de los bos- ques de tagua del Municipio de Tumaco y el de esta isla. Exis- ten algunos trabajos de ingenieros de minas acerca de lugares determinados, y los de quienes han estudiado el trazado de la vía férrea de Pasto a la Costa. Conocemos también algunos cro- quis y ei mapa de Nariño, levantado por la oficina de longi- tudes.

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CAPITULO IX

El río Naya El río Micav El valle de San Juan San Miguel Chua- re San Isidro Zaragoza Los indios salvajes del Micay Devo- ción a Nuestra Señora del Pilar Los indios y la guerra de 1841 El Trapiche Bocas del Micay— Camino de Popayán Proyectos sobre el telégrafo Adjudicación de las minas del Micay a don Fran- cisco Jerónimo de Torres Revalidación de los títulos de posesión a favor de la familia Arboleda.

Ciñendo nuestro estudio únicamente al territorio que abar- can las misiones de los Padres Agustinos Recoletos, en la Cos- ta del Pacífico, decimos que los límites de ellas son actualmente por el Norte, el río Naya, por el Sur, el río Mataje : o sea has- ta las lindes con el Ecuador; por el Oriente, la cordillera occi- dental y por el Occidente el mar.

El río Naya tiene su origen, como casi todos los que rin- den sus aguas al Pacífico, en la cordillera occidental. Es nave- gable por vapores fluviales de regular calado hasta el pueblo de San Francisco, ubicado en la orilla derecha del río, que es el límite entre los Departamentos del Valle y del Cauca, y las pro- vincias de Buenaventura y del Micay. Eclesiásticamente la orilla derecha del Naya pertenece a la Parroquia de Buenaventura y la izquierda a la Misión de los Padres Agustinos.

«El Micay, notable por lo extenso de su hoya (200 leguas) y lo raro del relieve de ésta, en verdad no se llama tal sino cuando ya se han reunido todas las corrientes nacidas dentro de una U formada al E. del cerro San Juan y que llevan rumbo W, o sea siguiendo el eje del Chuare, que nace en cerro Naya. En el fondo de la U surgen San Juan y Guachito, que corren

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(N. W.) buen trecho paralelos al pie del Timbiquí antes de jun- tarse, tras el cual giran al N. y por la D., reciben el Mechen- gue, el Aguaclara, y el Siguí, éste formado por dos brazos pa- ralelos al Chuare; el otro nacido entre las serranías de Siguí y Aguaclara, y el Mechengue, el mayor de todos, resulta de su unión con el San Joaquín, que delinea ángulo que envuelve la serranía de aquel nombre. El San Joaquín se prolonga antes y hacia el Sur, con el San Joaquincito, por lo cual forma surco Sur a Norte al pie del cerro Picacho. En fin, al W del ramal de Timbiquí hasta el Jolí, (S. a N., al respaldo del Saija). Desde cuya boca son navegables estas aguas (12 leguas); el Micay y San Joaquín recorren 175 kilómetros.»

El hermoso valle a que da su nombre el rio San Juan está enclavado en la cordillera. Lo rodean cerros más o menos altos y lo cruzan varios riachuelos de cristalinas aguas, en gran ma- nera ricos en oro.

Al llegar los españoles a este lugar, lo encontraron bastante poblado y no fue poco el valor que tuvieron que desplegar para sofocar la belicosidad acérrima de los indios y las continuas rebeliones, tanto, que en una de ellas en el campo quedaron varios colonos y el sacerdote doctrinero.

A las orillas del río los españoles fundaron una población que llamaron San Juan y construyeron un camino de herradura para comunicar el valle con el interior. Todavía se ven las rui- nas del pueblo y en la montaña se encuentran de trecho en trecho los restos del camino. Hoy ios habitantes, en poco núme- ro, viven esparcidos aquí y allá, y el pueblecito está formado por míseras casuchas con una destartalada capillita. Viven inco- municados la mayor parte del año y es más frecuente su trato con los moradores del interior que con los de la costa, debido a la fragosidad inmensa de las montañas y a la impetuosa corriente de los ríos que apenas son navegables en los meses de verano y en diminutas embarcaciones. Antiguamente hubieron de cultivar en grande escala allí el cacao, a juzgar por los bos- ques de cacaotales que parecen haber sido sembrados en aque- llos parajes adrede en orden.

El pequeño caserío de Mechengue está situado en el río del mismo nombre, y carece de importancia.

74 Costa colombiana

San Miguel, cebecera del Municipio que del Trapiche fue trasladado a él hace poco tiempo, está pintorescamente situado en el ángulo que forma el arroyo, que toma el nombre del pue- blo al desembocar en la parte derecha de Micay. En un cerrito que domina la población ha sido levantada recietemente la capi- lla de madera, cubierta de paja. Nosotros propusimos a los habi- tantes en 1917 traer de los Estados Unidos una capilla de plan- chas de zinc, y nuestra idea, que fue acogida con entusiasmo, según lo manifestaron por carta los señores Eurípides Calonje, Cecilio Hermán y S. Ríaseos, se hubiera realizado a no haberlo impedido la guerra europea.

En San Miguel hay cementerio, casa municipal, escuela de varones y de niñas; y sus moradores tienen la buena cualidad, que juzgo digna de emeomio, de soñar continuamente con el engrandecimiento del pueblo. De ahí salió en 1915 una petición al Congreso para que se crease el Departamento del Litoral Pacífico.

San Miguel en sus principios estuvo situado en la margen derecha del riachuelo de Jolí, como una milla antes de confundir sus aguas con las del Micay en la parte izquierda. En el local del antiguo pueblo se han hallado enormes depósitos de platino.

Para encontrar el origen de este pueblo debemos remontar- nos a los tiempos coloniales y recordar que los amos de las minas congregaban a los esclavos en casas levantadas cerca de las suyas propias, ya para comunicar sus órdenes con más como- didad, ya para obligarlos a cumplir con sus deberes de cristia- nos. Este, que no otro, debemos señalar por comienzo a las po- blaciones de la región alta de la Costa.

A una hora escasa de San Miguel, en canoa río abajo desemboca a la derecha el arroyo de Chua're. Fronterizo a él en un terreno quebrado se levantan las casas del pueblito que lleva el mismo nombre del arroyo. En un promontorio, separado por un riachuelo del pueblo y unido a éste por dos puentes, se en- cuentran la capilla y la casucha cural, que es una fábrica de madera, sostenida por guayacanes, la cual comprende un pasillo de unos seis metros cuadrados que hace de sala, despacho, y comedor, y una pequeña alcoba, amén de una cocinilla; y cata que de esta laya son las más suntuosas residencias de los sacer-

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dotes en los pueblos de los ríos, con muy contadas y honrosas excepciones.

San Isidro, reunión de algunas casas cuyos vecinos constru- yeron una bonita capilla de madera, queda en la orilla izquier- da del río, y parece que no haya de ser muy risueño su porve- nir, porque las aguas día tras día van socavando el terreno por la parte del caserío.

Numerosas habitaciones tienen los indios salvajes entre San Isidro y Zaragoza, población situada en la margen derecha del río en terreno plano con una regular capilla, casa cural, cemen- terio y escuela. En el lugar donde se levanta hoy Zaragoza encontraron los españoles un caserío de indios bastante crecido, con su lengua propia, distinta de la de las Provincias limítrofes. Allí residía el cacique a quien rendían vasallaje los habitantes de la región. Por lo que se me alcanza, quien puso al pueblo el nombre de Zaragoza debió de ser un aragonés, tanto por lo que significa el nombre en sí, como por haberle dado por Patrona a Nuestra Señora del Pilar; y de tal modo se arraigó por aquellos contornos esta devoción que todavía los indios salvajes, aun cuando sin saber lo que dicen, llaman a la Virgen: Nuestra Madre del Pilar; y a una imagen de la Inmaculada que veneran en su capilla de Guanguí, le dan el mismo título a que nos hemos referido.

Los restos de cristianismo que los indios del Micay en sus corazones conservan, nos dan base para juzgar que fueron cate- quizados por sacerdotes de España. Abandonados en la indepen- dencia los indios, volvieron pronto a sus antiguas usanzas, si bien conservaron no poco de la Religión católica, en sus cultos supersticiosos e idolátricos.

Los indios señorearon a Zaragoza y a las tierras aledañas hasta el año de 1841 en que se vieron obligados a dejar el pue- blo y a dispersarse por los ríos y bosques a causa de la ma- tanza que en ellos hicieron los soldados que estaban por el Go- bierno legítimo.

La chispa que comenzó a cebarse en Pasto en 1841, con- virtióse en voraz incendio que abrazó al Cauca y aun a toda la República. Obando fue la verdadera alma de la revolución en el Sur, y su voz tuvo eco poderoso en la Costa. Los negros escla-

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vos se insurreccionaron, capitaneados por el astuto y fogoso Manuel de Jesús Zamora, y consigo arrastraron a los indios. Los jefes legitimistas Cabal y Guerrero tuvieron que obrar enér- gicamente, y después de la reñida batalla de Guapí, que dio remate a la guerra en la Costa, fusilaron en este pueblo a mu- chos negros y en Zaragoza, con un rigor que a la clara luz de la historia puede calificarse de extremado, quitaron la vida a numerosos indios.

Y como es cierto que «de los escarmentados nacen los avi- sados», los indios dejaron el pueblo a merced de los negros y huyeron a los bosques, pero ellos todavía se creen los verdade- ros dueños de él, y tanto así que varias veces han ido a Popa- yán a tratar este asunto con los Gobernadores; y recordamos que en la noche del 12 de octubre de 1916, animados por la jarana y bebidos, fueron varios a la casa cural a gritar que eran los amos de Zaragoza.

En Popayán se falló a favor de los indios un pleito sobre la imagen de la Inmaculada Concepción y las campanas, que reclamaron como suyas.

La situación del pueblo del Trapiche en la desembocadura del arroyuelo del mismo nombre en la margen izquierda del Micay, es pintoresca. Hay capilla, casa cural y escuela. Fue cabe- cera del Municipio que se trasladó a San Miguel, y de la anti- gua parroquia del Micay. Los últimos sacerdotes seculares que la administraron fueron los Padres Arias y Calonje.

El río Micay desemboca por tres bocas: la de Guananito a la derecha hacia Naya, y las de la Candelaria y el Cocal. En estos tres deltas hay grandes y hermosas playas.

Cerca de San Miguel parte el camino de herradura para Popayán, en el cual se invirtió mucho dinero sin fruto de nin- guna clase. En la actualidad está casi abandonado, tanto por las dificultades que ofrece el paso de la montaña hasta San Antonio como por no ser navegable el Micay en todo su curso, pues únicamente pueden llegar los vapores fluviales hasta Zaragoza. La bodega que se había fabricado a las orillas del río, donde comienza el camino, se destruyó por completo: el zinc fue des- tinado para la escuela de San Miguel.

En Popayán se pensó, por los años de 1913, poner el telé-

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grafo entre la Costa y el interior; se destinaron algunos rollos de alambre que estuvieron camino de San Miguel; se habló mucho y a la postre no se hizo nada. Y es en verdad para la- mentar que esta obra bienhechora no se hubiese llevado a efecto, porque la juzgamos en la actualidad la más necesaria y benéfica para la Costa.

A fines del siglo XVIII se presentó en Santa de Bogotá don José Camilo de Torres ante don José Ezpeleta, pidiendo que se le adjudicasen los terrenos minerales del río de Micay; a lo que accedió el Virrey, y al efecto dio un auto el 4 de junio de 1796. El Regidor perpetuo de Popayán don Jerónimo Francisco de Torres, en nombre propio y en el de su esposa doña María Teresa Tenorio suplicó al Gobernador de Popayán, Diego Nieto el 23 de febrero de 1798, que de acuerdo con el auto del Virrey se le diese posesión de las minas del Micay, de las cuales habían sido los dueños sus antepasados. El mismo día comisio- nó para este objeto al Juez de aquel partido Joaquín de Ayala; y el 2 de marzo el pretendiente nombró por sus apoderados a Pedro Fermín Mambuscay y a Eusebio Magín, a quienes dio posesión el delegado payanes de los ríos Naita, Mechengue, Agua clara, Jolí, Siguí, Chuare y Santa Bárbara, afluentes del San Juan y del Micay; y de éstos desde su nacimiento hasta su desembocadura en el mar, ante los testigos Agustín Molano, Silvestre Vásquez, Carlos Plaza y Policarpo Ayala. El tiempo transcurrido en estas diligencias fue desde el 13 de julio hasta el 6 de agosto de 1798. En popayán el 31 de julio de 1865 y el 18 de noviembre de 1887 se revalidó ante las autoridades com- petentes el título de amos de las minas del Micay a favor de los Arboledas y demás descendientes de don Jerónimo Francisco de Torres y de doña María Teresa Tenorio.

CAPITULO X

Río Saija Santa Rosa La Iglesia Las fiestas religiosas Excursión al río Patía Descripción de Guanguí Los indios salvajes Sus eos tumbres : Viajes, labores, moralidad, fiestas, bailes— Ideas teogóni- cas Procesión con la imagen de la Virgen Oficios fúnebres En- fermedades— Camino de Guanguí a Joli.

En las vertientes de la Cordillera Occidental se encuentra el origen del río Saija, que corre generalmente hacia Occidente, salvo cerca al mar que tuerce al Norte para volver luego sobre el Sur. Rinde sus aguas al Pacífico por dos grandes bocas. La diestra avanza hacia el Cocal, y es la vía para el Micay; la siniestra sirve de camino para Timbiquí. Numerosos riachuelos tributan el homenaje de sus aguas al río Saija ; el de Llantín en la margen izquierda en la parte alta y el de Patía en la derecha en la baja, son dignos de mención, por los numerosos negros que habitan en sus riberas.

Relativamente convecino al mar, antes de la bifurcación del río hay en la orilla del Norte un caserío de nombre Tumaquiío. A un día en canoa de este lugar en la margen derecha, sobre una colina, se levanta la población de Santa Rosa, asiento de remota minería. La vetusta iglesia de cal y canto, ensanchada por los Religiosos Agustinos en 1917 con cemento, llama la aten- ción por aquellos contornos, donde son todos los edificios de madera. Santa Rosa es la cabecera del corregimiento de Saija y pertenece al Municipio de Timbiquí. La casa cural y la escue- la son buenas para aquellas tierras. Los habitantes diseminados en número de 3000 por las orillas del río y de sus afluentes, se congregan en Santa Rosa, del 28 de agosto al 10 de septiem-

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bre para sus fiestas religiosas y cuando los Misioneros hacen la visita anual.

En el verano escalan muchos saijeños los peldaños de la Cordillera, donde se hacen con oro a manta, sin que ésto quiera decir que en el mismo río no se les venga también a las manos. Se dedican algo a la agricultura y mucho a la pesca.

Las aguas del río Patia son quizá las más cristalinas que hemos visto en la Costa; parecen ondulante cristal a cuyo tra- vés brillan, irisadas por los rayos del sol, las nítidas arenillas del fondo.

Del pueblo de Santa Rosa parte hacia el río Patia un sen- dero más para cabras que para hombres. Es menester andar seis horas por entre el agua de arroyos, o por barrizales y pre- cipicios. El 7 de marzo de 1916 para auxiliar a un enfermo, hicimos este camino lloviendo a cántaros, y así, hechos una sopa, nos vimos precisados a permanecer toda la noche por estar repleto de gente el tugurio donde nos tuvimos que hospedar. Al día siguiente celebramos la santa misa y nos acompañaron por el río hasta veinte embarcacioncillas de negros, para quie- nes era un prodigio nuestra presencia en aquellas tierras, vírge- nes de las plantas de un sacerdote, porque no había memoria de que hubiese estado por allí, ni en tiempos remotos, alguno. En la desembocadura del Guanguí en el Patia, en la ribera siniestra de aquel, aparece pintorescamente situado el pueblo de los indios salvajes, la mansión del cacique, el centro de sus holgorios y jaranas. En Guanguí el solado es vistoso, de con- chas marinas; las casas, en alto, amplias; la del cacique tiene unos cincuenta metros de longitud por diez de latitud ; la capi- Ilita con una escultura de la Inmaculada, que antes se veneraba en Zaragoza del Micay, y numerosas vitelas de santos, merca- das por los indios en Guapí y Tumaco, es un dije incrustado en el corazón de aquella naturaleza exuberante.

Al Occidente, en la cima de una colina, a la que se ascien- de por una rampa caracoleada, se yerge una capillita que guar- da las cenizas de los ascendientes del cacique en línea recta. Es para los indios un lugar sagrado ; la morada augusta del si- lencio y del misterio, donde dicen que reposan los mortales des- pojos de sus mayores y que vagan sus almas que miran por la prosperidad y crecimiento de la tribu.

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Las casas tienen solamente un gran salón con tarimas a iz- quierda y derecha, que hacen de camas, y en el extremo una cocina. Los indios respetan al cacique y ponen en sus manos un tributo anual, en víveres y en dinero. El viejo Pioquinto, de imborrable recuerdo en Guanguí, tuvo solamente una hija, la niña María, quien a los quince años contrajo matrimonio con un tal Jacinto, que gobierna actualmente la tribu, por muerte de su esposa fallecida en 1905. Los indios equiparan a los sacerdotes católicos a su cacique; así nos lo han manifestado varias veces.

Los hombres son regordetes, de color bronceado, ojos mo- runos, narices romas y negras guedejas hasta la mitad de los pabellones de los oídos, que los llevan horadados, con aretes de oro y de flores naturales.

Las mujeres son de regular cuerpo, garrido continente, na- riz corva como pico de alcón, rostro ovalado, curtido por el sol, y luenga cabellera. Su vestido, a la usanza de los antiguos sal- vajes, es una bayeta que baja hasta las rodillas, anudada alre- dedor de la cintura; y el de los hombres un pañuelo pendiente de la misma guisa. A las veces las mujeres se cubren el pecho con un lenzuelo, y al caminar llevan al crío terciado a la espal- da. Se pintan la cara, los brazos, pechos y piernas con achote y se ponen collares de colmillos de fieras, a manera de amule- tos, y de monedas argénteas. Es de verse al cacique, sobre todo en las fiestas, que no puede casi menearse del peso de las mo- nedas que penden, como una red, de su cuerpo.

En tiempo ordinario los indios pasan la vida mano sobre mano en sus casas dispersas por las orillas de los ríos. Se dan, sin embargo, al laboreo de la tierra: especialmente al cultivo del plátano. Las mujeres tejen canastillas de mimbre y petacas de paja. Los hombres se internan en las montañas en busca de caza o pezcan en los ríos. Son andariegos, y emprenden a veces lar- gos viajes en sus canoas, donde tranquilamente hacen todos los menesteres de la vida: cocinan, duermen, etc.

La base de la manutención es el plátano, condimentado con zumo de coco. Son vesánicos por el aguardiente, el guarapo y el tabaco en hoja para fumarlo en pipa.

Son castísimos. Las mujeres ni por pienso se mezclan con hombres que no sean de su tribu; y si alguna tiene un desliz

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queda anatematizada entre ellos. Solamente conozco un caso de mujer que tuvo un hijo de negro. Se casan muy jóvenes; el hombre envía su mosquitero a la casa de la novia, lo que se toma por señal de matrimonio. La luna de miel suelen pasarla en la canoa, porque después del enlace matrimonial hacen viaje de recreo de días y días.

Cuando les viene en voluntad hacer lo que refiere Cervan- tes en el capítulo XX de la primera parte del Quijote que hizo Sancho, a mitad de la noche, muy cerca de su amo, se entran al río y allí en el agua practican esas diligencias.

A fines de agosto y a principios de septiembre, y en la se- mana santa se reúnen en Guanguí todos los salvajes del Micay, Saija y aun muchos del alto Chocó y de los Cayapas del Ecua- dor. El fuerte de las fiestas consiste en bailes y borracheras. Co- locan varios cántaros de guarapo en el salón destinado para las danzas; y beben hasta quedar perfectamente beodos y caer en el suelo rendidos por el mucho licor y el cansancio de las co- reográficas grescas.

En septiembre de 1916 presenciamos algunos de estos bai-' les. Se colocan en círculo, primero los hombres, uno en pos de otro, y luego las mujeres; y al monótono son de los tamborci- Ilos y de lúgubres cantos, anda la rueda velozmente de la dere- cha a la izquierda o viceversa, según la voz de aviso Guayi-ya- cusa (den la vuela) del que dirige la danza, quien entona solo tristes cantares como el que principia Eri verira Tachojone irute barandie te, interrumpidos por los demás indios que repiten de vez en cuando este estribillo: Cari-Chipari. A ciertas señales dan fuertes golpes en el suelo, palmean y prorrumpen desaforadamen- te en estentóreos gritos y en estridentes silbos.

Tienen otra danza exacta a la anterior, con la diferencia de que en ella se mezclan hombres y mujeres y hacen cabriolas y grotescos meneos.

También se alinean los unos en pos de los otros, los hom- bres a la vanguardia, y a compás andan para adelante y para atrás con la misma algazara que en los anteriores bailes.

Y al tenor de lo descrito son las demás danzas y juegos.

Nosotros al contemplar aquellos indios con las greñas al

desgaire, por cuyas frentes, pechos y espaldas corría en abun-

6

82 Costa colombiana

dancia el sudor, casi embriagados, que zapateaban y voceaban enajenados, sentimos que nuestro corazón se llenaba de compa- sión hacia aquella mísera gente y nos avergonzamos de que en Colombia hubiera todavía hombres sumidos en los profundos si- los de la ignorancia y de la barbarie.

Las actuales ideas teogónicas de los indios son una mezco- lanza de cristianismo y paganismo. Tienen vagas nociones de un supremo Ser (Tachajonne), cuya acción única es el gobierno del mundo. Lo invocan en sus cuitas y quebrantos y rezan a diario unas como letanías para que aparte de ellos las lluvias, inundaciones y terremotos.

En indio nació (Jirabaidodi) de un gran río (pannía), y se- ñoreó la tierra hasta que vinieron los libres (todo el que no es indio), hijos del sol y les robaron sus posesiones. Sobre los an- tiguos tiempos nada saben, pues fuera de la familia del cacique no conservan recuerdo ni de quiénes fueron sus abuelos.

Ya sea por el roce continuo con los negros, ya, lo más pro- bable, por haber sido adoctrinados en los tiempos coloniales por sacerdotes venidos de la Península, huelgan los indios de que sus hijos sean bautizados cuantas veces pueden para mediar así a la sombra de los muchos compadres; contraen, sin resistencia, matrimonio, según el rito católico; invocan a la Virgen del Pi- lar y a Dios muerto en el leño (Tachajonne pa cruso obecipo); rinden homenaje en su capilla a la imagen de la Inmaculada y a las de varios Santos y en la plazuela del pueblo se encuen- tra enhiesta una cruz.

En las fiestas dan a la imagen de la Virgen untamiento de achote y procesionalmente la llevan en unas andas al río, donde el cacique la baña y la monda, mientras los acompañantes can- tan desapaciblemente. Al regreso los cuatro indios que portan las andas comienzan a bailar en la plaza al son de los tambo- res, y los demás al rededor de ellos forman, entrelazados con las manos, un gran círculo y lo imitan en las danzas. No hay para qué describir la irreverente y pagana zambra que allí se arma.

Viajando en el río Saija una vez, oímos hacia la mitad de la noche, en la orilla, gritos que semejaban maullidos gatunos. Ordenamos a los bogas atracar en el lugar de donde salía al

del Pacífico 83

parecer la quejumbre, y encontramos allí una casa de indios que se mesaban los cabellos y gemían y lloraban a moco ten- dido por la muerte de un tal Virgilio, mozo de apuesta figura, cuyo cadáver estaba en el suelo entre varios hachones.

Cuando fenece un indio se reúnen todos los vecinos, exte- riorizan el duelo con paroxismos y ayes y lágrimas, velan al muerto con lúgubres cantos, lo llevan en una canoa al próximo cementerio y allí lo sepultan. Acto continuo sacan de la casa los utensilios precisos y la abandonan por el espacio de unos dos meses; al cabo de ese tiempo regresan a ella y la varean: lo mismo ejecutan con los árboles y malezas del contorno a fin de ahuyentar a los espíritus que se llevaron el alma del muerto.

Las enfermedades cutáneas son mortíferas para los indios.

El sarampión hizo entre ellos estragos en 1 91 6 : perecieron ciento y más. Actualmente no llegan a ochocientos los indios; las dos antiguas tribus de Saija y del Micay forman hoy una sola. Entrambas tienen las mismas usanzas y maneras. Todos son de carácter apático y asaz dados a las supersticiones y bru- jerías.

Los indios viajan de Saija al Micay por una senda terrestre por la cual pasamos en una ocasión. Se emplean cinco horas de Guangui al riachuelo de Jolí, pero debe adveitirse que allí no hay en realidad senda ni cosa que se le parezca: solamente se encuentran barrizales y precipicios vertiginosos en los cuales lleva uno la vida pendiente de un hilo.

CAPITULO XI

Filólogos modernos Etnogenia india Lenguas monosilábicas, agluti- nantes y de flexión Grupo americano dhjrástico, incorporante o poli- sintético— El dialecto saijeño es aglutinante Nociones de su cons- trucción gramatical Observaciones curiosas Fonética Numera- ción— Breve vocabulario.

Espléndidos horizontes se han abierto a los estudios filoló- gicos en los últimos tiempos, y Colombia no va a la zaga de los países europeos en esta clase de investigaciones.

A los nombres de tantos antiguos religiosos que nos lega- ron gramáticas y vocabularios de la lengua chibcha, guajira, ceo- na, páez, diarienita, urabeña, etc., debemos sumar los de mo- dernos investigadores, Duquesne, Zerda, Uricoechea, Cuervo Márquez, Restrepo, Marcos Bartolomé, Fernández, Fabo, Uterca, Triana, Girón y varios otros.

El confrontamiento de unos dialectos con otros de los ha- blados en la inmensa región americana, han corroborado la te- sis católica del monogenismo y dado luces clarísimas sobre la etnogenia de nuestros pueblos y sus relaciones con los egipcios, fenicios y otros países asiáticos, y, aun acaso como quieren al- gunos, con los europeos, dadas las afinidades morfológicas y hasta ciertas semejanzas genealógicas entre algunas voces de dialectos americanos y otras del sajón, del danés y del flamenco.

La clasificación de los idiomas en lenguas monosilábicas, aglutinantes y de flexión, es hoy admitida por todos los filólo- gos, y no podía ser de otra suerte, ya que esa división está ba- sada en la misma esencia de la génesis, construcción y régimen de las palabras. Pertenecen a las monosilábicas las lenguas cu-

del Pacifico 85

yas palabras de una sílaba son a un mismo tiempo raíces; a las aglutinantes las que tienen raíces que se elevan a la catego- ría de palabras distintas, merced a los afijos y prefijos y a las de flexión las que «además de raíces, afijos y sufijos, tienen fundidos en una sola palabra sintética los elementos que desig- nan la significación y la relación.»

No han faltado modernos filólogos que a la manera que se han reunido en una sola familia denominada indogermánica o indoeuropea las lenguas que se hablan desde el Ganges hasta el Atlántico, han pretendido hacer de las americanas un grupo llamado olofrástico incorporante o polisintético ; pero esto ha sido rechazado por sabios lingüistas a causa de no ser exclusi- vo de los idiomas de nuestro continente la incorporación y el polisintetismo.

En la Costa Colombiana del Pacífico los aborígenes de la región que estudiamos hablan el dialecto del Micay o el de Sai- ja, según que pertenezcan al uno o al otro río. El segundo es el popular entre todos aquellos indios: a él concretaremos algu- nas ligeras observaciones, y aplazamos para más tarde, si Dios quiere, un estudio completo de los dos dialectos. Y digo en pri- mer lugar que el saijeño pertenece al grupo de lenguas agluti- nantes, porque en él permanecen invariables las raíces a las que se anteponen, intercalan o posponen ciertas partículas que for- man las palabras, muchas de las cuales incluyen en mismas el sujeto, el verbo y el atributo, y por esta razón debe también adjudicarse al dialecto costeño el carácter de incorporante.

La conjugación de los verbos es simplísima, y se caracte- riza por la yuxtaposición de ciertas partículas ; lo propio suce- de con el género y número de sustantivos y adjetivos. Las raí- ces por lo general, como hemos indicado, son invariables.

La construcción es similar a la de otras lenguas america- nas. El sujeto paciente antecede al verbo, máxime en las inte- rrogaciones, y la oración determinada a la determinante. Tienes mujer? Güera parabuja? (Mujer tienes?). Quieres comer mañana pescado? Nunc chijo necodde quiniembuja? (Mañana pescado co- mer quieres?).

Frecuentemente se suprimen las preposiciones. Emborrachar- se con aguardiente, ituapa pirubu (aguardiente emborracharse).

86 Costa colombiana

A los vocablos castellanos para pronunciarlos a su manera saijeña, les añaden las partículas te o toije. Baúl, baulte. Vino, vinotoije.

El vocabulario es pobre; abarca solamente los nombres de las cosas que los indios tienen a la mano y carecen casi por completo de palabras que corresponden a ideas abstractas. El sufijo es el alma del vocablo, le da varias significaciones y aun a veces hasta contrarias. Querer, quinieja. Querer?, quiniembu- ja? No, quiniee. Sí, quiniembu.

Es cosa curiosa encontrar en el dialecto que estudiamos al- gunas palabras, como Nunc, mañana. Jiña, pierna. Cuanto sig- nifica bueno, hermoso, bizarro, se forma de la raíz pia: piabu, piabucu, piabuja.

En la lengua de los cumanagotes, mujer se decía huericha y en la saijeña mujer es güera y niña güerachaque. En varios idio- mas de América y de Asia la raíz de hombre y de mujer es gua, güe, gui, hua, hue.

En cuanto a las cualidades fonéticas del saijeño debemos confesar que es dulce en sumo grado. Se usan de preferencia los sonidos guturales. Los indios modulan muy bien las palabras y las pronuncian como silabeando; se distingue perfectamente el sonido de todas las letras. La / suena como la H alemana en Jund, perro, Behalten, detener. Por ejemplo: Jadpenna, hermano. Patajote, comer. La 5 debe pronunciarse como la S sibilante de oiseau, pájaro en francés: Pasa. La D es equivalente al sonido inglés en there: Tajode, bautismo. Miajainde, matrimonio. La M, la iVy la F en medio de palabra tienden a duplicarse: Tomme, escalera. Sopenna, sombrero. Peffema, abanico. La ch suena fuer- te como en castellano. Algunas lenguas, como la china, y otras monosilábicas, rehusan la composición de varias consonantes en una sílaba, lo que también se observa en el saijeño, en el que sólo se encuentra la combinación Tr: Putrumbú, venir. Tuatría, vara. Triutau, viga. La L que no tiene casi uso en el chibcha, hay que descartarla del alfabeto saijeño; lo mismo debe hacer- se con la Ñ. La R por el contrario, que sólo es empleada en otros dialectos americanos a manera de onomatopeya, priva fre- cuentemente en el nuestro. Itabarre, fogón. Pubarrana, hijo.

Para la recta pronunciación debe tenerse en cuenta, que ex- cepción hecha de tal cual palabra de origen micaisefio, termina-

del Pacífico

87

da en vocal débil, que es aguda: Piitrumbú, venir; todas las del dialecto de Saija son graves. Palabras esdrújulas no existen.

La tabla numérica de los indios llega únicamente hasta cin- co, y hacen las adiciones y restas con estos guarismos. Un tres; dos cuatros.

He aquí los números: Aba, uno; Orne, dos; Ompea, tres; Quinani, cuatro; Oisoma, cinco. Antes de poner punto final a este capítulo de ligeras observaciones, brindo a los aficionados a la filología algunas palabras y frases que entresacamos del vo- cabulario que hemos recogido de las mismas bocas de los indios.

Abanico

Peffema

Carne

Nechiera

Acabar

Impaji

Cabeza

Pou

Amar

Pusa

Candela

Tuputau

Aire

Naum

Cielo

Paja. Tachajo

Aguardiente

Ituapa

ne

Acostarse

Jainde

Cinco

Oisoma

Anzuelo

Tua

Comer

Necodde. Pata-

Alegre

Bupe

jote.

Ayer

Nuguedda

Conversar

Pedepatam

Abrirse

Jetea

Cuanto

Jumma

Arremangar

Huete

Cuchara

Cusarra

Agua

Pi

Cuando

Sapay

Bautismo

Tajode

Cruz

Cruso

Bajar

Tuda

Dar

Yacusa

Barbacoa

Baragua

Defender

Taijaipase

Blanco

Jappunna

Dios

Tachajone

Bombo

Tondoa

Día

Ibari

Bonito

Piabú

Dos

Orne

Boca

Itay

Dueño

Chiparipa

Bueno

Piabucu

Diente

Gigda

Caer

Tudiuvay

Encima

Quenon

Casa

Te

Emborracharse

Pirubu

Caldo

Nemba

Escalera

Tomme

Caminar

Guani

Frente

Tautunna

Canalete

. Toy

Fogón

Itabarre

Cama

Juiparu

Hombre

Mujina

Canasto

Cora

Hermano

Jadpenna

Casarse

Miajainde

Hermano mayor

Michiempa

88

Costa colombiana

Hijo

Barrana

Pescado

Chijo

Hoy

Iddi

Perro

Usa

Huevo

Eterreum

Pelo

Puda

Infierno

Tajura

Petaca

Peta

Lengua

Giname

Pierna

Jinu

Luna

Attam. Mura-

Pie

Jrucum

jonne

Pita

Chu

Levantarse

Jirabaidadi

Querer

Quinieja

Llover

Joy

Río

Pannía

Madre de Dios

Quiraunau

Red

Jru

Mano

Jua

Rodilla

Jiru

Mañana

Nunc

Ropa

Uta

Matrimonio

Miajainde

Sal S

Ja

Mes

Atañe

Sábalo

Aparra

Mujer

Güera

Sentarse

Jibida

No

Quiniee

Quiniembú

Nariz

Quin

Sol

Pisía. Jarium

Niño

Guarra

Sombrero

Sopenna

Niña

Güerachaque

Tres

Ompea

Olla

Jurú

Tener

Parabuja

Ojo

Tau

Trueno

Pa

Palanca

Taje

Tortuga

Sibi

Palo

Triutau

Venir

Cheji. Putrum-

Padre

Pare. Murajon-

bu. Jiniendae

ne. Papa

Vino

Vinotoija

Paja

Quirú o Te-

Vara

Tuatría

quirú

Viga

Triutau

Pecho

Tua

Yo

Pai.

Pequeña canoa

Japa

Yo soy

Guanip.

Venga; conversamos en la casa

Chipdi; Guangui giname pa te

en lengua de Guanguí.

pedepatam.

Siéntese; no tenga miedo.

Jibidaja; guoguenase.

Está bueno?

Japúa pie

buja ?

Estoy bien (alegre, gordo)

Oía bupe.

Cuándo vino?

Sapay che

jima?

Ayer.

Nuguedda.

del Pacifico

89

Cuándo se va?

Mañana.

Es casado? (Tiene mujer?)

No soy casado, Padre.

Cuántos hijos tiene?

Ocho (Dos cuatros).

Si no te casas te vas al infier- no (te lleva el diablo, el ene- migo)

Quieres vino?

Si el dueño me da.

Coma carne de sábalo.

Esto no más; ya es tarde.

Se va; vayase.

Baja la embarcación. Traiga la

petaca, el canalete, la palanca

y el anzuelo.

Sapay guani?

Nunc.

Güera parabuja?

Miajainde quiniee, Pare.

Guarra juma pai irubu?

Orne quinani.

Unata unieppuna netuara pai. Vinotoija quiniembuja? Chiparipa tera toyppe. Aparra tachinagui necodde. Naugou pay atey ; qui bara

parú. Girapoto; chubamase. Baruma barrea; peta, toy, taje,

tua putrumbú.

DEPRECACIÓN INDÍGENA

Dios murió en la cruz por sus hijos. Oh padre, defiende a tus hijos; perdona el pecado a tus hijos; de rodillas pedimos, oh padre; envía el sol; envía los aires; envía la lluvia, etc.

Tachajone pa cruso obecipo si barrana etea netora chepi amapa. A papa tai jai pase pu barrana, putai pase atai pecau- jaindi pu barrana. Jarium jiniendae, papa jiru, Naum jiniendae. Jupu jiniendae.

Tachajone truepía debujapue pía chitonuco. Tachajone pu- trumbú, Tachajone trupiede namma pecaujaindi taina ata becipu.

CAPITULO XII

Buguey El río de Timbiquí Origen de Santa Bárbara San José y Coteje Peligros en la navegación San Vicente de Timbiquí Nacimiento de don Julio Arboleda Compañía francesa para la ex- plotación de las minas de oro El río de Guafuí San Antonio y la Concepción El Cuerval y El Bajito La Lora El Sargento Ful- gencio Caicedo.

Entre las bocas de Saija y Timbiquí desagua en el mar un arroyuelo de corto curso habitado por indios de los de Guanguí, que lleva el nombre de Buguey. En las tierras se encuentran platanares y casas dispersas; no hay pueblo.

El río de Timbiquí, estrecho y de mucha corriente, sigue una dirección de Oriente a Occidente. Su curso es relativamente corto. Cerca al mar se abre en dos pequeños brazos. En la pla- ya norte de la bahía en que desemboca hubo una máquina de aserrar madera, que perteneció al señor Rafael Cuevas.

Los vapores sólo pueden navegar en un trecho muy redu- cido. En el siglo XVIII se adjudicó el río de Timbiquí a las familias Mosquera y Arboleda, las que importaron negros para el laboreo de las minas de oro. Parece que muchas de las per- sonas establecidas ahí de antaño no miraron con buenos ojos el advenimiento de los amos payaneses, por lo cual emigraron a Iscuandé y a la población de Santa Bárbara. Los Arboledas, para conjurar el problema que se les presentaba con la despoblación de Timbiquí, cedieron a quienes permanecieron en el río el te- rreno comprendido entre el riachuelo de Zúrzula y el de Alonso para la fundación de un pueblo. Este fue el principio de Santa Bárbara de Timbiquí, risueño pueblecito, donde actualmente hay

del Pacífico 91

una capilla bastante buena, casa cural de reciente construcción, escuelas para varones y mujeres y cuatro o cinco almacenes regularmente provistos.

Santa Bárbara es cabecera de Municipio actualmente.

En la margen izquierda del río se hallan otros dos pueblos: San José y Coteje; el segundo en la desembocadura del riachuelo que le da nombre al caserío. Ambos tienen capilla, casa cural y escuela. En la parte alta del Coteje hay un camino terrestre a Llantín del Micay.

La navegación desde Coteje hasta Sesé ofrece no pocos peligros a causa de la impetuosa corriente del río. Se hace en embarcaciones menores y con bogas muy duchos para subir o bajar saltos y chorros; pero aún así y todo se lamentan frecuen- tes desgracias. El punto de residencia de los antiguos dueños de aquellas tierras se llamaba San Vicente en el riachuelo de Sesé. La población se denominó primero Pueblo Viejo y después Velásquez.

Cuando Sámano se enseñoreó del territorio sur de la Nueva Granada, don Rafael Arboleda y su esposa doña Matilde Pombo y O'Donell se refugiaron en su casa de San Vicente de Timbi- quí, donde nació el 9 de julio de 1817 don Julio. Los Arboledas y Mosqueras vendieron sus derechos a las minas, que han sido explotadas por dos compañías extranjeras, una en pos de otri. Al presente es la población de Santa María en Sesé una de las mejores de la Costa. La compañía francesa posee algunas casas, no faltas de comodidad, para los empleados. Por término medio trabajan unos doscientos obreros en las minas, que rinden comúnmente a sus amos pingües ganancias. Los medios emplea- dos en el laboreo minero son rudimentarios. Las tierras, como todas las de la Costa, abundan en oro de aluvión.

Los franceses y los habitantes de Santa Bárbara están siem- pre en continua lucha, porque aquellos tienen el monopolio del comercio en Santa María y no permiten a nadie entrar en la población donde sea dicho de paso hay autoridades colombia- nas,— sin permiso del señor Director de la Compañía. Esta me- dida la toman los dueños de las minas para evitar, según dicen, el robo del oro. Nosotros hemos oído las continuas querellas de los habitantes de Santa Bárbara al respecto. Sin absolver ni

92 Cosía colombiana

condenar a nadie, lamentamos la triste situación de los morado- res del río de Timbiquí.

De Santa María se puede pasar por tierra a Caunapí, afluente del Guapí, y a un riachuelo que tributa sus aguas a Guafuí, río de corto curso, que desemboca en el mar. En la margen izquierda de aquel aparece a los ojos la población de San Anto- nio. La capilla y la casa cural quedan al Oriente en una colina; al pie se extiende el caserío, a cuya calle principal y casi única, ribereña al río, no le faltan hechizos, a lo menos para aquellos lugares. Sirve la escuela una señorita.

La Concepción está situada en un ribazo, a la derecha del río. La capilla es pobre; el aspecto del pueblo nada tiene de agradable.

Los habitantes de Guafuí se dedican a la agricultura y a la minería.

Entre Timbiquí y Guafuí se encuentran dos playas de algu- na consideración: en la primera hay un caserío, en la segunda una hacienda con plantíos de cocoteros y pastos donde se crían algunas cabezas de ganado mayor.

Fronterizo al Cuerval, hacia el mar, recibe el nombre de El Bajito un rancherío de pescadores, sito en una elevación de arena de reciente formación.

Cerca a la desembocadura de Guafuí desagua en el mar el arroyuelo de Lora, poco habitado.

Oriundo del río de Guafuí era el Sargento Fulgencio Caice- do, quien peleó a las órdenes de Sucre en Ayacucho.

CAPITULO XIII

Río de Guapí Balsitas, San Vicente, Rosario y Naranjo Ríos de Napi y de San Francisco Belén, San Agustín y Callelarga El Padre Buenaventura Perlaza y las familias Castro y Grueso Un recuerdo. Limones— Origen de Guapí Misiones en 1773 Don Manuel de Valverde Jura de Fernando VII La independencia La Rosa de los Andes— Varios sucesos Guerras de 1841 y 1861 en Guapí Terremoto de 1838 Acontecimientos eclesiásticos Curas de la Parroquia —Guerra de 1899— Muere don Ramón Payan Incendio en 1914— La provincia del Micay - La Aduana.

El río de Guapí, que es uno de los más poblados y ricos de la Costa, lleva con pequeñas variantes una dirección de Orien- te a Occidente. Numerosos riachuelos tributan a él sus aguas; son los más notables de la cordillera hacia el mar los siguien- tes: en la margen derecha, Nulpe, Llantín, Napi, Sansón y Cha- món; en la izquierda, Aguaclara, El Tigre, Temuey, Barroblan- co, Diablo y Cantadelicia. Desaguan en el mar por tres grandes bocas: Guapí al Sur, Quiroga y Limones. El delta que encierran tiene 24 kilómetros de largo. En la parte superior, en el lugar llamado El Salto, hay un camino terrestre para Iscuandé.

La población de Balsitas, ya cercana a la cordillera, queda en la margen derecha del río. Tiene pésima capilla, casa cural por el estilo y Escuela.

En el punto denominado Los tres ríos, el caserío tiene si- tuación risueña. De San Vicente, Rosario y Naranjo, pintorescas poblaciones en la ribera derecha del río, deben mencionarse las capillas, casas cúrales y escuelas, no porque sobresalgan entre las demás de su clase, sino porque es lo único digno de tener-

94 Costa colombiana

se en cuenta. San Vicente es un lugar a donde acude multitud de gentes en las fiestas.

Los Arboledas fueron los dueños de las minas, cuyo labo- reo dio origen a las poblaciones, de que se acaba de hacer me- moria.

Al Guapí afluyen las aguas del río de Napi, y a éste las del San Francisco. En el primero están situadas las poblaciones de Belén, San Agustín y Callelarga; en el segundo las de La Calle o Pausada y Cascajal o San Francisco. Todas tienen ca- pilla y casa cural.

La fundación de Belén se debe al Padre Buenaventura Per- laza, hombre benigno y de sólidas virtudes, quien trató caritati- vamente a los indios y dejó en libertad a los esclavos por los años de 1750. Por el mismo tiempo se establecieron en el río de Napi dos familias españolas de apellido Castro y Grueso y fundaron las poblaciones de San Agustín y Callelarga, como centros mineros. Callelarga, a mi parecer, es la única población de la Costa que aún conserva cierto aspecto colonial.

Recordamos que en este lugar nos hallamos el 20 de junio de 1916 con un ataque de fiebres palúdicas sin tener quién nos socorriese. Por fin, a las mil y cuarenta conseguimos que un negrazo, vestido sólo con pampanilla, nos proporcionase en míse- ra totuma un poco de agua caliente con limón ; y entretanto llegaban a nosotros los ecos de la marimba, y los conucos, y los gritos de: «A la plaza! A jugar a la vaca-loca!.... El Cura está dormido ! »

El río de Napi es de impetuosa corriente. Hasta la desem- bocadura de él pueden navegar en el Guapí los vapores fluviales.

En el brazo de Limones hay un pueblo con Escuela y va- rios almacenes. En dos ocasiones los habitantes del rio pusieron manos a la obra para levantar una capilla, pero pronto decayó el entusiasmo, y se quedó la empresa en ciernes. Guapí está si- tuado en la orilla izquierda del río, a unos 10 kilómetros del mar y es la población principal de la Costa baja, en cuanto a Iglesia, edificios y habitantes. El comercio es activo, si bien no tanto como en el Charco.

- En el punto donde hoy está la población existía hacia la mitad del siglo XVIII una ranchería, llamada El Barro, donde

del Pacífico 95

los Padres Fernando Larrea, Pedro Momia y Mariano Villalba de la Orden Franciscana y de la provincia de Quito, dieron una misión en la que cosecharon opimos frutos. No he podido ave- riguar la fecha fija de este acontecimiento, pero tuvo que ser antes de 1773, año, en que murió en Cali el Padre Larrea.

Por aquel tiempo era la persona de visos en el lugar Juan Orobio, y muerto él, en 1780 su esposa.

A fines del siglo XVIII las autoridades iscuandereñas dieron la comisión para la fundación de una población porteña en el río de Guapí al español Manuel de Valverde, quien se trasladó a él y escogió para llevar a cabo su cometido el sitio donde vivían la mujer de Orobio y algunas otras familias. Allí hizo el desmonte, señaló solares a los vecinos para sus casas particula- res, y dio principio a la edificación de la Iglesia y del cabildo. La posición estratégica de la nueva población para el comer- cio atrajo a muchos españoles que se avecinaron en ella; lo que produjo envidias y malquerencias de parte de los habitantes de Iscuandé. Este antagonismo de los dos pueblos duró luengos años, pero al fin triunfó Guapí en la demanda.

Valverde recibió jurisdicción civil sobre los habitantes de la región comprendida desde Micay hasta Guapí, y trabajó con te- són por el engrandecimiento y progreso de esa parte del país. Era hidalgo y generoso y holgaba de hacer justas y torneos que diesen renombre a Guapí. Una de las principales festividades fue la jura de Fernando VII en los primeros días de noviembre de 1808. Mucha gente acudió al reclamo de Valverde, quien se encargó en persona de tremolar el pendón real y hacer la jura. Luego arrojó con prodigalidad monedas al pueblo y organizó danzas y otros divertimientos.

El grito de independencia tuvo eco en la Costa del Pacífico, y en los primeros meses de 1811 Guapí fue atacada por algu- nos patriotas,, comandados por don Manuel de Olaya. Valverde había levantado un cuerpo de guarnición y se aprestó a la de- fensa, pero la plaza fue tomada por los patriotas y él huyó al Ecuador. Dos años más tarde, cuando Sámano se apoderó de la provincia de Popayán, Valverde pensó en regresar a Guapí, y efectivamente se puso en camino, pero lo sorprendió la muer- te en Coquimba. El jefe español era dueño de varias minas de Tapaje.

96 Costa colombiana

En 1819 la corbeta La Rosa de los Andes, comandada por el inglés Juan Ilingworth hizo un desembarque en Guapí, ocu- pada por realistas. Mientras la corbeta permaneció en la boca del río, atacó al puerto una chalupa a cuyo frente iba el capitán Desereines. La población fue saqueada. La señora María Cara- balí, apellidada en Guapí, la saijeña, rescató las campanas y otros enseres de la iglesia por la suma de $ 150 plata. Cuando la chalupa bajaba el río se fue a pique en la boca de Chamón. Años más tarde sacó de allí el casco Francisco Orobio.

En 1838 fue ejecutada en la plaza de Guapí Ildelfonsa Montano por haber dado muerte a la hija de la concubina de su esposo. También se condenó a la pena capital en 1870 al salteador Domingo Torres, jefe de una pandilla de bandidos que infestaron por aquel tiempo la región.

En Guapí se dio carta de emancipación a los esclavos que habitaban desde Guapí hasta Yurumanguí. Hubo con este motivo en la población pomposas fiestas.

En la guerra de 1841 la goleta Thequendama atacó a Guapí comandada por Manuel de Jesús Zamora. El teniente de fragata Augusto María Cabal hizo fusilar a varios de los insurgentes.

En 1861 hubo también una refriega en el puerto. Juan An- tonio Borrero, entregóse a los revolucionarios en la boca de Napi, y el intrépido Gayuso fue allí mismo fusilado por no ha- ber querido rendirse.

El terremoto de 1838 causó desastres en Guapí: se cayeron algunas casas y sufrió el frontis de la iglesia.

La Parroquia de Guapí, que dependía hasta 1834 del Obispo de Quito, pasó a la jurisdicción del Obispo de Popayán por convenio entre los dos Prelados: reintegración que sancionó el Gobierno granadino en 1836.

Los siguientes Obispos han visitado la población: limo, se- ñor Riaño, de paso para el destierro; Francisco Cuero y Caicedo en 1844, regentada la iglesia por el Padre Ortiz; los Obispos de Pasto, Ignacio León Velasco en 1885 y Fr. Ezequiel Moreno en 1896 y en 1903.

Párrocos o Coadjutores de Guapí han sido los siguientes sacerdotes: Padres Lugo; Santacruz; Cabezas, que murió en la población; Ortiz, en tres distintas ocasiones; Jiménez; Córdoba;

del Pacífico 97

Marcelino Domínguez; Juan de Dios Rodríguez; Laso; Fernando Urbano; Fr. Federico Vitellis O. P.; Francisco Javier Campiño; Daniel Caicedo; Teófilo Albán ; Hilario Sánchez; José María Mera; Fr. Rufino Pérez; Fr. Tomás Martínez; Fr. Antonio Roy; Fr. Francisco Sola; Fr. Bernardo Merizalde; Fr. Antonino Caba- llero; Fr. Andrés Echeverri; Fr. Julián Ciriza y Fr. Hilarión Uribe.

En 1884 dieron misiones en Guapí los Padres capuchinos, Fr. Melchor y Fr. Manuel; en 1893 los Padres filipenses José María Cabrera, Manuel Santacruz, y Aristides Gutiérrez; en 1896 los Padres capuchinos Gaspar de Cebrones y Ángel Aviñonet y en 1903 los Padres Heliodoro de Túquerres, Justo de Tulcán y el filipense Peregrino Santacruz; los cinco últimos compañeros del señor Moreno. Desde 1902 la evangélica labor de los Padres Agustinos Recoletos en Guapí ha sido una continua misión.

Los ascendientes de don Vicente Arboleda cedieron a la iglesia la tierra comprendida entre la población de Guapí y el mar. Así lo reconoció dicho señor en cartas al R. P. Hilario Sánchez y al señor José María Velasco y Caldas del 4 de febrero de 1907. Hoy la iglesia disfruta sólo un reducido terreno a las orillas del riachuelo del Diablo.

En la guerra de 1899 el Gobierno puso en Guapí como guarnición, bajo las órdenes del capitán Nicolás Becerra a 25 hombres del batallón 16 de Cali, quienes permanecieron ahí hasta el 16 de marzo de 1900 en que los liberales comandados por el coronel Heladio Pérez tomaron la plaza, aun cuando sólo por breves días gozaron de la victoria, porque el 25 del mismo mes fueron atacados y derrotados por el batallón 3.° de Cali, cuyo jefe era el coronel Rubén Muñoz, y por el vapor Boyacá. Estas fuerzas partieron luego para Buenaventura, pero fueron captura- das en la playa de Chacón por las del vapor Gaitán. A los prisioneros se les llevó a Guapí y de allí se les remitió a Tumaco.

Más tarde las fuerzas liberales retiráronse El Charco al lle- gar a la plaza el batallón 5.° del Gobierno.

El 29 de julio de 1903 murió el señor Ramón Payan, bene- factor de la población.

98 Costa colombiana

El 19 de julio de 1914 la mitad de la población fue pasto de las llamas; el incendio comenzó en la casa de la señora Ernestina Cifuentes, a causa de una chispa que cayó en el techo. La actuación bienhechora del Padre Tomás Martínez, A. R. y del señor Aristides Baraya, alcalde entonces del Distrito, los so- corros suministrados por los comerciantes de Buenaventura y de Tumaco y la exención de los derechos de artículos de cons- trucción otorgada por el Gobierno a favor del puerto, fueron poderoso factor para disminuir las penalidades y amarguras de los damnificados.

En el documento más antiguo del pobrísimo archivo de Guapí, y que es de 1872, figura la población como cabecera de la alcaldía.

Han sido autoridad en el lugar los siguientes señores: Ma- nuel de Valverde, Pedro Gori, José Delgado, Miguel de los Re- yes, Antonio Delgado, Manuel Santiago Payan, Domingo Mer- cado, Manuel Góngora, José María Payan, Esteban Solís, Mag- daleno Palma, Ramón Payan, Joaquín Gómez, Manuel José Palma, Gaspar Cobo y Luis Obando, a los cuales deben sumarse los gobernantes modernos que aún viven.

Por la ordenanza número 103 de 1911, de la Asamblea del Cauca se creó la provincia del Micay y se le dio por capital a Guapí. En las fiestas que se hicieron con este motivo, pronunció un discurso, rebosante de entusiasmo, el señor Aristides Baraya, la personalidad más saliente de la región.

El Gobierno habilitó el puerto de Guapí por Ley número 39 de 1910.

Esta población es el centro de la Misión de los RR. PP. Agustinos Recoletos.

La iglesia actual fue levantada por el Padre Hilario Sánchez.

La región del río de Guapí tiene aproximadamente 9000 habitantes.

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CAPITULO XIV

Isla de Gorgona Topografía de la isla Temperatura media Gorgoni- 11a —El Viudo y El Horno Las bahías de Trinidad y Puerto Piza- rro Varios buques que han estado anclados allí Vegetación Un pintoresco lugar Agua dulce Pesca de ballenas Trabajos de bu- cería Orfebrería indígena Actuales dueños de la isla Resolu- ción del Poder Ejecutivo en 1853 El Sargento Mayor Federico D'Croz— Posición estratégica de la Gorgona.

A 24 millas de la Punta de Quiroga en la desembocadura del río de Guapí en dirección a N. O. y a 15 millas de la Pun- ta de los Reyes, casi a igual distancia entre Buenaventura y Tu- maco, se levanta hasta 1200 pies sobre el nivel del mar, la Isla de Gorgona, donde la Naturaleza ha sido pródiga en manifestar toda la exhuberancia y riqueza de la zona tropical.

A un solo golpe de vista se presentan ante el espectador árboles seculares, peñascos multiformes, como ruinas ciclópeas de castillos medioevales, y el mar sin límites, cuyas olas, for- man enormes cascadas de blanca espuma e irisadas perlas al chocar contra los arrecifes y rocas, y producen estridentes deto- naciones que repercuten a manera de cañonazos en un campo de batalla en los cerros de la isla.

La configuración de la Gorgona es montañosa y tiene tres altos principales: El Rabo, Trinidad y Punta Brava. En la base occidental del segundo existe una grieta de unos 100 metros de longitud y cinco pulgadas de latitud por donde salen substan- cias sulfúricas y donde se ve en la pleamar que el agua hierve.

Según el capitán Henry Rellet, inspector de la marina real inglesa y el comandante James Wood, que midieron la isla en

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1847, su longitud es de cuatro millas y media y su latitud en la parte que más se dilata, entre La Trinidad y Punta Brava, de milla y media.

El clima de la isla es de 26° del centígrado. Por las maña- nas soplan vientos del Este y del Sur; y después del medio día del Suroeste, Oeste y Noroeste. En la época del verano, enero, febrero, marzo y abril, reinan los vientos del Norte. En octubre suele haber tempestades y llueve constantemente de mayo a di- ciembre.

Las playas de la isla son verdaderamente hermosas. Las hay de cascajo, grueso y menudo, de arenas grises y de espu- ma de mar (silicato hidratado de magnesia); estas últimas son de color blanco matizado con arenillas negras, lo que les da un bellísimo y singular aspecto. El mar arroja permanentemente a esas playas innumerables conchas y caracoles de los más varia- dos tintes y formas. Las aguas que circundan la isla son muy cristalinas y se puede ver el fondo hasta una profundidad míni- ma de seis metros.

Al Oeste de Gorgona queda la Isla de Gorgonilla, que tiene 180 pies de altura sobre el nivel del mar. Es corta la distancia de la una a la otra, y en la bajamar se puede transitar por la canal a pie enjuto. Hay también dos cayos próximos a la isla: El Viudo y El Horno; el primero se yergue al Norte y el se- gundo al Sur.

En todo el perímetro de la isla hay buenos fondeaderos para barcos de cualquier calado ; pero los puntos que ofrecen mayor fondo y mejor abrigo son las bahías de La Trinidad y Puerto Pizarro. Allí han estado fondeados sin ningún peligro bu- ques de regular calado como el Juana Martina de 2500 tonela- das y el Bremen, crucero alemán de 8000 toneladas con 40 y 60 metros de cadena respectivamente.

Una barca peruana llamada la Máncora encalló hace unos 32 años al N. E. de Gorgona, en viaje de Buenaventura al río de Tapaje.

En la noche del 1 1 de diciembre de 1901 el vaporcito Pa- dilla que había fondeado en la bahía de Puerto Pizarro, pero fuera del abrigo de su bienhechora comba, se fue al garete. A los vapores Gaitán y Panamá, anclados con 15 metros de cade-

del Pacífico 101

na allí mismo, no les pasó nada a pesar del temporal produci- do por viento del S. S. O., de aquella noche. Este acontecimien- to dice mucho a favor de la hondura de aquellas ensenadas, pues justamente lo que le sucedió al vaporcito fue por haber estado fondeado en un lugar demasiado profundo para su tama- ño, pues sólo tenía 680 toneladas de registro. Estos vapores con- ducían a Panamá la expedición revolucionaria que había forma- do en Tumaco el general Benjamín Herrera.

En dirección de Gorgona, hacia el cabo de Guascama, el fondo marino es de rocas. ¿No estaría antiguamente la isla unida al continente?

En los bosques de la isla crecen árboles de variadas espe- cies como jigua, laurel, caimitillo, pichicande, roble, níspero ma- charde, tangaré y pacora. La fauna se reduce a monos, guatines, iguanas y pericos ligeros. Los ofidios abundan. Al Norte de la isla don Ramón Payan levantó una hacienda con buen éxito, pero fue talada en la revolución de 1899 por las fuerzas del Go- bierno que estuvieron allí dos veces y por las de los liberales, quienes permanecieron en una ocasión doce días en número de 1100 hombres. Hoy sólo se encuentra en este lugar una casa de habitación.

Al Sur, el cumplido caballero don Leopoldo D'Croz ha co- locado el nido risueño de sus amores y se ha dado al cultivo de la tierra y embellecimiento de su morada. No quiero descri- bir la hermosura que encierra aquel rinconcito con la casa en- tre flores, y las plantaciones de cocoteros, y los prados verdísi- mos en que pace el ganado a la orilla del mar, y las playas donde se reflejan en las conchas y madréporas todos los colo- res del iris y donde por miles se ven las gaviotas blanquecinas y las garzas de plumaje polícromo.

Cuarenta arroyuelos de agua potable, fresca y límpida bajan de los altos cerros y van a tributar al mar, después de recorrer en diversas direcciones, como los rayos de una estrella, las are- nosas playas. De éstos los principales son La Trinidad y Las Mercedes.

En las diáfanas aguas del mar nadan a la vista desde los dorados y argentinos pececillos hasta los grandes cetáceos. A nuestra memoria acude la impresión que nos causaban, sobre

102 Costa colombiana

todo, los inmensos pulpos que abundan en esas aguas, donde también caen pargos, bravos, salmonete, corbinas, espejuelos, sar- dinatas, sierras, atunes, lisas, pámpanos y otros muchos peces, en los anzuelos de los pescadores. Después de cada plenilunio se cogen por la noche con la mayor facilidad dos mil a tres mil agujas.

Desde los polos hacen viaje a las templadas aguas de los trópicos en los meses de junio a septiembre las ballenas, cuya pesca es en extremo interesante,

Con este objeto hasta hace pocos años arribaban a Gorgona por aquel tiempo varios buques de una compañía noruega esta- blecida en Chile.

Otra cosa interesante en la Gorgona es la extracción de conchas madreperlas, que se practica por medio de buzos con escafandro.

En el sur de la isla se han encontrado anzuelos y braza- letes de oro y restos de vasijas de barro.

Actualmente son dueños de la Gorgona don Fidel D'Croz y los herederos del señor Ramón Payan.

El 24 de febrero de 1853 el juez parroquial del partido de las playas, por mandato del juez del segundo circuito de Bar- bacoas, dio al Sargento Mayor Federico D'Croz la posesión de las islas de Gorgona y Gorgonilla por resolución del Poder Ejecutivo, que es del tenor siguiente:

«Adjudícanse al Sargento Mayor Federico D'Croz los terre- nos baldíos de las islas Gorgona y Gorgonilla, cantón de Iscuan- dé, en virtud del derecho a novecientas sesenta (960) fanegadas que el Poder Legislativo le declaró como comprendido entre los militares agraciados en Decreto de 2 de mayo de 1846.»

Federico D'Croz hijo legítimo de Emanuel D'Croz y Eliza- bet Deccazi, nació en Hamburgo el año de 1798; militó a las órdenes de Napoleón I y en la derrota de Waterloo se pasó de incógnito a Inglaterra donde se incorporó en la expedición del coronel Ramón Nonato Pérez, con quien vino a Venezuela para unirse al ejército libertador comandado por Bolívar. Sobresalió por su valor en la campaña de la magna guerra y sirvió a la República hasta el año de 1852, que se retiró del ejército. Vivió en la Gorgona con su familia 25 años.

del Pacifico 103

En la inauguración de los trabajos del ferrocarril de Bue- naventura, se designó al Sargento Mayor D'Croz para dar la primera azadonada.

A edad muy avanzada, querido y respetado en toda la Costa, murió en el puerto de Buenaventura el señor D'Croz. En el testamento, otorgado en dicho lugar, dejó como herederos a sus hijos, uno de los cuales vendió la parte norte de la Gor- gona al señor Ramón Payan.

La isla de Gorgona es un lugar verdaderamente estratégico. Su posición equidistante de los puertos de Buenaventura y de Tumaco la constituye en señora de toda la Costa sur de Co- lombia.

Juzgamos que el Gobierno de la Nación debe preocuparse por hacer, a lo menos, acto de presencia en la isla. Si Gorgona continúa como hasta el presente olvidada por completo entre las olas del Pacífico, no deberemos extrañar que el día de ma- ñana venga a ser presa de extranjeras manos.

CAPITULO XV

Río de Iscuandé Hidrografía Minas de Sanabria El Carrizo -La población de Iscuandé - Su decadencia Abandono del Archivo Derrota de Tacón en Rodea -Encalladura de La Rosa de Los An- des— Suicidio del Coronel Francisco García en 1 83 1 El Acta de Iscuandé en 1830 Pronunciamiento a favor del Ecuador Jura de la Constitución Política de la Nueva Granada Varias leyes del Congreso El Cantón de Iscuandé apoya a Obando Naufragio de algunos buques en los bajos de Iscuandé Ayer y hoy.

El río de Iscuandé, impetuoso en la parte superior, manso y tranquilo en la inferior, de rumbo Occidente, Norte, Occidente, nace en la cordillera, juntamente con el Iscuandecito. Entre los dos queda el bosque de Támar, al Occidente. El Iscuandé en su curso de 150 kilómetros recibe las aguas de 150 leguas cuadra- das desde Cacanegro a San Juan. Los principales afluentes son el Munchique por la derecha, y la Junta, Matambí y San Luis por la izquierda. Cerca de la desembocadura del Munchique hay un salto, del cual parte el camino para el río de Guapí. Los puntos principales desde este lugar hacia el mar son: San José, Buga, El Alto, Arenal, Caimanes, La Quinta, La Fragua, La Loma, Vueltalarga, Parmiño, Iscuandé, Pital, Sequihonda, Rodea y El Pueblito. Desemboca el Iscuandé «por seis brazos que llevan al mar 3000 metros cúbicos por segundo.» (1)

En la boca del brazo o estero de Chanzará al Norte, hay una playa de nombre Chico-Pérez, y en el de Quigupí quedan Las Vaquitas. El arroyuelo de Sequihonda está unido con el de

(1) Nueva Geografía de Colombia, página 2jy.

del Pacifico 105

Pato, afluente del Tapaje , por el estero de La Angostura. Tam- bién une a los dos ríos el estero de El Barco. « El río es nave- gable por embarcaciones menores unos 60 kilómetros.» (1)

En las cabeceras del río se encuentran las renombradas minas de Sanabria, de oro corrido; y perdidos en medio de la montaña hay tres pequeños caseríos.

La población de Iscuandé que primitivamente estuvo situada en el puerto de El Carrizo, de donde por los asaltos de los piratas fue retirada siete leguas adentro, al lugar que hoy ocupa, fue fun- dada por Francisco Parada y tiene actualmente cincuenta y dos casas, una iglesia bastante buena, que posee algunas tierras en Tapaje, casa cural y dos edificios para escuelas de varones y de mujeres.

Iscuandé, que fue la población principal de nuestro litoral Pacífico en los tiempos coloniales, se encuentra ahora en perfecta decadencia debido a la posición, río adentro, que el pueblo tiene. Si Iscuandé hubiese permanecido en El Carrizo hoy sería el pri- mer puerto de la Costa. Primeramente Guapí y después El Charco arrebatáronle el comercio, y sus habitantes se vieron obligados a trasladarse a aquellas plazas que les brindaban maneras múl- tiples de ganar la vida.

El Archivo de Iscuandé es verdaderamente rico; ¡pero en qué estado se encuentra! Los documentos relativos a la colonia fue- ron trasladados a Tumaco y los que se refieren a la República yacían hasta 1918 hacinados en el suelo de un cuarto de la casa municipal, víctimas de los ratones. ¡Cuál será el fin de este archivo en un lugar tan húmedo como Iscuandé, donde se ignora lo que significan esos papeles ininteligibles, carcomidos por el tiempo y cubiertos de polvo! Nosotros tratamos repetidas veces de que se pusiesen los medios para la conservación y arreglo del archivo, pero nadie se curó de hacernos caso; ¿por qué, si permanece en el mismo lamentable estado, la Academia Nacio- nal de Historia no pone manos en este asunto?

Cerca a Iscuandé se encuentra la isla de Rodea donde Tacón fue derrotado por los patriotas.

En el estero de El Barco encalló La Rosa de los Andes,

(i) Nueva Geografía de Colombia, página 279.

106 Costa colombiana

cuando se internó en el río de Iscuandé para salvarse de la fragata española llamada La Prueba con la que había sostenido por dos días a la altura de Punta Galera un reñido combate el 16 de mayo de 1820.

Sucre, cuando se dirigía en 1821 de Buenaventura a Gua- yaquil, envió de Iscuandé a ocupar la isla de Tumaco al coman- dante Ángel María Várela.

El 24 de marzo de 1831, después de la capitulación de Is- cuandé, gracias a las fuerzas mandadas por López, de Cali a Buenaventura, se quitó la vida en aquella población, abrumado por el desastre, el coronel Francisco García, quien fue con Manuel de Jesús Zamora, capitán de la goleta mercante La Rosa, alma primero del separatismo, y luego, desengañado con los desór- denes del Ecuador, de la unión del Litoral pacífico al centro.

El 29 de agosto de 1830 se había firmado en Iscuandé la célebre Acta, por la que dicha capital se unía al Estado del Sur. En ella se apellidaba a Zamora Gobernador y a García coman- dante de armas. Los cantones de Guapí y Micay siguieron el ejemplo de su capital. Raposo permaneció unido al interior.

En 1832, cuando por nuevas intrigas de Flores, se pronun- ció a favor del Ecuador la provincia de Buenaventura, Zamora reunió alguna tropa en Iscuandé para ayudar al venezolano Fruc- tuoso Oses que estaba en el puerto de Buenaventura, donde fue- ron derrotadas las fuerzas que comandaba el sargento mayor Vi- llamarín, quien perdió la vida en la refriega. Después de la toma del puerto por el coronel Córdoba y de la aprobación de los tra- tados entre las dos Repúblicas, todavía tardaron dos meses lar- gos las autoridades ecuatorianas en evacuar el territorio de la provincia de Buenaventura. No faltaron por esos días en el can- tón de Iscuandé algunos desmanes cometidos a nombre del Ecua- dor¡por'Zamora y Manuel Tarazano, contra quienes ejerció san- ción el comandante militar de Guapí.

Después de la reincorporación de los cantones de la provin- cia_ de;¡Buenaventura al centro, don Nicolás Caycedo y Cuero tomó"posesión de la Gobernación en Iscuandé el 10 de febrero de 1833 y procedió inmediatamente a la jura de la Constitución política de la Nueva Granada.

El cuarto Congreso Constitucional de la República que se reunió en Bogotá el 1,° de marzo de 1836 dio un decreto el 19

del Pacífico 107

de mayo sobre privilegio hasta el 1.° de junio de 1880 a una compañía de Pnpayán para abrir un camino de esa población a Iscuandé, cuya aduana fue suprimida por Ley 19 de 1860. Más tarde, el 21 de noviembre de 1894, por la Ley 24 se hicieron ex- tensivas a Iscuandé y Mosquera las rebajas de los derechos de importación concedidas a Tumaco por la Ley 21 del 21 de octu- bre de 1890.

En 1840 los cantones de Iscuandé y Micay apoyaron la re- belión de Obando. En los bajos de Iscuandé se han ido a pique algunos veleros como La Juana Martina y La Villa de Bilbao.

Generalmente en todas las guerras liberales Iscuandé ha contribuido con un contingente poderoso a fomentar las revolu- ciones, comoquiera que la mayoría de sus habitantes pertenecen al partido mencionado.

I Lo que son las vicisitudes que se registran en las monogra- fías de las poblaciones! Iscuandé que ayer, como quien dice, era la señora de la Costa, asiento de la Gobernación, emporio de ri- queza, centro de educación, hoy vive sólo de recuerdos, reduci- da a un mísero corregimiento, sin sacerdote fijo y con poquísi- mos habitantes que vegetan entre sus ruinas, en pobreza relati- va ciertamente, pero con almas donde se anidan grandes pensa- mientos y estupendos proyectos sobre el porvenir de la pobla- ción. Hago votos al cielo para que se realicen.

CAPITULO XVI

El río de Ta paje Comercio -Agricultura Lugares importantes Be- llavista Don Manuel de Olaya Don Carlos Olaya Curiosas me- nudencias— Playagranda y El Rosario Fundación de El Charco Importancia comercial de El Charco Don Fidel D'Croz.

Los varios arroyuelos que forman el río de Tapaje tienen sus orígenes en los cerrillos de San Luis y en Laguna Brava. Su cur- so es de 90 kilómetros en dirección del S. E. a N. W. Propiamen- te ningún verdadero río desemboca en Tapaje, a no ser un brazo del Iscuandé que le tributa. El arroyuelo del Cuil es importante porque por él es muy fácil la comunicación con el Patía viejo. Al abrir un canal entre los dos ríos, cosa muy factible, ganaría inmensamente la región de Tapaje. Antiguamente iba por esa vía el correo de Iscuandé a Barbacoas.

Tapaje es sin duda alguna el río más comercial y rico de esa parte de la Costa. Está muy habitado y en él hay verdadera agricultura en cuanto lo permite el terreno. Semanalmente salen de El Charco veleros o canoas para Buenaventura, Tumaco u otros ríos, cargados de cocos, plátanos, caucho, etc. Viajan también los veleros a Panamá y al Perú. El comercio con Paita es activo. De allá se importa la sal, y en cambio se exportan plátanos, cascara de mangle y maderas de construcción. En varios puntos de las riberas del río hay pequeños hatos, que tal vez con el tiempo sean una fuente de riqueza. Los nombres de los principales lugares de la cordillera hacia el mar son los siguientes: El Palo, Bellavista, Cuil, El Brazo, Blayagrande, El Castigo, El Rosario, El Hojal, Montealto, Banguela, Arenal, Guayaquil, El Hormiguero, El Mero, La Capilla, El Charco, Llanzal, El Barco, Las Islas, Venecia y Domingo Ortiz.

51 .

del Pacifico 109

La población de San José de Pulvuza, que ya no existe, en el arroyuelo de su nombre y las de El Palo, Bellavista y El Brazo, fueron fundadas como centros mineros por don Manuel de Valverde. La capilla de El Palo en la margen derecha del río está en ruinas. Allí fue sepultado un sacerdote pastuso a quien hace unos cuarenta años envenenaron en ese lugar el mismo día que celebraba la fiesta de la Asunción de la Virgen.

La capilla de Bellavista se encuentra también al presente en estado ruinoso y la casa cural es un cuchitril plagado por todas partes de bichos. No era así antiguamente. En Bellavista vivió don Manuel de Olaya después de haber comprado las minas de Valverde, y más tarde su hijo don Carlos. Don Manuel fue casa- do en Cali con doña María Manuela Salazar. A principios del siglo XVIII pasó a Iscuandé y luego a Tapaje, donde se consagró al laboreo de las minas de oro. Durante la guerra de la indepen- dencia contribuyó con su dinero y con su persona a la causa de la emancipación; murió en Iscuandé. Don Carlos nació en Cali en 1801 y después de terminar sus estudios en el seminario de Popayán fue a la Costa y se estableció en Iscuandé; más tarde pasó de allí a la mina de Bellavista, donde vivió luengos años. La historia de Tapaje está íntimamente unida a la del señor Olaya por haber sido el alma del río durante unos cincuenta años.

Fue el dueño del río y de la playa de Sanquianga, de Sa- tinga, Sequihonda, Aguacatal, Nerete, Sanabria, Pulvuza, y Ta- paje, desde Supí hasta las cabeceras; tuvo numerosos esclavos y llegó a reunir una cantidad fabulosa de oro. En el archivo de Iscuandé se encuentran varios documentos que confirman las riquezas del señor Olaya. En uno, por ejemplo, se lee que las autoridades hicieron en Barbacoas un empréstito a don Carlos por $ 5000 oro, «de grado o a la fuerza», y en otro que el dicho señor había pagado lo que le correspondía anualmente por los mil esclavos que íenía en sus minas. En 1860 subieron cua- renta ladrones a la mina, suspendieron de una viga a Olaya y a su hijo Víctor y le saquearon la casa. José María Arroyo persi- guió a los bandidos y logró rescatar parte de lo robado. En Sanquianga también fue víctima el señor Olaya de otro robo hecho por determinadas personas, cuyos nombres callamos por respeto a sus descendientes, que son personas muy estimables.

ílO Costa colombiana

Don Carlos hacía frecuentes viajes al Perú a vender oro; y a Bellavista subían con el objeto de negociar con él acaudalados comerciantes del Litoral. Semanalmente daba don Carlos sesenta plátanos a cada esclavo, de donde viene la costumbre establecida hoy en toda la costa de vender aquel fruto por raciones. Cada una tiene sesenta plátanos.

Es de justicia confesar que el señor Olaya contribuyó pode- rosamente a fomentar las riquezas, con los trabajos de agricultura y ganadería.

Don Carlos testó en 1866 a favor de sus nueve hijos natu- rales, y murió al año siguiente en la playa de Sanquianga.

Playagrande tiene un siglo de existencia. Pedro José Vaca cedió el sitio para la fundación del pueblo en 1820 y a instan- cias del Padre Cipriano Gutiérrez levantaron la capilla Gregorio Hurtado, Elias Castro y Gabriel Montano. El Rosario es de hoy. El Padre José María Mera dio principio a la iglesita, que puede ser con el tiempo la mejor del río.

La fundación del Charco se debe al señor Fidel D'Croz, nieto del procer Federico D'Croz, porque él cedió un sitio de 240 metros de frente por 240 de fondo para levantar la pobla- ción, en un terreno que había comprado a Severina Campaz, viuda de Hermenegildo Olmedo, el 22 de julio de 1890 y donde se había establecido el 19 de abril de 1899.

Federico Archer y Nicolás Martán, que por aquel tiempo vivían en la margen izquierda del río también pensaron en fun- dar una población, pero nada hicieron para dar cima a su idea.

A fines de 1903 fue a Iscuandé a practicar la visita oficia! don Heladio Polo, y, al ver la decadencia del pueblo, pensó en dirigirse a la Asamblea para pedir la incorporación de aquel distrito al de Mosquera, mas varió de parecer a causa de la cesión del terreno hecha por don Fidel y trabajó en el sentido, digno de loa, de trasladar la cabecera municipal a El Charco.

Efectivamente, el 12 de junio de 1904 la Asamblea dio la siguiente ordenanza:

«Artículo único. Trasládase la cabecera del Distrito de Iscuan- dé, provincia de Núñez, a la población denominada El Charco.»

En el mes de enero de 1905 se dio cumplimiento a la orde- nanza.

del Pacifico \\\

Actualmente de Buenaventura a Tumaco, El Charco es la población más importante de la Costa. El comercio aumenta de día en día; y no puede ser de otra suerte, dado el céntrico lugar que ocupa el pueblo, camino obligado para las embarca- ciones que viajan por aquellas costas.

La iglesia está en construcción. Hay escuelas para varones y para niñas.

Merece una mención encomiástica el honorable anciano don Fidel D'Croz, quien ha trabajado sin cesar por el engrandeci- miento de El Charco; lo mismo han hecho sus hijos don Emilio, don Leopoldo y don Aníbal.

En una velada literaria que hubo en El Charco en diciem- bre de 1916, lanzó la idea uno de los oradores de cambiarle a la población el nombre por el de D'Croz en atención a los méri- tos del procer de la independencia don Federico D'Croz y a los de su hijo don Fidel, fundador y alma del poblado. Muchas per- sonas trataron de que se realizase aquella idea, pero otras, más por enemistades personales que por sólidas razones, dieron con ella en tierra.

Ojalá más tarde, cuando obre el patriotismo y no la pasión lugareña, se haga justicia a los méritos del noble y digno ciu- dadano don Fidel D'Croz.

CAPITULO XVII

Una red de esteros La Tola y Sanquianga Varias Playas Mosquera. El río Patía y sus afluentes Laguna de Chimbuza Posibilidad de un canal Bocas del Patía— Leyes del Congreso para establecer la navegación en el Patía Primer vapor que surcó las aguas del río Agricultura Salahonda Opiniones del sabio Caldas sobre el Patía.

Fronterizo a El Charco parte el estero de Martínez, unido al de Torres, y éste al del Aguacatal; y así continúa una ciénaga, cuyos caños reciben diversos nombres y que ocupa una exten- sión inmensa: desde el Tapaje hasta el Patía. Los ríos principa- les son la Tola y Sanquianga. En el primero hay dos pueblos La Tola y La Tolita y en el segundo Sanquianga, y El Carmen en uno de los brazos o esteros de la desembocadura en el mar. Debemos también mencionar a Satinga en el río de este nombre afluente del Sanquianga y al Calabazal, pequeño caserío. En todos funcionan escuelas y capillas.

Hay también varias playas dignas de mención: Domingo Or- tiz, en la margen derecha del Tapaje y la Punta de los Reyes en la izquierda, Bazán, Boquerones, Amarales, Mulatos y la Vigía, tal vez el único lugar de la costa donde todos los habitantes son blancos.

El Sanquianga nace en la hermosa laguna de su nombre, «situada a 15 kilómetros de la orilla derecha del curso inferior del Patía, 45 kilómetros arriba de la desembocadura del Telembí.» La comarca recorrida por el Sanquianga es bastante plana y la bahía donde rinde sus aguas al mar amplia y profunda. Según el dictamen de peritos ingenieros es relativamente fácil la comu- nicación del interior al litoral por la vía de Sanquianga.

del Pacifico ¿13

El pueblo de Mosquera en el estero del mismo nombre, llamado antiguamente San Francisco de Tierra Firme, parece que en otro tiempo tuvo alguna importancia; hoy es un pobre case- río sin movimiento y sin vida. Los mosquitos abundan tanto, que para celebrar la santa misa es necesario tener en el altar a uno y otro lado braseros que den humo para ahuyentarlos.

El nombre actual del pueblo data de época reciente en me- moria del general Tomás Cipriano de Mosquera.

La iglesita nueva es regular: tiene 25 metros de longitud por 8 de anchura. Hay escuela.

«El Patja es el segundo río de este litoral por la masa de sus aguas, pero el primero por la magnitud e importancia de su hoya; se divide en dos porciones, litoral la una, intercordille- rana la otra, más rica y poblada. Al Patía afluyen por la izquier- da riachuelos sin importancia, en tanto que por la opuesta banda le caen dos grupos considerables de afluentes. El primero lo constituye el Dosríos, formado por el Guachicono y el San Jorge, que se juntan en la llanura poco antes de morir: el Guachicono que describe un arco acentuadísimo, recoge las aguas paralelas que entre angostas cuchillas surcan las tierras que median entre la Sierra y el páramo de Almaguer; el San Jorge hace lo propio con las nacidas en la tierra no menos quebrada, pero que en otra forma se dilata de ese páramo a la montaña de Bateros. El segundo grupo lo forman el Mayo y el Juanambú, célebres en los anales militares de Colombia, y cuyas bocas no distan una legua: ios dos nacen muy cercanos, ambos formados por dos ramas principales, y corren más francamente de E. a N. por grietas-valles que separa la montaña del Arenal, que las aleja bastante hacia la mitad de su surco, recibiendo el Jna- nambú por la izquierda el tributo de las aguas que riegan las breñas de Pasto.

En la boca del Juanambú, el Patía principia la acentuada cur- va que lo lleva largo trecho al N. W., y en cuyo trayecto franquea la cordillera del Chocó por la formidable hoz que dominan los cerros Cacanegro y Sotomayor, vulgarmente denominada estrecho de Minamá.

El Patía recibe muy cerca del Juanambú El Guáitara conoci- do por lo salvaje de su lecho y lo precipitado de su curso y el

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i 14 Costa colombiana

cual en 100'kilómetros de su longitud baja unos 3000 metros sin un trecho de reposo, porque su cauce no es sino una enorme grie- ta entre escarpas de 800 a 1000 metros, abierta en la cordillera por los mismos fenómenos que le dieron el ser, de suerte que es el rasgo tectónico originario de !a actual cuenca hidrográfica del Patía o sea el tlialweg de la comarca, antes de la aparición de las traquitas. El Guáitara, que nace en el Chiles y se llama Carchi en sus primeros kilómetros engloba en su parte alta las altiplanicies de Túquerres, ayudado por el Sapuyes que le tributa no lejos del Angasmayo quizá el río más salvaje de Colombia, y en la baja por medio del Bobo y de varios torrentes, la mayor parte de las del Volcán Galeras, frente al cual lo engrosa el Pascual, el más largo de sus afluentes. Así engrosado el Patía, ya gran río, penetra en los desfiladeros de la cordillera del Chocó, buscando la lianura que baña el Pacífico, en la cual ha divagado su lecho, gira al S. W. y recibe el Telembi.

A partir de la boca del Telemb', el Patía con exagerada an- chura tuerce al N. W. y avanza majestuoso en largos giros surcan- do tierras bajas llenas de pantanos y ciénagas, pero con algunos oteros y altozanos.

Es, pues, el Patia una corriente considerable cuyo curso se divide en alto y bajo. Por desgracia, presta poca utilidad como camino, a pesar de reunir el tributo de 80 ríos y 400 arroyos, por culpa de esa división.» (1)

El Patía recibe en la parte baja, antes de la confluencia con el Telembi, los siguientes ríos: Llanada, Mansalví e Ingüí con su afluente el Guanambí, donde están situadas las poblaciones de Jet- semaní y Payan. También hay que hacer mención del Patía Viejo, abajo del Telembi y del arroyo de Pirí.

La laguna de Chimbuza es digna de mención porque el día que se abriese un canal entre ella y el río Chagui se facilitaría inmensamente la comunicación con Barbacoas. Esta obra es difí- cil porque el istmo de Chapul tiene próximamente legua y media de anchura. Sin embargo el 5 de abril de 1836 la Cámara de la provincia de Pasto decretó la ejecución de la obra; y el Con- greso llamó a licitación para realizarla por decreto de 4 de oc-

(1) Nueva Geogr fía de Cr'lomb;;, i:'g a 279

del Pacifico 1 1 5

tubre del mismo año y ofreció conceder privilegio por 20 años y permitir el cobro de 2 a 8 reales por cada bulto de mercan- cías extranjeras, y de 1 a 4 por los de frutos del país que por el canal transitasen.

El Patía tributa al mar por cinco grandes bocas: Brazo largo, Hoja blanca, Santa Rosa, San Ignacio y Guandipa. Las bahías del Guinú y Caballos tienen amplitud y profundidad. Las playas de El Cocal, La Tasquita, San Ignacio y San Juan son grandes y hermosas; en la última hay un pequeño caserío con escuela y capilla.

Los brazos del Patía están unidos entre por muchos este- ros, por donde viajan las embarcaciones menores. El delta que forma el Patía tiene 65 kilómetros en la costa por 25 de Guan- dipa al mar.

En el Patía bajo hay algunos pasos peligrosos para las embarcaciones como los remolinos grandes y chiquitos. En aqué- llos naufragó el vapor Nariño hace poco tiempo. Además e¿ de advertir que en los tiempos de verano el río es innavegable a vapor. Las partes más difíciles en tiempo de verano son: las Vueltas del Gallo, Guandipa, el Guaco, Pateros, Conde, Limo- nes, Pumbí y Purí.

El Gobierno se ha preocupado frecuentemente por la nave- gación en el Patía para facilitar la comunicación de la Costa con el interior. En noviembre de 1869 se concedió en Pasto privilegio al señor Roberto B. White, para establecer la nave- gación a vapor en el Patía y en el Telembí. El Gobierno con- cedía a White sesenta hectáreas de tierras baldías y el uso del privilegio exclusivo por cuarenta y nueve años. Este debía dar una fianza de $ 2000 y cumplir el compromiso en el plazo de cuatro años, además aquel se reservaba el derecho de tomar el veinticinco por ciento de las acciones.

La ley de 14 de mayo de 1882 mandó fomentar la navega- ción a vapor en el río de Patía.

Terminados los cuatro años del privilegio otorgado a White y no habiendo dado cumplimiento a sus compromisos, algunos comerciantes de Pasto trataron de establecer por su cuenta la navegación fluvial a vapor entre Tumaco y Barbacoas; por lo cu U la ley 57 del 29 de septiembre, expedida por el Congreso

116 Costa colombiana

de 1887, concedió la subvención de $ 80 mensuales durante cinco años a quien llevase el primer vapor. El Colombia, des- graciadamente de efímera existencia, porque voló el 1.° de marzo de 1886, surcó por primera vez las aguas del Patía. Después siguieron La República y muchos otros.

Antiguamente había en el Patía grandes plantaciones de cacao; pero desde la guerra de la independencia fueron aban- donadas. Todavía se recoge, sin embargo, algo del precioso fruto, aunque en verdad en poca escala, a lo menos en el bajo Patía. Actualmente se encuentran buenos arrozales, platanares y cañaverales.

Algunos señores como don Vicente Micolta, han tratado con tesón digno de loa de dar empuje a la agricultura en el Patía, pero creemos por lo que hemos visto con nuestros propios ojos que sus bríos y buenos propósitos se han estrellado contra la apatía de los negros y las inclemencias del clima. Cuanto los historiadores antiguos dicen de las riquezas del Patía, debe en- tenderse de la parte alta o del valle, porque ingenuamente con- fesamos que no creemos que en la parte baja hubiese en tiempo de la conquista muchos moradores. Ciertamente hubo a las ori- llas del río algunos caseríos, de los cuales el principal estaba ubicado en la isla del Gallo, donde se fundó la población de Salahonda que fue algo en los tiempos coloniales; ahora está en manifiesta decadencia. Tiene iglesita, dos escuelas y es la cabe- cera del distrito. El archivo parroquial, que data sólo de 1830, se guarda en Tumaco. Las embarcaciones menores para no pasar por los peligrosos bajos que hay en la desembocadura del Patía, transitan por un canal que une al río con la ensenada tumaqueña.

El sabio Francisco José de Caldas emite estas opiniones acerca del Patía en su Memoria sobre el estado de la geografía del Virreinato de Santa Fe de Bogotá.

«Del Valle de Pasto y sus cercanías descienden ríos con- siderables (Guáitara, Juanambú y Mayo) que se reúnen al Patía y de que vamos a tratar inmediatamente, y dudo que hasta hoy se haya hecho alguna tentativa para reconocerlos. Los pastos tienen el pésimo camino de Barbacoas, y no se ha pensado en mejorarlo en 300 años de existencia. Se cree que el terreno no permite otro mejor; pero, ¿se ha buscado pjr algún iníeügente?

del Pacifico 117

¿Sobre qué hechos se funda esta aserción voluntaria? En fin, Popayán que parece el país más cerrado de la Nueva Granada, tiene el recurso del Patía, río caudaloso y el más bien situado de toda la cordillera para establecer una pronta comunicación con todas las provincias marítimas del Sur. Los habitantes de esta ciudad hasta hoy no han fijado su atención sino sobre la cordillera. Todos sus esfuerzos se han dirigido a montar ese soberbio muro, a dirigir sus rutas al ocaso, sin principios y sin luces. Si en lugar de vaguear sobre la cima de los Andes hu- bieran reconocido el curso del Patía, tal vez se hallarían en posesión de un camino expedito y cómodo, que llevase sus frutos a Barbacoas, a Tumaco y a todos los puntos de la Costa. El Valle de los Patías es de los más bajos, y en él se reúnen las aguas de más de 40 leguas de la cordillera. Los ríos de Timbío y Quilcasé lo bañan por el Norte y lo atraviesan de Norte a Sur; por aquí se descargan en su fondo Guachicono y San Jorge y van a unirse, con los primeros en la parte más austral de este valle abrasador. Pocas leguas más abajo recibe por el Sudeste a Mayo, Juanambú y Guáitara, ríos caudalosos y que no se vadean en ningún tiempo del año. Hasta hoy ignoramos los que recibe por el poniente, que bajan de las montañas de Sandagua.

Cuando vi en 1801 el caudal de todos estos ríos, cuando el barómetro me enseñó su nivel, cuando he reflexionado sobre todo el curso del Patía, no he podido dejar de concebir fundadas esperanzas de que algún día los moradores de Popayán, y prin- cipalmente los propietarios de este fecundo valle, hagan esfuer- zos para salir de la cordillera que los mantiene confinados. La navegación del Patía es muy interesante, no sólo a Popayán, sino también a Pasto, a Los Pastos, a Barbacoas y a la costa, y merece que entremos en algunos pormenores. En la emboca- dura del Guáitara (por Io 28' latitud boreal) ha recogido el Patía las aguas de 75 leguas de Norte a Sur, y 25 de Oriente a Poniente, es decir, las aguas de un área de 1875 leguas cua- dradas. Este es justamente el punto en que comienza a cortar la cordillera para salir a bañar las llanuras de Barbacoas. Qué caudal de aguas tan asombroso no se habrá reunido en este lugar. Pregunto: ¿será navegable en esta latitud el Patía? El

118 Costa colombiana

baiómetro se suspendió en las orillas del Guachicono, 5 leguas antes de su desembocadura en Quilcasé, en 313. 3 líneas cuando el termómetro indica 20° de Reamur. Esta presión atmosférica con esta temperatura nos dice que el valle de los Patías y las "■'fr- ? del Guacbicorma están sobre el nivel del Océano Pacífico 816 varas castellanas solamente. ¿Cuánto habrán bajado de este nivel hasta la reunión de todos los ríos del valle? El curso del Patía, contado desde el lugar de mi observación hasta su embo- cadura en el 0:éano, tiene 65 leguas de 20 al grado. De aquí se infiere legítimamente que las aguas de este río caudaloso corren sobre un plano inclinado que tiene 429.650 varas de largo y sólo 816 de altura. Las más sencillas nociones de la hidráulica bastan para conocer que el Patía no puede correr con una ve- locidad que se oponga a la navegación, ni puede presentar ya salto ni cataratas que la interrumpan sin recurso. Puede ser que tenga algunos lugares estrechos y que allí acelere su velocidad; puede ser que algunas piedras en su lecho, y que el arte puede remover, dificulten el paso en algunos puntos. Yo termino este particular ya demasiado largo aconsejando a los moradores de Popayán, que reunidos formen una expedición para reconocer el curso del Patía desde la confluencia de Guachicono y Quilcasé hasta Barbacoas; que esta empresa debe confiarse a unas manos inteligentes; que se ha de temer mucho de los charlatanes, que la harían abortar en su cuna ; que cierren los oídos a las decla- maciones de los que prefieren sus intereses a los del público ; y, en fin, que animados con las grandes esperanzas de hacer variar el aspecto y los intereses de su patria, sostengan el pro- yecto con la firmeza y la constancia que hacen el fondo de su carácter.»

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CAPITULO XVIII

El río de Telembí y sus afluentes San José y Pambana Las antiguas poblaciones de Málaga y Madrigal Fundación de Barbacoas Las minas de oro en los tiempos coloniales Encantos del Telembí El oro de Barbacoas Época de la independencia Varios aconteci- mientos— Guerras civiles Hombres notables —Decadencia de la región— Camino actual de Barbacoas a Túquerres- Esfuerzos del Gobierno colonial para unir el interiora la Costa Conatos de li República con el mismo objeto La senda vieja Proyecto sobre un camino carretero Conveniencia de él.

El río Telembí en su curso ordinario no es tan cauda- loso como lo pintan algunos escritores que aseguran que lleva tanta agua como el mismo Patía. Los arroyuelos que le tributan son Teraimbe, (D), Nambí, Telpí, Guagüí, Guebnambí, Inguam- e Ispí.

En la desembocadura del Telembí hay una capilla, y cerca relativamente de aquélla está la población de San José; río arriba queda el caserío de Pambana. Antiguamente en las cabe- ceras del Telembí existió la población de Málaga, que fundó por mandamiento de Belalcázar en 1541 Jerónimo de Aguado como centro minero. También hubo en las aguas del río un pueblo de nombre Chapanchica o Madrigal.

El piloto Bartolomé Ruiz al llegar a Tacames en su primer viaje encontró muchos indios «que tenían las casas sembradas de clavos de oro sacado de Barbacoas» y Cieza de León dice refiriéndose a Telembí:

«En la tierra de adentro hacia el Poniente había mucho poblado, y ricas minas y mucha gente.» .

120 Costa colombiana

Con el objeto de proteger los centros mineros del Patía y del Telembí amenazados por los indios, bajaron de Pasto con gente armada en 1534 y en 1587 don Juan de Acosta, don Fer- nando Pérez de Rúa y los capitanes Cristóbal Delgado y Diego Galíndez.

También trató, aun cuando sin éxito, de fundar asiento para el laboreo de las minas y domeñar las tribus indígenas el Go- bernador payanes en 1590. Diez años más tarde el capitán Francisco de Peralta fundó en la orilla del Telembí, en la desem- bocadura del Guangüí, un centro minero, donde en 1640, según don Sergio Arboleda, el Gobernador Francisco Sarmiento puso los cimientos de la población de Santa María del puerto de Bar- bacoas y se le dio el nombre de Nuestra Señora del Puerto de Nuevo Toledo.

Don Juan Montalvo escribe:

«El Telembí es el río más bello quizás que abrigan las sel- vas ignoradas del Nuevo Mundo. Un barranco altísimo que pa- rece muralla del jardín de las Hespérides, le tiene a raya por el frente de la ciudad; barranco que es una peña viva de esme- ralda por el verde profundo de mil plantas que le cubren. Para tomar un baño en esta caudalosa vena de los bosques, las Ná- yades del Elfe dejaron sus grutas y pasaron de mundo a mundo en encantado viaje. El pueblo a cuyas plantas corre manso el Telembí, está lleno de gente principal que profesa benevolencia y cortesía con los extranjeros, comerciantes y mineros opulentos; no conocen la agricultura; mas a fuerza de oro tienen cuanto ha menester el hombre civilizado. Allá van a dar los hijos de la sierra con los esquilmos de sus labranzas, y se vuelven con los vestidos y los adornos de sus esposas y de sus hijos.»

Solamente por los derechos reales del oro beneficiado en Barbacoas, produjeron las minas en 1686 la suma de 3692 cas- tellanos.

En el arroyuelo de Alpud explotaron los españoles en el siglo XVIII, y más tarde una compañía mejicana, una mina bas- tante rica.

En Carlosama derrotó en julio de 1811 a don Pedro Mon- túfar que se dirigía de Quito a Pasto, con 800 hombres, Tacón, quien de ahí marchó para Popayán, y desde Almaguer para Barbacoas por el Patía.

del Pacífico 121

El comandante Ángel María Várela, a quien había enviado Sucre de Iscuandé a Tumaco y Barbacoas, saqueó la iglesia y Jas casas de las personas acomodadas y dio tormento a algunos esclavos, como a los del señor Fernando Ángulo, para que re- velasen el lugar donde ocultaban sus amos las riquezas: lo que trajo por consecuencia que lo arrojaron los habitantes del terri- torio con el auxilio del teniente coronel Vicente Parra, a quien había enviado por el Patía, después de la expedición a Popa- yán, don Basilio García.

Llevada a feliz término la capitulación de Berruecos del 6 de junio de 1822, Bolívar dejó en Pasto de comandante militar al coronel Antonio Obando, quien inmediatamente envió fuerzas a Barbacoas, donde se libró una batalla más tarde entre éstas y las del célebre indio Agualongo, el cual fue fusilado en Popa- yán el 13 de julio de 1824.

En 1814 el coronel Fábrega, que había llegado a Barbacoas de Panamá con fuerzas realistas, se ocupó en explotar algunas minas, como la del Tigre, cuyos dueños eran los Arboledas, donde 117 soldados comandados por el jefe Hiera estuvieron algún tiempo sacando oro.

El Congreso ordenó establecer en Barbacoas «una casa de rescate y ensaye» con dos rescatadores y dos reductores, por decreto del 28 de junio de 1823. Algunas personas enviaron de Barbacoas a Bolívar en 1828 una valiosa remesa de oro, de la que se apoderaron los rebeldes que comandados por Obando se habían levantado contra el Libertador, quien perdonó este grave hecho en la amnistía de marzo de 1829.

En 1838 se mandó por decreto legislativo abrir en Barba- coas una casa de moneda, y parece que la de Quito se proveía de oro en aquella población en 1840.

En octubre de 1831 fuerzas quiteñas a órdenes de Otamendi persiguieron al sargento Miguel Arboleda que comandaba una columna del batallón Vargas hasta Barbacoas.

Debe notarse que durante las pretensiones de Flórez acerca de nuestro territorio del Sur, Barbacoas guardó fidelidad al Go- bierno de Bogotá.

En 1860 al levantarse Mosquera contra el Gobierno de la Nación, Payan sejipoderó de* Barbacoas por medio de la tropa que comandaba el coronel Jacinto Solano.

122 Costa colombiana

El doctor José Francisco Zarama, intendente de Pasto, man- dó fuerzas para tomar a Barbacoas, donde estaba por Goberna- dor Aníbal Mosquera hijo del general Tomás C. de Mosquera quien huyó a Iscuandé. Cuando don Manuel María Gallo derrotó a los revolucionarios en Punta de Mira, Mosquera hijo pidió indulto y se entregó a los señores José Rivas y José Polit, en- viados por Zarama.

En 1862 el general Payan quiso de Tumaco pasar a Barba- coas, pero se lo impidió en el Arrastradero el intendente Zara- ma, con fuerzas pastusas.

En la revolución conservadora de 1875 una de las primeras providencias que tomó Barrera, a raíz de su triunfo sobre el jefe municipal del Sur, fue la de apoderarse del puerto de Bar- bacoas.

En las revoluciones de 1895 y de 1899, también fue activo factor la población de Barbacoas.

Y en ella han nacido hombres que han ilustrado la historia de Colombia, ya como políticos y militares, ya en el campo de las letras. Nombraremos al misionero Marcos Calderón, al niño Rafael Hurtado Rodríguez, pianista a los cinco años, y, al pre- sente, a los señores Ildefonso del Castillo y Francisco Albán. Desgraciadamente la preponderancia antigua de Barbacoas va de capa caída. Muchos de los principales habitantes de la población se han ido a vivir a Pasto y los moradores de los ríos emigran a otros lugares continuamente. Las minas de oro se explotan en pequeña escala. Lo que únicamente permanece activo es el intercambio de los frutos de! interior por los de la Costa. En una palabra: la apertura de un camino al interior, distinto del que parte actualmente de Barbacoas, sería la muerte de la población.

El camino que une a Túquerres con Barbacoas merece po- nerse en primera línea entre todos los de la Nación. Lo cons- truyó por contrato el señor Ignacio Muñoz en 1892, quien puso al frente de los trabajos como ingeniero al señor Julián Uribe, conocedor del terreno y entusiasta por aquella vía, a cuya aper- tura había ya antes contribuido activamente.

En los tiempos coloniales preocupó vivamente a los Gober- nantes de Quito y Popayán la comunicación del interior al Pací-

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fico. Prueba de ello son los esfuerzos que para abrir un camino hicieron entre otros el capitán Juai de Céspedes, el capitán Dieg) Gilíndez, don Miguel Cabello y Balboa, cura de Funes, (1577), don Diego López de Z'íñiga, don Miguel Ibarra, don Cristóbal de Troya (1507), don Pablo Durango Delgadillo (1621), don Francisco Pérez Menacho (1626), don Juan Vicencio Justi- niani y don Hernando de Soto Calderón (1713).

Después de la independencia el Gobierno republicano de la Nueva Granada expidió también varias leyes con el objeto de abrir un camino de Pasto al Pacífico. Así lo hicieron la Cámara Provincial de Pasto por decretos del 2 de octubre de 1834 y 5 de octubre de 1843, y el Congreso Nacional en 1841, 1846, 1864, 1872, 1876, 1881, 1882, 1883, 1888.

Es menester confesar que, a pesar de los esfuerzos del Go- bierno, la región de Pasto permaneció aislada por completo del resto de la República hasta el año de 1892; porque la senda que antes de este año existía del mar al interior, era, según las pavorosas descripciones que nos han legado quienes por ella transitaron, una bóveda sombría de cincuenta centímetros de ancha, cuyo suelo estaba constituido por lodazales perpetuos y la techumbre por las entrelazadas ramas de árboles seculares, albergue de horribles ofidios y de toda clase de sabandijas.

Actualmente se trabaja con entusiasmo para comunicar el interior de Nariño con la Costa por un camino carretero. Y a fe que esta obra es de vital interés para Colombia, a fin de evitar que el Ecuador se apodere de todo el comercio del interior de Nariño.

CAPITULO XIX.

La ensenada de Tumaco Puntos principales Los ríos Chagüí y Rosario Varias playas La Isla de Tumaco- Hu tpa-Capac en la Costa El corsario Eduardo David La población en 1789 Sucesos durante la guerra magna Anexión a la Provincia de Pasto La aduana de Tumaco Cesión al Ecuador La parroquia de Tumaco Leyes na- cionales que fomentaron el comercio del Puerto Medidas tomadas para la defensa de la Isla Contrato con la Compañía Británica— La Isla en las guerras intestinas Tumaco y el Ecuador Provincia de Núñez —Importación y exportación Apuntes sobre la sal —La ciu dad moderna La instrucción pública.

Entre los ríos Patía y Mira se abre el seno de Tumaco, cuya boca mide 40 kilómetros. En él desaguan muchos riachuelos ge- neralmente de poca importancia. Los puntos más notables son Llanaje, Curay, Colorado, Chagüí, Tablones, Mejicano, El Rosa- rio, El Trapiche, Inguapí del Guayabo, Inguapí del Guadual, Ingua- picito, Las Varas y Chilví. Los ríos Chagüí y Rosario merecen especial mención; por el primero se hace con relativa prontitud el viaje a Barbacoas, y en el segundo rematará el camino que se proyecta de Altaquer al Pacífico. Tiene este río dos poblaciones con sus capillas y escuelas, Santa María y San Francisco; y otra en el riachuelo de Caunapí, tributario de aquél. En San Fran- cisco hay oficina telegráfica.

Pilví que también desagua en El Rosario, no carece de im- portancia. El río tiene dos bocas, Gualajo y Rosario.

Entre los riachuelos hay numerosos esteros que forman una verdadera red.

Del informe rendido por el señor Joaquín Fonseca al Minis-

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tro de Obras Públicas el 30 de junio de 1919 sobre caminos nacionales, desglosamos lo siguiente que se refiere al del Rosario:

"El otro camino, sobre el que quiero atraer también la aten- ción de Su Señoría, es la carretera de Pasto a Barbacoas.

Esta carretera tiene por objeto dar salida y desarrollo al co- mercio de Pasto, y en general al Departamento de Nariño, cir- cunstancia suficiente para comprender la importancia de esta vía.

El puerto de Barbacoas punto terminal de la carretera, queda sobre el río Telembí, en donde principia el tráfico por navega- ción en dicho río, para tomar luego el Patía y salir por el Brazo Largo a Salahonda, sobre el litoral, de donde se dirigen los bar- cos a Tumaco, saliendo mar afuera, como lo requiere la nave- gación en las costas. Barbacoas se encuentra situada a una dis- tancia itineraria de 240 kilómetros de Tumaco y a 21 metros sobre el nivel del mar.

Como es natural, los transportes deben hacerse en embar- caciones que, pudiendo entrar por los ríos arriba indicados, sean adaptables a la navegación marítima; por tanto, requieren ciertos tamaños y costos que no están al alcance de todos y que oca- sionan un promedio del valor del tonelaje comercial bastante alto.

Todos estos inconvenientes han traído al convencimiento de la necesidad de un nuevo camino, y al efecto, por iniciativa del gobierno departamental se practicó un estudio de exploración por una comisión de Ingenieros, compuesta de los señores Justino Garavito y Tomás Aparicio, quienes rindieron su informe a la Gobernación con fecha 20 de noviembre de 1918, informe del cual he tomado los apartes que transcribo y que creo son sufi- cientes argumentos para llevar al ánimo de Su Señoría al con- vencimiento de lo conveniente que es adoptar la nueva ruta, transformando la ley en ese sentido y dejando un ramal a Barba- coas para que no reciba perjuicio esa región.

El proyecto de variación parte de Altaquer, que es un punto del camino actual, y de éste a Barbacoas hay una distancia aproximada de 60 kilómetros, y por tanto, hasta Tumaco, la dis- tancia itineraria alcanza a 300 kilómetros; por el proyecto, si bien es cierto que hay mayor distancia en carretera (95 kilómetros aproximadamente), como se verá adelante, hasta Tumaco sola- mente habrá 141 en distancia itineraria, o sean 169 kilómetros menos en el recorrido total.

i2o Costa colombiano

Los apartes del informe a que me he referido, son los si- guientes:

«.... Por su naturaleza topográfica la zona explorada pue- de dividirse en tres secciones. La primera está caracterizada por cuchillas desprendidas de la mole principal de la cordillera que desciende hacia el N. O. y desaparece cerca de El Diviso des- pués de dividirse en ramales y contrafuertes, dando origen a pequeñas fuentes de agua que corren por los thalwegs interme- dios. Los contrafuertes que se prolongan hacia el sur terminan en la hoya del río Guisa en espolones abruptos y rocallosos; la segunda sección comprendida entre El Diviso y el sitio de Pilvirico, es una planada de escaso relieve, apenas interrumpida por las cañadas de los ríos Pilón y Pulgande, con pendiente ge- neral del 1 por 100 en descenso hacia el N. O. Colinas pequeñas, independientes, de taludes suaves que no obedecen a dirección ni sistema alguno, determinan la tercera sección. Estas colinas dejan entre cuellos o pequeños valles y terminan en las cercanías de San Francisco, en donde principia una pianada de poca altura so- bre el nivel del mar, que se prolonga hasta la ensenada de Tu- moco, bastante pantanosa, cruzada por los ríos Rosario -y Caunapí, por quebradas y esteros.

" La línea de reconocimiento, desde Altaquer hasta San Fran- cisco, tiene una longitud de 95 kilómetros 279 metros; la diferen- cia de costas entre puntos extremos es de 997,23 metros, lo cual demuestra que en conjunto no hay problemas de pendiente y que el trazado definitivo puede hacerse con pendientes suaves que no pasen del 5 por ICO, sujetando su distribución a condiciones de economía.

.. . De otro lado, la topografía del terreno permite la adop- ción de curvas amplias no menores de 30 metros de radio. Es, pues, posible cumplir sin dificultad ni mucho costo las condiciones téc- nicas impuestas por disposiciones oficiales referentes al trazado de carreteras.

"La línea de reconocimiento cruzó 107 pequeñas aguadas, 21 quebradas y los ríos Nembí y Pilví en su parte superior, cursos de agua que implican la construcción de alcantarillas y pontones pero ninguna obra de arte de importancia. La línea atravesó so- lamente dos trayectos de terreno pantanoso (guaduales) de 264 y 286 metros de longitud, que se pueden evitar en la localización

del Pacífico 12?

de la vía, aun cuando nunca serían obstáculo insuperable para la construcción.

"Los datos obtenidos y el conocimiento del terreno nos lle- va a afirmar que el trazo definitivo debe partir de Altaquer si- guiendo próximamente la hoya del río Guisa hasta El Diviso. De El Diviso a San Francisco, creemos no sería difícil seguir sensi- blemente en gran trayecto la recta de unión entre estos dos pun- tos, con lo cual conseguiría una disminución considerable en dis- tancia.

"....El río Rosario tiene corto curso, de unos 75 kilómetros y desemboca en la ensenada de Tumaco. En su parte baja, o sea en 32 kilómetros, debido a su desnivel casi nulo, el movimien- to de sus aguas está sujeto al flujo y reflujo del mar. Por los son- dajes que practicamos en su curso desde San Francisco hasta su desembocadura, se vino en conocimiento de que la profundidad mí- nima del canal, en la baja, es de 2 l¡2 brazas inglesas, 4 metros 5. En San Francisco pudimos notar que la oscilación media del nivel del río es de 3 metros, entre la alta y baja marea. En con- secuencia, el río Rosario es navegable en todo tiempo por los bu- ques que hacen actualmente la correría entre Tumaco y Barbacoas, y puede ser navegable por los buques de la compañía inglesa, de 800 toneladas y 20 pies de calado, que tocan en Tumaco, apro- vechando la marea alta.

".... Cinco kilómetros más abajo, en el sitio de El Coco, el río presenta buenas condiciones para este objeto, tanto por su pro- fundidad como por su amplitud 110 metros— y curvatura; ade- más, la ribera ofrece terreno alto, plano y seco, propio para la fundación de una población y facilidades para las obras del puerto. De El Coco a Tumaco, por el río y la ensenada, hay 41 kilóme- tros, que sería la longitud de la navegación.

« Como resultado del estudio de exploración se ha llega- do al conocimiento ds que la vía de Altaquer al Rosario es prac- ticable para carretera, en buenas condiciones técnicas y con cos- to bastante menor que el norma! (el costo medio por kilómetro de las carreteras en Colombia ha sido de $ 8.000 oro); además se han recogido los datos necesarios para proceder al trazado de- finitivo sin vacilaciones, por la mejor ruta.

«La vía del Rosario, por su- menor longitud, comparada con

1^8 Costa colombiana

la de Barbacoas, de Altaquer a Tumaco, por el Rosario, hay 141 kilómetros y por Barbacoas 300.»

Chilví es un río muy poblado y bastante rico.

En la ensenada tumaqueña hay varias playas importantes: Curay, Trujillo, Nereté, Cocal, Pital y también está la islita del Cenizo.

Al llegar los conquistadores a la isla de Tumaco la cual tiene 1852 metros de largo por 700 de ancho, encontraron en ella un pueblo de indios que vivían principalmente de la pezca (1). Al- gunos españoles se establecieron allí, pero en realidad aquella población no tuvo verdadera importancia comercial en tiempo de la colonia, y aún puede asegurarse que su progreso y preponde- rancia en la Costa colombiana del Pacífico data de los últimos tiempos.

Se dice que Huana-Capac estuvo en Tumaco y quiso apode- rarse de la Costa, pero tuvo que retirarse derrotado por los ha- bitantes de aquella región. También pisaron la tierra tumaqueña Pizarro, Almagro y el piloto Gabriel de Rojas, compañero de Alvarado.

En 1684 el corsario Eduardo David atacó a Tumaco y saqueó la población, todo lo llevó a sangre y fuego sin respetar ni aun a las mujeres, a quienes transportó consigo como trofeo de su rapiña.

Francisco Silvestre, en la descripción que hizo del Nuevo Reino de Santa Fe de Bogotá en 1789, dice: "en la isla de Tu- maco hay algunos mestizos y mulatos, que componen una muy corta población, que no tiene otro comercio que alguna pita para cordaje, brea y madera de construcción."

Durante la guerra magna, Tumaco fue un punto muy apete- cido tanto por los realista como por los patriotas, a causa de su posición verdaderamente estratégica.

Tacón' hizo esfuerzos inauditos para conservarlo por el rey en 1811. Con la goleta Rosa de los Andes tomó la isla e,; 1819 el corsario inglés Illingrowth. Ángel María Várela, enviado por

(i) Algunos historiadoies dicen que a Tumaco lo fundó en 1794 el Caci- que de la tribu de los turnas que hibiuba en las orillas de la desembocadura del Mira.

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del Pacífico 129

Sucre de Iscuandé, desembarcó en el puerto en abril de 1821, y el mismo Sucre estuvo en la isla al dirigirse al Ecuador.

Luego, en cumplimiento de órdenes de don Basilio García, se apoderó de la isla el teniente coronel Vicente Parra, quien fue arrojado a su vez de allí por el inglés Henderson, Comandan- te del bergantín El Cauca, y defendida más tarde por fuerzas que mandó Sucre, después del triunfo de Pichincha. Envió también una guarnición de Pasto a Tumaco el Comandante Militar, co- ronel Antonio Obando: y el mismo Libertador, antes del movi- miento de don Benito Boves, despachó de Guayaquil para nues- tra isla algunas tropas a órdenes del capitán Farrera en el ber- gantín Ana Bolívar.

El Congreso de 1835 desmembró de la Provincia de Buena- ventura los cantones de Barbacoas y Tumaco, y los anexó a la de Pasto.

Por decreto del Congreso de 16 de marzo de 1836 fue es- tablecida la aduana de Tumaco, el cual puerto fue cedido al Ecuador en el convenio habido entre Mosquera y Flores, represen- tado aquél por el coronel Posada Gutiérrez, el 3 de noviembre de 1840. Un año más tarde, el 2 de junio de 1841, la derrota de Obando en La Chanca, decidió en nuestro favor las querellas con el Ecuador y libró el territorio nacional de los invasores extran- jeros. La Parroquia de Tumaco, que con las del Trapiche del Micay, Saija, Timbiquí, Guapí, Iscuandé, Salahonda, San José y Barbacoas, era gobernada por el Prelado quiteño, pasó nueva- mente a la diócesis de Popayán.

El Congreso de 1842, por decreto de 19 de junio eximió del pago de los derechos de aduana a los artículos que llegasen a la isla para el consumo de sus habitantes. Nuestros legisladores se han preocupado frecuentemente por fomentar el comercio en Tumaco, con la exención de los derechos y con otras sabias me- didas, tomadas al efecto. Asi lo demuestran las leyes del 10 de abril de 1852, 29 de abril de 1860, 28 de mayo de 1870, 16 de abril de 1875, 31 de enero de 1888, 27 de noviembre de 1888, 21 de octubre de 1890, y otras de los últimos tiempos, actual- mente en vigencia.

Por la ley del 5 de marzo de 1876 el Congreso autorizó rJ

Ejecutivo para conceder por 25 años privilegio para construir un

9

130 Costa colombiana

muelle en Tumaco; y por la ley 22 de noviembre de 1890 el Cuerpo legislativo concedió para la defensa de la isla $ 12.000 para la construcción de un muelle y de una muralla que libre a Tumaco de ser destruida por el mar, se han hecho en distintas épocas tentativas infructuosas, Parece, sin embargo, que ahora aquel pensamiento está en vía de realizarse por completo. Actual- mente ha hecho un importante estudio sobre el amurallamiento de la isla el señor Vilaroca, importante ingeniero español.

El 11 de marzo de 1860 llegó a Tumaco por primera vez un vapor mercante, el Amme, en virtud de un contrato que el Gobierno había hecho con la Compañía Británica el 30 de octu- bre del año anterior. El 28 de abril de 1869 celebróse un nuevo contrato para que los vapores condujesen el correo y tocasen dos veces por mes en la isla.

En 1860 el general Payan se apoderó de Tumaco, en nom- bre de Mosquera con las goletas Clío y Vigilante, pero los re- volucionarios fueron derrotados por las fuerzas que envió de Pasto el doctor José Francisco Zarama.

Don Julio Arboleda ocupó después a Tumaco y nombró al general Juan Freile Comandante Militar del puerto; pero en 1862 volvió nuevamente a ser tomada por Payan.

En la guerra de 1875, Barrera, una vez debelado el jefe mu- nicipal del Sur, trató de someter a Tumaco, y al efecto se hizo al puerto sin muchas dificultades.

Tumaco ha sido el lugar de refugio de los revolucionarios ecuatorianos. Allí se salvaron, por ejemplo, el general Eloy Al- faro y varios de sus compañeros de armas en 1884. Dos años antes el vapor Olmedo había hecho algunas reparaciones a su maquinaria en nuestro puerto, donde se presentó el Manaví a re- clamarlo en nombre del Gobierno ecuatoriano, al que lo entrega- ron las autoridades colombianas por orden expresa de Bogotá.

En las últimas revoluciones Tumaco ha sido también el asilo de muchas familias de Limones y Esmeraldas.

Los graves hechos acaecidos en Tumaco durante la revolución de 1899, están demasiado recientes para relatarlos. Todavía no se han cicatrizado muchas heridas, aún corre en abundancia la

sangre Pero vendrá día en que saldrán a pública luz todos los

acontecimientos que allí se verificaron.

del Pacifico i3l

La ley 49 de 16 de noviembre de 1894 ordenó la creación de la Provincia de Núñez, y durante la administración del Ge- neral Reyes, Tumaco gozó por breve tiempo de los honores de capital de un departamento.

Tumaco exporta varios artículos pero los principales son ta- gua, caucho, maderas y cacao.

En la actualidad el comercio se hace casi en su totalidad con los Estados Unidos, de donde se importan mercancías para la Costa y el interior de Nariño.

Varios buques de vela viajan a Panamá y al Perú, de donde traen la sal que se consume en el puerto, si bien ahora tiene bastante aceptación la de la costa atlántica. En la isla de la Vi- ciosa se levantaron en 1917 maquinarias para elaborar la sal, pero desgraciadamente parece que no dieron todo el resultado que se esperaba. Al Gobierno lo ha preocupado con frecuencia el asun- to de la sal en el Pacífico. De allí las leyes que reglamentan su elaboración o introducción, como son las de 13 de marzo de 1883, 24 de abril de 1866, 24 de abril de 1867, 20 de febrero de 1886 y 14 de noviembre de 1862 entre varias otras.

Actualmente Tumaco es una población de verdadera impor- tancia por su activo comercio y la riqueza de sus habitantes. La ciudad, cuyo plano fue levantado en 1830 por el Gobernador Tomás España, tiene calles rectas y amplias, con aceras de ce- mento. Los edificios son de madera, pero hay algunos que harían honor a cualquier ciudad, como la casa de gobierno, el colegio de las Madres Betlemitas y el colegio pedagógico, que costó $ 50.C00 oro.

El parque se encuentra muy bien arreglado, y hay varios monumentos en diversas partes de la población: las columnas a la Pola y Rosa Zarate y la estatua de la Libertad.

Tumaco tiene dos iglesias, hospital, cementerio, luz eléctrica y varias fábricas.

La instrucción está bastante bien servida, pues existen es- cuelas públicas y privadas y un colegio para señoritas regentado por Religiosas Betlemitas. Los Padres Agustinos recoletos han hecho magnos esfuerzos por establecer un colegio superior para jóvenes, y al efecto han querido llevar a la ciudad Hermanos Maristas o hacerse ellos mismos cargo de la regencia de aquél,

132

Costa colombiana

pero han encontrado ruda oposición en varios señores que se ima- ginan que los frailes han de llevar a las inteligencias de sus hi- jos doctrinas retrógradas y oscurantistas.

La población de Tumaco tiene según el último censo 15.000 habitantes.

CAPITULO XX

La isla de la Viciosa La isla del Morro —Un romancillo— Hoya hidro- gráfica del Mira Varias poblaciones Los ríos de Nulpe y Guisa. Indios coaiqueres Indios cayapas Agricultura El río de Ma- taje.

Dos islas defienden a Tumaco de los continuos embates de las olas: El Morro y La Viciosa. Esta es un banco de arena que va siendo invadida por el mar, aquélla posee hechizos indecibles que nosotros sintetizamos en este romancillo que transcribimos así como salió un día de nuestra pluma con sus defectos y todo:

Es un paraíso el Morro; las casas, dormidas en nidos de verde esmeralda, semejan de aves hermosa bandada, cuando en las arenas de aurífera playa contemplan los mares y costas lejanas....

O cuando en las tardes su vuelo levantan, y en el horizonte de azul y escarlata, se quedan flotando

mirando extasiadas su imagen esbelta copiada en las aguas.

Cual góticas torres de iglesias cristianas, las altas palmeras se elevan bizarras, y mecen sus frondas las cálidas auras, y forman unidas las rústicas ramas el techo de un templo que en sus naves guarda misterios profundos de innúmeras almas

134

Costa colombiana

y acaso promesas selladas con lágrimas.

Comida al ganado le brinda la pampa y en los verdes árboles los pájaros hallan su ¡echo prendido de móviles ramas y opípara mesa de frutas variadas.

Las piedras semejan visiones fantásticas al verse en los huecos henchidos de agua conchas, caracoles y peces que nadan.

Y vienen las olas cual niveas montañas, y en pos una de otra al cerro se lanzan, formando al romperse de perlas cascadas; y, luego, ligeras, de nuevo se apartan con grato murmurio, dejando en la playa regueros de espuma y conchas de nácar. El cerro se eleva cual bíblico alcázar que el céfiro besa y arrullan las aguas.

Las criptas, guaridas talvez de alimañas,

evocan historias de edades pasadas, y tienen letreros las peñas que guardan mejor los recuerdos quizá que las almas.

Los cerros terminan con una muralla de vetustas piedras y cima ondeada, do a una palmera la besan las auras, y forma la hiedra tejida en las ramas, fantástico encaje, color de esmeralda, en que hacen sus nidos las aves acuáticas.... El arco parece la entrada al alcázar, de hermosas nereidas suntuosa morada.

Y El Viudo semeja la roca tan blanca que tiene en sus sienes de nieve guirnalda y lujosa túnica de musgo y parásitas, estatua del genio que espera con calma lo mismo las risas del mar en bonanza que el grito que viene con ecos de rabia si el ábrego acaso agita las aguas.

del Pacífico 135

Quisiera en El Morro do siempre las ondas

poner, solitaria, me dieran sus lágrimas

sobre el verde cerro y tristes gemidos

mi dulce morada, las tórtolas pardas, cual nido pajizo

de aquellas torcazas Y allí si encontrase

que mezclan al ruido mi tumba mañana

del mar sus tonadas. alguno de aquellos

amigos que me aman,

Quisiera al morirme le pido que eleve

que allí me enterraran por mi una plegaria

en cripta sin nombre que brote a sus labios

cercana a la playa, del fondo del alma.

La Viciosa tiene 1389 metros de largo por 463 de ancho y El Morro 2704 metros por 2315. El canal que separa a Tumaco de El Morro tiene 926 metros de anchura mínima.

El río Mira, que nace en los Andes del Ecuador, es colom- biano desde su confluencia con el San Juan. Su dirección es la de S. N. W. En el Descolgadero, 25 kilómetros antes de su desem- bocadura, se divide en dos grandes brazos: el Mira al norte, y al sur el Guabal, que desaguan en Tumaco y en Ancón de Sar- dinas. El brazo Manglares divide al cabo del mismo nombre en dos partes. Las bocas del Mira son: Guabal, Manglares, Papagal, Purún, Güinmero, Bocagrande y Matapala. El delta del río entre los brazos Mira y Guabal tiene 60 kilómetros cuadrados. El Mira en su curso superior tiene una profundidad de 3 a 10 metros y es navegable unos 60 kilómetros. Es de notarse que las ramifi- caciones de la Cordillera Occidental llegan hasta la desemboca- dura del Guisa en el Mira.

El Bajito, Bocagrande, Cabo Manglares, Descolgadero, Peña- colorada, San José y San Juan, a 24 kilómetros arriba de la isla Porquera, son poblaciones con sus correspondientes capillas. Las tres primeras están situadas en los deltas del Mira, las dos si- guientes en el propio río, y la última en el San Juan.

En Cambubí y en Nulpe hay restos de tribus de salvajes; y en el valle del río de Guaiquer, el cual tributa al Guabo, parte superior del Guisa, residen los indios coaiqueres en número de unos seiscientos con su dialecto propio y costumbres indígenas.

136 Costa colombiano

También acuden frecuentemente a Tumaco los cayapas del Ecuador. Esta tribu, numerosa y rica, habita en el río Cayapa. Tiene dialecto propio; los indios son trabajadores, muy dados a la agricultura, religiosos y llenos de supersticiones. Les place que sus hijos sean bautizados y casarse católicamente, lo que ejecu- tan en la parroquia de Tumaco, donde mercan mil baratijas para adornarse y los enseres necesarios para la vida.

En las márgenes del río Mira hay magníficas haciendas. Las tierras son excelentes para el cacao.

El río Mataje nace en la Cordillera Occidental, a una altura de 395 metros sobre el nivel del mar. Su curso no pasa de 60 ki- lómetros. Los puertos principales son: Tortuga, Mataje, pequeño caserío y El Salto. La dirección del río es S. N. W: corre paralelo al Mira y desemboca en Ancón de Sardinas. Casasviejas es la al- dea fronteriza más cercana al Ecuador.

Es de notarse que los habitantes de la región de Piaguapí, Sardinas y Limones se proveen generalmente en lo espiritual y en lo temporal de Tumaco.

Según el Tratado colombo-ecuatoriano de 1916, la línea de frontera entre Colombia y el Ecuador es la siguiente:

«Partiendo de la boca del río Mataje, en el Océano Pacífico, aguas arriba de dicho río, hasta encontrar sus fuentes en la cum- bre del gran ramal de los Andes que separa las aguas tributarias del río Santiago de las que van al Mira : sigue la línea de fron- tera por la mencionada cumbre hasta las cabeceras del río Qa- numbí, y por este río, aguas abajo, hasta su boca en el Mira ; éste, aguas arriba, hasta su confluencia con el río San Juan; por este río, aguas arriba, hasta la boca del arroyo o quebrada Agua Hedionda, por ésta hasta su origen en el volcán de Chiles; si- gue por la cumbre de éste hasta encontrar el origen principal del río Carchi ; por este río, aguas abajo, hasta la boca de la quebrada Tejes o Teques; y por esta quebrada, hasta el cerro de la Quinta, de donde sigue la línea al cerro de Troya, y las cumbres de éste hasta el Llano de los Ricos; toma después la que- brada de Pun desde su origen hasta su desembocadura en el Chingual (o Chunquer, según algunos geógrafos); de allí una línea a la cumbre, de donde vierte la fuente principal del río San Mi- guel; este río aguas abajo, hasta el Sucumbios, y éste hasta su

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del Pacifico 137

desembocadura en el Puíumayo; de esta boca en dirección Sud- oeste al divortium aquanim entre el Putumayo y el Ñapo, y por este divortium aquarum hasta el origen de río Ambiyacu, y por el curso de este río hasta su desembocadura en el Amazonas; siendo entendido que los territorios situados en la margen septentrional del Amazonas y comprendidos entre esta línea de frontera y el límite con el Brasil, pertenece a Colombia, la cual por su parte deja en salvo los posibles derechos de terceros.»

Algunos de los puntos anteriores los rectificó la Comisión mixta de límites, como lo notará quien leyere.

«Partiendo de ia boca del río Mataje en el Océano Pacífico, aguas arriba del dicho río, hasta el punto marcado con un mojón, cuya latitud N. es la misma de la desembocadura de la quebra- da Yarumal en el río Mira; esto es, un grado diez y seis minu- tos, cero segundos (1.° 16' 0"); de dicho punto, una línea recta a la mencionada desembocadura; de ésta, ai río Mira, aguas arri- ba, hasta su confluencia con el San Juan. Desde la confluencia del río San Juan con el Mira, aguas arriba por el San Juan hasta el punto que, en su ribera izquierda, se le une una pequeña que- brada, inmediatamente al N. E. de la boca del río Chilmá en el mismo río San Juan, quebrada que corre de S. E. a N. W. al S. del caserío de Mayasquer; sigúese esta quebrada hasta su ori- gen, y de éste, con dirección E. astronómico hasta interceptar el rio Cainacán, hasta su origen, de allí a la cima del cerro de La Oreja; de dicha cima a la del nevado de Chiles, siguiendo el di- vortium aquarum que las une; de la cima del nevado de Chiles se desciende hasta el origen principal del río Carchi, que es el llamado Alumbre o Játiva ; sigúese el río Carchi, aguas abajo, hasta la boca de la quebrada El Morro, que es la segunda que se encuentra por la ribera derecha, abajo del puente de Rumi- chaca; esta quebrada, aguas arriba, hasta su origen, que es el punto en que brotan dos ojos de agua, entre los cuales se pon- drá un mojón con las siguientes coordenadas: 0o 47' 26" lati- tud N., 77° 41' 37'' al Oeste de Greenwich; de este punto se sigue el rumbo verdadero, 92° 26' 0", hasta encontrar la quebra- da denominada Tejes o Teques (que en su parte superior se llama también Pulcas), en la boca de una pequeña quebrada que se le une en la margen izquierda ; desde la intersección indicada,

138 Costa colombiana

punto en que se pondrá un mojón con las coordenadas 0o 47' 24" latitud N„ y 77° 40' 43" al Oeste de Greenwich, aguas arri- ba por la quebrada Tejes o Teques hasta el pie del cerro de la Quinta, donde se pondrá un mojón con las coordenadas 0o 45' 30" latitud N., y 77° 42' 28" al Oeste de Greenwich; sigúese luego por la cresta que allí forma el mencionado cerro, hasta su cumbre más alta, donde se colocará un mojón con las coordena- das 0o 45' 5" de latitud N., y 77° 42' 31" al Oeste de Green- wich ; desde allí a la cumbre del cerro de Troya, por el divor- tium aquarum que las une, cumbre donde se pondrá un mojón con las coordenadas 0o 44' 25" latitud N., y 77° 42' 50" al Oes- te de Greenwich; desde la cumbre de Troya continúa la línea por el divortium aquarum que lleva una dirección aproximada E. S. E. y se prolonga hasta la cabecera de la quebrada de El Pun, formada por dos quebradas pequeñas que nacen respectiva- mente de los llanos marcados en el plano con los números 1 y 2, de manera que estos llanos quedan separados por dicho divor- tium, perteneciendo el número 2 al Ecuador y el número 1 a Co- lombia ; desde la unión de estas dos pequeñas quebradas que forman la de El Pun, sigue la línea por esta última hasta su des- embocadura en el Chingual o Chunquer.»

CAPITULO XXI.

Geología de la Costa La región del Pacífico descrita por el sabio Caldas. Las millas Meteorología —Las mareas -Termométrica Higro- metría — Coordenadas Cuadros formados por los Almirantazgos in- glés v americano y por A. Codazzi Riqueza aurífera.

El señor R. B. White, ingeniero de minas, describe de la siguiente manera la zona geológica de la Costa:

«La costa pacífica, del Mira al San Juan, se compone en la llanura litoral de dilatados depósitos terciarios, en algunas par- tes alterados y aun cambiados por el calor (?). Dichos depósitos consisten en gravas y lechos de conglomerados formados de arena, arcilla y marga. En la parte alta aparecen las rocas primarias y secundarias, principalmente pizarras y micasquistos jurácitos y micasquistos micácicos y hormbléndicos silúricos; en ambos hay aluviones auríferos. En la formación terciaria se encuentran don- de quiera arenas auríferas equivalentes a las de California. El aspecto de muchos cerros hace creer sean de rocas porfidíticas y otras ígneas, y en su vecindad se hallan aluviones auríferos. El conocimiento geológico de la región, aún deja qué desear si del conjunto se pasa a los detalles.»

El sabio Caldas describe la región andina del Pacífico así: Las islas del Morro y del Gallo son de origen continental. La base de aquélla y parte de la superficie están formadas de roca blan- da, y de la isla del Gallo parte un lomo submarino rocalloso hacia el cabo de Guascama. Codazzi atribuye a Gorgona la for- mación terciaria, pero el dato antes apuntado echa por tierra esa hipótesis.

140 Costa colombiana

«Llueve la mayor parte del año. Ejércitos inmensos da nubes se lanzan en la atmósfera del seno del Océano Pacífico ; el viento oeste, que reina constantemente en estos mares, las arroja dentro del continente; los Andes las detienen en mitad de la carrera; aquí se acumulan y dan a esas montañas un aspecto sombrío y amenazador; el cielo desaparece; por todas partes no se ven sino nubes pesadas y negras que amenazan a todo viviente; una cal- ma sofocante sobreviene; este es el momento terrible; ráfagas de viento dislocadas arrancan árboles enormes; explosiones eléctricas, truenos espantosos ; los ríos salen de sus lechos, el mar se en- furece, olas inmensas vienen a estrellarse sobre las costas; el cielo se confunde con la tierra, y todo parece que anuncia la ruina del universo. En medio de este conflicto el viajero pali- dece cuando el habitante de la región duerme tranquilo en el seno de su familia. Una larga experiencia le ha enseñado que las consecuencias de estas convulsiones de la naturaleza son pocas veces funestas, que todo se reduce a luz, agua, ruido, y que den- tro de pocas horas se restablece el equilibrio y la serenidad.

«En medio de este país hay una zona o capa de cascajo, de arena, de piedras, de arcillas diferentes, paralelas al horizonte, y encerrada entre límites bien estrechos. El término inferior comien- za a 80, o cuando más a 100 varas, el superior acaba a 800 u 820 sobre el nivel del Océano, y su grueso, como se ve es de unas 720 varas, poco más o menos. Dentro de estos lími- tes se halla la región de oro, y ellos constituyen, por decirlo así, los confines de la patria de este precioso metal, mezclado siempre con el platino indomable por tantos años. Encima o bajo el nivel de esta famosa capa nunca se ha hallado un grano de oro, y jamás se ha visto un átomo de platino. La zona de oro, para- lela al horizonte, corre sobre toda el arca de estos países, y so- bre ella descansan los Andes occidentales. Por consiguiente, a proporción que se retira del mar, se hunde más y más en la base de la cordillera, y se hace más difícil la extracción del oro y del platino. El terreno está de tal modo dispuesto, que esta capa se presenta a la superficie en un espacio de 10 a 12 leguas de an- cho. Los esfuerzos de muchos millares de negros no han basta- do para agotar esta parte desde el descubrimiento de este rico país. La riqueza de esta zona no es constante; en unas partes

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1 42 Costa colombiana

Almirantazgos ingles y americano

Lugares Longitudes Latitudes (TV).

W . de Greenwich.

Guápi. 77° 53' 0" 2o 42' 0"

Reyes 78 8 50 2 41 25

Mulato 78 19 17 2 39 32

Guascama 78 24 50 2 36 25

Caballos 78 34 0 2 26 50

San Ignacio 78 41 45 2 10 40

Tumaco (Morro chi- co; Pueblo) 78 45 29 1 49 36

Bocagrande 78 50 50 1 49 30

Mangles 79 3 0 1 36 50

Casavieja 78 53 1 28 30

Mataje 78 47 1 22 20

Gorgona (isla; pun- ta S.) 78 12 30 2 56 30

Gorgona (punta N.).. 78 10 40 3 1

A. Codazzi. 1551-59

Tumaco 78° 47' 40" Io 49' 15"

Salahonda 78 40 2 3

Iscuandé 77 59 25 2 31 35

Guapi 77 50 2 35 30

Timbiquí 77 45 2 41

Micay... 77 34 25 2 0 5

LA OFICINA DE LONGITUDES

Lugares Longitudes al Long. del Mr id. Alt. S . el Obs.

Norte de Bogotá n. del M.

Barbacoas. ... Io 41' 22" 8 59' 8" 70 W. 36 Mt?. Plaza Cabo Mangla

res. Io 36' 55" o 4o 56' 42" o W. 6 Mar Pauíico

Tumaco 43' 24" o 40 41' 00" 4 W. 6

Casasviejas Io 27' 00" o ^0 45' 4S" 4 W. Costa Mar Pa- cífico

del Pacifico 143

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El oro abunda en la Costa del Pacífico. Desgraciadamente, fuera de la Compañía francesa de Timbiquí, en ningún río hay trabajos bien establecidos. Antiguamente los dueños de las mi- nas obligaban a los esclavos a trabajar; pero en la actualidad los negros, perezosos e indolentes por naturaleza, se contentan con extraer al año algunas onzas de oro, lo estrictamente necesario para comprar en las fiestas anuales los menesteres indispensables para la vida.

Las minas de Barbacoas, Sanabria, en las cabeceras de Is- cuandé, Tapaje, Mechengue y San Juan en el Micay son ricas en extremo. En cualquier lugar de la Costa basta escarbar un poquito la tierra de los cerros o las arenas de los lechos de los ríos para recoger oro. Aquellas minas están esperando que se mon- ten maquinarias modernas dirigidas por hombres inteligentes y laboriosos para manifestar hasta dónde llegan los tesoros que ocul- tan sus entrañas. ¿No será la minería la redención de la Costa?

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CAPITULO XXII

Filología Nombres de varios árboles —Propiedades características de al- gunos de ellos Agricultura Horticultura Los hatos Zoología. Mamíferos Aves Insectos Reptil- s Peces Moluscos.

Cuan exuberante se presenta la vegetación en la Costa del Pacífico! Arboles que entrelazan sus ramas forman enmarañada selva, majestuosa e imponente. En la Costa baja ocupan inmensas zonas de terreno el mangle (Rizopora mangle), cuyas raíces uni- das semejan una red de esqueletos de gigantes que son bañados a diario por las aguas del Océano; el castaño (Matisia casta- ño), y el zapatolongo (Pachira acuática).

En los bosques de la parte alta hay multitud de árboles que serán una fuente de riqueza el día que se exploten. He aquí al- gunos de ellos con sus nombres vulgares.

Nomenclatura Altura en metros Diámetro

Sande 60 2,50

Palomulato 55 3,

Caimitopopa 50 1,50

Quinde 50 0,50

Zancaaraña 50 0,50

Sebo 48 2,

Querrés 45 1,

Anime 40 3,

Cháquiro 40 2,

Caimitillo 50 2,50

Aceitemaría 50 lj

Fangaré 40 2

del Pacífico 145

Nomenclatura Altura en metros Diámetro

Chachajo 40 1,50

Chachajill 40 1,50

Jiguanegro 40 1,50

Caraña 40 2,

jigua 35 8,50

Guabillo 35 1,

Jigualaurel 30 1,

Jiguanabde 30 1,50

Jiguacanelo 30 0,50

Jigua 30 0,50

Masearé 30 3,

Guayacán 30 1,

Chucurita 30 0,90

Peinemón 30 2,

Caimitosilbado 35 0,70

Jiguababaso de 25 a 30 metros 1,15

Jiguarrastrojo 25 1,15

Perdiz 25 1,

Huasea 22 ••• 1,

Jiguapava 20 0,50

Higuerón 20 1,

Doblamarimba 20 0,90

Carbonero 20 0,90

Carbonero-cuerosano 20 0,90

Costillocanabón ' 25 1,

Monterrillo 20 0,90

Cándelo 20 0,90

Caimito 15 0,90

Caimitoguitarra 20 1,

Zapotillo 15 0>50

Cusnique 15 0,70

Mare 15 °.50

Matapalo •••• 15 0,40

Paco 10 0,70

Tostado 12 0,70

Guayabillo 8 0.50

10

146 Costa colombiana

Nomenclatura Altura en metros Diámetro

Gaimiio 10 0,90

Molinillo 8 0,30

Tachuelo 8 1,50

Pisogue 8 0,20

Rayado 6 0,50

Veneno 6 0,50

Casaca 6 0,50

Mandinga 6 0,30

Chipero 5 0,50

Cuerovaca 4 0,30

Cuabotacuano 4 0,50

Hormigo 3 0,30

Paleto 2 0,05

Anisillo 2 0,05

La madera del jijuapiedra es durísima e incorruptible. El anisillo, cusnique, guayacán, matapalo, haraña, higuerón y anime tienen excelentes propiedades medicinales.

Merecen especial atención por la finura de su madera el jigua- canelo, jiguanable, jigua, palomulato, zapotillo, cháquira, mare, monterillo y caimitopopa. Este último suministra, además, una fru- ta, y láctex que se utiliza para pintar.

También es buena para el trabajo la madera de chachajo, jiguanegro, jigualaurel, jiguarrastrojo, jiguababaso, jiguapava, cai- mitoliso, caimitosilbado, quinde, frangaré, anime y querrés.

Las cortezas del chachajillo y veneno tienen propiedades ve- nenosas.

El guabillo, el chachajo y el masearé se emplean en la cons- trucción de embarcaciones.

El carbonero y el carbonero-cuerosano proporcionan excelente madera para hacer carbón.

La madera del rayado es muy buena para vigas, y el cai- mitillo y el anime suministran resina.

La agricultura está muy atrasada en la Costa. En las playas hay plantaciones de palmeras de cocos, y de chontaduros; en la parte alta, a las orillas de los ríos y en Tierra adentro, platane-

del Pacífico 147

ras y cauchales, y en determinados lugares, como en el Mira, cacaotales. En las márgenes del Patía se cultiva el arroz.

La principal riqueza de Tumaco es la tagua, que antes de la guerra europea se exportaba en grandes cantidades, principal- mente a Alemania, y ahora a los Estados Unidos, y es la que mejor precio tiene en los mercados extranjeros.

En las cercanías de Guapi se hicieron plantaciones de algo- dón, pero sin resultado a causa de las continuas lluvias.

La caña de azúcar se da regularmente en la parte alta ; lo mismo que el maíz.

En cuanto a los árboles frutales, se encuentran naranjos, li- moneros, aguacates, mangos, especialmente en el cabo de Man- glares, nísperos, y otros propios de los climas cálidos.

En ciertas casas particulares se cultivan con mucho trabajo, por causa de los destructores insectos, algunas hortalizas.

En la Costa no hay un verdadero hato, si bien actualmente tratan de establecerlo en regla algunos hacendados. Por ese mo- tivo, fuera de Tumaco, es muy difícil conseguir la leche. Gana- do caballar y mular casi no se conoce. ¿Habrá diez caballos en toda la Costa? Sólo recordamos haber visto cinco.

Lo que no falta en las casas de los negros son los cerdos y numerosas aves de corral, amén de varios perros, en general ca- zadores, y un gato por lo menos.

En las salvajes selvas de la Costa se encuentran monos de variadas familias, zorros, guatís, comadrejas, saíno, cafuches, vena- dos, ardillas, conejos, armadillos, etc.

Debemos confesar que fuera de las aves acuáticas, garzas gaviotas, patos, etc. no vimos casi otras en la Costa, a no ser algunas bandadas de loros, y por la noche, las lechuzas y mo- chuelos.

En cambio abundan los insectos: de los coleópteros se en- cuentran escarabajos, y gorgojos de varias especies; de los ortóp- teros, saltamontes y cucarachas; de los himenópteros, hormigas; délos hemípteros, chinches; de los dípteros, tábanos, mosquitos y moscas de numerosas clases; de los miriápodos, cientopies; y de los arácnidos, arañas, alacranes y aradores.

En los ríos se hallan ejemplares de los queloníos y saurios, como tortugas y caimanes, y en los bosques reinan los ofidios de

148 Costa colombiana

innumerables especies, muchas de ellas sin clasificar, a mi humil- de parecer.

Por lo que hace a los peces bien se deja comprender que los hay de todas clases en los ríos y en el mar: salmón, salmo- nete, sardinas, anguilas, tiburones y rayas. Se encuentran también cetáceos: delfines, cachalotes y ballenas en determinados tiempos del año.

Entre los moluscos, innumerables y sobre toda ponderación hermosos, mencionaré solamente de los acéfalos, las ostras y la madreperla de la isla de Gorgona, donde se hallan también ma- dréporas. Los crustáceos abundan en las aguas saladas y dulces.

¡Cuánto bien hará a la Patria quien haga un estudio comple- to de la zoología y filología de la Costa ! Quiera el cielo que al- gunos de nuestros religiosos que se han consagrado al estudio de la Historia Natural en Colombia, puedan algún día dar cima a la sublime obra de hacernos conocer las riquezas que encierra la privilegiada zona que lleva el nombre de Costa colombiana del Pacífico.

CAPITULO XXIII

Etnografía Costumbres de los negros Habitaciones Manutención. Caminos fluviales Trabajos ordinarios Vestidos Joyas y adornos. Holgazanería La música —Bailes y orgías Suceso curioso Bau- tismos, chigua/os y velorios de santos Juegos Matrimonios Reci- bimiento a los Misioneros La banda Fiestas Divertimientos. Procesiones fluviales— Moralidad Los albinos Manera de contar el tiempo Supersticiones Amuletos Curanderos Admirables efec- tos de una oración a Nuestra Señora del Carmen —Nosografía.

Los negros se introdujeron a la Costa para el laboreo de las minas (1). Los amos que no respetaban a sus esclavas, algunos comerciantes hispanos que acudían a aquellas tierras y los mis- mos indios, que desaparecieron casi en su totalidad absorbidos por la raza negra, dieron origen a buena parte de los habitantes de la Costa que tienen todos los caracteres del mulato.

La raza negra se conserva intacta, en gran mayoría; la india pura en mínima proporción en Nulpe, Guisa, Saija y Micay; y la blanca en Tumaco, Barbacoas y otras poblaciones importantes del litoral, y en algunas playas como en la Vigía.

Los indios son descendientes de los caribes y de los mayas que entraron por el Norte, como puede comprobarse por la ana- logía de las raíces de los dialectos.

Cotegemos brevemente algunas palabras del dialecto de los

(i) «Para fomentar las minas (de la Costa) se formó un proyecto en el ac- tual Gobierno de introducir negros por cuenta de la Real Hacienda, para ven- derlos a los mineros. Para su ejecución fue comisionado el Sr. Fiscal Yáñez.» Descripción del Reino de Santa Fe de Bogotá hecha en 1 7^9*

152 Costa colombiana

pos ordinarios las mujeres se rodean la cintura con una faja de bayeta, y se cubren más pudorosas el pecho con un lienzo, a lo menos en presencia de personas extrañas. Los hombres entre pierna y pierna se colocan un pañuelo anudado atrás y adelante con una cuerda; y aun las mismas mujeres estilan semejante ves- tidura en los trabajos de min?, si bien no es lo común. Los ni- ños de ambos sexos andan generalmente hasta los diez o doce años en el traje que la naturaleza les dio.

Las mujeres se adornan el cuello con monedas argénteas, con pedazos de oro en bruto, y con valiosas joyas. De éstas la ma- yor parte, son antiguas. Llaman la atención los voluminosos zar- cillos y los luengos rosarios de pepas de oro con hermosas cru- ces de filigrana. En distintos puntos de la Costa, y con especia- lidad en Barbacoas, se hacen preciosos trabajos en orfebrería.

A las negras les fascinan los vestidos chillones, y atarse los cuatro ensortijados pelillos de la cabeza con cintas aparatosas. Nada más gráfico ni digno de consideración y risa que ver a las negras cuando se peinan o tratan de peinarse. Allí es cuando ma- nifiestan la vanidad innata en la mujer, elevada en ellas al céntuplo.

Los negros son por naturaleza limpios, y especialmente en la Costa, donde se bañan varias veces al día, o por mejor decir, viven casi en el agua.

A los costeños les gusta mucho andar, y por quítame allá esas pajas emprenden viajes de días y días. Bien se deja enten- der que no tienen verdadera noción del tiempo; de ahí que lo malgasten tranquilamente en dormir las horas muertas, en charlas insulsas, en viajes sin rumbo fijo y a las veces en otras cosas de peor ralea.

Los negros tienen sonora voz y buen oído. La música de la Costa, importada en pasados tiempos de los desiertos del África, aún conserva algo de los gemidos de los desterrados esclavos que suspiraban por su lejana patria. Las tonadas lúgubres del boga resuenan en las selvas seculares durante las noches como los ayes de ultratumba; las décimas que medio cantan o medio recitan, impregnan el alma de melancolía.

La marimba, el instrumento característico de los negros, con- siste en varias teclas de macana, atravesadas en listones transver- sales y paralelos. Las teclas a las que el tañedor imprime el so-

del Pacifico 153

nido, al pulsarlas con varitas que rematan en bolas de caucho, tienen distintas dimensiones, y bajo cada una de ellas hay un tubo de guadúa, más o menos largo, a manera de caja de re- sonancia.

La marimba, la tambora y el conano (tamborcillo en forma de cono), es imposible que falten en las casas de alguna impor- tancia; y al son de ellos se forman las más salvajes zambras. Al principio los bailes se hacen con cierto orden, pero a medida que los negros van ingiriendo aguardiente, se convierten las danzas en saltos desaforados; los cantos en gritos estrindentes; la mú- sica en sonidos broncos y destemplados. No pocas veces los bai- les terminan en puñetazos, palos y cuchilladas. Los bailes coste- ños recuerdan los usados en el África ; como en éstos se ven con frecuencia en aquéllos toda clase de piruetas y cabriolas. Según los saltos, curvas y círculos que describen los danzantes reciben los nombres de caderona, agualarga, aguachica, tiguaranda, la ma- drugada etc.

Un baile dura generalmente dos o tres días con sus corres- pondientes noches. Son frecuentísimos y en muchas partes se- manales.

En Tumaco, en la Puntilla, existía en 1917 una casa que alquilaba una mujer cualquiera quien llevaba músicos y aguar- diente; y lo mismo era comenzar a sonar la marimba que lle- narse los salones de negros danzantes. La mujer pagaba los mú- sicos y alquiler de la casa con el producto del aguardiente ven- dido. Estos bailes duraban desde el sábado por la tarde hasta el lunes por la mañana.

El baile de los negros costeños es de lo más vulgar y sal- vaje que hemos podido ver. Cuando por acaso en un río en que hay un baile aparece una canoa que lleve a un misionero, cesan instantáneamente la música y la gritería ; y si el Padre sube a la casa la encontrará perfectamente vacía, porque todos los de la parranda se han arrojado por las ventanas y han huido al mon- te. Este hecho lo hemos presenciado varias veces; y ello prueba que los negros no ignoran lo que han trabajado los sacerdotes para extirpar esas abominables orgías.

En la costa alta se hace un buen baile el día que se les pone el agua a los niños; y cuando por vez primera les cortan

154 Costa colombiana

las uñas; para el uno y el otro acto nombran hasta veinte pares de padrinos.

Cuando muere un niño los padres hacen el chigualo al te- nor de los velorios de Cundinamarca y Boyacá. Cubren al muer- tecito de flores, y al rededor de él bailan, cantan y juegan al chocolate, trapiche, tres, yare, zapajo, zapatico, florón, vaca pinta- da etc. Claro está que durante el chigualo no escasea el aguar- diente, como tampoco falta en los velorios de los santos que son fiestas domésticas establecidas en honor de algunos de los bien- aventurados, y que consisten principalmente en rezar ante una imagen el rosario y ciertas oraciones, en cantar determinadas le- trillas, y en tomar licor y bailar recio y tendido. Mas sépase que esto último se ejecuta en lugar distinto del en que se encuentra el santo, y que el más venerado de la manera dicha es el bendi- to San Antonio.

A los negros les basta cualquier pretexto para entablar un baile. ¿Que amasan en una casa? Pues ahí está la muñeca de pan a cuyo bautismo con aguardiente acuden los negros para formar con este motivo el baile. ¿Se mató en un lugar un cerdo? No hay cuidado ; no faltarán comensales y danzantes. Fumar también les agrada a los costeños ; a ninguno le falta la cachimba (pipa).

Para los matrimonios los hombres se visten correctamente, y las mujeres se engalanan con toda clase de perifollos y colores sin omitir los zapatos, los que algunas se los quitan sentadas en el suelo de la calle al salir de la iglesia por no poder resistir por más tiempo tormento semejante. La comitiva de los convidados lleva a la iglesia a los novios procesionalmente, con música y con paraguas abierto, llueva o haga sol. Al regresar a la casa de la boda, son de ceremonia los versos que les espeta en la calle el padrino sobre los deberes del matrimonio. Luego no falta la olla podrida bien sazonada, con aguardiente, bailes y algazara.

En los días de la semana santa la regla costeña ordena sucu- lentas y abundantes comilonas ; principalmente de fríjoles, hasta hartarse.

Cuando el misionero visita un río y hace las fiestas, es la única ocasión en que todos los negros salen de sus madrigueras de los ríos y acuden al pueblo. Al Padre lo reciben con banda com- puesta de varios tambores, algunas flautas y chirimías, y aun he-

del Pacífico 155

mos visto hasta un violín con cuerdas de pita. La banda toca por la noche, a la hora del alba, al medio día y en las procesiones. A los instrumentos dichos debe añadirse en las fiestas solemnes un acordeón.

Durante estos días los fiesteros o alféreces atruenan el cielo con los disparos de pedreros lo que debía prohibirse porque fre- cuentemente hay desgracias.

Por las noches nunca falta la vaca loca, cuyo oficio es de- fender el guarapo que se coloca en vasijas, bajo un torreón o castillo, levantado en la plaza, de los negros que armados de to- tumas tratan de penetrar en aquél para pillar unos sorbos del apetecible líquido.

A ciertos santos los velan o arrollan en la iglesia toda la noche con monótonos cantos.

Cuando le hacen la fiesta a un santo cuya imagen conservan en una de sus casas, levantan un altar en una gran balsa, lo ador- nan con flores y gallardetes, en él colocan la estatua; y así lo traen al pueblo en compañía de mucha gente que arrulla con cantos, y al son de la música y de los disparos de los pedreros. Estas procesiones fluviales son verdaderamente poéticas. Los negros tie- nen mucha fe, y al sacerdote, a lo menos en la Costa alta, lo respetan y veneran; en la baja ya es otra cosa.

Todavía existe mucha inmoralidad en la Costa, a pesar de la transformación innegable que se ha realizado de veinte años a esta parte, merced al trabajo constante e incansable de los mi- sioneros.

La ignorancia es completa; lo que se debe a la falta de es- cuelas suficientes, a las grandes distancias a que viven los ne- gros y a la incuria de los padres por el bien de sus hijos.

En algunos lugares de la Costa, y sobre todo en el río Mi- cay, se encuentran casos frecuentes de albinos, o sea individuos de cabello ensortijado y blanco, piel áspera y blanquísima que en los niños tira a colorada, y ojos azules, aunque hijos de dos negros de pura raza.

Los habitantes de la Costa, son navegantes excelentes y se orientan y conocen las alternativas de los tiempos como por ins- tinto, innato en los hijos de las aguas.

Cuando un negro trata de relatar algún hecho o formar Iti—

156 Costa colombiano

nerarios lo hace refiriéndose a las mareas ; nos iremos, dice, a la media marea, con la vaciante ; murió el enfermo con la llena. Los negros son supersticiosos en extremo. En diversos lugares se imaginan que asustan y que habitan los espíritus malignos. A pie juntillas creen cuanto se les refiera incomprensible y miste- rioso por extravagante que sea. La patasola es un duende que tiene un mero pie a manera de molinillo, la cual corre a la gen- te en los bosques, travesea en las casas y se lleva a los niños; en las playas se ven frecuentemente sus huellas. Las brujas abun- dan; y hay personas que ojean (aojan) a la gente y a los ani- males. Las enfermedades producidas por el aojo sólo pueden cu- rarse con saliva de ciertas personas privilegiadas, untada en el ombligo del doliente.

Las madres ponen al cuello de sus hijos colmillos de anima- les y pepas de algunos árboles para librarlos de las visiones. Y no faltan agoreros que vaticinen y digan que, merced al zumo de cierta yerba, ven, como tras un cristal, el seno de la tierra, y en él las guacas, el oro y las piedras preciosas. Estos mismos sue- len dárselas de médicos que ciertamente embarcan a muchos para la otra vida a pesar de poseer lo que llaman su piedra fi- losofal, que hemos tenido en la mano con la cual lo saben todo, y dicen que a través de ella ven los órganos internos del cuerpo y las enfermedades que los aquejan. Hay negras que intentan verdaderos maleficios amatorios. No logran su intento, pero es cierto que hacen a no pocos incautos víctimas de sus venenosas hierbas.

Podríamos citar numerosas oraciones a que atribuyen los ne- gros efectos infalibles; las cuales recitan a diario y llevan escri- tas en papeles pendientes del cuello; pero lo haremos únicamente con una a la Virgen del Carmen, comunísima en la Costa, y cu- riosa por lo que a la explicación de los resultados de ella se refiere.

«Oración a Nuestra Señora del Carmen.

«Virgen purísima, que diste a luz al Salvador del mundo, hermosa azucena más que la flor y que la maravilla del mundo.»

«Eficacia de esta oración. Cogieron a un hombre, le colga- ren la oración, y lo maniataron y lo arrajaron al mar; se fue

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rebalsando por encima del agua y no se ahogó; de manera que las gentes de ese lugar se quedaron espantadas de ver ese gran suceso. Por acabar de probarla se la pusieron a un perro; lo ma- niataron le amarraron cien ladrillos y lo arrojaron al mar. Pasó lo mismo: fue rebalsándose por encima del agua y no se ahogó. Le ouitaron la santa oración y se ahogó fácilmente. Si alguna mujer hubiese de parto y no pudiese dar a luz se le podrá po- ner esta santa oración en el pecho y alumbrará sin peligro. Ven- drá la Santísima Vigen a echarle su santísima bendición o sea la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.

«Si algún enfermo hubiese de muerte y no pudiese morir, se le podrá poner esta santa oración sobre la barriga y se le arran- cará el alma; retirará al diablo seis leguas mar afuera; vendrá la Santísima Virgen a echarle su santísima bendición que será la de Dios padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.

«Así es que el que sabe esta santa oración no será perse- guido de ningunas visiones, ni de las justicias. No creas en ora- ción del enemigo. Cree en esta santa oración : que si crees en ella y así lo hicieres, te verás gloriado.

«En la casa donde saben esta santa oración no caerán rayos, ni centellas; quien la rece no muere en guerras, ni muere con balas, ni muere ahogado, ni tendrá muerte de repente, ni muere desauxiliado. Vendrá la Santísima Virgen a cogerlo en sus bra- zos echándole su santísima bendición que será la de Dios Padre, y la de Dios Hijo y la del Espíritu Santo. Amén.»

A pesar de la vida antihigiénica de los negros, que se ali- mentan mal, pasan en los viajes cuatro o cinco días sin dormir; cuando trabajan lo hacen rudamente, se bañan acalorados, aguan- tan a la intemperie continuas lluvias etc., alcanzan muchos a la senectud y viven sanos y robustos.

Las enfermedades que se sufren en la Costa son las siguien- tes: el paludismo, que ataca a los blancos más que a los negros, la furunculosis, la eczema, la psoriasis, la cloasma el beriberi, la elefantíasis, la sífilis y el carate. En algunos puntos, como en Tumaco, la tuberculosis hace estragos; pero lo que pide un pronto remedio es la sífilis en sus diversas manifestaciones, extendidí- sima entre los negros.

La fiebre amarilla parece que ha desaparecido; no así la perniciosa, que se manifiesta de vez en cuando, y empuja al ce- menterio a muchas victimas.

CAPITULO XXIV

La poesía popular Algunas reflecciones sobre ella La poesía y la músi- ca— Cantares de la poesía costeña Algo de Fonética Influencias ajenas en los cantares costeños.

En la Costa del Pacífico la poesía se manifiesta vigorosa con aquella enjundia y sabor que le da el alma popular. Esos negros, que moran como disgregados en un rincón de la tierra del resto de los hombres, que apasientan sus entendimientos con las obras de modernos versos ¡quien lo creyera! son verdade- ros poetas. No lo serán para aquellos que hacen consistir la poesía en hermosas frases, vacías de sentido, para quienes sa- crifican el fondo a la forma, para los que no saben componer una estrofa sin traer a colación a los dioses de Grecia, a los héroes de Roma y a las sultanas de los harenes turcos, lo que a la mayoría de los hombres les importa un comino. La poesía que canta a la propia tierruca, a la casita situada a las orillas de los caudalosos ríos o en las playas que besan las olas del mar, a las barquillas que se desusan sobre las aguas en las tardes crepusculares o en las noches de luna, a los bosques de árboles seculares, a la novia a quien se le entrega el corazón. a las serenas diversiones caseras, a los niños a quienes arreba- tó la muerte, al divino infante Jesús y a su madre María San- tísima; la poesía que traduce los sentimientos del alma popular, es la propia de los negritos costeños. No vayamos a buscar en aquella pleve, divorciada por naturaleza de lo erudito, cantares de corte moderno, versos pulidos de alabastro, peregrinas pala- brejas sacadas de las entrañas del diccionario, cuando no forma- das en las canteras de las hablas extranjeras, porque nada de

del Pacífico I59

esto encontraremos; pero en cambio nos llegarán hasta el alma deliciosas ternezas nacidas espontáneamente del fondo de los co- razones, como las florecillas que brotan de los bosques.

¿Cuándo nos convenceremos de que el pueblo es un riquí- simo venero de verdadera poesía? La poesía popular es uno de los factores más poderosos para conocer la idiosincracia y las costumbres de los habitantes de una región. Porque ella, como el niño, dice lo que siente; manifiesta el estado del alma triste, sano o enfermizo sin embajes, con absoluta espontaneidad. Por eso en los cantares populares de la Costa se nota la salvajez del negro que vive entre las vírgenes selvas de los trópicos y la melancólica nostalgia del pobre desterrado que añora a la originaría patria ausente.

Los negros transportados a nuestro litoral pacífico del África vivieron en esta zona consagrados al laboreo de las minas, ais- lados del resto del país causa de la extraña situación topográfica de una región situada entre el mar y la cordillera occidental; y justamente por este motivo han conservado su espíritu netamente africano que se trasluce en sus cantares, impregnados de melancolía.

Al negro le fascina cantar. En los velorios a los santos, en los bailes, en los matrimonios, en los natalicios, en las reuniones, es imprescindible entonar las cancioncillas, sin las cuales no tie- nen razón las fiestas y se hacen las horas enfadosas y las conver saciones desapasibles.

¿Qué significa aquélla voz que repercute con melodioso acento en la inmensidad silenciosa del bosque? Es la negrilla que canta en la mina mientras lava el oro. Y aquellos ecos apagados que llegan hasta las casas ribereñas interrumpiendo el silencio de la noche son de las canciones que en las barcas modulan al compás de los remos, los bogas que transitan por los ríos. El mar lleva sobre sus olas a grandes distancias las barcarolas de los pescadores; en los campos y en los hogares se recitan décimas o temas y en las playas cerca a una casa se oyen los madrigales del galán enamorado.

En los pueblos incipientes la poesía y la música andan juntas; se alimentan de un pecho; son hermanas gemelas, hijas del mismo seno. En la Costa, aun los versos que los negros llaman décimas, los recitan semitonados, por decirlo así..

160 Costa colombiana

La estructura de las estrofas de los cantares costeños tie- ne cierta selvatiquez, algo de enmarañado, propio de aquellas tierras bravias.

El romance, como adecuado para vaciar en él todo el al- ma, lo manejan los negros a su albedrío, sin doblegarse ante reglas cuya existencia ignoran, de donde se originan la mezcla de asonantes y consonantes o el uso exclusivo de los segundos, la falta de métrica muchas veces y la no carencia de otras co- allas que los críticos anatematizan con justicia, pero que merecen indulgencia en el vulgo por lo que vale el fondo recio y pu- jante unas veces, jocoso otras, sencillo y tierno siempre.

El amor y las grandes pasiones inspiran a los trovadores costeños, y si acaso manifiestan sus#sentimientos de una mane- ra si se quiere hasta grocera, debe tenerse presente lo que in- fluye en el ánimo de lo que se llama el medio y lo que son aquellas naturalezas sin domeñar, fuertes como los robles de sus bosques, e impetuosas como los torrentes de sus ríos.

Hemos visto negros que sin saber leer ni escribir improvi- saban largas composiciones y las conservaban en la memoria.

En ciertos cantos, en los chigualos y en los arrollos al Niño Dios, tres o cuatro personas cantan los solos y toda la gente el coro o los estribillos. En los chigualos se encuentran versos verdaderamente sentimentales y en los villancicos hay ri- queza de espirituales melodías.

Al estudiar la poesía popular debe tenerse en cuenta la fo- nología de la región, lo que influye directamente en la mayor o menor armonía del verso. Para nosotros hay lugares en que la modalidad fonética de los negros no es otra cosa que la de las lenguas africanas que hablaron sus mayores. Los sonidos son perfectamente guturales, duros y estridentes. La S, aun en mi- tad de palabra la pronuncian como la /; Crijto, no como la an- tigua H aspirada en castellano, sino como algo que parece un desapasible chirrido. Esto, sin embargo, no es lo común; se conserva en la parte alta de ciertos ríos; es decir, en los sitios en que no ha existido roce con extrañas gentes.

La supresión de la 5 y de las consonantes finales, el cambio propio de Andalucía de la Z por la S, de la Ll por la Y; y también de la D por la /?, es bastante ordinario. El fenómeno de la S lo

dzí Pacifico

161

encontramos aun en las gentes de pro. En el género picaresco se nota en la Costa la influencia ecuatoriana.

Para confirmación de lo que llevamos dicho y entreteni- miento y solaz de los literatos, aportamos al caudaloso río de la colección de los cantares populares colombianos, el límpido y murmurador riachuelo de algunos del litoral Pacífico, recogi- dos por nosotros aquí y allá de las bocas de los negros.

CAPITULO XXV

Colección de cantares de los indios costeños (1)

CH IGUALO

Que dichoso ete angelito

Que para el cielo nació!

Más dichosa fue su madre

Que para el cielo parió.

Chigualito, chigualito, Qué dichoso ete angelito!

Madre, como no llora? Padre, como no sentí? Que ya me voy ausenta De la patria en que nací.

Chigualito, chigualito, Qué dichoso ete angelito,

Angelito- ándate al cielo, Anda compone el camino, Pa cuando vayan allá Tu madrina y tu padrino.

Chigualito, chigualón, Para amante corazón.

A los ángeles del cielo Les he mandao a pedí Una pluma de tus ala Para podé ecribí.

Chigualito, chigualón, Para amante corazón.

Los angele en el cielo, También tienen alegría, Cuando les llega de nuevo Una grande compañía.

Chigualito, chigualón, Para amante corazón.

Ejta playa ejtá mojada

Y aguacero no ha llovió, Lágrima de mi niñito Que me tiene aquí perdió.

Chigualito, chigualito, Que dichoso ejte angelito, Que para el cielo naciój Más dichosa fue su madre Que para el cielo parió.

En el matrimonio.

Ya te casaste; Tuviste razón; Ahora complirés Con tu obligación.

Todas las mañanas Te has de levanta A barrer la casa

Y a hacer de almorzá.

No salgas a la calle Sin dar de almorzá,

(i) Hemos dejado en los versos algunas letras que los negros no pronun- cian, en gracia a la claridad y armonía.

La Madre Enoarn.aoión

FUNDADORA DE LAS RELIGIOSAS >BETLEMlTAS

del Pacifico

163

Porque tus amiga Te han de murmura.

No tendrás amiga En la vecindá Porque son cuchillo Que te han de mata.

A tu marido . Lo has de cuida, No cuides a otro Porque has de peca.

Quiere a los hijos Si Dio te lo da, Y el mismo cielo Te bendecirá.

CANTARES

De lo hijo de mi madre, Yo fui el que nací el primero Yo fui el que arranqué la espada Donde clavó Olivero.

El santo papa de Roma Se propuso a consagra; Los serafine le cantan En el coro celetiá.

La boca de ejte angelito Cuando viene de dormí, Parece un botón de rosa Acabadito de abrí.

Ya salió la luna al aire Alumbrando lo potrero; Onde nacieron lo burro, Nacieron lo conservero.

Ya salió la luna al aire Alumbrando naranjale, Onde nació Jesucrijto Nacieron lo libérale.

Buen amigo, le pregunto, Quiero que me razón: Cómo podré yo viví Sin que hable de mi opinión?

De los hijos de mi padre, Para arriba corre el agua,

Yo fui el que naci varón. Para abajo a borbollón,

Yo fui el que arranqué la espada Así correrá mi fama

Donde clavó Sansón. En vana conversación.

Buena noche gran amigo, Aunque no le su nombre, Porque estoy recién bajao De la montaña de Londre.

El chocolate es un santo, Que de rodilla se muele, Con la mano e que se bate, Mirando al cielo se bebe.

Al infierno me bajé Solo con mi escapulario. Al diablo lo hice reza El santísimo rosario.

Por el pretil de una iglesia Yo vide a mi Dio paseando, Y para mayó grandeza Vide otro Dios consagrando.

Debajo de Crijto ejtán Las cinco letra vocale; Dime si fueron iguale Las doce en que pecó Adán,

Abajo la cinta verde, Arriba la colorada, Abajo lo mochoroco Con las espada parada.

Dame los brazo; odió, Que me vengo a despedí; No llorará mi muerte; Yo nací para morí.

La muerte te ejtá llamando, No le quiere responde Y ella te ha de da un palo Que no te pueda mové.

Cuando te vas a baña Llevaré cuchillo y lanza, Poque están los conservero Como perros en matanza.

Mucho me acuerdo de ti, Mucho lloro por tu ausencia. no te acuerda de mí; Que ingrata correspondencia!

164

Costa colombiana

Ven a mora con migo Oh niña de lo mare; Lloro a diario por ti Con mi padre y mi madre.

Para boga en; los río Me bajta mi canalete,

Y en mi casa una morena Que me abrace y que me bese.

Matica de allajatica. Matizada con romero, Sólo de tan bella boca La contestación espero.

La blanca no me ha querío

Y me miran de reojo; Pero quiero a mi morena Con su boquita y sus ojo.

Para mira tu hermosura He venío de muy lejo; Hace mese que en los río De día y noche navego.

Por tu ceja vivo ancioso; Por tu color singulá; Tus ojos son de crista; Tus pestañas laboriada;

Y tu carita engastada No me canso de mira.

Esta noche he de salí Para ver a mi morena, Cuando la luna se dentre

Y su madre ya se duerma.

Dende que tu me miraste Me dejaste enamorao; Dende entonce ya no como

Y me siento acongojao.

Yo te vide conversando En la playa con un mozo; Cuidadito no me engañes, Cuidadito que te cojo.

Con mi chinchorro he cogió Mucho peje para tí;

Y plátano del colino Con rascadera y ají.

Como caen todo lo peje En la punta del anzuelo,

Han de caer la mujere En lo hondo del infierno.

Para no hay sol ni luna, Noche, mañana ni día; Pue sólo en ti vida mía, Pensando estoy a la una: A la do con atención; A la tre dice mi suerte, Vida mía que por quererte Qué larga la hora son.

Cuando en las agua del Voy remando en la canoa, Si amaina la brisa canto Mis décima y mis loa.

Cuando en las aguas del río Me ataca alguna visión, La auyento con lo cantare Que mi mama me ensenó

Como dueño de la flore Te pusiera en un juardín.

Y adorara lo primore De mi bello serajuín.

Esa persona exquisita No me canso de admira; Aquí tenéis, señorita, Un esclavo a quien manda.

Todo el mundo lo he andado Desde la seca a la meca;

Y no he podido encontré Coteja pa mi muñeca.

Desde el vientre de mi madre Nací con mi enteligencia, Para no rendirme a naide En cualesquera pendecia.

Yo anduve en la mar del norte, En Lima y en el Callao; He cantado con dolores

Y a no me han rebajao.

Adonde ejtá ese que salió Con tan grande atrevimiento Sin hacerme acatamiento Sabiendo que aquí ejtoy yo?

No quiero sombrero blanco Porque no soy caballero,

del Pacífico

165

Con mi sombrerito negro Me paso por donde quiero.

Yo tengo el alma oprimida Como las agua del mar,

Y la tiene tan dulce Como el agua de toma.

Yo ejtuve en la serranía

Y lloraba por volvé

A la playa de la cojta Donde el rna me vio nace.

Cuando venga de Tumaco Cosita te he de trae, Cinta para tu cabeza, Botine para tu pie.

Te pusiera una corona

Y bajara a ser cautiva;

Te hiciera dueña del mundo, Aunque es poco lo que diga.

Yo vivo como los peje En las agua de la ma; Yo estuve en el Ecuador, En el Chocó y Panamá.

Tus ojos me dieron lú. Tus labio me dieron vida,

Y bailo con tigo sola

Si me tocan la marimba.

Arr olios

Arrollo mi niño Arrollo mi Dio, Tiritando nace Divino Señó.

Po qué llora el niño Decidno pastore Será po nosotro Pobre pecadore?

Niñito querío, Niñito adorao, Nosotro te queremo, Nosotro te adoramo.

Oh recién nacido Recibe lo done; Nosotro te ofrecemo Nuejtro corazone.

Arrollo mi niño,

Y arrollo mi Dio, Tiritando nace Divino Señó.

Arrollen, arrollen al Niño Dio, Esta noche es noche buena

Y arrollen al Niño Dio, Es noche de no dormí,

Y arrollen al Niño Dio, Está la Virgen de parto,

Y arrollen al Niño Dio,

Y a las doce ha de parí;

Y arrollen al Niño Dio,

Y ha de parí un infante

Y arrollen al Niño Dio, Blanco, rubio y colorao,_

Y arrollen al Niño Dio, Han de decí que es pastor,

Y arrollen al Niño Dio, Para guarda su ganao, Arrollen, arrollen al Niño Dio.

Arrollen, arrollen al Niño Dio Esta que es noche buena

Y arrollen al niño Dio, Noche de tanta alegría,

Y arrollen al Niño Dio

Caminaba San José,

Y arrollen al Niño Dio, En compañía de María,

Y arrollen al Niño Dio, Vamos a Belén, pastore,

Y arrollen al Niño Dio, Que en Belén la gloria está

Y arirollen al Niño Dio, Vamos a ver a María,

Y arrollen al Niño Dio, Hincadita en el portal,

Y arrollen al Niño Dio, Vamos a ver al infante,

Y arrollen al Niño Dio, Que nos ha nacido yaL Arrollen, arrollen al Niño Dio,

Décimas o temas

Si me oyeras sospirar, Mi bien por ti tan de veras, Lástima te había de dar Aunque amor no me tuvieras.

Desde aquel funesto día Que tus ojos me juartaron,

166

Tres cosas se me alejaron; Gusto, placer y alegría. Es tanta la pena mía Que te puedo asegurar, Que a un bronce hiciera llorar

Y a la más serpiente fiera;

Y tu pecho enterneciera, Si me oyeras sospirar.

Tengo vista una paloma

Y la rama en que se asienta; De este mes para adelante Cuidao con el libro e cuenta.

Voy a junta un rialito Pa compra mi cuchillito

Y mi caja e fulminante, Pólvora también bajtante, Para anda de loma en loma Con mi ponchito de lona. Poque aquí en este paí Tengo vista una paloma

Y la rama en que se asienta, Cuidao con el libro e cuenta Le un palo y me la coma.

Salió un pobre una mañana; A la casa de un rico entró A pedí una limosna: Señó po el amó de Dio.

El rico desque lo vido Hizo que se sonrió, El rico le contestó; Qué vení hace aqui? A vé: hurta pa come.

Y entonce le respondió: Ese no es mi procede Ni meno mi condición; Manque estoy en carne humana Es muy grande mi podé, Todo lo puede el trabajo;

Yo no soy Lucifé.

Una vez pedí posada; Me la dieron muy ligero, Poque siempre el foratero De domi tiene en la sala.

Y eto no petañaba,

Po que siempre me presino, Me levanté con gran tino,

Y eso me previno Róbame en la petañaa Una vela del alta.

Costa colombiana

Yo, pue, era hombre dañino, Yo, que la taba encendiendo, Se alevanta el dueño e.casa; Amigo que qué ta haciendo; Hora verá lo que pasa, Yo me taba persuadiendo Que me decía si sos vo Que te roba tan veló La vela del Redentó.

Quién con Jesucrijto habló, Quién fué el que fue a pregunta, Quien fue el que vino diciendo Que el mundo se iba acaba? El primero fue el cometa Que el ocho había de salí,

Y cómo íbamo a dormí En el cambio del planeta?

La luz que nos elumina Ya se nos quiere oculta, Ya vemo las escurana, Ya el sol no quiere alumbra, Poque el santo sacerdote De la playa se no va.

Dio manda angele del Cielo Vetido de sacerdote Que con luz de su inocencia Aclaran tanta tiniebla

Y a alacrane y culebra Les hacen busca su cueva. El sacerdote del pueblo

A blanca, morena y negra Las mandó a cargar cascajo Pa la obra de la iglesia. Varia blanca enfurecida Les causó mucha impresión Poque las bia comparado Con las pobres negrecita.

Y el Padre en la confesión No daba la absolución

Si no se iban al trabajo A cargar también cascajo. Una ocasión en Patía Iba con mi machetico; Topé un grande dominico, Oh qué buena la ocasión! Aunque me digan ladró, Cojorruto sin segundo, Con mi machete iracundo Limpié too un plataná, Poque es bonito roba

Y es habilidá en el mundo.

del Pacífico

167

En el cementerio

Aquí estoy considerando Mi sepultura y entierro

Y ete pie de tierra ocupo

Que a mesmo me da miedo. El corazón se me abrasa. Me sacan amortajao A la mitad de eta casa. Me han de saca a vela; Por ser la última ve,^ Vénganme a acompaña, Eso que nos acompaña. Eso será nuestra madre, Eso serán los del duelo,

Y eso no lo sabe naide. Ni su brazo a toreé, Que aquí estoy considerando El fin que fiemo de tené.

El fin que hemo de tené Solamente Dio lo sabe Con su infinito podé; Sálvete Dio, reina y madre.

Quien enseñó esta verdá fue aquel Padre Misionero; Ejta palabra bajaron Del mesmo Dios verdadero.

Me llaman el bebedor (l) Porque bebo aguardiente, El aguardiente emborracha

Y el dulce bota los dientes; Más vale vivir borracho

Y no mi boca sin dientes. El aguardiente me gusta Tenerlo un rato en la boca,

Y les tengo que decir

Que el hombre no se provoca Porque al más valeroso Pronto le tapo la boca. El aguardiente y la leche Me los dan por alimento Quisiera que al instante Me tuvieran hecha y hecho. El aguardiente lo bebo Pero no lo sacar

Y tengo el encargo hecho Donde Julio Salazar.

El Cristo

Con el Cristo B, A, C, D, D, G, H, con J S, Z, R, con P. Cantador, no te metas Si te sientes poquitico, Porque yo aprendí el Cristíco Antes que fueras poeta. Yo soy el centro de letras, La tabla de Moisés, Soy el segundo Ezequiel El que ha fijado en tablillas. Cuidau te ponga en cartilla Con el Cristo A, B, C, D._ Cantador, por qué gruñes Habiendo cantar conmigo ? Sabiendo que soy castigo, Porqué tan alto te subes? Soy el verano de octubre La brisa del mes de abril, A habéis de pedir Alianza para cantar Para que puedas versiar S, P, H, con J. Dime si poeta eres O entiendes de teología Dime cómo fue María Escogida entre mujeres; Cuántos fueron los placeres Que San Gabriel le anunció, Cómo fue que concibió Sin la sombra del pecado. Contestó moralizado S, Z, R, con P. Por ser la primera vez Que en esta casa yo canto, Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo.

Buenas tarde, buen amigo, Pa servirle, cómo está? Responda las buenas tardes Que su amigo se las da.

Adoremos esta casa

Y al albañil que la hizo Que por dentro está la gloria

Y por fuera el paraíso.

(i) Estas 4'ecimas o temds y los siguientes cantares fueron recolectados por el R. P. Regino Maculet.

63

Costa colombiana

Bota la cabuya al agua Dale buelta al guayacán, Veres las cosas del mundo Qué diferentes están.

Soy hombre compositor Pa retratar mi persona

Y pónete una corona Con su décima decente, Soy el mar y soy el fin,

Soy el que aforra las bombas,

Y sólo con susprirar hago Hago temblar a Colombia,

Si desenvaino mi espada

Y me paro a lo discreto Hago temblar a Colombia

Y dejo el mundo revuelto.

Si desemvaino mi espada

Y hecho mano al estoque Ningún músico me cante Ningún tocador me toque.

Si el Gobierno no me estima Ni me da lo que deseo Me le altivo, me le alceo, Me alzo y me voy encima.

Dicen que robé un cáliz, Jesúsi qué mentira esa; Desde que me bautizaron No dentro más a la iglesia.

Desde diciembre hasta enero, Como todo el mundo dice

No sabe este caballero Donde lleva las narices.

Señores los que me oyeron No me murmuren la voz, Que me ha dado romadizo

Y hoy no canto méjó.

El negro y el gallinazo Al sentarse en la barranca, Aquél blanquea los ojos

Y el gallinazo las zancas.

El ser negro no es afrenta, Ni color que quita fama, Pues el zapatito negro Le luce a la mejor dama.

Si el ser negro fuera afrenta No hubiera santo en pintura, Ni habría renglones negros En la sagrada Escritura.

Ya cantamos a lo humano Cantemos a lo divino, Para que la Virgen pura Nos guíe por buen camino.

Qué bonita asucenita Toda llena de rocío; Yo la quisiera coger Pero, yo cuándo, Dios mío?

Para adorar con belleza La que fue madre de Dios, La que en el pafto quedó Pura, limpia, blanca, bella.

CAPITULO XXVI

Labor de los Agustinos Recoletos en Tumaco Los Reverendos Padres Melitón Martínez y Gerardo Larrondo Estado religioso y moral de la Costa en 1899 Luchas y triunfos —Viaje del Padre Larron- do a Pasto —Sufrimientos de los Padres durante la guerra civil. Don Francisco Benítez Fundación del Colegio de señoritas Va- rias obras El Padre Julián Moreno El 31 de enero de 1906. Un suceso admirable.

Conocido el inmenso territorio que el Ilustrísimo señor Mo- reno confió al celo de los Religiosos Agustinos Recoletos, vea- mos, siquiera de una manera sumaria, la evangélica labor lleva- da a cabo por ellos en aquella región.

Los Reverendos Padres Melitón Martínez y Gerardo Larron- do, encargados en mayo de 1899 de la Parroquia de Tumaco, se dedicaron al ministerio con admirables energías.

La costa se encontraba religiosa y moralmente en un estado lamentable. Si bien existía un pequeño grupo de personas pia- dosas, la mayor parte de los habitantes de la población no cum- plían ni con los más elementales deberes que impone el cristianis- mo. Oír misa los días de precepto, confesarse y 'comulgar una vez al año, eran letra muerta no sólo para todos los hombres, sino también para muchas mujeres. Del estado moral de la población es mejor no hablar; que bien se comprende lo que es un pueblo cuando no regula sus actos por los sanos principios que Dios ha grabado en la conciencia y que la Religión impone.

He ahí el campo que encontraron nuestos Religiosos en la Costa: un yermo donde arraigaban árboles seculares de veneno- sos frutos; una tierra en que se desarrollaba frondosa la maleza del pecado.

170 Costa colombiana

Pero los Padres Martínez y Larrondo, armados con la segur de la divina palabra, emprendieron la tarea de talar aquel bosque de indiferentismo e irreligiosidad y de plantar en su lugar las flores fragantes de las virtudes cristianas.

Fue penosa la lucha. El demonio revolvióse en sus* antros ante el ánimo esforzado y laborioso de nuestros Misioneros y concitó contra ellos las iras infernales; pero a pesar de las viles persecuciones, de las enfermedades y aun de la muerte, cayeron los ídolos paganos de la Perla del Pacífico, y en lugar de ellos se levanta ahora majestuoso, entre los pliegues de la tricolor bandera de la Patria el leño sacrosanto de la cruz de Cristo, que impera en los hogares y en los corazones de los coste- ños.

La esplendidez en el culto divino fue una de las primeras preocupaciones de nuestros Religiosos, para lo cual trataron de restaurar la iglesia y de dar vida a las Congregaciones del Co- razón de Jesús y de las Hijas de María.

El abandono espiritual en que se encontraban los habitantes de los ríos hizo nacer en los Padres la idea laudabilísima de organizar correrías por toda la extensión del Litoral; y en Tu- maco se tomaron medidas que tendían a la moralización del pueblo.

A fin de obrar sin extraviarse, los Padres resolvieron con- sultar con el Prelado pastopolitano sus proyectos de conquista espiritual en la Costa, para lo cual se dirigió a la capital de la Diócesis el Padre Larrondo, quien habiendo recibido sabias ins- trucciones del señor Moreno, regresó al Litoral con nuevos bríos, decidido a trabajar sin interrupción en viña del Señor.

Y a la tarea evangélica se había dado sin reposo cuando estalló la terrible guerra que duró tres años y que tan graves consecuencias tuvo en los destinos políticos de la Costa, cuyos ha- bitantes se levantaron en armas a favor de los revolucionarios, en su mayoría.

Sin embargo a los Padres Martínez y Larrondo no les arre- dró el peligro que corrían a causa de la guerra, si no desistían de su trabajo antirrevolucionario de cristianizar la Costa; conti- nuaron impávidos en su labor que era sin duda asaz benéfi- ca para los habitantes de aquella región.

del Pacifico 171

Pero cuántas amarguras tuvieron que devorar en ese tiem- po. Bien puede comprenderlo quien se haya encontrado alguna vez en peligro de caer en manos de enemigos sin conciencia y sin religión. ¿Cómo contar los sobresaltos, los días amargos y noches de vigilia, pasados por los dos Misioneros Agustinos Re- coletos en Tumaco durante la guerra? Y que no discurrían a humo de pajas, lo prueba la manera como la revolución triunfante se manejó con el Padre Larrondo, a quien después de tratar vilmente, desterró de la isla como a elemento pernicioso. El Pa- dre pasó a Cali, y luego a Panamá.

Antes se había visto constreñido a salir para el Istmo el Padre Martínez con una grave enfermedad, contraída a causa de los muchos trabajos que le sobrevinieron en Tumaco. En vía de reposición estuvo algunos días en la residencia de Chepo, y luego se embarcó en el vapor Isla de Panay con rumbo a España, pero no bien había levado anclas el barco cuando se agravó muchí- simo, y espiró el 13 de agosto de 1900, poco antes de arribar a Puerto Cabello, donde fue sepultado. Al Padre Martínez pue- de considerársele como a la primera víctima de nuestras misio- nes en el sur de la Costa Colombiana del Pacifico.

Cuando las fuerzas del Gobierno se apoderaron nuevamente de Tumaco, el Padre Larrondo regresó con el Padre Hilario Sán- chez, en agosto de 1901, a la isla, donde fue cordialmente reci- bido por las personas buenas que veían en él a un mártir de la fe de Cristo.

Y a la verdad que acreditó este título con su comportamien- to valeroso cuando, segunda vez triunfante la revolución, se le hizo comparecer ante un tribunal militar, de donde se le arrojó por la escalera a empellones, se le dio por cárcel un tugurio, se le arrancaron los hábitos sagrados, con la misma violencia se le pusieron arreos militares; en este traje se le paseó por las calles de Tumaco, se le obligó a servir de guardia en el cuartel, en el Morro se le encepó y se le condenó a sufrir la pena de un buen número de palos. (1) La Providencia divina quiso que este úl-

(i) A una persona que vitoreó al Padre cuando lo llevaban por la plaza vescido de soldado, el Jefe revolucionurio mandó azotarla. Quien desee saber los nombres de los que autorizaron estos atropellos, puede verlos en el periódi- co El Conservador, de Pasto, número 31, correspondiente al 10 de abril de 1902.

172 Costa colombiana

timo sacrilegio no se perpetrase, porque los soldados a quie- nes se había comunicado la criminal orden no se atrevieron a cumplirla.

Pero todavía hay más; durante los días de la guerra al Pa- dre lo insultaron repetidas veces en la calle, y públicamente, una partida de negros, azuzados por ciertos jefes, vociferaron contra él calumnias y denuestos.

Pacificada felizmente la Nación, el Padre Larrondo se entre- gó a los ejercicios del ministerio apostólico en la ciudad y en los núcleos rurales de población, sin descuidar cuanto pudiese tener afinidad con el progreso material de la Costa. No hubo obra que se acometiese por aquel tiempo en pro de la región, en la que el Padre no hubiese tomado activa parte.

El señor Francisco Benítez, de imperecedera memoria, fue el brazo derecho del Padre Gerardo en las obras que hizo, por- que le ayudó eficazmente con abundantes y crecidas limos- nas.

A entrambos se debe la fundación del Colegio para señori- tas: don Francisco aportó para la obra $ 25,000 y el Padre ges- tionó el asunto y lo coronó con felicidad.

La fundación de un plantel en que pudiesen recibir esme- rada educación las jóvenes, era de imperiosa necesidad en Tu- maco. El Padre Larrondo lo comprendió así, y por esto no cejó de trabajar hasta conseguir que las religiosas Betlemitas de Pas- to hiciesen la fundación en Tumaco. El Colegio comenzó a fun- cionar en 1908. El edificio, de madera, es amplio, higiénico y ele- gante; los salones vastos y cómodos; la enseñanza de acuerdo con las modernas leyes pedagógicas.

El fruto cosechado por las Madres Betlemitas puede sinte- tizarse en en estas cortas palabras; han regenerado a la mujer tumaqueña. Y efectivamente la joven educada por las madres Betlemitas une a la instrucción del entendimiento la formación de un corazón verdaderamente cristiano, consciente de sus debe- res para con la sociedad y con la Patria.

Aun cuando el Padre Larrondo no hubiera hecho en Tuma- co otra cosa que fundar el Colegio de señoritas, su nombre de- bía ser pronunciado con veneración y cariño por los habitantes de la isla; pero además de esto él mejoró la iglesia, llevó algu-

Iltistvíisiiiio seíiov Fray EZEQUIEL MORENO

del Pacifico 1 73

ñas imágenes del extranjero, compró numerosos ornamentos sa- grados y construyó la casa cural. En las capillas de los pueblos su acción fue también fecunda. Y en lo moral, ¡cuánto fue el fru- to recogido por el Padre! Basta ver los libros parroquiales para convencerse de ello.

Pero al trabajo del Padre Larrondo es menester que sume- mos el del Padre Julián Moreno, incansable operario, que coad- yuvó a la magna obra de la salvación de las almas en el Litoral, durante el tiempo que se lo permitió la obediencia.

Justamente el Padre Julián se encontraba en Tumaco el 31 de enero de 1906, día verdaderamente aciago para la Costa, por el tremendo terremoto que durante varios minutos se sintió en toda ella; el que causó la destrucción de crecido número de casas. La isla de Tumaco se estremeció a tal extremo que las imágenes cayeron a tierra y las campanas sonaron como si alguna persona las hubiese estado tañendo. Hubo terrenos como el del Charco y Mosquera que se hundieron hasta un metro. Pero lo que produjo en realidad estragos no fue el terremoto propiamente, sino la es- pantosa avenida del mar sobre la Costa. El agua subió hasta treinta millas por los ríos, causando desgracias sin cuento. Va- rias playas, como la de los Reyes, desaparecieron, y poblaciones costeñas, como la de San Juan, quedaron sepultadas entre el agua. No hubo familia de las que moraban cerca al mar que no perdiese algún miembro en la catástrofe. Una señora, por ejemplo, per- dió a su madre, a su hermana y a su hija; otra a su esposo y a cinco h'jos; en muchos hogares no se salvó nadie; a un boga que navegaba en el mar con un francés de la Compañía de Tim- biquí, lo arrojó la ola a la playa y quedó colgado de las ramas de la copa de un mangle que fue su admirable salvamento. En las mismas poblaciones de los ríos la gente huyó despavorida a los montes y muchos trataron de buscar un refugio en los árbo- les más elevados.

Después de esta terrible anegación no es posible describir el espectáculo de la Costa: madres que a gritos llamaban a los hijos desaparecidos, árboles tronchados, casas derruidas, cadáve- res entre las malezas, y llenas las playas de conchas y peces muertos.

lf4 Costa colombiana

En la isla tumaqueña que está a nivel del mar, es fácil comprender cuál sería el terror que se apoderó de los habitantes al ver que el mar como una montaña altísima se dirigía a pa- sos de gigante hacia la isla. En las calles las gentes se arre- molinaban pidiendo misericordia o se dirigían espotáneamente a la iglesia, inclusive los incrédulos e indiferentes. El Padre La- rrondo en aquel inminente peligro se lanzó precipitadamente a la iglesia por entre la multitud que se arrodillaba ante él para que le impartiese la absolución sacramental, y consumió en el santo altar las formas consagradas, menos una que dejó en el copón, con el cual se dirigió hacia la playa seguido por la muche- dumbre, rebosante de fe a la vista de Jesús Sacramentado, a quien seguían las imágenes de los santos llevadas en hombros de personas que en otras ocasiones se avergonzaban hasta de acer- carse a la iglesia pero que entonces despreciaban los humanos respetos ante el temor de la trágica muerte que los amenazaba. Ya en la playa, el Padre penetró mar adentro y aguardó impá- vido a la encrespada ola que se acercaba, amagando sepultar a Tumaco en su vórtice. Pero ¡oh suceso prodigioso! cuando la multitud creyó que iba a ser devorada por la ola, el Padre per- maneció firme e impertérrito en la arena, levantó la Hostia sa- crosanta y trazó con ella la señal de la cruz; y al mismo ins- tante se retiró el mar habiendo humedecido al sacerdote hasta la cintura. Lo que esto fue, nosotros no entraremos a discutir- lo; pero del hecho, tal como queda narrado, fueron testigos todos los habitantes de Tumaco, quienes lo atribuyeron a un favor es- pecial de la divina Omnipotencia. Y tanto es así que desde aquel tiempo hasta ahora, todos los años, el treinta y uno de enero hay en la iglesia de Tumaco, solemne fiesta de acción de gra- cias a Jesús Sacramentado. Nuestros Misioneros han querido levantar en el lugar en que trazó la cruz con el copón el Padre Larrondo, un monumento, en honor del Santísimo Sacramento del Altar en la isla Tumaqueña.

El Padre Fabo cantó el prodigio eucarístico en una compo- sición que corre impresa en libros y revistas. De buen grado la transcribimos aquí como un homeaje a Jesús Sacramen- tado.

del Pacifico ÍV5

Negra se pone la comba Del cielo, con raudo empuje, El rayo cruza, rimbomba El trueno horrísono y ruge Cual eco de inmensa bomba.

El mar en sombras se encierra, Como titánico ariete. Contra las orillas cierra, Tan fiero les arremete, Que hace retemblar la tierra.

Manojos de rayos rajan El aire, aumetan los truenos; Las nubes se desencajan; Hínchanse del mar los senos; Los cantiles se descuajan;

Ruge el abismo; se agrieta La roca; silba, rebrama La ola, a los vientos reta,

Y su espuma desparrama Arrojándola; y aprieta

El rayo, el ciclón, el lodo, El fragor, la sombra, el tumbo, Remedando aquel período En que acabará su rumbo El Ponto, la tierra y todo,

Del puerto huyendo las naves Mar adentro se abalanzan,

Y crujen, sueltan los trabes, Que ya se abisman, ya se alzan Como pescadoras aves,

Mientras los esquiles son Juguetes del oleaje

Y en hórrida confusión

Se rompen, todo el blindaje De trizas hecho un montón.

1?6 Costa colombiana

Olas tras olas avanzan, Semejan cerros flotantes Que a la población alcanzan, O culebrones rampantes Que hacia la presa se lanzan.

No hay playa ni puerto ya, Con indómito coraje Tragándoselos está El insaciable oleaje, Del pueblo ¿qué quedará?

Como rebaño espantado La gente se agita y huye, Que cada vez más hinchado El océano, destruye Las viviendas del poblado.

Transido de dolor ve la desgracia De su grey desolada el Padre Cura; Si atajar el océano es locura, El no querer huir es más que audacia.

Soberano Señor— suplica lleno De sentimientos de humildad intensa ¡Perdón, perdóni Vuestra bondad inmensa Al mar le ponga omnipotente frenoi

¿No sois el misino que partió el Mar Rojo En dos, abriendo transversal camino Porque un pueblo que andaba peregrino Quedase libre del tirano enojo?

Y el humilde Religioso, Henchido de confianza, A la iglesia se dirige Sin sentir temor a nada; Abre el Sagrario, en las manos Toma la Forma Sagrada, Y sale hacia el mar, algunos Que lo ven desde las casas Dicen:— El Padre está loco; ¡Es un santo! otros exclaman.

del Pacifico 177

Mas él, tranquilo, sereno, Avanza hacia el mar, avanza, Que lleva la Omnipotencia En sus manos abreviada.

Llega al borde, eleva el Vaso Sagrado, una cruz traza En el aire, y el mar presto Sus recios embates calma

Y se alejan aquietándose Sus vórtices, adelanta El sacerdote unos pasos

Y se retiran las aguas Como la fiera que cede Ante el domador que amaga.

Y sigue el Padre adelante

Y retrocede el mar hasta Que se reduce a los términos Que el Creador le trazara, Quedándose liso y fúlgido Cual de acero, inmensa lámina.

Un rayo de sol triunfante Rompe las nubes opacas

Y alfombra con tapiz áureo La vía recién mojada

Por donde vuelve el ministro Con la Hostia Sacrosanta.

Todo para Dios, ¡qué gloria! Dios para todo, ¡qué gracia!

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CAPITULO XXVII

El fundador de nuestras misiones en la Costa Una página del Padre An- gel Aviñonet Celo del Ilustrísimo señor Ezequiel Moreno Varios sucesos durante su visita pastoral de 1896 en Iscuandé, Guapi v Pa tía —La visita de 1903 Sacrilegio en Tumaco El Obispo en la Costa en 1906 —Muerte del señor Moreno.

El verdadero fundador de nuestras misiones en la Costa, fue el Ilustrísimo señor Fray Ezequiel Moreno, religioso de la Orden de Agustinos Recoletos y Obispo de Pasto. El abandono es- piritual en que vivían los habitantes de la Costa a causa de la escasez de abnegados operarios que pudiesen enterrarse vivos en esas malsanas regiones únicamente por la salvación de sus hermanos, fue una continua pesadilla para el señor Moreno en los primeros años de su episcopado. Por lo cual trató de con- fiar la Costa a Religiosos que la administrasen con verdadero celo en forma de misiones. Los de la Orden Agustiniana, tanto para complacer al Obispo como para beneficiar con la ca- tequización y civilización de mucha gente a la Iglesia Católica y a la patria colombiana, se hicieron cargo de aquella porción de la grey cristiana. El Obispo se había dado cuenta de la necesi- dad apremiante de esta medida en la visita pastoral de 1896.

El Padre Ángel Aviñonet, compañero del señor Moreno en esta visita que duró cerca de cuatro meses, relata algunos suce- sos de ella, que consignamos aquí por tratarse de un Obispo agustino:

«Eran los afanes del Obispo procurar el bien espiritual de sus diocesanos; la sed de salvar almas se notaba en él muy mar- cada siendo como un fuego que le consumía el corazón. En los

I

o - m

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ríos y esteros, cuando pasábamos por enfrente de alguna casa, lo primero que preguntaba si había algún enfermo, para auxi- liarlo con los santos sacramentos; y esto repetía al llegar a algún punto donde habíamos de pasar la noche. Uno de los pensamien- tos que más preocupaba al señor Moreno era cimentar bien la fe en el pueblo, y apartarlo de cuanto pudiese menoscabarla. Sabía que las gentes de la Costa del Pacífico están muy expues- tas a perder la fe a causa de los muchos aventureros descreídos que acuden allá de direfentes puntos para sus negocios, y que con frecuencia son personas entregadas a todos los vicios. Por esto no se cansaba el celoso Obispo de inculcar a t^dos que huye- sen de la compañía de semejantes hombres.

No hubo caserío alguno en toda la Costa del Pacífico que perteneciese a su diócesis que el Prelado no visitara, exhortando a todos a permanecer firmes en la fe y en el servicio de Dios. En cada uno estaba tres o cuatro días, según las circunstancias; y después de haberles administrado los sacramentos y santificar con el matrimonio cristiano las uniones ilegítimas, pasaba a otra parte. Como aquellas gentes son, en general, muy pobres, no te- nían a veces ni sillas, y veíamos a nuestro Obispo sentado so- bre un tronco de árbol, dirigiendo desde allí la palabra sagrada a los asistentes, con grande edificación de todos. No era raro que, en estas pláticas familiares personas faltas de educación y sobradas de necedad o malicia, interrumpiesen al Prelado, como sucedió con cierta mujer muy petulante, que se permitió hacer de doctora hasta que el señor Obispo hubo de decirle: «Hija, no eres quien debes enseñar a tu Prelado y Pastor; soy yo quien debo enseñarte a ti lo que te conviene para salvarte. Se- pas que ni tú, ni el más distinguido doctor pueden enseñarme a lo que debe saber un cristiano para ir al cíelo; yo debo en- señar esto a todos, como maestro y pastor que soy de los cris- tianos de mi diócesis».

Al oír esto dos negros que estaban sentados a mi lado, di- jeron: «Mejor se callara aquella malcriada de mujer». Y el Obis- po continuó su instrucción a las gentes.

Estando en Iscuandé, un mulato atrevido quiso disputar y aun confundir al señor Obispo, según él decía. Como el Prela- do, en su humildad, siempre vistió el hábito de su Orden, con

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un sencillo pectoral que le habían dado en Bogotá, no manifesta- ba realmente lo que era; de suerte que algunas veces era preci- so advertir a la gente que él era el Obispo, y no ninguno de nosotros. Esto sin duda había visto el -pobre mulato, y se había formado un concepto muy bajo de la persona del Prelado. Vino, pues, a la casa de posada, y dijo al que escribe estas líneas: «Necesito hablar con el Obispo». «Fui a darle el recado al se- ñor Moreno, y éste en el acto contestó: «Que venga». Yo me re- tiré, y apenas hube salido del cuarto, el torpe del hombre, sin preámbulos ni saludos, dijo: «Vengo a disputar con usted». El señor Obispo tomó una silla y se la brindó añadiendo luego y con cierto tono: «Supongo yo que trato con un sabio, muy sa- bict. ¿No es así?» Bastó esto para dejar desconcertado al sober- bio mulato; de modo que no hubo forma de sostener con él una corta conversación. Corrido y aterrado el hombre, no encontra- ba la puerta de la habitación para salirse.

Era tanta la bondad con que trataba a sus diocesanos, es- pecialmente a la gente pobre y desvalida, que todos celebraban tanta humildad, llaneza y afabilidad. Al salir de Iscuandé, pue- blo de la Costa, venía por el río, y detrás de la canoa en que yo iba (la del señor Obispo marchaba adelante un cuarto de mi- lla), una familia que en su embarcación regresaba a su casa. Pregunté que si habían hecho confirmar a una niñita y me di- jeron que sí. ¿Qué tal os ha parecido el Obispo? les pregunté; y me respondieron: Oh Padre, nunca habíamos visto un Obispo como éste. Qué trato! Qué bondad! Qué humildad;

Al regreso de la visita de la Costa, y subiendo por el río Patía pernoctamos en una casa de la playa. Al día siguiente, cuando ya todo estaba arreglado para seguir viaje y parte de los compañeros navegaban ya adelante, llegó a la canoa en que es- taba el señor Obispo una negra muy fatigada y sudando. Sin saludar a nadie se dirigió a y me dijo: «Cuan desgraciada soy! toda la noche he remado para alcanzar al señor Obispo y confesarme con él, y ahora que estaba para conseguir mi deseo, veo que se van». Estaban ya desatadas las amarras de la canoa y los bogas comenzaban a bogar, cuando el Obispo, que había oído las quejas de la negra, mandó atracar la canoa a la orilla y amarrarla de nuevo. Llamó a la negra, y habiendo saltado a

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tierra todos los que estábamos en la canoa, el Obispo se sentó sobre un barril, y allí a la vista del gentío de la playa, oyó con toda paciencia y mansedumbre la confesión de dicha negra. Una vez despachada, rebosando alegría, daba mil y mil gracias al se- ñor Obispo, deseándole un feliz viaje; y diciendo y haciendo se embarcó en su canoíta y se fue río abajo; nosotros bogamos río arriba.

Mucho nos edificaba el señor Moreno con su paciencia. Va- rias veces nos sucedió llegar a caseríos tan pobres, que no te- nían apenas cosa alguna para comer, a no ser un poco de arroz y plátano. Pues bien; fuese como quisiera la comida, desabrida o mal condimentada, nunca se quejó; antes bien, la comía como si fuera vianda muy sabrosa.

Al llegar a las casas para pernoctar allí, gustaba mucho de la enseñanza del catecismo, al que asistía siempre personalmen- te, sentado en cualquier asiento rústico, y a veces en el suelo. Una noche, después del catecismo, nos dijo: esta noche que he gozado porque estos pobres morenitos, han aprendido lo ne- cesario, necessitate medii, para salvarse.

Predicó el señor Moreno en Guapi sobre la muerte y lo in- cierto que es ella. Yo estaba presente y que decía: «Quién sabe si yo que os predico no bajaré de este pulpito! Quién sabe si alguno de los. que me escuchan esta noche no podrá lle- gar a su casa!» Cosa rara! En aquel mismo momento se apartó un hombre del auditorio; pasó rozando conmigo que estaba en la puerta de la iglesia para hacer guardar el orden; fuese ha- cia la plaza, y antes que el señor Obispo hubiese terminado el sermón, aquel hombre estaba ya muerto. Al día siguiente vol- vió el señor Obispo a repetir las mismas palabras, y añadiendo la relación del día anterior, dijo: Quién sabe si alguno llegará a su casa. Estad prevenidos, porque en la hora menos pensada compareceremos delante de Dios, a darle cuenta de nuestra vida!» Y al salir de la iglesia un hombre que había venido de la pla- ya, fue a tomar su embarcación para regresar a su casa; cae, da con la cabeza contra la proa, y queda muerto allí mismo.... Al saber esto, dije yo al señor Obispo: »Talvez sería prudente no decirlo más». Respondió él: «No lo diré más».

Al final de la visita el Prelado y yo estuvimos muy enfer- mos con fiebres del río Patía» .

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En abril de 1903 salió nuevamente el Ilustrísimo señor Mo- reno para la Costa del Pacífico a practicar la santa visita pas- toral. De ella mencionaremos únicamente el horrible sacrilegio que se cometió en Tumaco el 12 de julio, según todos los visos, con la deliberada voluntad de ofender al Prelado. El mismo re- fiere este acontecimiento en carta pastoral que dirigió al Clero y a los fieles de la Diócesis, fechada el 17 de aquel mes:

«En la madrugada del domingo próximo pasado, 12 del mes actual, íbamos a la iglesia en compañía del Reverendo Padre Gerardo Larrondo, que, con permiso de sus superiores, hace la gran caridad de trabajar en esta población en bien de las al- mas. Los muchachos que ayudan en la iglesia se habían adelan- . tado a nosotros como unos ocho minutos; así que, al llegar nos- otros a la puerta de la iglesia, lo primero que nos dijo el ma- yor de ellos fue esto: «Han robado el sagrario, y han tirado los ramos de flores y otras cosas.»

«Pueden figurarse, amados hijos, lo fuerte, doloroso y amar- go de la impresión recibida al oír esas palabras. No creímos lle- gara a tanto la cosa, y corrimos al altar, y, ...cuál no sería nues- tro espanto y nuestra pena al ver que en efecto, habían sacado el sagrario del altar y se lo habían llevado? Busquemos, le dije al Padre, busquemos por todas partes para ver si encontramos al- go. Recorrimos y registramos la sacristía; subió el Padre por el retablo del altar mayor; recorrimos las naves de la iglesia, y nada se encontraba. Mientras el Padre subía al coro y a la torre, yo me dirigía al extremo de la nave del evangelio, punto, por donde con poco esfuerzo se podía entrar a la iglesia, cerrada con tabla. Allí vi el sagrario en el suelo con sus adornos sepa- rados, y me llené de angustia pensando que estuviera roto y que se hubieran llevado el copón con las sagradas formas. Llamé al Padre y a los muchachos que iban con él; levantamos el sagra- rio, y ¡oh alegría indecible! Estaba sin rotura alguna y cerrada la portezuela, lo que daba la seguridad que estaba dentro el di- vino tesoro. Lo llevamos al altar, lo abrimos y allí encontramos al divino Jesús Sacramentado, pero, cómo? El copón estaba abierto, el capillo del copón y el corporal que se pone en el sa- grario, revueltos, y las sagradas formas derramadas y metidas entre el corporal y el capillo, y algunas pegadas a una de las paredes del altar del sagrario. Todo indicaba que el sagrario ha-

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bía sido sacudido con violencia, y el sitio donde se encontró daba a entender que se trató de sacarlo, pues estaba debajo del agujero que abrieron para entrar, y por el cual el sagrario que es algo grande, no cupo. Este fue el horrible sacrilegio cometido contra Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado.

Ultrajaron también, a la Santísima Virgen, en su imagen del Carmen, que se hallaba en el altar mayor con motivo de la no- vena que se le estaba haciendo. Le robaron un broche de poco valor que tenía en el manto, permitiéndolo así su hijo santísimo para que por ese broche descubriesen los criminales, como así ha sucedido; pues al poco rato de sabido el suceso por el señor Alcalde, éste se presentó en casa de un sospechoso. Estaba dur- miendo el individuo, y al despertarlo y ver que era la autoridad, lo primero que hizo fue sacar el broche del bolsillo y querer ocultarlo. La autoridad observó lo que hacía y recogió el broche. Se encontraron además algunos ramos de flores deshechos, y los crucifijos de los altares puestos boca abajo».

Estos sacrilegios cometidos en la iglesia tumaqueña cau- saron profunda pena a los habitantes de la ciudad, se prepara- ron a repararlos con un solemne triduo. Cosa admirable! Las mismas personas que días antes habían faltado al respeto al Pre- lado en una reunión de las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, de la que se salieron incivilmente y aun arrojaron la cin- ta de la hermandad por el suelo, fueron las primeras en con- moverse profundamente y en ayudar a las solemnidades que se llevaron a efecto en desagravio. Nos atrevemos a sostener que la verdadera conversión de muchas personas muy dadas ahora a los ejercicios de piedad y al culto divino, data del 12 de ju- nio de 1903, porque Dios sabe sacar bienes de los males.

El solemne triduo remató con una procesión que describe así el señor Obispo: «En el último día sacamos y paseamos en triunfo a Jesús Sacramentado, para dar a entender a sus enemi- gos que a cada blasfemia y a cada ultraje que lanzaban contra él, sus fieles servidores responden con miles de alabanzas y miles de actos de desagravios. Las señoras habían levantado cuatro lu- josísimos y bonitos altares, donde se colocó la custodia y se cantaron motetes. Todas las niñas de la escuela iban con elegan- tísimos trajes blancos, y algunas vestidas de ángeles.

Hay que hacer constar también que las autoridades y em-

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picados con varios otrcs stñoies, vinieron a la casa cuial en el mismo día del domingo a manifestarnos su pena y sentimien- to por los tristes sucesos ocurridos».

En el mes de enero de 1906 volvió a Tumaco de paso pa- ra España el señor Moreno, herido por la grave enfermedad que lo llevó en ese mismo año al sepulcro.

El biógrafo del santo Obispo nos refiere así la llegada: «Bajo un sol abrasador que mortificaba no poco al paciente, entraron muy acompañados del párroco, autoridades civiles e in- menso gentío que, luciendo sus mejores preseas, celebraban el* día de Pascua, en Barbacoas, y el 26 por la noche se embarca- ron en el Telembí, navegando hasta el atardecer del día siguien- te y durmiendo cerca de donde había que pasar un trozo de monte a fin de evitar la entrada en el mar en la afluencia del río Patía. En una silla colocaron al señor Obispo, que, con har- to pesar suyo, se vio precisado a aceptar el vehículo, y a espal- das de un hombre se atravesó el fangoso camino embarcándose de nuevo para Tumaco. Mas como había que esperar la marea alta, aprovecharon el tiempo para tomar una comida que el so- lícito Padre Gerardo Larrondo les llevó. Recostóse el señor Obis- po porque sentía mucha fatiga, subió uno de los peones a un troje y se le cayó una botella yendo a dar en la frente del en- fermo. Todos se alarmaron y reprendieron al hombre, pero el señor Obispo les tranquilizó y amparó al pobre peón, aunque el golpe fue dolorosísimo por haber dado en la parte más delicada. Se detuvieron en Tumaco hasta el día 6 de enero, examinándo- le allí un médico norteamericano que calificó la enfermedad de cáncer lupus o benigno, y, por lo tanto, curable; opinión que fue también 'la de otro doctor en Panamá. El Padre Custodio de los Capuchinos tuvo que quedarse en Tumaco por enfermo, y el se- ñor Obispo salió en el vapor Manavi con rumbo a Panamá. (1) El 19 de agosto de 1906 murió en el convento de los Pa- dres Agustinos Recoletos de Monteagudo en España el Prelado modelo, el celoso Obispo que tanto se preocupó durante el epis- copado por la prosperidad y bienestar déla Costa del Pacífico, el limo. Señor Ezequiel Moreno, cuya causa de beatificación se activa en la curia romana.

(i) Biografía del limo. Señor Moreno. Páginas 185, 268 y 311.

CAPITULO XXVIII

El Padre Larroudo sale para Espaila El Padre Hilario Sánchez Expe- dición de los Padres Marcos Bartolomé y Reguío Maculet La Pro- vincia de la Candelaria se hace cargo de las Misione. Correrías de los Padies Marcos Bartolomé y Tomás Martínez Palabras del doctor Ramón Bejarano Facultades concedidis a los Misione- ros— El Padre Rufino Pérez El Hospital La Sociedad Rosa Za- rate— En el centenario de Policarpa Salabai-rieta Bienhechores del Hospital.

Habiendo nombrado el Capítulo de la Provincia de Santo Tomás de Villanueva, maestro de novicios al R. Padre Gerardo Larrondo, salió para España en el año de 1909 (1). Y va un da- toque pinta la idiosincracia costeña; al abnegado Misionero que durante once años había administrado la Parroquia tumaqueña, sólo unas tres personas salieron a despedirlo el día de la par- tida. Felices los que no reciben merced de los hombres, porque la recibirán de Dios superabundantemente!

En lugar del R. Padre Larrondo quedó en Tumaco el Pa- dre Hilario Sánchez, quien tuvo el consuelo de abrazar allí a los R R. Padres Regino Maculet y Marcos Bartolomé, que fueron a la Costa comisionados por el Definitorio agustinia- no de Bogotá, para rendir a los superiores un informe acerca del estado y disposición de las Misiones a fin de hacerse la Provincia de la Candelaria cargo de ellas, como efectivamente se hizo a fines de 1919, mediante un tratado que más tarde se llevó

(i) El Padre Larrondo es actualmente Provincial de la Provincia de Santo Tomás de Villanueva en Andalucía,

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a cabo por el R. Padre Marcelino Ganuza y los Obispos de Cali y de Pasto, en el que se estipularon ciertas condiciones harto ve- néficas para las diócesis, no siendo la menor el poder estar los Prelados tranquilos al dejar en expertas manos un territorio que había sido hasta entonces quebradero de cabezas episcopales. Es- te convenio fue aprobado en Roma.

Los PP. Regino Maculet y Marcos Bartolomé emplearon tres meses en la correría evangélica desde Tumaco hasta Guapi. El fruto espiritual fue abundante; lo que debió ser una satisfacción para ellos, dados los trabajos que tuvieron que soportar, pues, fuera de los inherentes a toda misión en la Costa, el Padre Ma- culet enfermó en el Charco de las fiebres palúdicas.

De regreso a Tumaco, los Padres dieron durante la cua- resma de 1910, misiones y retiros espirituales que todavía se re- cuerdan allá con entusiasmo.

Los primeros religiosos enviados por la Provincia de la Candelaria a la Costa de una manera permanente fueron los Padres Rufino Pérez, Víctor Labiano y Antonio Roy, a fines de 1910. La permanencia del segundo en Tumaco no duró mucho porque enfermó de cuidado.

En 1911 practicaron una correría de cuatro meses, desde Buenaventura hasta Timbiquí, los Padres Marcos Bartolomé y Tomás Martínez. En aquella población, a la que llegaron el 3 de julio del dicho año, permanecieron diez y siete días que em- plearon en dar una misión y en otras obras del ministerio. El Doctor Ramón Bejarano, cura párroco del puerto, dio las gra- cias a los Padres en la iglesia el 16 de julio con las siguientes palabras:

"Os supliqué RR. PP. vinieseis a derramar en estos cam- pos sedientos la semilla del bien. Bañada en luz la mente y henchido de caridad el corazón empesasteis a sembrar. Abriéndo- se blandamente los corazones anhelosos de la paz celestial, ora con las tremendas amenazas que fulminaba en Babilonia Ezequiel, ora con las halagüeñas promesas que dejaba caer Ageo sobre las gentes desoladas de los hijos de Jacob, lograste que 1,100 al- mas se lavasen en las fuentes salvadoras de la penitencia cris- tiana; más de 2,000 hostias distribuísteis en diez días a la ávi- da muchedumbre. Os doy las gracias, hijos del celebérrimo

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Agustín y herederos de la heroica sangre del valentísimo Pelayo. La iglesia está contenta; el cielo os sonríe; los ángeles que ve- lan por la buena ventura de este pueblo, os tejen sendas guir- naldas. Bien las merecéis. Y yo, que represento aquí al Pre- lado, que conmigo os suplicó también la misión, os doy los parabienes por los grandes favores que habéis hecho a la isla del Seráfico doctor Bagnarea.

Pueblos lejanos os están esperando.

Propagadores de la civilización, volad a verter torrentes de consuelo y luz.

Heraldos del Dios de paz, id a decir a esas gentes, que se reconcilien con el Padre celestial. Oh! Despertad a los que duermen el sueño secular de la ignorancia y del error.

Vientos, soplad ahora serenos; inmenso mar, no alborotéis vuestras olas, sino meced la nave que lleva a los verdaderos bienhechores de la humanidad. Bosques solitarios, estremeceos de placer; islas del Pacífico, recibidles ufanas; os obsequian con la ciencia divina, los consuelos verdaderos y las supremas es- peranzas. He ahí el progreso; he ahí la luz; he ahí la vida que os llevan los que aman al pueblo y se compadecen de él».

Los Padres emplearon cuatro días en llegar a San Fran- cisco de Naya y estuvieron a pique de perecer en la boca de Yurumanguí, donde se desató una terrible tempestad que hundió una pequeña embarcación que les acompañaba, sin ahogarse ninguno de los tripulantes, gracias a su pericia en la necesaria arte natatoria.

La misión duró diez días; de allí pasaron los Padres a Micay, donde las fiebres atacaron al Padre Martínez, a Timbi- quí; y luego a Yurumanguí y Cajambre. En el primer pueblo de este río les dieron a los misioneros por alojamiento la cárcel sin más mobiliario que un cepo. Y allí terminaron las misiones, porque el Padre Marcos enfermó tan gravemente que fue me- nester llevarlo a Buenaventura, y de ahí a Cali y a Maní- zales.

El fruto cosechado por los dos misioneros en los cuatro meses de correría fue el siguiente: 7200 confesione; 564 bautis- mos; 2300 confirmaciones; 158 matrimonios.

El limo, señor Francisco Ragonessi, Delegado Apostólico en

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Colombia, concedió a los Misioneros de la Costa el 1.° de marzo de 1911, amplias facultades para la administración délos sacra- mentos, cosa justísima, dadas las múltiples dificultades con que tienen que tropezar a cada paso.

Según ellas, todos los misioneros podían dispensar varios impedimentos matrimoniales y administrar el sacramento de la confirmación.

El Padre Hilario Sánchez permaneció al frente de la Parro- quia de Tumaco desde agosto de 1909 hasta septiembre de 1911 en que se encargó de ella el Padre Alberto Fernández y luego en diciembre el Padre Rufino Pérez, quien llevó a feliz re- mate la magna obra de la fundación de un hospital. Con este objeto se fundó una junta de beneficencia, cuyo presidente fue el Padre Rufino, quien tuvo que sostener polémicas verdadera- mente candentes aun con miembros de la misma junta p3ra sacar avante el proyecto, combatido, sobre todo, en su parte religiosa.

Tras porfiadas luchas el Municipio votó una cantidad para comprar una casa que sirviese de hospital y un tanto por ciento del producto de la renta de la tagua para montarlo y sos- tenerlo. La casa que se compró fue la en que murió don Fran- cisco Benítez, a un precio relativamente bajo, gracias a las ges- tiones del Padre Rufino; de los Estados Unidos se llevó instru- mental; se trató con la Visitadora de las Hijas de la Caridad, residente en la capital del Valle, la consecución de algunas Her- manas que regentasen el Hospital y lo sirviesen; se nombró mé- dico al doctor Antonio Jesé Castro y Capellán al Párroco de Tumaco. Todo listo, se inauguró solemnemente el Hospital el 8 de septiembre de 1915, con misa campal y sermón del R. Pa- dre Antonio Caballero, encargado entonces de la Parroquia.

Los servicios que el Hospital ha prestado a los habitan- tes de Tumaco, de los campos costeños y de las tierras ecuato- rianas, limítrofes a Colombia, no son para describirlos. La ca- ridad extraordinaria de las Hermanitas para con los enfermos y la consagración del doctor Castro, contribuyeron eficazmente a la fama que adquirió con justicia el hospital, donde se han prac- ticado numerosas operaciones de alta cirugía.

En cuanto a lo espiritual, los Padres Agustinos visitan dia- riamente a los enfermos, se dice misa frecuentemente en la capilla

Iglesia nueva tle Tuiuaco

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del hospital y acorren a él cuantas veces hay que administrar los sacramentos.

Para acudir a las necesidades imperiosas del hospital y especialmente con el fin de levantar una sala de maternidad se formó una junta de señoras tumaqueñas, que se llamó Rosa Za- rate, en memoria de la heroína sacrificada en la independecia por la Patria. Entre los medios pue se idearon para allegar fon- dos, fue uno la rifa de cierta suma, a manera de lotería, loque dio buenos resultados. Los Padres coadyuvaron a esta obra, efi- cazmente, y aún hubo Misionero que fue de puerta en puerta por las casas y almacenes de Guapi y del Charco, con el objeto de entusiasmar a las gentes para que aportasen su óbolo a esa obra de beneficencia con la compra de boletas de la lotería. En el centenario del sacrificio de Policarpa Salabarrieta, el 18 de noviembre de 1917 se colocó en el Hospital el primer pilar para la sala de maternidad. Lo bendijo el Párroco y pronunció otro da los Padres un discurso del cuil transcribimos algunas fra- ces:

«Sublime pensamiento: rendir homenaje a la Patria, cuna de la sociedad, honrando en la hija predilecta, la Pola, a la mujer madre fuente de las familias que componen la Repú- blica.

Las iniciadoras de esta obra son las damas tumaqueñas, cuya sangre vigorizada por el sol de los trópicos, a la amplitud y energía de la idea, unen la ternura del corazón, iluminado por el faro esplendoroso de la fe y caldeado en el horno deifico de la caridad.

«Ved que del oriente se levanta nebulosa blanquecina, se acerca, son fúlgidas estrellas que derraman sobre la perla del Pacífico mar de luz, fecundizando la tierra de cuyo seno brota árbol majestuoso. Bajo sus frescas bombras se acogen los heri- dos en el Sahara de la vida por el dolor profundo. Las estre- llas se acercan más, y, al contacto sidéreo, el árbol siente que se estremece la sabia de sus venas y que se cubre de gayas flores, cuyas corolas guardan el corazón de una madre y la cuna de un niño.

Conoce el pueblo de Tumaco su deber, y por ende coad- yuvará a tan bienhechora obra, iniciada por las damas de la so-

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ciedad Rosa Zarate, a quienes bendecirán las generaciones futu- ras, venidas al mundo en la cuna por ellas hoy comenzada a preparar.

Mas no basta para una obra de beneficencia ayudar con una fría moneda, no; señores, que sea vuestro corazón el factor principal en la heroica labor de aliviar los humanos dolores, y a la obra hoy comenzada podremos ceñirle pronto en las sienes la corona del triunfo.

Y caso extraño; entre tanto que- parte de la vieja Europa se derrumba, nosotros emprendemos obras de soberbio empuje y hemos con un solo corazón conmemorado el sacrificio de la más grande heroína de la Patria. Y en buen hora hemos cele- brado el sacrificio de la Pola. Cuando la tromba de la guerra quiere asolar también nuestro país y se hace presión para que la balanza se incline al lado en que figuran nuestros encarniza- dos enemigos, los que conculcaron nuestro honor, ultrajaron nues- tra bandera, desmembraron el territorio, y tienen los ávidos ojos puestos en las partes más pingües del Litoral; como una visión del cielo aparece la imagen de la Pola, sacrificándose por no ir en pos de sus enemigos e impávida gritando desde el patíbulo a quienes los seguían aquellas palabras que debiéramos tenerlas grabadas en el fondo del alma: «Viles americanos, volved esas armas contra los enemigos de la Patria.»

Mártir heroica, levanta del altar del sacrificio tu vuelo a la región celeste.

Cóndor de los Andes no nacido para revolotear sobre la tierra vil, duerme en las alturas de la gloria sobre la tricolor bandera de la Patria, extiende sobre nosotros tus alas y en tu pico enseñándonos el olivo de la paz. Tu obra está hecha; la enérgica labor regada con la sangre de tus venas fecundizó el pensamiento engendrador de nueva era.

Nuestro suelo, tras un siglo de lucha, arrullado ahora en la cuna de la paz, se prepara a darnos el néctar de su pecho y los frutos opimos de su seno; y tú, heroína en cuyo honor he- mos hoy comenzado está obra de beneficencia, sigue enviándo- nos en el cénit del colombiano cielo cual sol esplendoroso, luz, energía y ejemplos de patriotismo y de virtudes cívicas.»

Debemos consignar aquí los nombres de las Hermanas Ma-

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ría Luisa Salcedo y María Josefa hijas de la caridad, de las se- ñoras de Nalsar, Márquez, Escruceria, Ricaurte, Benítez y Débo- ra Aparicio de Lemos, presidenta y alma de la sociedad Rosa Zarate, de los doctores Genaro Payan, Maximiliano Bueno Paz y Antonio José Castro, quienes trabajaron, cada uno en su es- fera, por la prosperidad y engrandecimiento del hospital, del cual han sido partidarios todos los tumaqueños porque, si ha tenido algunos enemigos, éstos lo han sido más del elemento religioso que en él predomina que de la obra en misma.

En 1916 se colocó un retrato a lápiz del fundador del hos- pital R. Padre Rufino Pérez, en la sala principal de él.

Loor a quienes socorren a los enfermos, los medicinan con espíritu de caridad y derraman sobre sus corazones el bálsamo del consuelo; bien hayan los que ayudan con sus limosnas a las obras de beneficencia. Dios los bendiga a todos.

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CAPITULO XXIX

Muere el Hermano Ignacio Ayala— La iglesia nueva de Tumaco La- bor de los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez— Las misiones elevadas a Vicaría Provincial Acontecimientos dignos de men- ción—Trabajos del Padre Pablo Planillo— Gestiones délos Padres para establecer un Colegio de jóvenes Un director Provincial de Instrucción Pública E! cementerio nuevo La casa parro quial Varios Misioneros Improbo trabajo de los Padres.

En octubre de 1914 nuestros Religiosos de Tumaco tuvie- ron la pena de ver descender al sepulcro al Hermano Ignacio Ayala, víctima de la fiebre amarilla. Tenía sólo veinticuatro años cuando murió.

Por motivo de ser la iglesia parroquial demasiado pequeña, los Padres Rufino Pérez e Hilario Sánchez emprendieron la edi- ficación de otra en el centro de la isla, de acuerdo con un pla- no hecho en Pasto. No pueden calcularse las fatigas y desvelos que costó al Padre Sánchez la edificación de la nueva iglesia. Mientras el Padre Pérez ditigía técnicamente la obra, el Padre Sánchez recorría los caseríos en busca de fondos para llevarla a cabo. No hubo rincón de la Parroquia que el Padre no visi- tase, ni casucha a la que no penetrase, pidiendo una limosna para la construcción de la iglesia. Aquí le daban una gallina, allá una libra de caucho, acullá un poco de tagua; y así de ma- ravedí en maravedí pudo reunir cerca de $ 40,000, (plata,), que se invirtieron en las paredes, torres, techumbre y pavimento del templo.

En marzo de 1918 se dio al culto público la nueva iglesia con una solemne procesión presidida por el Ilustrísimo señor

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Antonio María Pueyo, Obispo de Pasto, quien predicó un elo- cuentísimo sermón; en él encareció a los tumaqueños la necesi- dad imperiosa de llevar a feliz término la obra comenzada y puso el nuevo templo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Con- solación, Madre y Patrona de la Orden Agustiniana. Al acto acudieron todos los habitantes de la población.

Pero debemos hacer constar que la iglesia se ha construido y se mantiene en pie contra viento y marea, porque se le ha he- cho cruda y descarada guerra. No queremos aducir las mil ra- zones que hemos oído en pro y en contra.

Las segundas son dictadas por el espíritu divino, por el mundano o el diabólico. ¿Hay razones poderosas para destruir un templo que se ha levantado con las limosnas de los pobre- citos y con los sacrificios heroicos de venerables sacerdotes? ¿Las propuestas que se han hecho para esto son aceptables? ¿Los pro- yectos que elaboran las fantasías se realizarán? Acatamos lo que dispongan al respecto los superiores eclesiásticos; pero consigna- mos en estas páginas la viva esperanza que tenemos en la di- vina Providencia, en la generosidad de los costeños y en el tesón de los Misioneros, de ver terminado por completo el grandioso templo tumaqueño.

Los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez introdujeron impor- tantes mejoras en la iglesia parroquial. El primero consiguió que el Municipio votase una suma para construir una artística torre y comprar el reloj que se colocó en ella; y el segundo arregló las naves del templo y puso andenes de cemento al rededor de él.

Al Padre Rufino le tocaron las enojosas cuestiones que se originaron a causa de la dudosa ortodoxia de los Profesores del Colegio de jóvenes, cuya existencia fue efímera.

El Padre Pérez fundó en Tumaco los talleres de Santa Rita, y en 1914, durante la epidemia de la fiebre amarilla, se manejó como un héroe, asistiendo a los enfermos con peligro de su pro- pia vida y contra el dictamen de los médicos.

En noviembre de 1914 marchó para Bogotá el Reverendo Padre Hilario Sánchez, donde el Capítulo Agustiniano de abril de 1915 le otorgó el honroso nombramiento de Provincial. En la misma venerable asamblea se nombró Prior del Convento de Sos, en España, al Reverendo Padre Rufino Pérez, quien salió de

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Tumaco para el lugar de su destino a últimos de junio; y se ele- varon las Misiones de la Costa al rango de Vicaría Provincial y para ese puesto se eligió al Reverendo Padie Doroteo Ocón de San Luis Gonzaga, que por motivos de salud residió en Pa- namá durante los tres años de su gobierno y solamente hizo en febrero de 1916 una visita a la perla del Pacífico y a Barba- coas.

A reemplazar a los Padres Sánchez y Pérez, arribaron a Tu- maco en junio de 1915 los Padres Antonio Caballero, quien se encargó de la Parroquia, Tomás Martínez, Ubaldo, Samuel Ba- llesteros y Pablo Planillo. Los dos últimos fueron enviados a la nueva Misión de Barbacoas, incluida en la Vicaria Provincial en el contrato celebrado con el Obispo de Pasto; y el Padre Tomás a Guapi.

El 8 de septiembre llegó a Tumaco el Padre Bernardo Me- rizalde, quien halló al Padre Ubaldo postrado en cama, suma- mente enfermo de fiebres; y éstas fueron tan persistentes y te- naces que los doctores Castro y Paz manifestaron la necesidad urgente de sacar al Padre de la Costa, como en realidad se efec- tuó en el mes de octubre. El Padre Merizalde acompañó al en- fermo hasta Cali, de donde éste siguió para Manizales y aquél regresó a Tumaco.

Los días 8, 9 y 10 de diciembre de aquel año quedaron gra- bados en los corazones costeños con indelebles caracteres. Con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción se dieron re- tiros espirituales, hicieron la primera Comunión 500 niños, hubo Cuarenta Horas solemnísimas y se entronizó en las escuelas al Corazón de Jesús, cuya imagen fue llevada pomposamente de la iglesia parroquial a los respectivos locales, acompañada, fuera de los adultos de 1,000 y más niños, vestidos de blanco, uniforme- mente, con baderolas y estandartes y cantando unísonos el him- no eucarístico de Madrid. Aquellas fiestas fueron un verdadero triunfo católico en la isla. Con razón pudo exclamar uno de los Padres en el discurso que pronunció en la escuela de varo- nes :

«La juventud se ha ganado para Cristo; luego el porvenir es nuestro!»

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No pretendemos describir las numerosas fiestas religiosas hechas por nuestros misioneros en Tumaco, pues nos haríamos interminables, pero conste que ellas son muchas y pomposas y que en la Navidad y las Mercedes los alféreces hacen derroche de lujo.

En abril de 1916 llegó a Tumaco, en son de visita oficial el Reverendo Padre Provincial Hilario Sánchez, quien encomen- dó la Parroquia al Reverendo Padre Pablo Planillo, religioso de excelentes prendas, cuya acción en Tumaco, durante cinco años, fue óptima y fecunda.

Con su don de gentes el Padre Pablo ha sabido conquis- tarse las simpatías de la población, si bien a sufrido con fre- cuencia rudos golpes de los enemigos de la Religión quienes sin embargo, han admirado su entereza y valentía. Así, por ejem- plo, sucedió cuando el Municipio quiso hacer un cementerio lai- co, y con motivo de repetidos ataques de la prensa anticris- tiana.

El protestantismo que tiene en Tumaco sus defensores, más por motivos de nómina que de conciencia, ha encontrado en el Padre Planillo un baluarte del catolicismo. Y, cosa curiosa! Un señor de Tumaco, a quien se le ha dado el título de ministro protestante, nunca falta a los sermones dominicales.

Los Padres Agustinos, reconociendo el bien que haría en Tumaco un Colegio de jóvenes, con un buen cuerpo de compe- tentes profesores, trataron repetidas veces de llevar a la isla Hermanos Maristas o Cristianos, pero no fue posible vencer las dificultades que se presentaron para realizar ese proyecto salva- dor. En la visita Provincial que hizo el Reverendo Padre Ed- mundo Goñi con su secretario Reverendo Padre Cándido Armen- tía a la Costa, en septiembre de 1919, ordenó al Padre Planillo que elevase un memorial al Consejo Municipal de Tumaco, pi- diendo que se entregase a los Padres Agustinos el edificio del Colegio Pedagógico para establecer en él por cuenta de la Orden un plantel de educación en regla.

El Padre Planillo en carta del 20 de marzo de 1920, nos decía :

«Comisionado por nuestro Padre Provincial me dirigí al Concejo, solicitando el local que ocupamos, para establecer un-

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Colegio. Esto ha causado, como es natural, los efectos de una bomba; los campos se han deslindado; hay opinión en pro y en contra; en general a todos sonríe la idea. Creo que elevarán solicitudes al Concejo muchos señores, señoras y pueblo bajo. Ayer hablé sobre eso en e! pulpito; salieron entusiasmadísimos. Hay en contra la solicitud hecha por algunos Padres de familia a Max Seidel, para establecer una escuela, pero parece que co- bra muy caro y que no vendrá. El Concejo no qué hará. Ocu- rre esto: que los padres de familia ignoraban mi solicitud, la que ¡coincidencia rara! se leyó en la misma sesión que la de ellos; circunstancia aquélla que hará inclinar la opinión de algunos en favor del Colegio, más bien que de la escuela.»

El Ilustrísimo señor Pueyo recibió con entusiasmo la noticia del proyectado Colegio, lo mismo que todas las personas aman- tes de la instrucción. ¿Pero cuál fue la respuesta del Concejo? Una fría negativa, inspirada únicamente en el espíritu sectario y anticlerical. He aquí, en confirmación de lo dicho algunos pá- rrafos de un artículo publicado en Doctrina liberal, número 85 :

«La Danza Agustiniana. El tema palpitante ha sido en estos días, si se da o no el suntuoso edificio municipal de la escuela superior pedagógica a los Padres Agustinos para que monten un instituto fanatizador y desadecuado a la época que lo que produciría sería una juventud muerta espiritualmente, carcomida por los perjuicios de una teología que produce ciervos pero nun- ca hombres capaces de vencer en esta vida de máquinas y hie- rro. La España decadente, es un viejo ejemplo; la teología arcai- ca, esa teología mistificadora y entorpecedora, pasó; es una vieja máquina que trituró espíritus y esclavizó conciencias, a cuyo imperio muchos miles de inocentes fueron quemados vivos, Jua- na de Arco fue quemada viva por esa teología; el Obispo de Beauvais firmó y ordenó cumplir la inicua sentencia. ¿Para qué más casos?

«Empero la danza agustina requiere algo más. El señor Pla- nillo, Cura Párroco, ofreció por encima de todo traer a sus con- géneres para que fundaran un Colegio, y al efecto pidió el edi- ficio a que nos referíamos arriba. El Concejo, por razones pode- rosas, entre otras por salvar su edificio, pues sabido es que en casa donde entran los friles no la sueltan sino a golpes de

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balas dum dum le negó lo que pidió y en cambio, dio tal edificio a una junta autónoma, fundada mediante escritura pública, para que funde un Colegio privado regentado por el conocido profesor alemán Max Seidel

«.... ...Hay algo verdaderamente consolador como final de

esta danza agustiniana, y es que Tumaco se ha civilizado; eso por una parte, por otra, el tonsurado ha recibido algunas leccio- nes. La quiebra ha sido total, la clerecía absorvente ha sentido el frío que produce el abandono de la opinión pública, y es que una corriente vigorosa se filtra en el país, los vientos de la civilización nos llegan y ya es inútil pensar que a la sombra de una religión que niega con sus actos van a lograr acrecentar sus bienes materiales. Eso es imposible.

«La hora de los frailecitos pasó. No habiendo a quien em- baucar, están de más los embaucadores.»

Sea dicho, sin embargo, en honor de la Isla que en los pe- riódicos católicos se publicaron protestas en defensa de los Re- ligiosos ultrajados.

¿Y aquellos señores que juzgaban que los Agustinos habían de montar un instituto fanatizador y desadecuado a la época han logrado establecer un colegio en que se siquiera la en- señanza secundaria? Y mientras el Concejo pone obstáculos para establecer en la Isla un colegio en toda forma donde se educa- rían los jóvenes tumaqueños, porque los profesores habían de ser religiosos, los ricos envían a sus hijos al seminario de Pasto, regentado por los Jesuítas o al instituto de Yanaconas en Cali; dirigido por los Hermanos Maristas (1); y entre tanto los pobres se quedan en las tinieblas de la ignorancia.

Convencido el gobierno departamental del interés que el Pa- dre Planillo tomaba por la educación, extendió a su favor el nombramiento de Director Provincial de Instrucción Pública. ¿Y cómo desempeñó el Padre su cometido? Se desveló por organi- zar los estudios, de acuerdo con los métodos pedagógicos; hizo un llamamiento a los padres de familia para que matriculasen a sus hijos en las escuelas; colocó maestros que ofreciesen toda clase de garantías y varias veces visitó los establecimientos de

(i) En 1919 había en Yanaconas 19 costeño^.

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educación de la Provincia, lo que le costó alguna vez sufrir una enfermedad de cuidado.

«Hicimos, escribe el Padre, la visita de las escuelas, Estu- ve en Iscuandé, Charco, El Carmen, La Vigía, Sanquianga, Mos- quera, San Juan y Salahonda, teatros de sus apostólicas corre- rlas. En Salahonda enfermé gravemente; las fiebres biliosas con incesantes vómitos, durante seis dias me pusieron al borde de la sepultura. A los cuatro días me hice traer a Tumaco en ca- noa y convertido el mar en una furia. Al día siguiente me tras- ladaron al hospital, donde estoy hace veinticinco días, apren- diendo a caminar.»

¿Y qué era el cementerio de Tumaco hace pocos años? No creemos ofender a nadie con decir que un potrero cercado con alambre, indigno de una población civilizada. Pero ahora gracias a las gestiones del Padre Planillo, el cementerio a cambiado por completo. Lo rodea una elegante verja de hierro, regalo de don Francisco Márquez, y la vista puede contemplar varios camello- nes siempre limpios, flores, árboles, artísticas sepulturas y aun algunos suntuosos mausoleos.

La fachada actual de la iglesia parroquial, de elegante ar- quitectura, es obra del Padre Planillo. También él levantó me- tro y medio las naves laterales, puso elegante cielo raso, tiran- tas de hierro de pared a pared en lugar de las que existían de madera, colocó bancas uniformes y cómodas, arregló el altar, llevó de Barcelona hermosas imágenes, compró en Valencia pre- ciosos temos e hizo pintar artísticamente toda la iglesia.

El Padre Pablo, como presidente de la junta de beneficen- cia, ha influido eficazmente en las obras materiales del hospital y aun nos atrevemos a decir que en momentos de crisis él lo ha sostenido y que ha medrado a la sombra de su auspicio pa- ternal. En lo moral, las Hermanas encontraron en él un sabio di- rector y los enfermos un amigo que ha diario se acercaba a sus lechos y les prodigaba consoladoras palabras ungidas con el óleo de la caridad cristiana.

La antigua casa cural, que estaba situada en un lugar dis- tante de la iglesia, fue vendida en tiempo del Padre Planillo, con las debidas licencias, al cumplido caballero don Luis Escrucería. El dinero de la venta se invirtió en la compra de un lote de

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terreno, pintorescamente situado a las orillas del mar, donde se edificó una casa-convento, que honra a la población de Tumaco. Los Padres vivieron, mientras duró la obra de la construcción de la casa, en el Colegio pedagógico.

Otro de los medios empleados per el Padre Pablo para la moralización de Tumaco, ha sido el de las buenas lecturas, como lo prueban los numerosos folletos y hojitas de propaganda que se han repartido con profusión; y el apoyo dado a la buena pren- sa, aun con la colaboración activa en algunos periódicos, como El Pueblo y El Ideal.

Bien se comprende que en todas estas obras que ha lleva- do el Padre Planillo a feliz término, ha tenido en los Padres que lo han acompañado eficaz cooperación, de modo que ha ellos les corresponde también mucha gloria y una mención asaz hon- rosa. Los Padres Antonio Caballero, Tomás Martínez, Leoncio La- puerta, Valeriano Tanco, Julián Sagardoy y Antonio Roy, llevan ceñidas las sienes con guirnaldas de laureles ganadas en la Pa- rroquia tumaqueña, cuya administración es difícil y penosa, pues comprende más de veintidós caseríos o centros de misión, desde el río de Patía hasta el de Mataje en los límites con el Ecua- dor.

El Reverendo Padre Tomás Martínez, nombrado Vicario Pro- vincial de la Costa en el Capítulo de 1919, gobernó con tino y acierto las misiones hasta 1921. Durante su trienio recorrió va- rias veces la Costa desde Micay hasta Mira, lo que implica un trabajo indecible, y revela un espíritu de apóstol, acrisolado en la mortificación.

El Padre Antonio permaneció en Tumaco desde junio de 1915 hasta septiembre de 1917; el Padre Leoncio desde julio de 1918 hasta noviembre del mismo año; el Padre Tanco, desde diciembre de 1918 hasta mayo de de 1919; el Padre Julián Sa- gardoy cerca de un año a contar desde agosto de 1919. Los dos primeros pasaron a la Misión de Guapi y los dos últimos se vieron obligados a partir para Cali y Panamá, respectivamente, por mo- tivos de salud. También ha cooperado activamente en las Misio- nes desde 1918 hasta el presente el Hermano Francisco Argue- llo, quien lleva en Tumaco el peso del despacho parroquial, des- empeña los oficios de sacristán, enseña la doctrina a los niños y a veces acompaña a los Padres a los campos,

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Fuera de la administración de las veintidós capillas de los ríos y de acudir a auxiliar a los enfermos del campo, los Padres tie- nen a su cargo en la población las dos iglesias donde hay es- tablecidas las cofradías de Nuestra Señora de la Consolación, del Carmen, del Rosario, de las Hijas de María y de las Her- manas del Corazón de Jesús, el Hospital y la Capilla de las Ma- dres Betlemitas.

Quien sepa cuáles son los quehaceres y negocios que re- quiere la administración de una parroquia pequeña, podrá con- siderar los que pesan sobre los hombros de los Padres Agusti- nos en Tumaco, y no extrañará el que frecuentemente se les vea por las noches rendidos de cansancio por el trabajo que han te- nido durante el día.

En el Capítulo provincial celebrado en Bogotá, en septiem- bre de 1921, fue nombrado Vicario provincial de la Costa, con residencia en Tumaco, el Reverendo Padre Hilario Sánchez.

CAPITULO XXX

Barbacoa? Obras dtl Padre Samuel Ballesteros La Misión de Gua- pi El Padre Hilario Sánchez y sus correrías evangélicas Sus- tra- bajos— El Padre Manuel María Mera Labor de los Padres Tomas Martínez y Antonio Roy Varios episodios Lo que hizo el Padre Francisco Sola -Muerte del Padre Andrés Echeverri Los Padres Julián Ciriza e Hilarión Uribe Otra vez el Padre Hilario Sáchez.

La Misión de Barbacoas estuvo a cargo de los Padres Agus- tinos Recoletos desde 1915 hasta 1920, en que por especiales ra- zones pasó a manos de un sacerdote secular. El Padre Samuel Ballesteros fue durante ese período Párroco, y tuvo por compa- ñeros a los Padres Pablo Planillo (1915), Antonio Roy (1916) y Leoncio Lapuerta (1917 y 1918). En el mes de enero de 1916 estuvo de muerte el Reverendo Padre Antonio Roy a causa de las fiebres adquiridas en una correría, por lo cual tuvo que trasladar- se a Panamá.

El Padre Samuel Ballesteros es demasiado conocido en toda la República de Colombia para que sea menester que hagamos su apo- logía. Apóstol de las buenas lecturas, fue el fundador del Aposto- lado Doméstico de Manizales y de la Cruzada Nacional de la Buena Prensa de Bogotá; propagador infatigable del Reina- do del Corazón de Jesús, ha ejercido el ministerio en las lla- nuras de Casanare y en las grandes urbes de Colombia, de va- rios países de Centro América y de los Estados unidos; lucha- dor por temperamento, ha salido a la arena cuantas veces ha sido necesario a defender los fueros del Catolicismo; organiza- dor infatigable, ha dejado luminosas huellas en todos los luga-

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res por donde ha pasado; su influencia en los altos círculos eclesiásticos y políticos es bien notoria.

¿Y qué hizo en Barbacoas el Padre Samuel? Dio impulso a las obras de la iglesia y de la casa cural en construcción; fabri- có el atrio del templo; trató del adelanto de la población e ideó medios para impedir una decadencia futura; y fundó una Socie- dad de Fomento, calurosamente alabada por el Gobierno de Bo- gotá. Añádanse a estas obras vistosas muchísimas llevadas a cabo en las capillas de los ríos, y se comprenderá por qué los habi- tantes de la Parroquia hicieron fervorosas manifestaciones en fa- vor de la permanencia del Padre y de los Agustinos en aquel lugar, y su desconsuelo al no ser por justas razones escu- chados.

Pero la región, tal vez, en que más han trabajado los Pa- dres a causa del abandono en que se encontraba y de la ex- tensión de ella, es en la Misión de Guapi.

En marzo de 1902 llegó a aquel lugar el Reverendo Padre Hila- rio Sánchez, en cuyas alabanzas bien pudiéramos llenar muchas pá- ginas sin temor de que se nos tachara de pródigos en ellas, ni de incurrir en la nota de exagerados por mucho que dijéramos: Itánto es lo que ha trabajado el Padre en la región de Guapi! ¿Qué decir de sus correrías evangélicas? ¿Qué de lamanera como las hacía? En todo punto en que vive en la Costa un ser huma- no, allí ha estado el Padre Hilario. A él no lo han detenido ni los viajes en míseras embarcacioncillas; ni las olas del mar; ni los ríos impetuosos; ni las jornadas a pie por lodazales; riscos y montañas; ni las nubes de zancudos y jejenes; ni el peligro de las víboras; ni las enfermedades malignas; todo ¡o ha despre- ciado con tal de ganar almas para Jesucristo. Lo mismo los ne- gros de las playas que los que habitan en las minas de la cor- dillera, lo primero que le preguntan a un Misionero después de saludarlo, es por el Padre Hilario; lo que indica el bien que hi- zo en sus almas ese apostólico sacerdote y la popularidad de que goza en la Costa.

En la imposibilidad en que nos encontramos de seguir al Padre en todas sus correrías, describiremos únicamente algunos rasgos de la que hizo a las montañas de Sanabria. Movido su corazón por el abandono en que se encontraban los habitantes

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de aquella región, que acaso no había sido visitada nunca por algún sacerdote, resolvió ir el Padre Hilario para instruirlos en la doctrina cristiana y administrarles los santos sacramentos.

Embarcado en diminuta canoa duró varios días subiendo el río Iscuandé, navegación peligrosísima en la parte alta, a causa de los impetuosos chonos y de los frecuentes saltos, que en el ánimo producen el vértigo de quien lleva la vida pendiente de un hilo. Las viandas tenía que comerlas medio crudas y frías, y por las noches dormía en infelices ranchos plagados de chinches. Desde el punto en donde dejó la embarcación hasta el pueblo empleó tres días, caminando a pie por aquellas montañas inac- cesibles y sustentándose por haberse agotado los alimentos que llevaba de lo que cazaban los negros en el monte, hasta el punto de que el hambre lo obligó a comer carne de mono, por no tener otra cosa. El segundo día de viaje a las horas de la tarde cayó desmayado de fatiga en los brazos de los que lo acompañaban, quienes creyeron que se moría. Lo acostaron en el suelo sobre un lecho de ramas, lo frotaron con aguardiente, le hicieron algún otro remedio y después de un sueño reparador, pudo emprender nuevamente su camino. Las noches las pasó a la intemperie, bajo un cobertizo improvisado y hubo ocasión de tener que huarecerse bajo la copa de un árbol para librarse al- go de los tremendos aguaceros de la montaña. El estado lamenta- ble en que encontró a los habitantes de los tres caseríos de Sa- nabria, le arrancó lágrimas amargas: jóvenes de quince años sin recibir el santo bautismo; uniones ilegítimas; ignorancia y bar- barie.

El padre invocó sobre aquellas gentes, en los días que allí permaneció, al Dios de las misericordias y en su nombre derra- mó a manos llenas las divinas gracias.

Al regreso tampoco le faltaron peripecias en el camino: hambre, sed, mojadas, y peligros al bajar el caudaloso río.

La iglesia de Guapi es obra del Padre Hilario. Con el fin de allegar fondos para construirla, en los días que le quedaban libres de las correrías se iba desde el punto de la mañana a ' una pequeña finca vecina, de la que es propietario el templo, y en ella trabajaba como un negro. Plantó cañaverales, caucha- les y platanales y puso un trapiche; con su producto dio feliz término a la iglesia en 1908,

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También compró el Padre Hilario muchas imágenes y or- namentos para la iglesia y mejoró notablemente la casa parro- quial de Guapi. Su labor material y moral en las treinta y siete capillas, concernientes a la Misión, fue algo sobrehumano. Y a fe que uno se llena de admiración al pasar la vista por los li- bros parroquiales y contemplar los numerosos bautismos y matri- monios celebrados por el dicho Padre.

En 1908 quedó transitoriamente en Guapi el Padre Manuel María Mera, sacerdote de gran fondo, que merece recordarse por la campaña que hizo contra los salvajes bailes de los negros cos- teños. En el mes de enero de 1910 estando él de Cura, se efec- tuaron las misiones dadas por los Padres Marcos Bartolomé y Regino Maculet, quienes permanecieron desde el 10 hasta el 18 en la población.

A fines del mismo año llegaron a Guapi los Padres Rufino Pérez y Antonio Roy; el primero regresó a Tumaco en diciem- bre de 1911, y fue reemplazado por el Padre Tomás Martínez, que hizo obras tan importantes como la casa cural de Santa Bárbara de Timbiquí y la reedificación de varias capillas de los ríos. El Padre Antonio secundó las empresas del Padre Tomás, y puso mano en otras de su propio cuño y no es la menor el haber trabajado par levantar un censo, abundante en pormeno- res, de los habitantes de la Costa. El tiempo que permanecieron estos dos Padres en la Costa, es notable por la actividad que desplegaron en las misiones a las capillas de los ríos. Perma- nentemente estaban de una parte para otra; el Padre Tomás de Naya a Guafuí, y el Padre Antonio, de este río a la playa de San Juan. Con razón se dijo que las casas cúrales de los Padres eran los ranchos de las canoas. En julio de 1915 los Padres con la aprobación de Monseñor Cortessi, encargado de negocios de la Santa Sede, y del limo. Señor Medina, Obispo de Pasto, cam- biaron transitoriamente la residencia oficial de Guapi por la de Santa Bárbara de Timbiquí, a causa de un suceso ocaecido en aquella población. Estando tranquilamente durmiendo el Padre Antonio Roy en su habitación de la casa cural le arrojaron enorme piedra a la cabeza que le hubiera causado sin duda la muerte, si Dios no hubiera dispuesto que el asesino errara el golpe, toda la población de Guapi fue testigo, porque acudió en masa a la casa cural y vio la piedra.

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¿Pero quién la arrojó al Padre? ¿Puede admitirse que lo hi- cieran por equivocación? Era para robarle? Una cosa es cierta a todas luces: la virtud inmaculada del Padre Antonio, religio- so de austera vida y relevantes prendas, quien nunca tuvo en la Costa un enemigo conocido, y la culpable inercia de las auto- ridades que no dieron ni un solo paso en la averiguación de ese crimen sacrilego. Días antes de este acontecimiento había a- parecido en la mitad de la calle con ía cabeza triturada el ca- dáver del señor Abraham Sayust; y los ánimos estaban preocu- pados por la muerte repentina y misteriosa del señor Camilo Sanclemente.

El traslado de la residencia de los Padres a Santa Bárbara excitó los ánimos a los habitantes de la población que llegaron a cometer arbitrariedades, tales como la de no entregar a los Padres ni aun la correspondencia privada. Con este motivo, y el del atentado ya descrito, se hicieron en los diferentes pueblos de la Costa, en número de quince, protestas altamente enco- miásticas para el Padre Antonio, en las que se ponía de relieve su virtud sin tacha y se execraba a los que habían puesto en él sus manos.

En el mes de febrero de 1916 la residencia se trasladó nueva- mente a Guapi, donde durante la visita oficial del Reverendo Pa- dre Hilario Sánchez, entonces Provincial, en marzo del año dicho, hicieron los habitantes de la población una manifestación hermosí- sima a favor del Padre Antonio, cuyo original se guarda en el archivo provincial de Bogotá.

A fines de 1914 marchó para Bogotá el Reverendo Padre To- más Martínez, nombrado Definidor Provin ial, y llegó por el mismo tiempo a la misión el !>adre Bernardo Merizalde.

En el mes de enero de 1915 fue trasladado a Tumaco, y luego a Barbacoas, el Reverendo Padre Antonio Roy. Este Padre duran- te el tiempo, que permaneció en Guapi estuvo dos veces grave- mente enfermo de fiebres; y el Padre Tomás una en Santa Bár- bara de Timbiquí. El Padre Antonio se vio obligado a trasladar- se, para mejorar su quebrantada salmi, la primera vez a Pana- má y la segunda a Tumaco.

El 31 de marzo de 1916 llegó a Guapi el Reverendo Padre Fran- cisco Sola, que hasta el 24 de mayo de 1920 trabajó en las Misiones

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con el mismo celo que sus predecesores. Son obras suyas, el hermo- so altar gótico de la iglesia de Guapi; la nueva casa de la Misión, cómoca y elegante; la compra de varios ornamentos llevados de Valencia y de Bogotá; la custodia de Santa Bárba- ra de Timbiquí; la reedificación de algunas capillas de los ríos, y varios trabajos en los templos de Iscuandé y del Charco; para el cual se compraron en Panamá dos campanas en febrero de 1917.

Desde el 7 de octubre de 1917 hasta el 24 de mayo de 1918 estuvo al frente de la Misión el Padre Antonio Caballero; de este tiempo hasta mayo de 1920 el Padre Francisco Sola, acom- pañado de los Padres Leoncio Lapuerta y Andrés Echeverri. El primero permaneció como ocho meses solamente en la Misión por causa de enfermedad, (1918), y el segundo que había llega- do a Guapi el 28 de octubre de 1919, murió víctima de una fie- bre perniciosa, el 13 de marzo de 1920 en el puerto de Buena- ventura.

En aquel año arribaron a Guapi el evangélico Padre Hilario, el 4 de marzo, y el Padre Julián Ciriza, religioso activo y ducho en la vida laboriosa del misionero, el 14 de mayo. Las malignas fiebres que a nadie perdonan en la Costa atacaron fuertemente a este Padre, y tuvo que salir para reponerse al sanatorio de la Cumbre, donde unos meses antes, en julio de 1920, había estado de muerte el Padre Francisco Sola.

El Padre Hilario regresó a Guapi con el Padre Hilarión Uri- be, joven chiquinquireño muy dado a los estudios eclesiásticos, en el mes de enero de 1921, y ambos se entregaron con la ener- gía y la fervorosa actividad propia de los hijos de San Agustín a los ejercicios del ministerio.

También el Padre Hilario Sánchez, a pesar de tener ya la cabeza blanca, de las canas que ha ganado en sus largos años de apostolado en la Costa, conserva aún intactas sus antiguas energías. Así lo publican las correrías que emprendió en 1920, émulas de las que hizo' en el tiempo de su juventud.

Transcribimos unos párrafos de una carta del dicho Padre, fechada en Chuare el 26 de abril del año nombrado.

«Me ha tocado celebrar Semana Santa en este caserío; resultó muy concurrida y sobre todo con numerosas confesiones y comu-

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niones. Hubo también abundantes bautismos y varios matrimo- nios. Todo estuvo muy bien y en orden; gracias a Dios. El lu- nes de pascua continué mi excursión río arriba directamente hasta el San Juan. Pobre gente! Qué digna de lástima es! ! ! Nadie quedó sin confesarse y comulgar; pasé allá once días, gasté subiendo cuatro (1). Pero qué corrientes y qué saltos tan grandiosos! im- ponentes, majestuosos, y también tremendamente peligrosos! Hay que arrastrar muchas veces la embarcación por las orillas y otras por fuera, es decir por tierra; grandes trechos hay que ca- minarlos a pie; el último es de varias horas. De allá regresé a esta población el miércoles para celebrar dos fiestas. Volveré a subir a San Miguel el 29 para la Santa Cruz y otras fiestas más. Pienso visitar, aunque por pocos días, a Zaragoza y Trapiche, porque me dicen que no tienen por ahora fiestas que hacer, pero co- mo hay escuelas, me resuelvo a tocar en esos pueblos por los niños. Tal vez se aprovechen también algunas otras personas.

Estoy en tratos con los jefes de los indios de Guangüí para ver si logro convengan en que asista yo a una de sus fiestas cuando se reúnan los cholos de los otros ríos, y procurar enseñar- les los principales misterios de nuestra religión y administrarles los santos sacramentos. Abrigo también la idea y la esperanza de conseguir establecer entre ellos, al menos en Guangüí, una escuela primaria; lo conseguiré? Roguemos a Dios para que se cristianicen por completo esos pobres cholos.»

Los actuales misioneros de Guapi son, pues, celosos após- toles. Sus nombres, desconocidos entre los hombres , deben es- tar grabados con letras de oro en el carazón amantísimo de Je- sucristo.

(l) Del mir a Churre h ijr tres di <s.

CAPITULO XXXI

Sufrimientos de los Padres en las Misiones Correrías apostólicas; En fermedades y peligros- Descripciones de un Misionero Número de poblaciones El ministerio en cada una de ellas Los alimentos, las canoas y otras gangas de la vida costeña Lo que le sucedió a un Padre Intimas amarguras del Misionero.

Innumerables son los sacrificios que se imponen los Reli- giosos de la Orden Recoletana de San Agustín en las correrías apostólicas por la Costa del Pacífico. Lo vasto de! territorio que está a su cargo, donde viven 70.000 almas esparcidas por pla- yas, esteros y ríos, hace que sea difícil en sumo grado la admi- nistración espiritual de la Costa. Que los negros han de ir a buscar al Padre para que los catequice y les confiera los sacramen- tos, es pensar en lo irrealizable. Se necesita buscarlos en sus madrigueras de los ríos y ponerles delante de los ojos en copa de oro, el licor divino para que lo gusten; es menester hablar- les e instarles para que dejen la vida semisalvaje y de pecado, y vuelvan los ojos a Jesucristo, fuente de la civilización.

Y los Padres obran de esta manera; realizan excursiones continuas para atraer las almas a Cristo. ¡Pero cuántos sufrimientos les ocasionan esas obras de caridad! ¡Qué trabajo tan ímprobo el que llevan a cuestas! Tienen que luchar con el mar, con las corrientes de los ríos, con las montañas vírgenes, con las nubes de mosquitos, con los reptiles venenosos, y lo que es peor, con la apatía e ignorancia de los negros. Las vigilias no son raras; las hambres frecuentes; diarias las malas comidas. Los zancudos les inoculan el paludismo; el clima los enferma, y a veces gra-

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vemente; el demasiado trabajo los abruma y contribuye a la merma de su salud.

Todos los -Padres, sin excepción, que han hecho correrías han enfermado y varios han estado a las puertas- del sepulcro; dos jóvenes, el uno de 23 años y el otro de 27 han muerto.

Algunos Padres han corrido peligro de perecer durante sus excursiones marítimas o fluviales. En una ocasión, pasando el Padre Planillo de Salahonda a Tumaco, no se ahogó por un milagro de Dios. El Padre Tomás Martínez yendo a Buenaven- tura en un guardacostas estuvo éste a punto de estallar y luego apareció treinta millas más allá de Punta de Soldados. A otro Padre, que iba embarcado en un potrico en la bahía de Sanquian- ga para sacramentar a un enfermo en la Vigía, lo atrapó tan es- pantosa tempestad que tuvo que desnudarse para poder nadar en caso de naufragio. El Padre Francisco Sola en la misma pla- ya presenció un vendaval en el que las palmeras se inclinaban como si fueran frágiles cañas. En el río del Rosario se le volcó la embarcación a un misionero que de una manera como prodi- giosa pudo salir a nado a la orilla. Estos percances no son ra- ros ; el Padre Marcos Bartolomé nos describe dos que a él le pasaron con las siguientes palabras:

«Mientras disfrutábamos de la suave brisa del mar en la bocana de Yurumanguí, se formó de repente una terrible tem- pestad, precedida de un furioso vendaval que animó a nuestro piloto a colocar la vela con el fin de cruzar pronto una exten- sa encenada, porque la noche se nos venía encima. Idéntica co- sa hicieron el piloto y el boga de otra enbarcación que, desde la bocana resolvieron acompañarnos. La tempestad, empero, iba arreciando por momentos cada vez más; y en vez de seguir nuestro rumbo la embarcación acompañante, se desvió como dos- cientos metros hacia el interior del mar, viniendo a ser juguete de las olas. Dimos varios gritos de alarma que se perdieron en el aire; el peligro crecía más y más; los marineros veíanse imposi- bilitados para dar nueva dirección a la nave, porque la fuerza del oleaje anulaba todas sus energías; y cuando todos nos en- contrábamos sobrecogidos de temor y espanto, contemplando aquella escena triste y desgarradora, una grande ola inundó el pequeño bajel, que comenzó a hundirse con rapidez. Entonces

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210 Costa colombiana

los marineros y tres pasajeros botáronse al mar con verdadero heroísmo, y de una manera para nosotros desconocida, dirigieron la embarcación hacia nosotros. Saliéronles al encuentro, nadando, nuestros bogas; y, entre todos lograron traerla hasta una playa, y sacándole toda el agua, prosiguieron su viaje, en nuestra compa- ñía. Pobres gentes, exclamamos repetidas veces; en un instante han perdido el sudor del trabajo de muchos años».

El otro percance del Padre Marcos fue una creciente en el río de Timbiquí.

Una hora hacía que habíamos salido de Santa Bárbara, escri- be, cuando densos y negros nubarrones se cernían sobre nuestras cabezas, augurando una tempestad grande que no se dejó esperar por mucho tiempo, descargando agua a jarros entre ensordece- dores truenos y relámpagos, capaces de hacer temblar a los hombres más impávidos. Duró cinco horas con la misma intensi- dad; yo jamás había conocido cosa igual. Los bogas, sin embar- go, no cesaron de trabajar hasta que observaron que el río daba indicios de una gran bomba o creciente que se nos venía encima, por cuyo motivo, aprisa y corriendo, arrimamos a la casita más próxima para no ser arrastrados, como por desgracia, aconteció a un pobre hombre que se ahogó en aquella misma tarde. Para llegar a la casita los bogas tuvieron que cargarme, por- que el trayecto que mediaba entre el río y ella estaba completa- mente inundado. Al subir al segundo piso por un palo, cuyos peldaños eran unas ranuras, lo primero que vi fue una mujer elefancíaca sentada en un banco, cubierta parte del cuerpo con una raída bayeta y con una de las piernas casi destrozada por la terrible enfermedad. En frente de ella hallábanse tres niños, uno gateando y otros dos flacos y macilentos acostados sobre el duro suelo y envueltos en un mosquitero sucio y hecho jiro- nes. A su lado izquierdo veíase el fogón y a su espalda dos es- pecies de alcobas, de las cuales salía un hedor insoportable, que unido al que salía del piso bajo, habitado por dos puercos, nos auguraba una noche fatal. La abundancia de chinches por otra parte, era tan grande, que los mismos bogas, acostumbra- dos a esa plaga, decían que estaban insoportables. Como alum- brado colocaron un mechón formado de brea o peramán. Al día siguiente no bien aclaró nos pusimos en marcha, y en menos de dos horas estuvimos en Coteje».

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del Pacifico 211

Los pueblos de la Costa encomendada a los Padres, sin contar los diez de Barbacoas, son unos sesenta: treita y ocho de Guapi y veintidós de Tumaco, y algunos de ellos a cuatro, cinco y seis días de estas poblaciones. Además hay muchísimos caseríos, donde los Padres ejercen el ministerio en alguna casa particular por no haber capillas. Los seis misioneros que están permanentemente en la Costa visitan, por lo menos, dos veces al año a cada uno de los pueblos y permanecen en ellos más o menos según el trabajo; por lo que se comprenderá que las correrías son continuas, a lo que deben añadirse las administra- ciones de los enfermos en el campo.

El trabajo que hace un párroco en su curato durante un año tiene que ejecutarlo el Misionero en cada pueblo en ocho o diez días que permanece en él, predica a mañana y tarde, ense- ña el catecismo, atiende a las necesidades de los feligreses, amista a los esposos desavenidos, trata de la bendición de las uniones ilegítimas, bautiza, confirma, casa, confiesa, hace en po- cos días las principales fiestas del año con vísperas cantadas, misa solemne y procesión, examina las cuentas de los libros de los mayordomos, visita a los niños de las escuelas, etc. etc. y esto un día y otro día por mes y medio o dos meses que dura cada correría en la que se visitan cinco o seis pueblos: a lo que debe añadirse el escribir en los libros parroquiales, de ciento cincuenta a doscientas partidas de bautismos, después de cada una de las uxcursiones.

Pero, por lo menos, dirá alguno, tratarán al misionero a cuerpo de rey en esos pueblos. Nada más distante de la verdad. ¿Qué comida podrán aderezar esas pobres negras medio salva- jes? Con rarísimas excepciones la alimentación de los misioneros en los pueblos de la Costa es mala, y sobre todo pésimamente cocinada.

El medio ordinario de locomoción no puede ser más rudi- mentario e incómodo: una pequeña canoa con un rancho, en que generalmente apenas cabe una persona sentada. Y allí pasa el Misionero tres o cuatro días con sus noches, aguantan- do los soles de la Costa y los frecuentes aguaceros en que pa- rece que se desquicia el firmamento, luchando entre las olas del mar o con las corrientes de los ríos, cocinando muchas veces él

212 Costa colombiana

mismo como se pueda y cuando se pueda, y sujeto a la a¡bi- traria voluntad del negro piloto. Sabemos de Padres que han pa- sado el día entero sin probar bocado, por no poderse cocinar en la canoa, ya a causa del movimiento de ella en el mar, ya por los aguaceros o los vendavales en los ríos. Otros han sufrido aguda y prolongada sed, por habérseles terminado el agua pota- ble. El Padre Francisco Sola, por ejemplo, resistió ocho días en Mosquera sin probar el agua; no se encontraba entonces otra que la pútrida de algunos pozos.

Hay esteros en que el jején y el zancudo abundan tanto que los mismos bogas se embadurnan el cuerpo con barro para evitar las picaduras; y en algunas playas es menester pasearse hasta para comer. Y nada queremos decir de la garrapatilla (coloradito), que hace estragos en los cuerpos de los Misioneros, ni de los pitos, chinches, etc.

También es penoso errar el rumbo de los esteros. Un Pa- dre que iba de Mosquera al Charco en un potrillo sin rancho, estuvo toda una noche perdido en aquel laberinto recibiendo so- bre su cuerpo un aguacero torrencial y sacando con un pote el agua para no hundirse.

En el mismo lugar se perdió una canoa en que viajaba otro Padre:

«Insultándose en prosa y en verso, escribe éste, fueron aque- llos bogas todo el día remando de muy mala gana y poniendo a prueba nuestra paciencia, la que estuvo al punto de agotarse, cuando a las cinco de la tarde advertimos que sobre no haber hecho siquiera la mitad de una razonable jornada, habían equivo- cado el rumbo y nos habíamos perdido. No sabían dónde está- bamos ni para dónde íbamos. Oh, qué triste «es perderse uno» al caer la tarde en aquella red intrincada de esteros en aquel gi- gantesco tablero de damas!» (1) Y hago punto final; no quiero tocar el fecundo tema de los sufrimientos morales del Misionero, secuestrado como en un destierro, de la sociedad, solo en medio de la multitud, lejos del hogar querido, de la familia ausente, del claustro en que, libre de peligros, pasó horas de paz y de sosiego y aun separado de sus propios hermanos en Religión,

(i) Apostolado Domestico, número 26^..

del Pacifico

213

con los cuales apenas pasa dulces momentos de vez en cuando; y perseguidos por los mismos a quienes trata de levantar del lodazal del vicio, y atacados por los heraldos de la civilización y del progreso que escriben tranquilamente en sus bufetes, donde no los mortifica ni el zumbido de un zancudo, ni los saca de quicios el agudo pinchazo de venenoso mosquito.

CAPITULO XXXII

Biografías de algunos Misioneros ya difuntos El Padre Melitón Martí- nez— El Hermano Ignacio Avala El Padre Andrés Echeverri.

El Padre Melitón Martínez murió de enfermedad contraída en Tumaco, al trasladarse de Chepo a España en el vapor Isla de Panay el 13 de agosto de 1900.

Era alavés, pues había nacido en Andoain el 10 de marzo de 1860. A los veinticuatro años tomó el hábito de los Recoletos de San Agustín y profesó un año más tarde, el 17 de septiembre de 1885. La obediencia lo destinó a las misiones las Islas Fi- lipinas, y salió el 20 de septiembre de 1889 de Barcelona con rumbo a Manila, donde, en el Convento de San Sebastián termi- nó la carrera y recibió el presbiterado. Ejerció el ministerio de Guingulman, Corella,Jagna, Valencia, Bagauinis, Tayasany Macao.

En 1899 fue destinado para Panamá en compañía de doce Religiosos. Embarcó en Hong-Kong a fines de febrero del dicho año, y arribó al Istmo después de un viaje feliz.

Al pasar por Panamá el Ilustrísimo señor Ezequiel Moreno, al mes de haber arribado a esa población el Padre Melitón, pi- dió a los Superiores, Misioneros para su diócesis, y ellos le die- ron al mencionado sacerdote y a los Padres Gerardo Larrondo y Marciano" Landa. Cuando llegó a Tumaco el Prelado encontró que acababa de morir el Cura de la Parroquia de fiebre amarilla, y resolvió encomendarla a los Padres Melitón y Gerardo. El Pa- dre Landa siguió con él a Pasto.

No puede explicarse cuánto trabajó en Tumaco el Padre Melitón y cuántos fueron los sufrimientos que sobrellevó con in- creíble paciencia durante los días aciagos de la guerra civil. A

del Pacífico 215

consecuencia de ellos enfermó gravemente, y los Superiores lo trasladaron a la residencia de Chepo con el objeto de atender a su quebrantada salud.

Su muerte fue llorada en Tumaco, donde el Padre Gerardo celebró solemnes oficios fúnebres.

Sus cenizas reposan en Puerto Cabello.

El R. P. Rufino Pérez de San José nació en Peralta, pobla- ción de la Provincia de Navarra en España el 16 de noviembre de 1875.

A los diecisiete años tomó el santo hábito de Agustino Re- coleto en el Convento de Monteagudo, donde profesó el 4 de agosto de 1893. Cursó teología en los colegios de San Millán y Marcilla, y una vez ordenado de sacerdote fue enviado a Co- lombia con otros doce Religiosos, a quienes hizo pomposo reci- bimiento en Bogotá el 30 de noviembre de 1898 el Provincial de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria R. P. San- tiago Matute.

El Padre Pérez residió algún tiempo en el Desierto de la Candelaria y luego partió para Casanare. En Nunchía estuvo al frente de la escuela de niños y allí se encontraba cuando en marzo de 1900 recibió mandamiento de ir a Orocué, lo que el Padre ejecutó a pesar del peligro que corría a causa de la revo- lución triunfante entonces en Casanare.

Las vejaciones y escarnios de que fue víctima el Padre en Orocué, su destierro a Venezuela, el largo y penoso viaje en pe- queña canoa por el Orinoco y su estadía durante ocho meses en Cantaura hasta que regresó a B<¡gotá el 15 de junio de 1901, se encuentran descritos detalladamente en los capítulos XI y XII del libro que lleva por mote: Liberaladas.

Después de permanecer algún tiempo en Bogotá el Padre Pérez, volvió a Casanare, una vez debeleda la revolución, y se consagró al ministerio en Nunchía, donde coadyuvó a la edifi- cación de una casa para las Hermanas de la Caridad.

En 1911 el Padre recibió orden superior para trasladarse de Casanare a Tumaco, de cuya pairoquia tomó posesión en di- ciembre del año dicho. Las obras que el Padre Pérez empren- dió y coronó allí quedan ya consignadas en estas páginas.

Dos rasgos que pintan el celo apostólico de nuestro biogra- fiado;

¿16 Costa colombiana

En 1912 se encontraba el Padre enfermo cuando fue llama- do a confesar un moribundo en San Juan de Mira. La enferme- dad no lo arredró para cumplir con su deber y se embarcó para aquel lugar, sito a dos jornadas largas de Tumaco, lo que lo agravó de tal manera que estuvo a las puertas de la muerte y fue menester al regreso llevarlo en un guando (camilla) de Mira a Chaguí, y de allí a la isla tumaqueña.

En 1914, durante el tiempo que la fiebre amarilla azotó la Costa se manejó como un héroe el Padre Rufino, porque aun cuando los médicos le prohibieron asistir a los infestados a causa de hallarse predispuesto para contraer la enfermedad y lo conminaron con una segura muerte, dio rienda suelta a su fervor y no hubo enfermo a quien no administrase los últimos auxilios espirituales.

El mal clima de la región mermó el primitivo vigor del Pa- dre y tuvo que sufrir penosas fiebres, accidentes epidérmicos y beriberi.

En el Capítulo Provincial de 1915 fue nombrado Prior del Convento de Sos en España, en el de 1916 Definidor Provincial y en el de 1921 había sido elegido Superior de Manizales, cuado la muerte lo sorprendió la víspera de emprender viaje para aquel lugar el 21 de septiembre del año dicho.

En la iglesia de la Candelaria de Bogotá se le hicieron so- lemnísimas exequias y su muerte fue llorada por todos cuantos lo- trataron y conocieron. En varios periódicos de Colombia y en las revistas Apostolado Doméstico y Boletín de la Provincia de la Candelaria, se escribieron sentidos artículos necrológicos que hacen honor al Padre Rufino Pérez.

El Hermano Ignacio Ayala nació en Corella el 31 de julio de 1891. Su padre, don Benigno Ayala lo educó en el ejercicio de las virtudes cristianas. En los años de la infancia estudió en la escuela de la Parroquia de San Miguel y certifican sus condiscípulos que era notoria su modestia y religiosidad. Cuan- do salió de la escuela donde aprendió las primeras letras, se dedicó a la agricultura; mas no iba al campo sin haber antes ali- mentado el espíritu con la gracia del cielo, asistiendo a la santa misa en la iglesia parroquial. Por las noches, a pesar de la fa- tiga consiguiente a la faena diaria, acudía a la escuela nocturna;

del Pacifico 217

tanto era su apetito de instruirse! Los días festivos no los mal- gastaba en francachelas con los mozos de su edad; rodrigaba al sacristán en los oficios de la iglesia, y en el desempeño de ellos las horas se le deslizaban suavemente.

Un espíritu de esa naturaleza: humilde, sencillo y fervoroso, no era planta que pudiera arraigar en el mundo: Dios lo llevó al jardín de los Hijos de San Agustín.

Durante dos años se entregó a los estudios de nuestro Co- legio de Sos y durante uno en el convento, a los quehaceres de hermano lego. El 7 de diciembre de 1910 recibió el hábito y al año siguiente profesó con general contentamiento.

Fue hortelano algún tiempo y luego sacristán y sastre.

En el año de 1914 partió para las misiones de la Costa colombiana del Pacífico por mandamiento del R. P. Marcelino Ganuza, Provincial de la Provincia de la Candelaria, a la que pertenecía el Hermano.

Embarcó en Barcelona el 9 del mes ya dicho y llegó el 10 de septiembre a Panamá, de donde marchó para Tumaco a los doce días:

El Hermano, activo y laborioso, en llegando a la Costa, se entregó a los trabajos manuales de la residencia. El último ofi- cio que ejecutó fue el de lavar un tanque de sinc, de donde salió con una enfermedad que los médicos diagnosticaron fiebre amarilla.

El Padre Hilario Sánchez le administró los santos Sacramen- tos, que recibió con edificante fervor, y el 24 de octubre entre- gó su alma a Dios.

En el cementerio de Tumaco, bajo una cruz por la que tre- pa una enredadera, descansan los restos del Hermano Ignacio Ayala de la Virgen del Carmen.

Dios habrá premiado sus virtudes; que él ruegue en el cie- lo por la tierra donde murió

También prematuramente cortó la parca el hilo de la pre- ciosa vida del R. P. Andrés Echeverri, joven de grandes espe- ranzas para la Provincia de la Candelaria. Cuando sólo contaba 27 años, una fiebre maligna lo arrebató de nuestra conpañía; estaba maduro para el cielo y la tierra no era digna de él.

Por las venas del Padre Echeverri corría sangre antioqueña,

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218 Costa colombiana

la raza más vigorosa y fuerte de Colombia. Fueron sus padres don Juan Andrés Echeverri y la señora Dolores Arias, nació en Santa Rosa el 17 de julio de 1892. Tuvo siete hermanos: Clara, hoy religiosa de la Presentación; Pastora, Daniel, Josué, Pedro, Enrique y Vicente: el Padre Andrés ocupaba el quinto lugar.

Siendo niño don Juan Andrés trasladó su morada a Mani- zales, donde se deslizaron plácidamente los años infantiles de nuestro biografiado, entre las caricias del hogar y los estudios primarios de la escuela.

Nueve años tenía el Padre Andrés cuando en Manizales se establecieron los Padres Agustinos Recoletos, a quienes quizo de corazón. Visitaba frecuentemente la nueva residencia y ayu- daba al Hermano Cirilo Bellino en los oficios de la sa- cristía.

Su natural bueno lo inclinaba al estado religioso; por lo que pidió su admisión en la Orden Agustiniana al Padre Manuel Fernández, Provincial en 1904, a fines del cual año salió para el Desierto de la Candelaria.

En el colegio preparatorio manifestó muchas veces una ino- cencia y sencillez admirables, que conservó toda la vida. Fue- ron sus catedráticos de humanidades los Padres Paulo Planillo, Pedro Fabo, Ángel Marcos y Luciano Ganuza.

Entró al Noviciado el 18 de julio de 1907 y profesó el 19 de julio de 1908. El Padre Francisco Sola fue su maestro de novicios.

Durante la carrera, a la par que el Padre Andrés modelaba su alma en el Divino Maestro, medraba su formación intelectual a la sombra de los sabios profesores que le cupieron en suerte durante los estudios, de los cuales sólo traeré a cuenta al R. Padre Juan Aranzay, ya finado, sujeto de aguda inteligencia y de prodigiosa memoria, Catedrático de Sagrada Teología.

En 1914 recibió el Padre Andrés las órdenes menores y el subdiaconado en el Desierto, en marzo de 1915 el diaconado en Tunja, y el 17 de julio del mismo año, el presbiterado en Lei- va. El limo. Señor Eduardo Maldonado Calvo le confirió las sa- gradas órdenes.

El Padre Andrés, con la debida licencia, cantó su primera misa en Manizales el 15 de agosto. El Correo de Caldas dio cuenta de ese hecho con las siguientes palabras:

d¿l Pacifico 21í*

«El domingo último 15 del mes en curso, cantó su primera misa el R. Padre Andrés Echeverri, sacerdote de la venerable Orden Agustiniana. Muy solemne estuvo la fiesta, y le dieron peculiar realce la excelente ejecución del coro: el bellísimo ser- món predicado por el R. Padre Eusebio Larrainzar y la numero- sa concurrencia que colmó el templo. Fueron padrinos el R. Pa- dre Bernardo Merizalde y el General Jesús María Arias, digno tío del consagrado, quienes pronunciaron elocuentes discursos en el banquete con que éste fue obsequiado en ese día.

Es el nuevo levita, hijo de don Juan Andrés Echeverri y de doña Dolores Arias, dignos jefes de un hogar perfumado por las más bellas virtudes cristianas.

Manizales está de plácemes por el fausto acontecimiento.

Nuestros parabienes, para la sociedad, para la Orden Agusti- niana, para el nuevo ministro de Cristo, y para sus venturosos padres y demás miembros de familia.

En la Hojita Parroquial de Cali se publicaron entonces los siguientes versos:

AL R. PADRE ANDRÉS ECHEVERRI

EN EL DÍA DE SU PRIMERA MISA

Hoy lágrimas brotaron de mis ojos, Al orar ante el Dios de mis amores

Y contemplar de hinojos

A la luz de los cirios, entre flores

Y blancos espirales del incienso, A mi hermano querido

En grave sacerdote convertido Sosteniendo al Señor de los cristianos En sus trémulas manos Con el amor inmenso

Y la dulce sonrisa

Conque una tierna madre se embelesa Cuando la frente de su niño besa.

Jesús por vez primera cuando vino Del sagrario a tu pecho ¡oh sacerdote!

220 Costa colombiana

En tu alma infundió germen divino De aliento celestial; y cada día al celebrar el sacrificio incruento Al Señor en la Santa Eucaristía La vida le darás del Sacramento.

¿Qué le dijiste a Dios cuando en tus manos Trémulas le tuviste? Extático de amor no le ofreciste Ir a pueblos lejanos De rústicas misiones A ganar para Dios los corazones De los malos cristianos?

Labrarás con virtudes tu guirnalda. Por la verde esmeralda Cambiarás de los mares A la perla del Ruiz; el amor tierno Del corazón materno Por el odio profundo De las gentes del mundo; Y tendrás como lares Pobre choza, do en vida solitaria, De algunos pobres indios rodeado, Al cielo, cual incienso, tu plegaria Subirá de tu pecho inmaculado.

Y cuando al rededor de tu cabeza Sus negras alas bata la tristeza Con el recuerdo del hogar querido En la capilla de la humilde aldea O en la campiña entre las gayas flores Que a la mañana el céfiro menea, Bajo las ramas de frondoso arbusto, En el altar portátil, el augusto Sacrificio celebra; y cuando eleve Tu mano el Pan más albo que la nieve, Dirige las miradas de tu alma A Jesús escondido. . .

del Pacifico 221

Y él enviará la calma Al mar embrabecido.

Y en el pecho amoroso recostado De tu divino dueño, Quedarás extasiado En un eterno y regalado sueño.

Si en nuestro pecho la tristeza impera Al fin de la jornada Dulcísimo consuelo nos espera En la regia morada Que el Redentor nos tiene preparada.

Boguemos por el mar de la esperanza De la vida en la mísera barquilla;... ...

El puerto se divisa en lontananza En la lejana orilla.

No lloren nuestros ojos, Que en alígero vuelo Del mundo cambiaremos los enojos Por los plácidos cármenes del cielo.

En septiembre salió el Padre Andrés de Manizales con rum- bo a los Llanos de Casanare, donde permaneció cuatro años en las misiones de Támara, Manare y Chámeza. Dios le habrá pa- gado con creces los sufrimientos que tuvo que soportar en esos lugares de abnegación y sacrificio.

Después de haber permanecido transitoriamente dos meses en el Espinal, salió el Padre Andrés de Bogotá en agosto de 1919 para la Costa del Pacífico por Manizales, donde se despi- dió de sus padres y hermanos hasta la eternidad. Nosotros lo acompañamos de Cali a Buenaventura, donde se embarcó el mismo día que llegamos en una pequeña canoa a las doce de la noche con un aguacero torrencial. Confesamos que al mo- mento de la despedida se apoderó de nosotros, que habíamos experimentado la vida amarguísima de la Costa, una tristeza profunda. ¿Qué sentirá mañana el Padre, pensábamos, cuando al amanecer se vea en el mar en esa embarcacioncilla? Se ma- reará? Cuánto habrá de sufrir! Cuántos trabajos le esperan!

222 Costa colombiana

Cuatro días empleó en el viaje, y llegó a Guapi, con fie- bres, el 27 de octubre. En diciembre estuvo en Iscuandé, y alií hizo las fiestas de Navidad. En el Charco permaneció un mes, viendo de gestionar manera de dar remate a la construcción de la iglesia.

Debemos decir que más o menos el Padre Andrés tuvo sus fiebrecitas en los cuatro meses que permaneció en la Costa. En marzo de 1920 se vio obligado a guardar cama. El Padre Francis- co Sola que lo acompañaba no creyó que la enfermedad fuese gra- ve, pero optó por llevarlo al sanatorio de la Cumbre. El día antes de la partida el enfermo se confesó con el Padre Hilario Sán- chez y recibió la Sagrada Eucaristía. El 10 por la noche levó anclas el velero Oriente, del señor Elcías Martán; a bordo de él iban el Padre Andrés, el Padre Francisco Sola y el señor César Pajuelo de La Torre, como enfermero. A las siete de la noche del 11 llegaron a Buenaventura, y el Padre Andrés, ya gravemente enfermo, lo trasladaron al hotel. Pero qué sucedió? Después de estar acomodado el pobrecito paciente, lo arrojaron de la casa ignominiosamente. El Padre Francisco Sola anduvo aquella noche de la seca a la meca para conseguir un rincón dónde colocar al Padre Andrés, que fue al fin llevado a un ca- sino. Los doctores Luque e Isaac lo examinaron y declararon el estado gravísimo en que se encontraba. El Padre Francisco qui- so llevarlo a la Cumbre el 12, pero tropezó con el inconvenien- te de que en ese día no hubo tren de pasajeros, y que el de car- ga salió antes del tiempo anunciado.

La manera como los habitantes de Buenaventura se maneja- ron con el moribundo Padre Andrés no quiero ni mencionarla, porque sería poner un estigma horripilante sobre la frente de una población a la que nosotros hemos amado y servido. Fuera de contadísimas personas, nadie hizo un servicio al Padre, y lo dejaron morir casi solo y abandonado, ¡a pesar de que en el puerto se encontraban entonces habitantes de la costa baja, que habían recibido grandes favores de los Padres Agustinos! El dueño de la casa en que agonizaba el Padre Echeverri quiso también arrojarlo de ella, y lo hubiese ejecutado al no haberse Dios compadecido de él, porque murió a la una de la mañana el 12, asistido solamente del Padre Francisco Sola y del señor de La Torre,

del Pacífico 223

Ei cadáver fue trasladado inmediatamente a la iglesia, donde a las 7 le hizo los oficios fúnebres el Padre Francisco, sin más asistentes que los niños de la escuela, quienes únicamente lo acom- pañaron también al cementerio.

Tres días se vio obligado a permanecer en Buenaventura el Padre Francisco Sola, a quien trataron peor que a un infestado, aun personas que parece increíble que se condujeran así. No en- contraba quién le diese posada, y lo despacharon de un lugar en que ya lo habían admitido.

Consignamos con verdadera satisfacción los nombres de los señores Manuel Caicedo, José María Velasco y Caldas, el Maestro Buenaventura, que prestaron sus servicios al Padre Francisco Sola, así como algunas negritas del barrio de Calima.

El Padre Julián Ciriza puso una lápida sobre la tumba del Padre Andrés un mes después de su muerte.

Tanto la familia Echeverri como los Padres Agustinos, reci- bieron numerosos telegramas y cartas de condolencia, y la prensa publicó sentidos artículos necrológicos, de los cuales transcribi- remos dos, publicados en El Apostolado Doméstico de Manizales y en Cultura Recoleta, revista mensual de los Coristas del De- sierto de la Candelaria; y una carta escrita a don Juan Andrés Echeverri.

«/?. P. Andrés Echeverri, A. R.

«Prematuramente y cuando no era de esperarse tuvimos no- ticia de la gravedad del Padre Andrés en Buenaventura y dos días de espera no más para recibir el siguiente despacho: «Fatal desenlace, acaba fallecer Padre Andrés». Dolorosamente nos sor- prendió tan infausto desenlace, pues lleno de vida lo despedimos para la Costa del Pacífico hace no más que cuatro meses a donde iba destinado por la obediencia a trabajar, como sus buenos her- manos, en la evangelización de los negros. No parece sino que el deseo del sacrificio lo animase, pues en tres veces pidió aquí al Superior de la casa activase su viaje. Y en carta que escribió a su hermana Pastora pocos días antes de morir, le decía que ya no se verían más en este mundo. Bien se le puede aplicar lo de la Escritura: «Consummatus in brevi explevit témpora multa*. Porque mucho hizo el lamentado Padre Andrés en bien de las

224 _ Costa colombiana

almas. Cuatro años de Misionero por Casanare, y encariñado de su labor iba a desplegar su celo apostólico por las insanas Costas del Pacífico el único hijo de Manizales que habíamos lo- grado formar para nuestra esclarecida Provincia.

Padre de entusiasmos religiosos, genio afable y jovial, cari- ñoso con sus hermanos, corazón de oro, animoso para toda em- presa arriesgada, sin decepciones ni hieles en el corazón, todo lo componía y arreglaba; y la Providencia fincando en él sus es- peranzas y secundando su celo, le había confiado la catequiza- ción de aquella inmensísima región. Que la muerte lo sorprendió en pleno trabajo, nos lo dice este parrafito de carta recibida des- pués de su muerte 'Acabo de llegar de Tapaje; un mes perma- necí en el Charco trabajando por ver si terminan esa iglesia; pero dudo mucho, me parece que primero se acaba el jején que aca- barse de construir ese edificio; simpático es el pueblo, pero todo se vuelve comercio, hasta la religión de Cristo '

Y como el fruto se sazonó el cielo se lo llevó.

No hemos intentado escribir su biografía, sino depositar sobre su memoria la flor del cariño y de la gratitud y hacer somera- mente el exponente de sus virtudes religiosas y de su celo apos- tólico. Mientras se llega el día, a la vez que lamentamos su pron- ta desaparición de entre nosotros, enviamos la expresión más sincera de condolencia a la atribulada familia de don Juan Andrés Echeverri y a la culta sociedad manizaleña. R. I. P.» (1)

«El /?. P. Andrés Echeverri de la Sagrada Familia.— Víctima de su celo por la salvación de las almas y de su dedicación evangelizadora, ha caído al pie del cañón en el campo de batalla, segado en flor por la hoz de la Parca implacable e insaciable, el religioso cuyo nombre ponemos al frente de este artículo ne- crológico, que dedicamos a perpetuar la memoria del .llorado her- mano, como último testimonio del carino fraternal que le profe- samos.

Si a los pocos días de recibida la infausta noticia Dios no nos consolara superabundantemente, dándonos ocho nuevos sacer- dotes que dignamente llenarán el vacío grande que ha dejado en nuestras filas el malogrado Padre Echeverri, no habría término

(i) Apostelado Doméstico, pág. 464

del Pacífico 225

a nuestro llanto en la pérdida de este joven sacerdote y hermano nuestro porque no habría para él remedio humano. Pero, ¡ben- dito sea el Señor que el día 2 de abril nos dio ocho sacerdotes, como compensación del que nos arrebató el 13 de marzo!

Pérdida grande para nuestra amada Provincia de la Cande- laria, tan necesitada como escasa de personal, representa la des- aparición de cualquiera de nuestros hermanos; pero lo es do- blemente cuando el desaparecido reúne las condiciones de nues- tro llorado y malogrado Padre Echeverri. Buen religioso, carácter franco y jovial, emprendedor, enemigo de ociosidad y de la pe- reza, amador de nuestras glorias, fué el R. P. Andrés echeverri heredero legítimo del espíritu de aquellos ilustres misioneros re- coletos que llenaron de gloria las páginas de nuestra luminosa historia. El R. P. Echeverri le añadió a esa historia muchos ca- pítulos en pocos años: cinco escasos hacía que era sacerdote, y sus labores apostólicas eran ya conocidas y admiradas en las dilatadas y distantes regiones de los llanos de Casanare y de la Costa del Pacífico. Consumado en poco tiempo, llenó mu- chos días de obras santas y gloriosas. Por lo mucho que hizo en esos pocos años de su vida apostólica puede muy bien de- ducirse cuánta gloria diera a Dios y a la Orden en su vida más larga.

Mas plugo a Nuestro Señor llevárselo tan presto, porque lo encontró sin duda maduro y lleno de frutos para premiarle sus muchos méritos. ¡Adoremos los juicios de Dios, tan santos como inescrutables! En pos de deja nuestro hermano luminosa es- tela que debemos seguir, y hermosos ejemplos que han de imi- tar nuestros jóvenes y futuros misioneros. Cúpole a nuestro llo- rado Padre Andrés la dicha y gloria envidiable de ser la pri- mera víctima de nuestras misiones, mejor dicho, de nuestros mi- sioneros de la Costa del Pacífico. Esta muerte prematura ha de causar envidia en vez de temor a nuestros jóvenes; y debe en- cenderlos en santo celo, que los mueva a suspirar por la envi- diable suerte de morir por la gloria de Dios y de la Orden y y por la salvación de las almas, en cuya empresa murió prime- ro que todos nuestro Maestro y Salvador Jesús. No ha de ser el discípulo más que el Maestro. Los buenos Soldados se enar- decen y luchan con más bravura y denuedo cuando ven caer a

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sus conmilitones segados por la metralla; y con mayor razón to- davía, si ven caer a su jefe. Que es mejor visto el soldado, ha dicho Cervantes, muerto en el campo de batalla que sano en la fuga. Feliz el que da su vida por aquel que primero la dio por nosotros!

Testigos presenciales de los méritos y trabajos del R. P. Andrés Echeverri de la Sagrada Familia, queremos dejar pe- renne, aunque modesto testimonio de nuestra admiración por ellos en estas líneas que le dedicamos y vamos a completar con algunos datos biográficos.

Nació el Padre Andrés en Santa Rosa de Cabal, Departa- mento de Caldas, el 17 de julio de 1892; pero su infancia la pasó en Manizales, en donde recibió educación cristiana de sus buenos Padres. De Manizales vino al Desierto de la Candelaria pidiendo el santo hábito a principios de 1905 con otros tres her- manos suyos, ninguno de los cuales perseveró; circunstancias que acrecen el mérito personal de nuestro amado muerto. En el Desierto permaneció diez años hasta 1915, dedicado con apro- vechamiento al estudio y a la oración, y a la formación del co- razón y la ilustración del entendimiento, a prepararse en una palabra para la vida apostólica de misionero. De este seminario, de esta cuna de sabios y de santos bien era de esperarse que saldría un verdadero apóstol cual se reveló en cinco años esca- sos de ministerio. El 18 de julio de 1915 recibió el presbitera- do en la histórica villa de Leiva de manos del limo, señor doc- tor Eduardo Maldonado Calvo, Obispo de Tunja; y en septiem- bre del mismo año fue destinado a las Misiones de Casanare, y ejerció el ministerio en todos los pueblos de aquel vastísimo Vicariato Apostólico. En agosto de 1919 fue trasladado a las mi- siones de la Costa del Pacífico; y comenzaba a trabajar con fru- to en aquella porción de la viña del Señor cuando el dueño de la viña le llamó a que rindiera cuenta de su administración. Es- taba de misionero de Guapi cuando le visitó maligna enferme- dad que suponemos sería alguna fiebre perniciosa. En estado grave fue trasladado a Buenaventura, para poderle prodigar los recursos de la ciencia; pero murió en dicha ciudad al día si* guíente de llegar a ella, el 13 de marzo de 1920.

del Pacifico - 227

Descanse en paz el hermano del alma.» (1)

«El Desierto, abril 5 de 1921. Señor don Juan Andrés Eche- verri. Manizales.

Estimado señor y apreciado amigo: Con el dolor que siente el corazón a la desaparición de quien formaba parte de él mismo, le escribo estas líneas.

Si la muerte del Padre Andrés ha sido mortal herida para la Provincia Agustiniana de la Candelaria, a indigno miem- bro de ella, me ha de una manera especialísima afectado, por- que el finado era, amén de mi hermano, mi amigo queridísimo.

A Buenaventura escribí a una familia, que me honra con su amistad, suplicándole que mire la tumba del Padre Andrés cual si fuera la mía propia, y que la visite con frecuencia y siem- bre, junto a la losa, blancas flores cuyos cálices dejen caer so- bre ella, como lágrimas, perlas de rocío, y los que, cuando las marinas brisas los deshojen, la cubran con sus pétalos de nieve.

El Padre Andrés no ha fenecido. Era un botón aún no abier- to, que encerraba intacto el perfume de la inocencia, y fue tras- plantado a los cármenes celestes por el Cordero que se apacien- ta entre blancos lirios. Era un arroyo cristalino que se deslizaba en el cauce de la existencia sobre los guijarros de la mortifica- ción, y la Providencia, secando la fuente, hizo que rindiese sus aguas al piélago insondable de la eternidad, no para que él las absorviese sino para que recibiesen un nuevo germen de perpe- tua vida.

Feliz el soldado valeroso que siguiendo las huellas ensan- grentadas de Jesús cayó camino del Gólgota, herido por el dardo de la muerte, envuelto en la bandera del hábito agustiniano li- brando la buena batalla, y apurando la copa de las amarguras de la vida en un trago último de rendida obediencia y de he- roico sacrificio! Felices los padres de quien tuvo en la tierra co- razón de paloma con vuelos de águila y candideces de niño con pujantes acciones de hombre maduro; y de quien el alma ahora goza en los cielos entre los coros de los santos vírgenes con la corona del justo en las sienes y en la mano la palma del már-

(i) Cultura Recoleta, número 13.

228 Costa colombiana

tir! Que las olas del Océano Pacífico al morir en las playas costeñas del Valle sean como un canto que arrulle, con ecos de lúgubre acento, los restos mortales del amigo del alma, cuyo es- píritu voló para siempre al lugar del cual yo mismo le hablé en la casa de usted, el 15 de agosto de 1915, presentándoselo como el consuelo de nuestra vida con estas estrofas :

Si en nuestro pecho la tristeza impera

Al fin de la jornada

Dulcísimo consuelo nos espera

En la regia'morada

Que el Redentor nos tiene preparada.

No lloren nuestros ojos

Que en alígero vuelo

Del mundo cambiaremos los abrojos

Por los plácidos cármenes del cielo

Dígnese, don Juan Andrés, presentar mis sentimientos de profundo pésame a su familia.

Ud. mande, a su affmo. amigo y S. S. X.»

CAPITULO XXXIII

Las Misiones antiguas El campo desolado Los Agustinos Re- coletos Síntesis de su labor— Lo que en la Costa deben hacer la igle- sia y el Gobierno Un futuro luminoso A la Costa Colombiana del

Pacífico.

En los tiempos coloniales administraron la región de Tuma- co los Padres Mercedarios de cuya labor subsisten indelebles huellas, y la de Guapi los Religiosos Franciscanos de Propagan- da Fide. Pero vino la independencia americana, y con ella el desconcierto de las Misiones católicas al frente de las cuales es- taban sacerdotes españoles. En la Costa del Pacífico puso el de- monio sus reales; cayeron por tierra las obras de los Misione- ñeros y el simún abrasador del vicio agostó el campo en que hubo de florecer la virtud.

No culparemos a los Obispos que gobernaron en el siglo XIX las diócesis de Popayán y de Pasto. Ellos trataron de en- viar sacerdotes que tuviesen la cura de almas en las parroquias costeñas; ¿pero no hubiera sido mejor haber dejado el Litoral abandonado? ¿Qué podían obrar aquellos sacerdotes completamen- te solos en esa vastísima región semisalvaje?

A fines del pasado siglo la Costa era un campo desolado, espiritual y materialmente. El indiferentismo religioso, la pasión sin freno, se enroscaban como víboras, en los corazones y aho- gaban todo regenerador pensamiento. Las cataratas de la igno- rancia cegaban los entendimientos; los jóvenes se formaban sin Dios y sin Patria. Las iglesias estaban destartaladas y en ruinas; los sagrados vasos tomados de orín y los ornamentos roídos de

í% Costa colombiana

la polilla. Eso fue lo que encontraron en casi toda la Costa a fines del pasado siglo los Religiosos Agustinos Recoletos.

Mas pasemos algunas hojas de esta triste historia, y encon- traremos en páginas de oro narradas acciones fehacientes que obligan a vislumbrar los rosicleres de la aurora que se acerca, preparando el camino a días de paz y de ventura.

Los Agustinos Recoletos en veintidós años de labor han es- crito estos nuevos hechos con lágrimas de sus ojos y sangre de sus venas.

No diremos que han descuajado los seculares árboles de venenosos frutos; no sostendremos que la luz evangelizadora haya disipado por completo las tinieblas del error y que se haya en- cendido el fuego de la caridad en todos los corazones; pero cla- maremos a voz en cuello que nuestros Misioneros han sido en la Costa los ángeles de la paz y del consuelo cristiano; los sol- dados que se han batido titánicamente para destruir el reinado del pecado y asentar el de la moralidad; los obreros incansables de la Religión y de la Patria; y defenderemos que merced a su labor, si no ha llegado para la Costa el día de bienandanza en toda su plenitud, brilla en ella espléndida aurora precursora de él.

¡Cuánto se ha logrado en un tiempo relativamente corto! ¡Qué cambio tan radical se nota en las costumbres! Los miles de per- sonas que anualmente reciben la sagrada comunión, dicen mucho en pro del fervor religioso. En los libros que se guardan en los archivos, figuran más de 20,000 confirmaciones, 65,000 bautizos y 5,000 matrimonios administrados por los Padres, quienes han levantado, además, las iglesias de Tumaco y Guapi, las capillas de veintitrés pueblos y reedificado las de otros. Se han traído hermosas imágenes de España: dos de San Antonio para Guafuí y Timbiquí; una de San Francisco para San Francisco de Napi; una de San Nicolás de Tolentino para Playagrande; una de Nues- tra Señora de la Consolación, regalo del limo, señor Pueyo, una de San Agustín, una de la Virgen de las Mercedes y otra de la Inmaculada para Tumaco. Anteriormente el Padre Gerardo había llevado varias. En el País se han comprado más de veinte y se han retocado otras tantas.

Los ornamentos comprados para las capillas son numerosos, así como los vasos sagrados y demás utensilios del culto.

del Pacifico 2ál

Sin reposo han desplegado los Misioneros las alas del celo en la instrucción pública, velando por la educación religiosa, mo- ral y científica de la juventud costeña.

Y en el progreso material de la Costa su actividad no ha sido mezquina: a Guapi introdujeron una lancha de motor; han toma- do parte principal en la apertura de caminos y han gestionado con el Gobierno cuanto atañe al adelantamiento del territorio.

Pero todavía falta mucho por obrar.

Eclesiásticamente, para el mejor gobierno de aquella inmen- sa región, para poder tomar parte más inmediata en la instruc- ción pública, a fin de hacerse con más facilidad el apoyo oficial, a causa de las mil dificultades con que los Misioneros tropiezan a cada paso, y por multitud de razones que son obvias, es de nece- sidad urgente la creación de un Vicariato Apostólico.

Políticamente, el Gobierno debe ante todo enviar a la Costa buenos empleados; coadyuvar a la apertura de caminos que unan el interior al mar; salvar a Tumaco por medio de una muralla antes de que la devore el océano; arreglar el canal de la ensenada y fabricar un muelle en que puedan cómodamente atracar los vapo- res; sacar al Charco, a Guapi y Timbiquí de su aislamiento con una línea telegráfica y con el arribo de buques a estos puertos, siquiera de vez en cuando; propender al desarrollo de la mine- ría y a la explotación de las riquezas de los bosques; y en fin acordarse, de ese inmenso territorio que por su estratégica si- tuación está llamado a ser emporio de civilización y de pro- greso.

Así lo creemos firmemente; y se han de realizar, Dios me- diante, algún día nuestras halagüeñas esperanzas. Mientras tanto allí permanecerán los Religiosos Agustinos Recoletos, infatigables en la lid, implantando en la Costa Colombiana del Pacífico, sin más armas que la cruz, el reinado social de Jesucristo, fuente de la verdadera civilización.

La Costa espera ansiosa ese día nuevo de luz y de ventura, y sabe que vendrá, porque tiene conciencia de misma: posee riqueza, hermosura y exuberante vida tropical.

Algo de ésto decimos en las siguientes estrofas que compu- simos en 1916, una tarde, a las orillas del Tapaje, y con las cuales damos remate a nuestra modesta obra :

232 Costa colombiana

A la Costa Colombiana del Pacífico.

De niño en mis ensueños delirantes La ilusión me formaba De conocer el marco de diamantes Que a mi Patria los límites le daba.

Y hoy el vate inspirado, cuando mira La Costa y del Pacífico los mares,

Al son emocionante de la lira Les dedica dulcísimos cantares.

Mas ¿cómo la avecilla pasajera Describirá en su vuelo El sublime del águila altanera Que se remonta al cielo?

Cuando cuanto quisiera Poseer de las fuentes el murmullo, De las cascadas los sonidos graves, De las ondas marinas el arrullo y el armónico trino de las aves.

¡ Oh Costa del Pacífico, tesoro Más rico que las vegas de Granada

Y los regios alcázares del moro!. . . . Tierra priviligiada,

encierras los jardines En que pintó Virgilio

De los sagales el grandioso idilio

Asia de Homero, y urbe de topacio

Soñada por Horacio;

Paraíso de Milton; la comarca

Do hubieran puesto, a su Beatriz el Dante

Y a su Laura el Petrarca; Florido pensil ante

El cual las Musas doblan la rodilla; Cármenes de Zorrilla;

Y de Selgas vergeles de jazmines;

Y de Galán los campos de Castilla:

del Pací/ico 233

«Los de las pardas onduladas cuestas, Los de las castas soledades hondas,"

Y el Dorado de playas y florestas De cielo azul y de aromadas frondas, De arenas de oro y de marinas ondas.

De las límpidas linfas

De los ríos undosos

Nacen las castas ninfas

Que vagan por los bosques deleitosos,

Y, al son del arpa, con la voz sonora,

Al despuntar la aurora

Y cuando el sol incendia la natura

Y luego de arreboles la colora

Y en las tinieblas de la noche oscura, Te cantan aclamándote sultana

Y reina de la tierra colombiana.

Allá en la lejanía

Cual muro colosal la cordillera

Es el baluarte de la Patria mía. . . .

Y sirve de almohada

A la Costa, que en ella reclinada, Entre los pliegues de sus áureos velos Tiende la cabellera De fuentes y arroyuelos.

A los tibios reflejos de la luna

Las raudas barquichuelas

Cuando las ondas azuladas hienden

Teniendo henchidas las nevadas velas,

Parecen como una

Bandada de palomas argentinas

Que en el azul del horizonte extienden

Las alas blanquecinas....

Y semeja su arrullo

El son de los proeros y pilotos, Mientras del remo al rústico murmullo Dejan oír sus cánticos ignotos.

16

234 Costa colombiana

En las chozas sencillas,

Las que se miran en las aguas puras,

que murmuran, oh Costa, en tus orillas,

Hay idilios de amores,

Escenas de ternuras,

Y églogas de zagales soñadores,

Castas como los lampos

De las nieves y rústicas cual flores

De tus incultos campos.

De mis amores suelo,

guardas la ambrosía

A los dioses olímpicos del cielo

Brindada en copas, en que el bardo escancia

Bucólicos placeres de fragancia

Que trascienden a sus versos.

eres viola, Néctar de malvasía,

Flor de rosal, maceta

De grácil amapola;

Fontana inspiradora del poeta:

Pedazo de mi tierra, do tremola,

Cual abanico de la enhiesta palma

Recibiendo las brisas del océano,

La tricolor bandera, imán del alma

Del pueblo colombiano.

Sigue, oh Costa de campos de esmeraldas

Y ríos, cual Tapaje y el Patía, Coronando tus sienes de guirnaldas

Y escribiendo en el libro de la historia Más páginas de gloria

Pero si extraña gente llega un día,

Y acaso de Colombia el suelo oprime, Pido al Eterno que la mar bravia, Saliendo de sus términos se extienda Por el suelo ultrajado,

Y el valiente costeño en la contienda, Antes que ser esclavo del malvado,

del Pacifico

¿35

Entre las verdes olas; en sublime

Sacrificio sucumba,

AI pabellón libérrimo abrazado,

Llevando hasta la tumba

La frente limpia y el honor salvado.

A. M. D. G.

««

EL PADRE HILARIÓN URIBE

El 13 de febrero de 1922 murió en Guapi, víctima de las fiebres, el R. P. Hilarión Uribe del Sagrado Corazón de Jesús.

El P. Hilarión fue oriundo del Socorro, donde nació el 21 de octubre de 1890.

Los años de la niñez los pasó en Chiquinquirá donde co- noció a los Padres Agustinos Recoletos.

En 1905 ingresó en la Orden en el Convento del Desierto, donde hizo los estudios eclesiásticos y cantó la primera misa el 29 de junio de 1915.

Ejerció el ministerio sacerdotal en El Espinal, Manizales y en las Misiones de Casanare y Costa del Pacífico, donde murió confortado con los auxilios espirituales.

El elogio del Padre Hilarión lo ha hecho el Boletín de la Provincia de la Candelaria con las siguientes palabras:

«El Padre Uribe fue siempre un religioso ejemplar, de cos- tumbres severas e intachables: jamás dio motivo para la repren- sión. Y como buen religioso fue también buen estudiante y ha sido después buen -sacerdote y celoso misionero. Su amor a los libros rayaba en pasión, parecía locura, fue excesivo, si en ello cabe el exceso; no hemos conocido hombre que leyera y estu- diara más que él. Ese excesivo amor a los libros lo retraía del trato con los hombres, aun tratándose de sus hermanos los re- ligiosos. Quien no lo conociera, creyera ser en él misantropía lo que era amor a la ciencia y a la virtud. Y a eso se deben los grandes tesoros que acumuló de la una y de la otra. Vivió

del Pacífico 237

mucho en poco tiempo, llenando sus cortos días con muchas obras buenas. Era justo que descansara pronto el que tanto se desveló por trabajar; y que recibiera de Dios el galardón quien por Dios se sacrificó.»

Paz en la tierra al mártir del celo y de la obediencia; y que él ruegue por nosotros en la Bienaventuranza.

INFORME DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA SOBRE LA PRESENTE OBRA

Bogotá, octubre 15 de 1921

Señor Presidente de la Academia de Historia y Antigüedades—Presente.

El R. P. Fray Bernardo Merizalde presentó a la Academia el original de la historia de las Misiones en las regiones del Pacífico en el Sur de Colombia, y ese honorable cuerpo nos hizo el honor de pasárnoslo para estudiarlo e informar.

Empieza la obra del P. Merizalde con la historia somera de la Orden de San Agustín en las Islas Filipinas y de las perse- cuciones que allí sufrió; habla después más detenidamente del establecimiento de la Orden en Panamá y sus dependencias, hasta que fue expulsada en 1863; de sus labores en aquellas regiones y en el Chocó; de los principales acontecimientos ocu- rridos entonces en el país, que pudieran relacionarse de algún modo con los misioneros; y aun de los diferentes proyectos de apertura de un canal para poner en comunicación los dos mares,

Cuando ya se concreta a hablar de las Misiones en" nues- tras costas del Sur, contiene el libro noticias muy detalladas de lo que eran aquellas regiones completamente abandonadas antes por las autoridades civil y eclesiástica, y hoy en vía de mora- lización, instrucción y aun progreso material, debido en su ma- yor parte a los esfuerzos de aquellos nobles y benéficos misio- neros. Hace la descripción de los ríos, montañas, costas y bos- ques de la región, de las costumbres de sus habitantes, negros

238 Costa colombiana

e indígenas, y la historia del descubrimiento de la costa por los españoles.

Contiene también las biografías de todos los principales hi- jos de San Agustín que de cualquier modo han intervenido en la obra civilizadora de la Comunidad en Colombia, y un estudio interesante sobre la lengua de los indígenas.

Además inserta, tomados de las obras de nuestros principa- les geógrafos y viajeros, todos aquellos datos que sirven para que el lector pueda darse cuenta de lo que es la región en que han desarrollado su apostólica y civilizadora labor los Misio- neros.

La obra del P. Merizalde es de grande interés, especial- mente para los habitantes de las costas del Pacífico y para to- dos los amigos de los estudios históricos. Está escrita en estilo muy sencillo, y no le encontramos más defecto sustancial que algunas expresiones poco suaves al comentar ciertos aconteci- mientos.

Es el P. Merizalde muy joven, miembro de familia de Bo- gotá muy distinguida por sus antecedentes y virtudes de todo linaje, y su primer ensayo como historiador promete una labor de grande importancia para el porvenir, por lo cual, como estí- mulo, y porque su obra lo hace acreedor a ello, proponemos lo siguiente:

La Academia de Historia felicita al R. P. Fray Ber- nardo Merizalde por su Historia de las Misiones en el Sur de Colombia, y lo acepta como miembro correspon- diente.

Vuestra Comisión,

Eduardo Posada— Rufino Gutiérrez

Academia Nacional de Historia— Secretaría Bogotá, 16 de marzo de 1922

En sesión de ayer fue aprobada la conclusión del anterior informe.

Luis Augusto Cuervo

del Pacifico 239

BIBLIOGRAFÍA

Documentos inéditos para la historia de Colombia. General Cuervo.

Nueva Geografía de Colombia. F. J. Vergara y Velasco.

Historia contemporánea de Colombia. Gustavo Arboleda.

Historia de Colombia. Henao y Arrubla.

Monografías. Rufino Gutiérrez.

Revolución de la República de Colombia. J. M. Restrepo.

Catálogo de los Religiosos Agustinos Recoletos de S. Nico- lás de Tolentino. P. Francisco Sádaba.

Restauración de la Provincia de la Candelaria. P. Pedro Fabo.

Historia de la Provincia de la Candelaria. P. Pedro Fabo.

Apuntes históricos de la Provincia Agusiiniana del Santísimo Nombre de Jesús. P. Bernardo Martínez.

El Filibusterismo. José María del Castillo y Jiménez.

Biografía del limo. Sr. D. Fr. Ezequiel Moreno y Díaz por el limo. Sr. Toribio Minguella, Obispo de Sigüenza.

Apuntes para la Historia. P. Santiago Matute.

Historia de los Agustinos Recoletos. Padre Pedro Fabo.

Los intereses católicos en América. José Ignacio Víctor Iza- guirre.

Bahías de Málaga y Buenaventura. General Paulo Emilio Escobar.

FE DE ERRATAS

A causa de no haber podido el autor de la presente obra corregir perso- nalmente las pruebas, se deslizaron en ella no pocos errores, de los cuales los principales son los siguientes:

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Otras erratas y principalmente las de puntuación fácilmente puede com- prenderlas el lector.

Por la misma razón antes apuntada se omitieron en el mapa de la Costa algunos ríos y aparecen cambiados los nombres de otros. Las equivocaciones más notorias de Norte a Sur son las siguientes:

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Chitare

Temuey

Sequibonda

Guinú

Hoja Blanca

Cascajal

Cabo Manglares

Cásasviejas

Maguí

Mansalvi

Teraimbué

Iguamb'i

Guelmambi

En el río Micay las poblaciones deben localizarse así: San Miguel, Puetto Sergio, Chuare, San Isidro, Zaragoza, El Trapiche:

inoiCE

Págs.

Introducción 5

CAPITULO I

Descubrimiento de Filipinas. El Padre Andrés Urdaneta. Arribo al Archipiélago de la primera Misión de los Agustinos Reco- letos. Revolución filipina. Un documento del Katipunam. Salida de los Religiosos 7

CAPITULO II

Descubrimiento del Océano Pacífico. Vasco Núñez de Balboa. Fundación del Convento de los Padres Agustinos Recoletos en Panamá. El pirata Morgan y el incendio de la ciudad. El nuevo Convento. Acción de los Agustinos recoletos en él. Estado del Convento en 1816. Independencia del Istmo. Adhesión de éste a la Gran Colombia El asunto Russell. Datos que manifiestan la soberanía de la Nueva Granada en Panamá. El Convento abandonado 13

CAPITULO III

Llegada de los Agustinos Recoletos y Calzados a Colombia. Ataques a los frailes venidos de Filipinas. Defensa de don Mi- guel Antonio Caro. El limo, señor Peralta favorece a los Agustinos Recoletos en Panamá. Misiones en el Darién- Pa- rroquia de David 21

CAPITULO IV

La guerra de 1899. Fallecimiento de los Padres Cándido Pérez, y Justo Ecay. Independencia del Istmo. Protesta de Colombia ante el Gobierno de los Estados Unidos. Antiguos conatos

del Pacifico 243

Págs.

de separatismo en Panamá. Las obras del Padre Bernardo García. Se encarga de la Residencia la Provincia de la Can- delaria 26

CAPITULO V

El Padre Pablo Planillo. Visita del Rmo. Padre Enrique Pérez Labor de los Padres Ángel Vicente, Doroteo Ocón y Anto- nio Roy. Visita Provincial del Rdo. Padre Edmundo Goñi. Religiosos que han estado en la residencia de Panamá. Inau- guración del canal. Trabajos para la apertura de un canal en tiempo de la colonia. Leyes de la República y contratos con el mismo objeto. Palabras del Gobierno americano en el con- trato de 1846. Construcción del ferrocarril de Panamá. La Compañía francesa y el tratado Herrán 32

CAPITULO VI

Datos biográficos de Religiosos ya muertos, que estuvieron en el Istmo. Los Padres Félix Guillen, Francisco Mallagaray y Be- nito Ojeda. Fr. Matías Sanmartín. Padre Cándido Pérez. Padre Justo Ecay. Padre Medardo Moleres. Padre Miguel Lascaray. Hermano Nicolás Guzmán. Padre Ángel Vicente Padres Julián Cisneros, León Ecay, Pedro San Vicente y Celestino Falces. Padre Patricio Adell...., 40

CAPITULO Vil

Palabras del limo, señor Ezequiel Moreno. Los Agustinos Reco- letos en Tumaco. Descubrimiento de la Costa colombiana del Pacífico. Curioso documento 46

CAPITULO VIII

Generalidades sobre la Costa. Un documento de 1605. Obser- vaciones del Capitán Alejandro Malaspina. Ancón de Sardi- nas. Punta Manglares. Costa de la Gorgona. Golfo del Chocó. Una página del geógrafo Montenegro escrita en 1810 Descripción de F. J. Vergara y Velasco, en 1901. Tres informes sobre el ferrocarril de Pasto al Pacífico 55

CAPITULO IX

El río de Naya. El río de Micay. El valle de San Juan. San Miguel. Chuare. San Isidro. Zaragoza. Los indios salvajes

244 Costa colombiana

Págs.

Devoción a Nuestra Señora del Pilar. Los indios y la guerra de 1841. El Trapiche. Bocas del Micay. Camino de Popa- yán. Proyecto sobre el telégrafo. Adjudicación de las mi- nas del Micay a don Francisco Jerónimo de Torres. Revali- dación de los títulos de posesión a favor de la familia Arbo- leda 72

CAPITULO X

Río de Saija. Santa Rosa. La iglesia. Las fiestas religiosas. Excursión al río Patía. Descripción de Guangui. Los indios , salvajes. Sus costumbres Viajes. Labores, moralidad. Fies- tas y bailes. Ideas teogónicas. Procesión de la Virgen. Ofi- cios fúnebres. Enfermedades. Camino de Guangui o Joli 78

CAPITULO XI

Filólogos modernos. Etnogenia india. Lenguas monosilábicas, aglutinantes y de flexión. Grupo americano «olofrástico, in- corporante o polisintético». El dialecto saijeño es aglutinante. Nociones de su construcción gramatical. Voces curiosas. Fo- nética. Numeración. Breve vocabulario 84

CAPITULO XII

El río de Timbiquí. Origen de Santa Bárbara. San José y Coteje. Peligros en la navegación. San Vicente de Timbiquí. Naci- miento de don Julio Arboleda. Compañía francesa para la ex- plotación de las minas de oro. El río de Guafuí. San Antonio La Comcepción. El Cuerval. La Lora. El Sargento Fulgencio Caicedo 90

CAPITULO XIII

Río de Guapi. Balsitas, San Vicente, Rosario y Naranjo. Ríos de Napi y de San Francisco. Belén, San Agustín y Callelarga. El Padre Buenaventura Perlaza y las familias Castro y Grueso. Un recuerdo. Limones. Origen de Guapi. Misiones antes de 1773 Don Manuel de Valverde. Jura de Fernando VII. La indepen- dencia. La Rosa de los Andes. Varios sucesos. Guerras de 1841 y 1861 en Guapi. Terremoto en 1838. Acontecimientos ecle- siásticos. Curas de la Parroquia. Guerra de 1899. Don Ramón Payan. Incendio de 1914. La Provincia del Micay. La Aduana. 93

del Pacífico 245

Págs.

CAPITULO XIV

Isla de Gorgona. Topografía. Temperatura media. Gorgonilla. El Viudo y El Horno. Las bahías de Trinidad y Puerto Pizarro. Varias embarcaciones que han estado ancladas allí. Vegetación. Un pintoresco lugar. Agua dulce. Pesquería de ballenas. Tra- bajos de bucería. Orfebrería indígena. Actuales dueños de la Isla. Resolución del poder ejecutivo en 1853. El Sargento Ma- yor Federico D'Croz. Posición estratégica de la Gorgona 99

CAPITULO XV

Río de Iscuandé. Hidrografía. Minas de Sanabria. El Carrizo. La población de Iscuandé. Su decadencia. Abandono del Archivo. Derrota de Tacón en Rodea. Encalladura de la Rosa de los Andes. Suicidio del Coronel Francisco García en 1831. El Acta de Iscuandé en 1830. Pronunciamiento a favor del Ecuador. Jura de la Constitución política de la Nueva Granada. Varias leyes del Congreso. El cantón de Iscuandé apoya a Obando. Naufragio de algunos buques en los bajos de Iscuandé. Ayer y hoy 104

CAPITULO XVI

El río de Tapaje. Comercio. Agricultura. Lugares importantes. Be- llavista. Don Manuel de Olaya. Don Carlos Olaya. Curiosas menudencias. Playagrande y el Rosario. Fundación de El Charco. Importancia comercial de El Charco Don Fidel D'Croz 108

CAPITULO XVII

Una red de esteros. La Tola y Sanquianga. Varias playas. Mos- quera. El río de Patía. Laguna de Chimbuza. Posibilidad de un canal. Bocas del Patía. Leyes del Congreso para establecer la navegación en el Patía. Primer vapor que surcó las aguas del río. Agricultura. Salahonda. Opiniones del sabio Caldas sobre el Patía 1 12

CAPITULO XVIII

El río de Timbiquí y sus afluentes. San José y Pambana. Las antiguas poblaciones de Málaga y Madrigal. Las minas de oro en los tiempos coloniales. Encantos del Telembí. El oro de Barbacoas. Época de la independencia. Varios acontecimientos. Guerras civiles. Hombres notables. Decadencia de la región

246 Costa colombiana

Págs.

Camino actual de Barbacoas a Túquerres. Esfuerzos -del Go- bierno colonial para unir el interior a la Costa. Conatos de la República con el mismo objeto. La senda vieja. Proyecto sobre un camino carretero 119

CAPITULO XIX

La ensenada de Tumaco. Puntos principalas. Los ríos de Cha- güí y Rosario. Varias playas. La isla de Tumaco. Huana-Ca- pac en la Costa. El corsario Eduardo David. La población en 1789. Sucesos durante la guerra magna. Anexión a la Provin- cia de Pasto. La aduana de Tumaco. Cesión al Ecuador. Pa- rroquia de Tumaco. Leyes nacionales que fomentaron el co- mercio del puerto. Medidas tomadas para la defensa de la isla. Contrato con la compañía Británica. La isla en las guerras intes- tinas. Tumaco y el Ecuador. Provincia de Núñez. Importación y exportación. Apuntes sobre la sal. La ciudad moderna. La instrucción pública 124

CAPITULO XX

La isla de la Viciosa. La isla del_Morro. Un romancillo. Oya hidro- gráfica del Mira. Varias poblaciones. Los ríos del Nulpe y y Guisa. Indios coaiqueres. Indios cayapas. Agricultura. El río de Mataje 133

CAPITULO XXI

Geología de la Costa. La región del Pacífico descrita por el sabio Caldas. Las minas. Meteorología. Las Mareas. Termométrica. Higrométrica. Coordenadas. Cuadros formados por los Almi- rantazgos inglés y americano, y por A. Codazzi. Riqueza au- rífera 139

CAPITULO XXII

Fitología. Nombres de varios árboles. Propiedades características de algunos de ellos. Agricultura. Horticultura. Los hatos. Zoo- logía. Mamíferos. Aves. Insectos. Reptiles. Peces. Moluscos. 144

CAPITULO XXIII

Etnografía. Costumbres de los negros. Habitaciones. Manutención. Caminos fluviales. Trabajos ordinarios. Vestidos. Joyas y ador- r.os. Holgazanería, La música. Bailes y horgías. Suceso curioso.

del Pacifico 247

Págs.

Bautismos chigualos y velorios de santos. Juegos. Matrimonios. Comilonas. Recibimiento a -los Misioneros. La banda. Fiestas. Divertimientos. Procesiones fluviales. Moralidad. Los albinos. Manera de contar el tiempo. Supersticiones. Amuletos. Curan- deros. Oración a Nuestra Señora del Carmen. Nosografía 149

CAPITULO XXIV

La poesía popular. Algunas reflexiones sobre ella. La poesía y la música. Caracteres de la poesía costeña. Algo de fonética. Aje- nas influencias en los cantares costeños 158

CAPITULO XXV

Colección de cantares de los indios costeños 162

CAPITULO XXVI

Labor de los Agustinos Recoletos en Tumaco. Los Rvdos. Padres Melitón Martínez y Gerardo Larrondo. Estado religioso y mo- ral de la Costa en 1899. Luchas y triunfos. Viaje del Padre Larrondo a Pasto. Sufrimientos de los Padres durante la guerra civil. Don Francisco Benítez. Fundación del Colegio de seño- ritas. Varias obras. El Padre Julián Moreno. El 31 de enero de 1906. Un suceso admirable 16&

CAPITULO XXVII

El Fundador de nuestras Misiones en la Costa. Una página del Padre Ángel Aviñot. Celo del Siervo de Dios limo, señor Fr. Ezequiel Moreno. Varios sucesos durante su visita pastoral de 1896 en Iscuandé, Guapi y Patía. La visita de 1903. Sacrilegio en Tumaco. El Obispo en la Costa en 1906. Muerte del señor Moreno 178

CAPITULO XXVIII

El Padre Larrondo sale para España. El Padre Hilario Sánchez. Expedición de los Padres Marcos Bartolomé y Regino Macu- let. La Provincia de la Candelaria se hace cargo de la Misión. Correría de los Padres Marcos Bartolomé y Tomás Martínez. Palabras del doctor Ramón Bejarano. Facultades concedidas a los Misioneros. El Padre Rufino Pérez. El Hospital. La Socie- dad Rosa Zarate. El centenario de Policarpa Salabarrieta. Bien- hechores del Hospital 185

¿4s Costa colombiana

Págs.

CAPITULO XXIX

Muere el Hermano Ignacio Ayala. La iglesia nueva de Tumaco. Labor de los Padres Hilario Sánchez y Rufino Pérez. Las Mi- siones elevadas a Vicaría Provincial. Acontecimientos dignos de mención. Trabajos del Padre Pablo Planillo. Gestiones de los Padres para establecer un Colegio de jóvenes. Un Direc- tor Provincial de Instrucción Pública. El cementerio nuevo. La casa parroquial. Varios Misioneros. Improbo trabajo de los Padres 192

CAPITULO XXX

Barbacoas. Obras del Padre Samuel Ballesteros. Misión de Guapi. El Padre Hilario Sánchez y sus correrías evangélicas. Sus tra- bajos. El Padre Manuel María Mera. Labor de los Padres To- más Martínez y Antonio Roy. Varios episodios. Lo que hizo el Padre Francisco Sola. Muerte del Padre Andrés Echeverri. Los Padres Julián Ciriza e Hilarión Uribe. Otra vez el Padre Hilario Sánchez 2j1

CAPITULO XXXI

Sufrimientos de los Padres en las Misiones. Correrías apostólicas. Enfermedades y peligros. Descripciones de un Misionero. Nú- mero de poblaciones. El ministerio en cada una de ellas. Los alimentos, las canoas y otras gangas de la vida costeña. Lo que le sucedió a un Padre. Intimas amarguras del Misionero. 208

CAPITULO XXXII

Biografías de algunos Misioneros ya difuntos. El Padre Melitón Martínez. El Hermano Ignacio Ayala. El Padre Andrés Eche- verri 214

CAPITULO XXXIII

Las Misiones antiguas. El campo desolado. Los Agustinos Reco- letos. Síntesis de su labor. Lo que en la Costa deben hacer la Iglesia y el Gobierno. Un futuro luminoso. A la Costa Co- lombiana del Pacífico 229

Apéndice 236

^Bibliografía 239

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